Las puertas del infierno no prevalecerán |Por Burk Parsons

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine:La historia de la Iglesia | Siglo XX

Hace casi veinte años, cuando empecé a trabajar en el equipo editorial de Tabletalk, decidimos empezar lo que se convirtió en una serie de dos décadas sobre la historia de la iglesia. Desde entonces, el mundo ha cambiado drásticamente, pero la iglesia lo ha hecho aún más. El siglo XX marcó el comienzo de cambios radicales en el panorama mundial del cristianismo, cambios que han continuado en el nuevo milenio. Hemos sido testigos de un crecimiento significativo de la iglesia no solo en Sudamérica, sino también en lugares como Irán, Afganistán y Corea del Norte, donde la iglesia crece más rápido que en la mayoría de los demás países.

Sin embargo, al igual que gran parte de Europa, Estados Unidos ha experimentado un crecimiento de la iglesia insignificante, así como un rápido declive de la asistencia regular y semanal al culto dominical y de la participación en los medios de gracia y la comunión de la iglesia. Durante el último cuarto del siglo XX, empezamos a ver cómo el culto dominical era desplazado por actividades infantiles, eventos deportivos y cualquier otra cosa que se considerara más prioritaria que reunirse para adorar a Dios. En el siglo XX, vimos el surgir de megaiglesias, iglesias multisitio, las iglesias de captación y las iglesias con servicios de adoración diseñados para hacer sentir a la gente como si estuvieran haciendo cualquier cosa menos adorar a Dios en la iglesia. Los teleevangelistas y los sanadores de fe alcanzaron un nuevo nivel de prominencia, y muchos de ellos se han hecho muy ricos sin evangelizar con el evangelio de Jesucristo ni tener la capacidad de sanar. También hemos sido testigos de una decadencia continua del nivel de conocimiento bíblico y teológico, y en cambio hemos observado el crecimiento desenfrenado y la propagación del error bíblico y teológico y de la herejía total. La predicación pura y sin adornos del sencillo mensaje del evangelio ha sido eclipsada en muchas iglesias por un mensaje «evangélico» socialmente aceptable que afirma ofrecer paz y unidad sin verdad ni pureza. Es un mensaje adulterado que no habla de pecado, arrepentimiento, ira o infierno, y que está hecho a la medida para parecer atractivo a todo el mundo y ofensivo a nadie.

Sin embargo, Dios es soberano, el evangelio de Dios sigue siendo poder para la salvación de todo el que cree y la misión de Dios no será frustrada. Los problemas de los siglos XX y XXI, como en todos los siglos, no pueden impedir el triunfo final de Cristo y el cumplimiento definitivo de la Gran Comisión. A medida que nuestro Señor continúa edificando Su reino de entre todas las tribus, lenguas y naciones del mundo, Él continúa edificando Su única iglesia verdadera en todo el mundo y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ministerios Ligonier, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino. Encuéntralo en Twitter @BurkParsons.

Hasta los confines de la tierra | Burk Parsons

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine:La historia de la Iglesia | Siglo XVIII

Burk Parsons

David Brainerd (1718-47) vivió en misión para Dios. Brainerd viajó miles de kilómetros a caballo, evangelizando a los nativos americanos y proclamando el evangelio en las colonias de América del norte. Su principal objetivo en la vida era proclamar la buena nueva de Jesucristo, al escribir: «No me importaba dónde ni cómo vivía, ni qué penurias pasaba, con tal de ganar almas para Cristo». Brainerd fue a la presencia del Señor a una edad temprana, pero su legado continúa vivo. Además, Brainerd era muy apreciado por muchos de sus colaboradores del siglo XVIII. Jonathan Edwards (1703-58), teólogo de renombre durante el Primer Gran Despertar, se dedicó a dar a conocer la historia de Brainerd con el fin de animar y dar ejemplo a la iglesia para que continuara viviendo en misión para Dios.

Brainerd fue una luz brillante en el siglo XVIII, pero él no estaba solo. Esta fue la era del Primer Gran Despertar tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, y Dios levantó a muchos predicadores para alcanzar a los inconversos con las buenas nuevas de Jesucristo. Las misiones protestantes, que habían estado en marcha desde la Reforma del siglo XVI, disfrutaron de un nuevo enfoque, y muchos hombres y mujeres obedecieron el llamado de Jesús de ir hasta los confines de la tierra y hacer discípulos de las naciones. Hoy, la iglesia sigue beneficiándose del fruto de quienes trabajaron durante el siglo XVIII para dar a conocer a Cristo entre todas las naciones. La predicación, la himnología y la piedad del siglo XXI se han visto moldeadas en gran medida por la labor de los fieles cristianos del siglo XVIII.

