Martyn Lloyd Jones (1899 – 1981). Nació el 20 de diciembre de 1899 en Cardiff (Gales, Reino Unido). La mayor parte de su vida la pasó en Inglaterra. En Londres estudió la carrera de medicina, consiguiendo un brillante doctorado (1921).
Jugó un papel importante en la creación de la Fraternidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (IFES). Contribuyó también en la creación de la Biblioteca Evangélica de Londres, donde se reúne la mejor colección de literatura puritana del mundo; el Seminario Teológico de Londres, y el Estandarte de la Verdad, editorial dedicada por completo a rescatar la literatura puritana y reformada.
Aunque nunca tuvo una formación teológica de academia o seminario, ha sido uno de los grandes pensadores y teólogos del siglo XX. Fue un gran lector de literatura reformada, puritana y moderna, con especial interés por la historia y la biografía. Agudo y penetrante como un bisturí contribuyó al renacimiento del calvinismo evangélico en todo el mundo. “No sólo conocía a los puritanos mejor que nadie, así como los clásicos del avivamiento del siglo XVIII, sino que además estaba muy documentado en la historia secular, la poesía, la política y la filosofía” (C. Catherwood).
Enseñó a los estudiantes cristianos a pensar y hacer uso riguroso de la mente. Les enseño a valorar y amar la doctrina, haciéndola materia poderosa y viva. Profundizó en las interioridades del alma como un maestro de la espiritualidad, su obra sobre la depresión espiritual ha pasado a la lista de los clásicos.
En 1968 dejó su ministerio de predicación, debido a una grave enfermedad. Desde entonces comenzó un ministerio literario consistente en la edición de sus sermones expositivos. Siempre buscó restaurar la verdadera naturaleza de la predicación cristiana, consistente en exposición de la Escritura, y dependiente de la iluminación del Espíritu. Defensor del calvinismo ortodoxo respecto a la salvación o doctrinas de la gracia, fue a la vez un gran evangelista y entusiasta de los avivamientos, que por todos los medios trató de esclarecer y promocionar.
Este librito contiene un capítulo de la obra El Sermón del Monte, del mismo autor. En él se toman en consideración las distintas ideas populares en cuanto al pecado y la moralidad al tiempo que se prueba de forma clara y directa cuál es el concepto bíblico de estas cuestiones.
Tomando como base de su estudio Mateo 5:27-30, el autor demuestra que el pecado no consiste meramente en una serie de actos externos ni tiene nada que ver con procesos evolutivos de la raza humana. Nos advierte del peligro de confundir los pecados con el pecado (los efectos con la causa) y nos hace ver que una mera moralidad externa no es la respuesta.
En definitiva, un mensaje vital para todo aquel que tome en serio su estado espiritual.
Serie: El cristiano y la depresión. Sugel Michelén (MTS) es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Ha sido por más 35 años uno de los pastores de Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo, en República Dominicana, donde tiene la responsabilidad de predicar regularmente la Palabra de Dios.
Sugel Michelén (MTS) es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Ha sido por más 35 años uno de los pastores de Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo, en República Dominicana, donde tiene la responsabilidad de predicar regularmente la Palabra de Dios.
El carácter del cristiano: amable Por: Tim Challies
Estamos explorando los diferentes rasgos de carácter de los ancianos, que son en realidad un llamado de Dios para todos los cristianos. Si bien se supone que los ancianos deben ejemplificar estos rasgos, todos los cristianos deberían exhibirlos.
Quisiera que consideremos juntos si estamos mostrando estos rasgos, y de esta manera aprender cómo podemos orar para tenerlos en una mayor medida. Hoy vamos a ver lo que significa para un anciano —y para cada cristiano— ser amable.
Pablo escribe a Timoteo que el anciano debe ser “no pendenciero, sino amable” (1 Timoteo 3:2-3). De manera similar, le dice a Tito que el anciano no debe ser “pendenciero” (Tito 1:7). La característica positiva aquí es la amabilidad y se opone a dos características negativas como el ser pendenciero o violento. El anciano (y, por lo tanto, cada cristiano maduro) busca la amabilidad y huye de la violencia y de la argumentación trivial.
Ser amable es ser tierno, humilde y sensible; conocer qué postura y respuesta se adecua para cada ocasión. Indica amabilidad y el deseo de extender misericordia a otros, y un deseo de someterse tanto a la voluntad de Dios como a las preferencias de otras personas. Tal amabilidad será expresada primero en el hogar y sólo después de esto subsecuentemente en la iglesia. Es un rasgo poco común, pero uno que conocemos y amamos cuando lo vemos y lo experimentamos.
Alexander Strauch resalta que perseguir la amabilidad es imitar a Jesús. El escribe, “Jesús nos dice quién es como persona: es manso y humilde. Sin embargo, demasiados líderes religiosos no son mansos ni humildes. Ellos son controladores y orgullosos. Utilizan a la gente para satisfacer sus crecientes egos. Pero Jesús es refrescantemente diferente. Él realmente ama a la gente, sirviendo desinteresadamente y dando Su vida por ellos. Él espera que sus seguidores -especialmente los ancianos que dirigen a Su pueblo- sean humildes y mansos como Él”. De manera similar, John Piper escribe: “Esta [amabilidad] es lo opuesto de ser belicoso o beligerante. No debe ser áspero o mezquino. Debe estar inclinado a la ternura y recurrir a la dureza sólo cuando las circunstancias recomiendan esta forma de amor. Sus palabras no deben ser ácidas o divisivas, sino útiles y alentadoras “.
