Cómo vencer las preocupaciones

Cómo vencer las preocupaciones

Jay Adams

LOS AMIGOS DE JOSÉ LO CONOCÍAN como una persona siempre preocupada por todo. Un día Marcos vio a su amigo caminando tan feliz como fuera posible, silbando y cantando, con una sonrisa grande en el rostro. Parecía no tener preocupación alguna. Marcos no podía creerlo, y quería saber lo que le había pasado.
—¡José! Oye, ¿qué te ha pasado? —le preguntó.— Ya no te veo preocupado.
—¡Es maravilloso, Marcos! No me he preocupado para nada en dos semanas.
—Que bueno. ¿Y cómo lograste eso?
—Contraté a un señor para que él se preocupe por mí, —explicó José— y yo me desentendí de ello.
—¿Qué? —exclamó Marcos.
—Así es.
—Pues, tengo que decir que esto es algo nuevo para mí, —Marcos se frotaba la cabeza.— Díme, ¿cuánto te cobra?
—Mil dólares por semana.
—¡Mil dólares! ¿Dónde consigues mil dólares por semana para pagarle? —demandó Marcos.
—¡Esa es su preocupación! —respondió José.
¿No te parecería fantástico que otro pudiera encargarte de tus preocupaciones? Pues, la Biblia dice que esto es posible. De hecho, Dios invita a todos sus hijos a echar todas sus ansiedades sobre él (1 Pedro 5:7). Y lo mejor de todo, no te cuesta ni un centavo. Dios se ofrece para tomar todas tus preocupaciones sobre sí mismo. Y dado que Dios recibe nuestras ansiedades, y que nos ha mandado no preocuparnos, quiere decir que toda preocupación es pecado. Dios nos dice constantemente en la Biblia que no nos preocupemos. Cuando desobedecemos su Palabra, es pecado. La preocupación probablemente es el pecado más común de nuestros tiempos.

Los efectos de la preocupación

Las preocupaciones pueden causar úlceras en el estómago, drenar la vitalidad, y enviarnos a una muerte prematura. Nos convierte en personas incapaces de manejar los problemas de la vida. El preocuparse muestra falta de fe en Dios, y nos impide de asumir nuestra responsabilidad en servir a Cristo Jesús. La preocupación es pecado.
Tal vez estás permitiendo que las angustias te impidan vivir una vida de fidelidad a Cristo. ¡Tal vez te preocupas por tus preocupaciones! Y lo que quieres saber es, ¿qué se puede hacer al respecto? ¿Qué dice la Biblia sobre cómo vencer este pecado? Pues, la Biblia dice que lo puedes vencer, ¡con seguridad!
La preocupación aflige a muchos Cristianos. Felipe, un ingeniero, tenía la tarea de construir un edificio grande. Era una tarea mucho más grande que todos los trabajos anteriores, con muchas dificultades. Comenzó a preocuparse sobremanera. Los contratistas y los subcontratistas estaban peleando entre sí. Los electricistas y los carpinteros no se ponían de acuerdo. Las fechas tope no se estaban cumpliendo. Todo el día y todos los días Felipe se preocupaba, y entre más se afligía menos podía hacer. Ya no era capaz de manejar los detalles de cada día. Comenzó a decirse cada día, “Ya no puedo, es demasiado”. Hasta por fin, un día se levantó de su escritorio y salió de su oficina. Como Felipe era Cristiano, fue a buscar consejo. Y fue con base en la Palabra de Dios que encontró la respuesta a sus angustias.

La esencia de la preocupación

¿Qué es la preocupación? En la Biblia, generalmente se traduce como ‘angustia’, o ‘ansiedad’. Se debería traducir como ‘preocupación’ para que entendamos en nuestros términos lo que Dios nos está diciendo. El término griego en el Nuevo Testamento significa “dividir, romper, o partir en dos”. Este término señala los efectos de las preocupaciones, es decir, lo que produce en nosotros. Pero en sí, la preocupación es una ansiedad en cuanto al futuro. Es una aflicción con respecto a algo sobre lo cual no podemos hacer nada, y ni siquiera podemos tener seguridad en cuanto a ello. Es por eso que nos parte en dos. Cuando uno se preocupa, mira hacia el futuro. Pero el futuro aún no ha llegado. No hay nada concreto que tú puedas agarrar, y no hay nada que se pueda hacer sobre ese futuro. La persona angustiada no puede hacer nada sobre el futuro, ni siquiera sabe cómo se ve el futuro. Nadie fuera de Dios conoce el futuro en su forma verdadera. La persona ansiosa primero se imagina que el futuro será así. Pero al momento piensa que tal vez será otra cosa. Y como no puede saberlo a ciencia cierta, lo parte en dos. De acuerdo a la Biblia, la preocupación es afligirse sobre lo que no se sabe y lo que no se puede controlar, y esto nos rompe en dos. La pregunta es, “Si esta es la esencia de la preocupación, ¿qué puede hacer al respecto?|
Escuchemos a Jesús —él tiene la respuesta. Dice, “No se preocupen” (Mateo 6:31). Pero Jesús no deja el asunto ahí, sino que explica cómo vencer la angustia. En este pasaje Jesús concluye una discusión vital respecto a la tendencia de afligirnos por las necesidades de la vida con las siguientes palabras: “Así que, no os afanéis (no se preocupen) por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán” (Mateo 6:34). Jesús aquí nos aclara que el problema de la angustia es que proviene de un enfoque incorrecto de la vida. Jesús dice que es incorrecto dejar que los posibles problemas de mañana nos partan en dos hoy.
Cristo hace un contraste entre dos días: “No os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su afán”. En estas palabras tenemos la respuesta de Dios a las preocupaciones. Cada día tendrá suficientes problemas. Tú no debes enfocar tu mirada en los problemas de mañana ¡porque hay suficientes problemas hoy como para ocuparnos! Mañana pertenece a Dios. Mañana está en sus manos. Cuando nosotros intentamos tomar mañana, intentamos quitar lo que le pertenece a él. Los pecadores desean tener lo que no es de ellos, y así se destruyen a sí mismos. Dios solamente nos ha dado el día de hoy. Dios prohíbe que nos preocupemos de lo que podría suceder. Esto está en sus manos enteramente. El hecho trágico es que las personas que se preocupan mucho no sólo desean lo que les es prohibido, sino que se niegan a usar lo que se les ha dado.

¿Es malo planear para el futuro?

Antes de proceder, hay un punto que debemos destacar: Cristo no se opone a la planificación para el día de mañana. Cristo no se opone a pensar en mañana o prepararse para el futuro. Lo que prohíbe son las preocupaciones, la angustia que nos lleva a llorar. No hay nada en Mateo 6 que prohíba la planificación para el futuro.
Las palabras de Santiago son vitales para comprender todo esto (Santiago 4:13ss). Algunos han malentendido este pasaje, interpretándolo como si Santiago estuviera en contra de todo tipo de planificación. Pero esto es exactamente lo contrario del sentido del texto. Es más, en este pasaje Santiago nos está explicando cómo debemos hacer planes. Lo que prohíbe son los planes incorrectos, y nos muestra cómo planificar de la manera que agrada a Dios. Planificar y preocuparse son dos cosas muy diferentes.
¿Cómo debemos planificar entonces? Santiago nos responde así, “Deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala”. Ahora podemos ver la gran diferencia. Santiago nos dice que debemos hacer planes sin preocuparnos. Es imposible no planear, pues siempre estamos haciendo algún tipo de planificación. Pero debe ser sin angustia. La persona que se preocupa actúa como si tuviera el futuro en la palma de su mano. Es arrogante. Santiago dice que debes presentar tus planes ante Dios y decir, “Señor, he intentado hacer mis planes lo mejor posible, según tu voluntad revelada en la Biblia. Pero yo sé que sólo tú eres soberano, y someto mis planes a ti. Sea hecha tu voluntad”.
Como Cristiano, sabes que tu vida pertenece a Dios por el mero hecho de ser su criatura. Pero también has sido comprado por precio, el precio de la muerte de Jesucristo, él que dio su vida para redimirte del pecado y la muerte eterna. El próximo respiro está en sus manos. De modo que debes decirle a Dios, “Te traigo mis planes para que los revises y los corrijas”. Cuando planificas de esta manera, llevando tus planes a Dios para ser revisados (y negados si fuera el caso), aceptando gozosamente la voluntad de Dios, entonces estás planificando como dice Santiago. ¿De qué te tienes que preocupar cuando realmente pones tus mejores planes en la mano de Dios?

Venciendo las angustias

Ahora bien, regresemos a Mateo 6 para descubrir la alternativa que nos da Jesús con respecto a las preocupaciones. ¿Cómo podemos vencer las angustias en cuanto al futuro? ¿Cómo se puede vivir sin ninguna preocupación? ¡Es imposible! Tú preguntas, “¿Cómo puedo olvidar las preocupaciones?” La respuesta a esta pregunta es la llave al problema de las preocupaciones. Cristo no nos pide que dejemos de sentir urgencia. Nos dice que dirijamos nuestra urgencia hacia otra cosa. Nuestra preocupación no debe ser dirigida hacia mañana, porque esto sólo nos parte en dos.
Si has puesto en manos de Dios tus mejores planes, puedes dirigir tu atención a otra cosa que no sea mañana. Ya no tienes que afligirte sobre el futuro, y puedes dirigir tus esfuerzos, tus energías y todo lo que tienes hacia hoy. Esta es la llave que cierra la puerta a la angustia, y abre la puerta de la paz: concéntrate en hoy.
Concentrarse fuertemente en algo es una actitud correcta, no equivocada. Toda emoción que Dios nos ha dado tiene un uso correcto en el momento correcto. Cada emoción puede ser positiva cuando se usa correctamente, acorde con los mandamientos y principios de la Palabra de Dios. Pero cada emoción puede usarse equivocadamente también. Interesarse fuertemente (sentir ‘urgencia’con respecto a alguna cosa) es una habilidad dada por Dios para movilizar las energías de cuerpo y mente para resolver un problema. Pero cuando enfocamos estas energías en el futuro, el propósito de soltar las energías químicas y eléctricas del cuerpo es frustrado, porque se derraman en el cuerpo pero no pueden usarse. No pueden convertirse en acción, porque es imposible hacer algo sobre el futuro. La preocupación activa una energía que no se usa, y en algunos casos los químicos producidos producen úlceras del estómago y otros síntomas físicos.
Pero si te enfocas en el día de hoy, las energías no son desperdiciadas, sino que pueden usarse. Tu preocupación será útil, tus energías podrán ser usadas al servicio de Jesucristo para resolver los problemas en lugar de preocuparse por ellos. Tú puedes hacer algo respecto a los problemas porque los tienes a mano, estás tratando con la realidad concreta.
Felipe aprendió que podía hacer algo por sus problemas de hoy. Primero nos sentamos y echamos una mirada a los problemas, haciendo un plan para el panorama entero. Oramos, colocando todo en manos de Dios. Después, miramos más de cerca a la próxima semana para determinar —si Dios quiere— lo que se podría hacer. Finalmente hablamos de hoy, y nos preguntamos “¿Qué podemos hacer ahorita?” Felipe se había acostumbrado a ver todo el bosque, y por eso había concluido que era demasiado grande, oscuro y tupido para ser talado. En contraste, aprendió a decir “Por la gracia de Dios tres árboles caerán hoy”. Luego aprendió a enfocarse y derramar todas sus energías en cortar esos tres árboles. Debería olvidar el resto de los árboles. Mañana podrá enfocarse en tres más, y al día siguiente tres o cuatro más, y así sucesivamente. Al continuar así, llegó el momento cuando Felipe podía ver luz en el bosque, y el sol comenzó a brillar. Felipe resolvió su problema de angustia al resolver los problemas de cada día un día a la vez.
Si trabajas fielmente para Cristo, haciendo lo que puedas con los problemas que se presentan hoy, usando todas tus energías, puedes ir a casa por la noche quizás cansado, pero satisfecho. ¿Hace cuánto tiempo no has tenido esa satisfacción? Ya no aquella sensación de cansado y todavía angustiado, sino el sentimiento de cansado y satisfecho, recostándote al final del día sabiendo que has gastado tus energías como Dios manda.