Estudiamos la historia de la iglesia no solo para aprender del pasado y recordarlo, sino también para que nos ayude a servir con sabiduría y a glorificar a Dios ahora y en el futuro. Contemplamos a las grandes figuras de épocas pasadas para aprender de sus éxitos y fracasos. Examinamos sus vidas para animarnos a imitarles en la medida en que siguieron a Cristo (1 Co 11:1). Porque hasta que Cristo regrese, debemos preocuparnos por ver la conversión y el discipulado de nuestros vecinos y de las naciones. A medida que trabajamos hacia este fin, debemos descansar en la gloriosa verdad de que Dios está cumpliendo soberanamente Sus propósitos mientras obra soberanamente en y a través de nosotros como Sus instrumentos. Como algunos han dicho, la historia es una historia escrita por el dedo de Dios, y esa historia se centra en la historia de la cruz de Cristo Jesús, que viene de nuevo cuando culmine Su misión, cuando se haya satisfecho la Gran Comisión y todos los elegidos de toda tribu, lengua y nación hayan sido salvados.

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine

Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.

Lo que depara el futuro

Lo que depara el futuro

Por Denny Burk

Nota del editor:Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ética sexual cristiana

El presidente Obama tuvo razón cuando dijo que la decisión de la Corte Suprema sobre el matrimonio gay cayó como un rayo. La decisión en el caso Obergefell vs. Hodges, que legalizó el matrimonio gay en todo el país, es realmente un punto de inflexión en nuestra vida nacional. Aunque la mayoría de los estadounidenses apoya ahora el matrimonio gay, muchos de nosotros consideramos esta decisión como una tragedia moral y judicial.

Desde el punto de vista jurídico, representa que cinco jueces no elegidos imponen a la nación una nueva definición del matrimonio. La sentencia no se basa en principios jurídicos sólidos, sino en las opiniones de cinco abogados que se adjudican el derecho a promulgar una política social. La Corte Suprema no tiene derecho a redefinir el matrimonio para los cincuenta estados, pero eso es exactamente lo que hizo.

Desde un punto de vista moral, la decisión es una completa subversión de lo bueno, lo correcto y lo verdadero con respecto al matrimonio. El matrimonio es la unión de pacto entre un hombre y una mujer para toda la vida. Su conexión con la procreación y los hijos nos ha sido revelada en la naturaleza, por la razón y por el sentido común. Además, la Biblia revela que el matrimonio es un símbolo del evangelio, del amor y del pacto de Cristo por Su iglesia (Ef 5:31-32).

La decisión del tribunal intenta poner todo eso patas arriba. Como resultado, se opone a la razón y al sentido común. Lo que es más importante, va en contra de los propósitos de Aquel que, para empezar, creó el matrimonio (Gn 2:24-25).

Una nueva realidad
Aunque me decepciona esta decisión, aún confío en que los cristianos seguirán dando testimonio de la verdad sobre el matrimonio, aunque la ley de nuestro país se ponga ahora en nuestra contra. Sin embargo, muchos cristianos se preguntan cómo avanzar en esta nueva realidad.

Soy pastor y esta pregunta es exactamente la que he escuchado de la gente de mi iglesia. Nuestros miembros, en general, no tienen preguntas sobre la enseñanza de la Biblia sobre la homosexualidad y el matrimonio. Eso lo entienden. Tampoco tienen dudas sobre su obligación de amar al prójimo, buscar su bien y estar en paz con todos (Mr 12:29-31; Lc 6:33; Ro 12:18). También entienden todo eso.

Su pregunta es cómo vivir lo que Jesús les ha llamado a ser cuando la gente los trate con hostilidad. Hace poco hablé con un miembro de la iglesia cuyo jefe es gay. Aproximadamente la mitad de sus compañeros de trabajo también lo son. Son sus amigos y tiene amor por ellos. Ella quiere mantener una relación con ellos y espera seguir formando parte de sus vidas. Pero le preocupa que sus creencias cristianas sobre el matrimonio y la sexualidad los alejen una vez que las conozcan. Lo último que tiene en mente es librar una guerra cultural o ganar un debate con ellos. Solo quiere un espacio para ser su amiga, aunque al final no estén de acuerdo con estas cuestiones fundamentales.