El anciano, entonces, debe ser amable, capaz de controlar su temperamento y su respuesta a los demás cuando es atacado, calumniado y cuando se encuentra en situaciones tensas o difíciles. Está marcado en todo momento por la paciencia, la ternura y un espíritu dulce. Negativamente, no debe perder el control ni física ni verbalmente. No debe responder a otros con fuerza física o amenazas de violencia. Cuando se trata de sus palabras, no debe pelear ni altercar ni ser uno que ama discutir. Incluso cuando es empujado y exasperado no arremete con sus palabras, no aplastará una caña magullada ni apagará un pábilo humeante.
Estoy seguro de que ustedes se dan cuenta de que Dios llama a todos los cristianos -no sólo a los ancianos- a ser amables. Los ancianos deben servir como ejemplos de mansedumbre, pero cada uno de nosotros debe mostrar este rasgo si queremos imitar a nuestro Salvador. Hay muchos textos a los que podemos recurrir, entre ellos este que nos dice que la mansedumbre es un fruto necesario del Espíritu: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio” (Gálatas 5: 22-23). Poco después Pablo dice: “Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre” (Gálatas 6: 1).
El exhorta a los cristianos de Éfeso a caminar de una manera digna de la vocación a la que han sido llamados y dice que esto implica vivir “con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos con otros en amor, deseosos de mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz “(Efesios 4: 1-3). Al hablar de la congregación bajo el cuidado de Tito dice: “Recuérdales que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que estén preparados para toda buena obra; que no injurien a nadie, que no sean contenciosos, sino amables, mostrando toda consideración para con todos los hombres.”(Tito 3: 1-2). La evidencia es clara: debemos ser amables para que podamos servir como una muestra de quien se ocupa tan amablemente con nosotros.
Auto-evaluación Así que, ¿qué de ti? ¿Tu vida refleja la mansedumbre y humildad de la amabilidad? Te animo a hacerte en oración preguntas como estas:
Cuando alguien te hace daño, ¿eres propenso a atacar con ira? Si es así, ¿se expresa ese enojo físicamente, verbalmente o ambos? ¿Están las personas temerosas de enfrentar el pecado en tu vida porque temen tu ira o tus palabras cortantes? ¿Te temen tu esposa y tus hijos? ¿Tus amigos y familiares dirían que eres amable? ¿Dirían que los tratas con ternura? ¿Te gusta jugar al abogado del diablo? ¿Te gusta un buen argumento? ¿Qué indicaría tu presencia en los medios sociales? Puntos de oración El Dios de paz está ansioso por darte la paz de Dios (Filipenses 4: 7, 9). Por lo tanto, te animo a orar de esta manera:
Ruego que me hagas más parecido a Cristo para que yo sea manso como él es manso. Ruego que yo pueda considerar regularmente todas las formas en que Tú has sido tan paciente y amable conmigo. Ruego que me ayudes a tragar mi orgullo, confesar mis pecados a los demás, y restaurar las relaciones tensas que tengo. Ruego que me des la gracia de ser paciente y tranquilo cuando otros me atacan y me malinterpretan. Ayúdame a responder con mansedumbre incluso en las circunstancias más difíciles. Oro que yo sea lento para comenzar una discusión o para entrar en la de algún otro.
Este artículo pertenece a una serie titulada El Carácter. Publicado originalmente en Challies.com. Traducido con permiso para Soldados de Jesucristo por Ricardo Daglio.
El carácter del cristiano: Hospitalario Por: Tim Challies
Este artículo pertenece a una serie titulada El Carácter Cristiano, publicada originalmente en Timchallies.com
Hoy continuamos con nuestra serie sobre el carácter del cristiano. Estamos explorando los diferentes rasgos de carácter de los ancianos que son en realidad un llamado de Dios para todos los creyentes. Si bien se supone que los ancianos deben ejemplificar estos rasgos, todos los cristianos deberían exhibirlos. Quisiera que consideremos juntos si es que estamos mostrando estos rasgos y de esta manera aprender cómo podemos orar para tenerlos en una mayor medida. Hoy vamos a mirar lo que implica para un anciano —y para cada cristiano— ser hospitalario. Veremos por qué razón Dios eleva este rasgo a un lugar de tanta importancia.
Pablo le dice a Timoteo, “Un obispo debe ser… hospitalario” (1 Timoteo 3:2) y hace eco de esto en su carta a Tito (Tito 1:8). La palabra griega “hospitalario” (philoxenon) indica un amor por los extraños. En días cuando no existían hoteles de buena calidad y accesibles como en la actualidad, se esperaba que los cristianos extendieran hospitalidad a otros viajeros creyentes o predicadores itinerantes. Ellos los alimentarían y les proveerían un lugar limpio para dormir, a fin de que no fueran a pensiones sucias, peligrosas y desagradables. Por supuesto la palabra tiene más extensiones que incluyen otras formas de hospitalidad. Pero primordialmente, indica una disposición a invitar a otros dentro de tu hogar para una estadía ya sea breve o extensa.
¿Por qué hacer énfasis en este rasgo particular? Alexander Strauch lo explica de esta manera: “La hospitalidad es una expresión concreta de amor cristiano y vida familiar. Es una virtud bíblica importante… Darse uno mismo al cuidado del pueblo de Dios significa compartir la vida del hogar con otros. Un hogar abierto es señal de un corazón abierto y de un espíritu amoroso, sacrificial y servicial. La falta de hospitalidad es una señal segura de un cristianismo egoísta, sin vida y sin amor”. La hospitalidad es una manifestación abierta y tangible del carácter piadoso.
Un hogar abierto muestra el amor cristiano, pero también lo hace posible. La hospitalidad crea oportunidades para relaciones, discipulado y evangelismo. Crea un contexto natural para ver un modelo de matrimonio, paternidad y una amplia serie de virtudes cristianas. Si bien debemos enseñar a otros lo que la Biblia dice, también debemos demostrar lo que dice, y esto lo hacemos al invitar personas a nuestros hogares y a nuestras vidas.
