Todo hombre prudente obra con conocimiento, Pero el necio ostenta necedad (Pr 13:16).
Un aparato electrónico nuevo viene acompañado de dos pequeños pero voluminosos folletos a los que les prestamos poca atención. Ambos están escritos en muchos idiomas y, a decir verdad, con una letra minúscula difícil de leer. Uno de ellos es la garantía del producto, escrita con una fraseología legal casi cuneiforme, que parece importante para el fabricante pero poco o nada para el consumidor. El otro librito es el manual de operación. Uno debe buscar su idioma y luego se supondría que deberíamos darle una leída exhaustiva no solo para saber operar el dispositivo, sino también para sacarle el máximo provecho. Sin embargo, seamos sinceros: la emoción nos gana. Después de abanicar un par de páginas, preferimos operar el gadget usando el famoso «sentido común intuitivo» y el conocido «un amigo tiene uno parecido…».
Podría decir, con un mínimo margen de error, que una de las formas más seguras para poder diferenciar un sabio de un necio es si lee o no lee el manual del fabricante. Tengo que confesar que a veces he dañado equipos o tenido que desarmar un mueble por completo (porque lo armé al revés), y son infinitas las veces que he utilizado equipos sin conocer todas sus ventajas… todo por no leer el manual. Todo por no ser prudente y obrar sin conocimiento. Todo por ostentar con creces mi necedad.
Hace muchos años memoricé una frase que no es bíblica, pero es muy cierta: «Lo que el necio hace al final, el sabio lo hace al principio». Tómate un minuto para pensar en esas palabras. ¿Por qué el necio termina haciendo lo que ya el sabio hizo desde el principio? La razón es muy sencilla y tiene que ver con el conocimiento. Mientras que el necio se atreve a caminar por la vida «ensayando» posibilidades, el sabio va a lo seguro porque sabe lo que hay que hacer. Esto me lleva a asegurar que las cosas solo se pueden hacer de manera sabia porque nada saca uno atornillando al revés, como dicen en algunos países. Llegará el momento en que habrá que hacerlo como se debe hacer.
Podré cansarme de tratar de hacer las cosas a mi modo, una y mil veces, pero tarde o temprano tendré que rendirme y hacerlas según las directrices del manual de funcionamiento. Es probable que el sabio ya esté en otra cosa productiva desde hace mucho tiempo, mientras que el necio ha gastado tiempo, esfuerzo y hasta dinero para que al final haga lo que el sabio hizo al principio.
La necedad, es decir, esa terquedad que hace que no haga lo que tenga que hacer (aunque lo sepa), muchas veces va unida a la pereza. La sabiduría, por el contrario, se acompaña de la prudencia y la diligencia, que son el cuidado sensato y entendido al realizar una tarea con presteza. Por eso el maestro de sabiduría dice: «El alma del perezoso desea mucho, pero nada consigue, sin embargo, el alma de los diligentes queda satisfecha» (Pr 13:4).
Me generó mucha curiosidad el uso de la palabra «alma» en el pasaje anterior. Esta palabra expresa el ser interior, la persona misma, el yo, pero también involucra aquello que está en la esencia de lo que eres como ser humano. En ese sentido, el pasaje nos dice que el alma de un necio tiene muchos deseos, antojos o anhelos que nunca llega a satisfacer por su pereza. Pero no solo son incumplidos por la pereza, sino también porque son imposibles de alcanzar al estar realmente fuera de la realidad. Un necio desea imposibles como, por ejemplo, aprobar un examen sin haber estudiado o ganar una maratón luego de entrenar solo por dos días. Ambas cosas son loables y deseables, pero son deseos necios mientras no van acompañados por la diligencia que obliga a estudiar o a entrenar para lograr el objetivo anhelado.