Podría contar otras historias de hermanos y hermanas en Cristo que no solo están preocupados por mantener las relaciones con sus amigos del trabajo, sino que también les preocupa enfrentarse al suicidio profesional si sus opiniones cristianas se dan a conocer entre sus colegas. Una vez más, no quieren entrar en una guerra cultural con nadie. Pero tampoco quieren enfrentarse a la pérdida de sus trabajos o a una reprimenda en su expediente de recursos humanos cuando no se presenten a la fiesta de la oficina para su compañero de trabajo que acaba de casarse con su pareja del mismo sexo. Están tratando de averiguar cómo ser fieles a Jesús, amigos fieles y empleados fieles cuando estas obligaciones parecen estar en tensión.

Ese es el reto que veo entre nuestros miembros. Lo que se preguntan es si su fe cristiana será tolerada en el espacio público. Y no me refiero a ningún deseo por su parte de hacer un proselitismo agresivo y odioso. Se preguntan si existirá un auténtico pluralismo en el país post-Obergefell, o si los puntos de vista cristianos sobre la sexualidad y el matrimonio están siendo excluidos de nuestra vida nacional.

Estoy muy agradecido por estos queridos hermanos y hermanas en mi iglesia. Ninguno de ellos ha expresado ningún pensamiento de abandonar las enseñanzas de Jesús debido a estas dificultades. Van a caminar con Cristo sin importar el costo. Alabo a Dios por eso. Pero aun así estoy preocupado por ellos y estoy orando por ellos. Son víctimas silenciosas en la primera línea de una guerra cultural en la que no quieren estar. Solo quieren seguir a Jesús en paz. A medida que las implicaciones de Obergefell llegan a sus vidas, oro para que puedan hacer precisamente eso (1 Ti 2:2).

La creciente oposición
Los cristianos están empezando a darse cuenta de que su lugar en la vida estadounidense está siendo juzgado en el tribunal de la opinión pública. No está nada claro si esto acabará bien para la iglesia cristiana.

A principios de este año, vimos cómo los gobernadores de Indiana y Arkansas abandonaban en sus estados las Leyes de Restauración de la Libertad Religiosa (RFRA por sus siglas en inglés). Fue un momento clave en nuestra vida nacional que puso de manifiesto el profundo cambio de actitud de Estados Unidos respecto a la homosexualidad, el desfase de los evangélicos con la nueva ortodoxia sexual y la voluntad de muchos estadounidenses de castigar a los evangélicos por sus creencias transgresoras.

Hemos visto a dos gobernadores republicanos dar marcha atrás con respecto a las RFRA estatales sobre las cuales hace tan solo diez años no había controversia alguna. Hemos visto a los medios de comunicación nacionales desestimar con sarcasmo nuestra primera libertad en la Carta de Derechos, usando comillas al mencionar la «llamada» libertad religiosa. Vimos cómo un político tras otro no quería o no podía presentar un argumento coherente a favor de la libertad religiosa. Y vimos a innumerables comentaristas denigrar la libertad religiosa como un eufemismo para el fanatismo y la discriminación. El columnista del New York Times, Frank Bruni, escribió que a los cristianos se les debería «obligar a quitar la homosexualidad de su lista de pecados». No es de extrañar que Nicholas Kristof haya dicho que «los evangélicos constituyen uno de los pocos grupos de los que es seguro burlarse abiertamente».

La libertad religiosa ha recibido una paliza épica en la vida estadounidense y parece que apenas estamos empezando. El foco del ataque parece estar en los evangélicos. Los evangélicos están empezando a sentir un desprecio abierto por parte de burladores refinados, que encuentran que nuestra antigua fe es estrafalaria y discordante con el país posterior a la revolución sexual. Ya no existe una «mayoría silenciosa» a la que los cristianos puedan apelar en busca de ayuda. Los evangélicos somos una auténtica minoría cuando se trata de nuestro compromiso con las enseñanzas de Jesús sobre la sexualidad. No es solo que a la gente no le gusten nuestros puntos de vista. Es que no le gustamos a la gente por ellos. De hecho, una encuesta reciente ha revelado que hay más personas que ven con buenos ojos a los homosexuales que las que ven con buenos ojos a los evangélicos.

¿Retirada o compromiso?
Sin duda, los cristianos evangélicos se enfrentan a una nueva realidad en la América post-Obergefell y se preguntan cómo avanzar. Oyen a algunos líderes aconsejar la retirada y la desvinculación de la cultura. Oyen a otros líderes decir que tenemos que participar en la guerra cultural con el tipo de política que marcó la antigua Mayoría Moral de la década de 1980.

