No debemos limitar nuestro estudio del papel de la iglesia a una investigación sobre qué hace la iglesia, o sea, sus funciones. La actitud o disposición con la que la iglesia realiza sus funciones también es un asunto de extrema importancia. Como la iglesia es, en su continua existencia, el cuerpo de Cristo y lleva su nombre, debería estar caracterizada por los atributos que Cristo manifestó durante su encarnación física sobre la tierra. Dos de estos atributos son cruciales para que la iglesia funcione en este mundo que cambia de manera tan veloz en nuestros días: deseo de servir y adaptabilidad.
Deseo de servir Jesús estableció que su propósito al venir no era el de ser servido, sino el de servir (Mt. 20:28). Al encarnarse tomó para sí la forma de un siervo (Fil. 2:7). “Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (v. 8). La iglesia debe mostrar la misma disposición a servir. Ha sido puesta en el mundo para servir a su Señor y al mundo, no para ser exaltada y para que se satisfagan sus propias necesidades y deseos. Aunque la iglesia puede alcanzar un gran tamaño, riqueza y prestigio, ese no es su propósito. Jesús no se asoció con la gente por lo que pudieran hacer por él. Si lo hubiera hecho, nunca habría ido a casa de Zaqueo, ni habría entablado conversación con la mujer samaritana, tampoco habría permitido que la mujer pecadora le lavase los pies en la casa de Simón el fariseo. Estos serían actos que un moderno director de campaña o un relaciones públicas experto desaprobaría sin duda, porque no serían útiles para que Jesús ganase prestigio o una publicidad favorable. Pero a Jesús no le interesaba explotar a la gente. De la misma manera, la iglesia de hoy no determinará su actividad basándose en lo que la hará prosperar y crecer. Más bien, tratará de seguir el ejemplo de servicio del Señor. Estará dispuesta a ir a los indeseables y a los indefensos, esos que no harán nada a cambio por la iglesia. Un auténtico representante de la iglesia estará dispuesto a dar su vida, si es necesario, por su ministerio. La voluntad de servir significa que la iglesia no tratará de dominar a la sociedad para sus propósitos. La cuestión de la relación de la iglesia y el estado ha tenido una historia larga y compleja. Las Escrituras nos cuentan que el estado, como la iglesia, es una institución creada por Dios con un propósito específico (Ro. 13:1–7; 1 P. 2:13–17). Se han ideado y puesto en práctica muchos modelos de relaciones iglesia-estado. Algunos de estos modelos implicaban una alianza tan íntima entre ambos que el poder del estado casi obligaba a pertenecer a la iglesia y a participar en ciertas prácticas religiosas. Pero en tales casos la iglesia estaba actuando como un amo y no como un siervo. Se estaba persiguiendo el objetivo correcto, pero de la manera equivocada (como hubiera sucedido si Jesús hubiera sucumbido a la tentación de arrodillarse y adorar a Satanás a cambio de todos los reinos del mundo). Esto no quiere decir que la iglesia no deba recibir los beneficios que el estado proporciona para todos dentro de su ámbito, ni que la iglesia no deba dirigirse al estado para temas en los que haya que aprobar algún tipo de legislación. Pero no tiene que tratar de utilizar la fuerza política para forzar la consecución de fines espirituales.
Adaptabilidad La iglesia debe también ser versátil y flexible a la hora de ajustar su metodología y procedimientos en las situaciones cambiantes que se producen en el mundo en que se encuentra. Debe ir donde se encuentran las personas necesitadas, incluso si esto implica un cambio geográfico o cultural. No debe anclarse en las antiguas formas de trabajar. Como el mundo en el que está intentando ministrar cambia, la iglesia tendrá que adaptar su ministerio de forma acorde a ello, pero sin alterar su dirección básica. Cuando la iglesia se adapta, está emulando al Señor, que no dudó en venir a la tierra a redimir a la humanidad. Al hacerlo, adoptó las condiciones de la raza humana (Fil. 2:5–8). De la misma manera, el cuerpo de Cristo conservará el mensaje básico que le ha sido confiado, y continuará cumpliendo las funciones principales de su tarea, pero realizará todos los cambios legítimos necesarios para llevar a cabo los propósitos de su Señor. La iglesia estereotípica – una congregación rural dirigida por un ministro y compuesta por un grupo de familias nucleares que se reúnen a las once de la mañana los domingos en un pequeño edificio blanco con campanario – todavía existe en algunos lugares. Pero es la excepción. Las circunstancias ahora son muy diferentes en la mayor parte del mundo. Sin embargo, si la iglesia tiene un sentido de misión como el de su Señor, encontrarán la manera de llegar a la gente estén donde estén.
Erickson, M. J. (2008). Teología sistemática (J. Haley, Ed.; B. Fernández, Trad.; Segunda Edición, pp. 1072-1074). Editorial Clie.
Diversos movimientos dentro de nuestra cultura contemporánea, tales como la “New Age”, las religiones orientales, y la filosofía irracional, han ejercido su influencia y conducido a una crisis de entendimiento. Ha surgido una nueva forma de misticismo que le otorga al absurdo el sello de la verdad religiosa. A nuestro entender, la máxima del budismo zen, “Dioses una mano aplaudiendo”, constituye una clara ilustración de este concepto. Decir que Dios es una mano aplaudiendo suena como algo profundo. La mente conciente se confunde porque va a contramano de los patrones normales de pensamiento. Suena “profundo” e intrigante hasta que la analizamos cuidadosamente y descubrimos que en el fondo solo se trata de una afirmación carente de sentido. La irracionalidad es un tipo de caos mental. Descansa sobre una confusión contrapuesta con el Autor de toda verdad que no es un autor de confusión.
El cristianismo bíblico es vulnerable a dichas cadenas de irracionalidad exaltada debido a su cándido reconocimiento de que existen muchas paradojas y misterios en la Biblia. Como las diferencias que marcan los límites entre las paradojas, los misterios y las contradicciones son débiles pero cruciales, es importante que aprendamos a distinguir cuáles son estas diferencias. Cuando buscamos sondear las profundidades de Dios nos confundimos con mucha rapidez. Ningún mortal puede comprender a Dios exhaustivamente.
La Biblia nos revela cosas sobre Dios, cosas que aunque somos incapaces de comprenderlas completamente sabemos que son verdades. No tenemos ningún punto de referencia humano, por ejemplo, para entender a un ser que es tres en persona y uno en esencia (la Trinidad), o a un ser que es una persona con dos naturalezas distintas, la humana y la divina (la persona de Cristo). Estas verdades, tan ciertas como puedan serlo, son demasiado “elevadas” para ser alcanzadas por nosotros. Nos enfrentamos con problemas similares en el mundo natural. Sabemos que la gravedad existe, pero aunque no la entendemos, no por ello intentamos definirla en términos irracionales o contradictorios.
Casi todos estamos de acuerdo que el movimiento forma parte integral de la realidad, sin embargo, la esencia del movimiento en sí mismo ha dejado perplejos a los filósofos y a los científicos por milenios. La realidad tiene mucho de misteriosa y mucho que no podemos entender. Pero esto no se convierte en nuestra garantía para dar un salto al absurdo. Tanto en la religión como en la ciencia, la irracionalidad es fatal. En realidad, es mortal para cualquier verdad. El filósofo cristiano Gordon H. Clark en cierta ocasión definió un paradoja como “un calambre entre las orejas”. El propósito de su definición era señalar que lo que muchas veces se denomina una paradoja no es nada más que un razonamiento descuidado. Clark, sin embargo, reconoció con claridad la función y el papel legítimo de las paradojas. La palabra paradoja proviene de la raíz griega que significa “parecer o aparecer”. Las paradojas nos resultan difíciles porque a primera vista “parecen” ser contradictorias, pero si las examinamos con mayor detalle podemos encontrarles la solución. Por ejemplo, Jesús dijo que “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:39). Superficialmente, esto parece ser una afirmación del mismo tenor que la que dice que “Dios es una mano aplaudiendo”. Parece contener en sí una contradicción. Lo que Jesús intentó decir, sin embargo, fue que si alguien pierde su vida en un sentido, la encontrará en otro sentido. Como la pérdida y el hallazgo están en dos sentidos distintos, no hay ninguna contradicción. Yo soy al mismo tiempo un padre y un hijo pero, obviamente, no en la misma relación. Debido a que la palabra paradoja ha sido muy frecuentemente entendida como sinónimo de contradicción, en algunos diccionarios ingleses ha sido ingresada como una segunda acepción al término contradicción. Una contradicción es una afirmación que viola la clásica ley de no contradicción.
La ley de no contradicción afirma que no es posible que A sea A y no-A [al mismo tiempo y en el mismo sentido. En otras palabras, algo no puede ser lo que es y no ser lo que es, al mismo tiempo y en el mismo sentido. Se trata de la ley más importante de todas las leyes de lógica. Nadie es capaz de entender una contradicción porque una contradicción es inherentemente no inteligible. Ni siquiera Dios puede comprender las contradicciones. Pero sin duda que las puede reconocer por lo que en realidad son -meras falsedades. La palabra contradicción proviene del latín “hablar en contra”. También se las conoce como una antinomia, que significa “contra la ley”. Si Dios hablara por medio de contradicciones carecería intelectualmente de leyes, tendría un doble discurso. Es un tremendo insulto y una blasfemia incluso el sugerir que el Autor de la verdad pudiera hablar con contradicciones. La contradicción es la herramienta de aquel que miente —el padre de las mentiras que desprecia la verdad. Existe una relación entre los misterios y las contradicciones que fácilmente nos conduce a confundirlas entre sí. No podemos entender los misterios.
No podemos entender las contradicciones. El punto de contacto entre los dos conceptos es su carácter de no inteligible. Los misterios no nos resultan claros ahora porque carecemos de la información o de la perspectiva para comprenderlos. La Biblia nos promete que, una vez en el cielo, estos misterios que ahora no podemos comprender serán explicados. Las explicaciones solucionarán los misterios del presente. Sin embargo, no hay ninguna explicación posible, ni en el cielo ni en la tierra, que pueda solucionar una contradicción.
El evangelio de la prosperidad: sus enseñanzas, sus orígenes y el llamado a enfrentarlo desde el púlpito
Costi W. Hinn
Hay quienes dicen que los pastores, siervos del Rey de todas las cosas, deberían transportarse en los automóviles más costosos, vivir en las mansiones más lujosas y tener más dinero que cualquier otro mortal. A simple vista se comprende que esta afirmación es incorrecta, sin embargo, es lo que afirma el así llamado “evangelio de la prosperidad”, cuya popularidad no para de crecer en todo el mundo.
Lo llamaremos “evangelio de la prosperidad” porque es reconocido ampliamente como tal, pero no tiene nada de buenas noticias. En cambio, lleva a las personas a creer que el plan de Dios para ellas es que vivan su mejor vida ahora, oponiéndose a enseñanzas bíblicas fundamentales. Según sus maestros, la manifestación de una relación saludable con Dios es la prosperidad de la persona en la tierra, pues toda la salud, riqueza y felicidad están garantizadas en el tiempo presente para aquellos que creen. El cielo es, entonces, una simple extensión eterna de la vida perfecta que la persona ya ha encontrado en la vida terrenal.
Esta falsa enseñanza, que afirma tener sus bases en las Escrituras, se ha esparcido por todo el globo como un virus y aleja a muchas personas del evangelio verdadero. Pero ¿cuáles son sus principales enseñanzas? ¿Cuáles son sus orígenes? ¿Cómo podemos corregir sus errores desde el púlpito? Reflexionemos en estas preguntas brevemente.
“El evangelio de la prosperidad” lleva a las personas a creer que el plan de Dios para ellas es que vivan su mejor vida ahora, contradiciendo enseñanzas bíblicas fundamentales.
Hay tres afirmaciones que resumen las principales enseñanzas del evangelio de la prosperidad.
La primera es que la expiación de Cristo nos da abundancia en el tiempo presente. La Biblia enseña que Cristo murió para expiar nuestros pecados (Is 53) y darnos vida abundante (Jn 10:10). Sin embargo, aunque disfrutamos en el presente del perdón de nuestros pecados y la seguridad de la salvación, su expiación garantiza promesas eternas que no se harán realidad completamente hasta la Nueva Tierra. Pero los predicadores de la prosperidad distorsionan esa verdad, enseñando que la salud y la riqueza del tiempo presente fueron “compradas” en la cruz, al igual que el rescate por los pecados. En ese sentido, niegan el pleno cumplimiento de la redención en el futuro (Ap 21:1-5), afirmando que la plenitud de la obra de Cristo debe manifestarse aquí.
