Cómo discernir y administrar el llamado de Dios para mi vida

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Serie: Cómo buscar la voluntad de Dios.

Cómo discernir y administrar el llamado de Dios para mi vida

Por Fred Greco

Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo buscar la voluntad de Dios.

Todos queremos que nuestras vidas tengan propósito. Queremos asegurarnos de que estamos siguiendo un curso de vida conforme a la voluntad de Dios, e incluso podemos temer que nos sucedan cosas malas si estamos fuera de la voluntad de Dios. El deseo de estar en la voluntad de Dios no es algo malo, después de todo, Jesús mismo oró «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22:42). La verdadera dificultad es cuando tratamos de discernir cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas. Sería mucho más sencillo si el Señor escribiera un mensaje en el cielo o diera a cada creyente alguna señal sobrenatural. No habría duda alguna si despertara una mañana y las nubes formaran de manera legible «¡Sé un ingeniero!» (o mejor aún, «Sé un ingeniero eléctrico de la Compañía XYZ»). Sin embargo, el Señor ha determinado en Su infinita sabiduría, no revelar Su voluntad particular para cada creyente de esa forma. Si lo hiciera, me temo que aún a pesar de eso yo malentendería Su voluntad. Hay una vieja historia sobre un hombre que vio las letras «V.P.C.» en el cielo y concluyó que era Dios diciéndole: «¡Ve a predicar a Cristo!». No obstante, la dificultad era que este hombre prácticamente no tenía buenas habilidades de comunicación, además de tener muy poco conocimiento bíblico. Cuando fue a ver a un amigo y le contó sus planes, el amigo le contestó: «Tal vez el mensaje era: «¡Vete a plantar cebollas!»».

Ahora bien, no es prudente pensar que todas las personas están igualmente dotadas para todas las vocaciones. La palabra vocación viene de la palabra en latín para «llamar», lo que implica que cada uno de nosotros ha sido llamado por Dios para usar los dones que se nos han otorgado. Los cristianos no deben negar que tienen habilidades, talentos e intereses, porque la Biblia nos dice que el Señor les da estas cosas a los cristianos. Cada uno de nosotros es diferente del otro porque Dios ha determinado que así es como Él edificará Su Iglesia y la sociedad. El apóstol Pablo nos dice que «los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables» (Rom 11:29) y que esos dones son diferentes (12:6). Esto lo vemos todos los días en las personas a nuestro alrededor: algunos sobresalen en matemáticas y números, mientras que otros brillan en idiomas; algunos se sienten atraídos por vocaciones que requieren colaborar con otras personas, mientras que otros prefieren trabajar en soledad; algunos siempre están iniciando nuevos proyectos y empresas, mientras que otros se deleitan en trabajar en áreas ya establecidas. Las diferencias no son malas, pero es crucial entender que esas diferencias no son el resultado de nuestros propios esfuerzos, sino que las recibimos del Señor (1 Cor 4:7).

¿CÓMO PUEDO DISCERNIR MI LLAMADO? 

Si cada uno de nosotros tiene diferentes dones e intereses, la siguiente pregunta que surge es: ¿Cómo sé cuál es mi llamado? Esta pregunta es esencial para aquellos que quizás han sido llamados al ministerio vocacional, pero es también aplicable a quienes están en alguna vocación secular. Anhelamos éxito y satisfacción en nuestra labor, por lo que tiene sentido pensar en qué es nuestro llamado. Lo primero que debemos entender, es que no hay diferencia significativa entre el llamado al ministerio y el llamado a cualquier otra vocación. Lo que quiero decir es que no es menos cristiano ser mecánico, médico o arquitecto que ser pastor o misionero. Hay diferentes dones y habilidades necesarias para cada uno, pero un creyente no debe considerar que es un fracaso trabajar en un empleo «secular» en lugar de en una iglesia o ministerio. Este fue uno de los grandes principios de la Reforma, expresado mejor por Martín Lutero. Lutero enseñó que el trabajo, o nuestra vocación (llamado), es agradable al Señor sin importar su carácter religioso. Esto fue revolucionario en los días de Lutero porque se le había enseñado a la gente que ser monje o sacerdote era la más alta vocación y que todas las demás ocupaciones eran inferiores. Se daba a entender que Dios no estaba muy complacido con los granjeros, panaderos y zapateros. Estar involucrado en cualquier cosa que no fuese el ministerio vocacional era perder las oportunidades de completar tu fe a través de buenas obras y perder la seguridad de la salvación que viene de tal llamado. Lutero enseñó que todos los cristianos tienen una posición en la vida dada por Dios, una vocación que sirve a los demás a nuestro alrededor. Lutero añadió que aun la humilde lechera era, a través de su vocación, el instrumento por medio del cual «Dios ordeña las vacas». 

Debido a este importante principio, cuando examinamos nuestro llamado no debemos buscar un escalafón de posibles vocaciones y elegir la «mejor»; en cambio, debemos examinar nuestros dones e intereses para discernir para qué profesión somos más adecuados. Nuevamente, si Dios es el dador de dones y talentos, y si Dios no suele dar señales sobrenaturales para dirigir a Su pueblo hacia sus vocaciones, entonces la mejor dirección que podemos tener para nuestra vocación es buscar aquello para lo que Dios nos ha equipado mejor. Así, el ministerio vocacional no es diferente de otros llamamientos, nos miramos a nosotros mismos y a nuestras capacidades y buscamos la afirmación y el consejo de aquellos a nuestro alrededor para ayudarnos a determinar si un llamado es el adecuado. Estas dos evaluaciones se han descrito históricamente como el «llamado interno» y el «llamado externo» cuando se aplican a un llamado al ministerio del evangelio. Al observar el llamado interno y el externo, es importante reconocer que también se aplican en un contexto secular, solo que con circunstancias diferentes. 

EL LLAMADO INTERNO 

La primera evaluación relacionada con la vocación es la evaluación que la persona realiza de sus propios dones, talentos, e intereses. Es lo que se ha denominado el llamado interno. Sin embargo, esto no significa que consista completamente de sentimientos y deseos internos. Esos deseos son un componente del llamado interno, pero hay más que considerar. El llamado interno también implica una autoevaluación. Es apropiado y bueno que los individuos reflexionen sobre las habilidades que tienen, los dones que se les han dado y los deseos que tienen para ciertas vocaciones. Cada una de estas áreas es importante para una adecuada autorreflexión. No le hace ningún bien a una persona ignorar sus dones o habilidades. En nuestros días, se ha difundido ampliamente la idea de que una persona debe seguir solamente la vocación que le apasiona, que uno nunca debe «conformarse» con otra vocación, y que debes siempre «seguir tu corazón». El anhelo por abrazar una vocación es importante, pero no es suficiente. Si así fuera, yo estaría jugando béisbol en las Grandes Ligas. 