Una vez escuché decir que los cementerios están llenos de genios de la música, de las artes, el deporte y las ciencias que no lograron serlo porque se quedaron solo como promesas. No se comprometieron en desarrollar con esfuerzo su talento natural y así adquirir destreza y conocimiento mientras vivían. Al final, un sabio «obra con conocimiento» y produce fruto, mientras que el necio solo hará gala de una grandeza que es solo deseo subjetivo que se evapora al toparse con la realidad.
El sabio es aquella persona que, como dijo Jesús, «oye la palabra y la entiende» (Mt 13:23a). Nuestra primera responsabilidad es huir de la necedad ignorante a la sabiduría que surge de la obediencia a la Palabra de Dios porque, «El que desprecia la palabra pagará por ello, pero el que teme el mandamiento será recompensado» (Pr 13:13). Una vida sabia no es una vida llena de deseos incumplidos, sino una vida esforzada y entendida, transformada por la obra de Cristo. Una vida llena de logros para la gloria de Dios porque, «sí da fruto y produce, uno a ciento, otro a sesenta y otro a treinta por uno» (Mt 13:23b).
José«Pepe» Mendoza es el Director Editorial en Coalición por el Evangelio. Sirvió como pastor asociado en la Iglesia Bautista Internacional, en República Dominicana, y actualmente vive en Lima, Perú. Es profesor en el Instituto Integridad & Sabiduría, colabora con el programa hispano del Southern Baptist Theological Seminary, y también trabaja como editor de libros y recursos cristianos. Está casado con Erika y tienen una hija, Adriana. Puedes seguirlo en Twitter.
La Biblia dice que la oración de fe sanará al enfermo, y que todo lo que pidamos al Padre en el nombre de Jesús, nos será dado. Pero, ¿cómo debemos orar por los enfermos? ¿Cómo debemos entender estos pasajes y cómo se aplican a la vida cristiana hoy? De eso es lo que hablaremos en este episodio, con nuestro invitado especial, el pastor Miguel Núñez.
José«Pepe» Mendoza es el Director Editorial en Coalición por el Evangelio. Sirvió como pastor asociado en la Iglesia Bautista Internacional, en República Dominicana, y actualmente vive en Lima, Perú. Es profesor en el Instituto Integridad & Sabiduría, colabora con el programa hispano del Southern Baptist Theological Seminary, y también trabaja como editor de libros y recursos cristianos. Está casado con Erika y tienen una hija, Adriana. Puedes seguirlo en twitter.
Fabio Rossi sirve como Director Ejecutivo en Coalición por el Evangelio, estando a cargo de la administración general del equipo de trabajo, liderando todas nuestras iniciativas y supervisando el funcionamiento de nuestras diferentes plataformas. También sirve como Anciano Pastor en la Iglesia Centro Bíblico El Camino, en la Ciudad de Guatemala, donde vive junto a su esposa Carol, y sus dos hijos.
En los últimos años ha surgido confusión respecto a los dones del Espíritu Santo, y particularmente una controversia sobre la vigencia de algunos de ellos.
¿Qué son los dones espirituales? ¿Quién los da y cómo los recibimos? ¿Por qué decimos que hay dones extraordinarios? ¿Han cesado o siguen vigentes? De esto y más conversaremos en este episodio con el pastor Joselo Mercado.
José (Joselo) Mercado es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Oriundo de Puerto Rico, renuncia a su carrera de consultoría en el año 2006 para ingresar al colegio de pastores de Sovereign Grace Ministries. Es el pastor principal de la Iglesia Gracia Soberana en Gaithersburg, Maryland. Joselo completó su Maestría en Artes en estudios teologícos en SBTS, y está casado con Kathy Mercado y es padre de Joey y Janelle. Puedes encontralo en Facebook y Twitter.
Nota del editor: Este artículo es parte de la serie “Biblia para principiantes“, a través de la cual buscamos proveerte recursos útiles para tu estudio y comprensión de las Escrituras.