¿Solamente los ancianos son llamados a compartir sus vidas y sus recursos abriendo sus hogares? No, es un llamado para todos los cristianos. Si bien la ley en el Antiguo Testamento coloca un gran énfasis en el cuidado y la protección del peregrino, este cuidado por los extranjeros es aún más explícito en el Nuevo Testamento. Pedro le escribe a todos los cristianos cuando dice “Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones” (1 Pedro 4:9) y Pablo le dice a toda la congregación en Roma que ellos deben estar “practicando la hospitalidad” (Romanos 12:13). El autor de Hebreos dice, “No se olviden de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13:2). Pablo instruyó a Timoteo para que la iglesia extendiera su benevolencia a una viuda “si ha mostrado hospitalidad” (1 Timoteo 5:9-10). Jesús enseñó que seremos juzgados sobre la base de nuestra hospitalidad, puesto que cuando amamos y recibimos a otros, en realidad lo estamos amando y recibiendo a Él (Mateo 25:35-40).
Strauch concluye diciendo que “difícilmente exista algo más característico del amor cristiano que la hospitalidad. Por medio del ministerio de la hospitalidad compartimos las cosas que más valoramos: familia, hogar, recursos financieros, comida, privacidad y tiempo. En otras palabras, compartimos nuestras vidas”.
Auto-evaluación ¿Qué acerca de ti? ¿Dirían otros que tu eres hospitalario? Reflexiona en las siguientes preguntas y al responderlas sé honesto contigo mismo y con Dios:
¿Cuántas personas de tu iglesia has invitado a tu hogar para una comida? ¿Cuándo fue la última vez que alguien se quedó un noche en tu hogar? ¿Se acercan otros a ti cuando necesitan ayuda o das la impresión de que no quieres que te molesten? ¿Tiene tu familia la intención de recibir a otros en tu hogar, incluso si son diferentes a ti o si te hacen sentir incómodo o perturbado? ¿Por qué temes recibir a otros en tu vida y en tu hogar? ¿Qué promesas te ha dado Dios a las cuales te puedes aferrar para tener esperanza, paz y seguridad? Puntos de oración Toma aliento en la verdad de que el Dios del débil y marginado te recibe a ti y ora a Él de esta manera para obtener su ayuda:
Oro para que me llenes con tu Espíritu de manera que mi vida pueda llevar fruto en obras de amor para otros. Oro para no aferrarme a todas las cosas que me das y para recordar que mi hogar, mi comida, mi tiempo y todo lo demás te pertenecen a ti. Ayúdame a ser un administrador fiel de todas estas cosas. Oro para que me des el denuedo para recibir a otros como tu me has recibido a mí. Oro para que la motivación de mi corazón sea que, a través de amar a otros, yo mismo pueda expresar mi amor por Cristo. Por favor, dame gran gozo y libertad en ser hospitalario. En el próximo artículo consideraremos lo que implica para los ancianos y para todos los cristianos no ser pendenciero, sino amable.
Publicado originalmente en Challies.com | Traducido con permiso para Soldados de Jesucristo por Ricardo Daglio
Los tribunales seculares y el conflicto en la iglesia Por John Currie
Este es el noveno capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Conflicto en la iglesia
«¿Por qué no sufren mejor la injusticia?». La pregunta de Pablo en 1 Corintios 6:7 difícilmente pudo ser más contracultural y contraintuitiva para un corintio. Corinto estaba contagiada con la pasión por el estatus, el éxito y el honor personal. La capacidad de alcanzar estas aspiraciones mediante la ambición, el posicionamiento y la imagen se consideraba sabiduría. Los cristianos de Corinto seguían profundamente influenciados —podríamos decir que infectados— por esta sabiduría cultural, y su seducción por ella había dado lugar a divisiones en el liderazgo, la tolerancia de hechos escandalosos de inmoralidad y, ahora, al litigio de conflictos ante los tribunales de los incrédulos. Su padre espiritual estaba tan escandalizado por esta conducta (y la condición subyacente del corazón que revelaba) que, aunque antes no había querido avergonzarlos por su mal comportamiento (1 Co 4:14), ahora los avergüenza (6:5) con ocho preguntas inquisitivas en solo siete versículos (vv. 1-7). Al apóstol le resultaba chocante y vergonzosa la realidad de los cristianos que llevaban a otros cristianos ante los tribunales civiles para resolver sus diferencias personales.
Él estaba escandalizado por dos razones. Primero, la conducta de los corintios traicionaba su testimonio de lo que Cristo, al inaugurar Su reino en Su iglesia, ha hecho (vv. 2-3); y segundo, contradecía la sabiduría que Cristo da y ha dado a Su iglesia (v. 5). Su inmadurez e incompetencia, evidenciadas en el hecho de litigios civiles entre creyentes, deshonraban a Aquel a quien decían conocer como sabiduría, justicia, santificación y redención de Dios (1:30).
El remedio de Pablo para este escándalo fue aplicar la sabiduría del evangelio de la cruz de Cristo a sus conflictos. El apóstol modeló esto al venir a ellos no a la manera de los grandes hombres de la cultura, sino en debilidad cruciforme (1:17). Su aceptación de la locura de la cruz le había hecho estar dispuesto a ser despreciado y a sufrir las calumnias con espíritu de reconciliación y humildad (4:9-13), y como les dirá posteriormente, incluso renunció a sus derechos entre ellos por el evangelio (9:3-18). En toda esta «necedad», el apóstol no hacía más que imitar el patrón del Cristo que les predicaba (1:18-25). Así que su pregunta inquisitiva a los que decían creer en su mensaje de la cruz y ser salvos por ello y, sin embargo, estaban litigando por la vindicación y la victoria personal de unos con otros, era: «¿Por qué no tomar la cruz?», «¿Por qué no sufrir más bien el mal?» (6:7).