En el contexto del llamado al ministerio del evangelio, por ejemplo, se necesita mucho más que el deseo de ayudar a otros o de intentar hallar propósito en la vocación como tal. Si un llamado viene del Señor, entonces Él te habrá de equipar para que florezcas en ese llamado. Esto comienza con el cumplimiento de los requisitos para el ministerio del evangelio. El llamado de Cristo no llega hoy al futuro ministro como lo hizo con Mateo, con la persona de Cristo diciéndole directamente: «Sígueme», sino que el llamado al ministerio comienza con el llamado de Cristo a llevar Su nombre y seguirlo. Con mucha frecuencia, los hombres buscan el ministerio como un medio para calmar la voz de descontento en sus propios corazones. Es fácil caer presa del pensamiento de que si dedico mi vida al servicio del evangelio, Dios me aceptará y recompensará ese compromiso con la vida eterna. El prerrequisito absoluto para el ministerio del evangelio es ser llamado personalmente por Dios y ser reconciliado con Él a través de la obra terminada de Cristo, para que sea tu nombre el que Dios llame. Horatius Bonar señaló lo mismo hace más de un siglo: «El verdadero ministro debe ser un verdadero cristiano. Debe ser llamado por Dios antes de poder llamar a otros hacia Dios». 

El futuro ministro del evangelio debe tener cuidado de no caer presa de tendencias perfeccionistas, y tampoco debe confiar demasiado en su capacidad. La naturaleza misma del ministerio debe hacer que un hombre se detenga antes de embarcarse en ese camino y debe hacer que un hombre vea la grandeza de la obra y clame junto a Pablo que no es suficiente para estas cosas (2 Co 3:5). Cuando se ve a sí mismo, debe ver a Aquel que da dones a los hombres. Es Dios quien hace a la persona suficiente al proveerle las habilidades, destrezas y conducta que necesita para tener éxito en el ministerio vocacional. Estos dones no tienen todos que existir en su forma completa antes de que un hombre se dedique al ministerio del evangelio, pero una humilde autoevaluación debe mostrar la presencia de los dones requeridos (por ejemplo, un entendimiento de la Escritura y la capacidad de enseñar). El aspirante al ministerio debe también hacerse preguntas difíciles sobre las calificaciones de carácter establecidas en 1 Timoteo 3 y Tito 1. Él debe saber que los requisitos de carácter no son solo obstáculos a superar, sino que son el porte y los rasgos necesarios para tener éxito en el ministerio vocacional. Finalmente, el aspirante debe mirarse a sí mismo para determinar si está comprometido con el ministerio vocacional. El compromiso es vital para el ministerio, un compromiso de fe hacia el crecimiento espiritual, la humildad, el conocimiento, la disciplina, la sabiduría y el liderazgo, entre otras cosas. Cuando un hombre pone su mano en el arado, no puede mirar atrás (Lc 9:62). Pablo nos da una excelente guía para la autoevaluación: él sabía que no era perfecto, sabía que aún no se había convertido en lo que sería, pero también sabía que tenía que seguir adelante hacia la meta (Flp 3:12). Una visión adecuada del llamado interno se toma esto muy en serio. 

EL LLAMADO EXTERNO 

Aunque el llamado interno es muy importante, no es la única parte al discernir el llamado de Dios. Incluso una cuidadosa autoevaluación tiene sus puntos ciegos. Por esta razón, el sentido subjetivo del llamado se confirma mejor por medio de una afirmación externa. En el caso del ministerio del evangelio, esto sería una confirmación del llamado del aspirante por el cuerpo de Cristo. Ya que Cristo no da dones a un hombre sin la oportunidad de ejercerlos. Los dones de un hombre pueden ser evaluados y estimulados por la iglesia. La mejor ayuda para determinar si eres llamado al ministerio es que sirvas a Dios en el presente, y por medio de la evaluación de tal servicio, poner a prueba tus dones. De hecho, en la mayoría de los casos, el llamado al ministerio viene mientras se sirve a la iglesia. La presencia de dones para el ministerio en un hombre lo marcará ante el pueblo de Dios como alguien que es llamado al ministerio, porque todos los dones que tiene son para ser usados en el cuerpo y tales dones son dignos de ser honrados por la iglesia. 

No debemos pensar en cosas como la necesidad de recomendaciones personales, exámenes de ordenación, o la elección de una congregación como si fueran necesidades burocráticas. Más bien, estas son manifestaciones de la importante validación del llamado externo. Una persona no es completamente soberana sobre su llamado, especialmente el llamado al ministerio del evangelio. Que los demás afirmen esos dones es vital para determinar si se debe buscar una vocación. Si a un hombre se le han dado oportunidades para ejercer y probar sus dones para el ministerio, y si esas pruebas han sido recibidas con el estímulo y la aprobación de otros en la iglesia, ¿Cuánta más confianza tendrá el hombre en su llamado? Si el hombre ha sido examinado por aquellos a quienes ya se les ha encomendado el ministerio del evangelio, y los exámenes muestran que está calificado en carácter y dones, eso es una bendición. Al mismo tiempo, si el hombre recibe advertencias de sus hermanos cristianos de que no parece estar bien preparado para el ministerio, y no es capaz completar los exámenes satisfactoriamente, entonces debe detenerse y hacer un balance de su deseo por el ministerio vocacional. Puede muy bien ser la misericordia de Dios que le protege del potencial dolor, sufrimiento y fracaso. 

Este llamado externo se extiende más allá del ministerio hacia otras vocaciones. Está bien establecido que, para aspirar a muchas ocupaciones, la persona debe recibir aprobación externa, los médicos deben aprobar los exámenes de la junta médica, los abogados deben aprobar los exámenes del colegio de abogados, y así los arquitectos, ingenieros y técnicos todos tienen que aprobar requisitos de licencias y certificación. Estos exámenes y certificaciones sirven, en efecto, para prevenir a los no calificados de tales profesiones, pero también ayudan a ratificar las habilidades y dones de las personas. Recuerdo que hace muchos años aprobé el examen del colegio de abogados del estado, esto me animó a que realmente podía ser un abogado. Esa reafirmación fue de mucha ayuda en los meses y años que siguieron, durante los días largos y los proyectos exigentes. El que debía ejercer esa vocación no solo era una idea en mi cabeza sino que los expertos en este campo también creían que yo tenía las habilidades necesarias para tener éxito. Es por eso que, aunque no se requiera una prueba o certificación formal para la vocación que quieres seguir, te aconsejaría que obtuvieras una opinión sobre tus dones para esa vocación fuera de ti mismo. La sabiduría y el apoyo que recibes de otros es invaluable. 

¿CÓMO PUEDO ADMINISTRAR MI LLAMADO? 

Por último, debemos considerar cómo debemos administrar mejor nuestros llamados. Las personas pueden examinar su propio sentido de llamado, sus dones, habilidades e intereses y luego someterse a una evaluación externa de los mismos sin llegar a una conclusión infalible. A veces nos damos cuenta de que no hemos tomado la mejor decisión y necesitamos cambiar de rumbo. Lo más insensato sería seguir adelante ante la evidencia de que hemos elegido la vocación equivocada. También está el hecho de que las personas cambian con el paso del tiempo, cuando nos casamos, tenemos hijos, nos mudamos a nuevos lugares, o incluso tenemos nuevas experiencias, nuestros intereses pueden cambiar. Podemos desarrollar nuevos dones y habilidades que no sabíamos que teníamos. Si este es el caso, la providencia de Dios puede traer nuevas oportunidades para nuevas vocaciones. Una vez más, si tomamos en cuenta todos los parámetros mencionados anteriormente, no hay nada malo en encontrar una vocación diferente. Dios a menudo cambia las circunstancias y vidas de Su pueblo para ayudarles a crecer en Cristo. 

