Coalición por el Evangelio

Decadencia espiritual
Reflexión
JOSÉ “PEPE” MENDOZA

Isaías 1-5 y 1 Corintios 2-3
“Oigan, cielos, y escucha, tierra,
Porque el Señor habla:
‘Hijos crié y los hice crecer,
Pero ellos se han rebelado contra Mí.
El buey conoce a su dueño
Y el asno el pesebre de su amo;
Pero Israel no conoce,
Mi pueblo no tiene entendimiento’”
(Isaías 1:2-3).
Los escándalos de corrupción están a la orden del día. La corrupción se manifiesta de diferentes formas tanto en el ambiente privado como en el público, defraudando millones o en detalles ínfimos. Sin embargo, de los actos de corrupción que más me llaman la atención son de aquellos en donde los funcionarios esquilman una empresa, usando sus recursos para sus propios beneficios, tomando de forma ilegal lo que no les pertenece. Algunos funcionarios han alegado que todo lo hicieron de forma transparente y bajo contrato, pero las evidencias dejan mucho que pensar.
Nosotros podríamos pensar que se trata de meros sinvergüenzas y sin escrúpulos. Sin embargo, después de leer algunos currículos de esos corruptos, me doy cuenta de que se trata de profesionales sumamente capaces, líderes que durante años ocuparon cargos de absoluta responsabilidad en empresas y organismos de primera línea. Lo que parece que fue un elemento común en todos ellos fue que perdieron los estribos al no tener que rendirle cuenta a nadie de lo que estaban haciendo. Aunque sus gastos debían ser revisados por auditores y organismos de contabilidad internos, muchos se las ingeniaron para esquivar esos controles y terminar perdiendo el control ellos mismos.
Esta terrible decadencia se observa en todos los terrenos del quehacer humano. En todas aquellas áreas en las que las personas pueden obtener algo sin tener que rendir cuentas a nadie, o no querer rendir cuentas a nadie, siempre existirá la posibilidad de que el ser humano pueda entrar en decadencia llevándose consigo todo y a todos los que le rodean.
La historia universal está plagada de momentos decadentes producto de hombres y mujeres que perdieron la capacidad de contención, que evitaron oír las voces de sus conciencias y también las voces autorizadas de aquellos que con razón les llamaban la atención. Esas fueron las circunstancias que están detrás del pueblo y las autoridades a las que están dirigidas las profecías de Isaías. El profeta escribió durante la decadencia del pueblo de Judá. Sus advertencias y observaciones nos pueden dar luces acerca del terrible proceso de deterioro espiritual que acontece cuando dejamos de lado las advertencias de Dios y de nuestros semejantes.
Judá se sabía pueblo de Dios, pero había olvidado quién era el Dios a quien decían seguir con fidelidad, y cuáles eran las características de las demandas del Señor a quien decían obedecer. Sería bueno considerar las señales que Isaías presentó hace 2,700 años como advertencias en el camino, para evitar caer también en la descomposición espiritual:
Mientras más profunda es la rebeldía del pueblo, más es la abundancia de ritos, ofrendas, y sacrificios con el fin de tratar de conquistar a un Dios a quien no quieren someterse.
1. El aumento exponencial de la religiosidad. Puede parecer extraño, pero mientras más profunda es la rebeldía del pueblo, más es la abundancia de ritos, ofrendas, y sacrificios con el fin de tratar de conquistar a un Dios a quien no quieren someterse. El Señor les decía a través del profeta: “¿Qué es para Mí la abundancia de sus sacrificios?… No traigan más sus vanas ofrendas… ¡No tolero iniquidad y asamblea solemne!” (Is. 1:11-13).
Yo escucho mucho como los cristianos de hoy juzgan la validez de su fe por lo prolongado y multitudinario de sus ritos religiosos. Si ellos ven que sus servicios son numerosos, si los cantos y las homilías son aceptables y grandilocuentes, entonces pareciera que todo anda muy bien. Sin embargo, ya Isaías demostró que el aumento de la religiosidad nunca estará en directa proporción con el apogeo espiritual.
Una religiosidad que se convierte en un fin en sí misma, es como la sal que no sirve para nada cuando pierde su capacidad preservadora. Por eso es que el Señor pregunta asombrado: “Cuando vienen a presentarse delante de Mí, ¿Quién demanda esto de ustedes, de que pisoteen Mis atrios?” (Is. 1:12). Si no sabemos qué es lo que realmente demanda el Señor aparte de los rituales, entonces debemos volver a empezar con el ABC del evangelio antes de caer por la pendiente de la decadencia espiritual.
