Nota del editor:Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ética sexual cristiana
El pecado de la homosexualidad es grave y atroz. Si bien es cierto que toda inmoralidad sexual es pecado —el adulterio, la fornicación, la pornografía—, el pecado homosexual es diferente. Es más atroz y grave porque, como deja claro la Palabra de Dios, el pecado homosexual es contrario a la naturaleza (Ro 1:26). El pecado homosexual ataca el orden creado por Dios en todos los sentidos y se burla del diseño de Dios para la procreación, lo que hace que la homosexualidad sea lógicamente autodestructiva. Aquellos que sugieren que la Biblia no es clara sobre el pecado homosexual nunca han leído la Biblia o no han querido escuchar lo que la Biblia enseña claramente.
La Biblia es clara, así que nosotros debemos ser claros. No podemos ni debemos vacilar ante una oposición aparentemente abrumadora. Aunque el mundo esté cambiando, la Palabra de Dios no lo hace. Debemos mantenernos firmes en la Palabra de Dios inmutable en medio de una cultura siempre cambiante. Pues incluso si el mundo entero dice que la homosexualidad es aceptable, debemos mantenernos firmes en la autoridad de la Palabra de Dios e insistir en que es, de hecho, inaceptable e inconcebible. Debemos decir la verdad aunque signifique persecución y encarcelamiento. Debemos insistir en que el pecado de la homosexualidad es incorrecto, y como todos los pecados, sexuales o de otro tipo, es merecedor de la justa ira y condena de Dios.
No nos equivoquemos, esto no es un discurso de odio; es un discurso de amor. Hablamos de la pecaminosidad del pecado homosexual, del pecado sexual y de todo pecado no por odio, sino por amor. De hecho, lo más odioso que podríamos hacer es no llamar pecado a lo que Dios llama pecado. Ese sería ciertamente el camino más fácil para nosotros, pero no es el camino de la verdad que lleva al perdón y a la libertad. Amamos a los homosexuales igual que amamos a los adúlteros y a todos los pecadores, y precisamente por eso debemos decirles la verdad con amor, igual que necesitamos que nos digan la verdad con amor sobre nuestros propios pecados. La Biblia nos llama a tener una ira justa hacia el pecado y a odiar el pecado: nuestro pecado y los pecados del mundo. La Biblia también nos llama a amar a los pecadores y a orar para que se arrepientan de sus pecados y confíen en Jesucristo, quien es el Salvador de los pecadores arrepentidos. Si tan solo más cristianos demostraran el amor cristiano como deberían, orando por los inmorales sexuales de este mundo, llamando pecado lo que Dios llama pecado y proclamando el evangelio de Jesucristo para que los inmorales sexuales conozcan su desesperada necesidad de arrepentirse y que, por la gracia de Dios, se aferren a Cristo y a Su justicia. Entonces los homosexuales podrían saber cuánto los amamos los cristianos, pues no podemos amar sin decir la verdad y no debemos decir la verdad sin amor. Debemos tener compasión y valor mientras vivimos coram Deo, delante del rostro de Dios, proclamando Su verdad y Su evangelio a nuestros vecinos homosexuales, vecinos sexualmente inmorales y vecinos no arrepentidos e incrédulos, tal como nos predicamos el evangelio a nosotros mismos.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Burk Parsons El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.
Nota del editor:Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Conflicto en la iglesia
Lidiar con el conflicto es el trabajo diario del pastor. Como subpastores de Su rebaño, Dios nos ha llamado a cuidar de Sus ovejas, y eso a menudo significa cuidarlas en medio del conflicto, incluso cuando nosotros, los pastores, podemos ser la causa. El conflicto en la iglesia a veces es la razón por la que la gente deja la congregación, y la carga que produce el conflicto suele ser la razón por la que los pastores dejan el ministerio. Los pastores que no sirven junto a un grupo de ancianos fieles suelen sucumbir a la presión abrumadora del conflicto.
Todo cristiano enfrenta conflictos, y hacemos todo lo posible por evitarlos. El conflicto es miserable. Puede ser desgarrador. Nos agobia y a veces puede abrumarnos. Por eso, cuando nos encontramos en un conflicto, debemos echarnos a nosotros mismos y todas nuestras cargas sobre el Señor, porque Él tiene cuidado de nosotros. Una de las maneras en que nos cuida es a través de la iglesia, incluso si el conflicto que enfrentamos está en la propia iglesia. Dios nos hizo para vivir en comunidad, y la única manera de lograr una resolución y reconciliación auténtica es a través de la comunidad de la familia de Dios, siguiendo los principios que Él ha establecido en Su Palabra para buscar la paz auténtica. Esa paz no viene a través de la transigencia, sino a través de la verdad, la gracia, la humildad, el arrepentimiento y el perdón. La paz verdadera llega mediante la reivindicación del justo y el arrepentimiento y la restauración del ofensor. Sin embargo, cuando buscamos la reconciliación, siempre debemos tratar de sacar la viga de nuestro propio ojo mucho antes de lidiar con la mota en el ojo de nuestro hermano.
Aunque, en última instancia, el conflicto es consecuencia de la caída, a veces surge por malentendidos, suposiciones o una mala comunicación. También debemos reconocer que, a veces, Dios usa providencialmente el conflicto como una forma de producir paz duradera, pureza y unidad en la iglesia, nuestras familias y nuestras relaciones. Incluso en Su ministerio terrenal, Jesús trajo conflictos para purificar a Su iglesia y lograr la salvación y la paz de Su pueblo elegido (Mt 10:34; Jn 2:13-22). A lo largo de la historia de la iglesia, han habido múltiples conflictos que Dios ha utilizado soberanamente para hacer que volvamos a descubrir Su verdad en Su Palabra, para que Su evangelio sea proclamado y para que Sus elegidos sean librados del conflicto supremo que nosotros, los pecadores, tenemos con Él, nuestro Dios justo y recto. Gracias a Dios, Él obra a través del conflicto para reconciliarnos con Él, de modo que podamos estar justificados ante Su trono de juicio por la fe sola.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Burk Parsons El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.