Lo importante al pensar en el llamado es buscar usar los dones que Dios nos ha dado y glorificarle en el ejercicio de esos dones. Si eso significa elegir una nueva vocación, que así sea. Creo que Dios me ha dirigido al menos hacia tres llamados: Empecé convencido de que sería un académico y busqué confirmar esa vocación a través de la educación. Entonces me convencí de que la academia no era el mejor llamado para mí y en lugar de eso me dediqué a las leyes trabajando como abogado durante casi una década. Fue mientras estaba en esa vocación que sentí el llamado a entrar en el ministerio del evangelio (llamado interno), y fui animado por aquellos en la iglesia a seguir ese rumbo (llamado externo). Espero servir al Señor de esta manera hasta el final de mis días, pero siempre debo permanecer abierto a la dirección del Señor. Que el Señor te lleve a una confianza similar en Él, para que conozcas que Él sostiene todos tus días y todas tus vocaciones en Sus manos. 

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Fred Greco
Fred Greco

El reverendo Fred Greco es pastor principal de Christ Church (PCA) en Katy, Texas.

Ejemplos de llamados en la Escritura

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Serie: Cómo buscar la voluntad de Dios.

Ejemplos de llamados en la Escritura

Por Scott Redd

Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo buscar la voluntad de Dios.

En algún momento de la vida, todos nos preguntamos: ¿para qué estoy aquí? No la inquietud general del propósito universal (¿para qué sirve la historia humana o mundial?), sino la inquietud específica de los llamamientos humanos individuales. En otras palabras, como seres humanos hechos a la imagen de Dios, ¿qué nos hace no intercambiables entre nosotros mismos? ¿Por qué uno es escritor y el otro es banquero? ¿Por qué uno es agricultor y el otro es soldado? ¿Surgen tales decisiones como resultado de la casualidad o simplemente de las condiciones ambientales, o apuntan a algo más profundo que ocurre en el corazón de la persona?

El llamamiento como concepto bíblico

La Escritura menciona muchos tipos de llamamientos. Dios llamó a las personas para que escucharan lo que Él tenía que decirles, a veces de una manera especial, como en el caso del joven profeta Samuel (1 Sam 3), y a veces de manera general, como en el caso del llamado de los profetas al pueblo: «¡Escuchen la Palabra del Señor!». También estaba el llamado muy particular que estaba reservado para los profetas en la Biblia, un evento donde típicamente el Señor se dirigía al profeta de la asamblea divina y le encargaba el oficio profético. Por ejemplo, el llamamiento de Isaías en el templo incluyó todos los elementos principales de un llamamiento profético: una visión celestial, la interacción entre los seres celestiales y el Señor, la resistencia del profeta, la concesión de una señal y el claro mensaje profético para el pueblo (Is 6). Otros profetas recibieron su llamado al oficio profético de manera similar: Ezequiel fue llamado mientras estaba en el exilio, y el apóstol Pablo fue llamado en el camino a Damasco, llamado al que se refirió a lo largo de su ministerio como prueba de su legitimidad como apóstol.

Sin embargo, un verdadero llamado no tiene que ser extraordinario, esto lo vemos incluso en la Escritura. Por ejemplo, David fue elegido por Dios para ser el rey de Israel a pesar de que el profeta Samuel no percibió en el muchacho los atributos físicos que hubiera esperado ver en un monarca. Sin embargo, el Señor «mira el corazón» (1 Sam 16:7), y la fidelidad interna de David lo acreditó para el trono de una manera en que la incredulidad de Saúl no pudo hacerlo. Aun así, pasaron años entre el llamado de David y su ascenso al trono, lo cual creó una oportunidad para que David se preparara para el llamado que Dios había depositado en su vida. Como pastor de ovejas, el joven David aprendió las habilidades básicas necesarias para guiar y proteger un rebaño (en el Antiguo Testamento, pastorear ovejas es una analogía común sobre reinar). También aprendió a confiar en que el Señor sería fiel a las promesas que le había hecho, y esta confianza en el Señor le proporcionó la fortaleza que necesitó en su batalla contra Goliat, un evento en el que David se comportó como corresponde a un fiel rey campeón, en marcado contraste con el comportamiento decididamente indigno de Saúl. Como músico de la corte, David se familiarizó íntimamente con el comportamiento errático de Saúl y el manejo de los asuntos del estado israelita, y probablemente perfeccionó su arte como poeta de Israel y autor principal de muchos salmos. Todas estas etapas proporcionaron momentos en la vida de David en los que él siguió su llamado como segundo rey de Israel. Debemos tener cuidado de no hacer distinciones claras entre su trabajo en un momento dado y su llamado en general. Su llamado se desarrolló integralmente a lo largo de su vida, por lo que podemos decir con cierta seguridad que el joven David siendo pastor de ovejas estaba siguiendo fielmente el llamado que Dios había depositado en su vida.

La historia de Ester llama nuestra atención hacia otro aspecto del llamamiento divino que es particularmente relevante para nosotros hoy. En esta historia, Ester respondió a la oportunidad de ascender a los niveles más altos del Imperio persa. Ella estaba naturalmente dotada de belleza física e intelecto y este don le brindó la oportunidad de unirse al círculo íntimo del rey. Sin embargo, la particularidad del llamado de Esther no fue evidente hasta la aparición de Amán con su plan de exterminar a los refugiados de Judea. Su primo Mardoqueo dio una definición del llamamiento humano cuando animó a Ester al decirle que había sido creada «para una ocasión como esta» (Est 4:14). Ella era la que Dios había llamado para liberar a Su pueblo.

El libro de Ester se destaca entre los libros de la Biblia porque es el único que no menciona explícitamente al Señor. Esta ausencia de referencia a lo divino tiene el poderoso efecto de darle al lector una idea del difícil mundo en que se encontraba el pueblo de Dios bajo el gobierno persa en un momento en que los elementos típicos de la fe bíblica no eran tan evidentes como lo eran en el Judá preexílico. Pero el hecho de que no se nombre explícitamente a Dios también ilustra cómo es percibir un llamado en nuestro mundo contemporáneo. La mayoría de las veces, el llamamiento cristiano es una cuestión de tomar decisiones a partir de nuestros dones, nuestros intereses y metas personales, el sabio consejo de quienes nos rodean y las oportunidades que surgen a lo largo de nuestra vida.

Los llamamientos humanos ordinarios no ocurren de la manera tan dramática de los profetas y héroes de la Biblia, sin embargo, existe una similitud importante entre sus llamamientos y el de cualquier otro ser humano. Todos somos llamados por Dios a vivir nuestras vidas como aquellos hechos a la imagen de Dios (Gn 1:26-27). Ese llamado incluye honrar a nuestro Creador y hacerlo a través del primer mandato de Dios, también conocido como el mandato cultural, de «llenad la tierra y sojuzgadla» (v. 28; ver también 9:1). Esto explica por qué el impulso de llenar y estructurar la tierra está profundamente arraigado en todos los humanos, aunque ha sido profundamente pervertido y estropeado por los efectos de la caída.