La preocupación y la pereza

¿Sabes que la Biblia señala que muchas de las personas que se preocupan son perezosas? Pues, esto es lo que Jesús mismo le dijo a uno que se afligía con respecto al futuro, y quería excusarse de sus responsabilidades a causa de sus preocupaciones. Pero Jesús dijo que era un caso de mera pereza. En Mateo 25 Cristo relató la historia de tres siervos a quienes se les dio dinero para invertir. Cuando regresó su señor, inquirió acerca de sus ganancias. Al que se le dio más, había duplicado su inversión, y el segundo hizo lo mismo. Pero el tercero confesó que había escondido su dinero en un hueco en la tierra. Cuando volvió el señor, el siervo sacó el dinero se lo llevó diciendo, “Aquí está lo suyo, señor. Lo enterré porque tenía miedo” (Mateo 25:25). El siervo se preocupó de las posibles consecuencias de invertir el dinero. Se preocupaba y se afligía hasta que quedó paralizado. Se preocupaba en lugar de trabajar. Y su señor le dijo, “Siervo malo (nótese que es pecado preocuparse por el futuro) y negligente … debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses” (Mateo 25:26, 27). Jesús le dice en otras palabras, “Debieras haber hecho por lo menos lo mínimo, y ni eso hiciste. Tú eres un siervo perezoso”.
La persona preocupada no puede hacer nada porque está ocupada preocupándose por los problemas de mañana. Termina haciendo nada. Tú no puedes hacer nada con los problemas desconocidos de mañana. La angustia sobre mañana es como la persona que se balancea en una mecedora: gasta energía sin ir a ningún lado. Pero con respecto a los problemas de hoy, algo siempre se puede hacer (ver 1 Corintios 10:13). En última instancia, aunque no puedes cambiar el problema, por el poder del Espíritu Santo puedes cambiar tus actitudes con respecto a los problemas. Si nada más cambia, tú puedes cambiar. De modo que siempre hay algo que se puede hacer.

Una solución práctica

Hay un procedimiento sencillo que puedes utilizar cuando te encuentras preocupándote en lugar de trabajar. Cuando sientes que la angustia se te está subiendo, siéntate inmediatamente y escribe las siguientes tres preguntas en una hoja de papel, dejando espacio debajo de cada una para llenar después:

1.      ¿Cuál es el problema?

2.      ¿Qué quiere Dios que yo haga con él?

3.      ¿Cuándo, dónde y cómo debo comenzar?

A veces el solo hecho de apuntar el problema te conduce a la solución. Cuando defines el problema, debes comenzar de inmediato a buscar una solución en las Escrituras. La pregunta es: “¿Cómo puedo enfrentar este problema para la gloria de Dios?” No te conformes con buenas soluciones e ideales nobles. En cambio, comienza a trabajar. Fija un horario para tu trabajo, y ataca la tarea más difícil primero. No olvides el ejemplo de Abraham, “se levantó temprano” cuando Dios le dio la tarea horrenda de sacrificar a Isaac, su único hijo, a quien amaba (Génesis 22:3). Ahí tenemos la solución de Dios para la preocupación.
Un último pensamiento. Este librito es escrito para los Cristianos. Pero si no conoces a Jesucristo como tu Salvador, permíteme decirte algo. Dios le dice a los Cristianos que no tienen nada de qué preocuparse. Pero tú tienes todo motivo por qué preocuparte. Si no eres Cristiano, no tienes las promesas de Dios, como por ejemplo la de Romanos 8:28, porque es dada solamente a los que pertenecen a Dios: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. No existe solución para tu problema fuera de Cristo Jesús. No hay nada sino el infierno eterno al final de tu camino. La Biblia nos dice que el infierno es un lugar de oscuridad y soledad. Las personas en el infierno serán como estrellas errantes, ¡separadas las unas de las otras por años de luz! (Judas 13). Peor aún, divagarán eternamente aisladas en la oscuridad, lejos de la presencia de Dios: “Sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1:9). Este es el hecho más terrible de todos. El infierno será el lugar totalmente solitario en donde los hombres y mujeres, en vez de preocuparse del futuro, tendrán remordimiento agudo con respecto al pasado. Sólo en el infierno su futuro es seguro: habrá la horrorosa seguridad de un futuro eterno de terror apartados de Dios.
Pero tal vez Dios está obrando en tu corazón, convenciéndote de tu pecado. Posiblemente puso en tus manos este folleto porque quiere que confíes en Jesucristo. Jesús murió en la cruz en el lugar de pecadores culpables como tú, llevando sobre sí su infierno. Toda persona que cree que Jesús murió por ella será perdonada, y en lugar del infierno recibirá el regalo de la vida eterna, una vida con Dios para siempre. Dios promete, “Más a todos los que le recibieron (a Jesucristo), les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). ¿Por qué no pones tu confianza en Cristo en este momento? No se quede con la preocupación, ¡actúa! Actúa en obediencia a la Palabra de Dios.
Para los que conocen al Señor, permítanme preguntar, “¿Tienes necesidad de arrepentirte del pecado de la preocupación”? Si es así, entonces atiende los problemas de cada día según como te lleguen, y trabaja duro para Cristo ese día.

Adams, J. (2011). Cómo vencer las preocupaciones (pp. 3–31). Guadalupe, Costa Rica: CLIR.

¿Por qué debemos crucificar el orgullo?

¿Por qué debemos crucificar el orgullo?
Por Emely Green

No hace mucho tiempo atrás, tuve una conversación muy interesante con una bella cristiana de Nigeria quien recientemente se había mudado a Escocia. Estuvimos un tiempo compartiendo experiencias y contrastando las diferencias entre la Iglesia del Reino Unido y la de África. Ella describió cómo los africanos oraban con mayor “urgencia y dependencia’’. Ella dijo, que aunque haya muchos falsos maestros y enseñanzas erróneas, mucha gente tiene una cierta creencia y respeto hacia Dios. Desde que vino a Escocia, se ha escandalizado por la falta de consideración de Dios en nuestro país y cuántos de sus compañeros de trabajo siguen viviendo sus vidas sin ni siquiera pensar en Dios en su día a día.

A medida que fuimos compartiendo por qué la condición espiritual es tan distinta en el mundo occidental en comparación con los países denominados del “tercer mundo”, llegamos a la conclusión de que, generalmente, las personas en la cultura occidental realmente piensan que no “necesitan’’ a Dios. Ella dijo que muchos corren hacia Dios debido a la “desesperación y necesidad, mientras que en nuestro país privilegiado la necesidad’’ parece ser mucho menor. Por lo general, las personas continúan haciendo sus vidas como les parezca: “muchas gracias, pero no”.

A dónde el orgullo nos guía
A medida que fui palpando esta idea, me di cuenta que esta no es una cuestión que solo involucre a los incrédulos. Fui desafiado a ver cuántas veces yo vivo con esta actitud. Cuando olvido el evangelio, olvido mi desesperación. En lo externo, cuando la vida va bien, puedo continuar los demás días, en mi propia fuerza, olvidándome de mi necesidad del Señor.

El orgullo no sólo puede guiar a una falta de dependencia, peor aún, puede llevarnos no solamente a no reconocer que sin Dios no soy nada, sino a creer la mentira de que lo que tengo, yo lo he construido. Mis amistades, mi ministerio, mi hogar, mis talentos (mi familia, mi carrera, y la lista continúa). Sin que me dé cuenta, el orgullo ya tomó un nuevo nivel en mí, y de repente, mi jactancia se ve reflejada en mis conversaciones, motivos de oración o posteos en las redes sociales. Estoy seguro que todos saben a qué me refiero. Más allá de que nos sintamos bien o mal con nosotros mismos, la mayoría pasa demasiado tiempo pensando en sí mismo. No importa cuánto tratemos de suprimir nuestro orgullo, a menudo vuelve a aparecer para asomar su fea cabeza.

El lugar del orgullo

John Piper me pegó duro con esta frase:

“Toda auto-exaltación es una re-crucifixión de Cristo porque Él murió para matar el orgullo”.

Jesús murió para matar el orgullo. Piensa en esto.

¿Torgullo ha sido crucificado en la cruz? El mío ciertamente no siempre. Es más, diría que mientras más tiempo llevamos siendo cristianos, pareciera que más orgullo suele crecer en nosotros. A medida que maduramos en nuestra fe, la gente empieza a buscarnos para consejo, sabiduría y oración. Aprendemos más sobre la Biblia y cuando menos lo pensamos, nos sentimos orgullosos de poder responder esas preguntas difíciles en los estudios bíblicos y oramos mostrando una teología sólida y fuerte, en pos de un gran “¡amén!”. Nos piden que compartamos nuestros testimonios, hablar en conferencias y escribir artículos —y en todo ese tiempo nuestro ego pudo haber ido creciendo poco a poco. ¿Quién no quiere ser querido y apreciado por otros? ¿Quién no quiere sentirse necesitado y tener algunas perlas de sabiduría para ofrecer a otros? El orgullo no se encuentra únicamente en los inconversos que desprecian a Dios. No, lo peor de todo, es que el orgullo puede estar presente en nosotros, los seguidores de Jesús.

Sin embargo, Piper dice que Jesús murió para matar el orgullo. Por lo tanto, el lugar correcto del orgullo en la vida del cristiano es la tumba. ¿Cómo podemos, entonces, tener libertad del orgullo en nuestras vidas? ¿Podemos tener victoria? ¿Hay esperanza?

¡Pues, aunque no tenga todas las respuestas, sí sé que hay esperanza! Si estamos en Cristo, el Espíritu Santo es nuestra Esperanza y Ayudador. Él es el que puede humillar nuestros corazones orgullosos. Si quieres crecer en humildad hoy, empieza en estos dos lugares:

Conoce tu pecado
En los primeros tres capítulos de la Biblia nos encontramos con que la humanidad tiene un serio problema del pecado. Uno que no es liviano para el Dios del universo, este mismo pecado expulsó a Adán y Eva fuera del jardín y los separó de la presencia de Dios. Los próximos 1,186 capítulos de la Biblia son una gran historia de nuestras huidas pecaminosas y el amor redentor de Dios.

Es fácil cuando hablamos o pensamos en el pecado, atribuírselo a los “inmorales” que nos rodean. “Esas personas que están en oscuridad, necesitan ayuda”. Sin embargo, curiosa y generalmente, a lo largo de los Evangelios, es la moralidad lo que aleja a las personas de Jesús; y no la inmoralidad. El orgullo es el asesino. Señalamos con el dedo, juzgamos a los demás, nos ponemos en pedestales, sin reconocer que, momento tras momento, nuestro orgullo y la llamada “moralidad”, nos está alejando de nuestro Salvador.

Cristiano, ¿Reconoces tu vil, pecaminosa y orgullosa condición delante del Dios Santo hoy? ¿Puedes específicamente identificar y responsabilizarte de tu pecado, de forma concreta y vulnerable?

Robert Murray McCheyne insta a que: ‘’Aprendas tanto como puedas de tu propio corazón, y cuando hayas conocido lo suficiente, lo que has visto es solo un par de metros que conduce a un pozo insondable’’.

El primer paso hacia la humildad es la desesperación. Necesitamos conocer nuestro pecado. No para que caigamos en autocompasión, sino para que corramos al médico. En nuestra ceguera, pediremos tener visión. En nuestra arrogancia, clamaremos por limpieza. En nuestra muerte, suplicaremos por vida.

Conoce a tu Salvador
En el intento de “crucificar el orgullo” existe el peligro de quedar atrapados en un complejo de culpa interna y autocompasiva que nos deja en un pozo de desesperación. Si bien debemos desesperarnos de nuestra condición ante Dios, también debemos avanzar desde allí. Si no superamos la desesperación, practicamos el “orgullo invertido”: soy tan pecador, nunca lo hago bien, soy desagradable. Fíjate aquí, el enfoque todavía está en uno mismo, por lo tanto, el orgullo todavía está en juego. Imagínate ir al médico y hablar durante tanto tiempo sobre la gravedad de tus síntomas que no deja lugar para que el médico diagnostique el problema y prescriba una cura. Incluso cuando trata de intervenir, no lo escuchas, y sigues hablando sobre tu problema. Esto sería una cita sin sentido y totalmente frustrante para el médico que quiere ayudar.

En nuestro intento de crucificar el orgullo, ¿con qué frecuencia pensamos que la humildad equivale a pensar que somos unos perdedores y centrarnos en sentirnos mal con nosotros mismos? C. S. Lewis lo expresa de manera simple: “La humildad no es pensar menos sobre ti mismo, es pensar menos en ti mismo”.

Mychene dice: “Por una mirada a ti mismo, da diez miradas a Cristo”.

Deja de sentir lástima por ti mismo y de perderte en tu propia desesperación interior. Reconoce tu pecado, desperate, luego mira a Cristo, mira a Cristo, mira a Cristo, mira a Cristo, mira a Cristo, mira a Cristo, mira a Cristo, mira a Cristo, mira a Cristo y de nuevo, ¡mira a Cristo!

