Sé paciente con nosotros mientras aprendemos

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Sé paciente con nosotros mientras aprendemos

Por Joe Holland

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Cristiano mayor, ahora entiendo que debes haber visto la expresión en mi rostro. Cuando era un cristiano más joven, tenía esa mirada con más frecuencia que ahora, y el cambio solo se lo puedo atribuir a la gracia correctiva de Dios. Todavía hay días en que esa mirada regresa a mi rostro. Sin embargo, ahora, a mis cuarenta años, he entrado a una etapa extraña de la vida, una edad en la que algunos me consideran mayor y otros aún me consideran (más o menos) joven. Además, ahora veo la misma mirada en los rostros de los cristianos más jóvenes que yo. La mirada, que ahora me avergüenza plasmar en palabras, es una de resentimiento y rechazo. Te tuve resentimiento porque eras mayor y conocías algunos de los consuelos que vienen con la adultez y la piedad, pero tus caminos y pensamientos me parecían anticuados y absurdos en comparación con lo que yo pensaba que nuestra iglesia necesitaba, que yo necesitaba. Te rechacé principalmente por la división que había entre nosotros, la brecha generacional que nos separaba. Te rechacé porque, simultáneamente, me frustraba que no cruzaras esa brecha y sentía un temor profundo de que lo hicieras y comenzaras a hablar la verdad en mi vida, verdad que necesitaba, pero no quería oír. Rechazarte era más cómodo.

Era tan infantil, tan impetuoso, tan tonto. Pequé contra ti al no darte el honor que merecías (Ex 20:12; Pr 20:29). Pequé contra Dios al despreciar a los santos mayores, Su regalo para la Iglesia. A fin de cuentas, me robé a mí mismo para pagar mi orgullo

¿Cómo crecieron estos pecados tanto tiempo? Desarrollé una práctica malvada, un cáncer de la juventud: fui tardo para oír y pronto para hablar (Stg 1:19). Mi lentitud para oír se debía a una ceguera doble. Estaba ciego a lo poco que sabía. Así como el cantante joven no tiene derecho a cantar blues hasta que haya vivido un poco, el cristiano joven no tiene derecho a hacer afirmaciones categóricas sobre la vida hasta que haya escuchado mucho, escuchado a los santos experimentados que lo han precedido. Sin embargo, también estaba ciego respecto a ti y tu sabiduría. No busqué escucharte porque no pensé que tuvieras nada que decir que valiera la pena escuchar. Cristiano mayor, has sido formado en el mortero de la gracia de Dios y las pruebas de la vida. No solo tienes conocimiento bíblico; tienes sabiduría bíblica. Te sientas con los padres de la fe, con las madres de Sion. Y yo estaba ciego a eso.

Pero, además, era pronto para hablar. Así como mi lentitud para oír surgió de una ceguera doble, mi rapidez para hablar surgió de un orgullo doble. Primero, en mi orgullo pensé que tenía algo que decir o, más bien, quería que me vieran como alguien que tenía algo que decir. Pero, en segundo lugar, y me da vergüenza decir esto, era pronto para hablar porque pensaba que tenía algo que enseñarte, como un bebé que trata de ser el centro de atención en la mesa de la cena familiar. Fui pronto para hablar porque llegué a una conclusión incorrecta sobre ambos: tuve un concepto demasiado alto de mí mismo y demasiado bajo de ti.

Pero ahora llego a la parte más difícil: lo que quiero pedirte.

Mientras los jóvenes y los mayores estén a ambos lados de esta brecha etaria, alguien tendrá que dar el primer paso. Quisiera poder poner la carga sobre ambos, pero el orgullo, la fragilidad y la inestabilidad de la juventud nos dejan en una lamentable desventaja. Santo mayor, necesitamos que des el primer paso y nos busques continuamente. Necesitamos que busques, orientes, discipules y ames a los cristianos jóvenes de nuestra iglesia. Te pido que tengas paciencia con los cristianos jóvenes, una paciencia como la que ejemplificó nuestro Señor Jesús. Cuando actuemos con orgullo, por favor, sopórtanos con paciencia. Cuando seamos tardos para oír, por favor, toléranos con paciencia. Cuando seamos prontos para hablar, por favor, escúchanos pacientemente con una sonrisa cómplice que un día reconoceremos como compasión mezclada con gracia. Cuando te demos la mirada de resentimiento y desprecio, por favor, recibe con paciencia ese insulto y estate dispuesto a perdonarnos. Por favor, corrígenos con paciencia, ora por nosotros y mantente a nuestro lado. Si no das el primer paso, si no te mantienes cerca de nosotros con una paciencia como la de Cristo, seguirá existiendo esta brecha entre nosotros, para el mal de ambos.

Por favor, cristiano mayor, sé paciente con nosotros mientras aprendemos.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Joe Holland
El Rev. Joe Holland es un editor asociado de Ligonier Ministries y un anciano docente en la Presbyterian Church in America.

El tiempo y el individuo

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El Blog de Ligonier

Serie: Tiempo

El tiempo y el individuo
Por Joe Holland

Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Tiempo

engo que imaginar que estarían aterrorizados; agradecidos, pero aterrorizados. 

El Dios olvidado, revelado a Moisés por medio de un fuego inusual, acababa de poner al ejército más grande del mundo en el fondo del mar mientras abría un camino para que Su pueblo andrajoso se escapara entre dos imponentes muros de agua. ¿Quién era ese Dios? ¿Cómo es Él? ¿Qué requiere de aquellos que son llamados por Su nombre? ¿Podría acaso ese pueblo terminar en el fondo del mar? Estas eran preguntas que probablemente estaban en la mente de los israelitas, estas interrogantes y la emocionante gratitud de ser un pueblo libre por primera vez en su historia.