Podríamos decir que este llamado general a toda la humanidad forma la base del llamado individual de cada persona, porque apunta a nuestro lugar único en la creación como la parte de la creación que está hecha a imagen de Dios. Cada persona es llamada por Dios a participar de este mandato cultural en una manera particular, y ese llamado incluye todas las formas en que una persona se relaciona con el mundo, incluyendo su trabajo, sus relaciones familiares, su participación en la iglesia, su participación política, etc. En cada una de estas áreas, el portador de Su imagen está llamado a participar en el programa mayor de hacer avanzar la vida en todo el mundo, una tarea que refleja la obra divina de Dios de sacar una creación próspera de lo que estaba «sin orden y vacía» (Gn 1:2). Este es el ámbito más amplio en el que se proyecta la vida individual. Como nuestros primeros padres en Génesis 1-2, todos participamos significativamente en la obra de llenar y sojuzgar la creación como viceregentes bajo la autoridad del soberano Rey Creador.

Ningún trabajo es demasiado pequeño como para no ser parte de este gran llamado universal. Algunas personas son llamadas a tareas que ocurren a gran escala o incluso a escala global, mientras que otras persiguen su llamado en una escala pequeña y local. Algunos llamamientos aparentemente pequeños tienen efectos inesperadamente enormes (me viene a la mente Mónica, la madre de Agustín de Hipona que oraba mucho). Todos los llamamientos tienen un valor trascendental porque los llamamientos humanos surgen de nuestra condición de portadores de la imagen de Dios. Esto incluye a los maestros formando los patrones de pensamiento de sus estudiantes en sus áreas de experiencia, a los oficiales de policía llevando el orden civil a sus jurisdicciones y a los plomeros poniendo en orden el flujo y uso del agua en una sociedad. Esto incluye a aquellos que trabajan en una línea de montaje fabricando instrumentos y maquinarias que cumplen una función en la sociedad humana.

El llamado actual del cristiano

Para los cristianos, existe una noción única y amplia de llamado. Como resultado de la caída de la humanidad, todas nuestras obras están bajo los efectos de la maldición y del alejamiento de Dios. Los seres humanos siguen estando hechos a la imagen de Dios, pero esa imagen está dañada como resultado de la rebelión pecaminosa de nuestros primeros padres en el jardín y de cada ser humano caído desde ese entonces. El hecho de que cualquiera que no esté en Cristo pueda seguir un llamado en su vida es un acto misericordioso de la gracia común de Dios. Sin embargo, aquellos que encuentran la salvación y la reconciliación con Dios a través de su unión con Jesucristo abordan el concepto del llamado desde la perspectiva de ser imágenes redimidas de Dios. Debido a su redención, ellos pueden verdaderamente glorificar a Dios en su vocación.

Los reformadores demostraron mucho este llamado universal en la vida cristiana. Para ellos, el llamamiento cristiano significaba que cada labor debía hacerse como un servicio al Señor y para Su gloria (Col 3:22-241 Co 10:31). Esto significa que el llamamiento cristiano no debe entenderse en términos jerárquicos, en los que el ministerio en la iglesia se considera un llamamiento sagrado en comparación con los llamamientos comunes a otros tipos de trabajos y actividades. Más bien, todas las vocaciones tienen el mismo valor en el Reino de Dios. Esta comprensión más amplia del llamamiento corrobora la noción bíblica de que cada aspecto de la vida humana, ya sea que uno sea rector o remachador, brinda la oportunidad de adorar a Dios. Después de todo, estamos llamados a amar a Dios con todo nuestro ser, con todo el corazón y con todo el esfuerzo personal que realicemos en el mundo (Dt 6:4-5).

Cuando los cristianos de hoy busquen comprender sus propios llamamientos, no deben esperar que pase como la extraordinaria experiencia de los profetas bíblicos, pero sí pueden encontrar en los relatos proféticos una analogía útil para su propio llamamiento. Al igual que los profetas bíblicos, los cristianos deben reconocer que su llamado proviene de Dios. Él es el que llama, aunque la voz divina puede ser difícil de discernir entre las muchas voces que parecen bombardearnos a cada momento. Por consiguiente, los cristianos deben asegurarse de sumergirse en oración en la Palabra de Dios para estar en sintonía con Su voluntad.

También debemos reconocer que nuestros llamamientos pueden cambiar. Los profetas Isaías y Ezequiel recibieron diferentes llamados en diferentes etapas de sus vidas, por lo que también debemos reconocer que nuestro llamado puede cambiar en el transcurso de nuestra vida a medida que surgen nuevas oportunidades y a medida que cambian los tiempos y las necesidades de las personas a nuestro alrededor.

Al discernir el llamado de Dios en sus vidas, los cristianos pueden aprender lecciones valiosas a través de los ejemplos que se encuentran en la Escritura.

Primero, el llamado de Dios en nuestra vida nos da la oportunidad de amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro ser (Dt 6:4-5); por lo tanto, Su llamado no puede requerir que pequemos. El llamamiento cristiano debe perseguirse como una expresión de nuestra fe en Dios, y podemos descartar cualquier posible llamamiento que solo pueda lograrse de manera pecaminosa, destructiva o sin fe.

En segundo lugar, Dios ama darle a Su pueblo los buenos dones del llamamiento (Sal 37:4Mt 6:28-337:11), por lo que los cristianos deben tener sus corazones alineados con nuestro llamamiento cristiano de manera que el llamado sea una extensión natural de sus deseos justos. Además, a medida que un cristiano persigue el llamado que Dios le ha dado, debe experimentar que sus deseos son moldeados por la tarea que Dios le ha encomendado. Esto no significa que la fatiga e incluso la frustración no aparecerán en algunas ocasiones, pero el creyente atento y arrepentido se fortalece en el llamado aun en medio de la oposición. A medida que persigue las cosas que naturalmente le encanta hacer, obtendrá una idea más clara de qué elementos le dan alegría y satisfacción. Los cristianos también deberían tener la expectativa de que sus afectos maduren y sean moldeados por el trabajo que hacen hasta que comiencen a encontrar gozo incluso en trabajos que antes no les satisfacían.

En tercer lugar, Dios moldea a Su pueblo para sus llamados (Jer 1:5). La mayoría de las ocupaciones de esta vida implican algún conjunto de habilidades que se deben realizar correctamente. Algunas vocaciones solo requieren habilidades rudimentarias, mientras que otras requieren años, incluso décadas, de entrenamiento. Los dones personales difieren del conjunto de habilidades en que, por lo general, los dones no se pueden adquirir a través de un entrenamiento en el futuro. Los dones naturales y espirituales también pueden guiar el proceso de discernimiento. Algunos cristianos son maestros natos, mientras que otros tienen el don de animar o cuidar de los demás. Todos los cristianos deben esforzarse por exhibir todos los dones a medida que surjan situaciones, pero la Escritura indica que algunos cristianos por gracia están más inclinados a un don que a otro (Rom 12:6-8). Al igual que con todos los dones de Dios, estamos llamados a ser buenos mayordomos, invirtiendo nuestros dones en los llamamientos en que mejor puedan ser ejercitados.