No es que Pablo tratara de impedir que los cristianos buscaran la resolución de los conflictos presentes (y muy reales) que pudieran tener unos con otros. Sin embargo, debían poder usar la sabiduría que Dios ha dado en y a la iglesia para hacerlo (v. 5). Cristo mismo dio a los creyentes un proceso de apelación unos a otros con la esperanza de «ganar» al otro cuando se ha producido una ofensa. Ese proceso implica la ayuda de otros creyentes e incluso, en casos de dureza de corazón, puede implicar la acción judicial de los tribunales de la iglesia (Mt 18:15-20). Pablo tampoco prohíbe apelar a la autoridad civil ordenada por Dios (Ro 13:1-7) en casos de actividad delictiva (de hecho, ignorar y ser negligente en tales casos causa mucho daño a las víctimas del delito y al nombre de Cristo). Pero cuando los cristianos han llegado al punto de buscar el castigo por conflictos personales ante los incrédulos, algo está profunda y terriblemente mal en nuestros corazones y en nuestra iglesia.
Los cristianos de Corinto necesitaban una corrección cruciforme de la inclinación de sus corazones en sus conflictos unos con otros en su época. Tal vez nosotros también la necesitemos. Las preguntas de Pablo en 1 Corintios 6 nos impulsan a imitar a nuestro Salvador, una imitación que no manifiesta la sabiduría autopreservadora de esta época, sino la sabiduría abnegada de Aquel que se entregó por nuestros pecados y que, por Su Espíritu, vive ahora en nosotros para formarnos a Su semejanza (Gá 2:20).
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
John Currie El Dr. John Currie es coordinador del departamento y profesor de teología pastoral en Westminster Theological Seminary en Filadelfia y ministro de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa.
Nota del editor:Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Conflicto en la iglesia
¿Imaginas el malestar que sintió la gente en Antioquía cuando Pablo confrontó a Pedro, según se describe en Gálatas 2? Probablemente recuerdas la historia: hombres de Jerusalén habían venido a la iglesia en Antioquía. Su visita creó una división. En lugar de que judíos y gentiles adoraran juntos y tuvieran comunión libremente, algunos de los judíos (incluso Pedro y Bernabé) se apartaron de los gentiles. Pablo dijo a los gálatas que había confrontado a Pedro «delante de todos» (v. 14). ¿Fue durante una comida o inmediatamente después de una oración? ¿Atrapó Pablo a Pedro en el patio o lo denunció en medio de un sermón?
Aunque no sabemos las respuestas a estas preguntas, puedes preguntarte si fue un error que Pablo confrontara a Pedro de esta manera. ¿No debió haber seguido los pasos indicados en Mateo 18? No, Gálatas 2 y pasajes como Hechos 5 y Filipenses 4 demuestran que hay momentos en los que una confrontación pública del pecado y el error es necesaria para la salud y el bienestar de la iglesia.
Pablo confrontó a Pedro pública e inmediatamente cuando fue testigo de pecado público. Al apartarse de los gentiles, Pedro había actuado de una manera que negaba el evangelio. Pablo no dudó en condenar a Pedro públicamente porque el pecado fue público. Este mismo principio se demuestra en Hechos 5, donde Pedro confronta a Ananías y Safira por mentir al Espíritu Santo al no declarar que se habían quedado con una parte de las ganancias del terreno que habían vendido para dar a la iglesia. Su pecado fue público, y por lo tanto, la condena del pecado fue pública. El mismo principio se ve en Filipenses 4:2, donde Pablo «ruega» a Evodia y Síntique «que vivan en armonía en el Señor». Aunque no sabemos qué fracturó la relación de estas dos hermanas, su desacuerdo fue público y, por tanto, la confrontación de Pablo del pecado —aunque menos enérgica que la que aparece en Gálatas 2 o Hechos 5— también es pública. El principio que se expone en cada uno de estos pasajes es que la confrontación pública del pecado y el error es necesaria para corregir el pecado y el error público.
Otro principio que podemos derivar de estos textos es que la confrontación pública del pecado y el error se hace en el contexto de la iglesia local. Por desgracia, vivimos en una época de «Pablos» autoproclamados que vagan por la Internet en busca de «Pedros» a quienes denunciar. Podemos sentirnos tentados a recurrir a Gálatas 2 para justificar que tomemos los tridentes electrónicos a fin de perseguir a los villanos teológicos. Sin embargo, el principio de Gálatas 2, Hechos 5 y Filipenses 4 es que tal confrontación pertenece al contexto de la iglesia local, donde se experimenta el pecado y el error y donde al pecador puede perdírsele que rinda cuentas.
Un tercer principio está implícito en estos pasajes. No hay muchos ejemplos de este tipo de confrontación pública del pecado y el error públicos, pero los que tenemos abordan graves amenazas para la iglesia. La conducta de Pedro no era conforme al evangelio. El pecado de Ananías y Safira amenazaba la existencia misma de la iglesia, como el pecado de Acán después de que Israel cruzara a la tierra prometida (Jos 7). La fractura entre Evodia y Síntique amenazaba la unidad de esa iglesia. El hecho de que haya pocos ejemplos de este tipo de reprensión pública nos indica que no todos los errores —ni siquiera todos los errores públicos— deben ser confrontados públicamente. Pero cuando un pecado o error público amenaza la existencia misma de la iglesia, o incluso el evangelio mismo, puede ser necesaria una reprensión pública.