2. El olvido de la rectitud. La abundante religiosidad judía no producía el cambio de corazón que se suponía debía traer consigo. Isaías tiene que proclamar con mucho dolor el absoluto cambio de valores del pueblo más religioso de la tierra: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, Que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, Que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Is. 5:20). Como podemos observar, una vez más, una saludable religiosidad no es la clave para una saludable moralidad.
El profeta proclama que Judá estaba perdiendo de vista su identidad de pueblo de Dios para convertirse en un grupo humano lleno de seres egoístas e incapaces de percibir las demandas comunitarias del Señor y del amor al prójimo: “¡Ay de los que juntan casa con casa, Y añaden campo a campo Hasta que no queda sitio alguno, Para así habitar ustedes solos en medio de la tierra!” (Is. 5:8). Por lo que podemos observar, ellos habían perdido de vista los ingredientes de una vida recta que se resumen en la compasión y la justicia. Por lo tanto, el Señor les demandaba a volver a aprender lo que se supone eran los principios fundamentales del pueblo de Dios: “Aprendan a hacer el bien, Busquen la justicia, Reprendan al opresor, Defiendan al huérfano, Aboguen por la viuda” (Is. 1:17). La justicia y la compasión, más que la religiosidad y el ritualismo, son señales claras de apogeo espiritual.
La justicia y la compasión, más que la religiosidad y el ritualismo, son señales claras de apogeo espiritual.
3. El pasar por alto sus verdaderos problemas. Aunque el pueblo estaba contento con sus rituales y su religiosidad, a su alrededor todo era destrucción a la que simplemente le daban las espaldas. Isaías entonces no duda en levantar la voz, por mandato de Dios, para que ellos puedan visualizar una realidad que se negaban a ver: “La tierra de ustedes está desolada, Sus ciudades quemadas por el fuego, Su suelo lo devoran los extraños delante de ustedes, Y es una desolación, como destruida por extraños” (Is.1:7). Mientras ellos no se tomen el tiempo y trabajo para reconocer y no pasar por alto su propia realidad, entonces el Señor tampoco considerará todo esa religiosidad como una expresión real, sino como una señal más del desvarío del corazón humano. Por eso les dice, “Cuando extiendan sus manos, Esconderé Mis ojos de ustedes. Sí, aunque multipliquen las oraciones, No escucharé. Sus manos están llenas de sangre” (Is. 1:15).
5. La intromisión de costumbres ajenas aborrecidas por Dios. Siempre habrá algo o alguien que quiera sustituir a Dios y sus mandamientos. Por ejemplo, Judá se vio invadida por costumbres foráneas que la desviaba de su comunión con el Dios de Israel: “Ciertamente has abandonado a Tu pueblo, la casa de Jacob, Porque están llenos de costumbres del oriente, Son adivinos como los Filisteos, Y hacen tratos con hijos de extranjeros” (Is. 2:6). Me pregunto, ¿de dónde vienen las costumbres que desvían a la iglesia de los propósitos de Dios? Cuando la iglesia pierde de vista el evangelio y su identidad bíblica, entonces, desde el mundo de los negocios hasta las escuelas psicológicas, pasando por filosofías y supercherías, muchos serán los modos de pensamiento que están esperando ganarse el espacio esencial que la falta de evangelio e identidad bíblica han dejado en la iglesia.
He usado la palabra esencial para evitar suspicacias. Creo que debemos aprender de todo lo que hay en nuestro alrededor, pero siempre guardando la esencia de nuestra fe, sus propias bases bíblicas y evangélicas que son inamovibles e inmodificables. Como decía el apóstol Pablo: “Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como sabio arquitecto, puse el fundamento, y otro edifica sobre él. Pero cada uno tenga cuidado cómo edifica encima. Pues nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Cor. 3:10-11).
6. La falta de liderazgo capacitado y sensible. Así como el ejecutivo que cayó producto de su codicia y no de su ignorancia, así también Judá empezó a perder su liderazgo más experimentado. Al perder sus raíces en Dios y la Escritura, Judá perdió su capacidad de continuidad. Al renunciar a sus valores, imperó la novedad y, por lo tanto, los novedosos. Así lo dijo el Señor: “Porque el Señor, Dios de los ejércitos, quitará de Jerusalén y de Judá El sustento y el apoyo: todo sustento de pan Y todo sustento de agua; Al poderoso y al guerrero, Al juez y al profeta, Al adivino y al anciano… Les daré muchachos por príncipes, Y niños caprichosos gobernarán sobre ellos” (Is. 3:1-2,4).