“Él te redimió. Él no te dejará. Él te ha salvado. Él te mantendrá. Él te guiará. Camina a tu lado. Él te llevará sano y salvo a casa” (Mira de nuevo, 20schemes Music).

Mientras escribo este blog, he estado reflexionando sobre el ejemplo de la humillación del rey Nabucodonosor en Daniel 4. Nabucodonosor habla por experiencia y nos advierte a cada uno de nosotros: “Él [Dios] puede humillar a los que caminan con soberbia [Orgullo]” (Daniel 4:37b).

Amigos, la realidad es que si no nos humillamos ante el Señor, Él ciertamente nos humillará. Y no será agradable. Es mucho mejor humillarnos a nosotros mismos que experimentar la humillación del Señor.

¿Cómo crucificamos el orgullo, cómo nos humillamos ante Dios? En primer lugar, conocer nuestro pecado y desesperarnos por nuestro orgullo. Luego “levantamos los ojos al cielo” (Daniel 4:34) y nos volvemos a nuestra única esperanza y ayuda, nuestro Salvador Jesucristo, pidiéndole que haga lo que no podemos hacer solos…

‘’Destruye en mí todo pensamiento altivo, rompe el orgullo en pedazos y dispersarlo a los vientos, aniquila cada pizca que se aferra a mi propia justicia… Abre en mí un manantial de lágrimas penitenciales, rómpeme, entonces me vendarás. Es lo que cree la humildad’’ (El Valle de la Visión).

Este artículo se publicó originalmente en 20schemes.

¿Qué dice la Biblia acerca de la depresión?

¿Qué dice la Biblia acerca de la depresión?

¿Cómo puede un cristiano vencer la depresión?

La depresión es un padecimiento que se ha propagado grandemente afectando a millones de personas, tanto a cristianos como a no cristianos. Quienes sufren de depresión pueden experimentar intensos sentimientos de tristeza, ira, desesperanza, fatiga y una variedad de otros síntomas. Pueden empezar a sentirse inútiles y aún pensar en el suicidio, perdiendo interés en cosas y personas con las que antes disfrutaban. Con frecuencia la depresión es provocada por las circunstancias de la vida, tales como la pérdida del trabajo, la muerte de un ser querido, el divorcio o problemas psicológicos como el abuso o la baja autoestima.

La biblia nos dice que estemos llenos de gozo y alabanza (Filipenses 4:4; Romanos 15:11), así que aparentemente Dios propone que vivamos vidas con gozo. Esto no es fácil para alguien que atraviesa por una situación depresiva, pero ésta puede mejorar a través de los dones de Dios en la oración, estudios bíblicos y su aplicación, grupos de apoyo, compañerismo con otros creyentes, confesión, perdón y consejería. Debemos hacer un esfuerzo consciente para no estar absortos en nosotros mismos, sino más bien dirigir nuestros esfuerzos al exterior. Los sentimientos de depresión con frecuencia pueden resolverse cuando el que sufre quita la atención de sí mismo y la pone en Cristo y los demás.

La depresión clínica es una condición física que debe ser diagnosticada por un médico especialista. Puede que no sea causada por circunstancias desafortunadas de la vida, ni los síntomas pueden ser aliviados por voluntad propia. Contrariamente a lo que algunos creen en la comunidad cristiana, la depresión clínica no siempre es causada por el pecado. En ocasiones la depresión puede ser un desorden que necesita ser tratado con medicamentos y/o consejería. Desde luego, Dios es capaz de curar cualquier enfermedad o desorden; sin embargo, en algunos casos, el consultar a un doctor por una depresión, no es distinto a ir a un médico por una herida.

Hay algunas cosas que pueden hacer quienes sufren de depresión, para aliviar su ansiedad. Deben asegurarse de estar firmes en la Palabra, aún cuando no sientan deseos de hacerlo. Las emociones pueden desviarnos, pero la Palabra de Dios permanece firme e inmutable. Debemos mantener firme también nuestra fe en Dios, y acercarnos aún más a Él cuando pasemos por tribulaciones y tentaciones. La biblia nos dice que Dios nunca permitirá en nuestras vidas, aquellas tentaciones que estén más allá de nuestra capacidad para manejarlas (1 Corintios 10:13). Aunque el estar deprimido no es pecado, el cristiano sí es responsable de la manera cómo responda a la aflicción, incluyendo el obtener la ayuda profesional que necesite. “Así que, ofrezcamos siempre a Dios por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre” (Hebreos 13:15).

Cómo vivir fielmente con ansiedad

Cómo vivir fielmente con ansiedad
Por Aaron L. Garriott

Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ansiedad.

a ansiedad es desconcertante y elusiva. Algunas personas han experimentado una ansiedad debilitante que los ha llevado a la parte trasera de una ambulancia, mientras que otras tienen el pensamiento ansioso ocasional que pasa brevemente por sus mentes antes de caer en un sueño tranquilo. Para algunos, la ansiedad puede dificultar la realización de tareas diarias rudimentarias. Para otros, la ansiedad aparece solo unas pocas veces al año y no interrumpe significativamente su vida cotidiana. Cualquiera que sea la forma que tome la ansiedad, los cristianos necesitan saber cómo enfrentarla con directivas bíblicas y sabiduría para nuestros corazones inquietos. Cuando la ansiedad asoma su fea cabeza, ¿qué debemos hacer? Cuando la ansiedad es un compañero constante para el cristiano, ¿cómo permanecemos fieles?

Antes de considerar estas preguntas, vale la pena señalar que nuestros instintos de autopreservación dados por Dios son buenos. Dios creó nuestros cerebros para alertarnos sobre el potencial peligro. Pero nuestros cerebros están sujetos a los efectos de la caída, por lo que nuestros sistemas de detección de peligros a veces pueden desviarnos. Por eso, no toda la ansiedad se debe simplemente a no prestar atención a los mandatos y apropiarse de las promesas de Mateo 6. El Dr. R.C. Sproul observó: «Nuestro Señor mismo dio la instrucción de no estar ansiosos por nada. Aún así, somos criaturas que, a pesar de nuestra fe, somos dadas a la ansiedad y, a veces, incluso a la melancolía». Somos criaturas con un cuerpo y un alma, por lo tanto, somos seres completos y complejos. No somos gnósticos, con un foco solo en lo espiritual a expensas de lo físico. La Biblia no hace eso (ver 1 Re 19; 1 Tim 5:23), así que nosotros tampoco deberíamos hacerlo. Considera al hombre que apenas sobrevivió a un accidente automovilístico fatal y le resulta increíblemente difícil volver a montarse en un automóvil. ¿Es la raíz de su lucha física o espiritual? La respuesta es ambas. Todo lo que experimentamos como espíritus encarnados es físico y espiritual.

Aprendemos mucho acerca de nuestra experiencia física a través de la investigación científica de la revelación general de Dios en la naturaleza. Dado que toda verdad es verdad de Dios, podemos aceptar libremente los aportes de la investigación científica que estén en sumisión a la Palabra de Dios. Cuando se trata de condiciones como la ansiedad y la melancolía, las investigaciones sugieren claramente que algunas personas tienen una mayor tendencia a trastornos cognitivos y circuitos cerebrales defectuosos. Independientemente de la mezcla específica de causas físicas y espirituales de la ansiedad, las Escrituras ofrecen un camino a seguir. Con ese fin, este artículo se centrará en cómo los cristianos que luchan con la ansiedad pueden vivir fielmente con ella, buscar ser libres de ella y descubrir los propósitos redentores del Señor en y a través de ella.

En la lucha contra la ansiedad, podemos ser nuestro peor enemigo. La ansiedad, el trauma y la melancolía a menudo se perpetúan debido a hábitos no saludables (por ej.: mala alimentación, falta de ejercicio, falta de sueño), patrones de pensamiento no saludables (por ej.: autocompasión, pensamientos no provechosos, emociones sin control) y falta de disciplina (por ej.: ociosidad, aislamiento). Richard Baxter observó: «Las personas que ya son propensas a la melancolía son fácilmente y con frecuencia arrojadas aún más profundamente en ella por medio de patrones indisciplinados de pensamiento o emociones sin control». El cristiano ansioso debe ser vigilante, tal vez más que otros. Debemos vigilar cuidadosamente nuestros patrones de pensamiento (1 Co 4:20; Fil 4:8), hábitos de conducta (1 Tim 4:16) e influencias de enseñanza (2 Tim 4:3-4); dedicarnos a la oración (Fil 4:6), al autocontrol (1 Co 7:5; 9:25; Gal 5:23) y disciplina (1 Co 9:27; Tit 1:8); y medir nuestras emociones, sentimientos y reacciones con el estándar de la Palabra autoritativa de Dios (1 Jn 3:20). Charles Spurgeon, después de haber lidiado con sus propios ataques de ansiedad y desesperación, le recordaba a su pueblo con frecuencia que los sentimientos son volubles: «El que vive de los sentimientos será feliz hoy e infeliz mañana».

Podríamos pensar que la solución a los sentimientos y pensamientos que surgen espontáneamente es simplemente cambiar nuestros sentimientos; deshacernos de estas alarmas incómodas. Pero cambiar nuestros sentimientos no es el objetivo; la obediencia fiel lo es. A veces, esa obediencia fiel implica el largo y doloroso proceso de aprender a ser un espectador desapegado de sentimientos y pensamientos no deseados. Este tipo de perseverancia ardua y fiel sin importar los sentimientos puede ser difícil. Podríamos tener dificultades para levantarnos de la cama por la mañana, reflexionando sobre todo lo que implica el día que tenemos por delante: correos electrónicos constantes, malas noticias potenciales, tareas monótonas, niños necesitados, facturas pendientes que pagar. Con espíritu de oración, confiamos en que el Señor nos sostendrá a medida que damos un paso a la vez. Jesús nos dice: «Bástele a cada día sus propios problemas» (Mt 6:34). A veces, la tarea es suficiente problema. Poniendo un pie delante del otro, seguimos adelante.

Liberarse de la ansiedad que paraliza requiere permanecer en presencia de una incertidumbre dolorosa mientras mantenemos la fe. Específicamente, en la agonía de la angustia producida por la ansiedad, es vital que aprovechemos nuestra unión mística con el Salvador sufriente. Martín Lutero, durante episodios de turbulencia emocional en los que Satanás acusaba su conciencia, se visualizaba a sí mismo sufriendo con Cristo en Su aflicción. Lutero creía que los dardos llameantes del maligno y los angustiosos picos de ansiedad son una ocasión para sufrir en unión con nuestro Salvador, para mortificar los restos del viejo yo y para ser despojados de nuestra necesidad de control y certeza. Durante el ataque angustiante de la ansiedad perturbadora, no cedemos al pánico, sino que trabajamos para comprender objetivamente las respuestas de nuestra mente. El salmista nos recuerda que debemos aquietar nuestras mentes: «Estad quietos, y sabed que yo soy Dios» (Sal 46:10). Nos mantenemos quietos y firmes. Como nos recuerda el viejo himno: «Si se desploma todo aquí, me aferro a Cristo mi mástil». En la tempestad, los cristianos confían y obedecen. Independientemente de si el Señor nos da un alivio total en esta vida, nos esforzamos por ser fieles a pesar de nuestras ansiedades y por arrepentirnos cuando permitimos que la ansiedad gobierne nuestras vidas.

Sin duda, no es fácil analizar cuáles ansiedades son pecaminosas. El puritano John Flavel ofrece una simple prueba de fuego: «Mientras el miedo te despierte a orar […] es útil para tu alma. Cuando solo produce distracción y abatimiento de la mente, es pecado y la trampa de Satanás». Además, debemos examinar qué pensamientos y sentimientos consideramos como verdaderos. Lo más importante, ¿a dónde llevamos nuestras ansiedades? ¿Venimos al Señor con nuestra ansiedad a refugiarnos en Él, o nos sentamos y reflexionamos sobre ella, buscando alivio en nosotros mismos? Dejamos por nuestra cuenta, buscaríamos refugio de la tormenta de ansiedad en los alimentos, tecnología, sustancias u otras cisternas agrietadas. Si sucumbimos a nuestras tendencias internas (conducta evasiva, introspección, autopsias mentales constantes o tácticas de autoayuda), las alarmas de ansiedad solo aumentarán de volumen. Necesitamos una palabra externa.