En 1553, estalló una disputa en Ginebra sobre quién tenía la autoridad para excomulgar. El gobierno de la ciudad quería que Philibert Berthelier fuera readmitido para tomar la Cena del Señor. Berthelier, opositor a Juan Calvino y abogado del hereje Miguel Serveto, había sido excomulgado por rebelión. El día en que debía celebrarse la Cena del Señor, Berthelier y sus amigos abarrotaron la iglesia de St. Pierre y se sentaron en primera fila. Sin embargo, Calvino se negó a servir la comunión a los «aborrecedores de los misterios sagrados». Dijo: «Pueden aplastar estas manos; pueden cortar estos brazos; pueden quitarme la vida; mi sangre es de ustedes, pueden derramarla; pero nunca me obligarán a dar cosas sagradas a los profanos, ni a deshonrar la mesa de mi Dios». Tal audacia es necesaria ante el pecado y el error público. Que Dios dé a Sus ministros el valor de tomar tales medidas para proteger la pureza y la paz de la iglesia.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Eric Landry El reverendo Eric Landry es pastor de la Redeemer Presbyterian Church (Austin, Texas) y editor ejecutivo del Modern Reformation.
Pecado, arrepentimiento y caminar en la luz Por Trillia Newbell
Nota del editor:Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ética sexual cristiana
Nuestra ofensa más pequeña merece toda la ira de Dios. Eso es difícil de escuchar si olvidamos que Dios no solo ha cubierto nuestro pecado en Cristo, sino que también nos permite acercarnos a Él continuamente para recibir esa gracia una vez más. También sabemos que Dios es santo, separado en Su perfección, gloria y majestad. Somos pecadores que pecamos todos los días. Nuestro pecado debería afligirnos, pero no condenarnos, porque servimos a un Dios que es bueno y bondadoso, pero que también es santo y justo. Entonces, ¿qué debemos hacer con este enigma de nuestra pecaminosidad y la santidad de Dios que está tan cerca de nosotros? Arrepentirnos y recibir la asombrosa gracia de Dios.
¿Es Dios una especie de cuco? Ahí está de nuevo. Esa tenebrosa sombra acechando en el armario. Parece tan impredecible. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Qué podría pasar? ¿Saltará y me atrapará?
Esos eran mis aterradores pensamientos de niña. Me acurrucaba con miedo en mi cama, esperando que el cuco saltara del armario y me atrapara. Cuando me convertí en cristiana, me di cuenta de que gran parte de la forma en que me relacionaba con Dios era con ese miedo infantil al cuco. Sentía que no tenía mucho control sobre mi vida, pero en lugar de darme cuenta de que estaba en manos de un Padre bueno y amoroso, lo veía como un tirano. Pensaba que Él tenía todo el control, pero que el único amor que mostró fue en la cruz (que por supuesto hubiera sido suficiente). Realmente creía que Dios era como el cuco que rondaba por mi armario, esperando el momento adecuado para castigarme o causarme algún daño.
Qué triste. Si solo conocemos a Dios como el gobernante soberano del mundo podríamos cometer el mismo error que yo cometí cuando era una joven cristiana. No fue hasta que comprendí el gran amor de Dios que comencé a ver Sus caminos como buenos y amables. Sí, incluso las cosas difíciles de nuestra vida provienen de la mano amorosa de Dios (1 P 1:3-9; He 12:3-17). Podemos descansar en el conocimiento de que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, y que Sus caminos no son nuestros caminos, y que sin embargo Él tiene cuidado de los hombres (Sal 8:4; Is 55:8).
Lo vemos en Isaías 55, que comienza con un llamado urgente a que vengamos a beber: «Todos los sedientos, vengan a las aguas; y los que no tengan dinero, vengan, compren y coman. Vengan, compren vino y leche sin dinero y sin costo alguno» (v. 1). Dios se complace en satisfacer nuestras necesidades (espirituales y de otro tipo). Tenemos un Padre que nos invita al trono de la gracia para recibir ayuda en nuestros momentos de necesidad (He 4:16). Y aunque de joven no comprendía del todo el significado de la cruz, ahora entiendo que Dios mostró Su máximo amor por nosotros mediante el sacrificio de Su Hijo a nuestro favor. ¿Existe un amor más grande que ese?
Dios no es el cuco. Es el Dios soberano, amoroso y asombroso que vino a redimir a un pueblo para Sí mismo. Él es bueno y nos ama todo el tiempo. Así que, como respuesta a nuestro conocimiento de Su carácter amoroso, nos disciplinamos para arrepentirnos diariamente del pecado por el que Cristo ya ha muerto.
Camina en la luz Uno de los muchos efectos secundarios que he experimentado al envejecer es la incapacidad de ver la carretera al conducir de noche. Todo brilla. Si llueve, es como si alguien me iluminara los ojos con una luz brillante. Como adulta responsable que soy, todavía no he ido al oftalmólogo. Así que conduzco en la oscuridad, ciega como un murciélago.
Afortunadamente, no tenemos que hacer esto como cristianos. Hemos visto la luz. El evangelio ha iluminado las tinieblas. Y esta luz no desorienta; es un don de la gracia que nos purifica y nos guía.
Pero tal vez has estado caminando como si estuvieras todavía en la oscuridad. Dios te llama a caminar en la luz. Caminar en la luz significa caminar en la bondad y la gracia de Dios, viviendo una vida que refleje al Salvador y caminando de una manera digna del evangelio. El arrepentimiento es una de las formas más claras de caminar en esta luz. El apóstol Juan nos dice: «Si decimos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad» (1 Jn 1:6). Caminar en las tinieblas es caminar con el conocimiento del pecado e ignorarlo, o caminar como si estuviéramos completamente sin pecado, sin arrepentirnos nunca (1 Jn 1:8). La gracia de Dios nos permite no solo reconocer que seguimos luchando con el pecado, sino también volvernos de nuestro pecado.