Los cristianos de hoy hablan con frecuencia de transformar la sociedad. Un ejemplo dramático de cómo una enseñanza teológica tuvo un impacto social revolucionario es la doctrina de la Reforma sobre la vocación. La sociedad de la Edad Media era muy estructurada, jerárquica y estática. Pero esto cambió, a partir del siglo XVI, como consecuencia, quizás involuntaria, de la doctrina de la vocación enseñada por Lutero.
LA DOCTRINA DE LA VOCACIÓN Para Lutero, la vocación, palabra latina que significa «llamado», significaba mucho más que un trabajo o una profesión. La vocación es la doctrina de Lutero sobre la vida cristiana. Más aún, la vocación es la forma en la que Dios actúa a través de los seres humanos para gobernar Su creación y otorgar Sus dones.
Dios nos da el pan de cada día por medio de agricultores, molineros y panaderos. Crea y cuida la nueva vida por medio de los padres y las madres. Nos protege por medio de las autoridades legítimas. Anuncia Su Palabra y administra Sus sacramentos por medio de los pastores. La vocación, decía Lutero, es la «máscara de Dios», la manera en la que Él se esconde en las relaciones y tareas ordinarias de la vida humana.
Un texto clave para la vocación es 1 Corintios 7:17: «Fuera de esto, según el Señor ha asignado a cada uno, según Dios llamó a cada cual, así ande». El contexto inmediato de ese pasaje tiene que ver con el matrimonio. Nuestras familias, nuestra ciudadanía en una comunidad o sociedad particular, nuestras congregaciones y, sí, nuestros lugares de trabajo, son todas facetas de la vida a las que Dios nos ha asignado y llamado.
El propósito de todos nuestros llamados es amar y servir al prójimo que cada vocación trae a nuestras vidas (en el matrimonio, nuestro cónyuge; en la paternidad, nuestros hijos; en el trabajo, nuestros clientes; y así sucesivamente).
Somos salvos por la gracia sola por medio de la fe en la obra de Jesucristo. Pero entonces somos enviados a nuestros llamados para vivir esa fe. Dios no necesita nuestras buenas obras, decía Lutero, pensando en los esfuerzos elaborados para merecer la salvación aparte del don gratuito de Cristo, pero nuestro prójimo sí necesita nuestras buenas obras. Nuestra fe da fruto en el amor (Gá 5:6; 1 Ti 1:5), y esto ocurre en nuestras familias, nuestro trabajo, nuestras comunidades y nuestras congregaciones. En estas tareas, también llevamos nuestras cruces, pecamos y encontramos perdón, y crecemos en la fe y la santidad.
LOS ESTAMENTOS La sociedad medieval se dividía en tres estamentos: el clero («los que oran»); la nobleza («los que luchan» o, en la práctica, «los que mandan»); y los plebeyos («los que trabajan»).
Se pensaba que el clero tenía una «vocación», un llamado distinto de Dios para seguir «la vida espiritual» al margen del mundo. Dedicarse por completo a la oración y a los ejercicios espirituales se consideraba de mucho mayor mérito que lo que se podía encontrar en los estados seculares. Entrar en una orden religiosa exigía los votos de celibato, pobreza y obediencia. Para Lutero, esta búsqueda de méritos no solo era un rechazo del evangelio, sino que tales votos repudiaban las mismas esferas de la vida —la familia, el trabajo y el gobierno— que Dios había establecido. Estas esferas, insistía, eran también vocaciones cristianas.
Lutero redefinió los estamentos como instituciones diseñadas por Dios para la vida terrenal. Estos son la iglesia, el estado y el hogar (la familia y su trabajo económico). Son paralelos a los estamentos medievales del clero, la nobleza y los plebeyos. Pero mientras que en la Edad Media se trataba de tres categorías sociales separadas, las que Lutero definió son esferas de la vida en las que todo cristiano habita y en las que todo cristiano tiene vocaciones.
Las distinciones sociales rígidas entre los tres estamentos —los que oraban, los que gobernaban y los que trabajaban— se desmoronaron. La vida de oración no es solo para una clase sacerdotal, sino para todos los creyentes. El Estado no es solo cosa de una élite gobernante, sino de todos sus ciudadanos. El hogar no es solo para los plebeyos. Todos, incluido el clero, pueden ser llamados al matrimonio y a la paternidad. Todos, incluida la nobleza, están llamados al trabajo productivo. Todos oran. Todos (eventualmente) gobiernan. Todos trabajan.
EL IMPACTO SOCIAL DE LA REFORMA Otro nombre para la doctrina de la vocación es el sacerdocio de todos los creyentes. Dios llama a algunos cristianos a ser pastores, pero llama a otros cristianos a ejercer su real sacerdocio arando los campos, forjando el acero y creando negocios. Pero todos los sacerdotes —incluidos los campesinos y las sirvientas— necesitan tener acceso a la Palabra de Dios. Por eso, durante la Reforma, se abrieron escuelas y floreció la alfabetización.
Los plebeyos educados ascendieron en la escala social y acabaron gobernándose a sí mismos. Los trabajadores que amaban y servían a sus clientes con su trabajo encontraron el éxito económico. Mientras que Lutero se dirigía a una sociedad medieval tardía y estática, Calvino y más tarde los puritanos adaptaron la vocación al mundo moderno emergente. Hicieron énfasis en los llamados del lugar de trabajo y alentaron a los cristianos a abrazar las nuevas oportunidades a las que Dios los llamaba. Así, la Reforma trajo consigo una movilidad social sin precedentes.
Extrañamente, la doctrina de la vocación está hoy olvidada. ¿Qué aportaría a la sociedad actual un redescubrimiento de la vocación?
Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
Gene Edward Veith El Dr. Gene Edward Veith es director del Instituto Cranach en el Concordia Theological Seminary en Fort Wayne, Indiana. Es autor de varios libros, entre ellos God at Work y Reading between the Lines.
Nuestro recuerdo de lo ocurrido durante la Reforma del siglo XVI es en cierto modo selectivo. Como herederos del protestantismo reformado, la recordamos principalmente como una recuperación del evangelio y de la forma bíblica de adoración. Pero también necesitamos recordarla como una gran recuperación de la comprensión bíblica del matrimonio.
Sobre la base de la piedad monástica de la antigüedad, encontrada en autores como Agustín y Jerónimo, la Iglesia medieval había llegado a considerar la vida célibe del monasterio o el convento como el semillero de una espiritualidad muy superior a la que había en los hogares de los casados. El célibe, se argumentaba, vivía la vida de los ángeles y, por lo tanto, ya experimentaba en cierto modo la vida del mundo venidero. Sin embargo, con la creciente corrupción de la iglesia a finales de la Edad Media, la realidad era que demasiados clérigos eran célibes pero no castos.
LUTERO, ESPOSO Y PADRE PIONERO Aunque Martín Lutero no fue el primero de los reformadores en casarse y tener una familia, su matrimonio con Catalina de Bora, el 13 de junio de 1525, se convirtió en muchos sentidos en el paradigma para la familia protestante. Al principio, su matrimonio no fue por amor. Catalina se había escapado de un convento en Nimbschen, cerca de Grimma, con otras monjas y acabó en Wittenberg buscando refugio. Durante un tiempo, Lutero actuó como una especie de casamentero, buscando maridos para las monjas. Finalmente, solo quedó Catalina, con la que Lutero se casó, según dijo, para complacer a su padre, que siempre había querido tener nietos, y también, como dijo anecdóticamente, para fastidiar al papa.
Estas no son las mejores razones para casarse, pero con el tiempo, su matrimonio «floreció convirtiéndose en una unión de verdadera profundidad y conmovedora devoción», para citar a Andrew Pettegree en su reciente estudio sobre Martín Lutero. Este «éxito rotundo» del matrimonio de Martín y Catalina y los seis hijos que nacieron de su unión se convirtieron, en palabras de Pettegree, en «un poderoso arquetipo de la nueva familia protestante». El amor de Lutero por sus hijos le llevó a ver, con razón, que el centro de las alegrías del matrimonio eran los hijos e hijas, los cuales son un regalo. Y «las personas a las que no les gustan los hijos», dijo una vez con su estilo contundente, son «tontos y estúpidos, que no son dignos de llamarse hombres y mujeres, porque desprecian las bendiciones de Dios, el creador y autor del matrimonio».
EL MATRIMONIO DE JUAN CALVINO Cuando Juan Calvino se casó, le dijo a su íntimo amigo y colaborador Guillermo Farel, a finales de la década de 1530, que no le preocupaba en absoluto la belleza física. Lo que quería era una esposa que fuera casta y sensata, económica y paciente, capaz de «cuidar mi salud».
A diferencia de Lutero, que era relativamente público en cuanto a los detalles de su vida matrimonial, Calvino apenas habló de su matrimonio con Idelette de Bure durante los ocho años y medio que duró el mismo. Ella falleció en marzo de 1549, después de haber padecido varios años de mala salud. Sin embargo, de vez en cuando, un comentario muestra lo unidos que estaban el uno al otro. Por ejemplo, Calvino estaba con su esposa en Estrasburgo durante la primavera de 1541. Una plaga hacía estragos en la ciudad y Calvino decidió quedarse en Estrasburgo, pero envió a su esposa lejos por su propia seguridad. Escribió a Farel que «día y noche mi esposa ha estado constantemente en mis pensamientos, necesitada de consejo ahora que está separada de su marido».
Tuvieron un hijo, Jacques, que murió poco después de nacer, en 1542. «El Señor», escribió Calvino a un amigo cercano, Pierre Viret, «ciertamente ha infligido una herida severa y amarga con la muerte de nuestro hijo recién nacido. Pero Él mismo es un Padre y sabe mejor lo que es bueno para Sus hijos».
En el momento de la muerte de su esposa, Calvino declaró en una carta a Farel: «En verdad, la mía no es una pena común. He perdido a la mejor amiga de mi vida, a una persona que, de haber sido así, habría compartido de buena gana no solo mi pobreza, sino también mi muerte. Durante su vida fue la fiel ayudante de mi ministerio». Este es un pasaje notable y revela la profundidad del cambio que la Reforma protestante había provocado. El matrimonio se consideraba ahora tal como Dios lo concibió en Génesis 2: la unión de dos aliados íntimos, trabajando por una causa común, a saber, la extensión del reino de Dios.
Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
Michael Haykin El Dr. Michael Haykin es profesor de Historia de la Iglesia y Espiritualidad Bíblica en el Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, Kentucky. Es autor de varios libros, entre ellos The Christian Lover y Rediscovering the Church Fathers.
Hace más de 500 años, un monje alemán llamado Martín Lutero dio inicio a una protesta que se extendió hasta convertirse en un movimiento mundial. ¿Qué fue en realidad este movimiento de la Reforma protestante? Descubre la respuesta en este corto video narrado por el Dr. R.C. Sproul. Compártelo con tus amigos y familiares.
Lucas Alemán es Director de educación en español y profesor de Antiguo Testamento en The Master’s Seminary
Tiene una licenciatura summa cum laude en idiomas bíblicos (B.A.) por The Master’s University, dos maestrías summa cum laude (M.Div. y Th.M.) y un doctorado (Ph.D.) por The Master’s Seminary. Actualmente sirve no solo como director ejecutivo de la Sociedad Teológica Cristiana sino también como director de los ministerios en español de The Master’s Fellowship. Es anciano en la Iglesia Bíblica Berea en North Hollywood, California, y el editor general y uno de los autores de La hermenéutica de Cristo así como uno de los contribuidores de la serie En ti confiaré y El orgullo. Nacido en Buenos Aires, Argentina, Lucas emigró a los Estados Unidos en el 2008, donde conoció a su esposa Clara de origen brasileño. Juntos tienen tres hijos, Elias Agustín, Enoc Emanuel y Emet Gabriel.
Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control
Cometer errores no es agradable. El dolor agudo del remordimiento después de cometer un error es un sentimiento terrible. El miedo a cometer un error también es terrible. «Me temo que cometí un error». ¿Cuántas veces nos hemos dicho eso? ¿Cuántas veces no hemos cometido un solo error, sino varios? ¡Cómo nos gustaría poder evitar nuestros errores y nuestro miedo constante a cometerlos! Podemos tratar de evitarlos, pero ocurren de todos modos, y el miedo permanece. Para evitar los errores, tratamos de ser inerrantes o perfectos. Sin embargo, inevitablemente, volvemos a fallar y nos sentimos avergonzados. La raíz del perfeccionismo es este miedo, el miedo a la vergüenza. La vergüenza es la sensación dolorosa de que algo anda mal con nosotros. Y la verdad es que, en el fondo, sabemos que algo anda mal con nosotros. Por eso tratamos de ocultarlo. Somos como Adán y Eva en el huerto: sabemos que algo no está bien, así que nos cosemos hojas de higuera. Pero las hojas de higuera resultan ser un vestuario deficiente.
Tratar de ocultar nuestra vergüenza es una manera de lidiar con ella. Eso es lo que hicieron Adán y Eva. Taparon su vergüenza con hojas de higuera y luego se escondieron entre los árboles. Eran perfeccionistas. El perfeccionismo es luchar en nuestras propias fuerzas por hacer todo bien, de modo que nuestra vergüenza quede oculta. No obstante, hay otras maneras de lidiar con la vergüenza. También está la manera de Caín, quien estalló en ira y mató a su hermano Abel. Esa manera es la rebelión abierta. Muchos padres cristianos preferirían tener hijos perfeccionistas en lugar de hijos abiertamente rebeldes. Pero la vergüenza de no estar a la altura sigue ahí y, a menudo, los efectos de la actitud perfeccionista duran más que los efectos de la rebelión abierta. Solo mira la historia del hijo pródigo. Él se entregó a la rebelión abierta, solo para regresar a casa arrepentido ante su padre. Sin embargo, el hermano mayor siguió siendo perfeccionista. «¿Por qué mataste el becerro engordado para él?». El hermano mayor pensaba que había hecho todo bien. Pensaba que había escondido su vergüenza bastante bien. Su verdadera pregunta era: «¿Acaso no estoy a la altura?».
Una aclaración: el perfeccionismo no es simplemente esforzarse por hacer las cosas bien. Esforzarse por hacerlas bien es bueno, valioso y encomiable. La Biblia nos llama a ello (Col 3:23). Si eso es lo que estamos haciendo, no nos preocupa lo que piensen los demás ni nos juzgamos a nosotros mismos por nuestro bajo rendimiento. Por ejemplo, si estamos aprendiendo a tocar la guitarra, simplemente seguimos practicando para mejorar. El perfeccionismo solo surge cuando hay vergüenza de por medio. ¿Y cómo intentamos evitar la vergüenza? A través del control. Tener el control nos permite ajustar nuestro entorno para que todo esté en el lugar correcto, al menos según nosotros. Si Caín hubiera podido controlar a Dios, se habría asegurado de que aceptara su sacrificio y no el de Abel. Pero Caín no podía controlar a Dios. ¡Qué frustrante! Si las cosas están fuera de nuestro control, no podemos asegurarnos de que nuestra vergüenza permanezca oculta. Es inevitable que las cosas salgan mal y nuestros defectos queden expuestos. De nuevo nos encontramos con la vergüenza. Eso nos recuerda que no podemos arreglar las cosas. No podemos escondernos. Aunque Adán y Eva cosieron hojas de higuera y se escondieron de Dios, al final fueron descubiertos. Dios caminó por el huerto al fresco del día y preguntó: «¿Dónde estás?». Adán respondió: «Tuve miedo». Del mismo modo, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, nuestro propio perfeccionismo nos deja asustados y avergonzados.
En la antigüedad, cuando la mayoría de los seres humanos eran agricultores, nuestro bienestar dependía en gran medida de las estaciones del año y de la tierra. Adán supo eso desde el momento en que salió del huerto. La sensación de que estábamos privados del control era fuerte. Solo el tres por ciento de la población mundial vivía en zonas urbanas en 1800. Hoy, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. Ese porcentaje es aún mayor en los países desarrollados. Como resultado, la mayoría de la gente ya no depende tan directamente de las fluctuaciones de las estaciones para sobrevivir. Simplemente corremos al supermercado para comprar comida. Esto se debe al avance de la tecnología. La tecnología nos ha permitido controlar cada vez más nuestro entorno. Ahora podemos conservar los alimentos durante años gracias a la congelación y el enlatado. Podemos llamar a quien queramos en cualquier momento gracias a los teléfonos celulares. Podemos curar varias enfermedades, por lo que nuestra esperanza de vida ha crecido a pasos agigantados. Y Google siempre está al alcance de la mano en caso de que no sepamos algo.