Ninguna de las dos opciones muestra realmente lo que Jesús nos enseñó sobre nuestra relación continua con el mundo. Juan 17 recoge las palabras de la oración de Jesús justo antes de ser entregado para ser crucificado. Su oración se centró no solo en los once discípulos que quedaban, sino también en todos aquellos que creerían en Él por el testimonio de Sus discípulos. En resumen, Jesús oraba por nosotros.

Entre otras cosas, Jesús oró para que estuviéramos en el mundo, pero no fuéramos del mundo, por el bien del mundo.

Jesús oró: «No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno… Como Tú me enviaste al mundo, Yo también los he enviado al mundo» (vv. 15, 18). Esto significa que la desvinculación del mundo no es una opción para los cristianos. Él nos ha enviado al mundo sabiendo muy bien que nos enfrentaremos a la oposición: «En el mundo tienen tribulación, pero confíen, Yo he vencido al mundo» (16:33).
Pero estar en el mundo no significa ser del mundo. En el Evangelio de Juan, «mundo» no es una palabra genérica para el planeta tierra. Es un término técnico que denota a la humanidad en su caída y rebelión contra Dios (ver también 1 Jn 2:15-17). Así que cuando Jesús nos envía al mundo, sabe que nos envía a un reino de rebelión activa contra los propósitos de Su Padre. Pero Su expectativa es que nuestra presencia en el mundo sea una influencia «santificadora». ¿Por qué? Porque nuestra lealtad a Jesús y a Su Palabra nos «santifica» en medio de la podredumbre (Jn 17:16-17). Y ese es el punto.
Estamos en el mundo, pero no somos del mundo por el bien del mundo. Jesús dice que envía a Sus discípulos santificados al mundo para que «el mundo sepa que Tú me enviaste, y que los amaste como me has amado a Mí» (v. 23). En última instancia, nuestra santificación en el mundo tiene una misión: mostrar al mundo —en su caída y rebeldía— que Dios envió a Su Hijo a morir por los pecadores.
Sí, nos enfrentamos a una nueva realidad después de Obergefell. Pero sabemos cómo avanzar en esta nueva realidad porque Jesús ya nos ha dado nuestras órdenes de marcha. Él nos ha mostrado que la oposición del mundo es la norma, no la excepción, y sabemos que al final venceremos porque Jesús ha vencido (16:33).

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Denny Burk
El Dr. Denny Burk es profesor de estudios bíblicos en el Boyce College y pastor asociado de Kenwood Baptist Church en Louisville, Kentucky. Es autor de What Is the Meaning of Sex? [¿Cuál es el significado del sexo?] y coautor de Transforming Homosexuality [Transformar la homosexualidad]. Puedes seguirlo en Twitter @DennyBurk.

Valor y compasión

Por Burk Parsons

Nota del editor:Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ética sexual cristiana

El pecado de la homosexualidad es grave y atroz. Si bien es cierto que toda inmoralidad sexual es pecado —el adulterio, la fornicación, la pornografía—, el pecado homosexual es diferente. Es más atroz y grave porque, como deja claro la Palabra de Dios, el pecado homosexual es contrario a la naturaleza (Ro 1:26). El pecado homosexual ataca el orden creado por Dios en todos los sentidos y se burla del diseño de Dios para la procreación, lo que hace que la homosexualidad sea lógicamente autodestructiva. Aquellos que sugieren que la Biblia no es clara sobre el pecado homosexual nunca han leído la Biblia o no han querido escuchar lo que la Biblia enseña claramente.

La Biblia es clara, así que nosotros debemos ser claros. No podemos ni debemos vacilar ante una oposición aparentemente abrumadora. Aunque el mundo esté cambiando, la Palabra de Dios no lo hace. Debemos mantenernos firmes en la Palabra de Dios inmutable en medio de una cultura siempre cambiante. Pues incluso si el mundo entero dice que la homosexualidad es aceptable, debemos mantenernos firmes en la autoridad de la Palabra de Dios e insistir en que es, de hecho, inaceptable e inconcebible. Debemos decir la verdad aunque signifique persecución y encarcelamiento. Debemos insistir en que el pecado de la homosexualidad es incorrecto, y como todos los pecados, sexuales o de otro tipo, es merecedor de la justa ira y condena de Dios.