La segunda, muy similar a la primera, es que el pacto con Abraham tiene su cumplimiento en el tiempo presente. El pacto abrahámico (Gn 12:1-3) es la base para la redención y las promesas de Dios a Su pueblo. Sin embargo, los predicadores de la prosperidad utilizan el pacto como un medio para prometer una herencia para sus seguidores en el presente, generalmente “tierra” y dinero. En esta falsa enseñanza se utilizan las promesas hechas a Abraham como base para afirmaciones como: “Si siembras una semilla de fe como Abraham, Dios te bendecirá” o “si lo hablas y lo vives por fe como Abraham, Dios te prosperará”. Si estas versiones distorsionadas del pacto abrahámico fueran ciertas, todas las personas que confían en el evangelio de la prosperidad se convertirían en millonarios y propietarios de tierras inmediatamente. Pero, hasta ahora, son principalmente los predicadores de la prosperidad quienes se benefician de las ofrendas de aquellos a quienes engañan.
La tercera es que la fe es una especie de fuerza que una persona puede utilizar para controlar las acciones de Dios. La Biblia enseña que los cristianos son justificados por la fe (Ro 5:1), vencen al mundo mediante la fe (1Jn 5:5) y viven por fe (Ga 2:20). La fe complace a Dios y está directamente relacionada con la salvación. Pero los predicadores del evangelio de la prosperidad distorsionan la verdad bíblica cuando incorporan enseñanzas de la “palabra de fe” en su discurso, enseñando que la fe es una fuerza que puede usarse para obtener algo de Dios y que con ciertas afirmaciones es posible manipular las acciones de Dios.
Una de las afirmaciones que sostiene la doctrina de la prosperidad es que, la expiación de Cristo, nos garantiza abundancia ahora. En última instancia, solo el predicador de estas enseñanzas prospera. / Foto: Getty Images Pro Ya que hemos dicho cuáles son las principales enseñanzas de esta falsa doctrina, ahora hablemos de sus orígenes.
¿Cuáles son sus orígenes? Mucho antes de que la Iglesia Católica vendiera indulgencias, había personas que manipulaban a otros y usaban el ministerio para tener ganancias económicas. La Biblia nos habla sobre Simón el mago (Hch 8:9-24), quien pensaba que podía comprar el don de Dios con dinero. Pero las raíces modernas del evangelio de la prosperidad se remontan a la década de 1950. Granville “Oral” Roberts (1918) fue, en muchos sentidos, el principal pionero de la prosperidad. Pasó de ser un pastor local a construir un imperio de varios millones de dólares basado en una premisa teológica simple: Dios quiere que las personas sean saludables y ricas.
Este hombre defendió con firmeza su creencia de que el mayor deseo de Jesús es que prosperemos materialmente y tengamos salud física. Solía sacar pasajes bíblicos de su contexto para demostrar sus enseñanzas. Por ejemplo, decía que Jesús había dicho: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma”, pero, en realidad, esa era la manera cariñosa en que el apóstol Juan saludaba a sus lectores (3Jn 1:2).
Los libros más vendidos de Roberts unían el evangelio de la prosperidad con el así llamado “movimiento palabra de fe”. Este movimiento surgió en la segunda mitad del siglo veinte y se caracterizó por un conjunto de creencias y prácticas que enfatizaban el poder de las palabras, la confesión positiva y la “fe” de los creyentes para lograr salud, riqueza y éxito. Sus libros lucían títulos pegajosos como: “Si necesitas sanidad, haz estas cosas”, “El milagro de la fe-siembra” y “Una guía diaria para milagros”. Las multitudes desesperadas apenas podían resistir sus grandes promesas.
Hasta hoy, muchos siguen creyendo en sus afirmaciones. Iglesias a lo largo y ancho de África y América del Sur persisten en sus doctrinas erradas.
Las raíces modernas del evangelio de la prosperidad se remontan a la década de 1950. Granville “Oral” Roberts fue el principal pionero de este mensaje.
¿Qué necesitamos predicar desde el púlpito? Después de hablar sobre sus principales enseñanzas y cómo se volvió tan popular, necesitamos meditar en qué hacer al respecto.
Es un hecho comprobado que quienes mejor detectan el dinero falsificado son los expertos en cómo se ve y se siente el dinero real. Así, un pastor puede fortalecer a su rebaño y protegerlos de ser engañados cuando les enseña fielmente acerca de la verdad. Considero que hay al menos tres formas en las que un pastor puede proteger al rebaño de las falsas enseñanzas del evangelio de la prosperidad desde el púlpito.
Primero, el pastor puede enseñar el lugar de la prosperidad. El pueblo de Dios necesita entender que el dinero, aunque es un medio para el sustento familiar (2Ts 3:10) y para bendecir a otros (Ef 4:28), no tiene ninguna relación con la salvación de una persona. Ninguna cantidad de dinero es “señal” de que la mano de Dios está sobre la vida de alguien. Por el contrario, la bendición de la salvación es para huérfanos y para reyes, pues Dios no hace acepción de personas. Además, el mensaje del predicador no se valida por su propia riqueza. Muchos predicadores de la prosperidad utilizan su propio patrimonio como prueba de que Dios los está bendiciendo y de que su mensaje es confiable.
Segundo, el pastor puede enseñar lo que la Biblia dice sobre la soberanía de Dios. Un pastor levantará a una congregación saludable y humilde si les enseña que Dios es soberano sobre todas las cosas, incluida la prosperidad. Aunque el hombre debe trabajar duro (Pro 6:6-8) y ser un mayordomo sabio (Pro 21:5), es Dios quien provee (Pro 10:22; Mt 6:32). Pablo enseñó que los cristianos deben ser generosos (2Co 9:6-15) y que es posible estar gozosos con poco o con mucho (Fil 4:12). La gracia de Dios se ve en el cuidado de Sus hijos, pero solo Él sabe exactamente cuánta riqueza material necesita cada uno.
Tercero, el pastor puede enseñar una visión bíblica de la eternidad. Lo que más contrarresta la enseñanza del evangelio de la prosperidad es una visión elevada del tiempo venidero. La iglesia quitará su vista de las cosas terrenales si tiene su vista puesta en lo celestial (Col 3:1-2). La mejor forma de invertir el tiempo presente es predicando el evangelio de Cristo, y aquellas iglesias que están enfocadas en su misión de hacer discípulos tendrán muy poco tiempo para pensar en las riquezas terrenales. Cuando el ministerio del evangelio es el centro, incluso el dinero se subordina a Cristo, convirtiéndose en una herramienta que puede usarse en el alcance de las naciones.
Los pastores pueden cuidar del rebaño de Cristo al enseñar las verdades del evangelio bíblico y exponer los errores de la doctrina de la prosperidad. Todo a través de la inerrante Palabra de Dios.
Pastores celosos En conclusión, se necesita de pastores que sean celosos de la verdad para predicar las verdades bíblicas y detener la epidemia del evangelio de la prosperidad. Por eso vale tanto la pena que más iglesias se involucren en ayudar a pastores a enseñar las verdades de la Biblia y corregir el error. Muchos misioneros, particularmente en África y Latinoamérica, experimentan la terrible influencia del evangelio de la prosperidad en sus iglesias y necesitan de nuestra ayuda. ¿Oraremos por ellos?
Este artículo se publicó originalmente en For the gospel. Costi W. Hinn es pastor ejecutivo de la iglesia Mission Bible en Tustin, California.
La iglesia de hoy, la iglesia «de Jesucristo», se esfuerza mucho por parecerse lo más posible a la cultura, en lugar de huir de esas cosas.
Durante décadas, ha sido popular para los líderes de la iglesia hacer que la gente venga a la iglesia y se sienta como si estuviera en algún evento mundano. La iglesia se ha vuelto amigable con el pecador en lugar de asustar al pecador. Se ha convertido en afirmadora en lugar de condenatoria, sentimental en lugar de teológica, informal en lugar de solemne, entretenida en lugar de edificante, engañosa en lugar de honesta, frívola en lugar de cultual… ya nos hacemos una idea.
A las iglesias no les gusta la idea de que son una ofensa para la cultura, y piensan que si pueden acercarse a todo lo que la gente disfruta en la cultura, de alguna manera podrán ganársela.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Hay corrientes filosóficas que nos han empujado en esta dirección, como el pragmatismo. El pragmatismo es una filosofía que dice que el valor de cualquier cosa viene determinado por sus consecuencias prácticas. Eso es un poco diferente de otra corriente filosófica, el utilitarismo. El utilitarismo dice que la utilidad es la norma de lo que es bueno. Si funciona, si produce el efecto deseado, entonces lo hacemos. Esta es la filosofía.
La iglesia, por extraño que parezca, ha comprado en la filosofía del pragmatismo y el utilitarismo y decidió que si atrae a una multitud, es bueno; y si funciona, vamos a usarlo, incluso si no logra ser una separación del mundo.
Así que la iglesia se ha adaptado al mundo pagano. Los líderes de la iglesia hablan menos de teología y más de metodología. Hablan menos de doctrina y más de estrategia.
A medida que el mundo pagano se vuelve más hostil a la verdad de Dios, a medida que se vuelve más hostil al pueblo de Dios, las iglesias transigirán. Ya han demostrado que lo harán. Transigirán para ser más atractivas. No quieren ser perseguidas, no quieren ser rechazadas, no quieren ser ignoradas, no quieren ser perseguidas, y entonces se alinearan con las expectativas del mundo. Cortejarán al mundo siendo como el mundo.
Jesús le dice esto a la iglesia de Pérgamo:
12 Y escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: El que tiene la espada aguda de dos filos dice esto:
13 Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás. 14 Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación. 15 Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco. (Apocalipsis 2:12-15)
Tienes algunas personas allí que están jugando con la idolatría y la inmoralidad. Es algo así como Balaam, y es lo que los nicolaítas defienden. Hay gente que es arrastrada de nuevo a los pecados muy familiares de los cuales han sido liberados.
Balaam, según Deuteronomio 23, es un personaje del Antiguo Testamento. Era un famoso hechicero de un lugar llamado Pethor en Mesopotamia. Conocía al Dios de Israel – todo el mundo conocía al Dios de Israel por lo que el Dios de Israel había hecho al liberar a Su pueblo de Egipto. Pero Balaam era un hechicero que estaba en esto, como todos los hechiceros, por el dinero. Así que puso sus servicios esotéricos a disposición de cualquiera que le pagara.
Recuerdas la historia. Tres veces Balaam intenta maldecir a Israel, pero no puede hacerlo. Así que desarrolla otra estrategia. Si no puede maldecirlos, decide que los corromperá. Así que consiguió que un grupo de mujeres de Moab sedujeran a hombres judíos para que se casaran entre ellos; y así arrastró a esos hombres a una vida idólatra e inmoral en Moab. Volvieron a comer cosas sacrificadas a los ídolos, y volvieron a cometer idolatría – las mismas cosas que habían visto en Egipto.
La maldición no funcionó, pero la corrupción sí. La unión blasfema con el mundo destruyó el poder de Israel y le quitó su protección. El plan tuvo éxito. Pero Dios, en Números 24, intervino, castigando severamente a Israel y a los líderes y detuvo su caída.
Así que el punto que nuestro Señor está haciendo a la iglesia en Pérgamo es, “Ustedes tienen algunas personas allí que están actuando como Balaam, y los están seduciendo para que regresen a la misma cultura de la que han sido liberados, para que participen en su idolatría y su inmoralidad.” Algunos en Pérgamo estaban cayendo ante las seductoras sirenas de la cultura del diablo.
Hablando en términos prácticos, ¿cómo se veía esto? Algunos en la iglesia de Pérgamo estaban asistiendo a fiestas paganas con libertinaje e inmoralidad, y luego venían a la iglesia. Y aparentemente la iglesia no había tomado acción para confrontarlo y corregirlo.
¿Y que de los Nicolaítas? ¿Cuál era su problema? Era esencialmente lo mismo que los que seguían el error de Balaam. Estaba llevando a la gente de vuelta al mundo del que habían sido rescatados.
Dos de los primeros padres de la iglesia, Ireneo y Clemente de Alejandría, escribieron esto sobre los nicolaítas: “Viven vidas de indulgencia desenfrenada, abandonándose al placer como cabras, llevando una vida de autoindulgencia.”
La iglesia en Pérgamo tenía gente viviendo como paganos, y la iglesia había tolerado esta enseñanza y este compromiso, corrompiendo la casa del Señor. No estaban separados.
Así que Jesús ordena: “Arrepentíos.” Vuélvete y vete por el otro camino. Deja de tolerar el compromiso mundano.