Son muy pocas las personas que no puedan decir que están familiarizadas con algún versículo o porción de la Biblia. Para algunos será el famoso Salmo 23, la exaltación paulina del amor en 1 Corintios 13 o algún otro versículo o pasaje predilecto. La verdad es que esa lista de pasajes populares o conocidos es cortísima en comparación con los 66 libros de la Biblia en sus dos testamentos y sus miles de versículos. Hay mucho que debemos conocer y entender a cabalidad en la Biblia.
Gloriémonos en conocer y entender al Dios de la Biblia
El problema con nuestro conocimiento y entendimiento radica en que la Biblia intimida por su longitud y su variedad. Seamos honestos, son muy pocos los valientes que dedican tiempo, esfuerzo, sudor y, como dicen en algunos países, “queman pestañas” en su estudio de la Palabra de Dios. En mi caso, siempre ha sido de exhortación las palabras del Señor en Jeremías:
“«No se gloríe el sabio de su sabiduría, Ni se gloríe el poderoso de su poder, Ni el rico se gloríe de su riqueza; gloríese en esto: De que me entiende y me conoce, Pues Yo soy el Señor que hago misericordia, Derecho y justicia en la tierra, Porque en estas cosas me complazco», declara el Señor” (Jr 9:23-24).
El Señor valora el que le conozcamos y entendamos. Ni la sabiduría humana, ni el poder y mucho menos las riquezas (aspectos tan valorados entre los humanos) se comparan con conocer y entender al Dios revelado en las Escrituras, quien es misericordioso, justo y soberano. Lo que más me impresiona es que Jeremías está diciendo estas palabras en un momento de profundo abandono espiritual e ignorancia por parte de Judá. El pueblo y sus autoridades políticas y religiosas estaban viendo su propia descomposición y caída, pero no eran capaces de buscar al Señor y atender a su Palabra. Por eso Jeremías dice de parte de Dios, “«Ciertamente estos solo son gente ignorante, son necios, porque no conocen el camino del Señor Ni las ordenanzas de su Dios” (Jr 5:4).
Ni la sabiduría humana, ni el poder y mucho menos las riquezas se comparan con conocer y entender al Dios revelado en las Escrituras
Dice el dicho “mal de muchos, consuelo de tontos”. Yo imagino que esa ignorancia popular que pasaba por el rey, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, terminaba envalentonando a los ignorantes, quienes pensaban que no valía la pena esforzarse por conocer y entender lo que, aparentemente, nadie más buscaba. Lo que estaba de moda eran los sueños de los profetas y los sacrificios y ritos a dioses paganos. ¿Profundizar y entender la Palabra? ¡Ná!
Lo que quiero decir con esta larga introducción es que SÍ pasa algo si es que no entendemos lo que leemos en la Biblia. No se trata simplemente pasar al siguiente versículo u olvidarme de lo difícil y mantenerme solo con esos salmos o esas palabras del evangelio que son tan claritos y tanto me gustan. Si no entiendo lo que leo, debo esforzarme en buscar una respuesta a mis interrogantes.
Entonces, ¿cómo me esfuerzo para poder entender lo que no he entendido en la Biblia? Vayamos en orden descubriendo fundamentos y principios.
Fundamentos y principios para entender la Biblia
En primer lugar, la Biblia es un libro y, como tal, no fue escrito como cápsulas o meros párrafos o versículos aislados. Nunca podremos llegar a tener un conocimiento cabal de las Escrituras si estamos leyendo de aquí y de allá. Debemos asumir el compromiso de leer libros completos de principio a fin si es que realmente queremos conocer y entender su mensaje.