Como resultado de todos los avances de la tecnología moderna, tendemos a pensar que en verdad controlamos nuestro mundo. Después de todo, hemos desarrollado tecnología que supera con creces a las hojas de higuera. Ahora tenemos mezclas de poliéster, algodón orgánico y lana inteligente. Podemos controlar tantas cosas. A veces, esta ilusión del control puede llevarnos a caer en una falsa sensación de seguridad, pero al mismo tiempo, también nos damos cuenta de que no tenemos el control en más ocasiones que las que nos gustaría admitir. A veces, nos sorprende nuestra falta de control. Quizás nuestros hijos simplemente no se quedan quietos. Tal vez nos encontramos con congestión vehicular de camino al trabajo y llegamos tarde a una reunión importante. Nos pueden pasar cosas más impactantes: quizás descubramos que nuestro cónyuge ha cometido adulterio o recibamos un diagnóstico de cáncer. Estos momentos de descontrol desconcertante nos golpean con una fuerza increíble. Nos damos cuenta de que no somos perfectos, nuestras vidas no son perfectas y tampoco lo son las vidas de quienes nos rodean. En momentos como estos, es como si estuviéramos de regreso en el huerto y nos acabáramos de dar cuenta de cuán desnudos realmente estamos. Nos sentimos avergonzados e impotentes.
Nacemos desnudos e indefensos. Somos criaturas vulnerables. Incluso nuestros cuerpos son vulnerables: no tenemos caparazón ni pelaje grueso cubriendo nuestro cuerpo débil. Es aterrador pensar en nuestra vulnerabilidad física, psicológica, espiritual y financiera. No controlamos las estaciones del año. No controlamos nuestra estabilidad laboral. No controlamos cuándo viviremos ni cuándo moriremos. Apenas nos controlamos a nosotros mismos. Según los estudios, casi una de cada seis personas está bajo un tratamiento de drogas psiquiátricas como antidepresivos o sedantes. Nosotros, criaturas finitas y débiles, estamos asombrosa, irrevocable y completamente fuera de control.
No obstante, hay buenas noticias. Los cristianos tienen una larga historia de pensar en el control. Cuando hablamos de tener el control y controlarlo todo, estamos hablando de soberanía. Esto es lenguaje teológico. La Biblia tiene mucho que decir sobre el control. Estamos acostumbrados a escuchar: «Dios está en control». Es una declaración simple, y Job recibió una explicación más completa de ella en forma de preguntas. Dios le preguntó: «¿Dónde estabas tú cuando Yo echaba los cimientos de la tierra?». Respuesta: aún no existía; Dios tiene mucha más experiencia que yo. «¿Quién puso sus medidas?». Respuesta: no lo hice yo; Dios lo hizo, y solo Él tiene el conocimiento y la sabiduría para gobernar el universo. Dios continúa interrogando a Job, y cuando leemos Job 38 – 39, nos quedamos maravillados del control que Dios tiene sobre absolutamente todo.
Esto es lo que queríamos en el huerto. Queríamos soberanía. En cambio, obtuvimos pecado y vergüenza. Resulta que lo que sabíamos en el fondo de nuestro ser en realidad es correcto: no tenemos el control y algo anda mal con nosotros. Sin embargo, la buena noticia es que Alguien más tiene el control y Alguien más se ha llevado nuestra vergüenza. Es solo cuando reconocemos la soberanía de Dios que podemos comenzar el proceso de sanación. Solo cuando nos damos cuenta de que Dios ha asumido la vergüenza que tanto tememos podemos dar nuestros primeros pasos para ser liberados del ciclo de la vergüenza. La respuesta no es que asumamos el control y ocultemos nuestra vergüenza. La respuesta no es el perfeccionismo. La respuesta es Jesucristo.
Los cristianos todavía luchamos con el pecado y el deseo de ocultar nuestra vergüenza. Sin embargo, un día seremos perfectos, y eso será bajo los términos de Dios, no los nuestros. Debido a la obra expiatoria de nuestro Salvador en nuestro favor, estaremos ante el trono de la gracia sin vergüenza y vestidos con Su justicia. Nos regocijaremos en Su presencia para siempre. Siendo ese el caso, podemos dejar de escondernos ahora. Podemos dejar ir nuestra vergüenza en el presente. Podemos dejar de tener miedo hoy. Podemos confiar en Aquel que tiene el control para siempre.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Thomas Brewer Thomas Brewer es editor en jefe de Tabletalk Magazine y un anciano docente en la Iglesia Presbiteriana en América.
En la teología cristiana, Dios es una “Dádiva” teológica que se ha revelado en las Escrituras. Por lo tanto no estamos libres de «escoger» entre los atributos de Dios, como si estuviéramos en una heladería. Lo que es Dios en Su naturaleza y atributos no se deja a nuestros gustos personales.
Los pensadores humanistas asumen que son “libres” para rechazar cualquier atributo de Dios que no puedan entender completamente y completamente explicar, racionalmente conciliar, y sentirse feliz con ello. Si no les gusta un determinado atributo de Dios, no tienen ningún reparo en desecharlo. Pero Dios nos exige que lo aceptemos como Él se ha revelado en las Escrituras. Cualquier cosa menos que esto es un rechazo de Dios.
El Dios que ha elegido revelarse a sí mismo en las Escrituras es un Dios muy celoso. Él condena como idolatría cualquier intento de añadir o restar de Su naturaleza revelada. Esto es tan importante que Dios dedicó los dos primeros mandamientos del Decálogo a condenar todos los intentos de moldear a Dios en una imagen hecha por el hombre. No importa si la imagen es mental o de metal, de madera o de lana, todas las ideas hechas por el hombre de Dios son la idolatría.
El Primer Mandamiento
En el primer mandamiento Dios nos dice: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éxodo 20:3).
En este mandamiento nos encontramos con que:
Hay un solo Dios.
El Dios que se ha revelado en la Escritura es este Dios.
Sólo él debe ser adorado, temido, amado y obedecido.
No somos libres para compensar cualquier idea por nuestra cuenta de cómo es Dios. No importa si nuestras ideas parecen “razonables” o “práctica” a nosotros. No podemos tener alguna idea de Dios, sino las reveladas en las Escrituras.
El hombre no es un dios-creador o un dios-en-potencia. Cualquier concepto de la “divinidad del hombre” es idólatra.