Vemos claramente que nuestro caminar en la luz no es perfecto, ni siquiera está cerca de serlo. Nunca alcanzaremos la perfección en esta tierra. Por eso el arrepentimiento es un regalo tan hermoso de nuestro Dios. «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Jn 1:9). Oh, qué gracia. Confesamos nuestros pecados a Dios —reconociendo nuestra gran necesidad de que Él nos convierta de nuestro pecado— y ¿qué hace Él? Hace lo que ya ha hecho: derrama la gracia que necesitamos para cambiar. Su ira estuvo reservada para Jesús. No recibimos castigo o ira por nuestros pecados; recibimos gracia. Hay, por supuesto, consecuencias por el pecado, pero aún así, nuestra posición ante Dios no cambia.
Dios es soberano y lo gobierna todo. Es santo, pero gracias a Jesús podemos acercarnos a Él. Corre, no camines, al trono de la gracia. No camines como un ciego mientras puedes caminar en la luz que está disponible para ti. Camina en la luz. Confiesa tu pecado y recibe la gracia. No hay condenación para ti.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Trillia Newbell Trillia J. Newbell es conferencista y autora de Fear and Faith [Temor y Fe], United [Unidos], Enjoy [Disfruta] y su libro infantil más reciente God’s Very Good Idea [La gran idea de Dios].
Nota del editor:Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ética sexual cristiana
¿Por qué podría un cristiano negarse a asistir, atender o participar en una ceremonia de matrimonio entre personas del mismo sexo? Para hacer las cosas más simples, asumamos que este es un debate entre cristianos tradicionales que creen —como siempre ha creído la iglesia y como sigue creyendo la mayor parte de la iglesia mundial— que el comportamiento sexual entre personas del mismo sexo es pecaminoso y que el matrimonio es una unión conyugal y de pacto entre un hombre y una mujer.
Con este comentario aclaratorio, podemos abordar la cuestión directamente: ¿Por qué un cristiano se sentiría obligado por su conciencia a no asistir o participar en una boda gay? Lo que nos lleva a esta conclusión no es el fanatismo, ni el miedo, ni porque no sepamos que Jesús pasó tiempo con los pecadores. Es por nuestro deseo de ser obedientes a Cristo y por la naturaleza del evento de la boda en sí.
Una ceremonia de boda, en la tradición cristiana, es ante todo un servicio de adoración. Así que si la unión que se celebra en el servicio no puede ser aprobada bíblicamente como un acto de adoración, creemos que el servicio da crédito a una mentira. No podemos, con buena conciencia, participar en un servicio de adoración falsa. Entiendo que no suena muy bien, pero la conclusión se desprende de la premisa, es decir, que el «matrimonio» que se celebra no es en realidad un matrimonio y que no debe celebrarse.
Además, desde hace tiempo se entiende que los presentes en una ceremonia matrimonial no son simples observadores casuales, sino que son testigos que otorgan su aprobación y apoyo a los votos que se van a realizar. Por eso el lenguaje tradicional habla de reunirse «ante Dios y ante esta congregación». Por eso, en uno de los servicios matrimoniales modelo de la Iglesia presbiteriana de América, todavía el ministro dice:
Si alguien puede mostrar una causa justa por la que no puedan casarse legalmente, que lo declare ahora o que calle para siempre.
De forma muy explícita, la boda no es una fiesta para los amigos y la familia. No es una mera formalidad ceremonial. Es un acontecimiento divino en el que los reunidos celebran y honran la «solemnidad del matrimonio».
Por eso —por mucho que quiera tender puentes con una amiga lesbiana o asegurar a un familiar gay que me importa y que quiero relacionarme con él— no asistiría a una ceremonia de boda del mismo sexo. No puedo ayudar con mi pastel, con mis flores o con mi presencia a solemnizar lo que no es sagrado.
Al adoptar esta postura, a menudo he escuchado en respuesta cosas como estas:
Pero Jesús se juntó con los pecadores. No le preocupaba ser contaminado por el mundo. No quería alejar a la gente del amor de Dios. Siempre abría las compuertas de la misericordia de Dios. Él nos diría: «Si alguien te obliga a hornear un pastel, hornea para él dos».
Bien, pensemos en estas objeciones. Me refiero a pensar con unas cuantas frases y no solo con eslóganes y vagos sentimentalismos.
Jesús se juntó con los pecadores. Es cierto, más o menos (depende de lo que se entienda por «juntarse»). Pero Jesús creía que el matrimonio era entre un hombre y una mujer (Mt 19:3-9). El ejemplo de Cristo en los evangelios nos enseña que no debemos tener miedo de pasar tiempo con los pecadores. Si una pareja gay de la casa de al lado te invita a cenar, no la rechaces.
No le preocupaba ser contaminado por el mundo. Esa no es la preocupación aquí. No se trata de piojos o gérmenes del pecado. Nosotros mismos tenemos muchos de ellos.
No quería alejar a la gente del amor de Dios. Pero Jesús lo hizo todo el tiempo. Actuó de maneras antagónicas, que pudo hacerlas involuntariamente, pero más a menudo las hizo deliberadamente (Mt 7:6, 13-27; 11:20-24; 13:10-17; 19:16-30). Jesús apartaba a la gente todo el tiempo. Esto no es excusa para que seamos irreflexivos y poco amables. Pero debería poner fin a la noción no bíblica que dice que si alguien se siente herido por tus palabras o no amado por tus acciones, ipso facto fuiste poco amoroso de manera ridícula y pecaminosa.
Siempre abría las compuertas de la misericordia de Dios. Amén. Sigamos predicando a Cristo y prediquemos como Él lo hizo, llamando a todas las personas a «arrepentirse y creer en el evangelio» (Mr 1:15).