La ansiedad persistente debe ser enfrentada con promesas, como sugiere John Owen:

Una alma pobre, que ha estado perpleja durante mucho tiempo en la angustia y la ansiedad de la mente, encuentra una dulce promesa, que es Cristo en una promesa adecuada para todas sus necesidades, que viene con misericordia para perdonarlo, con amor para abrazarlo, con Su sangre para purificarlo; y es levantado para apoyarse en cierta medida sobre esta promesa.

¿Descansas en promesas divinas o caes en pánico cuando eres incapaz de ser racional porque la ansiedad ha intensificado su control? El salmista modela un mejor camino: «Cuando mis inquietudes se multiplican dentro de mí, tus consuelos deleitan mi alma» (Sal 94:19). De hecho, el libro de los Salmos debería ser un jardín frecuentado por el alma agobiada por la ansiedad. El padre de la iglesia primitiva Atanasio argumentó que el salterio es una minibiblia (presagiando a Lutero) y un índice de cada emoción humana posible (presagiando a Calvino). En una carta a su amigo Marcelino, Atanasio escribió: «En el salterio aprendes sobre ti mismo. Encuentras representados en ella todos los movimientos de tu alma, todos sus cambios, sus altibajos, sus fracasos y recuperaciones». Haríamos bien en visitar los salmos, tanto antes de la tumultuosa tormenta de ansiedad como durante su aguacero más fuerte, pues están familiarizados con todos nuestros sentimientos y emociones. Necesitamos el consejo empático del salterio porque el pecado distorsiona nuestras cualidades dadas por Dios y a Satanás le encanta explotar esas distorsiones. Por ejemplo, el deseo apropiado por la excelencia puede transformarse en perfeccionismo, o la responsabilidad en hiperresponsabilidad. Considera cómo Dios creó a las madres para cuidar de manera única a sus hijos. Sin embargo, la madre primeriza que cuida a su recién nacido puede experimentar un miedo abrumador en cada llanto. Esto puede catapultar rápidamente a las madres amorosas a la desesperación bajo el peso de la hiperresponsabilidad y el miedo. Los salmos son correctivos, recordándole a su corazón ansioso y oprimido que el Señor tiene el control en Su trono cuidando de Su pueblo (ver Sal 121:3-4).

El cuidado providencial de Dios por Su pueblo se ve en cada página de la Escritura. Jesús prohíbe la ansiedad excesiva por la vida, porque traiciona con desconfianza el cuidado amoroso de nuestro Padre. La preocupación desmesurada por nuestros asuntos mundanos revela en quién confiamos realmente. Jesús dirige nuestra mirada al cuidado que nuestro Padre celestial por las aves que Él mismo abastece. Y si Él cuida tanto de las aves como de los lirios del campo, de tal manera que exhiben una gloria mayor que la de Salomón, ¿no debemos estar seguros de que Él suplirá todas nuestras necesidades (Mt 6:28-30; ver Rom 8:32)? Jesús nos recuerda además que la ansiedad mundana excesiva es inútil (Mt 6:27). Pero la prohibición de Cristo está acompañada por una alternativa reconfortante, como señala Calvino: «Aunque los hijos de Dios no están libres de trabajo y ansiedad, sin embargo, podemos decir correctamente que no tienen que estar ansiosos por la vida. Pueden disfrutar de un reposo tranquilo debido a su confianza en la providencia de Dios».

En esa sola palabra se encuentra la clave para vivir fielmente con una ansiedad que persiste: providencia. El Catecismo de Heidelberg define la providencia como el «poder todopoderoso y omnipresente de Dios por el cual Él sostiene y gobierna el cielo, la tierra y todas las criaturas como si estuvieran en Su mano […] y todas las cosas no nos vienen por azar, sino de Su mano paternal» (pregunta 27). Entonces, nuestra ansiedad no es por casualidad; no es un accidente. Viene de Su mano paternal. ¿Crees eso? Debemos hacerlo si queremos sofocar las garras del miedo que paraliza. Si se plantea y maneja adecuadamente, la ansiedad ofrece la oportunidad de cultivar la dependencia y la cálida comunión con el Dios de toda consolación (2 Cor 1:3-4). Richard Sibbes propone tiernamente: «Si consideramos de qué amor paternal vienen las aflicciones, cómo ellas no son solo moderadas sino que son endulzadas y santificadas al ser enviadas a nosotros, ¿cómo puede esto hacer otra cosa sino ministrar por medio del consuelo en las mayores y aparentes incomodidades?». Pablo cuenta su aflicción, un aguijón colocado en su carne que Dios se negó a quitar. En cambio, Él consoló a Su siervo: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, Pablo resolvió gloriarse gozosamente en sus debilidades: «Para que el poder de Cristo more en mí. Por eso me complazco en las debilidades […] porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12:7-10).

La dolorosa trampa providencialmente llevó a cabo la obra redentora del Señor en y a través del apóstol. Así también nuestras debilidades pueden llevarnos a sentir un mayor amor por el Salvador y un desagrado por las cosas de este mundo. Flavel ofreció esta esperanza al cristiano que siempre está ansioso y abatido: «La sabiduría de Dios ha ordenado esta aflicción sobre Su pueblo para fines y usos misericordiosos. Él la usa para hacerlos más tiernos; vigilantes, atentos y cuidadosos en sus caminos; a fin de que puedan evitar y escapar de tantos problemas como sea posible. Esta es una barrera para evitar que te desvíes. En las grandes pruebas, lo que parece ser una trampa podría ser una ventaja para ti». ¿Ansiedad ventajosa? ¿Cómo? Primero, Flavel continúa: «Las enfermedades del cuerpo y las angustias de la mente sirven para amargar las comodidades y los placeres de este mundo para ti. Hacen que la vida sea menos deseable para ti que para los demás. Hacen que la vida sea más pesada para ti que para otros que disfrutan más de su placer y dulzura». Además, ellos «pueden facilitar la muerte y hacer que tu separación de este mundo sea más fácil para ti. Tu vida es de poco valor para ti ahora, debido a la gravosa carga que arrastras detrás de ti. Dios sabe cómo usar estas cosas en el camino de Su providencia para tu gran ventaja». Segundo, la ansiedad nos impulsa a una comunión más cercana con Dios: «Cuantos mayores sean tus peligros, más frecuentes serán tus acercamientos a Él. Sientes que necesitas brazos eternos debajo de ti para soportar estos problemas más pequeños, que no son nada para otras personas». Tercero, como Pablo enseña, el Señor muestra Su poder a través de nuestras debilidades. Por lo tanto, Flavel concluye: «No dejes que esto te desanime. Las debilidades naturales podrían hacer que la muerte sea menos terrible. Podrían acercarte más a Dios y proporcionarte una oportunidad adecuada para la exhibición de Su gracia en tu momento de necesidad».

De manera contraintuitiva, replantear nuestra perspectiva de la ansiedad acosadora de una carga a una oportunidad apropiada es un gran avance para vivir libres de ansiedad. Cuantas más ansiedades vienen, más oportunidades tenemos de echarlas sobre Aquel que tiene cuidado de nosotros (1 Pe 5:7).

Juan Bunyan, habiendo admitido que «hasta el día de hoy» experimentó ansiedades del corazón, concluye su relato autobiográfico con una perspectiva curiosa:

Estas cosas las veo y siento continuamente, y con las que estoy afligido y oprimido; sin embargo, la sabiduría de Dios los ordena para mi bien. 1. Me hacen aborrecerme a mí mismo. 2. Me impiden confiar en mi corazón. 3. Me convencen de la insuficiencia de toda justicia inherente en mí. 4. Me muestran la necesidad de acudir a Jesús. 5. Me presionan para orar a Dios. 6. Me muestran la necesidad que tengo de velar y estar sobrio. 7. Y me llevan a mirar a Dios, a través de Cristo, para que me ayude, y me sostenga en este mundo.

Esperaríamos que el poderoso puritano inglés terminara su autobiografía con una palabra de triunfo y victoria. En cambio, ¿qué encontramos? El aguijón sigue ahí, pero también el Salvador.

Bunyan, como Lutero y Spurgeon, creía fervientemente que la sabiduría de Dios ordena nuestras aflicciones y debilidades para nuestro bien (Rom 8:28). Las ansiedades dolorosas le dieron una oportunidad adecuada de acudir a Jesús, quien se compadece de nuestras flaquezas (Heb 4:15), nos lleva en Sus brazos (Sal 28:9), y muestra Su gracia suficiente a través de nuestras debilidades (2 Cor 12:9).

Ya sea que la ansiedad sea un invitado ocasional o un compañero constante, no estamos solos en nuestra batalla. El Señor no abandonará Su herencia (Sal 94). Él está siempre presente con Su pueblo, trayendo consuelo a los abatidos y quebrantados de corazón (Sal 34:18). Animémonos unos a otros (1 Tes 5:11); estimulándonos unos a otros al amor y a las buenas obras (Heb 10:24); y llevando las cargas de los demás (Gal 6:2), recordándonos unos a otros que la batalla con el miedo, la ansiedad y la melancolía cesará. Hasta entonces, nos esforzamos por la gracia de Dios por ser fieles, templados y esperanzados, porque se acerca el día en que el hueco en el estómago producido por la ansiedad será un recuerdo lejano, y también lo serán los restos de la desconfianza pecaminosa. De hecho, las lágrimas, el dolor, el duelo y la noche misma ya no existirán (Ap 21:4; 22:5).

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Aaron L. Garriott

Aaron L. Garriott es editor principal de Tabletalk Magazine, profesor adjunto residente en la Reformation Bible College de Sanford, Fla., y graduado del Reformed Theological Seminary en Orlando, Fla.

La solución a la ansiedad

Renovando Tu Mente

Serie: La ansiedad

Episodio 5

La solución a la ansiedad
Por Eric B. Watkins

Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ansiedad.

Vivimos en un mundo en el que tenemos tantos avances tecnológicos, tantas cosas a nuestra disposición para hacernos la vida más sencilla, desde microondas y limpiadores de platos hasta celulares y Siri. Sin embargo, en medio de todas estas cosas que existen para hacer nuestras vidas más fáciles y simples, todavía parece que nuestras vidas son sumamente complicadas. Muchas personas están estresadas, confundidas y llenas de ansiedad. Los centros de ayuda psicológica se han vuelto tan prolíficos como las cafeterías, y la mayoría de los pastores admitirán que hay más personas en la iglesia que necesitan ayuda consejería que recursos adecuados para ellos. Vivimos en un mundo en el que abunda la ansiedad. Pero como cristianos, podemos acudir a la Biblia para hallar la solución de Dios a la ansiedad: enfocarnos en Cristo y en la esperanza que tenemos en Él. Para ello, leemos aquí Romanos 8:18-30 como el texto principal para que nos sirva de aliento.

Las pruebas y los desafíos que resistimos no son nuevos en muchos sentidos. «No hay nada nuevo bajo el sol», incluida la ansiedad (Ec 1:9). En muchos sentidos, la iglesia del primer siglo era una iglesia bajo una presión extrema. Los poderes políticos de la época eran todo menos amistosos hacia el cristianismo. El emperador Nerón es conocido por su violento desdén hacia la iglesia. Su persecución hacia los cristianos fue extrema, ya que se apoderó de sus propiedades y torturó sus cuerpos. Son bien conocidas sus degradadas «fiestas en el jardín» en las que utilizaba a los cristianos como antorchas humanas para entretener a sus invitados paganos. Los cristianos en Roma vivían bajo la amenaza diaria de la muerte y experimentaban una marginación social diferente a todo lo que la mayoría de nosotros hemos conocido. Si la ansiedad es la reacción natural de la mente al estrés, la iglesia en Roma tenía muchas razones para tener ansiedad.

Pablo escribió el libro de Romanos a fin de consolar y animar a una iglesia bajo ataque, para que pudieran personificar la gracia bajo presión. La iglesia en Roma estaba comprensiblemente perpleja. Se habían encomendado a Jesús, el Rey de reyes y Señor de señores. Sin embargo, su lealtad a Jesús les había traído todo menos paz y tranquilidad terrenales. En muchos aspectos, su estatus social y ventaja material había sido mejor antes de que se identificaran con Jesús y Su iglesia. Ahora, eran extraños y extranjeros en su propia tierra, presenciando visiblemente todo el peso de la hostilidad de Satanás hacia la iglesia. Nerón no era más que un títere movido por hilos satánicos, trayendo violencia y destrucción a la iglesia. Los cristianos sintieron el aguijón de la mordedura serpentina de Nerón y fueron tentados a sentir ansiedad y desesperanza. ¿Dónde estaban Jesús y Su reino? ¿Dónde estaba la paz que habían esperado? ¿Qué sería de sus hogares, trabajos y familias?