Dios es Su propio intérprete. Él se ha revelado e interpretado esta auto-revelación en la Escritura.
El racionalismo, el empirismo, el misticismo, y todas las demás formas de humanismo quedan condenadas como idolatría ya que ellos exaltan la opinión del hombre sobre la auto-revelación de Dios como se da en la Escritura.
El Segundo Mandamiento
En el Segundo Mandamiento Dios nos advierte:
No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás; porque yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos. (Éxodo 20:4-6).
El texto enseña claramente que la mayor evidencia del odio hacia Dios es la negativa a aceptarlo como Él se ha revelado en las Escrituras. Lo contrario también es cierto. La mayor evidencia del amor hacia Dios es la aceptación de Dios como Él se ha revelado en las Escrituras.
Así como el grado en que aceptamos la revelación es la medida de nuestro amor a Dios, así también el grado en el que seguimos la “razón,” la “intuición” o los “sentimientos” en lugar de la revelación es la medida de nuestro odio de Dios.
Cualquier intento de construir una deidad sobre la base de lo que es aceptable para nuestros gustos racionales o estéticos es idolatría pura sin paliativos. Aquí no hay término medio, no hay vuelta de hoja, sin renunciar a este punto. O aceptamos a Dios como Él se ha revelado en la Escritura o somos idólatras.
Esta posición es bastante humillante para el hombre caído. No nos gusta la idea de que Dios nos está diciendo cómo es él. Nos gustaría mucho hacer nuestras propias ideas de lo que Dios es. Tampoco nos gusta la idea de que Dios nos manda a obedecerle de acuerdo con lo que El dice es correcto o incorrecto. Nos gustaría mucho hacer nuestras propias ideas de lo que está bien y qué está mal.
Los Enemigos de Dios
Nuestro odio natural de Dios viene en nuestra rebelión en contra de Su Palabra y Ley. No es de extrañar que nos encontremos con el apóstol Pablo describiendo a los hombres caídos como “enemigos de Dios” (Romanos 1:30). Este odio de Dios se centra en el rechazo de la revelación de Dios en las Escrituras (Romanos 8:7).
El deseo de ser “libre” de la revelación de Dios y la ley de Dios es el alma y la esencia de todas las formas de humanismo, religioso o seculares. Para un corazón lleno de odio hacia Dios, el hombre no es “tan” o “realmente” libre a menos que él pueda pensar y hacer lo que quiera, como si no existiera Dios o porque no hay Dios. Toda la charla humanista sobre el “libre albedrío” no es nada más ni menos que un truco barato usado para engañar a los cristianos.
Las Escrituras declaran que cuando el hombre trata de “ir por sí solo” en la verdad, la justicia, la moral y la belleza, convierte la libertad en esclavitud, la libertad en libertinaje, el bien en mal, la justicia en la injusticia, la verdad en error, y la belleza en la fealdad. Todas estas cosas se pueden ver claramente en la filosofía moderna, la teología y las artes.
Pero el cristiano toma un camino hacia el conocimiento de Dios que es diferente y más difícil porque se necesita valor para aventurarse más allá de la razón y la experiencia en las verdades de la revelación. Sólo un espíritu audaz y atrevido será capaz de entregarse totalmente a Dios. Sólo una fe poderosa puede lanzarse y nadar en las profundidades insondables, mientras que los que confían en su razón sólo puede caminar en las aguas poco profundas.
La Pérdida de Misterio
Uno de los mayores problemas que enfrentamos en la teología de hoy es la falta de un sentido de misterio. Nadie quiere creer en algo que va más allá de la capacidad del hombre para comprender. De esta manera, el asombro y la maravilla de los misterios de Dios están totalmente ausentes en la teología moderna. Todo debe ser explicado, cose, atado, y guardado en pequeños paquetes ordenados.
Con la desaparición del respeto y admiración del misterio en la teología moderna, la fe no es deseable. los filósofos humanistas tales como los procesionales demandan “comprensión” no misterio; “coherencia,” no fe; “razón” no revelación. La ausencia de un verdadero misterio siempre ha sido el caldo de cultivo de la herejía.
No es extraño que la teología moderna es bastante árida y estéril. Es insufriblemente aburrida. Su mundo es monótono y gris. Es totalmente carente de los colores brillantes de admiración, asombro y misterio. Simplemente imita las modas de la filosofía secular. Por lo tanto, es una tierra extensa sembrada con los huesos de aquellos lo suficientemente tontos como para entrar en él.
Pero la Biblia comienza y termina con el misterio. Así el cristiano bíblicamente informado puede regocijarse en su Dios. No está deprimido porque no puede explicar todo y contestar todas las preguntas. Él francamente admite que no tiene todo atado en pequeños paquetes ordenados. Por fe puede aventurarse más allá de las aguas poco profundas de la razón en las profundidades inexploradas e insondables de los misterios de Dios. Él no tiene miedo de aceptar por la fe solamente esos misterios revelados en las Escrituras.
La palabra misterio se encuentra veintisiete veces en el Nuevo Testamento. En los Evangelios, Jesús habló a menudo de los “misterios del reino” (Mateo 13:11). En las epístolas, Pablo usa la palabra no menos de veinte veces. Habló de Dios, Su Palabra, Su Voluntad, el Evangelio, la fe, y la Iglesia como “misterios” (1 Corintios 4:1; Efesios 1:9; Colosenses 1:26; 1 Timoteo 3:9, Efesios 5:32).
El concepto bíblico de “misterio” no tenía ninguna relación con la idea gnóstica de un secreto esotérico contada sólo a unos pocos iniciados, como en las antiguas religiones mistéricas y las sectas de hoy en día y las logias que tienen palabras, símbolos y ritos secretos. El concepto bíblico significa simplemente que Dios le había revelado una idea que ninguna mente humana jamás había concebido.