No nos equivoquemos, esto no es un discurso de odio; es un discurso de amor. Hablamos de la pecaminosidad del pecado homosexual, del pecado sexual y de todo pecado no por odio, sino por amor. De hecho, lo más odioso que podríamos hacer es no llamar pecado a lo que Dios llama pecado. Ese sería ciertamente el camino más fácil para nosotros, pero no es el camino de la verdad que lleva al perdón y a la libertad. Amamos a los homosexuales igual que amamos a los adúlteros y a todos los pecadores, y precisamente por eso debemos decirles la verdad con amor, igual que necesitamos que nos digan la verdad con amor sobre nuestros propios pecados. La Biblia nos llama a tener una ira justa hacia el pecado y a odiar el pecado: nuestro pecado y los pecados del mundo. La Biblia también nos llama a amar a los pecadores y a orar para que se arrepientan de sus pecados y confíen en Jesucristo, quien es el Salvador de los pecadores arrepentidos. Si tan solo más cristianos demostraran el amor cristiano como deberían, orando por los inmorales sexuales de este mundo, llamando pecado lo que Dios llama pecado y proclamando el evangelio de Jesucristo para que los inmorales sexuales conozcan su desesperada necesidad de arrepentirse y que, por la gracia de Dios, se aferren a Cristo y a Su justicia. Entonces los homosexuales podrían saber cuánto los amamos los cristianos, pues no podemos amar sin decir la verdad y no debemos decir la verdad sin amor. Debemos tener compasión y valor mientras vivimos coram Deo, delante del rostro de Dios, proclamando Su verdad y Su evangelio a nuestros vecinos homosexuales, vecinos sexualmente inmorales y vecinos no arrepentidos e incrédulos, tal como nos predicamos el evangelio a nosotros mismos.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.

Conflicto y paz

Conflicto y paz
Por Burk Parsons

Nota del editor:Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Conflicto en la iglesia

Lidiar con el conflicto es el trabajo diario del pastor. Como subpastores de Su rebaño, Dios nos ha llamado a cuidar de Sus ovejas, y eso a menudo significa cuidarlas en medio del conflicto, incluso cuando nosotros, los pastores, podemos ser la causa. El conflicto en la iglesia a veces es la razón por la que la gente deja la congregación, y la carga que produce el conflicto suele ser la razón por la que los pastores dejan el ministerio. Los pastores que no sirven junto a un grupo de ancianos fieles suelen sucumbir a la presión abrumadora del conflicto.

Todo cristiano enfrenta conflictos, y hacemos todo lo posible por evitarlos. El conflicto es miserable. Puede ser desgarrador. Nos agobia y a veces puede abrumarnos. Por eso, cuando nos encontramos en un conflicto, debemos echarnos a nosotros mismos y todas nuestras cargas sobre el Señor, porque Él tiene cuidado de nosotros. Una de las maneras en que nos cuida es a través de la iglesia, incluso si el conflicto que enfrentamos está en la propia iglesia. Dios nos hizo para vivir en comunidad, y la única manera de lograr una resolución y reconciliación auténtica es a través de la comunidad de la familia de Dios, siguiendo los principios que Él ha establecido en Su Palabra para buscar la paz auténtica. Esa paz no viene a través de la transigencia, sino a través de la verdad, la gracia, la humildad, el arrepentimiento y el perdón. La paz verdadera llega mediante la reivindicación del justo y el arrepentimiento y la restauración del ofensor. Sin embargo, cuando buscamos la reconciliación, siempre debemos tratar de sacar la viga de nuestro propio ojo mucho antes de lidiar con la mota en el ojo de nuestro hermano.

Aunque, en última instancia, el conflicto es consecuencia de la caída, a veces surge por malentendidos, suposiciones o una mala comunicación. También debemos reconocer que, a veces, Dios usa providencialmente el conflicto como una forma de producir paz duradera, pureza y unidad en la iglesia, nuestras familias y nuestras relaciones. Incluso en Su ministerio terrenal, Jesús trajo conflictos para purificar a Su iglesia y lograr la salvación y la paz de Su pueblo elegido (Mt 10:34; Jn 2:13-22). A lo largo de la historia de la iglesia, han habido múltiples conflictos que Dios ha utilizado soberanamente para hacer que volvamos a descubrir Su verdad en Su Palabra, para que Su evangelio sea proclamado y para que Sus elegidos sean librados del conflicto supremo que nosotros, los pecadores, tenemos con Él, nuestro Dios justo y recto. Gracias a Dios, Él obra a través del conflicto para reconciliarnos con Él, de modo que podamos estar justificados ante Su trono de juicio por la fe sola.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.