Si alguien te obliga a hornear un pastel, hornea para él dos. Este es, por supuesto, un principio verdadero y hermoso sobre cómo los cristianos, cuando son injuriados, no deben injuriar a su vez. Pero difícilmente puede significar que hagamos todo lo que la gente exige sin importar nuestros derechos (Hch 4:18-20; 16:35-40; 22:22-29) y sin importar lo que es correcto a los ojos de Dios.
Una boda no es una invitación a una cena o una fiesta de graduación o de jubilación. Incluso en un entorno completamente laico, sigue existiendo la sensación —y a veces las invitaciones de boda lo dicen— de que nuestra presencia en el evento honraría a la pareja y su matrimonio. Sería difícil, si no imposible, asistir a una boda (por no hablar de hacer el catering o el centro de mesa) sin que tu presencia comunique la celebración y el apoyo a lo que está ocurriendo. Y, por muy doloroso que sea para nosotros y para los que amamos, celebrar y apoyar las uniones homosexuales no es algo que Dios o Su Palabra nos permitan hacer.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Kevin DeYoung El Rev. Kevin DeYoung es pastor de Christ Covenant Church en Matthews, N.C., y maestro asistente de Teología Sistemática en el Reformed Theological Seminary de Charlotte, N.C. Es autor de numerosos libros, incluyendo Taking God at His Word [Confía en Su Palabra] y Just Do Something [Haz algo].
Nota del editor:Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ética sexual cristiana
El presidente Obama tuvo razón cuando dijo que la decisión de la Corte Suprema sobre el matrimonio gay cayó como un rayo. La decisión en el caso Obergefell vs. Hodges, que legalizó el matrimonio gay en todo el país, es realmente un punto de inflexión en nuestra vida nacional. Aunque la mayoría de los estadounidenses apoya ahora el matrimonio gay, muchos de nosotros consideramos esta decisión como una tragedia moral y judicial.
Desde el punto de vista jurídico, representa que cinco jueces no elegidos imponen a la nación una nueva definición del matrimonio. La sentencia no se basa en principios jurídicos sólidos, sino en las opiniones de cinco abogados que se adjudican el derecho a promulgar una política social. La Corte Suprema no tiene derecho a redefinir el matrimonio para los cincuenta estados, pero eso es exactamente lo que hizo.
Desde un punto de vista moral, la decisión es una completa subversión de lo bueno, lo correcto y lo verdadero con respecto al matrimonio. El matrimonio es la unión de pacto entre un hombre y una mujer para toda la vida. Su conexión con la procreación y los hijos nos ha sido revelada en la naturaleza, por la razón y por el sentido común. Además, la Biblia revela que el matrimonio es un símbolo del evangelio, del amor y del pacto de Cristo por Su iglesia (Ef 5:31-32).
La decisión del tribunal intenta poner todo eso patas arriba. Como resultado, se opone a la razón y al sentido común. Lo que es más importante, va en contra de los propósitos de Aquel que, para empezar, creó el matrimonio (Gn 2:24-25).
Una nueva realidad Aunque me decepciona esta decisión, aún confío en que los cristianos seguirán dando testimonio de la verdad sobre el matrimonio, aunque la ley de nuestro país se ponga ahora en nuestra contra. Sin embargo, muchos cristianos se preguntan cómo avanzar en esta nueva realidad.
Soy pastor y esta pregunta es exactamente la que he escuchado de la gente de mi iglesia. Nuestros miembros, en general, no tienen preguntas sobre la enseñanza de la Biblia sobre la homosexualidad y el matrimonio. Eso lo entienden. Tampoco tienen dudas sobre su obligación de amar al prójimo, buscar su bien y estar en paz con todos (Mr 12:29-31; Lc 6:33; Ro 12:18). También entienden todo eso.
Su pregunta es cómo vivir lo que Jesús les ha llamado a ser cuando la gente los trate con hostilidad. Hace poco hablé con un miembro de la iglesia cuyo jefe es gay. Aproximadamente la mitad de sus compañeros de trabajo también lo son. Son sus amigos y tiene amor por ellos. Ella quiere mantener una relación con ellos y espera seguir formando parte de sus vidas. Pero le preocupa que sus creencias cristianas sobre el matrimonio y la sexualidad los alejen una vez que las conozcan. Lo último que tiene en mente es librar una guerra cultural o ganar un debate con ellos. Solo quiere un espacio para ser su amiga, aunque al final no estén de acuerdo con estas cuestiones fundamentales.
Podría contar otras historias de hermanos y hermanas en Cristo que no solo están preocupados por mantener las relaciones con sus amigos del trabajo, sino que también les preocupa enfrentarse al suicidio profesional si sus opiniones cristianas se dan a conocer entre sus colegas. Una vez más, no quieren entrar en una guerra cultural con nadie. Pero tampoco quieren enfrentarse a la pérdida de sus trabajos o a una reprimenda en su expediente de recursos humanos cuando no se presenten a la fiesta de la oficina para su compañero de trabajo que acaba de casarse con su pareja del mismo sexo. Están tratando de averiguar cómo ser fieles a Jesús, amigos fieles y empleados fieles cuando estas obligaciones parecen estar en tensión.
Ese es el reto que veo entre nuestros miembros. Lo que se preguntan es si su fe cristiana será tolerada en el espacio público. Y no me refiero a ningún deseo por su parte de hacer un proselitismo agresivo y odioso. Se preguntan si existirá un auténtico pluralismo en el país post-Obergefell, o si los puntos de vista cristianos sobre la sexualidad y el matrimonio están siendo excluidos de nuestra vida nacional.
Estoy muy agradecido por estos queridos hermanos y hermanas en mi iglesia. Ninguno de ellos ha expresado ningún pensamiento de abandonar las enseñanzas de Jesús debido a estas dificultades. Van a caminar con Cristo sin importar el costo. Alabo a Dios por eso. Pero aun así estoy preocupado por ellos y estoy orando por ellos. Son víctimas silenciosas en la primera línea de una guerra cultural en la que no quieren estar. Solo quieren seguir a Jesús en paz. A medida que las implicaciones de Obergefell llegan a sus vidas, oro para que puedan hacer precisamente eso (1 Ti 2:2).