Una palabra de advertencia de los profetas: el Señor ama mostrar Su poder en nuestra debilidad. Moisés padecía de algún tipo de impedimento en el habla, pero fue elegido para ser el portavoz de Dios (Ex 4:10). Los labios inmundos de Isaías recibieron un mensaje de santidad y juicio contra el pueblo (Is 6:5). Jeremías pudo haber pensado que era demasiado joven para ser profeta (Jer 1:6). Pablo se consideraba a sí mismo el primero de los pecadores por su persecución a la Iglesia (1 Tim 1:15). A veces, un cristiano es llamado a una tarea que parece tan irracional que Dios tiene que estar en ella para que logre éxito alguno.

Cuarto, el llamamiento cristiano es un servicio a Dios y a los demás. Si una persona persigue un llamado con fines egoístas u opresivos, tal llamado no glorifica a Dios. William Perkins escribe: «El verdadero fin de nuestra vida es servir a Dios sirviendo al hombre». Nuestro amor al prójimo debe fluir naturalmente de nuestro amor por Dios (Lv 19:18Mt 22:38-39), y nuestra unión con Cristo debe orientar nuestra ética personal para que estemos inclinados a ayudarles aunque resulte en nuestra propia desventaja (Flp 2:1-11).

Finalmente, el llamamiento cristiano no es algo secreto o místico esperando ser revelado. Cuando Dios llama a Su pueblo, los llama a responder al mundo que los rodea aplicando la enseñanza de la Palabra de Dios con mentes racionales para discernir a qué pueden ser llamados en un momento o situación determinados. Como se mencionó anteriormente, el llamamiento humano puede desarrollarse y madurar a lo largo de la vida. Una persona puede graduarse de la universidad con la idea particular de un llamado que cambiará varias veces a lo largo de su vida. Este cambio no significa que haya sido desobediente o de alguna manera ignorante al llamado de Dios en su vida.

Un llamado no puede salvar a una persona de su pecado ni hacer que esté bien con Dios, pero el llamado es la preocupación natural de aquellos que han sido salvos. De muchas maneras, el tema de la vocación cristiana aborda para qué es salva una persona en particular. El teólogo holandés Herman Bavinck escribe: «El verdadero cumplimiento de nuestra vocación terrenal es exactamente lo que nos prepara para la salvación eterna, y enfocar nuestra mente en las cosas de arriba nos equipa para la satisfacción genuina de nuestros deseos terrenales». Al perseguir el llamado de Dios en esta vida, nos preparamos para la eternidad. Al mantener la eternidad siempre ante nosotros, encontramos satisfacción significativa cada día.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Scott Redd
Scott Redd

El Dr. Scott Redd es presidente y profesor asociado de Antiguo Testamento en el Reformed Theological Seminary en Washington, D.C. Es el autor de The Wholeness Imperative [El imperativo de la totalidad].

Cómo definir el llamado de Dios

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Serie: Cómo buscar la voluntad de Dios.

Cómo definir el llamado de Dios

Por Joe Holland

Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo buscar la voluntad de Dios.

La Escritura describe el llamado de Dios a nuestras vidas en una multitud de formas que van desde lo panorámico hasta lo preciso. Entonces, ¿por dónde comenzamos si queremos elaborar una comprensión bíblica de las diferentes formas en que la Biblia habla sobre el llamado de Dios? A menudo comenzamos en el lugar equivocado, pensando en nuestro contexto específico, nuestras vidas o nuestra situación. No obstante, debemos comenzar con Dios y Su llamado. Estamos hablando del todopoderoso Dios del universo, cuyo decreto soberano se ejecuta en la creación y en Su cuidado providencial continuo de todas Sus criaturas y de todas las acciones de éstas. Él, en Su soberanía, nos redimió. Este Dios, nuestro Dios, ha puesto llamados en nuestra vida que enmarcan quiénes somos y lo que Él espera de nosotros y nos manda y llama a hacer en este mundo que Él ha creado, este mundo en el que somos Sus siervos. Podemos resumir las formas en que la Biblia usa estos temas —el gobierno todopoderoso de Dios, Su dominio sobre nuestras vidas, Su intención para nosotros y el mundo, y el evangelio de Jesús— de acuerdo con dos categorías de llamamientos: creación y redención. Cada una de estas palabras, creación redención, nos da una ventana a través de la cual podemos ver los diferentes llamados de Dios.

Primero, al mirar la creación, podemos considerar el llamado de la vocación. Dios nos llama como seres humanos creados a Su imagen a trabajar diligentemente en el mundo que Él creó. Dios no creó a Adán ni a ninguno de sus hijos para que fueran perezosos. No iban a vivir permanentemente en el sótano de Dios, sin hacer otra cosa que desbloquear nuevos niveles del último videojuego. Dios tampoco dejó en manos de Adán qué haría o cómo se involucraría con la creación. Dios llamó a Adán —le ordenó a Adán— a ejercer dominio sobre la creación incluso mientras cultivaba y cuidaba el huerto del Edén (Gn 1:282:15). Después de la caída, este trabajo se volvió mucho más difícil, lleno de espinas, pero el llamado no cambió. Con el sudor de su rostro, Adán continuaría ejerciendo dominio sobre la creación trabajando y conservando el mundo en el que Dios lo había puesto (3:17-19). Y esta obra se haría para la gloria de Dios. En este llamado, todos los seres humanos, los hijos e hijas de Adán, encuentran el llamado de Dios a tener una vocación. Y por vocación no me refiero necesariamente a una profesión remunerada. El contador, el excavador de zanjas, el soldado, el ama de casa, el jubilado y el estudiante de la escuela primaria están todos siguiendo el llamado de Dios en sus vidas haciendo un trabajo que honra a Dios.

A continuación, teniendo en cuenta nuestro enfoque en los llamados arraigados en la creación, consideramos el llamado al matrimonio. Dios no tenía la intención de que los humanos siguieran su llamado al trabajo diligente estando solos. Dios miró a Adán como un individuo y definitivamente declaró que su situación no era buena (Gn 2:18). Así que creó a Eva, una ayuda idónea para Adán, y los llamó a ambos al pacto matrimonial, un pacto en el que un hombre y una mujer se comprometen el uno con el otro de por vida. Eva fue la ayudante de Adán tanto en la tarea de multiplicar como en la de ejercer dominio. De la misma manera, a menos que un cristiano tenga un llamado específico al celibato (1 Co 7:8-9), él o ella están llamados a encontrar un cónyuge y, si Dios los bendice, a tener hijos. Este llamado crea múltiples llamados derivados y específicos de género —esposo, esposa, padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana— cada uno con papeles y responsabilidades que deben llevarse a cabo solamente para el honor y la gloria de Dios.