En segundo lugar, debemos ser conscientes que un aniquilador del entendimiento es la inconstancia. Si hoy leemos un capítulo y esperamos a acordarnos de nuevo en un par de semanas para leer el siguiente capítulo, entonces no esperemos que ese ritmo de lectura será provechoso para el entendimiento. La constancia demanda un esfuerzo y una dedicación que David resalta en su poema a la Palabra cuando dice,
“Me anticipo al alba y clamo, En Tus Palabras espero. Mis ojos se anticipan a las vigilias de la noche Para meditar en Tu palabra» (Salmo 119:147-148)
En tercer lugar, los cristianos tenemos una enorme ventaja espiritual. Nunca estamos solos y sin más recursos que nuestra propia materia gris para entender la Biblia. No debemos olvidar que nuestro Señor Jesucristo prometió la venida del Espíritu Santo, quien nos “enseñará todas las cosas, y [nos] recordará todo lo que [nos] ha dicho” y nos “guiará a toda verdad” (Jn 14:26; 16:13). Esta realidad espiritual no podemos pasarla por alto y debemos orar al Señor y buscar la dirección del Espíritu cada vez que nos acercamos a la Palabra.
En cuarto lugar, es importante que entendamos que somos responsables de nuestra búsqueda personal del Señor, pero no se trata de una tarea en solitario. El Señor diseñó la Biblia para que la leamos a solas y también en la compañía de otros hermanas y hermanos en la fe. Cuando nos desafiamos a leer la Biblia con otras personas podemos mantener la constancia y también ayudarnos a entender la Palabra al ser guiados todos por el mismo Espíritu Santo.
En quinto lugar, podemos llevar nuestras dudas a nuestros pastores y maestros, quienes han sido puestos por el Señor para edificarnos y su tarea no acaba “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios…” (Ef 4:13). Además no debemos descuidar los cursos bíblicos y los grupos pequeños de estudio que continuamente se están brindando en nuestras iglesias.
Finalmente, también tenemos buenos libros, Biblias de estudio y comentarios bíblicos que podemos consultar para resolver nuestras dudas. Pregúntale a tu pastor o líder en tu iglesias acerca de los materiales de consulta más confiables para que vayas creando tu biblioteca personal.
Huye de cualquier superficialidad que te impida tener un conocimiento cabal de las Escrituras
Nuestros tiempos se caracterizan por los 180 caracteres, las imágenes con pocas palabras y el entendimiento superficial de todo y de nada, al mismo tiempo. Sin embargo, como cristianos debemos huir de cualquier superficialidad que nos impida tener un conocimiento cabal de las Escrituras.
Ahora ya sabes lo que tienes que hacer si hay algo que no entiendes en la Escritura. Eso significa que no tienes excusa para la ignorancia o la duda, sino un camino abierto y provisto por el Señor para que te gloríes en entender y conocer a tu Señor revelado en su Palabra.
José“Pepe” Mendoza es el Director Editorial en Coalición por el Evangelio. Sirvió como pastor asociado en la Iglesia Bautista Internacional, en República Dominicana, y actualmente vive en Lima, Perú. Es profesor en el Instituto Integridad & Sabiduría, colabora con el programa hispano del Southern Baptist Theological Seminary, y también trabaja como editor de libros y recursos cristianos. Está casado con Erika y tienen una hija, Adriana. Puedes seguirlo en twitter.
“Oigan, cielos, y escucha, tierra, Porque el Señor habla: ‘Hijos crié y los hice crecer, Pero ellos se han rebelado contra Mí. El buey conoce a su dueño Y el asno el pesebre de su amo; Pero Israel no conoce, Mi pueblo no tiene entendimiento’” (Isaías 1:2-3).
Los escándalos de corrupción están a la orden del día. La corrupción se manifiesta de diferentes formas tanto en el ambiente privado como en el público, defraudando millones o en detalles ínfimos. Sin embargo, de los actos de corrupción que más me llaman la atención son de aquellos en donde los funcionarios esquilman una empresa, usando sus recursos para sus propios beneficios, tomando de forma ilegal lo que no les pertenece. Algunos funcionarios han alegado que todo lo hicieron de forma transparente y bajo contrato, pero las evidencias dejan mucho que pensar.