Si usted tiene personas en su asamblea que vienen a adorar a Cristo y luego regresan y caen en los pecados de la cultura, usted debe confrontarlos. La iglesia de hoy no debe dejar de excluir a los incrédulos de la comunión del cuerpo de Cristo. Siempre nos alegramos cuando los no creyentes vienen y escuchan el mensaje, pero no pueden participar con el pueblo de Dios hasta que sean hijos de Dios.
La iglesia debe confrontar a los creyentes que profesan vivir vidas pecaminosas, que afirman haber sido liberados y redimidos del mundo, pero que literalmente viven como vive el mundo. Tienen que ser confrontados.
Si no hacemos eso, mira el “pues si no”: “pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca.” Esta es una iglesia al borde del juicio.
Ahora, por supuesto, queremos alcanzar. Queremos dar la bienvenida a los no creyentes para que escuchen el evangelio y sean redimidos. Queremos que los creyentes pecadores reciban gracia y abundante perdón. Pero no toleramos el pecado como si fuera aceptable, y no vivimos lo más cerca posible de la corrupción del mundo.
Sin falsificar la Palabra “Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Corintios 2:17).
No es cosa banal hablar a una congregación de almas inmortales acerca de las cosas de Dios. Pero la responsabilidad más importante de todas es hablar a un grupo de ministros como el que veo ante mí en estos momentos. Atraviesa mi mente la terrible sensación de que una sola palabra equivocada que arraigue en algún corazón y fructifique en el futuro desde algún púlpito puede ocasionar daños cuyo alcance desconocemos. Pero hay ocasiones en que la verdadera humildad se ve no tanto en las confesiones de nuestra debilidad en alta voz como al olvidarnos de nosotros por completo. Deseo olvidar mi ego en esta ocasión al dirigir mi atención a esta porción de la Escritura. Si no digo mucho acerca de mi sentimiento personal de insuficiencia, hazme el favor de creer que no es porque no lo tenga.
La expresión griega que se traduce como “falsificando” deriva de una palabra cuya etimología no halla consenso entre los lexicógrafos. Se refiere o bien a un comerciante que no lleva su negocio con honradez o a un vinatero que adultera el vino que pone a la venta. Tyndale la traduce como: “No somos de aquellos que mutilan y modifican la Palabra de Dios”. En la versión Rhemish leemos: “No somos como muchos, que adulteran la Palabra de Dios”. En la Versión Autorizada inglesa, al margen, leemos: “No somos como muchos, que utilizan con engaño la Palabra de Dios”.
En la construcción de la frase, el Espíritu Santo inspiró a S. Pablo para que declarara la verdad de forma negativa y positiva. Este tipo de construcción añade claridad al sentido de las palabras y las hace inequívocas, además de intensificar y fortalecer la aseveración que contienen. Se dan casos de construcciones similares en otros tres pasajes extraordinarios de la Escritura, dos en referencia a la cuestión del bautismo y uno con respecto a la cuestión del nuevo nacimiento (cf. Juan 1:13; 1 Pedro 1:23; 1 Pedro 3:21). Se hallará, pues, que el texto contiene lecciones tanto positivas como negativas para la instrucción de los ministros de Cristo. Unas cosas debemos evitarlas. Otras cosas debemos seguirlas.
La primera de las lecciones negativas es una clara advertencia contra la falsificación o la utilización engañosa de la Palabra de Dios. El Apóstol dice que “muchos” lo hacen, señalando que aun en su época había algunos que no trataban la verdad de Dios con honradez y fidelidad. Aquí tenemos una respuesta contundente para aquellos que afirman que la Iglesia primitiva era de una pureza sin adulterar. El misterio de la iniquidad había comenzado ya a obrar. La lección que se nos enseña es que debemos cuidarnos de cualquier aseveración falsa de esa Palabra de Dios que se nos ha encargado predicar. No debemos añadirle nada. Tampoco debemos quitar nada. Ahora bien, ¿cuándo se puede decir de nosotros que falsificamos la Palabra de Dios en la actualidad? ¿Cuáles son las rocas y bancos de arena que debemos esquivar si no queremos formar parte de los “muchos” que manipulan engañosamente la verdad de Dios? Pueden ser de utilidad unas cuantas indicaciones en cuanto a esto.
Falsificamos la Palabra de Dios de la forma más peligrosa cuando arrojamos cualquier sombra de duda sobre la inspiración plenaria de una parte de la Santa Escritura. Eso no es corromper meramente el vaso, sino toda la fuente. Eso no es meramente corromper el cubo del agua viva que declaramos presentar a nuestro pueblo, sino envenenar todo el pozo. Una vez equivocados en este punto, está en peligro toda la esencia de nuestra religión. Es una fisura en el fundamento. Es un gusano en la raíz de nuestra teología. Una vez que permitimos que ese gusano ataque la raíz, no debe sorprendernos que las ramas, las hojas y el fruto empiecen a decaer poco a poco. Soy muy consciente de que toda la cuestión de la inspiración está rodeada de dificultades. Lo único que quiero decir es que, en mi humilde opinión, a pesar de ciertas dificultades que no podemos resolver por ahora, la única postura segura y sostenible que podemos adoptar es esta: que cada capítulo, cada versículo y cada palabra de la Biblia han sido “[inspirados] por Dios”. Jamás debiéramos abandonar ningún principio teológico, como tampoco lo hacemos con los principios científicos, a causa de las aparentes dificultades que no podemos eliminar en la actualidad.
Permítaseme mencionar una analogía de este importante axioma. Aquellos que están familiarizados con la astronomía saben que antes del descubrimiento de Neptuno había dificultades que preocupaban mucho a la mayoría de los astrónomos científicos con respecto a ciertas aberraciones del planeta Urano. Esas aberraciones confundían las mentes de los astrónomos y algunos de ellos indicaron que quizá podrían demostrar que el sistema newtoniano no era cierto. Pero, por aquella época, un conocido astrónomo francés llamado Leverrier leyó ante la Academia de la Ciencia un artículo en el que establecía el gran axioma de que no convenía a un científico renunciar a un principio a causa de las dificultades que no podían explicarse. Decía en concreto: “No podemos explicar las aberraciones de Urano por ahora; pero estamos seguros de que tarde o temprano se demostrará que el sistema newtoniano es correcto. Quizá se descubra algo un día que demuestre que estas aberraciones son explicables a la vez que el sistema newtoniano sigue siendo cierto y permanece inalterado”. Unos años después, los angustiados ojos de los astrónomos descubrieron el último gran planeta: Neptuno. Se demostró que este planeta era la verdadera causa de todas las aberraciones de Urano, y lo que el astrónomo francés había establecido como un principio científico se verificó como algo sabio y cierto. La aplicación de la anécdota es obvia. Tengamos cuidado de no renunciar a ningún principio teológico básico. No renunciemos al gran principio de la inspiración plenaria debido a las dificultades que se planteen. Quizá llegue el día en que estas se resuelvan. Mientras tanto, podemos estar seguros de que las dificultades a las que se enfrenta cualquier otra teoría son diez veces mayores que aquellas a la que se enfrenta la nuestra.
En segundo lugar, falsificamos la Palabra de Dios cuando planteamos afirmaciones doctrinales equivocadas. Esto lo hacemos al añadir a la Biblia las opiniones de la Iglesia o de los Padres como si tuvieran la misma autoridad. Lo hacemos cuando sustraemos cosas de la Biblia a fin de complacer a los hombres o cuando, por un sentimiento de falsa liberalidad, evitamos cualquier afirmación que suene radical, dura o estrecha. Lo hacemos al intentar suavizar cualquier cosa que se enseñe con respecto al castigo eterno o a la realidad del Infierno. Lo hacemos cuando proponemos doctrinas de forma desproporcionada. Todos tenemos doctrinas favoritas y nuestras mentes están constituidas de tal forma que es difícil ver una verdad claramente sin olvidar que existen otras verdades igualmente importantes. No debemos olvidar la exhortación de Pablo a ministrar “conforme a la medida de la fe”. Lo hacemos cuando exhibimos un deseo excesivo de encubrir, defender y matizar doctrinas como la justificación por la fe sin las obras de la Ley por miedo a las acusaciones de antinomianismo; o cuando huimos de afirmaciones acerca de la santidad por miedo a que se nos considere legalistas. No lo hacemos menos cuando eludimos utilizar el lenguaje bíblico al mencionar las doctrinas. Tendemos a relegar expresiones como “nuevo nacimiento”, “elección”, “adopción”, “conversión”, “seguridad” y a utilizar circunloquios, como si nos avergonzáramos del lenguaje claro de la Biblia. No puedo extenderme en estas afirmaciones por falta de tiempo. Me doy por satisfecho con mencionarlas y dejarlas para tu reflexión personal.
En tercer lugar, falsificamos la Palabra de Dios cuando la aplicamos de forma equivocada. Lo hacemos al no discriminar entre clases en nuestras congregaciones, cuando nos dirigimos a todos como poseedores de la gracia en razón de su bautismo o su pertenencia a la iglesia y no trazamos una línea entre los que tienen el Espíritu y los que no. ¿No somos propensos a relegar los llamamientos claros a los inconversos? Cuando tenemos a 800 ó 2000 personas ante nuestro púlpito y sabemos que una gran proporción de ellas son inconversas, ¿no tendemos a decir “si hay alguno que no conozca las cosas necesarias para su paz eterna…”, cuando más bien debiéramos decir “si hay alguno que no tenga la gracia de Dios en él…”? ¿Y no corremos el peligro de manejar defectuosamente la Palabra en nuestras exhortaciones prácticas al no dejar claro lo que dice la Biblia a las diversas clases que forman parte de nuestra congregación? Hablamos claramente a los pobres; ¿pero hablamos también claramente a los ricos? ¿Hablamos claramente al dirigirnos a las clases altas? Este es un punto respecto al cual me temo que necesitamos examinar nuestras conciencias.
Pasemos ahora a las lecciones positivas que contiene el texto: “Sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”. Bastará con unas cuantas palabras respecto a cada apartado. Deberíamos tener el propósito de hablar “con sinceridad” —sinceridad de propósito, de corazón y de motivaciones—; de hablar como quienes están profundamente convencidos de la verdad de lo que dicen, como quienes tienen fuertes sentimientos y un amor tierno hacia aquellos a quienes nos dirigimos. Deberíamos tener el propósito de hablar “como de parte de Dios”. Deberíamos intentar sentirnos como hombres a los que se ha encargado hablar en nombre de Dios y en su lugar. En nuestro pavor a caer en el romanismo, con demasiada frecuencia olvidamos el lenguaje del Apóstol: “Honro mi ministerio”. Olvidamos cuán grande es la responsabilidad del ministro del Nuevo Pacto y lo terrible que es el pecado de aquellos que, cuando un verdadero ministro de Cristo se dirige a ellos, se niegan a recibir su mensaje y endurecen sus corazones contra Él..
Deberíamos tener el propósito de hablar “delante de Dios”. No debemos preguntarnos a nosotros mismos qué habrá pensado la gente de mí, sino cómo me habrá visto Dios. Latimer recibió en cierta ocasión el llamamiento a predicar ante Enrique VIII y comenzó su sermón de la siguiente forma. (Lo cito de memoria, no pretendo tener una precisión literal): “¡Latimer! ¡Latimer! ¿Recuerdas que estás hablando ante el excelso y poderoso rey Enrique VIII; ante aquel que tiene poder para enviarte a prisión, ante aquel que puede ordenar que te decapiten si así le place? ¿Tendrás cuidado de no decir nada que ofenda a sus regios oídos?”. Entonces, tras una pausa, prosiguió: “¡Latimer! ¡Latimer! ¿No recuerdas que estás hablando ante el Rey de reyes y Señor de señores, ante Aquel al que deberá presentarse Enrique VIII; ante Aquel al que tú mismo tendrás que rendir cuentas un día? ¡Latimer! ¡Latimer! Sé fiel al Señor y declara toda la Palabra de Dios”. ¡Oh!, que este sea el espíritu con que nos retiremos siempre de nuestros púlpitos: no preocupándonos de si los hombres quedan satisfechos o descontentos, no preocupándonos de si los hombres dicen que hemos sido elocuentes o débiles; sino con el testimonio de nuestra conciencia de que hemos hablado como delante de Dios.