En tercer lugar, en la creación, Dios escribió Su ley en el corazón de cada persona (Rom 2:15), dándoles un llamado a la santidad (Lv 20:26). Esta ley encuentra una codificación más específica en los Diez Mandamientos y, en última instancia, se manifiesta plenamente en la persona de Jesucristo. Esta ley exige la perfección que ningún pecador puede alcanzar. Pero nuestra incapacidad para obedecer la ley, a causa de la caída, no anula el llamado de la ley a que seamos perfectos como Dios es perfecto, a que hagamos esto y vivamos (Gal 3:10). Por lo tanto, aunque estropeado por el pecado, todo ser humano conoce el llamado de Dios a la santidad y a la perfección moral, y se siente culpable por su pecado.

Cuarto, a medida que las familias se multiplicaron convirtiéndose en naciones y después que Dios dispersara las naciones en respuesta a la torre de Babel, el gobierno y el comercio se desarrollaron dentro de las culturas para producir estructuras de responsabilidad y autoridad. Todo esto, especialmente la elección de quién tiene la autoridad en cualquier cultura o grupo, está ordenado por la voluntad expresa de Dios (Rom 13:1-4). Debido a que Dios establece las autoridades de la sociedad, todas construidas en torno a las familias, llama a todos a obedecer a las autoridades que pone a cargo. El llamado a obedecer a la autoridad es generalizado, desde la jefatura del marido en el hogar hasta el gobierno del presidente sobre un país, desde el empleado en un negocio hasta el niño en el hogar. La única vez que la desobediencia a la autoridad está justificada y garantizada es cuando una autoridad le pide a alguien que peque. El llamado de Dios a obedecer a la autoridad también incluye a aquellas autoridades responsables de aplicar la justicia de Dios en el mundo mientras ejercen el poder. De esta manera, el llamado de Dios a obedecer a la autoridad proporciona estructura y responsabilidad más allá de la familia individual, protegiéndonos del caos y la injusticia de la anarquía.

Un simple estudio de palabras sobre el tema del llamado en la Biblia revelaría más llamados de Dios a todas las personas, pero lo que hemos considerado hasta ahora resume cómo los llamados básicos de Dios son ubicuos y se aplican a cualquier persona en cualquier momento. Y la experiencia de la humanidad es que cada una de estas áreas de llamamiento, lejos de mostrar la capacidad de la humanidad para cumplirlas, ha demostrado cómo estos llamados han sido ocasiones para el pecado y la depravación. Pero Dios, antes de que Adán y Eva dejaran el jardín, ya había comenzado a hablar de la obra redentora que haría un día a través del Mesías que aplastaría a la serpiente (Gn 3:15). Este Mesías, por medio de Su vida, muerte y resurrección, pagaría por los pecados de Su pueblo, proporcionaría la justicia que ellos no podrían lograr y cumpliría todos los llamados de Dios a Su pueblo. Este Mesías es Jesucristo, y en Él encontramos tanto nuevos llamados de Dios como otros renovados.

Al considerar los llamados desde la perspectiva de la redención, sabemos que Dios ha sido paciente con el pecado de la humanidad a lo largo de los siglos, pero ahora llama a todos en todas partes a arrepentirse y creer en Cristo (Hch 17:30). Este es el llamado externo del evangelio que los cristianos llevan al mundo. Los pastores que predican desde los púlpitos y los cristianos que evangelizan a sus vecinos extienden a todos la oferta gratuita del evangelio: arrepiéntanse y crean en Jesucristo, y serán salvos. Este es ahora el gran llamado redentor que se presenta ante todo hombre, mujer y niño. Este llamado impulsa a la Iglesia del Nuevo Testamento, alimenta las misiones mundiales y se aplica a cada cristiano.

Mientras una persona nacida de nuevo continúa este llamado externo, también hay un llamado interno que la acompaña. La salvación es del Señor; es Su obra monergista. Él conoce a los Suyos y los llama por su nombre (Jn 10:27). Cuando un pecador es redimido, el Espíritu Santo lo regenera para que pueda recibir y descansar en Cristo Jesús como es ofrecido en el evangelio. De esta manera, el llamado interno del evangelio es siempre efectivo porque siempre es realizado únicamente por Dios. El llamado externo e interno de Dios marca la era del Nuevo Testamento. Estos dos llamados trazan y explican la explosión de la Iglesia desde ser un grupo heterogéneo de galileos hasta ser un cuerpo mundial de pecadores redimidos de cada tribu, lengua y nación.

Ese llamado eficaz de Dios a través de Jesús que nos convierte, también comienza la obra de conformarnos a Su imagen (Rom 8:29). Esto no significa que todos nos estamos volviendo más como carpinteros nazarenos convertidos en predicadores itinerantes. Significa que la obra de santificación de Dios en nosotros opera dentro de los rieles de los llamados de la creación que ya están operando en nuestras vidas. Bajo el poder del Espíritu Santo, ahora luchamos contra el pecado y buscamos la santidad. Recibimos nuestro llamado a la vocación y trabajamos como para el Señor con todas nuestras fuerzas. El esposo acepta su llamado al matrimonio y ama a su esposa como Cristo amó a la Iglesia. La esposa acepta su llamado al matrimonio y se somete a su esposo como la Iglesia se somete a Cristo. El niño piadoso obedece a sus padres como si fuera al Señor. El cristiano acepta su llamado a la santidad, buscándola en respuesta agradecida a la gracia de Dios. El cristiano en autoridad no ejerce su autoridad sobre otros de manera déspota. El cristiano bajo autoridad se somete con alegría a la autoridad y la obedece, sabiendo que Dios está detrás de todo. De esta manera, los principales llamados de Dios en nuestras vidas —el llamado a la vocación, el llamado al matrimonio, el llamado a la moralidad, el llamado a someterse a la autoridad, el llamado externo del evangelio y el llamado interno eficaz del evangelio— funcionan juntos desde la creación y mediante la redención para lograr el propósito de Dios en el mundo, Su propia gloria a través de la adoración de Jesucristo en la Iglesia.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Joe Holland
Joe Holland

El Rev. Joe Holland es un editor asociado de Ligonier Ministries y un anciano docente en la Presbyterian Church in America.

Cómo definir la voluntad de Dios

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El Blog de Ligonier

Serie: Cómo buscar la voluntad de Dios.

Cómo definir la voluntad de Dios

Por John W. Tweeddale

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo buscar la voluntad de Dios

A lo largo de los registros de la historia, muchas personas se han esforzado por definir la voluntad de Dios. Cuando hablamos de la voluntad de Dios hoy en día, tendemos a hablar de cosas relacionadas con nosotros mismos, generalmente cosas buenas como nuestros cónyuges, nuestros hijos, nuestros trabajos, nuestras finanzas y nuestros pasatiempos. Sin embargo, históricamente, cuando los teólogos han discutido la voluntad de Dios, lo han hecho para decir cosas principalmente sobre Dios, por lo general en referencia a cosas profundas como la naturaleza de Dios, el decreto de Dios, la libertad de Dios, la soberanía de Dios y la sabiduría de Dios. No para ignorar las grandes decisiones de la vida, sino para ubicarlas en la vasta extensión de los propósitos eternos de Dios.