Dios daría respuestas a estas preguntas, respuestas enmarcadas en Su amor abundante e inquebrantable. Estas respuestas vinieron por medio de esta ley, especialmente los Diez Mandamientos, pacientemente dados en dos ocasiones. En estas leyes, los israelitas encontraron que este Dios, su Dios del pacto, no era caprichoso en lo absoluto. En este simple Decálogo, encontraron un breve resumen de la vida humana según la manera en que Dios había diseñado que se viviera, una respuesta resumida a todas las grandes preguntas de la vida.

La razón por la que inicio aquí, con el Decálogo, es para tener un marco de referencia en nuestro uso del tiempo como individuos, como personas creadas a imagen de Dios (Gn 1:26-27) y como personas que están siendo redimidas a imagen de Dios (Rom 8:29), según el diseño de Dios para el uso del tiempo individual. No lo he mencionado todavía, pero un vistazo rápido a los Diez Mandamientos, usando como filtro el tema del tiempo, nos lleva directamente al final de la primera tabla, al cuarto mandamiento. El cuarto mandamiento dice:

Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el séptimo día es día de reposo para el SEÑOR tu Dios; no harás en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que está contigo. Porque en seis días hizo el SEÑOR los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, el SEÑOR bendijo el día de reposo y lo santificó (Ex 20:8-11).

En el recuento del Decálogo en Deuteronomio se observa el único cambio de contenido en el cuarto mandamiento, ya que en esta oportunidad el mandamiento se basa en la redención —«Y acuérdate que fuiste esclavo en la tierra de Egipto, y que el SEÑOR tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y brazo extendido; por lo tanto, el SEÑOR tu Dios te ha ordenado que guardes el día de reposo» (Dt 5:15)— a diferencia del énfasis en la creación que vemos en la versión del cuarto mandamiento en Éxodo, un cambio que resalta la experiencia de los esclavos liberados: creados por Dios y redimidos por Dios. Podemos ver, entonces, que el Decálogo habla específicamente de cómo el individuo usa el tiempo y lo hace dentro del marco de la historia redentora, creación por medio de la redención.

El cuarto mandamiento, como los otros mandamientos, comunica tanto en lo que no dice como en lo que dice. Algunos mandamientos equilibran un positivo tácito con un negativo claro: no matarás claramente implica el mandato positivo a proteger la vida. Pero cuando llegamos al cuarto mandamiento, no es un negativo-positivo lo que encontramos, sino un ritmo: descanso y trabajo. En la economía del Antiguo Testamento, el descanso ocurría al final de la semana, un punto muy claro para todo aquel que trabaja arduamente de lunes a sábado. Pero, con la muerte y resurrección de Jesús, el día de reposo cambia, de forma gloriosa y aparentemente incongruente, del último día de la semana al primer día de la semana (Hch 20:71 Co 16:2Ap 1:10). Este cambio en el día de reposo tiene sentido en varios frentes teológicos diferentes, sin mencionar la forma en que la obra redentora de Jesús replantea el tiempo para la Iglesia, pasando de un enfoque en la creación a un enfoque en la redención, o cómo iniciamos nuestras semanas como cristianos desde un lugar de descanso, ya que nuestro Descanso, Jesús, ha venido. Pero este cambio de nuestro calendario semanal es además una especie de cumplimiento del patrón de la creación.

Lo que muchos cristianos pasan por alto en su estudio del Génesis es la forma en la que se definen los días. El estribillo a lo largo del primer capítulo dice: «y fue la tarde y fue la mañana: el… día» (Gn 1:5813192331). El punto a enfatizar es que cada día inicia con la tarde y es seguido por la mañana. Lo que encontramos en el reposo cristiano, y lo que es útil para nuestra consideración del individuo y el tiempo, es que tanto en los días de la creación como en la semana bajo la economía del Nuevo Testamento, el descanso viene antes del trabajo. Un compromiso activo y una planificación para la pasividad preceden a un compromiso activo y una planificación para el trabajo. Esta es la aparente incongruencia del tiempo bajo la provisión de la gracia soberana de Dios.

¿Por qué hemos pasado tanto tiempo en el cuarto mandamiento? La respuesta simple es que antes de considerar el tema de este artículo —el tiempo y el individuo, con un énfasis especial en el descanso y la revitalización personal— debemos reconsiderar la forma en que pensamos acerca del descanso. El estado actual del pensamiento bíblico sobre estos temas es deplorable. El descanso y la revitalización personal no son cosas que ocurren luego de haber trabajado tan duro que no hay otra opción para el uso de nuestro tiempo. No somos máquinas. No cumplimos ciclos de operación. No nos «recargamos». Todos estos puntos de vista sobre el tiempo, el individuo y el descanso impregnan nuestra noción moderna de la productividad. ¿Debemos ser productivos? Absolutamente. Debemos abundar en frutos para el Señor (Jn 15:6). ¿Es la pereza un pecado? Absolutamente (2 Tes 3:10). ¿Pueden el descanso y la revitalización llegar a ser vistos como lujos en vez de mandatos bíblicos? Absolutamente.