La verdad y la paz verdadera

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVI

Por Burk Parsons

l 31 de octubre de 1517, Martín Lutero clavó sus noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, Alemania. Lo hizo por causa de la paz, la pureza y la unidad de la iglesia. En su primera tesis, llamó a la iglesia al arrepentimiento genuino y continuo, y en sus últimas tesis la llamó a la paz verdadera en Cristo. Lutero no fue un cismático rebelde que quiso liderar una rebelión contra Roma; fue un ardiente heraldo y defensor del evangelio que, debido a su fidelidad obstinada e inquebrantable, encendió la ira de Roma, que estaba alzada contra la verdad, el evangelio y la iglesia verdadera. Lutero no fue un divisor; fue un pacificador. Para que haya paz verdadera y unidad verdadera, primero debe haber verdad, y la verdad divide antes de que pueda unir. La verdad debe conquistar antes de que pueda libertar. Lutero no dividió la iglesia; Roma dividió la iglesia infiltrándola con doctrinas falsas de hombres. Los reformadores no abandonaron Roma; Roma los abandonó a ellos al dejar la verdad, el evangelio y la iglesia. Los reformadores buscaron la reforma de Roma, y Roma, a su vez, buscó sus cabezas. Roma hizo una división entre la iglesia verdadera y la iglesia falsa, y expulsó a la iglesia verdadera.

Los precursores de la Reforma (por ejemplo, Pedro Valdo, John Wycliffe y Jan Hus) y los reformadores magisteriales del siglo XVI (hombres como Martín Lutero, Ulrico Zuinglio y Juan Calvino) bien merecen el nombre de reformadores, pero lo fueron en el sentido más básico de la palabra. Procuraron la Reforma para llevar a la iglesia de vuelta a su forma original. Para reformar algo, primero debe haber una forma, y la forma que buscaron los reformadores fue la original de la iglesia que se encuentra en la única guía infalible para la fe y la vida, es decir, en la Escritura, y en la Escritura sola. A fin de cuentas, los reformadores no intentaron cambiar la naturaleza de la iglesia, sino llamar a la iglesia a volver a su identidad bíblica y a lo que debe ser para constituir la iglesia verdadera.

Los reformadores querían la paz, pero no a expensas de la verdad, como exclamó Lutero: «¡La paz si es posible, pero la verdad a toda costa!». La paz verdadera solo llega con el arrepentimiento verdadero. Al llamar a Roma a arrepentirse, Lutero no quiso dividir la iglesia, sino unirla y producir paz verdadera proclamando la verdad. La paz verdadera solo se encuentra en la verdad de Jesucristo, así que la paz y la unidad verdaderas solo pueden existir donde reina la verdad. La iglesia verdadera conoce la verdad, y la verdad nos hace libres (Jn 8:32). Y cuando somos libres en Cristo, también buscamos la verdad y, a su vez, la paz, la pureza y la unidad de la iglesia, solo para la gloria de Dios, soli Deo gloria.

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.

El éxito

Serie: El éxito
Por Burk Parsons

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El éxito

Bien hecho. Gran trabajo. Así se hace. Cuando éramos niños, nos encantaba oír palabras de ánimo de nuestros padres, madres, abuelos, profesores y entrenadores. Recuerdo con cariño la sonrisa de aprobación de mi padre y el abrazo cariñoso de mi madre cuando hacía un buen trabajo. A decir verdad, como adultos seguimos deseando que nos digan que lo hemos hecho bien. Nos encanta que nos animen cuando hemos tenido éxito.

Dios nos ha dado un deseo inherente de tener éxito. Queremos ser hombres, mujeres, padres, abuelos, empleados, estudiantes y cristianos de éxito. Queremos tener éxito no solo porque nos sentimos bien al tenerlo, sino porque sabemos que es bueno alcanzarlo. Queremos tener éxito por nuestra propia seguridad y para poder mantenernos a nosotros mismos y a nuestras familias. Queremos que nuestras vidas importen, y queremos que nuestro trabajo importe. Queremos ser apreciados, respetados y amados. No queremos hacer lo mejor posible y fracasar, y no queremos tener éxito en las cosas equivocadas. Queremos hacer las cosas correctas y que nuestras vidas marquen la diferencia en lo que realmente importa.

Algunos dicen que el deseo de éxito es intrínsecamente malo. Otros creen que el éxito terrenal es lo único que importa. Ambos se equivocan. Dios nos dio el deseo de tener éxito, y al esforzarnos por alcanzar el éxito según lo define la Biblia, damos gloria a nuestro Creador. Sin embargo, el éxito bíblicamente definido no siempre se parece al éxito según el mundo. Dios nos llama a ser fieles, porque ese es el verdadero éxito. Ser fiel siempre significa ser fructífero y exitoso a los ojos de Dios. Pero no siempre significa ser exitoso a los ojos de los hombres. Dios nos llama a ser fieles dependiendo cada día del Espíritu Santo para que prospere nuestro camino y tengamos buen éxito para Su gloria, no para la nuestra (Jos 1:8; Sal 118:25). Y mientras esperamos el regreso de Jesucristo, quien es nuestra única esperanza de éxito verdadero y definitivo, esforcémonos por ser siempre fieles para que podamos oír a nuestro Salvador decir: «Bien, siervo bueno y fiel» (Mt 25:23a)..