Por ejemplo, en 1 Corintios 2:7, Pablo habla del “misterio” de la sabiduría de Dios tal como aparece en el Evangelio. En este pasaje, Pablo nos dice que esta sabiduría era un “misterio” debido a que:
Estaba “oculto” de la vista y de la percepción del hombre (v. 7).
Fue “predestinada antes de los siglos para nuestra gloria,” es decir, se trataba de una idea concebida en la mente de Dios en la eternidad antes de los siglos (v. 7).
3 Era algo que “ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (v. 8). Si entendieran que Cristo había venido a morir de acuerdo a un plan predeterminado eterno, se habrían rebelado y se negarían matar al Hijo de Dios.
Este misterio era algo “que ni ojo vio, ni oído oyó,” es decir, algo más allá de la experiencia humana.
Contenía ideas que “no han entrado en el corazón del hombre,” es decir, cosas más allá de la razón humana y la comprensión. Este “misterio” era algo que el hombre nunca podría descubrir sobre la base de su propia experiencia o la razón. La única manera de que el hombre conociera de ello fue a través de la revelación divina. Así, Pablo continúa diciendo que esto era un misterio que “Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu, combinando pensamientos espirituales con palabras espirituales” (vv. 10-13).
No sólo es un misterio algo que el hombre nunca habría concebido por sí mismo, sino que también es algo que va más allá de su capacidad de comprensión. Por ejemplo, en Efesios 1:4-11, cuando Pablo toca la voluntad soberana de Dios y sus decretos de elección y la predestinación, que se llevó a cabo “antes de la fundación del mundo,” habla de todas estas cosas en términos de “el misterio de su voluntad”(v. 9).
Pablo habla de la voluntad electiva de Dios como un “misterio.” ¿Quién puede explicar cómo “aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad,”» y, al mismo tiempo, no es el autor del mal? ¿Cómo es que se nos dice en Santiago 1:13-14:
Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y El mismo no tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión.
Sin embargo, al mismo tiempo, se nos dice que pidamos a Dios que no nos deje caer en la tentación (Mateo 6:13)? O bien, que Dios nos ofrece una vía de escape de la tentación que Él también proporcionó (1 Corintios 10:13)?
¿Quién puede explicar completamente cómo “Dios está obrando todas las cosas para nuestro bien” (Romanos 8:28)? ¿O cómo era Judas el culpable de traicionar al Señor cuando Jesús dijo que “se había determinado” por Dios que lo hiciera (Lucas 22:22)?
Lo que es importante para nosotros entender es que las cuestiones relativas a la voluntad de Dios y el destino humano se colocan en la categoría de «misterio» por los autores de las Escrituras. Así como la doctrina de la Trinidad es un “misterio” y nadie va a explicar cómo Dios puede ser Tres, pero Uno y Uno, pero Tres, tampoco nadie cortará el “nudo gordiano” de la soberanía divina y la responsabilidad del hombre. Nuestra responsabilidad no es emitir un juicio sobre la verdad revelada, sino someternos a ella en temor.
Pero ¿Qué pasa si decidimos que vamos a aceptar sólo aquellas doctrinas de la Biblia que “están de acuerdo con la razón”? Los que tienen un trasfondo evangélico rechazarán normalmente la soberanía de Dios, la elección divina, la presciencia de Dios, el pecado original, y la naturaleza vicaria de la expiación.
Pero una vez que el principio se establece sólo lo que es “razonable” puede ser aceptado, doctrinas tales como la deidad de Cristo tendrán que ser rechazadas, porque ¿quién puede explicar completamente cómo Jesús puede ser Dios y hombre? ¿Cómo puede una persona tener dos naturalezas? ¿Quién puede hacer “coherente” a la encarnación?
Libremente admitimos que es un completo misterio para nosotros cómo Jesús es Dios y hombre. Pero es un misterio revelado que aceptamos con agrado por la fe en la autoridad de la Escritura. ¿Por qué deberíamos renunciar a la autoridad de la Palabra de Dios por la autoridad de la palabra de Sus enemigos? Pero los racionalistas no pueden vivir en el mismo universo de misterio.
Conclusión
A través de los años hemos observado un proceso de apostasía que comienza con el rechazo del misterio de la soberanía de Dios y luego procede al rechazo del misterio de la infalibilidad de la Escritura, la autoridad de la Escritura, la incomprensibilidad de Dios, la naturaleza infinita de Dios, la Trinidad, la deidad de Cristo, la personalidad y la deidad del Espíritu Santo, la naturaleza pecaminosa del hombre, la historicidad de los milagros bíblicos, la exactitud de los relatos evangélicos, y el castigo eterno de los malvados.
La fuerza motriz que empuja a la gente por este camino de la apostasía es su negativa a inclinarse humildemente ante la Palabra de Dios. Ellos no van a aceptar las muchas declaraciones aparentemente contradictorias de las Escrituras. Ellos no pueden soportar el misterio en cualquier forma. Lo que no se puede explicar racionalmente, con el tiempo lo desecharán. Ellos siempre asumen la dicotomía griega “o” en cada edición y se niegan a reconocer la solución “ambos-y” de la Escritura porque sería arrojar el tema de nuevo dentro del misterio.
Nos cansamos de oír que hay que elegir entre la soberanía de Dios o la responsabilidad del hombre. ¿Por qué siempre se asume que no podemos aceptar las dos cosas? ¿Por qué los procesionales suponen que si el hombre es libre, Dios debe estar atado? ¿Por qué se asume que la elección y el evangelismo divino no pueden ser ambas verdaderas? ¿Y qué si no podemos resolver todas las preguntas que los filósofos humanistas plantean? ¿No deberíamos agradar a Dios antes que al hombre?
Deseamos no juzgar a la Palabra de Dios, sino para ser juzgados por la misma. Nos esforzamos por no cumplir la Palabra a nuestras opiniones, sino también nuestras opiniones a la Palabra. Nosotros no exigimos que la revelación sea conforme a la razón, sino que a razón esté de acuerdo con la revelación. Buscamos no dominar la Biblia, sino que hay ser dominados por ella.