Definir la voluntad de Dios es importante para nosotros como cristianos porque revela quién es Él como el Dios eterno, todopoderoso y omnisciente. Geerhardus Vos describe la voluntad de Dios como «esa perfección de Dios por la cual, en un acto muy simple y de una manera racional, sale hacia Sí mismo como el bien supremo y hacia las criaturas fuera de Él por Su propio beneficio». Dicho de manera negativa, la voluntad de Dios no puede separarse de Dios mismo. Dado que Dios es uno en esencia, Su voluntad es indivisa. Como Richard Muller declara de manera concisa, «Dios es lo que Él quiere». Visto desde nuestra perspectiva, la voluntad de Dios refleja Su carácter, revela Su diseño para Su creación y manifiesta Su sabiduría y poder al ordenar todo lo que sucede para nuestro beneficio y Su gloria.

Un texto bíblico clave para definir la voluntad de Dios es Deuteronomio 29:29. Afirma: «Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios, mas las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que guardemos todas las palabras de esta ley». Este versículo resume «las palabras del pacto» que Dios le dio a Israel al final de la vida y el ministerio de Moisés (Dt 29:1). También proporciona un marco bíblico-teológico para comprender la voluntad divina.

El contexto de Deuteronomio es instructivo. Mientras el Señor prepara a Josué para llevar a Israel a la tierra de Canaán después de la muerte de Moisés, le recuerda a Su pueblo la necesidad de Su Palabra para conocer Su voluntad. Este demostraría ser un mensaje que Israel necesitaba escuchar. La anticipación de la tierra prometida presionaría los límites de la fe de Israel mientras navegaba por los obstáculos que a menudo se encuentran en la brecha entre la promesa y el cumplimiento. Frente a las incertidumbres que acompañan a la vida en un mundo caído, Israel necesitaba que se le recordara que obedecer la Palabra de Dios era el centro del conocimiento de la voluntad de Dios para sus vidas.

En el corazón de este pasaje en Deuteronomio 29 hay una distinción entre «las cosas secretas» que pertenecen a Dios y «las cosas reveladas» que nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos. Con base en esta distinción, los teólogos a menudo se refieren a la voluntad secreta de Dios y a Su voluntad revelada. Si bien este punto puede parecer obvio, es crucial para definir la voluntad de Dios. Hay innumerables cosas que no sabemos como humanos, ya que somos finitos. Pero no se puede decir lo mismo de Dios, ya que Él es infinito y omnisciente. El conocimiento de Dios es exactamente como Él: absolutamente perfecto. A diferencia de nosotros, Dios no necesita resolver los problemas por deducción. No necesita consejeros para determinar qué hacer en una crisis o para ayudarlo a afrontar los acertijos morales. Dado que Dios es infinito e incomprensible, tiene perfecto conocimiento de Sí mismo y de todas las cosas. Pero este conocimiento «secreto» pertenece solo a Dios. Podríamos llamar a esto la inescrutabilidad de Dios. Hay cosas que sólo Dios conoce y que están más allá de nuestro conocimiento (ver Rom 11:33-36).

En cambio, nuestro conocimiento es como nosotros: finito e incompleto. Ya que somos creados, dependemos de Dios para conocer Su voluntad. De manera más precisa, a medida que Dios se revela en Su Palabra, podemos en verdad conocer Su voluntad, aunque no de manera exhaustiva. El punto es que Dios es el mejor intérprete de Su voluntad. Por eso son tan importantes «las cosas reveladas». La Escritura representa la autorrevelación de la voluntad de Dios en forma escrita. Si bien no podemos descifrar las «cosas secretas» de Dios, podemos estar seguros de conocer la voluntad de Dios en la medida en que Él se ha revelado en Su Palabra. Para Israel y para nosotros, definir la voluntad de Dios implica conocer y aplicar la Palabra escrita de Dios.

Cuando leemos la voluntad revelada de Dios en la Escritura, descubrimos que la Biblia hace varias distinciones entre la voluntad decretiva de Dios, la voluntad preceptiva de Dios y la voluntad de Dios de Su beneplácito. La voluntad decretiva de Dios se refiere a Su perfecto y sabio consejo al ordenar o decretar libremente todo lo que sucede. Como dice el apóstol Pablo en Efesios 1:11: «También [en Cristo] hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad». La voluntad decretiva de Dios subraya Su soberanía total sobre todas las cosas, incluida la creación y la redención, la historia y la providencia. Como tal, nunca puede ser frustrada, ni siquiera por nuestro pecado y desobediencia. Esto no es para sugerir que Dios se deleita en el pecado o que es autor del pecado, sino para decir que lo permite para cumplir Su voluntad soberana.

La voluntad preceptiva de Dios representa el estándar moral que Dios requiere que todas las personas cumplan. Nos dice lo que Dios demanda de nosotros como portadores de Su imagen; transmite lo que debemos hacer, sin importar si lo obedecemos o no. La voluntad preceptiva de Dios, resumida para nosotros en los Diez Mandamientos, también se conoce como la ley moral. Como dice el Catecismo Mayor de Westminster:

La ley moral es la declaración de la voluntad de Dios a la humanidad, dirigiendo y obligando a cada uno a una conformidad y obediencia personal, perfecta y perpetua a ella, en el marco y disposición de todo el hombre, cuerpo y alma, y en el cumplimiento de todos los deberes de santidad y justicia que se debe a Dios y al hombre: prometiendo vida a los que la cumplen, y amenazando de muerte a los que la violan (CMW 93).

En resumen, la lógica de la voluntad preceptiva de Dios se resume en la máxima «Sed santos, porque Yo soy santo» (1 Pe 1:16).

Una distinción menos conocida pero relacionada es la voluntad de Dios de Su beneplácito. Esta voluntad disposicional tiene dos partes. Por un lado, se refiere al placer de Dios al ordenar Su decreto soberano. Por ejemplo, Efesios 1:5 habla de que Dios predestinó amorosamente a Su pueblo en Cristo «conforme al beneplácito de su voluntad». Y Efesios 1:9 revela cómo Dios dio a conocer el misterio de Su voluntad en Cristo «según el beneplácito que se propuso». Por otro lado, se refiere al deleite de Dios cuando hacemos lo que Él quiere (ver Rom 12:2Ef 5:10Col 3:20). En este sentido, Dios se agrada cuando obedecemos y se disgusta cuando desobedecemos.

Si bien estas distinciones nos ayudan a matizar la enseñanza bíblica sobre la voluntad de Dios, no debemos concluir que hay voluntades en competencia o contradictorias en Dios. La voluntad divina refleja el plan único y unificado del único Dios verdadero. Una ilustración clásica de este principio se encuentra en el sermón del apóstol Pedro en Pentecostés. En Hechos 2:22-23, afirma:

Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús el Nazareno, varón confirmado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo en medio vuestro a través de Él, tal como vosotros mismos sabéis, a este, entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios, clavasteis en una cruz por manos de impíos y le matasteis.