La creciente oposición Los cristianos están empezando a darse cuenta de que su lugar en la vida estadounidense está siendo juzgado en el tribunal de la opinión pública. No está nada claro si esto acabará bien para la iglesia cristiana.
A principios de este año, vimos cómo los gobernadores de Indiana y Arkansas abandonaban en sus estados las Leyes de Restauración de la Libertad Religiosa (RFRA por sus siglas en inglés). Fue un momento clave en nuestra vida nacional que puso de manifiesto el profundo cambio de actitud de Estados Unidos respecto a la homosexualidad, el desfase de los evangélicos con la nueva ortodoxia sexual y la voluntad de muchos estadounidenses de castigar a los evangélicos por sus creencias transgresoras.
Hemos visto a dos gobernadores republicanos dar marcha atrás con respecto a las RFRA estatales sobre las cuales hace tan solo diez años no había controversia alguna. Hemos visto a los medios de comunicación nacionales desestimar con sarcasmo nuestra primera libertad en la Carta de Derechos, usando comillas al mencionar la «llamada» libertad religiosa. Vimos cómo un político tras otro no quería o no podía presentar un argumento coherente a favor de la libertad religiosa. Y vimos a innumerables comentaristas denigrar la libertad religiosa como un eufemismo para el fanatismo y la discriminación. El columnista del New York Times, Frank Bruni, escribió que a los cristianos se les debería «obligar a quitar la homosexualidad de su lista de pecados». No es de extrañar que Nicholas Kristof haya dicho que «los evangélicos constituyen uno de los pocos grupos de los que es seguro burlarse abiertamente».
La libertad religiosa ha recibido una paliza épica en la vida estadounidense y parece que apenas estamos empezando. El foco del ataque parece estar en los evangélicos. Los evangélicos están empezando a sentir un desprecio abierto por parte de burladores refinados, que encuentran que nuestra antigua fe es estrafalaria y discordante con el país posterior a la revolución sexual. Ya no existe una «mayoría silenciosa» a la que los cristianos puedan apelar en busca de ayuda. Los evangélicos somos una auténtica minoría cuando se trata de nuestro compromiso con las enseñanzas de Jesús sobre la sexualidad. No es solo que a la gente no le gusten nuestros puntos de vista. Es que no le gustamos a la gente por ellos. De hecho, una encuesta reciente ha revelado que hay más personas que ven con buenos ojos a los homosexuales que las que ven con buenos ojos a los evangélicos.
¿Retirada o compromiso? Sin duda, los cristianos evangélicos se enfrentan a una nueva realidad en la América post-Obergefell y se preguntan cómo avanzar. Oyen a algunos líderes aconsejar la retirada y la desvinculación de la cultura. Oyen a otros líderes decir que tenemos que participar en la guerra cultural con el tipo de política que marcó la antigua Mayoría Moral de la década de 1980.
Ninguna de las dos opciones muestra realmente lo que Jesús nos enseñó sobre nuestra relación continua con el mundo. Juan 17 recoge las palabras de la oración de Jesús justo antes de ser entregado para ser crucificado. Su oración se centró no solo en los once discípulos que quedaban, sino también en todos aquellos que creerían en Él por el testimonio de Sus discípulos. En resumen, Jesús oraba por nosotros.
Entre otras cosas, Jesús oró para que estuviéramos en el mundo, pero no fuéramos del mundo, por el bien del mundo.
Jesús oró: «No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno… Como Tú me enviaste al mundo, Yo también los he enviado al mundo» (vv. 15, 18). Esto significa que la desvinculación del mundo no es una opción para los cristianos. Él nos ha enviado al mundo sabiendo muy bien que nos enfrentaremos a la oposición: «En el mundo tienen tribulación, pero confíen, Yo he vencido al mundo» (16:33). Pero estar en el mundo no significa ser del mundo. En el Evangelio de Juan, «mundo» no es una palabra genérica para el planeta tierra. Es un término técnico que denota a la humanidad en su caída y rebelión contra Dios (ver también 1 Jn 2:15-17). Así que cuando Jesús nos envía al mundo, sabe que nos envía a un reino de rebelión activa contra los propósitos de Su Padre. Pero Su expectativa es que nuestra presencia en el mundo sea una influencia «santificadora». ¿Por qué? Porque nuestra lealtad a Jesús y a Su Palabra nos «santifica» en medio de la podredumbre (Jn 17:16-17). Y ese es el punto. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo por el bien del mundo. Jesús dice que envía a Sus discípulos santificados al mundo para que «el mundo sepa que Tú me enviaste, y que los amaste como me has amado a Mí» (v. 23). En última instancia, nuestra santificación en el mundo tiene una misión: mostrar al mundo —en su caída y rebeldía— que Dios envió a Su Hijo a morir por los pecadores. Sí, nos enfrentamos a una nueva realidad después de Obergefell. Pero sabemos cómo avanzar en esta nueva realidad porque Jesús ya nos ha dado nuestras órdenes de marcha. Él nos ha mostrado que la oposición del mundo es la norma, no la excepción, y sabemos que al final venceremos porque Jesús ha vencido (16:33).
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine. Denny Burk El Dr. Denny Burk es profesor de estudios bíblicos en el Boyce College y pastor asociado de Kenwood Baptist Church en Louisville, Kentucky. Es autor de What Is the Meaning of Sex? [¿Cuál es el significado del sexo?] y coautor de Transforming Homosexuality [Transformar la homosexualidad]. Puedes seguirlo en Twitter @DennyBurk.