Este es el punto que se demuestra en el cuarto mandamiento, el único que habla acerca del tiempo: cuando hablamos acerca del tiempo, especialmente el uso que el individuo hace del tiempo, el énfasis está en el descanso. Este punto se resalta aún más por las dos pruebas que hemos visto. En primer lugar, el mandamiento acerca del tiempo que rige tanto el descanso como el trabajo fiel está formulado de tal manera que hace del descanso —del día de reposo— el énfasis, ya que aparece primero, mientras que el mandato bíblico de una labor diligente sigue al mandato de descansar. En segundo lugar, tanto la definición del día en la creación como la definición de la semana después de la resurrección de Jesús enfatizan que iniciamos períodos de tiempo partiendo de un estado de descanso y luego nos movemos hacia el trabajo: una noche de descanso inicia el día bíblico y un día de descanso inicia la semana bíblica. Este cambio en nuestra visión de cómo invertimos nuestro tiempo personal es tan radical que requiere más que una nueva visión de un mandamiento, de un día y de una semana.

Debería señalar también que este artículo se enfoca en nuestro uso personal del tiempo, tiempo que normalmente queda fuera de nuestra agenda de trabajo, el tiempo en el que estamos inactivos, el tiempo de revitalización. Este tiempo contrasta con nuestras horas de trabajo, sin importar cómo definimos estas horas de trabajo. Mi argumento es que Dios tiene la intención de que comencemos partiendo del descanso y la revitalización y solo entonces procedamos con nuestro trabajo. Para poner en práctica una visión bíblica del tiempo personal, debemos tener una visión correcta de nosotros mismos en referencia a Dios. Comparemos dos puntos de vista.

Al primer punto de vista lo podemos llamar la visión deísta moderna del tiempo. Nuestro cristiano promedio —llamémosle Juan— tiene esta posición. Él ama a Dios, a su iglesia y a su familia. Juan trabaja en finanzas corporativas y tiene la posibilidad de comprar una casa para su familia en los suburbios. Él trabaja sesenta o más horas a la semana durante esta etapa de su carrera profesional, a la que aquellos que trabajan en finanzas le llaman «su mejor momento». Él gana un buen salario, pero le sale muy caro al final del día. Estar exhausto es lo normal. Su familia recibe las sobras, cuando las sobras están disponibles y no están comprometidas a lo que Juan llama su «tiempo personal» en su «cueva masculina». Los sábados los dedica a las actividades deportivas de sus hijos. Las mañanas de los domingos son para la iglesia. Juan no sabe qué hacer los domingos en la tarde. Juan se está desgastando lentamente, pero él no se ha dado cuenta. Sus relaciones en el hogar están sufriendo. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que leyó la Biblia y oró por más de veinte segundos antes de quedarse dormido. Le digo a los hombres que discipulo, que este tipo de semana durante todo el año no termina en nada bueno. Juan ha perdido el punto de vista bíblico con respecto al tiempo y el descanso.

En nuestro segundo punto de vista, intentaremos reorientar nuestra visión del tiempo tomando como referencia el cuarto mandamiento, la creación y la redención. Ahora examinemos a Roberto. Él tiene un punto de vista más bíblico sobre el descanso. Roberto también es cristiano y trabaja en la misma oficina que Juan. Sin embargo, aunque Roberto es un trabajador diligente, no pasa tanto tiempo en la oficina. Él no se queda más horas de la cuenta para hacer el trabajo «opcional» en proyectos importantes. De hecho, Roberto cree que un descanso apropiado le permitirá lograr más en el trabajo que trabajar horas extra. Él ve el descanso no solo como un mandato de parte de Dios para él, sino como un regalo de Dios. Gracias a su cuidado en no sobrecargarse de trabajo, Roberto puede ofrecer más de sí mismo a su familia. Su tiempo en las tardes lo dedica a su esposa e hijos. Él no tiene que colapsar en el sofá. Él escoge revitalizarse haciendo actividades en familia. De manera intencional duerme lo suficiente cada noche, ora, lee su Biblia y disfruta la adoración y el tiempo de descanso los domingos. Roberto valora el descanso y el tiempo personal como un regalo de Dios para prepararlo para ser diligente en su trabajo, no como las sobras de su tiempo después de una labor ardua.

En esas descripciones, nos vemos tentados a comparar a Juan y Roberto por sus actividades. Pero esa sería una comparación equivocada. A pesar de que ambos son cristianos genuinos, tienen puntos de vista radicalmente diferentes acerca de la gracia soberana de Dios. La única forma en que puedes priorizar el descanso es creyendo en el control bondadoso y providencial de Dios sobre todas las cosas. Si Dios no está en control, o si Él no es abundantemente bondadoso o no es quien nos asigna nuestras tareas diarias, entonces nuestra protección y éxito futuro dependerá completamente de nosotros. Tenemos que renunciar al descanso, sacrificar el descanso a nuestros ídolos del éxito y la seguridad. Nos colocamos en la posición de asegurar lo que solo Dios puede proveer y, como resultado, no tenemos lugar en nuestra vida para el descanso. Pero cuando empezamos con la gracia soberana de Dios, podemos empezar desde el descanso hacia el trabajo. Cada día empezamos con la noche: nosotros dormimos y Dios está despierto trabajando (Sal 121:3-4); nos despertamos cada mañana para unirnos al Señor en Su labor, involucrarnos en las obras que Él ha preparado de antemano para nosotros (Ef 2:10). Cada semana iniciamos con un día de celebración, un día de inactividad, un día de descanso; iniciamos la semana en el segundo día de la semana proclamando que nuestro Dios es tan fuerte que Él no necesita nuestra ayuda para iniciar cada semana: Él lo logra por Su cuenta.

Empezar partiendo desde el descanso hacia el trabajo, como hemos visto, incluye tanto un punto de vista bíblico del cuarto mandamiento como de la gracia soberana de Dios. De manera práctica, esto significa que nuestro descanso adquiere un sabor diferente, incorporando distintas prácticas, específicamente descanso físico, el descanso de la adoración y el descanso que viene al celebrar entre amigos.