Por último, deberíamos tener el propósito de hablar “en Cristo”. El significado de esta frase no está claro. Grotius dice lo siguiente: “Debemos hablar en su nombre, como embajadores”. Pero Grotius tiene poca autoridad. Beza dice: “Debemos hablar acerca de Cristo, con respecto a Cristo”. Esto es buena doctrina, pero difícilmente el significado de las palabras. Otros dicen: debemos hablar como unidos a Cristo, como aquellos que han recibido la misericordia de Cristo y cuyo único derecho a dirigirse a los demás procede de Cristo. Otros dicen: debemos hablar como a través de Cristo, con la fortaleza de Cristo. Quizá este sea el mejor sentido. La expresión en el griego corresponde exactamente a la de Filipenses 4:13: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. No importa el significado que atribuyamos a estas palabras, hay una cosa clara: debemos hablar en Cristo, como quienes han recibido misericordia, como quienes no desean exaltarse a sí mismos sino al Salvador y como quienes no se preocupan por lo que puedan decir los hombres con tal que Cristo sea magnificado en sus ministerios. En resumen, todos deberíamos preguntarnos: ¿Manejamos alguna vez engañosamente la Palabra de Dios? ¿Comprendemos lo que es hablar como de parte de Dios, delante de Dios y en Cristo? Permítaseme plantear ante todos una pregunta escrutadora. ¿Hay algún texto en la Palabra de Dios que rehuimos exponer? ¿Hay alguna afirmación en la Biblia de la que evitamos hablar a nuestra congregación no porque no la entendamos, sino porque contradice alguna idea que nos gusta con respecto a lo que es la Verdad? Si es así, preguntemos a nuestras conciencias si estamos manejando la Palabra de Dios engañosamente.
¿Hay algo en la Biblia que releguemos por temor a sonar duros y a ofender a parte de nuestra audiencia? ¿Hay alguna afirmación, ya sea doctrinal o práctica, que mutilemos o desmembremos? Si es así, ¿estamos tratando con honradez la Palabra de Dios? Oremos para ser guardados de falsificar la Palabra de Dios. Que ni el temor al hombre ni su favor nos induzcan a relegar, evitar, cambiar, mutilar o matizar texto alguno de la Biblia. Sin duda, cuando hablamos como embajadores de Dios, debemos hacerlo con santo denuedo. No tenemos motivo alguno para avergonzarnos de cualquier afirmación que hagamos desde nuestros púlpitos siempre que sea conforme a la Escritura. A menudo he pensado que uno de los grandes secretos del maravilloso honor que Dios ha puesto sobre un hombre que no se encuentra en nuestra denominación (me refiero al Sr. Spurgeon) es la extraordinaria valentía y confianza con que habla desde el púlpito a las personas de sus pecados y de sus almas. No se puede decir que lo haga por miedo a alguien o por complacer a alguien. Parece dar lo que le corresponde a cada clase de oyente: al rico y al pobre, al de clase elevada y al de clase baja, al noble y al campesino, al erudito y al analfabeto. Trata a cada uno con claridad, según la Palabra de Dios. Creo que esa misma valentía tiene mucho que ver con el éxito que a Dios le ha complacido dar a su ministerio. No nos avergoncemos de aprender una lección de él en este aspecto. Vayamos y hagamos lo mismo.
Ryle, J. C. (2003). Advertencias a las iglesias (D. C. Williams, Trad.; Primera edición, pp. 28-35). Editorial Peregrino.
Arminio rechazó enfáticamente el pelagianismo en lo tocante a las consecuencias del pecado de Adán en su descendencia. Hablando acerca del hombre en su estado caído, Arminio declara que su libre albedrío en lo que respecta al verdadero Dios, no sólo se encuentra “herido, mutilado, enfermizo, debilitado; sino que también ha sido hecho cautivo, destruido y perdido”; de tal manera que el libre albedrío humano es totalmente inútil “a menos que sea asistido por la gracia”.
Según Arminio, debido al oscurecimiento del entendimiento y la perversidad del corazón, el hombre ha quedado en un estado de impotencia moral. “La voluntad del hombre no es libre de hacer ningún bien a menos que sea… libertada por el Hijo de Dios a través del Espíritu de Dios.”
Más aún, para manifestar su completo acuerdo con Agustín, Arminio comenta lo siguiente acerca del texto de Juan 15:5: “Separados de mí nada podéis hacer”: “Después de haber meditado diligentemente en cada una de las palabras de este pasaje, Agustín comenta de esta forma: ‘Cristo no dice, Sin mi sólo pueden hacer poco; tampoco dice, Sin mí no podréis hacer ningún trabajo arduo, ni tampoco Sin mí haríais las cosas con dificultad: Sino que dice, Sin mí nada podéis hacer’”.
En cuanto a esto, Arminio parece estar de acuerdo con Agustín, Lutero y Calvino. De hecho, Arminio tenía en muy alta estima los comentarios de Calvino y su Institución de la Religión Cristiana (él recomendaba a sus estudiantes hacer un amplio uso de los comentarios de Calvino).
El punto controversial radica en el hecho de que Arminio enseñaba que, aunque la gracia de Dios es necesaria para la salvación, no asegura la salvación de nadie; en otras palabras, la gracia es una condición necesaria, pero no suficiente.
Arminio declara: “Toda persona no regenerada posee una voluntad libre, y la capacidad de resistir al Espíritu Santo, de rechazar la gracia de Dios que le es ofrecida, de menospreciar el consejo de Dios contra sí mismos, de rehusar aceptar el Evangelio de la gracia, y de no abrirle a aquel que toca la puerta de su corazón”.
De modo que si el pecador no responde al llamado, la culpa es enteramente suya (en eso todos estamos de acuerdo); pero ¿qué si acepta? En otras palabras ¿quién es, a final de cuentas, el que tiene la decisión de la salvación en sus manos? Por implicación, según Arminio la salvación depende, en última instancia, de la decisión humana y no de la soberanía de Dios. La gracia de Dios es una condición necesaria para la salvación, pero no es una condición suficiente.
Arminio intenta aclarar su posición teológica a aquellos que le adversan con esta ilustración: Imaginemos a un hombre rico que ayuda con sus bienes a un pordiosero para que éste pueda mantener a su familia. ¿Dejaría de ser un regalo de pura gracia por el hecho de que el mendigo tenga que extender su mano para recibir lo que se le ofrece? ¿Pudiéramos decir con propiedad que la limosna depende parcialmente de la liberalidad del donante, y parcialmente de la libertad del receptor, por el hecho de que este último tiene que extender su mano para recibir el beneficio? Si no es así, cuanto menos podemos decirlo del don de la fe.
El problema de este símil es que presupone una necesidad que el mendigo tiene conscientemente y la cual él desea suplir; mientras que en el caso del pecador, éste no desea, sino que rechaza con todas sus fuerzas, el don que se le ofrece gratuitamente en Cristo. Al igual que en el caso del mendigo, el pecador tiene que extender sus manos hacia Dios para recibir el don; pero, según el Calvinismo, éste sólo podrá hacerlo si Dios cambia la disposición de su corazón.
En cuanto a la predestinación, tanto uno como los otros afirmaban que la predestinación para salvación era una enseñanza bíblica; pero, mientras el calvinismo afirma que los elegidos ejercen fe porque fueron predestinados por Dios desde antes de la fundación por el puro afecto de Su voluntad (como enseña claramente Pablo en Ef. 1:3-6), Arminio enseñaba más bien que Dios predestinó a todos aquellos que Él sabía de antemano que iban a creer. Así que el foco del debate no era si había predestinación o no, sino más bien en cuál era la base de dicha predestinación.
A pesar de eso, en 1603 Arminio fue llamado a asumir la cátedra de teología en la Universidad de Leyden, donde sus doctrinas opuestas al calvinismo fueron más conocidas aún. Esto trajo como consecuencia un enfrentamiento con los calvinistas, de manera particular con otro profesor de la facultad, Francisco Gomaro. Este debate fue subiendo de tono, a tal punto que tuvo ramificaciones políticas.
Luego de la muerte de Arminio, en 1609, sus puntos de vista fueron sistematizados por su pupilo y sucesor en Leyden, Simón Episcopio. Al ser acusados de herejía, en 1610 los seguidores de Arminio presentaron a los Estados de Holanda un Memorial de Protesta (Remonstrance en inglés, por lo que fueron llamados “remonstrantes”), en el que planteaban su posición, incluyendo en la segunda parte los cinco puntos de su propia doctrina.
Estos artículos fueron firmados por 46 ministros remonstrantes. Los calvinistas, por su parte, emitieron una contra protesta. Pero, como no llegaban a un acuerdo, finalmente se decidió resolver la disputa mediante un Sínodo al que fueron invitados casi todas las iglesias nacionales reformadas.
Éste fue celebrado en Dordrecht desde el 13 de Noviembre de 1618 hasta el 9 de mayo de 1619. Estuvieron presentes 84 miembros y 18 comisionados seculares del Palatinado, Hesse, Nassau, Frieslandia Oriental, Bremen, Emden, Inglaterra, Escocia, Ginebra y Suiza alemana.
Los Cánones del Sínodo de Dort condenaron la posición arminiana, a la vez que presentaron cinco puntos contrarios, que han sido conocidos como los cinco puntos del Calvinismo.
Por un lado declaran que el hecho de que “sólo algunos de entre los miembros de la raza humana pecadora alcancen la fe, debe atribuirse al Consejo eterno de Dios. Dios eligió en Cristo un número definido de seres humanos para la salvación, en tanto que, en su justicia, dejó a los demás entregados a la perdición.”
En cuanto a la eficacia de la muerte de Cristo, afirman que ésta “es suficiente para expiar los pecados de todo el mundo.” Sin embargo, su obra de expiación está limitada en el hecho de que Dios tenía la intención de que fuese eficaz solamente para quienes “fueron elegidos desde la eternidad para salvación.”
También afirman la total depravación de la raza humana, así como la gracia irresistible de Dios. “Finalmente, los Cánones enseñan que Dios preserva a los elegidos de tal modo que no caen de su gracia. En esto también se atribuye la gloria Dios; permanecemos en la gracia, no por el poder de nuestra voluntad, sino porque, por su gracia, Dios ‘inicia, preserva, continúa y perfecciona su obra en nosotros’.”
Repetidas veces los calvinistas del Sínodo acusaron a los remonstrantes de enseñar las doctrinas de Pelagio, a pesar de que tanto Arminio como sus seguidores se empeñaron en condenar el pelagianismo. Estrictamente hablando los arminianos podían ser catalogados de ser semipelagianos; pero es probable que los teólogos del Sínodo hayan tenido en mente la conexión que existe entre ambas posturas.
No obstante, el arminianismo no murió allí. Sus doctrinas fueron asimiladas por los bautistas generales en Inglaterra, los menonitas holandeses y, un poco más tarde, por el metodismo wesleyano (aunque este último se aleja aún más de la doctrina reformada de la salvación). Hoy día es la doctrina de la mayoría de las iglesias en América.
El calvinismo es una rama del protestantismo que se originó en el siglo XVI como resultado de las enseñanzas y reformas propuestas por el teólogo francés Juan Calvino. Esta corriente religiosa tuvo un impacto significativo en Europa durante la Reforma Protestante y dejó una huella duradera en la teología, la política y la sociedad de la época.
El calvinismo se caracteriza por su énfasis en la soberanía de Dios y la predestinación. Según esta doctrina, Dios predestina a algunas personas a la salvación y a otras a la condenación, sin que su voluntad o acciones influyan en esta elección. Además, los calvinistas creen en la autoridad suprema de la Biblia, la depravación total del ser humano debido al pecado original y la necesidad de la gracia divina para la salvación. Esta corriente también promueve una ética de trabajo y frugalidad, conocida como «ética protestante del trabajo«, que ha sido ampliamente estudiada e influyente en el desarrollo del capitalismo.
Definición del calvinismo: doctrina teológica
El calvinismo es una doctrina teológica que se originó en el siglo XVI con la figura de Juan Calvino. Esta corriente religiosa forma parte de la tradición protestante y se basa en las enseñanzas de la Biblia, especialmente en la interpretación de la predestinación y la soberanía de Dios.
Historia del calvinismo: origen y desarrollo
El calvinismo es una corriente del protestantismo que se originó en el siglo XVI, durante la Reforma Protestante liderada por el teólogo francés Juan Calvino. Esta corriente religiosa se basa en los principios de la predestinación y la soberanía absoluta de Dios.
A lo largo de la historia, el calvinismo ha tenido un impacto significativo en distintas regiones del mundo. Durante el siglo XVI, se expandió rápidamente por Suiza, Francia, Escocia, Países Bajos y partes de Alemania. En el ámbito político, el calvinismo influyó en la formación de estados protestantes y en el fortalecimiento de movimientos independentistas.
El desarrollo del calvinismo también estuvo marcado por la creación de iglesias reformadas y la influencia de sus líderes. Juan Calvino, con su obra «Institución de la religión cristiana», sentó las bases teológicas de esta corriente y estableció una disciplina eclesiástica rigurosa.
A lo largo de los años, el calvinismo se expandió por diferentes regiones de Europa y tuvo un impacto significativo en la política, la sociedad y la cultura de esos lugares. Países como Escocia, Holanda, Francia e Inglaterra adoptaron el calvinismo como su doctrina oficial.