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.

El legalismo versus la religión del evangelio

Serie: El legalismo

Nota del editor:Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El legalismo

Por Burk Parsons

En los últimos años la palabra religión ha pasado por momentos difíciles. Muchos han intentado oponer la religión a la fe, diciendo que el cristianismo no es una religión sino una relación. Eso suena bien, pero no es del todo cierto. La fe y la religión no se excluyen mutuamente, sino que se complementan. El cristianismo es una religión fundada en una relación con Jesucristo. De hecho, el cristianismo es la única religión verdadera del mundo porque es la religión establecida por el único Dios verdadero. La religión cristiana es la vida integral de confiar, adorar, seguir y amar a Dios y al prójimo, capacitada por la obra regeneradora y potenciadora del Espíritu Santo, y fundamentada en nuestra relación con Cristo mediante el evangelio por la gracia sola por medio de la fe sola.

Sin embargo, hablamos con razón de la religión en forma crítica cuando hablamos de la religión creada por el hombre. Cuando hablamos de tal religión, o bien nos referimos a todas las falsas religiones del mundo, como el islam y el budismo, o bien hablamos de las normas religiosas que los hombres añaden a la Escritura y con las que intentan atar nuestras conciencias. Este último tipo de religión era la de los fariseos y, más tarde, la de los judaizantes. Sin embargo, el problema fundamental de los fariseos y los judaizantes no fue que eran demasiado celosos de la ortodoxia religiosa, sino que inventaron su propia ortodoxia religiosa. Basándose en sus invenciones legalistas hechas por el hombre, juzgaron los corazones y tiranizaron a aquellos a los que Cristo había liberado. Y ese es precisamente el problema de las formas de legalismo en nuestras iglesias de hoy. Inventamos leyes en torno a la ley de Dios. Intentamos convertir nuestras preferencias en principios de Dios. Decimos «no puedes» cuando Dios dice «puedes».

Al mismo tiempo, también debemos comprender lo que no es el legalismo. El legalismo no es la obediencia a Dios y a Su ley. El legalismo no es aprender a obedecer todo lo que Cristo nos ha ordenado. El legalismo no es perseguir la santidad. El legalismo no es esforzarnos por agradar a Dios y glorificarle en todo lo que hacemos. El legalismo no es ser celosos de nuestras buenas obras y en dar frutos de arrepentimiento.

El legalismo no es un error del cristianismo: es una religión totalmente diferente. El legalismo llama la atención sobre nosotros mismos, pero la religión del evangelio llama la atención sobre Jesucristo. El legalismo nos da gloria, pero la religión del evangelio da gloria a Dios. El legalismo está arraigado en la adoración de uno mismo, pero la religión del evangelio está arraigada en la adoración de Dios. Y lo irónico del legalismo es que no hace que la gente quiera esforzarse más, sino que hace que quiera rendirse.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.

En descontrol y bajo control

Burk Parsons

Serie: Perfeccionismo y control

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control

Algunos días, parece que el mundo entero se ha vuelto loco y está saliéndose de control. Con todo el conflicto y la confusión, no podemos evitar sentir una preocupación sensata y sincera por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, que se enfrentan a un mundo cada vez más caótico y hostil. Pero, como muestra la historia, este es, en gran parte, el mismo sentimiento que han experimentado nuestros padres, los padres de nuestros padres y todos nuestros antepasados desde la caída.

El mundo, por otro lado, quiere dar la impresión de que todo va a estar bien, que todo está bajo control y que la paz mundial está a la vuelta de la esquina si tan solo todos cedemos, renunciamos a todo lo que creemos y nos llevamos bien. La verdad es que todo no va a estar meramente bien, sino que todo será perfecto. Efectivamente, todo está bajo control, y la paz mundial llegará cuando regrese el Príncipe de Paz. Hasta ese día ―y oramos para que sea pronto― lucharemos contra el caos, el conflicto y la confusión de este mundo, descansando en el hecho de que Dios es soberano y tiene todo el mundo en Sus manos.