Los cristianos tienen la orden de descansar físicamente. Esta es una gran parte del cuarto mandamiento, del día de reposo y de los días que inician con el sueño. Una parte importante del descanso físico es dormir lo suficiente. Como dice Matthew Walker en su libro Why We Sleep [Por qué dormimos]: «Dormir es la acción más eficaz que podemos hacer para restablecer la salud de nuestro cerebro y nuestro cuerpo cada día». Walker descubrió esto en su investigación científica; los cristianos lo conocemos como una verdad bíblica. Debemos dormir. Dios diseñó nuestro sueño de tal manera que estamos eficazmente paralizados mientras dormimos. El dormir es la forma en que Dios asegura que manejemos el tiempo, el descanso y nuestra propia mortalidad. Una de las cosas más poderosas que puedes hacer físicamente para demostrar tu confianza en el gobierno soberano y bondadoso de Dios es tener una buena noche de descanso (Sal 127:2). Los otros aspectos del descanso físico giran en torno a esta práctica central.

A los cristianos también se les manda a disfrutar el descanso de la adoración. En última instancia, Dios es nuestro descanso (Sal 4:8), Él es nuestro reposo eterno (Heb 4:11). Esta es la forma en que la adoración es un descanso para nuestras almas. Recibimos refrigerio espiritual cuando pasamos tiempo privado en la oración y la lectura de la Biblia. Recibimos un descanso especial cuando adoramos junto a nuestros hermanos y hermanas cada domingo. El cristianismo supera con creces a los bancos en número de días feriados. Nuestro Dios ha ordenado un día feriado cada semana, un día para regocijarnos y descansar en Él.

En tercer lugar, a los cristianos se les ordena experimentar el descanso de la celebración con amigos y familia. La Cena del Señor el domingo es un modelo de celebración que debemos disfrutar a través de la semana, reunidos con amigos y familiares para agradecer a Dios por Su provisión, para cantar y para reír. Cuando los científicos sociales seculares hablan acerca de la importancia de las cenas familiares, solo se hacen eco de la antropología bíblica. Fuimos diseñados para recibir el descanso y el refrigerio que vienen al celebrar y festejar con amigos y familiares.

Así que, hablando de manera práctica, lo mejor que puedes hacer para disfrutar tu tiempo personal es, en primer lugar, deshacerte de los puntos de vista no bíblicos sobre el trabajo, el descanso y el carácter bondadoso de Dios. Luego, enfócate en glorificar a Dios por medio del descanso físico, unas cuantas horas cada día y un día a la semana. Este descanso físico se podrá apreciar especialmente en tu compromiso de dormir lo suficiente. Además, enfócate en tu descanso espiritual, la renovación que viene por medio de la adoración pública y privada al Señor. Por último, enfócate en el descanso que proviene de las relaciones, celebraciones, actividades y fiestas con familiares y amigos, regocijándote con gratitud en el Dios de tu salvación.

Al final, lo que estas prácticas y el cuarto mandamiento nos presentan es un cuadro de la vida de nuestro Señor, Jesús el Cristo. Él obedeció todas las leyes de Dios, incluyendo el cuarto mandamiento, por nosotros y para nuestra salvación. Él vino a hacer la voluntad de Su Padre y confió en el gobierno soberano de Su Padre, aun de camino a la cruz y a través de la misma. Jesús descansó y durmió, a veces tan profundamente que ni una tormenta podía despertarlo (Lc 8:22-25). Jesús comió y celebró con Sus amigos y familiares frecuentemente (Lc 7:34), mientras Él, en Su humanidad, se benefició del refrigerio de Sus amigos (Jn 15:15). Jesús es quien nos invita a seguirle en el uso bíblico de nuestro tiempo personal para el descanso y la revitalización en el servicio a Él y a los demás. Al final, es en Jesús que encontramos nuestro descanso (Mt 11:28).


Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Joe Holland
Joe Holland

El Rev. Joe Holland es un editor asociado de Ligonier Ministries y un anciano docente en la Presbyterian Church in America.

Cómo definir el llamado de Dios

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Serie: Cómo buscar la voluntad de Dios.

Cómo definir el llamado de Dios

Por Joe Holland

Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo buscar la voluntad de Dios.

La Escritura describe el llamado de Dios a nuestras vidas en una multitud de formas que van desde lo panorámico hasta lo preciso. Entonces, ¿por dónde comenzamos si queremos elaborar una comprensión bíblica de las diferentes formas en que la Biblia habla sobre el llamado de Dios? A menudo comenzamos en el lugar equivocado, pensando en nuestro contexto específico, nuestras vidas o nuestra situación. No obstante, debemos comenzar con Dios y Su llamado. Estamos hablando del todopoderoso Dios del universo, cuyo decreto soberano se ejecuta en la creación y en Su cuidado providencial continuo de todas Sus criaturas y de todas las acciones de éstas. Él, en Su soberanía, nos redimió. Este Dios, nuestro Dios, ha puesto llamados en nuestra vida que enmarcan quiénes somos y lo que Él espera de nosotros y nos manda y llama a hacer en este mundo que Él ha creado, este mundo en el que somos Sus siervos. Podemos resumir las formas en que la Biblia usa estos temas —el gobierno todopoderoso de Dios, Su dominio sobre nuestras vidas, Su intención para nosotros y el mundo, y el evangelio de Jesús— de acuerdo con dos categorías de llamamientos: creación y redención. Cada una de estas palabras, creación redención, nos da una ventana a través de la cual podemos ver los diferentes llamados de Dios.