Características del calvinismo: predestinación y soberanía de Dios
El calvinismo es una doctrina teológica que se basa en la predestinación y la soberanía de Dios. Esta corriente ha dejado un legado duradero en la historia del cristianismo y ha influido en la forma en que muchas comunidades religiosas entienden la fe y la salvación.
El calvinismo se originó en el siglo XVI y se basa en la predestinación y la soberanía absoluta de Dios. Ha tenido un impacto significativo en la historia y ha influido en la formación de estados protestantes y en el desarrollo de movimientos independentistas. Además, el calvinismo destaca por su énfasis en la gracia divina, su ética del trabajo y su creencia en la prosperidad como señal de bendición divina.
El calvinismo se distingue por varias características centrales. Una de ellas es la doctrina de la predestinación, que enseña que Dios ha elegido de antemano a ciertas personas para la salvación eterna. Esta creencia se basa en la idea de la soberanía absoluta de Dios sobre el destino humano.
Otra característica clave del calvinismo es la creencia en la soberanía de Dios en todas las áreas de la vida. Según esta perspectiva, Dios tiene control absoluto sobre todo lo que sucede en el mundo y todo lo que ocurre está de acuerdo con su voluntad.
El calvinismo también enfatiza la importancia de la ética y la disciplina en la vida de los creyentes. Los seguidores del calvinismo suelen poner énfasis en la responsabilidad personal y la moralidad en todas las áreas de la vida, incluyendo el trabajo, las finanzas y la sociedad en general.
El calvinismo es una corriente teológica que destaca la predestinación y la soberanía de Dios. Su influencia ha sido significativa en la historia del protestantismo y ha dejado una marca duradera en las creencias y prácticas religiosas de muchas personas en todo el mundo.
Características principales del calvinismo podrían resumirse en:
Predestinación: El calvinismo sostiene que Dios ha predestinado a algunas personas para la salvación y a otras para la condenación, sin que la voluntad humana tenga influencia en esta elección divina.
Soberanía absoluta de Dios: Los calvinistas creen que Dios tiene control absoluto sobre todas las cosas, incluyendo la salvación y el destino de cada persona.
Teología de la gracia: El calvinismo enfatiza la necesidad de la gracia divina para la salvación, argumentando que los seres humanos son incapaces de alcanzar la salvación por sus propios méritos.
Ética del trabajo: Los seguidores del calvinismo valoran el trabajo y la prosperidad económica como señales de bendición divina. Esta idea se conoce como «ética del trabajo calvinista» o «espíritu del capitalismo».
Influencia del calvinismo en la Reforma Protestante
El calvinismo es una corriente teológica y religiosa que se originó en el siglo XVI como parte de la Reforma Protestante. Fue fundada por Juan Calvino, teólogo y reformador suizo, quien desarrolló una doctrina que tuvo una gran influencia en el protestantismo.
El calvinismo es una corriente teológica que tuvo un impacto significativo en la Reforma Protestante. Su doctrina de la soberanía de Dios en la salvación, así como sus características distintivas, han dejado una huella duradera en la historia y el pensamiento religioso.
Importancia de la ética calvinista en el desarrollo del capitalismo
El calvinismo, también conocido como la doctrina de la predestinación, es una corriente del protestantismo que fue fundada por el teólogo francés Juan Calvino en el siglo XVI. Esta corriente religiosa tuvo un gran impacto en el desarrollo del capitalismo y la ética de trabajo que lo caracteriza.
El calvinismo promueve una ética de trabajo rigurosa y disciplinada, basada en la creencia de que el éxito material y la prosperidad son señales de la elección divina. Los seguidores del calvinismo consideran que el trabajo duro, el ahorro y la acumulación de riqueza son expresiones de la voluntad de Dios.
Además, el calvinismo enfatiza la importancia de la educación y la formación académica, ya que los creyentes deben estudiar la Biblia y desarrollar una comprensión sólida de la doctrina calvinista.
El calvinismo ha tenido un impacto duradero en el desarrollo del capitalismo a través de su ética de trabajo, su énfasis en la responsabilidad individual y su creencia en la predestinación divina. Esta corriente religiosa ha influenciado en la forma en que las sociedades occidentales han entendido el éxito material y la acumulación de riqueza.
Diversas ramas del calvinismo: puritanismo, presbiterianismo, etc
El Calvinismo es una corriente teológica cristiana que se originó en el siglo XVI con la obra del teólogo francés Juan Calvino. Esta corriente tuvo una gran influencia en la Reforma Protestante y se caracteriza por su énfasis en la soberanía de Dios, la predestinación y la autoridad de las Escrituras.
El Calvinismo ha tenido una influencia significativa en la teología cristiana y ha dado origen a diversas ramas, como el puritanismo, el presbiterianismo y otras corrientes reformadas.
Legado del calvinismo en la sociedad moderna
El calvinismo es una rama del protestantismo que se basa en las enseñanzas del teólogo francés Juan Calvino. Esta corriente religiosa tuvo un gran impacto en la sociedad moderna y dejó un legado duradero en diferentes aspectos de la vida cotidiana.
El calvinismo se extendió rápidamente por Europa, especialmente en países como Suiza, Escocia, Países Bajos y Francia. También tuvo un impacto significativo en las colonias europeas de América del Norte, donde influyó en el desarrollo de la sociedad y las instituciones.
El calvinismo ha dejado un legado profundo en la sociedad moderna, tanto en términos de su influencia religiosa como en aspectos como la ética del trabajo y las formas de gobierno en algunas regiones. Su énfasis en la soberanía de Dios y la predestinación ha generado debates teológicos y ha influido en el pensamiento religioso y filosófico de muchas personas a lo largo de los siglos.
Bibliografía consultada:
1. Enciclopedia Britannica – Calvinismo
2. History.com – Calvinismo
3. Theopedia – Calvinismo
Preguntas frecuentes
1. ¿Qué es el calvinismo?
El calvinismo es una rama del protestantismo que sigue las enseñanzas del teólogo reformista Juan Calvino.
2. ¿Cuál es la historia del calvinismo?
El calvinismo surgió en el siglo XVI durante la Reforma Protestante y tuvo una influencia significativa en Europa.
3. ¿Cuáles son las características principales del calvinismo?
Las principales características del calvinismo incluyen la predestinación, la autoridad de la Biblia y la soberanía de Dios.
4. ¿En qué países se encuentra principalmente el calvinismo?
El calvinismo ha tenido una influencia particularmente fuerte en países como Suiza, Escocia, Países Bajos y Estados Unidos.
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La noche antes de morir, mientras Jesús miraba a Sus doce discípulos, y más allá de ellos a los miles de millones que un día le seguirían, oró por una unidad que llamaría la atención del mundo: «para que todos sean uno. Como Tú, oh Padre, estás en Mí y Yo en Ti» (Jn 17:21). Padre, toma a judíos y gentiles, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, y haz que sean uno. La unidad enviada del cielo fue Su gran oración por nosotros.
Y, sin embargo, solo unos momentos antes, expresó otra petición que le da a la unidad cristiana una tensión y característica fuerte: «Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad» (Jn 17:17). Padre, toma a estos discípulos y átalos por tu palabra. La verdad dada por el Espíritu también fue Su gran oración por nosotros.
Jesús quiere que Su iglesia sea una, y que sea sabia. Quiere que amemos a todo Su pueblo, y que atesoremos toda Su palabra. Quiere que ofrezcamos una ilustración terrenal de la unidad trinitaria, y un testimonio terrenal de la verdad trinitaria.
Pocos cristianos e iglesias mantienen de forma natural una comprensión equilibrada de ambas oraciones: tendemos a desviarnos hacia una «unidad» que erosiona la verdad, o hacia una «verdad» que destruye la unidad. Por eso, a menudo necesitamos recalibrarnos: nuestro ecumenista interior necesita más firmeza; nuestro despiadado vigilante interior necesita menos dureza.
Jesús quiere que Su iglesia sea una, y que sea sabia. Quiere que amemos a todo Su pueblo, y que atesoremos toda Su palabra
Para ello, puede ayudar una herramienta antigua, rearticulada y clarificada en las últimas décadas: el triaje teológico.
¿Qué es el triaje teológico? El triaje teológico —término acuñado por Albert Mohler en 2005— trata de organizar la verdad cristiana en distintos niveles, desde las doctrinas esenciales hasta las enseñanzas más periféricas. En un reciente y útil libro, por ejemplo, Gavin Ortlund ofrece el siguiente modelo cuádruple:
Las doctrinas de primer rango son esenciales al evangelio mismo. Las doctrinas de segundo rango son urgentes para la salud y práctica de la iglesia de tal manera que frecuentemente causan que los cristianos se separen a nivel de iglesia local, denominacional y/o ministerial. Las doctrinas de tercer rango son importantes para la teología cristiana, pero no lo suficiente como para justificar la separación o la división entre cristianos. Las doctrinas de cuarto rango son poco importantes para nuestro testimonio evangélico y nuestra colaboración en el ministerio (Escoge tus batallas, p. 19). El triaje teológico aplicado correctamente no justifica la indiferencia hacia las doctrinas que están por debajo del primer nivel. Toda la Escritura posee el aliento de Dios (2 Ti 3:16) de modo que, cuando Jesús oró para que fuéramos santificados «en la verdad», se refería a toda ella, hasta la tilde y letra más pequeña (Mt 5:18).
Sin embargo, la Escritura misma trata algunas doctrinas como más fundamentales que otras, y el triaje teológico trata de seguir ese ejemplo. Así como Jesús habló de los «preceptos más importantes de la ley» (Mt 23:23), y como Pablo habló del evangelio «en primer lugar» (1 Co 15:3), el triaje teológico trata de diferenciar las doctrinas más importantes de las que tienen menos urgencia. (De ahí que Mohler utilice la ilustración del triaje: Los médicos de urgencias tratan las heridas de bala de forma diferente a los esguinces de tobillo).
El beneficio principal, como veremos, es el equilibrio y la sabiduría en nuestra búsqueda de la unidad. No minimizamos montañas ni magnificamos granos de arena.
Ciencia y arte Del mismo modo que en un contexto médico, el proceso de triaje suele ser complejo. No siempre discerniremos inmediatamente si una doctrina encaja en el primer nivel (dividir a los cristianos de los no cristianos), en el segundo nivel (dividir a las iglesias locales, denominaciones o ministerios) o en el tercer nivel (no dividir nada). El triaje es tanto ciencia como arte; requiere tanto percepción intelectual como sabiduría espiritual; se basa tanto en un juicio cuidadoso como en un instinto piadoso.
Por ejemplo, una misma doctrina puede encajar en una categoría diferente dependiendo de la situación. Como observa Ortlund, el tema de los dones espirituales a veces encaja en el segundo nivel, pero no siempre. Actualmente, un cesacionista convencido asiste alegremente a la iglesia continuista en la que sirvo.
El triaje teológico trata de organizar la verdad cristiana en distintos niveles, desde las doctrinas esenciales hasta las enseñanzas más periféricas
Los contextos culturales o misiológicos también influyen en la práctica del triaje. Las iglesias nuevas en fronteras no alcanzadas, junto con algunos equipos misioneros, pueden rebajar algunas doctrinas típicas de segundo nivel al tercer nivel. En Estados Unidos, los ancianos de una iglesia podrían limitar la membresía a aquellos que han sido bautizados como creyentes; en Afganistán, podrían no hacerlo, o podrían no hacerlo todavía (sabiamente).
En ocasiones, incluso evaluar desacuerdos de primer orden exige sabiduría. Una persona puede rechazar la justificación por la fe porque no la entiende; otra puede rechazar la doctrina porque la entiende y la odia. La primera situación requiere una enseñanza cuidadosa y una evaluación posterior, mientras que la segunda no.
Podrían mencionarse más complejidades (puedes ver el artículo de Joe Rigney en inglés, How to Weigh Doctrines for Christian Unity), pero estas bastan para mostrar la necesidad de humildad, paciencia y sabiduría colectiva en lugar de reflejos individuales. En el Nuevo Testamento se habla de una pluralidad de ancianos en las iglesias locales, y con razón. El triaje teológico se realiza mejor en un grupo de pastores con discernimiento espiritual, hombres que tienen los ojos puestos en el rebaño y son sabios en cuanto a las necesidades, peligros y oportunidades de su contexto local.
Al igual que los médicos de urgencias necesitan algo más que conocimientos médicos para practicar bien el triaje, los ancianos de una iglesia necesitan algo más que conocimientos bíblicos para hacer lo mismo. Necesitan conocer no solo el canon de las Escrituras, sino también el caso que tienen delante y el contexto que les rodea. Necesitan preguntarse: «Considerando todas las cosas, ¿vale la pena dividirse por esta doctrina en este momento?».