El hablar de “muchachos” en el liderazgo no es un menosprecio a la juventud. No se trata de un tema de edad, sino de la inexperiencia y la falta de conocimiento y práctica que solo la edad y el tiempo traen consigo. La historia de Judá no nos dice que fue gobernada por “niños”, sino que sus autoridades empezaron a actuar como adolescentes ignorantes, sujetos a sus propias ideas y pasiones. Isaías lo ejemplifica muy claramente cuando dice, “¡Ay de los sabios a sus propios ojos e inteligentes ante sí mismos!” (Is. 5:21).
¿Cómo vemos nuestra relación con Dios? ¿Hay cierto cumplimiento ritual, pero también alguna visita “inocente” a la Tarotista de moda? ¿Hay golpes de pecho que nunca producen un cambio sustancial en la vida? ¿Somos fieles en los ritos pero ligeros con nuestra moralidad? ¿Hemos olvidado las más sencillas normas de vida cristiana? ¿Seguimos lo novedoso y creemos que lo viejo es caduco solo por ser antiguo? ¿Quién es Dios? ¿Qué espera Él de ti? Tómate un tiempo para tratar de responder estas preguntas en lo profundo de tu corazón.
Desechemos la presunción espiritual y vayamos en arrepentimiento a Dios, quién está dispuesto a perdonarnos, pero no a negociar su santidad y la verdad eterna de su Palabra.
No creas que Dios pasará por alto tus respuestas a estas preguntas. Desechemos la presunción espiritual y vayamos en arrepentimiento a Dios, quién está dispuesto a perdonarnos, pero no a negociar su santidad y la verdad eterna de su Palabra. Las palabras de Isaías todavía resuenan con plena autoridad: “Lávense, límpiense, Quiten la maldad de sus obras de delante de Mis ojos. Cesen de hacer el mal… ‘Vengan ahora, y razonemos’, Dice el Señor, ‘Aunque sus pecados sean como la grana, Como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, Como blanca lana quedarán. Si ustedes quieren y obedecen, Comerán lo mejor de la tierra. Pero si rehúsan y se rebelan, Por la espada serán devorados’. Ciertamente, la boca del Señor ha hablado” (Is. 1:16,18-20
Si evitamos la decadencia complaciente, el Señor podrá hacernos entender una de sus más bellas promesas: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que Lo aman” (1 Cor. 2:9). Este es uno de los pasajes que más he repetido públicamente porque considero que es la declaración más maravillosa de Dios con respecto a su deseo de que trascendamos más allá de lo que somos o podemos lograr con nuestro propio esfuerzo.
Todo lo que Él tiene preparado para el que le ama está por encima de su propia comprensión y expectativa. Abraham había perdido la esperanza de ser padre, David nunca imaginó ser rey, Moisés había dado por terminada su carrera como líder después de su fracaso en Egipto, Pedro soñaba con ser pescador como sus antecesores, Pablo nunca hubiera imaginado que sería cristiano, y podríamos añadir un largo etcétera con miles de personajes de la historia de la fe. ¿Podemos limitar a Dios? Imposible. Él no descansa en tus experiencias personales, no se encuadra en tus conocimientos. Todos tus sueños juntos (aun los más descabellados) no determinan las posibilidades de Dios para contigo.
Escuchemos la voz de Dios, busquemos su voluntad, y tengamos la valentía para salir de lo convencional y lo acostumbrado, para dejarle a Dios el camino expedito para que nos demuestre todo lo mucho que Él puede hacer con lo poco que somos nosotros.

José “Pepe” Mendoza es el Director Editorial en Coalición por el Evangelio. Sirvió como pastor asociado en la Iglesia Bautista Internacional, en República Dominicana, y actualmente vive en Lima, Perú. Es profesor en el Instituto Integridad & Sabiduría, colabora con el programa hispano del Southern Baptist Theological Seminary, y también trabaja como editor de libros y recursos cristianos. Está casado con Erika y tienen una hija, Adriana. Puedes seguirlo en twitter