Nosotros podríamos pensar que se trata de meros sinvergüenzas y sin escrúpulos. Sin embargo, después de leer algunos currículos de esos corruptos, me doy cuenta de que se trata de profesionales sumamente capaces, líderes que durante años ocuparon cargos de absoluta responsabilidad en empresas y organismos de primera línea. Lo que parece que fue un elemento común en todos ellos fue que perdieron los estribos al no tener que rendirle cuenta a nadie de lo que estaban haciendo. Aunque sus gastos debían ser revisados por auditores y organismos de contabilidad internos, muchos se las ingeniaron para esquivar esos controles y terminar perdiendo el control ellos mismos.
Esta terrible decadencia se observa en todos los terrenos del quehacer humano. En todas aquellas áreas en las que las personas pueden obtener algo sin tener que rendir cuentas a nadie, o no querer rendir cuentas a nadie, siempre existirá la posibilidad de que el ser humano pueda entrar en decadencia llevándose consigo todo y a todos los que le rodean.
La historia universal está plagada de momentos decadentes producto de hombres y mujeres que perdieron la capacidad de contención, que evitaron oír las voces de sus conciencias y también las voces autorizadas de aquellos que con razón les llamaban la atención. Esas fueron las circunstancias que están detrás del pueblo y las autoridades a las que están dirigidas las profecías de Isaías. El profeta escribió durante la decadencia del pueblo de Judá. Sus advertencias y observaciones nos pueden dar luces acerca del terrible proceso de deterioro espiritual que acontece cuando dejamos de lado las advertencias de Dios y de nuestros semejantes.
Judá se sabía pueblo de Dios, pero había olvidado quién era el Dios a quien decían seguir con fidelidad, y cuáles eran las características de las demandas del Señor a quien decían obedecer. Sería bueno considerar las señales que Isaías presentó hace 2,700 años como advertencias en el camino, para evitar caer también en la descomposición espiritual:
Mientras más profunda es la rebeldía del pueblo, más es la abundancia de ritos, ofrendas, y sacrificios con el fin de tratar de conquistar a un Dios a quien no quieren someterse.
1. El aumento exponencial de la religiosidad. Puede parecer extraño, pero mientras más profunda es la rebeldía del pueblo, más es la abundancia de ritos, ofrendas, y sacrificios con el fin de tratar de conquistar a un Dios a quien no quieren someterse. El Señor les decía a través del profeta: “¿Qué es para Mí la abundancia de sus sacrificios?… No traigan más sus vanas ofrendas… ¡No tolero iniquidad y asamblea solemne!” (Is. 1:11-13).
Yo escucho mucho como los cristianos de hoy juzgan la validez de su fe por lo prolongado y multitudinario de sus ritos religiosos. Si ellos ven que sus servicios son numerosos, si los cantos y las homilías son aceptables y grandilocuentes, entonces pareciera que todo anda muy bien. Sin embargo, ya Isaías demostró que el aumento de la religiosidad nunca estará en directa proporción con el apogeo espiritual.
Una religiosidad que se convierte en un fin en sí misma, es como la sal que no sirve para nada cuando pierde su capacidad preservadora. Por eso es que el Señor pregunta asombrado: “Cuando vienen a presentarse delante de Mí, ¿Quién demanda esto de ustedes, de que pisoteen Mis atrios?” (Is. 1:12). Si no sabemos qué es lo que realmente demanda el Señor aparte de los rituales, entonces debemos volver a empezar con el ABC del evangelio antes de caer por la pendiente de la decadencia espiritual.
2. El olvido de la rectitud. La abundante religiosidad judía no producía el cambio de corazón que se suponía debía traer consigo. Isaías tiene que proclamar con mucho dolor el absoluto cambio de valores del pueblo más religioso de la tierra: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, Que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, Que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Is. 5:20). Como podemos observar, una vez más, una saludable religiosidad no es la clave para una saludable moralidad.