Tres pruebas de triaje En su libro When Doctrine Divides the People of God [Cuando la doctrina divide al pueblo de Dios], Rhyne Putman ofrece tres pruebas para ayudar al proceso de discernimiento (pp. 220-39):
La prueba hermenéutica: cuanto más claramente enseña la Biblia una doctrina, más probable es que pertenezca a un nivel superior. La prueba del evangelio: cuanto más central es una doctrina para el evangelio, más probable es que pertenezca a un nivel superior. La prueba de la praxis: cuanto más afecta una doctrina a la práctica de una iglesia, más probable es que pertenezca a un nivel superior. Estas tres pruebas no responderán a todas las preguntas, pero ofrecen un punto de partida. Considera dónde encajan algunas doctrinas comunes después de pasarlas por la hermenéutica, el evangelio y la praxis:
Doctrinas como la deidad de Cristo y la Trinidad (claras hermenéuticamente y centrales para el evangelio) pertenecen al primer nivel. Doctrinas relacionadas con el bautismo, la cena del Señor y el llamado de hombres y mujeres (menos claras hermenéuticamente, pero aún cerca del evangelio y dando forma a la praxis de una iglesia) usualmente pertenecen al segundo nivel. Doctrinas como la edad de la tierra o la naturaleza y el momento del reinado milenario de Cristo (menos claras hermenéuticamente, menos conectadas al evangelio y menos importantes para la praxis de una iglesia) suelen pertenecer al tercer nivel. Sin embargo, una vez más, cada categoría admite complejidad, lo que exige que las iglesias practiquen el triaje a la luz de los casos individuales y de su contexto más amplio.
¿Por qué practicar el triaje teológico? Si el triaje teológico conlleva tal complejidad, ¿por qué practicarlo? Porque, con toda probabilidad, solo un hábito como este mantendrá nuestros latidos al ritmo de la petición que Jesús hizo en Juan 17. Solo a medida que distingamos doctrinas aprenderemos a evitar los peligros del maximalismo teológico, el minimalismo teológico y lo que podríamos llamar triaje inconsciente.
Maximalismo teológico Los maximalistas teológicos, o sectarios teológicos, pueden distinguir entre doctrinas hasta cierto punto: por ejemplo, puede que no equiparen la deidad de Cristo con la forma de gobierno de una iglesia. Pero tienden a elevar doctrinas de tercer nivel al segundo nivel, y doctrinas de segundo nivel al primer nivel. Al hacerlo, a menudo separan cuando deberían tolerar, dividen cuando deberían soportar. Temerosos de los lobos, atacan a otras ovejas.
Al no distinguir lo que pesa más de lo que pesa menos, algunos pueden acabar cortando los miembros del cuerpo de Cristo
Los maximalistas sienten correctamente que la protección de la sana doctrina exige a veces palabras fuertes; como Judas, «exhortándolos a luchar ardientemente por la fe que… fue entregada a los santos». Pero, tal como señala Ortlund, no comparten necesariamente el afán de Judas por celebrar «nuestra común salvación» (Jud v. 3). Así, al no distinguir lo que pesa más de lo que pesa menos, pueden acabar cortando los miembros del cuerpo de Cristo.
Minimalismo teológico A los minimalistas teológicos también les cuesta hablar de «asuntos de mayor peso», pero no porque eleven tantas doctrinas a los niveles superiores, sino porque elevan muy pocas. Si se les presiona, pueden estar de acuerdo en que un antitrinitario no puede ser cristiano, pero solo si se les presiona. Por sí solos, los minimalistas tienden a rebajar las doctrinas de primer nivel al segundo nivel, y las doctrinas de segundo nivel al tercer nivel. Al hacerlo, a menudo dicen: «¡Unidad! ¡Unidad!», cuando no hay unidad (Jer 6:14; 8:11).
Los minimalistas tratan de representar la séptima bienaventuranza —«Bienaventurados los pacificadores»—, pero rara vez o nunca adoptan posturas lo suficientemente firmes como para representar la octava: «Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí» (Mt 5:10-11). Les cuesta ver que la paz verdadera, la unidad verdadera, requiere un centro de convicción inamovible (y a veces ofensivo); de lo contrario, ¿en torno a qué nos unimos?
Triaje inconsciente Pero tal vez la mejor razón para practicar el triaje teológico sea que funcionalmente ya lo hacemos. No podemos evitar tratar algunas doctrinas como más importantes que otras. A menos que hayamos considerado cuidadosamente cuáles doctrinas son realmente más importantes, es probable que nuestro acercamiento al triaje esté menos determinado por las Escrituras y más por una mezcla de personalidad, trasfondo y capricho.
Jesús reprendió a los fariseos porque «cuelan el mosquito y se tragan el camello» (Mt 23:24), y muchos de nosotros, aunque menos hipócritas, necesitamos oír la misma advertencia. Naturalmente, estamos especialmente atentos a algunos mosquitos y extrañamente insensibles a algunos camellos: algunos defienden con vehemencia una tierra joven o vieja, pero no sé preocupan por la justificación; algunos atacan a los complementaristas o egalitarios como Atanasio atacó a Arrio, pero rechazan las controversias trinitarias como si nada. No podemos soportar al mosquito en nuestro guiso, pero sí al camello en nuestro plato de carne.
Así pues, el triaje teológico nos ayuda a sopesar no solo las doctrinas, sino también a sopesarnos nosotros mismos. Pone al descubierto nuestras propias tendencias persistentes y nos invita a recalibrar nuestros modelos inconscientes según el ejemplo de las Escrituras.
Amar la unidad, atesorar la verdad ¿Cómo podemos saber si estamos creciendo a la hora de sopesar las doctrinas como Dios mismo lo hace?
Quienes tienden al maximalismo teológico se encontrarán soportando desacuerdos cuando antes habrían roto la comunión; los que tienden al minimalismo teológico se verán a sí mismos ofendiendo a algunos cuando antes no ofendían a nadie. Los maximalistas no tratarán las doctrinas de segundo y tercer nivel como sin importancia, pero aprenderán a bajar la voz cuando hablen de ellas; los minimalistas, mientras tanto, no se sentirán incómodos cuando vean a un hermano o hermana contendiendo por verdades preciosas. Los minimalistas aprenderán a luchar más; los maximalistas aprenderán a luchar más contra sí mismos.
Todos nosotros, cualquiera que sea nuestra tendencia natural, oraremos más a menudo: «Padre, haz que seamos uno» y, con el mismo aliento, «átanos con tu verdad».
Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición. Scott Hubbard es editor en Desiring God, pastor en la iglesia All Peoples [Todos los pueblos] y graduado del Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Bethany, viven con sus dos hijos en Minneapolis.
5 errores a evitar cuando enseñes las doctrinas de la gracia
Josué Barrios
Para mí, conocer las doctrinas de la gracia fue como experimentar una especie de nueva conversión a la fe. Estas verdades son bíblicas, y por tanto ciertas, y por tanto para la gloria de Dios y nuestro gozo en Él.
Por eso comprendo a mis hermanos calvinistas cuando quieren que todas las personas conozcan y abracen estas doctrinas. Además, en la Biblia leemos que estas doctrinas son importantes para caminar en santidad y estar aptos para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).
Sin embargo, he notado que a veces podemos cometer ciertos errores al enseñarlas y quisiera advertirte sobre ellos, como alguien que ha cometido varios en el pasado. Estos errores se relacionan entre sí:
El error de enseñarlas sin gracia. Algunos calvinistas lucen más interesados en demostrar sus conocimientos y ganar debates, que en ayudar y servir al prójimo. Ni hablar de los que son apasionados por crear memes burlones para compartir en Facebook.
Esa actitud orgullosa fomenta una barrera al enseñar las doctrinas de la gracia.
Si creemos en la sublime gracia de Dios, entonces busquemos reflejarla al enseñar a otros. Si Dios es paciente con nosotros, ¿quiénes somos para no ser paciente con nuestro prójimo? Si Dios nos salvó por pura gracia, ¿quiénes somos para vivir con orgullo? Si Dios nos dio entendimiento para comprender más Su Palabra, ¿por qué a veces nos envanecemos como si hubiésemos conocido las doctrinas de la gracia por nosotros mismos?
John Newton escribió hace siglos: “De todas las personas que se involucran en controversias, nosotros los que nos llamamos calvinistas, estamos ligados expresamente a nuestros propios principios de gentileza y moderación”[1].
¡Cuán vigente siguen siendo esas palabras!
El error de enseñarlas sin mostrarlas en la Biblia. Muchas personas suelen pensar que las doctrinas de la gracia no son bíblicas, o que los calvinistas exaltamos más a los hombres que a Dios.
Por eso, si quieres predicar estas verdades, por favor no lo hagas principalmente citando a Piper, MacArthur, Sproul o a Calvino: Hazlo exponiendo la Biblia.
Así harás entender claramente que lo que crees no es invento de hombres, sino algo revelado por Dios, siendo más convincente al hablar de estas verdades.
El error de no conocerlas bien antes de enseñarlas. He visto a muchas personas promover las doctrinas de la gracia, pero cuando alguien les pregunta por qué las creen y qué significan esas verdades, ¡no saben qué decir!
Aunque creo que ocurre un verdadero despertar a la teología reformada en la iglesia en Latinoamérica, también es cierto que existen quienes parecen proclamar estas verdades por moda o sin saber por qué lo hacen.
Hermano, si queremos enseñar a otros, necesitamos conocer bien lo que estamos llamados a transmitir. Solo así nos guardaremos de llevar las doctrinas de la gracia a conclusiones que no son bíblicas. Solo así enseñaremos con mayor convicción, persuasión y guiando a las personas a la verdad.
El error de no confiar en la soberanía de Dios. Un área en la que Dios me ha confrontado, es la forma de defender las doctrinas de la gracia y la soberanía absoluta de Dios cuando estoy envuelto en conversaciones sobre el tema con personas que no creen estas doctrinas.
Irónicamente, yo no confiaba en la soberanía de Dios al hablar de la soberanía de Dios. Cuando ya había hablado mucho en amor y de forma irrefutable, respondiendo a preguntas y contra-argumentos, y las personas insistían en rechazar estas enseñanzas bíblicas y continuar el debate, yo seguía participando en el mismo, en vez de soltar la conversación y creer que Dios tiene todo bajo control.
Había un agujero enorme entre mi teología y la forma en que vivía. Y cuanto más miro a muchos calvinistas jóvenes como yo enseñar las doctrinas de la gracia, más comprendo que este es un error común.
Es contradictorio decir que creemos en un Dios absolutamente soberano, mientras actuamos como si creyéramos que depende últimamente de nosotros o de las personas que nos escuchan, si ellas creerán estas verdades o no.
No confiar en la soberanía de Dios también se evidencia en la falta de oración, lo cual es una muestra de confiar demasiado en nosotros mismos. Si el apóstol Pablo necesitaba oraciones para enseñar la Palabra de Dios, porque reconocía que todo depende últimamente del Señor, sin duda nosotros también necesitamos orar (Colosenses 4:3-4). ¿Cuándo fue la última vez que oraste pidiendo a Dios paciencia y sabiduría al hablar a otros sobre Él?
El impacto de nuestra enseñanza sobre la soberanía de Dios sería muy diferente si viviésemos confiando más en Él, orando por nosotros y la iglesia.
El error de confundirlas con el evangelio. Latinoamérica necesita iglesias que afirmen las doctrinas de la gracia por la sencilla razón de que necesita iglesias que se acerquen más y más a afirmar todo el consejo de Dios. Abrazando toda la Escritura, las personas comprenderán mejor el grandioso evangelio y nos guardaremos mejor del error. Los efectos de las doctrinas de la gracia son grandiosos y agradezco a Dios por eso[2]. ¡Estas doctrinas importan mucho[3]!
Sin embargo, muchos calvinistas cometen el error opuesto de creer que estas doctrinas no importan: el extremo de creer que estas doctrinas lo son todo (un error relacionado a comprender mal estas enseñanzas bíblicas).
Así, muchas personas terminan confundiendo las doctrinas de la gracia con el mismo evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Es cierto que el evangelio y las doctrinas de la gracia están íntimamente relacionadas, pero necesitamos comprender que no son exactamente lo mismo[4].
Las doctrinas de la gracia llevan a comprender mejor el evangelio. Pero confundir las doctrinas de la gracia con el evangelio nos llevará a un entendimiento errado de las buenas noticias que nos conduce inevitablemente al sectarismo que dice: “si no eres calvinista, ¡no eres cristiano!”