Es complicado pintar este cuadro sin ver al menos alguna similitud entre nuestros días y los de la Roma del primer siglo. Puede que no experimentemos todo el peso de la persecución que la iglesia padeció en aquellos días, pero tampoco estamos protegidos de las realidades del mal. Sabemos que identificarnos con Cristo puede ser costoso. Conocemos la oposición social y el distanciamiento. Sabemos que las astillas de la cruz pueden ser dolorosas, incluso si palidecen en comparación con el peso de la cruz de nuestro Salvador. También conocemos la tentación a sentir ansiedad y desesperación. Vemos tormentas avecinándose en el mundo que nos rodea y la disposición de muchos en la iglesia de transigir su voz en lugar de defender la verdad. Los lobos rodean el rebaño y las ovejas guardan silencio.

Es en este contexto pastoral que Pablo pronunció palabras de aliento. Lo que los cristianos romanos necesitaban escuchar no eran trivialidades o promesas vacías de «tu mejor vida ahora». Lo que necesitaban era que su mirada ansiosa fuera quitada de las cosas de este mundo y sus dioses falsos, y puesta en Cristo y la esperanza segura del cielo que le pertenece a los que son de Él. Esto es exactamente lo que hace Pablo en Romanos 8:18-30. Él comienza mostrándole a la iglesia que las pruebas y tribulaciones que soportamos son endémicas de este presente siglo malo. Comenzaron justo después de la creación cuando las cosas muy buenas que Dios había creado fueron inmediatamente sujetas a la vanidad y la frustración como resultado del pecado. Desde el momento en que Adán pecó contra Dios, una nube oscura y amenazante comenzó a proyectar su sombra sobre toda la creación. No solo la humanidad, sino la creación misma fue dañada debido a la entrada del pecado en el mundo. La creación comenzó a anhelar aquel día en que la maldición se revertiría y las cicatrices del pecado finalmente desaparecerían, cuando la muerte se convertiría en algo del pasado y la vida estaría caracterizada por la belleza, la pureza y la paz. Según Pablo en Romanos 8, la creación anhela el día escatológico de la nueva creación, cuando de una vez por todas las cosas serán tan hermosas y pacíficas en la tierra como lo son en el cielo.

Lamentablemente, la mayoría de los cristianos piensan en la escatología (si es que piensan sobre ello) de manera demasiado sensacionalista. Nos enfocamos en preguntas como qué sucederá exactamente justo antes del final, quién podría ser el anticristo y si habrá un rapto secreto de la iglesia. Tales temas han demostrado ser una distracción del interés escatológico real de la Biblia, que es la presencia «ya y todavía no» del reino de Cristo. Jesús ya es Rey, y Su reino ha venido como resultado de Su vida, muerte y resurrección. El Espíritu, según Pablo, es una garantía de lo que es nuestro en Cristo. Las primicias del reino de Dios ya están presentes, aunque la plenitud de ese reino aún está por venir.

Pero es la tensión de la naturaleza del «ya y todavía no» del reino de Cristo lo que crea tanta dificultad para nosotros. Esperamos el «todavía no» ahora —esperamos el cielo en la tierra— y cuando nos vemos obligados a vivir con paciencia y perseverancia, a menudo nos preocupamos y nos inquietamos. Esperamos la corona de gloria ahora y nuestra fe se descarrila con demasiada facilidad cuando Dios pone sobre nosotros la cruz del sufrimiento. Como dijo Martín Lutero, hemos pasado mucho más tiempo cultivando nuestra teología de la gloria que nuestra teología de la cruz. Este no fue un problema exclusivo del primer siglo. Nuestras comodidades modernas nos han entrenado para esperar resultados inmediatos en casi un abrir y cerrar de ojos. Por tanto, aprender a vivir pacientemente entre el «ya» del reino de Cristo y el «todavía no» de su consumación escatológica puede resultar difícil. Pablo amablemente dirige la atención de la iglesia de regreso a la creación (que ha estado aguardando pacientemente durante bastante tiempo), pero también dirige nuestros ojos hacia la nueva creación cuando dice: «Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada» (Rom 8:18). Lo que soportamos ahora palidece tanto en comparación con lo que se revelará a nosotros más adelante, que Pablo dice que lo anterior ni siquiera es digno de ser comparado con lo postrero.

Los cristianos son una paradoja cronológica. Vivimos en la tierra pero pertenecemos al cielo. Nuestras vidas se desarrollan en esta era, pero en última instancia, están definidas por la era venidera. Nuestro Rey está con nosotros y, sin embargo, viene a nosotros. Dios no es simplemente nuestro compañero de viaje; Él es también nuestro destino. Ya estamos en Cristo pero aún no somos lo que seremos plenamente en Él cuando estemos con Él en el cielo. Es posible que estas verdades no se entiendan fácilmente, pero están en el centro de lo que significa ser cristiano —estar en Cristo— y tener a Cristo en nosotros.

Esto nos lleva a Romanos 8:28-30, que en muchos sentidos es el crescendo de consuelo de Pablo. Se podrían decir muchas cosas sobre esta sección, pero nos enfocaremos en una sola: la conformidad a la imagen de Cristo. Pablo termina esta edificante sección dirigiendo la atención de la iglesia al gran «bien» que Dios continúa haciendo, incluso en este presente siglo malo, que consiste en conformar a aquellos a quienes Él ama (la iglesia) a la imagen de Cristo. Los sufrimientos que soportamos en este presente siglo malo son una herramienta que Dios usa para moldearnos a la imagen de Cristo. No están fuera de Su cuidado providencial; ni tampoco son caprichosos. Más bien, incluso las cosas difíciles que soportamos tienen un buen objetivo: nos conforman a la imagen de Cristo.

Quiénes somos en Cristo informa nuestra respuesta a las pruebas y adversidades. En lugar de llevarnos a la ansiedad o desesperanza, las pruebas deben recordarnos que el cielo será mejor, que Cristo es suficiente y que estas aflicciones leves y momentáneas que soportamos ahora son incomparables con el eterno peso de gloria que nos aguarda con Cristo en el cielo. Por lo tanto, no nos preocupamos; no tememos; no tenemos necesidad de estar ansiosos. Como nos recuerda el himno Castillo Fuerte: «Nos pueden despojar, de bienes, nombre, hogar. El cuerpo destruir, mas siempre ha de existir de Dios el reino eterno».

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Eric B. Watkins
El Dr. Eric B. Watkins es el pastor principal de Covenant Presbyterian Church (OPC) en St. Augustine, Florida, y autor de The Drama of Preaching [El drama de la predicación].

Los efectos de la ansiedad

Renovando Tu Mente

Serie: La ansiedad

Episodio 4

Los efectos de la ansiedad
Por Rebecca VanDoodewaard

Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ansiedad.

tomarnos algo de tiempo darnos cuenta. Poner en marcha el generador justo en la terraza frontal de la casa puede parecer una buena idea en una tormenta, pero los dolores de cabeza causados por la intoxicación con monóxido de carbono pronto nos dirán lo contrario. Como cualquier otra cosa sobre lo que la Escritura nos advierte, la ansiedad también tiene algunos efectos muy perjudiciales. La palabra neotestamentaria para ansiedad, merimna, también se traduce como «cuidado» o «preocupación». Dado que la ansiedad es real y prevalente en nuestro mundo, también lo es su impacto. Y aunque la ansiedad puede provenir de escenarios imaginarios, de problemas reales y presentes o de una sensación de fatalidad inminente, una vida de ansiedad perpetua hace imposible amar a Dios y al prójimo como debiéramos. Independientemente de la causa o el origen, la ansiedad perturba la vida en múltiples aspectos.

EFECTOS FÍSICOS
Hay una razón por la que Jesús preguntó: «¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?» (Mt 6:27). Todos sabemos que la ansiedad no es la clave para una vida larga y saludable. Sentirse asustado, decaído y perder el sueño es solo el principio. Aunque condiciones como el dolor crónico, la discapacidad o la enfermedad crónica pueden generar ansiedad, también puede suceder a la inversa. La ansiedad crónica puede crear dolor, enfermedad y otros problemas físicos debido a un estado físico anormal. La adrenalina y el cortisol realizan muchas funciones esenciales en nuestro cuerpo (Dios nos los dio por una buena razón). Un aumento en estas hormonas nos permite afrontar situaciones de estrés por medio de una fisiología alterada: el pulso se acelera, la respiración se acelera y los vasos sanguíneos se dilatan, proporcionando más oxígeno al cerebro y a los músculos, enfocando nuestra concentración. Pero cuando estas hormonas fluyen por nuestros sistemas con mucha frecuencia o por mucho tiempo, pueden producirse una serie de problemas.

Cada vez más, los científicos encuentran vínculos entre la ansiedad y efectos físicos negativos. Los estudios han demostrado que la ansiedad puede provocar enfermedades cardíacas en adultos generalmente sanos y que el estrés emocional crónico y la ansiedad están relacionados con la predisposición a una serie de problemas del sistema digestivo, desde el reflujo gástrico hasta el síndrome del intestino irritable y cáncer. La situación es más preocupante con la edad, ya que los adultos mayores son propensos a tener comorbilidades que aceleran las condiciones físicas y los deterioros relacionados con la ansiedad. Los estudios de investigaciones están creciendo. Preocuparte hasta la muerte puede ser un peligro más cierto de lo que pensamos.

EFECTOS RELACIONALES
La ansiedad tiene efectos demostrables y medibles en nuestro cuerpo. Pero la causa suele estar en nuestra vida mental y espiritual. Por ello, no podemos esperar que nuestras relaciones no se vean afectadas. Los efectos relacionales de la ansiedad también son sumamente perjudiciales. Clínicamente, la ansiedad está vinculada a problemas con la memoria de corto plazo, la concentración, el funcionamiento verbal y espacial, la capacidad de concentración al leer y mucho más. No es de extrañar que dificulte la socialización.

Sin embargo, las dificultades van más allá de los aspectos funcionales. Sabemos por experiencia que visitar a una persona verdaderamente ansiosa es difícil. Si se entabla una conversación, tiende a centrarse en lo superficial o a arrastrarnos al mundo de oscuras preocupaciones en el que vive la otra persona. Una anciana que conocí no solo recitaba letanías de accidentes y diagnósticos terribles durante las visitas, sino que también enumeraba posibles providencias difíciles, detallando temores sobre el futuro. Parecía como si hubiera abierto de par en par la puerta a los pensamientos oscuros, sin tener en cuenta sus efectos. Ella había enfrentado una aflicción real en su vida, pero era su ansiedad por el futuro lo que impedía tener una verdadera cercanía relacional con otras personas.

La ansiedad nos da vuelta hacia nosotros mismos y nuestros problemas. Nos encogemos hacia adentro, agobiados por cargas que no deberíamos llevar, arrastrándolas y tropezando con otras personas a nuestro paso. Jeannie Marie Guyon le dijo a una amiga: «La melancolía contrae y marchita el corazón […] Magnifica y da un falso colorido a los objetos, y así hace que tus cargas sean demasiado pesadas de llevar». La ansiedad da color a nuestra visión del mundo con un lente pecaminosamente negativo. Es evidente que este tipo de efectos dificulta la socialización y las relaciones sanas con los demás.

Pero los efectos van más allá de la socialización. En su himno y oración «Padre, lo sé toda mi vida», Anna Waring pide «un corazón en reposo de sí mismo, que se calme y sienta simpatía». La ansiedad nos roba esto. Torcidos hacia adentro, no estamos en reposo dentro de nosotros mismos. Por el contrario, nos consumen nuestros propios pensamientos y preocupaciones y, por lo tanto, nos aislamos de las oportunidades reales que nos rodean. La ansiedad nos roba las interacciones sociales, sí, pero también la capacidad y la oportunidad de servir. Nos roba las conexiones espirituales que fluyen de tener comunión con otros y ser útiles. El aislamiento relacional que produce la ansiedad no es ninguna casualidad. Es una de las tácticas de Satanás. Un creyente sin relaciones estrechas ni compromiso con la comunidad es un blanco fácil para la duda y la desesperanza. Los efectos relacionales y espirituales de la ansiedad están estrechamente relacionados.