Primero, al mirar la creación, podemos considerar el llamado de la vocación. Dios nos llama como seres humanos creados a Su imagen a trabajar diligentemente en el mundo que Él creó. Dios no creó a Adán ni a ninguno de sus hijos para que fueran perezosos. No iban a vivir permanentemente en el sótano de Dios, sin hacer otra cosa que desbloquear nuevos niveles del último videojuego. Dios tampoco dejó en manos de Adán qué haría o cómo se involucraría con la creación. Dios llamó a Adán —le ordenó a Adán— a ejercer dominio sobre la creación incluso mientras cultivaba y cuidaba el huerto del Edén (Gn 1:282:15). Después de la caída, este trabajo se volvió mucho más difícil, lleno de espinas, pero el llamado no cambió. Con el sudor de su rostro, Adán continuaría ejerciendo dominio sobre la creación trabajando y conservando el mundo en el que Dios lo había puesto (3:17-19). Y esta obra se haría para la gloria de Dios. En este llamado, todos los seres humanos, los hijos e hijas de Adán, encuentran el llamado de Dios a tener una vocación. Y por vocación no me refiero necesariamente a una profesión remunerada. El contador, el excavador de zanjas, el soldado, el ama de casa, el jubilado y el estudiante de la escuela primaria están todos siguiendo el llamado de Dios en sus vidas haciendo un trabajo que honra a Dios.

A continuación, teniendo en cuenta nuestro enfoque en los llamados arraigados en la creación, consideramos el llamado al matrimonio. Dios no tenía la intención de que los humanos siguieran su llamado al trabajo diligente estando solos. Dios miró a Adán como un individuo y definitivamente declaró que su situación no era buena (Gn 2:18). Así que creó a Eva, una ayuda idónea para Adán, y los llamó a ambos al pacto matrimonial, un pacto en el que un hombre y una mujer se comprometen el uno con el otro de por vida. Eva fue la ayudante de Adán tanto en la tarea de multiplicar como en la de ejercer dominio. De la misma manera, a menos que un cristiano tenga un llamado específico al celibato (1 Co 7:8-9), él o ella están llamados a encontrar un cónyuge y, si Dios los bendice, a tener hijos. Este llamado crea múltiples llamados derivados y específicos de género —esposo, esposa, padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana— cada uno con papeles y responsabilidades que deben llevarse a cabo solamente para el honor y la gloria de Dios.

En tercer lugar, en la creación, Dios escribió Su ley en el corazón de cada persona (Rom 2:15), dándoles un llamado a la santidad (Lv 20:26). Esta ley encuentra una codificación más específica en los Diez Mandamientos y, en última instancia, se manifiesta plenamente en la persona de Jesucristo. Esta ley exige la perfección que ningún pecador puede alcanzar. Pero nuestra incapacidad para obedecer la ley, a causa de la caída, no anula el llamado de la ley a que seamos perfectos como Dios es perfecto, a que hagamos esto y vivamos (Gal 3:10). Por lo tanto, aunque estropeado por el pecado, todo ser humano conoce el llamado de Dios a la santidad y a la perfección moral, y se siente culpable por su pecado.

Cuarto, a medida que las familias se multiplicaron convirtiéndose en naciones y después que Dios dispersara las naciones en respuesta a la torre de Babel, el gobierno y el comercio se desarrollaron dentro de las culturas para producir estructuras de responsabilidad y autoridad. Todo esto, especialmente la elección de quién tiene la autoridad en cualquier cultura o grupo, está ordenado por la voluntad expresa de Dios (Rom 13:1-4). Debido a que Dios establece las autoridades de la sociedad, todas construidas en torno a las familias, llama a todos a obedecer a las autoridades que pone a cargo. El llamado a obedecer a la autoridad es generalizado, desde la jefatura del marido en el hogar hasta el gobierno del presidente sobre un país, desde el empleado en un negocio hasta el niño en el hogar. La única vez que la desobediencia a la autoridad está justificada y garantizada es cuando una autoridad le pide a alguien que peque. El llamado de Dios a obedecer a la autoridad también incluye a aquellas autoridades responsables de aplicar la justicia de Dios en el mundo mientras ejercen el poder. De esta manera, el llamado de Dios a obedecer a la autoridad proporciona estructura y responsabilidad más allá de la familia individual, protegiéndonos del caos y la injusticia de la anarquía.

Un simple estudio de palabras sobre el tema del llamado en la Biblia revelaría más llamados de Dios a todas las personas, pero lo que hemos considerado hasta ahora resume cómo los llamados básicos de Dios son ubicuos y se aplican a cualquier persona en cualquier momento. Y la experiencia de la humanidad es que cada una de estas áreas de llamamiento, lejos de mostrar la capacidad de la humanidad para cumplirlas, ha demostrado cómo estos llamados han sido ocasiones para el pecado y la depravación. Pero Dios, antes de que Adán y Eva dejaran el jardín, ya había comenzado a hablar de la obra redentora que haría un día a través del Mesías que aplastaría a la serpiente (Gn 3:15). Este Mesías, por medio de Su vida, muerte y resurrección, pagaría por los pecados de Su pueblo, proporcionaría la justicia que ellos no podrían lograr y cumpliría todos los llamados de Dios a Su pueblo. Este Mesías es Jesucristo, y en Él encontramos tanto nuevos llamados de Dios como otros renovados.

Al considerar los llamados desde la perspectiva de la redención, sabemos que Dios ha sido paciente con el pecado de la humanidad a lo largo de los siglos, pero ahora llama a todos en todas partes a arrepentirse y creer en Cristo (Hch 17:30). Este es el llamado externo del evangelio que los cristianos llevan al mundo. Los pastores que predican desde los púlpitos y los cristianos que evangelizan a sus vecinos extienden a todos la oferta gratuita del evangelio: arrepiéntanse y crean en Jesucristo, y serán salvos. Este es ahora el gran llamado redentor que se presenta ante todo hombre, mujer y niño. Este llamado impulsa a la Iglesia del Nuevo Testamento, alimenta las misiones mundiales y se aplica a cada cristiano.