El profeta proclama que Judá estaba perdiendo de vista su identidad de pueblo de Dios para convertirse en un grupo humano lleno de seres egoístas e incapaces de percibir las demandas comunitarias del Señor y del amor al prójimo: “¡Ay de los que juntan casa con casa, Y añaden campo a campo Hasta que no queda sitio alguno, Para así habitar ustedes solos en medio de la tierra!” (Is. 5:8). Por lo que podemos observar, ellos habían perdido de vista los ingredientes de una vida recta que se resumen en la compasión y la justicia. Por lo tanto, el Señor les demandaba a volver a aprender lo que se supone eran los principios fundamentales del pueblo de Dios: “Aprendan a hacer el bien, Busquen la justicia, Reprendan al opresor, Defiendan al huérfano, Aboguen por la viuda” (Is. 1:17). La justicia y la compasión, más que la religiosidad y el ritualismo, son señales claras de apogeo espiritual.
La justicia y la compasión, más que la religiosidad y el ritualismo, son señales claras de apogeo espiritual.
3. El pasar por alto sus verdaderos problemas. Aunque el pueblo estaba contento con sus rituales y su religiosidad, a su alrededor todo era destrucción a la que simplemente le daban las espaldas. Isaías entonces no duda en levantar la voz, por mandato de Dios, para que ellos puedan visualizar una realidad que se negaban a ver: “La tierra de ustedes está desolada, Sus ciudades quemadas por el fuego, Su suelo lo devoran los extraños delante de ustedes, Y es una desolación, como destruida por extraños” (Is.1:7). Mientras ellos no se tomen el tiempo y trabajo para reconocer y no pasar por alto su propia realidad, entonces el Señor tampoco considerará todo esa religiosidad como una expresión real, sino como una señal más del desvarío del corazón humano. Por eso les dice, “Cuando extiendan sus manos, Esconderé Mis ojos de ustedes. Sí, aunque multipliquen las oraciones, No escucharé. Sus manos están llenas de sangre” (Is. 1:15).
5. La intromisión de costumbres ajenas aborrecidas por Dios. Siempre habrá algo o alguien que quiera sustituir a Dios y sus mandamientos. Por ejemplo, Judá se vio invadida por costumbres foráneas que la desviaba de su comunión con el Dios de Israel: “Ciertamente has abandonado a Tu pueblo, la casa de Jacob, Porque están llenos de costumbres del oriente, Son adivinos como los Filisteos, Y hacen tratos con hijos de extranjeros” (Is. 2:6). Me pregunto, ¿de dónde vienen las costumbres que desvían a la iglesia de los propósitos de Dios? Cuando la iglesia pierde de vista el evangelio y su identidad bíblica, entonces, desde el mundo de los negocios hasta las escuelas psicológicas, pasando por filosofías y supercherías, muchos serán los modos de pensamiento que están esperando ganarse el espacio esencial que la falta de evangelio e identidad bíblica han dejado en la iglesia.
He usado la palabra esencial para evitar suspicacias. Creo que debemos aprender de todo lo que hay en nuestro alrededor, pero siempre guardando la esencia de nuestra fe, sus propias bases bíblicas y evangélicas que son inamovibles e inmodificables. Como decía el apóstol Pablo: “Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como sabio arquitecto, puse el fundamento, y otro edifica sobre él. Pero cada uno tenga cuidado cómo edifica encima. Pues nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Cor. 3:10-11).
6. La falta de liderazgo capacitado y sensible. Así como el ejecutivo que cayó producto de su codicia y no de su ignorancia, así también Judá empezó a perder su liderazgo más experimentado. Al perder sus raíces en Dios y la Escritura, Judá perdió su capacidad de continuidad. Al renunciar a sus valores, imperó la novedad y, por lo tanto, los novedosos. Así lo dijo el Señor: “Porque el Señor, Dios de los ejércitos, quitará de Jerusalén y de Judá El sustento y el apoyo: todo sustento de pan Y todo sustento de agua; Al poderoso y al guerrero, Al juez y al profeta, Al adivino y al anciano… Les daré muchachos por príncipes, Y niños caprichosos gobernarán sobre ellos” (Is. 3:1-2,4).