EFECTOS ESPIRITUALES
El impacto de la ansiedad realmente comienza y termina en el alma. Si la ansiedad afecta nuestras relaciones humanas, ¿cómo no va a afectar nuestra relación con Dios? La ansiedad suele producirse cuando dudamos o perdemos de vista la sabiduría y la bondad de Dios. En lugar de ser como un niño destetado con su madre, nuestras almas están agitadas y deseosas, preocupadas por cosas que están fuera de nuestro control (Sal 131:2). No podemos descansar en la providencia. Esto es particularmente cierto cuando estamos ansiosos por cosas que ni siquiera han sucedido. Elisabeth Elliot nos recuerda que Dios promete gracia no para nuestra imaginación, sino solo para la realidad. Nos promete nuevas misericordias para cada mañana, no para cada preocupación. Una vez más, Waring afirma: «Hay espinos en cada camino que exigen un cuidado paciente; hay una cruz en cada lugar, y una gran necesidad de oración; pero un corazón humilde que descansa en Ti es feliz en cualquier lugar». Reconocer los peligros espirituales de la ansiedad no es negar que hay cosas duras y aterradoras en este mundo. Sin embargo, Guyon nos advierte: «Es más seguro que un exterior triste repela la piedad en vez de atraerla. Es necesario servir a Dios, con cierto gozo de espíritu, con una libertad y apertura, que haga patente que Su yugo es fácil».

Este es el meollo del asunto, ¿no es así? La mayoría de las veces estamos ansiosos porque no creemos o sentimos que nuestro Pastor sea bueno. A veces las tinieblas nos oprimen, y es una batalla espiritual creer que Dios es bueno todo el tiempo. A veces sentir esa verdad es una esperanza lejana. Es por eso que la ansiedad tiene un efecto tan peligroso en nuestras almas. Nos hace dudar del Padre, incluso de Aquel que no rehusó a Su único Hijo. La ansiedad escucha mentiras; mentiras que pueden ser ruidosas e invasivas, pero mentiras al fin y al cabo. Pero estar ansioso también transmite esas mentiras, ya que llevamos el nombre de Cristo en la iglesia y en el mundo mientras nos comportamos como si Él no fuera omnipotente, omnisciente, omnipresente y bueno. La ansiedad trata de sacar la verdad, y cuando eso ocurre, las mentiras se alinean para entrar. Las mentiras sobre el carácter y las promesas de Dios son las más devastadoras, pues buscan crear dudas acerca del único que es nuestro Ayudador. La ansiedad y las mentiras que la acompañan nos separan de Dios. Tal vez por eso Elaine Townsend escribió: «Señor, enséñame a nunca estar ansiosa, sino a compartir contigo mi corazón; y muchas gracias por tu paz mientras comparto contigo».

CONCLUSIÓN
En conjunto, todos estos efectos son preocupantes. Pero no dejes que te produzcan ansiedad. Muestran claramente la insensatez de justificar nuestra preocupación. Todos lo hacemos, ¿no es así? A veces lo hacemos eligiendo algo importante y valioso por lo que preocuparnos. En nuestras propias mentes, la ansiedad por nuestros hijos está justificada por nuestro amor por ellos. Justificamos nuestra preocupación por la sociedad debido a nuestro interés por la seguridad y la moralidad. Justificamos las preocupaciones por la salud afirmando que es parte de ser buenos administradores de ella. Otras veces, intentamos justificar nuestra preocupación eligiendo situaciones de crisis para alimentarlas, reflexionando sobre el impacto que tendrían los accidentes de tráfico o las enfermedades terminales. Justificamos nuestra ansiedad en nuestra propia mente y quizás incluso ante los amigos.

Pero algo tan destructivo para nuestros cuerpos, mentes y almas debe ser combatido. Algo que tiene el potencial de alejarnos de Dios, de nuestras comunidades y de la buena salud no puede realmente ser justificado, ¿verdad? No tenemos ninguna excusa para ceder, dar tregua, ni para negociar. Ninguna justificación es suficiente. A veces equiparamos la preocupación con el discernimiento, el interés o incluso el amor y la oración. Pero el fruto de esas cosas es la acción piadosa y la confianza. Dan vida. El fruto de la ansiedad mata a diferentes niveles. No lo justifiquemos. Hay mucho en juego. Luchemos contra ello. Esa batalla puede que no sea breve ni clara, y puede implicar la ayuda de médicos, pastores y otros, pero abandonar esta buena batalla no puede ser una opción para los hijos de Dios.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Rebecca VanDoodewaard
Rebecca VanDoodewaard es autora de Reformation Women: Sixteenth-Century Figures Who Shaped Christianity’s Rebirth [Las mujeres de la Reforma: Figuras del siglo XVI que moldearon el renacimiento del cristianismo] y de las series para niños de Banner Board Books.

¿Qué es la ansiedad?

Renovando Tu Mente

Serie: La ansiedad

Episodio 2
¿Qué es la ansiedad?

Por Burk Parsons

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ansiedad.

La ansiedad parece que va en aumento en el mundo hoy. Según una organización de salud: «Los trastornos de ansiedad son la enfermedad mental más común en los Estados Unidos». Los estudios han indicado que la ansiedad ha ido en aumento incluso entre adolescentes en los últimos años. Hace solo dos años, Barnes & Noble, una de las cadenas de librerías más grandes del mundo, anunció que las ventas de libros que tratan sobre la ansiedad habían aumentado un 25%. Todo esto fue antes del inicio de la reciente pandemia. Sin duda, la ansiedad ha aumentado aún más durante este último año.

Tengo un recuerdo de infancia de alguien que decía sobre mi padre: «Oh, él se preocupa por todo». Lo expresó de una manera alegre, medio en broma. Sin embargo, era cierto. Mi papá se preocupaba por todo. Después de que mi abuelo vendió el negocio familiar, mi padre se dedicó a iniciar su propio negocio desde cero. Era un trabajo difícil y exigente que consumía su tiempo y atención. Su negocio tuvo mucho éxito, pero esos años también fueron muy estresantes. Todo esto se sumaba a su preocupación por sus seis hijos. Como pastor con seis hijos, soy similar a mi padre. También lucho contra la preocupación: por mis hijos, por mi rebaño y, con frecuencia, por el enorme peso de mis responsabilidades.

Según la Escritura, la ansiedad es un asunto serio. Jesús ordenó a Sus discípulos: «No os preocupéis por vuestra vida» (Mt 6:25). De manera similar, Pablo escribió: «Por nada estéis afanosos» (Flp 4:6). Estos versículos no pretenden ser consejos reconfortantes, en el sentido de «todo va a estar bien». Son mandatos bíblicos; quebrantarlos, en consecuencia, es pecado.

Sin embargo, la Escritura no presenta toda ansiedad como pecaminosa. El apóstol Pablo, en su rol pastoral, experimentó una especie de ansiedad correcta. Escribió a los corintios que, además de las otras dificultades que enfrentó, «Está sobre mí la presión cotidiana de la preocupación por todas las iglesias» (2 Co 11:28). La palabra griega traducida como «preocupación» aquí es la forma sustantiva del verbo «estar afanado» que Pablo usa en Filipenses 4:6, citado anteriormente. Sin embargo, como Pablo lo describe a los corintios, no es una ansiedad pecaminosa la que él tiene, sino más bien una ansiedad piadosa y amorosa.

De hecho, a lo largo de la Escritura, vemos formas contrastantes de ansiedad: una que es apropiada y correcta, y otra que es contraria a la voluntad de Dios. En efecto, el Nuevo Testamento usa las mismas palabras griegas para ambos tipos de ansiedad. Pablo usa el mismo verbo griego que se encuentra en Filipenses 4:6 (también usado en Mateo 6:25) cuando escribe que el cuerpo de Cristo debe estar unido en el «cuidado» (o «ansiedad», «preocupación») unos por otros (1 Co 12:25). Del mismo modo, Pablo recomienda a Timoteo a la iglesia de Filipos como alguien que, más que cualquiera de los colaboradores de Pablo, está «sinceramente interesado» (o «ansioso») por el bienestar de ellos (Flp 2:20).

La mayoría de nuestras ansiedades pecaminosas están vinculadas a preocupaciones válidas. Es correcto hacer bien tu trabajo, mantener a tu familia, cuidar de tus hijos, cumplir con los deberes que Dios te ha llamado a realizar. Debemos preocuparnos por todos esos asuntos. La pregunta es: ¿cuándo estas preocupaciones válidas se vuelven pecaminosas? ¿Cuándo el interés piadoso se convierte en una preocupación impía?

Hasta cierto punto, podríamos decir de la ansiedad lo que la famosa frase de un juez expresó sobre la pornografía. No pudo definirla, observó, «pero la reconozco cuando la veo». Sabemos lo que es la preocupación o la ansiedad pecaminosa porque la hemos experimentado. Conocemos sus indicios: manos sudorosas, palpitaciones, incapacidad para relajarse o mantener la calma, la sensación de tener un gran peso en el pecho, pérdida de sueño y una serie de otros síntomas. Pero ¿qué hace que la ansiedad pecaminosa sea pecaminosa?

Un buen lugar para comenzar es con la historia de Jesús, María y Marta en Lucas 10:38-42. Jesús está en la casa de María y Marta. Marta está ocupada sirviendo a los invitados y muy probablemente preparando una comida. María, por otra parte, está sentada a los pies de Jesús escuchando Su enseñanza. Marta se exaspera y le dice a Jesús que le diga a María que la ayude. Pero Jesús le responde: «Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada» (vv. 41-42). Marta se obsesionó con lo bueno y perdió de vista lo mejor. Ella estaba trabajando mucho sirviendo a Jesús, pero quitó su enfoque de Jesús.

En resumen, esta es la ansiedad pecaminosa. Es estar consumidos con preocupaciones legítimas mientras quitamos nuestros ojos de Jesús. En otras palabras, la ansiedad pecaminosa pone las preocupaciones y responsabilidades terrenales por encima de Cristo. Ocupan el primer lugar; Cristo ocupa el segundo lugar.

Charles Spurgeon escribió sobre Marta: «Su falta no fue que sirviera. El servir le viene bien a todo cristiano. Su falta fue que se “distrajo con mucho servicio”, por lo que se olvidó de Él y solo recordaba el servicio». El verbo griego traducido como «se preocupaba», en el versículo 40, significa estar apartado de alguien o algo y tener nuestra atención dirigida a otra cosa. También significa, como define un diccionario griego, «llegar a estar… bastante ocupado, sobrecargado».

La preocupación pecaminosa es el resultado de estar apartado de Cristo, dando lugar a llevar cargas innecesarias. Por eso Pablo exhorta a los filipenses: «Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús» (4:6-7). Cuando aumenten las cargas de tus preocupaciones terrenales, ve a Dios en oración y súplica, así como también con acción de gracias, para vencer la ansiedad y conocer la paz que viene de Dios.

La preocupación pecaminosa es el resultado de quitar nuestros ojos de Cristo buscando o sirviendo las cosas equivocadas. Jesús nos dice en el clásico pasaje bíblico sobre la preocupación que busquemos primero el reino de Dios y Su justicia, y Dios a su vez nos añadirá todo lo que necesitamos (Mt 6:33). El problema es que a menudo nos preocupamos más por construir nuestros propios pequeños reinos que el de Dios. Es imposible, como dice Jesús, servir a Dios y al dinero, o a Dios y a cualquier objeto terrenal (v. 24). Tratar de hacerlo conduce inevitablemente a una ansiedad pecaminosa. No es de extrañar que en nuestra era cada vez más secular, que se ha alejado de Dios, esa ansiedad vaya en aumento.

La preocupación pecaminosa también es el resultado de no confiar en Dios como debemos. Jesús se refiere a los que se preocupan como aquellos de «poca fe» (Mt 6:30). Somos salvos por fe y vivimos por fe. Nuestra salvación no depende de la fuerza de nuestra fe sino del objeto de nuestra fe; y aun así, siempre podemos crecer en nuestra fe. Jesús nos dice que miremos a las aves y cómo Dios las cuida recordándole a Sus discípulos que son de mucho más valor que las aves (v. 26).

Esto no significa que no hagamos nada y esperaremos a que Dios provea para nuestras necesidades. Las aves no están con sus alas cruzadas y bocas abiertas esperando que Dios les dé alimento. Estamos llamados a trabajar en esta vida. Incluso se nos dice: «Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma» (2 Tes 3:10). Dios creó al hombre para que trabajara arduamente. Incluso a menudo, la preocupación proviene de no trabajar como debiéramos.