Este es un extracto de Exploring the Attributes of God por Robert Morey
UNA IGNORANCIA DE DIOS Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan.
Hechos 17:30
A veces me invitan a un lugar a predicar una serie sobre los atributos de Dios. A menudo respondo: “Bueno hermano, ¿lo has pensado detenidamente?”
Alguien podría responder: “¿A qué te refieres con que, ‘si lo he pensado detenidamente’?”
“Bueno, el tema que me estás pidiendo enseñar en tu iglesia es un poco polémico”.
“¿A qué te refieres con que es polémico? ¡Es Dios! Somos cristianos. Esta es una iglesia. ¿A qué te refieres con que es polémico?”
Entonces digo: “Querido pastor, escúchame. Cuando empiece a enseñar a tu congregación sobre la justicia de Dios, la soberanía de Dios, la ira de Dios, la supremacía de Dios y la gloria de Dios, algunos de los miembros más destacados y antiguos de tu iglesia se pondrán de pie y dirán algo como esto: ‘Ese no es mi Dios. Nunca podría amar a un Dios como ese’. ¿Por qué? Porque ellos tienen un dios que han inventado en su propia mente, y aman lo que han inventado”.
Escucha la Palabra de Dios:
Así dice el Señor: “No se gloríe el sabio de su sabiduría, ni se gloríe el poderoso de su poder, ni el rico se gloríe de su riqueza; pero si alguien se gloría, gloríese de esto: De que me entiende y me conoce, pues Yo soy el Señor que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra, porque en estas cosas me complazco”, declara el Señor ( Jer 9:23-24).
Estas cosas has hecho, y Yo he guardado silencio; pensaste que Yo era tal como tú; pero te reprenderé, y delante de tus ojos expondré tus delitos. Entiendan ahora esto ustedes, los que se olvidan de Dios, no sea que los despedace, y no haya quien los libre (Sal 50:21-22).
¿Cuál es el problema? Hay una falta de conocimiento de Dios. Muchas personas escuchan esto y piensan: “Ah, hablar de los atributos de Dios y de teología es solo para expertos en teología y no tiene aplicación práctica”.
¿Como Dios se hace conocer?
10 acusaciones contra la iglesia moderna
Paul Washer
“El diagnóstico correcto es la mitad de la cura”. Este libro de Paul Washer es un examen muy necesario para la salud espiritual del cuerpo de Cristo hoy en día. La verdad puede ser como una sacudida que nos despierte, pero la verdad que más duele es la que más cura. Así sucede con estos diez capítulos, los cuales ponen su dedo en el nervio dolido y en los huesos rotos de la iglesia contemporánea.
¡Escucha lo que estás diciendo! ¿Realmente crees que el conocimiento de Dios no tiene una aplicación práctica? ¿Sabes por qué todas las librerías cristianas están llenas de libros de autoayuda? ¡Es porque las personas no conocen al verdadero Dios! ¡Y como resultado se les debe dar toda clase de recursos triviales de la carne para que sigan caminando como deberían caminar las ovejas! “Sean sobrios, como conviene, y dejen de pecar; porque algunos no tienen conocimiento de Dios. Para vergüenza de ustedes lo digo” (1Co 15:34). ¿Por qué hay pecado desenfrenado incluso entre el pueblo de Dios? ¡Es por la falta de conocimiento de Dios!
¿Cuándo fue la última vez que asististe a una conferencia sobre los atributos de Dios? ¿Cuándo fue la última vez que, como pastor, enseñaste durante varios meses sobre quién es Dios? ¿Cuánta enseñanza en las iglesias de hoy tiene algo que ver con quién es Dios? ¡Es tan fácil dejarse llevar, simplemente seguir a todos los demás! Pero un día escuchas algo como esto y, de repente, te das cuenta de que ni siquiera puedes recordar la última vez que escuchaste a alguien enseñar sobre los atributos de Dios. ¡No es de extrañar que seamos las personas que somos!
Conocerlo ¡de eso se trata todo! ¡Conocerlo es vida eterna! La vida eterna no comienza cuando atraviesas las puertas de la gloria. La vida eterna comienza con la conversión. La vida eterna es conocer a Dios. ¿Realmente crees que te emocionará recorrer las calles de oro por la eternidad? La razón por la cual no perderás la cabeza en la eternidad es porque hay Uno allí que es infinito en gloria, y pasarás una eternidad de eternidades buscándolo y encontrándolo, ¡pero nunca lograrás abarcar ni siquiera la ladera de Su montaña!
¡Comienza ahora! Hay tantas cosas diferentes que deseas saber y hacer, y tantos libros que quieres leer. Consigue un buen libro sobre Dios; saca tu Biblia y estúdiala para conocerlo, ¡para conocer verdaderamente al Dios vivo y verdadero!
Debido a todo esto, te diría que, en cierto sentido, sería mejor que en algunas de las llamadas iglesias ni siquiera tuvieran un servicio el domingo por la mañana. El domingo por la mañana es a menudo la hora de mayor idolatría en toda la semana, porque las personas no están adorando al único y verdadero Dios. Las grandes masas adoran a un dios formado en sus propios corazones, por su propia carne, con recursos satánicos, y con inteligencia mundana. Han creado un dios como ellos, un dios que se parece más a Santa Claus que a Dios el Señor. No puede haber temor del Señor entre nosotros si no hay conocimiento del Señor entre nosotros.
Este artículo sobre la oración fue adaptado de una porción del libro 10 Acusaciones contra la iglesia moderna escrito por Paul Washer y publicado por Poiema Publicaciones.
Gracia, Verdad y Vida es un ministerio radial con una visión radicalmente bíblica, reformada, no-ecuménica, calvinista, enamorada de la Gracia Soberana de Dios.