El problema no está solo en el mundo, sino también en nuestro corazón. Así como el mundo quiere dar la impresión de que tienen todo bajo control, nosotros no solo queremos dar la impresión de que todo está bajo perfecto control en nuestros corazones y hogares, sino que de hecho queremos tener el control total como si reináramos soberanamente sobre todo. Queremos que todos nos quieran, nos admiren y deseen ser precisamente lo que nosotros queremos que sean. Es más, queremos que el mundo quede impresionado con nosotros, e incluso a veces queremos que nuestros amigos se sientan un poquito celosos de nosotros al ver que parece que tenemos todo perfectamente bajo control.

La vida no siempre es buena, pero Dios es bueno y tiene el control. Una manera en que Él nos enseña que tiene el control es mostrándonos que nosotros no lo tenemos. Él hace añicos nuestras ilusiones de tener una vida perfecta a este lado del cielo y nos pone de rodillas a través de pruebas, angustias, muertes y enfermedades. Nuestro Padre amoroso a menudo nos da pruebas, no para que corramos huyendo de ellas, sino para que corramos hacia Aquel que nos dio la prueba. Es que no siempre corremos hacia Él cuando sentimos que tenemos todo bajo control. Es más, no oramos como deberíamos cuando pensamos que tenemos todo bajo control. La oración es la entrega personal del control aparente sobre nuestras vidas a Aquel que tiene control sobre ellas y se interesa por ellas aun más que nosotros mismos. Por esto, se nos dice que echemos toda nuestra ansiedad sobre el Señor, no solo las preocupaciones que pensamos que están fuera de nuestro control, mirando a Jesús, el Autor y Consumador de nuestra fe.


Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Burk Parsons
Burk Parsons

El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.

La teología de la cruz

Serie: Jesucristo, y este crucificado

Por Burk Parsons

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Jesucristo, y este crucificado

Uno de mis mayores miedos con respecto a la Iglesia en la actualidad es que nos aburramos de la cruz de Cristo. Me preocupa que cualquier mención de Jesucristo, y este crucificado, lleve a muchos cristianos profesantes a decirse a sí mismos: «Sí, ya sé que Jesús murió en la cruz por mis pecados; pasemos a otra cosa. Vayamos más allá de lo básico y tratemos asuntos teológicos mayores». Creo firmemente que Satanás está decidido a intentar destruirnos, pero se conformaría con solo conseguir que perdamos nuestro asombro ante Jesucristo, y este crucificado. Esa pérdida del asombro suele comenzar en el púlpito, y pronto llega a los corazones y los hogares de quienes se sientan en las bancas. Cuando los pastores dejan de predicar sobre la cruz o solo la mencionan cuando tienen que hacerlo, es fácil que el pueblo de Dios comience a ver la cruz como un asunto superficial que solo debe considerarse de vez en cuando.

Todos los cristianos profesantes saben que la cruz es importante, pero con frecuencia no comprendemos su importancia integral, es decir, que la cruz no solo es central para nuestra fe sino que también abarca toda la existencia de nuestra fe, nuestra vida y nuestra adoración. Para que tengamos una teología adecuada de la cruz, la realidad de Cristo y este crucificado debe permear todo lo que creemos y todo lo que hacemos. La cruz no solo debe estar a la cabeza de nuestra lista de prioridades teológicas sino en el centro de todas nuestras prioridades teológicas. Si nos aburrimos de la cruz de Cristo y perdemos nuestro asombro por Jesucristo, y este crucificado, pronto empezaremos a perder la totalidad de la doctrina y la práctica cristiana.

Por lo tanto, la pregunta es esta: ¿por qué hay tantos cristianos que no escuchan mucho sobre la cruz de Cristo? ¿Por qué hay predicadores que no cavan las profundidades de la teología de la cruz? Algunos predicadores no pasan mucho tiempo tratando el tema de la cruz porque si lo hicieran, tendrían que hablar sobre el pecado, la ira de Dios, la santidad de Dios y la condenación eterna que Dios infligirá en el infierno sobre todos los que no se arrepientan al pie de la cruz. Hacemos bien al enfocarnos en el amor de Dios demostrado en la cruz, pero si no entendemos que la ira de Dios no es solo contra el pecado sino también contra los pecadores, no podremos entender el amor de Dios por los pecadores. Si no entendemos de qué nos salva Dios ―de la ira, el juicio y el infierno―, nunca entenderemos Su misericordia. Si no somos confrontados con la miseria de nuestro pecado, no podremos descansar en Su gracia asombrosa. Solo podremos empezar a ver lo que Dios hizo por nosotros en la cruz cuando comprendamos que nosotros, en nuestro pecado, fuimos los responsables de que Jesús fuera a la cruz.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.