Esa actitud nos separa de tener comunión los unos con los otros luchando juntos por el evangelio, y trae incontables problemas para la iglesia. Sencillamente, es algo terrible pretender mutilar el cuerpo de Cristo.
Necesitamos comprender que a pesar de ciertos errores doctrinales que alguien pueda tener en relación a temas como la elección o la gracia irresistible, si esa persona no está errada en su comprensión del evangelio y lo cree confesando a Cristo como Señor y Salvador, esa persona es tan salva como el calvinista más erudito de todos[5]. ¡Así de inmensa es la gracia de Dios!
Como dije antes, muchos calvinistas hemos cometido algunos de estos errores en más de una ocasión. Por eso oro que el Señor nos conceda proclamar toda Su Palabra de manera apropiada, en humildad y amando a los demás. Y si hemos fallado en hacer eso, reconozcamos nuestra falta y acudamos a Cristo. En Él hay más gracia que pecado en nosotros, la cruz nos recuerda eso.
[2] He escrito brevemente al respecto en mi artículo “Cómo las doctrinas de la gracia impactan mi vida”: //josuebarrios.com/doctrinas-gracia-impactan-vida/
[3] Tal vez nadie ha trabajado en las últimas décadas más arduamente que el pastor John Piper en hacer ver esta realidad. A quien quiera conocer más su enseñanza, recomiendo principalmente sus libros: “Cinco Puntos” y “Los Deleites de Dios”
[5] Para más información sobre prioridades teológicas, recomiendo el artículo: “A Call for Theological Triage and Christian Maturity” (Un llamado al triaje teológico y la madurez cristiana) del Dr. Albert Mohler.
Introducción El tema central que recorre esta clase es la tensión que existe entre el gran propósito de Dios para la iglesia —que nosotros seamos la manifestación de su gloria en la tierra— y nuestro pecado. Gran parte de lo que hemos discutido ha sido cómo pueden los cristianos propensos al pecado glorificar a Dios por medio de su amor y unidad juntos. Pero hay veces en las que el pecado ataca a nuestra iglesia y quienes caen en él no se arrepienten. Esos son tiempos difíciles para la unidad de la iglesia.
Podríamos escoger ignorar el pecado, y amenazar el llamado distintivo de la iglesia de Cristo. Por otro lado, podríamos actuar con dureza como fariseos, destruyendo nuestra unidad. Afortunadamente, la Biblia ha arrojado la sabiduría que a nosotros nos falta en relación con este tema. Nos referimos al enfoque de la Biblia como la disciplina en la iglesia, una respuesta bíblica al pecado impenitente. Y, lejos de las percepciones de los juicios de brujas y de las cartas rojas, la disciplina es algo inherentemente positivo: se ordena en la Escritura por nuestro bien. Significa que cuidamos los unos de los otros al hablar la verdad en amor acerca de nuestro pecado. Significa que protegemos a la iglesia del pecado impenitente grave que no honra a Cristo. Trágicamente, el mundo a menudo puede burlarse del comportamiento de la iglesia. «¡Él es un líder en la iglesia, pero es peor que nosotros!». La disciplina es la herramienta normal de Dios para preservar la reputación de Cristo en su iglesia al aclarar que Cristo no aprueba tal pecado.
El modelo para la disciplina en la iglesia es la disciplina que nuestro amoroso Padre celestial ejerce al lidiar con nosotros. El libro de Hebreo nos dice: «Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (Hebreos 12:6). La meta de la disciplina es la justicia. «Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados» (Hebreos 12:11).
El día de hoy, consideraremos cómo la Biblia nos enseña a practicar la disciplina en la iglesia, y hacer esto bien fortalece la unidad en la congregación y protege la reputación de Cristo. También hablaremos acerca de cómo nosotros, como miembros, tenemos la responsabilidad de estar involucrados en el proceso de disciplina.
No obstante, antes de seguir avanzando, necesitamos algo de claridad en cuanto a ciertos conceptos.
Dos clases de disciplina En realidad existen dos tipos de disciplina: la disciplina formativa y la disciplina correctiva. Por lo general, cuando hablamos de «la disciplina en la iglesia» nos referimos a la segunda. Pero la primera es mucho más común.
Por tanto, veamos primero la «disciplina formativa». Consiste en guiar a las personas hacia la madurez en Cristo a través de la instrucción y la enseñanza positiva. Por ejemplo, cuando se predica la Palabra y somos confrontados, o cuando nos alentamos unos a otros, esa es la disciplina formativa (cf. Efesios 4:11-12; Hebreos 10:24-25; Colosenses 3:16). La disciplina formativa es importante porque Dios la usa para prevenir el pecado que necesitaría de la disciplina correctiva.
Por otro lado, la «disciplina correctiva» consiste en corregir el pecado en la vida de un creyente. Desde confrontarnos mutuamente hasta la excomulgación formal. Es donde tenemos que decir: «Hey, Tom, creo que estabas equivocado al decir eso». O incluso, finalmente, según la enseñanza de Jesús: «María, sé que dices ser cristiana, pero debemos tratarte como a un no cristiano, porque no dejas de mentir». Esa es la disciplina correctiva.
El propósito de la disciplina correctiva Hoy nos centraremos en la segunda de estas clases de disciplina, la disciplina correctiva. ¿Por qué la ejercemos? Principalmente porque la Biblia nos dice que lo hagamos. Pero también nos da algunas metas específicas al hacerlo.
Primero, el bien de la persona disciplinada. La disciplina es amorosa porque nos advierte y corrige nuestro pecado, y nos beneficiamos de eso. Y para la persona que vive en pecado impenitente, deja en claro que sus acciones no respaldan una profesión de fe en Cristo.
Segundo, el bien de los demás cristianos que ven la grave naturaleza del pecado y sus consecuencias.
Tercero, la salud de la iglesia como un todo. Da un alto al pecado que podría causar discordia y conflicto, o confusión para cristianos menos maduros acerca de lo que significa seguir a Jesús.
Cuarto, el testimonio corporativo de la iglesia. La disciplina en la iglesia protege nuestro testimonio corporativo ante un mundo que nos observa. Las personas se dan cuenta de que existe una comunidad de creyentes cuyas vidas son diferentes a las del mundo. Ellos pueden fácilmente desacreditar nuestro mensaje cuando nuestro comportamiento es igual al de la gente que nos rodea.
Todo en contribución a la meta principal de la disciplina en la iglesia: dar a conocer la excelencia de nuestro Redentor.
¿Cómo ejercemos la disciplina correctiva en la iglesia? Pasaremos el resto de nuestro tiempo hablando acerca de cómo podemos ejercer la disciplina correctiva en la iglesia por nuestro bien y para la gloria de Dios. Para ello, abordaremos las preguntas que verás en tu folleto.
A. ¿Qué pasa si alguien peca contra ti? Entonces, ¿qué haces si un creyente peca contra ti? ¿Cómo deberías reaccionar? ¿Le dices por qué estás enojado, y luego le das el trato de la indiferencia? Veamos qué dice Jesús.
Mateo 18:15-17:
«Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia.; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano».
Paso #1: Ve con el ofensor Primero deberíamos ir y hablar con quien que pecó contra nosotros (llamaré esa persona el ofensor). Si se niega a escuchar, debemos llevar con nosotros a una o dos personas más. Si continúa rehusándose, debemos comunicarlo a la iglesia, la cual debe expulsarlo si se niega a arrepentirse.
Considerando esto más detalladamente, hablemos acerca del primer paso. En la mayoría de los casos, esa primera conversación resolverá el problema. La persona se arrepentirá o te darás cuenta de que estabas equivocado. ¿Cómo podemos prepararnos para una conversación como esa?
Primero, ora por esa persona. Ora para que Dios le ayude a crecer espiritualmente; para que desee conocer más a Dios. Esto suavizará tu corazón hacia él o ella en preparación para su plática.
Segundo, asegúrate de tener una buena razón para ir al ofensor. Algunos pecados son objetivos. «¡Él me golpeó!». Otros no tanto. «¡Se ha comportado soberbiamente!». Podemos hablar con otro creyente acerca de cualquiera de estas categorías. Pero mientras menos objetivo sea un pecado, más necesitaremos estar listos para explicar nuestra preocupación, pero luego soltar el problema si la persona no está de acuerdo. No te apresures en decir: «¡Eres soberbio! Arrepiéntete o lo diré a la iglesia». En cambio, podrías intentar decir: «Hermano, considerando las palabras que estás escogiendo, realmente temo que estés hablando con soberbia. ¿Crees que eso podría ser cierto?».
Tercero, examina tu corazón para asegurarte de que tus motivos sean los correctos; asegúrate de no ir al ofensor enojado, con deseo de venganza, con aires de superioridad o alguna otra actitud pecaminosa (cf. Romanos 12:19). Asegúrate de que tu deseo sea la reconciliación de la relación por el bien del ofensor, por tu bien y para la gloria de Dios. Como dice Jesús, confiesa tu pecado. Y entonces podrás ver más claramente el pecado de tu hermano (Mateo 7:5).
Cuarto, ten mucho cuidado al hablar con otras personas acerca del pecado del ofensor. Aquí vemos que Jesús va a hablar con él. No con su mejor amigo, o con su esposa. Habla con él. Está bien pedir a otros que te aconsejen acerca de cómo tener esa conversación si tienes que hacerlo. Pero ten mucho cuidado y no permitas que la conversación se convierta en un chisme. Y recuerda que, incluso cuando necesites el consejo de otra persona, casi siempre puedes obtener su consejo sin mencionar el nombre del ofensor.
Finalmente, cuando hables con el ofensor, recuerda actuar y hablar con un espíritu de gentileza, humildad y amor. La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego.
Todas estas cosas harán que el paso de acercarse al ofensor sea más efectivo, y preserva y protege la unidad de la iglesia al evitar obstáculos tales como el orgullo y las habladurías.
Ahora, antes de pasar al siguiente paso en Mateo 18, permíteme establecer dos puntos extra acerca de este primer paso en Mateo.
Primero, podrías preguntarte: ¿Debo acudir a mi hermano por cada pequeña ofensa? Ciertamente no. El amor cubre multitud de pecados. Proverbios nos dice que pasar por alto una ofensa es algo glorioso y demuestra paciencia y tolerancia (cf. Proverbios 19:11). Así que, ¿cuándo deberías ir? Aquí tienes dos preguntas que debes hacerte.
a. ¿La ofensa ha causado la ruptura de su relación? ¿Piensas frecuentemente en ello? ¿Te hace sentir diferente hacia esa persona por más que un momento de pasada? ¿Es difícil para ti perdonar? Si la respuesta es sí a cualquiera de estas preguntas, entonces es probable que debas ir y hablar con el ofensor.
b. ¿Cuál es el peligro de este pecado para el ofensor? Recuerda lo que Santiago escribe: «sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados» (5:20). ¿El pecado del que estamos hablando pone en peligro la capacidad del ofensor de reflejar a Cristo al mundo que lo rodea? ¿Es una señal de problemas más graves, o podría causarlos?
El segundo punto que quiero señalar en respuesta a la pregunta: «¿Cuándo debería ir?», es que Jesús nos dice que comencemos una conversación, sea que nosotros seamos los ofensores o los ofendidos. Mateo 18 le dice a la persona perjudicada que debe procurar la reconciliación. Pero Mateo 5:23-24 dice que si crees que alguien resiente algo contra ti, es decir, si eres el ofensor, entonces también es tu obligación hablar. Mateo 5 incluso dice que si mientras intentas adorar a Dios, recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, debes detenerte, y buscar reconciliarte. ¡Jesús se preocupa mucho por tus relaciones en la iglesia! Esa es la razón por la que es fundamental que examinemos nuestras relaciones con los demás antes de llegar a la mesa del Señor. Cuando hay conflicto, tanto el ofensor como la persona que ha sido agraviada deben iniciar la reconciliación. Es casi como si nos tropezáramos unos con otros apresurándonos para reconciliarnos. ¡Qué gran ilustración!
Paso #2: Toma contigo a uno o dos hermanos De vuelta a Mateo 18. Si la persona ofensora no escucha, y es evidente que ha pecado, debemos llevar con nosotros a una o dos personas más. Esto con dos propósitos: En primer lugar, es más probable que el ofensor escuche a una tercera parte neutral que a la persona a quien ha ofendido. Esta otra persona también sirve para dar testimonio de lo que ocurrió en la reunión en caso de que la disciplina avance al próximo paso.