Vivir por la fe tampoco significa que no debamos hacer planes para el día de mañana. Jesús nos dice que no estemos ansiosos por el día de mañana, sino que nos enfoquemos en los deberes de hoy. Sin embargo, eso no significa que no debamos planificar para el mañana. Dios quiere que seamos planificadores, especialmente para proveer para el futuro. Vemos un ejemplo de esto en los preparativos de José para la llegada de la hambruna (Gn 41; cf. Pr 6:6-8; 16:9; Lc 14:28-32). El llamado a no estar ansiosos por el día de mañana es un llamado a ser fieles en lo que Dios nos ha llamado a hacer hoy, sabiendo que Dios tiene el futuro en Sus manos soberanas y misericordiosas.

«Una sola cosa es necesaria» (Lc 10:42). Este es un buen recordatorio en nuestro mundo demasiado ocupado y distraído. Dios claramente llama a Su pueblo a diferentes deberes y llamados. Sin embargo, una sola cosa es necesaria. El salmista lo expresa de esta manera: «Una cosa he pedido al SEÑOR, y esa buscaré: que habite yo en la casa del SEÑOR todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del SEÑOR, y para meditar en su templo» (Sal 27:4). Pablo lo describe de esta manera: «Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Flp 3:13-14). En las ocupaciones de la vida diaria, mantengamos nuestros ojos en Cristo, busquemos a Cristo, busquemos Su reino, y Él nos dará paz.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
William B. Barcley
El Dr. William B. Barcley es el ministro principal de la Iglesia Presbiteriana Gracia Soberana en Charlotte, Carolina del Norte, profesor adjunto de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Reformado y autor del libro “El secreto del contentamiento”.

El antídoto contra la ansiedad

Renovando Tu Mente

Serie: La ansiedad

Episodio 1
El antídoto contra la ansiedad
Por Burk Parsons

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ansiedad.

La palabra griega que se traduce como «ansiedad» en el Nuevo Testamento es una palabra interesante. Significa que alguien es desintegrado, arrastrado en direcciones opuestas o dividido en partes. Cuando estamos ansiosos por el mañana, estamos siendo distraídos de lo que está directamente frente a nosotros, y nuestra atención está dividida y no permite enfocarse en el hoy. Es precisamente por eso que experimentamos tensión cuando nos sentimos ansiosos, porque nos sentimos destrozados e incapaces de poner toda nuestra atención en lo que Dios ha puesto ante nosotros hoy. Charles Spurgeon dijo: «La ansiedad no despoja al mañana de sus penas, solo despoja al hoy de sus fuerzas».

La ansiedad tiene una forma de hacernos sentir atrapados cuando en realidad hemos sido liberados de la preocupación del mañana. Una vez liberados por el Espíritu, somos capacitados para obedecer el mandato de Jesús de no preocuparnos por el día de mañana (Mt 6:34). Sin embargo, a muchos cristianos se les ha enseñado que Jesús instruyó a no tener ninguna preocupación ni inquietud por el futuro o que tomar precauciones sabias o prepararse para el futuro significa que de alguna manera no estamos confiando en Dios. Pero las Escrituras están llenas de sabiduría sobre cómo debemos pensar y planificar para el futuro. De modo que, mientras oramos a nuestro Padre por el pan de cada día, al igual que Israel tenía que depender diariamente del maná de lo alto, confiamos en Dios mientras trabajamos diligentemente en nuestra planificación y preparación para el futuro.

Sin embargo, seguimos luchando contra la ansiedad porque nos importa nuestro propio bienestar y el de aquellos a los que tanto amamos. Nos llenamos de ansiedad por el futuro de nuestras familias, nuestra salud, nuestras iglesias, nuestros empleos, nuestras inversiones y nuestras naciones porque nos preocupamos por ellos. Nos llenamos de ansiedad porque nos importa, y nos importa porque amamos. No obstante, nuestro amor y cuidado producirá ansiedad cuando nos centramos en nosotros mismos en lugar de acudir a Dios.

Dios nos manda amarlo por encima de todos los demás amores, y nos llama a echar todas nuestras ansiedades sobre Él, porque Él tiene cuidado de nosotros. No nos dice que echemos algunas de nuestras ansiedades sobre Él, sino todas, incluso las que pensamos que tenemos bajo control, que las echemos sobre Él y las dejemos con Él. Cuando nos volvemos ansiosos, a menudo es porque creemos que tenemos el control. De modo que, cuando experimentemos ansiedad, recordemos que Dios cuida de nosotros más de lo que podríamos cuidar de nosotros mismos. Corramos a Él en oración, porque ir a nuestro Padre en oración es el antídoto contra la ansiedad. Cuando oramos, estamos admitiendo que no somos Dios y que no tenemos el control, pero que Él sí lo tiene y que está obrando todas las cosas para nuestro bien. He comprobado que los que más oran son los que menos se preocupan.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine
Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.

Una Mirada a la Depresión a Través de los Lentes de la Escritura

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Una Mirada a la Depresión a Través de los Lentes de la Escritura

Por Gary E. Gilley

El hombre sentado ante mí no respondí a mis preguntas. Se sentó, inmóvil, mirando fijamente al piso. Era un hecho conocido por muchos que lo querían que él estaba bajo mucho estrés, pero que él estaba cerca del «borde» nos sorprendió a todos nosotros. Pronto él se encontraba en la sala de psiquiatría de un hospital local, medicado y experimentando consejería tanto individual como de grupo. Desafortunadamente su vida nunca sería la misma. Él había venido a ese estado de depresión profunda (lo que algunos llamarían “clínico”) por las decisiones no bíblicas y pecaminosas que él había estado haciendo en su vida. Si bien él superaría su depresión, la consejería que él recibió reforzó y validó estas decisiones. Él finalmente dejó a su esposa y a su hijo, dejó la iglesia y siguió su estilo de vida impío.

Los problemas maritales son la razón de número uno por la que las personas buscan consejería en los Estados Unidos. La depresión es la segunda. Las dificultades financieras son el principal motivo que dan las personas como la fuente de su depresión. Podemos comprender el por qué esto es así, con la cantidad de deuda que muchos tienen hoy, pero a menudo esto es sólo la punta del iceberg. De hecho, nuestros problemas financieros pueden ser un buen indicador de que muchos otros aspectos de nuestras vidas están descontrolados – los cuales todos nos pueden conducir a la depresión.

Todos nosotros tenemos días cuando nos sentimos tristes, deprimidos, aburridos o derrumbados. Le podemos llamar a este sentimiento una forma suave de depresión, pero el desánimo es quizá un mejor término. Esperar vivir en este mundo sin desánimo y tristeza ocasional es completamente poco realista. Virtualmente cada personaje principal de la Escritura estuvo bajo momentos desafortunados o amargos, incluyendo a Jesucristo. Simplemente una lectura rápida de los Salmos, Jeremías o Eclesiastés nos dice que mucho acerca de la vida, aun la vida del piadoso, ese deprimente hasta al punto de las lágrimas, del pesar y la confusión. Pero, Dios nunca se disculpa por esto. Más bien, él nos informa que El usa estas mismas cosas para hacernos madurar a la imagen de Su Hijo (Santiago 1:2-4; Rom. 8:28,29 y Rom. 5:3-5). Una vida perfecta de felicidad y plenitud consistente – libre de todos los efectos del pecado – nos espera en la eternidad. El vacío, la aflicción y las tristezas de esta vida son resultados directos del principio del pecado en este mundo. Aun así, Dios usa estas pruebas como una manera de prevenirnos de volvernos demasiado cómodos en nuestra condición actual. El resultado es que, como Abraham, también esperamos con anticipación una ciudad “con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:10). Entonces, mientras tenemos una gran paz en Cristo – y muchas cosas maravillosas y bellas en esta vida para disfrutar – es ciertamente anti-bíblico esperar serlo (como la canción dice).

Sin embargo, mientras podemos esperar ser ocasionalmente desalentados, muchas personas luchan contra una profunda depresión. Podemos definirla depresión como: “Ese estado de ánimo debilitante, sentimiento o aire de desesperanza que da como resultado un cese del manejo de la vida”. Tal persona al menos a medias se apagará; es decir, dejará de funcionar en muchas áreas. Una persona deprimida puede querer dormir todo el tiempo (o al menos recaer todo el día en el sofá); él puede llorar fácilmente; él puede dejar de acudir al trabajo o hacer tareas necesarias en su casa; él puede dejar de comer o puede comer constantemente; él considerará que la vida no tiene esperanza, etc. Es el propósito de este estudio ocuparse de las causas de la depresión, los resultados de la depresión y finalmente, cómo tratar con de a la manera de Dios!

Las Causas de la Depresión

Es importante para reconocer que la depresión no es el problema por o en sí mismo; es una respuesta o una reacción hacia otra cosa. Por esa razón, la Escritura casi no dice nada acerca de la depresión de por sí. Sin embargo, tiene mucho que decir acerca de las causas de fondo de la depresión.

 La Biblia enseña que a la depresión no es causada por las circunstancias de nuestras vidas, sino más bien por nuestras reacciones anti-bíblicas hacia esas circunstancias (con excepción de ciertos problemas físicos y ciertos desórdenes del cerebro de los que nos ocuparemos en un momento). Esto puede ser probado tanto bíblicamente como por observación. Ejemplos, como la diferencia entre la forma en que Judas y Pedro manejaron sus pecados, abundan en la Escritura. En la vida diaria vemos a personas volverse amargadas y constantemente deprimidas sobre un accidente atroz; luego vemos que personas comos Joni Erickson Tada que finalmente pueden usar tal situación como un punto de apoyo para crecimiento – la diferencia está en las reacciones.

Desafortunadamente, la persona deprimida normalmente no ha dado una sola respuesta antibíblica a sus problemas, en lugar de eso él usualmente ha hecho toda una serie de ellas, complicando de esta manera el proceso de recuperación. El pensamiento inadecuado da como resultado un comportamiento inconsciente, lo cual aumenta la depresión, lo cual a su vez estimula más pensamiento inadecuado. . . (“Prenderán al impío sus propias iniquidades, Y retenido será con las cuerdas de su pecado.” Prov. 5:22).

En otras palabras, la depresión a menudo resulta de un ciclo descendente en el cual comenzamos con un problema, reaccionamos a él en una forma pecaminosa, causando una complicación del problema que se cumple por una respuesta pecaminosa adicional, etc. Como veremos más adelante, este ciclo debe ser detenido y un ciclo ascendente de respuestas bíblicas debe comenzar.

Algunas de las Causas Generales de la Depresión

Problemas Físicos

Algunos pueden padecer de depresión como resultado de daño cerebral o de algún otro tipo de enfermedad. Otros pudieron haber sido diagnosticados con un desequilibrio químico, y mientras que debemos dar lugar a esta posibilidad, no creemos que sea tan común como muchas personas piensan. La teoría del desequilibrio químico ha alcanzado proporciones de moda en la actualidad con el resultado de que el método principal de tratamiento para personas deprimidas son drogas. Cuando una persona es diagnosticada de que tiene un desequilibrio químico, él debería hacer esta pregunta (propuesta por Dr. Bob Smith, un médico cristiano que está también muy involucrado en la consejería bíblica): “¿Cuál químico y que tan fuera de balance está?” En la mayoría de los casos la respuesta será: “no sabemos”. Tal respuesta de la comunidad médica ciertamente le debería dar al creyente mucho a considerar.

En lugar de enseñarles a las personas cómo manejar sus problemas, demasiadas veces simplemente tapamos estos problemas con drogas. Para un artículo interesante sobre la depresión desde un punto de vista secular vea U.S. News and World Report, 5 de marzo, 1990, “Venciendo la Depresión,” pp48-56. Este artículo se aplica a “una generación nueva de drogas (que) permite una sofisticación y una flexibilidad en el tratamiento que no fue posible en el pasado”.

Mientras que el uso de drogas para tratar la depresión puede ser lo mejor que el mundo no-salvo le puede proponer, afortunadamente el cristiano tiene otros recursos. Con esto en mente, ciertamente sería sabio el consumir drogas como último recurso y no el primer recurso. Deberíamos comenzar a examinar cuidadosamente los pensamientos y las acciones en nuestras vidas que podrían ser la raíz de nuestro problema. E. Fuller Torrey (un psiquiatra de investigación, quien no estaría de acuerdo con nuestra posición sobre la psicología) no obstante, admite que cerca del 5 % de aquellos que vienen a un psiquiatra son personas con una enfermedad orgánica del cerebro o, cerca del 75 % son personas con problemas con la vida, y otro 20 % requerirá un examen más detallado para emitir un juicio conclusivo (How to Counsel from Scripture, p.4). Habiendo dicho todo esto, aun recomendaríamos un reconocimiento médico a fondo para una persona que lucha contra una depresión profunda.