Mientras una persona nacida de nuevo continúa este llamado externo, también hay un llamado interno que la acompaña. La salvación es del Señor; es Su obra monergista. Él conoce a los Suyos y los llama por su nombre (Jn 10:27). Cuando un pecador es redimido, el Espíritu Santo lo regenera para que pueda recibir y descansar en Cristo Jesús como es ofrecido en el evangelio. De esta manera, el llamado interno del evangelio es siempre efectivo porque siempre es realizado únicamente por Dios. El llamado externo e interno de Dios marca la era del Nuevo Testamento. Estos dos llamados trazan y explican la explosión de la Iglesia desde ser un grupo heterogéneo de galileos hasta ser un cuerpo mundial de pecadores redimidos de cada tribu, lengua y nación.

Ese llamado eficaz de Dios a través de Jesús que nos convierte, también comienza la obra de conformarnos a Su imagen (Rom 8:29). Esto no significa que todos nos estamos volviendo más como carpinteros nazarenos convertidos en predicadores itinerantes. Significa que la obra de santificación de Dios en nosotros opera dentro de los rieles de los llamados de la creación que ya están operando en nuestras vidas. Bajo el poder del Espíritu Santo, ahora luchamos contra el pecado y buscamos la santidad. Recibimos nuestro llamado a la vocación y trabajamos como para el Señor con todas nuestras fuerzas. El esposo acepta su llamado al matrimonio y ama a su esposa como Cristo amó a la Iglesia. La esposa acepta su llamado al matrimonio y se somete a su esposo como la Iglesia se somete a Cristo. El niño piadoso obedece a sus padres como si fuera al Señor. El cristiano acepta su llamado a la santidad, buscándola en respuesta agradecida a la gracia de Dios. El cristiano en autoridad no ejerce su autoridad sobre otros de manera déspota. El cristiano bajo autoridad se somete con alegría a la autoridad y la obedece, sabiendo que Dios está detrás de todo. De esta manera, los principales llamados de Dios en nuestras vidas —el llamado a la vocación, el llamado al matrimonio, el llamado a la moralidad, el llamado a someterse a la autoridad, el llamado externo del evangelio y el llamado interno eficaz del evangelio— funcionan juntos desde la creación y mediante la redención para lograr el propósito de Dios en el mundo, Su propia gloria a través de la adoración de Jesucristo en la Iglesia.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Joe Holland
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El Rev. Joe Holland es un editor asociado de Ligonier Ministries y un anciano docente en la Presbyterian Church in America.

¿Cómo puedo orar por mi cónyuge?

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Serie: Preguntas claves sobre la oración.

¿Cómo puedo orar por mi cónyuge?

Joe Holland

Nota del editor: Este es el capítulo 20 de 25 en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Preguntas claves sobre la oración.

Orar por nuestro cónyuge combina las dos relaciones más importantes de nuestras vidas: nuestro pacto con Dios y nuestro pacto con nuestro cónyuge. Estos dos pactos son el cimiento de la creación antes de la caída, y el pacto matrimonial en particular es la ilustración primordial para comprender gran parte de la historia redentora (Ef 5:22-33). La oración es una marca distintiva del matrimonio entre Cristo y la Iglesia, y también debe serlo en nuestros matrimonios.

Pero así como el orgullo fue el pecado que socavó ambos pactos edénicos, también distorsiona nuestras oraciones por nuestro cónyuge. Muy a menudo nuestras oraciones por nuestro cónyuge comienzan con lo que queremos que cambie en ellos. Pero la Escritura enseña que seremos la mayor influencia de santificación en la vida de nuestro cónyuge. Un esposo que ora por su esposa para que ella sea amada por un marido que cada día crece más en santidad está orando por algo bueno, y es su propia respuesta. Al orar por nuestro cónyuge, es posible que la respuesta principal de Dios sea cambiarnos a nosotros mismos, no a él o a ella.

Nunca subestimes el poder y el privilegio de orar por tu cónyuge.

Pero sí debemos considerar cómo podemos orar específicamente por nuestro cónyuge. 2 Pedro 3:18 es un excelente punto de partida: «Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo». Ora por el crecimiento de tu cónyuge en la gracia de Jesús, para que su vida esté marcada por el arrepentimiento y por un gozo profundo en el evangelio. Ora para que tu cónyuge conozca cada vez más a Jesús, para que su estudio de la Biblia, tanto en el hogar como durante la predicación del día del Señor, le revele más verdades sobre nuestro gran Salvador.

Ora también para que tu cónyuge experimente la gracia y el crecimiento únicos que son particulares de su género y su rol. Somos hombres y mujeres que en el matrimonio nos convertimos en esposos y esposas, y por la bendición de Dios, padres y madres. Los esposos y las esposas experimentan tentaciones únicas, tienen llamados diferentes y experimentan gracias particulares que son exclusivamente de su género. Para orar correctamente por nuestros cónyuges debemos tomar en cuenta estas particularidades en cuanto a los géneros y los roles.

Por último, eleva oraciones por la salud física de tu cónyuge. Una de las metas de un matrimonio cristiano fiel es que uno de los cónyuges asista al funeral del otro, por lo que nuestras oraciones por nuestro cónyuge a veces incluirán orar a medida que su salud se va deteriorando. Aunque nuestro hombre exterior va decayendo, oramos que nuestro hombre interior se renueve de día en día (2 Co 4:16). Las cirugías, los cánceres, los partos y las enfermedades son oportunidades para nosotros aprender del cuidado de Dios por nuestra alma y nuestro cuerpo.