Permíteme ofrecer algunas sugerencias acerca de este proceso si alguna vez te encuentras en este escenario. Primero, antes de tomar este paso, considera cuán objetivo es el pecado. ¿Confrontas a la persona porque piensas que invierte mucho dinero o porque crees que actúa con altivez? Solo Dios conoce su corazón. Si se trata de un caso subjetivo como ese, es mejor que entregues el problema y ores al Espíritu Santo para que la confronte. Segundo, si avanzas, asegúrate de que la persona o personas que lleves contigo sean confiables y discretas, imparciales y de buen juicio. Y tercero, comunícale al ofensor lo que estás a punto de hacer. No inicies una conversación sin antes advertirle. Cuarto, ten cuidado de no intentar poner a los testigos de tu lado; los hechos hablan por sí solos.
Paso 3: Dilo a la iglesia Avanzando al paso #3, si el ofensor sigue negándose a escuchar, la iglesia debe intervenir. Y puede excomulgarlo si se rehúsa a arrepentirse. En Mateo 18, Jesús no específica si se debe hablar con los líderes de la iglesia antes de llevar el asunto a la iglesia. Pero ciertamente el paso inmediato parece apropiado y consistente con estas instrucciones. Al ver estos pasos en Mateo 18, podemos ver a Jesús tratando de involucrar el menor número de personas posible. Pero está dispuesto a hacer que las cosas se hagan públicas si eso es lo que hará que el ofensor despierte. En el estado final, incluso usa a quienes están fuera de la iglesia y al propio Satanás para propiciar providencialmente el arrepentimiento.
B. ¿Qué pasa si ves a un miembro pecar contra otro miembro? Mateo 18 nos brinda una guía acerca de qué hacer cuando alguien peca contra ti. ¿Pero qué pasa si observas que alguien peca contra otro miembro de la iglesia? ¿Qué deberías hacer?
La respuesta es: «depende». Gálatas 6:1 nos dice: «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre». Y Lucas 17:3 dice: «Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale». Por otro lado, la Biblia también nos advierte que no debemos ser chismosos en busca de oportunidades para señalar las faltas de los demás1 . Todos nosotros somos pecadores, por lo que sería imposible y, honestamente, poco productivo enfocar la atención en cada uno de los pecados que observamos. Por tanto, ¿cómo sabemos cuando es un buen tiempo para abordar a un hermano o hermana por su pecado?
Permíteme ofrecer algunas directrices para tu juicio:
Primero: ¿El pecado deshonra a Dios? ¿Es lo suficientemente visible para que ultraje el nombre de Dios ante los no cristianos?
Segundo: ¿Representa una tentación para otros o establece un mal ejemplo para cristianos más jóvenes?
Tercero: ¿Podría causar discordia y desunión en la iglesia?
Cuarto: ¿Está lastimando gravemente al ofendido al dañar su relación con Dios o en otras formas?
Si una o más de estas respuestas son sí, entonces probablemente sería apropiado hablar con el ofensor acerca del pecado. Mientras menos cercano seas a la persona, más alta será la barrera para hablar con ella. Mientras mejor la conoces, y mientras más confías en su relación, más baja será la barrera.
C. ¿Qué pasa si alguien peca de forma escandalosa? Con los años, se han establecido muchas diferencias entre el caso de disciplina de 1 Corintios 5, en el que Pablo dice a la iglesia que excomulgue a un hombre por acostarse con la mujer de su padre, y Mateo 18, que acabamos de considerar. En 1 Corintios 5, Pablo no pregunta por el arrepentimiento del hombre; simplemente ordena a la iglesia que lo expulse de la comunión. Entonces, ¿qué ocurre aquí? ¿Existe algún tipo de disciplina «acelerada» que Jesús no describió?
Bueno, algo así. Lo que parece estar sucediendo en 1 Corintios 5, es que el pecado era tan atroz, por encima de lo que era aceptable en esa sociedad, que realmente no había nada que el hombre pudiera decir para convencer a la iglesia de su arrepentimiento. En general, seguimos el principio de «inocente hasta que se demuestre lo contrario». Permaneces en la iglesia hasta que, a través de los pasos de Mateo 18, se haga evidente que no estás arrepentido. Pero en ocasiones, la credibilidad de cualquier declaración de arrepentimiento es tan arriesgada que la iglesia debe moverse rápidamente para expulsarte fuera de su comunión. Por tu bien y por la reputación de Cristo, como vemos en 1 Corintios 5. Entonces, si por la gracia de Dios tu declaración de arrepentimiento se vuelve creíble otra vez, ese interdicto de excomulgación es removido.
D. ¿Cómo me relaciono con alguien que ha sido excomulgado? Muchas veces esto no será un problema porque la persona que ha sido excomulgada se muda fuera del área, o ya no se asocia con la iglesia o sus miembros. Pero ha habido varios ejemplos en los que nuestra iglesia votó para cancelar la membresía de una persona, y el individuo continúa asistiendo a los servicios de la iglesia luego de haber sido expulsado, lo que es maravilloso. Queremos que eso pase. Queremos que la persona escuche constantemente la Palabra de Dios y se convenza de su pecado. ¿Pero qué pasa si esa persona también empieza a aparecer en eventos sociales de la iglesia, como la cena después del servicio por la noche? ¿Qué debemos hacer?
En 1 Corintios 5:11, leemos que no debemos «juntarnos» con dicha persona. En Mateo 18:17, Jesús dice que debes tratar a la persona como lo harías con un gentil o publicano. ¿Cómo se ve esto en la práctica? Significa que deberías tratar a la persona como si fuera un no creyente. Pero no solo cualquier inconverso; un inconverso que trágicamente cree estar bien. Así que, deberíamos animarle a que asista a la iglesia como acabo de mencionar. Y debemos tratarle con amor y amabilidad cuando le veamos. Pero cuando lo hagamos, deberíamos preocuparnos por instarle a que se arrepienta. Nunca deberíamos actuar como si todo estuviera bien, como lo haríamos con otro cristiano o incluso con un no creyente que sabe que no es cristiano. Esa es la lógica de 1 Corintios 5:11: «con el tal ni aun comáis». Por supuesto, cuando la persona excomulgada es un familiar o un compañero de trabajo, otras obligaciones bíblicas que tenemos con la relación a menudo pueden tener prioridad.
E. ¿Qué pasa si un líder de la iglesia peca? Finalmente, el último tema que quiero abordar hoy es lo que la Escritura dice acerca del pecado entre los líderes de la iglesia. El pasaje guía para estas situaciones se encuentra en 1 Timoteo 5:19-20: «Contra un anciano no admitas acusación, sino con dos o tres testigos. A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman».
Pablo da una caución especial para proteger a los ancianos de falsos ataques: antes de que una acción disciplinaria sea admitida en contra de un anciano, debe haber dos o tres «testigos». La sabiduría de esto es clara: los líderes de la iglesia a menudo participan en situaciones que podrían dar origen a acusaciones especulativas en su contra.
Con este pasaje en mente, permíteme abordar dos situaciones que podrían surgir en la iglesia: Primero, ¿qué pasa si escuchas rumores de una acusación en contra de un anciano? Segundo, ¿qué ocurre si descubres que un anciano está en pecado?
Rumores de acusación ¿Qué sucede si alguien te dice que ha visto a un anciano pecar o piensa que lo ha hecho? ¿Cuál es tu responsabilidad? Primero y principal, asegurarte de no ser parte de un chisme o de una difamación. Dile que hable con el anciano al respecto. No contigo. Como lo harías en cualquier otra situación. Desanímale activamente a dejar de infamar a ese anciano en una conversación como esa.
Hay dos excepciones a esta regla: Si también has visto ese pecado en especifico y esta persona se te acerca en calidad de testigo conforme a lo establecido en 1 Timoteo 5:19, o si te pide que sirvas como testigo incluso cuando no has sido un testigo presencial. Hablaremos un poco más acerca de eso en breve.
Si ves a un anciano en pecado Segundo, ¿qué pasa si un anciano peca contra ti, o eres testigo de que un anciano peca? ¿Qué debes hacer? Sencillo, habla con él al respecto. Ten presente que la situación puede no ser lo que aparenta ser. Así que actúa con humildad, recuerda que la persona sirve como anciano porque, al menos en el pasado, la iglesia lo consideró irreprochable. Por lo que es sabio darle el beneficio de la duda. ¿Qué ocurre si no te sientes cómodo acercándote? Tal vez (aunque oro para que esto nunca suceda), ¿ha pecado contra ti de una manera intimidante o abusiva? Está bien acercarse a otro anciano o a otra persona en la iglesia con tu preocupación. Cuando tu intención es mantener el problema en silencio y discreción, e involucrar el menor número de personas posible, no estás violando 1 Timoteo 5:19.
Bien, digamos que discutiste el asunto con el anciano, quizá abriste la Biblia para mostrarle su pecado, pero no se arrepiente. ¿Ahora qué? Recuerda lo que dije anteriormente acerca de cuán objetivo es un pecado. Si se trata de un problema de orgullo, algo de lo que no puedes estar seguro, entonces desiste y ora. Sin embargo, si se trata de algo objetivamente verificable, como un asunto de malversación de fondos o una conducta sexual, por ejemplo, entonces debes proceder con 1 Timoteo 5:19. Digo «debes» porque la disciplina, incluso la disciplina de un anciano, no es opcional en la iglesia. Esta es tu responsabilidad ante Dios. ¿Cuál es el siguiente paso? Hablar con aquellos que sabes que han visto el pecado, y pedirles que confronten al anciano contigo y, si es necesario, informar el problema a otros ancianos. Ellos actuarán como los testigos que se necesitan en 1 Timoteo 5:19.
¿Qué pasa si no hay más testigos? ¿Qué se debe hacer? Toma por ejemplo, una situación hipotética en la que un anciano se acerca inapropiadamente a una mujer en la iglesia, y la mujer es la única testigo. En esas circunstancias, la mujer puede hablar con otro miembro maduro (más convenientemente un anciano) acerca de la situación. Y esto no contradeciría 1 Timoteo 5:19 porque su acusación no sería suficiente por sí sola para iniciar el proceso de disciplina formal que se presenta en ese pasaje. En este asunto, el lenguaje específico aquí es instructivo. Dice: «Contra un anciano no admitas acusación, sino con dos o tres testigos». En este caso, esta mujer no está acusando formalmente a un anciano ante la iglesia, o pidiendo que otros que acepten una acusación como cierta. Simplemente está pidiendo que alguien más le ayude a establecer si su afirmación es verdadera o no. La confesión de la mujer a otra persona llevaría a una mayor investigación por parte de esta última, y quizá de los ancianos. Pero eso en sí no desencadenaría la disciplina formal de la iglesia.
Para que comience la disciplina formal de la iglesia, la persona que ha sido agraviada debe traer a uno o dos individuos que estén dispuestos a actuar como co-acusadores junto con ella. Las personas que pueden cumplir con el rol de testigos en 1 Timoteo 5:19 incluso si no han sido testigos presenciales, debido a su meticulosa investigación, a su conocimiento del acusado, a su conocimiento del acusador, etc. Puedes imaginar que en un caso como este, por lo general, es mejor acercarse a otros ancianos primero porque es más probable que tengan información acerca de acusaciones previas contra este anciano. Por lo que están en una mejor posición para cumplir ese rol de testigo y co-acusador. Recuerda lo que Pablo dijo a los líderes de la iglesia inmediatamente seguido de estos versículos: «Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad». Palabras muy fuertes. Tus ancianos tienen la responsabilidad única ante Dios de no dejar pasar por alto el pecado en la congregación. Lo segundo que Pablo dijo en 1 Timoteo 5:19-20, es que el pecado cometido por el líder de una iglesia es algo muy grave. El mandato de Pablo de reprender públicamente a un anciano pecador significa que debe hacerse alguna declaración de la naturaleza de la ofensa a la iglesia. ¡Incluso si se arrepiente! Para resumir lo que sucede aquí: los ancianos son más vulnerables a las acusaciones. Por tanto, Pablo nos dice que debemos tener cuidado al determinar su culpabilidad. Pero el pecado por parte de un anciano puede ocasionar gran daño a la iglesia, así que incluso cuando hay arrepentimiento, se trata más públicamente.
Conclusión Entonces, ¿por qué es importante la disciplina en la iglesia? Porque la iglesia es importante. Y la iglesia solo importa cuando es diferente al mundo. Piensa en las palabras de Jesús en Mateo 5:13 «Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo podría volver a ser salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres». La disciplina en la iglesia es la herramienta que Jesús nos dio en Mateo 18 cuando inauguró a la iglesia para mantenernos diferentes del mundo. Nos estimulamos unos a otros hacia el amor y las buenas obras. Protegemos el mensaje del evangelio para la siguiente generación. Pero cuando somos iguales al resto del mundo, todo esto se desvanece en la nada.
Por tanto, trabajemos juntos como iglesia para perseverar en la fe, usando esta herramienta de la disciplina cuando debamos para la gloria de Dios y la salvación de nuestro mundo.