El reconocimiento médico físico y/o emocional así como también los pobres hábitos alimenticios también puede ser un factor. En 1 Reyes 19 la causa primaria de la depresión de Elías parece haber estado por la fatiga, etc. La terapia inicial de Dios para Elías fue comida y sueño (versículos 5-8). Mas tarde Dios ayudó a Elías a alejar su mirada de sí mismo y a ponerla en Dios (quien le reveló Su soberanía, versículos 11 y 13). Luego, El hizo a Elías tomar una mirada realista sobra la vida (versículo 18), y finalmente El obligó a Su profeta a otra vez involucrarse en el ministerio (versículo 15-19). El proceso entero tomó varias semanas.

El ejemplo de Elías es el que una persona deprimida debería estudiar, pues – al igual que este gran hombre de Dios – las personas deprimidas a menudo enfocan la atención en ellos mismos en lugar de Dios y en los demás. Este enfoque se distorsiona a menudo más por la fatiga y por una dieta pobre. El remedio es a menudo un re-enfoque de nuestra atención, así como también el descanso y los hábitos correctos de alimentación.

Culpabilidad

Los Salmos 32, 38 y 51 todos describen las depresiones de un hombre culpable. (Note Salmo 32:3-5: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; sequedades de verano. Selah Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Selah”.) Algunos creen que la causa número uno de la depresión es la culpabilidad no resuelta. A menudo esta culpabilidad puede ser resultado de pecados de años atrás en los cuales el perdón de Dios nunca ha sido buscado o aceptado. Si la culpabilidad no se resuelve por la confesión de pecado (1 Juan 1:9), la depresión es el resultado natural. Los cristianos no deberían esperar de propia voluntad practicar el pecado sin afrontar las consecuencias, de las cuales puede ser depresión.

Un Perspectiva Antibíblica sobre la Vida

En el Salmo 73 Asaf estaba deprimido sobre la prosperidad del malvado. Él consideró que él había vivido justificadamente en vano mientras los impíos tenían una vida de abundancia. (Sal. 73:12,13: “He aquí estos impíos, Sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas. Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, Y lavado mis manos en inocencia”.) No fue hasta que él vio el mundo desde el punto de vista de Dios (la perspectiva bíblica) que él pudo salir de su depresión. (Sal. 73:16,17: “Cuando pensé para saber esto, Fue duro trabajo para mí, Hasta que entrando en el santuario de Dios, Comprendí el fin de ellos.”.) En un mundo de confusión una perspectiva no bíblica sobre la vida tiene que ser una de las causas principales de la depresión.

Viviendo de acuerdo con las Prioridades Equivocadas

Pregunte casi a cualquier cristiano cuales son las prioridades de su vida y le dirá: Dios, la familia y el trabajo (y en ese orden). Aún en muchos casos nuestras prioridades son controladas por la “tiranía de lo urgente” – cualquier cosa que haga más ruido en nuestras vidas obtiene la mayor atención.

Como consecuencia, podemos encontrar nuestro tiempo dominado por el trabajo, los niños corriendo por ahí, sosteniendo la casa, fomentando nuestra educación o desarrollando nuestros pasatiempos, etc. Mientras éstas son todas cosas buenas y necesarias a menudo nos deja muy poco tiempo para pasar con Dios o la familia. El día inevitablemente vendrá cuando nuestras cisternas dejarán de fluir (Jer. 2:13, “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.”), y nos enfrentaremos a “agotamiento”, “crisis de mediana edad”, “siete años de picazón”, o lo que sea. Por desgracia, probablemente ni siquiera sabremos el verdadero núcleo del problema.

Sin embargo, el problema real es claro y simple: Una vida anti-bíblica. Es posible que no hayamos cometido un pecado grave, pero hemos ignorado de la “primavera del agua viva” durante tanto tiempo que estamos pagando el precio finalmente.

Estándares Antibíblicos

Puede ser legalismo, misticismo o perfeccionismo – cualquier cosa que sea – estamos examinando nuestras vidas por el estándar equivocado. El estándar de Dios es que debemos ser un creyente en crecimiento (Heb. 5:11; 2 Pedro 1:5-8 y 2 Pedro 3:18). No somos perfectos, y Dios sabe eso; debería ser nuestra meta crecer en El.

El Egocentrismo

Somos llamados a ser a centrarnos en los demás (Fil. 2:3,4 y Hechos 20:35) y a ser centrado en Dios (Mat. 6:33). Todo en nuestra sociedad contradice esto diciéndonos que necesitamos ser egocéntricos. Se nos esta diciendo que debemos estar preocupados por nuestra imagen propia, debemos amarnos a nosotros mismos, debemos ser seguros de sí mismo y acometedores, debemos cuidar de nosotros mismos – y etc. etc.

Pero, Jesús nos dice que nos neguemos a nosotros mismos, es decir, a perder nuestras vidas por Su causa (Lucas 9:23,24); recibimos instrucciones de no poner nuestra confianza en la carne (Fil. 3:3); se nos dice que es una señal de nuestros malos tiempos que los hombres son amadores de sí mismos (2 Tim 3:2). ¿No es de extrañar que las personas que están haciendo exactamente lo opuesto de lo que dicen las Escrituras estén teniendo problemas para hacer frente a la vida?

Los Resultados de Depresión

Hay, sin duda, otras causas para la depresión, pero la mayor parte de ellos calzarían debajo de una de las categorías generales previamente citadas. Ahora queremos mencionar algunos de los resultados de depresión – las experiencias que usted es propenso a tener cuando usted está deprimido.

Antes de que nos introduzcamos en esto, sería de ayuda señalar que si bien podemos estar deprimidos, somos todavía responsabilizados por nuestras acciones. Por ejemplo, Pablo tuvo un problema físico legítimo en 2 Corintios 12 que no era su culpa. Puesto que él se sintió enfermo y quizá sufrió grandemente por su enfermedad, sin duda alguna él tenía derecho de estar un poco irritable y deprimido – ¡pero eso no fue el caso en absoluto! (2 Cor. 12:9,10: “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”) ¡Obviamente los problemas y el dolor no nos dan el derecho para comportarnos pecaminosamente!

Entonces, aunque una persona no puede mantenerse propensa por el problema inicial, él es responsable de manejar su vida a la manera de Dios. Cuando él falla en reaccionar bíblicamente, sino que en lugar de eso se vuelve resentido, lleno de lástima de sí mismo, o enojado, la consecuencia puede ser la depresión.

La Escritura da algunas descripciones vívidas de personas deprimidas:

· Tristeza y pesimismo (Sal. 32:3)

· Apatía y fatiga (Sal. 32:4)

· Desesperación (Sal. 38:2-4 y 10)

· Problemas físicos – Dolores de espalda, dolores de cabeza, etc. (Sal. 38:5-8)

· Retiro – a menudo culpando otros (Sal. 38:11; 55:6-8)

· Sentimientos y pensamientos de culpabilidad (Sal. 51:3).

· Desvelo – o sueño inquieto (Sal. 42:2, 3)

· Pérdida de productividad (1 Reyes 19:3-5)

· Pensamientos de muerte o suicidio (1 Reyes 19:4).

Cómo Ocuparse de la Depresión

Nosotros ahora miraremos a algunas acciones bíblicas y prácticas que podemos tomar para ayudarnos a superar depresión, dependiendo de la causa.

Recibir a Cristo

Cristo no será manipulado; Él nunca debe ser buscado por alguna otra razón que por El mismo. Sin embargo, uno de los beneficios preciosos de convertirse en un hijo de Dios es el perdón de pecados (Rom. 5:1-11). Como vimos antes, a menudo la depresión es resultado de una culpabilidad no resuelta; la salvación remueve esa culpabilidad.

Reprogramar nuestro pensamiento

En un grado grande, nuestros sentimientos siguen a nuestro pensamiento. Una persona deprimida sería sabia en mantener un diario de sus pensamientos cuando él está deprimido. Esos pensamientos que conducen a la depresión deberían ser afrontados honestamente y deberían reemplazarse por una mentalidad bíblica de la vida (Fil. 4:8 y Rom. 12:2). Por ejemplo, una persona deprimida como resultado de una autocompasión debe ser lo suficientemente sincero para reconocer a esta actitud como pecaminosa. Los pensamientos de autocompasión deben ser confesados y reemplazados con pensamientos que honren a Dios y deben estar de acuerdo con la Escritura (e.g. Rom. 8:28 y Santiago 1:2-4).

Ocúpese del comportamiento pecaminoso

Deberíamos revisar todos los factores (los incidentes, etc.) Y/o los patrones de vida que han conducido a nuestras reacciones a los problemas iniciales. Luego deberíamos encontrar la acción bíblica y por la fortaleza de Dios comenzar a reemplazar esas reacciones pecaminosas con reacciones bíblicas mediante la aplicación del principio de despojarse-vestirse de Efesios. 4:22-24.

Establezca contacto con otros

Las personas deprimidas tienden a encerrarse en sí mismas; a su vez, la depresión se intensifica. Por consiguiente, uno de las mejores cosas que una persona deprimida puede hacer es preocuparse por otros (Fil. 2:4).

No malinterprete; no enseñamos una técnica para superar la depresión tanto como estamos alentando a individuos a regresar a una perspectiva bíblica sobre la vida. Cuando nos olvidamos de nosotros mismos y enfocamos la atención en otros, complacemos a Dios. Como un beneficio secundario una persona deprimida puede muy bien encontrar su espíritu levantado.

Enfoque la atención sobre el comportamiento y no en los sentimientos

Usted no hace lo que usted hace porque usted se siente de cierta forma; más bien, usted se siente en esa forma por lo que usted hace y piensa (Fil. 4:6-9). Note el ejemplo de Caín (Gen. 4:5-8).

Enfoque la atención en un plan de acción específico

Desarrolle un plan de ataque en contra de las tendencias pecaminosas del corazón humano que se rinde a los sentimientos en vez de seguir el camino de la responsabilidad cristiana. Haga una lista de las opciones y los pasos que pueden ser tomados para resolver la situación.

Crezca en el compañerismo

Retirarse y estar solo es una de las peores cosas que los individuos deprimidos pueden hacer, porque el retiro refuerza la depresión y la absorción de identidad. Deberíamos tratar de estar con aquellos que nos pueden levantar y nos pueden alentar cuando tratemos de hacer lo mismo con ellos (Gal. 6;1ff y Heb. 10:24,25). No estamos aconsejando que la manipulación de las personas para satisfacer nuestras necesidades, sino que somos sabios por tener por entendido que Dios nos ha dado a los demás creyentes para alentarnos, cuando le extendemos la mano.

Tenga cuidado con la introspección

Aunque el entendimiento profundo es esencial para superar la depresión, el entendimiento profundo puede volverse poco saludable cuando va más allá de la evaluación y el entendimiento profundo sano en la introspección morbosa (1 Cor. 4:3-5).

Deje de intentar desquitarse

La venganza y otras formas de ira pueden causar depresión (Rom. 12:14-21 y Efes. 4:26,27).

Acepte responsabilidad por la depresión

Intercambiar la culpa a otros nunca ayudará. Aún cuando hemos estado ofendidos por otros, la depresión no será causada por la injusticia hecha, sino por nuestras reacciones pecaminosas.

Me doy cuenta de que hay esperanza

Cuando decimos que la mayoría de la depresión es un resultado de las reacciones anti-bíblicas y pecaminosas hacia los problemas, suena desagradable y rudo. Realmente lo opuesto es cierto. Cuando nos damos cuenta de que son nuestras reacciones las que causan la depresión, entonces podemos ocuparnos de esas reacciones a la manera de Dios. Esta comprensión nos da esperanza de que, con la ayuda de Dios, una solución es posible (Fil. 4:13).

Ocúpese de la culpabilidad

Aun en la vida del creyente puede haber culpabilidad no resuelta. Si es así, necesitamos buscar y aceptar el perdón de Dios (1 Juan 1:9). Por cierto, en ninguna parte de la Escritura se nos dice que tenemos que perdonarnos a nosotros mismos; no tenemos autoridad para hacer eso. Más bien, sólo Dios puede perdonar pecados; por consiguiente, es nuestra responsabilidad llevarlo a Su Palabra y reconocer Su perdón cuando hayamos confesado nuestros pecados.

Cuidemos de nuestros cuerpos humanos

No somos criaturas puramente espirituales no importa cuán cerca estemos de Dios. Por consiguiente, debemos cuidar nuestros cuerpos. Dormir correctamente, la comida, el descanso, la relajación y el ejercicio son todos útiles para combatir la depresión (De nuevo, note el ejemplo de Elías en 1 Reyes 19.)