Nunca subestimes el poder y el privilegio de orar por tu cónyuge.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Joe Holland
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El Rev. Joe Holland es un editor asociado de Ligonier Ministries y un anciano docente en la Presbyterian Church in America.

Un tiempo para llorar

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Un tiempo para llorar

Joe Holland

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie «Esperanza en medio de la decepción», publicada por la Tabletalk Magazine. 

Soy muy consciente de que probablemente este artículo te encuentre en un momento de profundo dolor. Por supuesto, puede que estés intelectualmente interesado en el tema del lamento, o puede que seas alguien que regularmente ayuda a personas en momentos de duelo y tragedia: un anciano, consejero o miembro de la iglesia. Pero para algunos de ustedes, este artículo los encontrará en un profundo dolor. Empiezo diciendo que sé lo difícil que es enseñar en el cementerio donde las lágrimas son mejores compañeras que las palabras y las frases plasmadas en una página. Lector afligido, quiero comenzar diciendo: «Lo siento mucho. ¿Podríamos reunirnos alrededor de la Biblia, en tu momento de dolor, y dejar que el Señor coloque Su brazo sobre nuestros hombros, escuchando Su invitación a hacer lo que Su pueblo ha hecho y siempre hará hasta el día en que no haya más lágrimas; llorar, lamentarnos, afligirnos?»

¿Una tristeza descontrolada?

Debo comenzar desde una posición algo extraña, aparentemente. Y eso es solo porque el lamento es muy malentendido hoy día. Muy a menudo, vemos el lamento como un arrebato emocional continuo y desenfrenado, un torrente de sentimientos oscuros y llenos de dolor. Es como el hombre que golpea una pared de yeso con su puño y le abre un hoyo, quien, por el bien de su puño y la pared de yeso, nunca aconsejaría hacer tal cosa, y aun así en su ira apasionada y sin sentido se encuentra queriendo dañar a ambos. Se piensa que el luto y la ira tienen esto en común: la pérdida de control, la incapacidad de pensar con claridad, y el flagelo de una vida tomada por sorpresa por circunstancias no deseadas y siempre evitadas.

Pero el lamento bíblico no es una tristeza o emoción desenfrenada. Pablo aconseja a los cristianos afligidos en Tesalónica, diciendo:

Pero no queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como lo hacen los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con Él a los que durmieron en Jesús (1 Tes 4:13-14).

En este pasaje Pablo está poniendo límites al dolor, ofreciendo una doctrina para guiar el lamento. Él está corrigiendo y enseñando en el cementerio. Aquellos que tienen esperanza, una confianza demostrada y sobrenatural en las promesas de Dios, cuando se lamentan bíblicamente, lo hacen de manera diferente a aquellos que no tienen esperanza. Este mismo patrón aparece en la segunda carta de Pablo a la iglesia de Corinto, donde él compara dos clases de dolor o tristeza por el pecado, diciendo: «Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte» (2 Cor. 7:10). Los muchos salmos de lamentos y el libro de Lamentaciones muestran una precisión artística y una profundidad teológica que no fueron escritos durante un estallido emocional descontrolado, una especie de torrente desconsolado de conocimiento. No, el lamento bíblico es algo más que una tristeza descontrolada. Es preciso, planificado y gobernado por las Escrituras.

Ahora lloramos en el cementerio con la misma certeza con que danzaremos en la resurrección cuando Jesús regrese.

La verdad del lamento

También es importante agregar, por controvertido que parezca a los oídos modernos, que las emociones son tan correctas o incorrectas como lo son las declaraciones de verdad. Ten en cuenta que estoy hablando de veracidad y no de validez. La validez de las emociones proviene de que somos criaturas creadas para sentir profundamente y, sin embargo, también criaturas finitas y caídas. Una persona sin emociones es una anomalía extraña y obtusa. Alguien puede tener una emoción válida ante circunstancias desconcertantes que, después de un tiempo, se convierte en una emoción totalmente diferente. Por ejemplo, la reacción ante la pérdida de alguien que ha muerto joven puede comenzar con una emoción de ira ante una corta vida pero luego, con el tiempo, convertirse en una emoción de gratitud por los años disfrutados con esa persona. Esas emociones de ira y eventual agradecimiento son igualmente válidas, aunque en última instancia, el agradecimiento es una emoción más apropiada para expresarle a un Dios que hace bien todas las cosas, que no corta la vida antes de tiempo ni la prolonga demasiado. Y entonces vemos que la validez y la veracidad son cosas diferentes. Fuimos hechos para sentir, de inmediato y con frecuencia. Pero podemos darnos cuenta de que un sentimiento particular fue totalmente equivocado, inapropiado o incorrecto después de que el paso del tiempo nos trae una mayor claridad.