El hablar de “muchachos” en el liderazgo no es un menosprecio a la juventud. No se trata de un tema de edad, sino de la inexperiencia y la falta de conocimiento y práctica que solo la edad y el tiempo traen consigo. La historia de Judá no nos dice que fue gobernada por “niños”, sino que sus autoridades empezaron a actuar como adolescentes ignorantes, sujetos a sus propias ideas y pasiones. Isaías lo ejemplifica muy claramente cuando dice, “¡Ay de los sabios a sus propios ojos e inteligentes ante sí mismos!” (Is. 5:21).
¿Cómo vemos nuestra relación con Dios? ¿Hay cierto cumplimiento ritual, pero también alguna visita “inocente” a la Tarotista de moda? ¿Hay golpes de pecho que nunca producen un cambio sustancial en la vida? ¿Somos fieles en los ritos pero ligeros con nuestra moralidad? ¿Hemos olvidado las más sencillas normas de vida cristiana? ¿Seguimos lo novedoso y creemos que lo viejo es caduco solo por ser antiguo? ¿Quién es Dios? ¿Qué espera Él de ti? Tómate un tiempo para tratar de responder estas preguntas en lo profundo de tu corazón.
Desechemos la presunción espiritual y vayamos en arrepentimiento a Dios, quién está dispuesto a perdonarnos, pero no a negociar su santidad y la verdad eterna de su Palabra.
No creas que Dios pasará por alto tus respuestas a estas preguntas. Desechemos la presunción espiritual y vayamos en arrepentimiento a Dios, quién está dispuesto a perdonarnos, pero no a negociar su santidad y la verdad eterna de su Palabra. Las palabras de Isaías todavía resuenan con plena autoridad: “Lávense, límpiense, Quiten la maldad de sus obras de delante de Mis ojos. Cesen de hacer el mal… ‘Vengan ahora, y razonemos’, Dice el Señor, ‘Aunque sus pecados sean como la grana, Como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, Como blanca lana quedarán. Si ustedes quieren y obedecen, Comerán lo mejor de la tierra. Pero si rehúsan y se rebelan, Por la espada serán devorados’. Ciertamente, la boca del Señor ha hablado” (Is. 1:16,18-20
Si evitamos la decadencia complaciente, el Señor podrá hacernos entender una de sus más bellas promesas: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que Lo aman” (1 Cor. 2:9). Este es uno de los pasajes que más he repetido públicamente porque considero que es la declaración más maravillosa de Dios con respecto a su deseo de que trascendamos más allá de lo que somos o podemos lograr con nuestro propio esfuerzo.
Todo lo que Él tiene preparado para el que le ama está por encima de su propia comprensión y expectativa. Abraham había perdido la esperanza de ser padre, David nunca imaginó ser rey, Moisés había dado por terminada su carrera como líder después de su fracaso en Egipto, Pedro soñaba con ser pescador como sus antecesores, Pablo nunca hubiera imaginado que sería cristiano, y podríamos añadir un largo etcétera con miles de personajes de la historia de la fe. ¿Podemos limitar a Dios? Imposible. Él no descansa en tus experiencias personales, no se encuadra en tus conocimientos. Todos tus sueños juntos (aun los más descabellados) no determinan las posibilidades de Dios para contigo.
Escuchemos la voz de Dios, busquemos su voluntad, y tengamos la valentía para salir de lo convencional y lo acostumbrado, para dejarle a Dios el camino expedito para que nos demuestre todo lo mucho que Él puede hacer con lo poco que somos nosotros.
José“Pepe” Mendoza es el Director Editorial en Coalición por el Evangelio. Sirvió como pastor asociado en la Iglesia Bautista Internacional, en República Dominicana, y actualmente vive en Lima, Perú. Es profesor en el Instituto Integridad & Sabiduría, colabora con el programa hispano del Southern Baptist Theological Seminary, y también trabaja como editor de libros y recursos cristianos. Está casado con Erika y tienen una hija, Adriana. Puedes seguirlo en twitter