Esto me lleva de vuelta a mi afirmación de que las emociones son verdaderas o falsas. Podemos reconocer que una emoción es incorrecta. Pablo instruye a los cristianos en Roma diciendo: «Gozaos con los que se gozan y llorad con los que lloran» (Rom 12:15). Eso parecería un consejo extraño si todas las emociones estuvieran libres de juicio, es decir, fueran amorales en su expresión. Pero, ¿cuántos de nosotros conocemos la tentación de lamentarnos cuando alguien más celebra la promoción en el trabajo que queríamos? ¿Cuántos de nosotros conocemos la tentación de regocijarnos ante la desgracia de otros a quienes despreciamos en secreto, o incluso no tan en secreto? Y a esto debemos agregarle este último pensamiento: somos criaturas que buscamos darle significado a las cosas. No nos limitamos a ver pasar la vida. Damos significado, asignando a los eventos de la vida las categorías apropiadas de bueno, malo, justo, malvado, bello, feo, pecaminoso o santo. Nuestras vidas emocionales, al igual que nuestras vidas intelectuales, son nuestro intento de asignar veracidad a los acontecimientos de la vida. Y nuestro Dios de verdad, que nos llama a ser un pueblo que dice la verdad, nos ha dado emociones para que sean asignadas con precisión a todos los eventos que componen cada una de nuestras vidas. Para ser más específico y limitar el alcance de esta discusión al tema en cuestión, el lamento no es solo una emoción válida sino que debe ser una emoción verdadera, asignada de acuerdo con las instrucciones bíblicas, para determinar o indicar aquello que verdaderamente es triste o doloroso. El lamento es tan ortodoxo o poco ortodoxo como una declaración doctrinal.

No ignoremos cuán inusuales son el lamento y la tristeza bíblicos en comparación con lo que usualmente se conoce con esas mismas palabras en nuestros días. El lamento no es la liberación desenfrenada de dolor o tristeza. El lamento no es alborotado e incomprensible. Como las emociones son verdaderas o falsas en su expresión, el lamento no puede ser simplemente la validez de las lágrimas cada vez que salen de nuestros ojos. El lamento es un regalo de Dios para el pueblo de Dios, las migajas de dolor que conducen a la celebración del gozo.

Un Salvador que lamenta

No hay mejor manera de examinar el lamento cristiano que observar el lamento en Cristo, ese hombre grande y perfecto, expresivo de emociones profundas que siempre fueron verdaderas y piadosas. En la narración de la muerte y resurrección de Lázaro, tenemos un ejemplo instructivo de dónde y cuándo Jesús muestra Sus emociones más profundas.La historia se divide en tres partes: el reconocimiento de Jesús de la muerte de Lázaro mientras está con Sus discípulos, Su conversación final con las hermanas afligidas de Lázaro, y luego Su milagrosa resurrección de Lázaro en la tumba. Contrariamente a lo que podríamos pensar, Jesús guarda las más profundas expresiones de tristeza y lamento para la tumba, no para cuando recibe la llamada telefónica por primera vez, ni para cuando está sentado en la sala de espera con la familia afligida. Su lamento y tristeza —»se conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció» (Jn 11:33), «Jesús lloró» (v. 35), y «de nuevo profundamente conmovido» (v. 38)— ocurre entre la segunda y tercera parte de esta narración, después de Sus conversaciones con María y Marta, y sirven como prefacio y preparación para Su batalla contra la muerte y victoria definitiva frente a la tumba de Lázaro.

En su obra «La vida emocional de nuestro Señor», BB Warfield muestra que el lamento de Jesús no es un colapsante sollozo de tristeza o melancolía; en cambio, lo que revela el original en griego es que las lágrimas de Jesús son una mezcla precisa y controlada de verdaderos sentimientos de dolor, lamento, duelo, tristeza y especialmente, ira contra la muerte misma.

Pero la emoción que desgarró Su pecho y clamó por ser exteriorizada fue la de ira justa. La expresión incluso de esta ira, sin embargo, fue fuertemente contenida. . . Juan nos da a entender que la expresión externa de la furia de nuestro Señor fue marcadamente restringida: su manifestación fue muy inferior a su intensidad real. . . El espectáculo de la angustia de María y sus compañeros enfureció a Jesús porque trajo conmovedoramente a Su conciencia la maldad de la muerte, su antinaturalidad, su «tiranía violenta» como la califica Calvino (en el versículo 38). . . Es la muerte el objeto de Su ira, y detrás de la muerte aquel que tiene el poder de la muerte, y a quien Él ha venido al mundo para destruir. . . La resurrección de Lázaro se convierte así, no en una maravilla aislada, sino —como en verdad se presenta a lo largo de toda la narración (compara especialmente, versículos 24-26)— en un ejemplo decisivo y un símbolo público de la conquista de Jesús sobre la muerte y el infierno.

Lo que Warfield describe tan vívidamente es el lamento y la tristeza bíblicos, controlados intencionalmente y exhibidos por Jesús frente a la tumba de Su amigo. La emoción bíblica apropiada del Mesías ante la muerte no es la resignación o un falso lloriqueo, sino las lágrimas de una ira llena de dolor y tristeza que el Conquistador del pecado, la muerte y el diablo mostró durante Su asalto certero y violento a las puertas del mismo infierno. Como Sus seguidores, nos unimos a Jesús en el mismo tipo de lamento preciso e intencional contra el pecado, la muerte y la obra de satanás.

El lamento bíblico es dolor y tristeza mezclados con justa ira y rabia. Nuestra doctrina nos enseña que el reino de Jesús ha sido inaugurado pero aún no consumado, que las lágrimas corren por nuestras mejillas hoy, pero no en ese día (Apocalipsis 21:4), que los santos siguen muriendo una muerte sin aguijón; cuando estas doctrinas verdaderas son enseñadas, el lamento y la tristeza se unen a ellas, uniendo mente y afectos, añadiendo significado emocional a la conquista continua del Rey Jesús sobre el pecado, la muerte y el diablo. Ahora lloramos en el cementerio con la misma certeza con que danzaremos en la resurrección cuando Jesús regrese. Pero cada cosa según su orden: el llanto antes de la risa, el sepulcro antes de la resurrección.

Este artículo fue publicado originalmente en la Tabletalk Magazine.
Joe Holland
Joe Holland
El Rev. Joe Holland es un editor asociado de Ligonier Ministries y un anciano docente en la Presbyterian Church in America.