Desde una perspectiva, la ejecución de Jesús violó la voluntad preceptiva de Dios, ya que matar a un hombre inocente es asesinato. Sin embargo, desde el punto de vista de la voluntad decretiva de Dios, se nos dice que la crucifixión fue según el plan soberano de Dios. Además, el profeta Isaías destaca el beneplácito de Dios cuando declara de Cristo que «quiso el Señor quebrantarle… y la voluntad del Señor en su mano prosperará» (Is 53:10). La cruz de Cristo nos ayuda a comprender cómo nada puede frustrar la voluntad de Dios de asegurar la salvación de Su pueblo para la gloria de Su nombre.

Al confrontar decisiones grandes y pequeñas, no debemos concluir que nuestra respuesta es simplemente «dejar todo en las manos de Dios». Confiar en la voluntad de Dios implica descansar activamente en Su sabiduría divina y someterse a Su Palabra. Si bien las cosas secretas de Dios siguen siendo un misterio, sabemos con certeza que la voluntad de Dios implica cultivar la santidad y la acción de gracias en todo (1 Tes 4:35:18). Podemos sentir la tentación de preocuparnos por el mañana, pero un estudio de la voluntad de Dios nos llama hoy a una vida de obediencia.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
John W. Tweeddale
John W. Tweeddale

El Dr. Tweeddale es decano académico y profesor de teología en Reformation Bible College en Sanford, Florida, y anciano docente en la Iglesia Presbiteriana en los Estados Unidos.

La lucha por encontrar la voluntad de Dios

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Serie: Cómo buscar la voluntad de Dios.

La lucha por encontrar la voluntad de Dios

Por Thomas Brewer

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo buscar la voluntad de Dios.

«¿Qué quiere Dios que haga?». ¿Alguna vez te has hecho esa pregunta? Yo me la he hecho. Me he preguntado: ¿Quiere Dios que viva aquí? ¿Quiere Dios que me case con esta persona? ¿Quiere Dios que tome este trabajo? ¿Qué quiere Dios que haga? Responder estas preguntas puede ser agonizante, porque son muy significativas. Queremos la mayor certeza posible para responder a preguntas importantes. ¿Por qué? Porque cuando nos falta seguridad, a menudo sentimos miedo. Al no saber lo que debemos hacer sentimos como que vamos a fallar. Nos pone ansiosos. De hecho, aunque no lo admitamos, a veces tememos pasar por alto la voluntad de Dios.

La lucha por encontrar la voluntad de Dios es una lucha contra la certeza. Naturalmente buscamos la mayor certeza posible con respecto a las decisiones. La certeza nos ayuda a sentirnos más en control y cuando nos sentimos en control, nos sentimos seguros.

Métodos incorrectos

Al buscar lo que Dios no ha revelado —Su voluntad secreta— a menudo utilizamos varios métodos. A veces tomamos mandatos bíblicos, que son buenos y los torcemos para usarlos para nuestros propósitos. Por ejemplo, obtener consejos para tomar decisiones, es bueno (Pr 11:1415:22). Los pastores, familiares y amigos a menudo destacan y afirman el amor y la dirección de Dios por nosotros en situaciones particulares. Ellos pueden ayudar y nos ayudan a tomar decisiones. Pero a veces en vez de sencillamente buscar la sabiduría de un consejero, lo usamos como una forma de «encontrar» la voluntad secreta de Dios. Tomamos la opinión de nuestro pastor sobre un tema como si él fuera Dios mismo diciéndonos Su voluntad o confiamos en que nuestro amigo ha escuchado «una palabra del Señor». La oración también es algo encomiable hacer y estamos llamados a pedir sabiduría (1 Tes 5:17Stg 1:5). Podemos y debemos orar por dirección. Pero a veces los cristianos se van más allá. Le piden a Dios que les dé una señal divina como enviarle una llamada en un momento exacto o que en una valla aparezca un mensaje en particular para ellos en su viaje diario al trabajo. 

Este tipo de prácticas son a menudo realizadas con un deseo sincero de conocer y hacer la voluntad de Dios y son muchos los que han tomado decisiones buenas y correctas usando esas prácticas extrañas. Por ejemplo, podríamos tomar decisiones acertadas si confirmamos la voluntad secreta de Dios al ver una valla con un mensaje inusual. Sin embargo, buscar la confirmación de Dios, de Su voluntad secreta, en estas formas peculiares no es bíblico. La Escritura no dice que podemos encontrar la voluntad secreta de Dios a través de consejeros, sensación de paz, coincidencias inusuales u otras cosas. Su voluntad secreta, es por naturaleza, oculta.

¿Esto hace que Dios esté distante de nosotros? No, porque la incertidumbre no significa que Dios está distante. Considera qué tanta incertidumbre y miedo tenían los israelitas cuando llegaron al mar Rojo y se les acercaban los ejércitos de Faraón (Ex 14:10-14). El pueblo de Israel no estaba seguro, pero Dios estaba con ellos. Él los protegió de los egipcios e hizo a Su pueblo cruzar de manera segura el mar Rojo. Nosotros también podemos sentirnos inseguros sobre una decisión o situación en particular, pero aun así podemos descansar en el conocimiento de que Dios está con nosotros. Podemos confiar en Él aun cuando no ha revelado exactamente lo que debemos hacer. Él dirige nuestros pasos aun cuando ya hemos tomado nuestras decisiones.

La necesidad de la fe

He conocido muchos hombres y mujeres mayores en la fe que miran atrás en sus vidas y entienden de una forma profunda, pero casi indescriptible, cómo Dios ha estado con ellos en su caminar. Frecuentemente, estos santos mayores se sorprenden de cómo Dios los ha traído hasta donde están. A menudo me dicen que ellos han tenido muy poco que ver con esto, aunque si les pregunto, me dirían que han estado tomando decisiones todo el tiempo. A veces me pregunto si sería así que Abraham se sentía cuando miraba atrás en su vida. Lo que encuentro tan reconfortante sobre estas historias es el recordar que Dios está con nosotros donde quiera que vamos y que está dirigiendo, aunque misteriosamente, nuestros pasos (Pr 16:9).

Pensando en estas historias recuerdo cómo Dios trabaja en nuestras vidas. Él nos llama a que confiemos en Él. Abraham fue llamado a tener fe y también nosotros. La fe es confianza en Dios, verdaderamente en Dios. Eso es lo que los fariseos no tenían. Después de todo, no fue un fariseo, sino un pescador común quien caminó sobre el agua con Jesús. Por la fe Pedro se paró en el mar de Galilea como si fuera en tierra firme. Su seguridad, aunque imperfecta, estaba en Dios. Cuando dudó, se volvió al Señor y gritó: «¡Sálvame!» (Mt 14:30). Jesús extendió Su mano, lo sostuvo y le preguntó: «¿Por qué dudaste?».

Eliminar nuestra lucha con la incertidumbre es eliminar la necesidad de la fe. Nosotros no sabemos todo lo que Dios sabe. Sin embargo, estamos llamados a confiar en Dios cuando damos pasos inciertos, como Pedro. Cuando confiemos, Dios estará con nosotros. A veces vamos a tomar decisiones que lucirán ser muy exitosas. En otros momentos, vamos a tomar decisiones que lucirán ser un error. Podemos dudar. Sin embargo, Dios tiene una forma peculiar de cambiar nuestras debilidades en fortalezas y hacer que la maldad resulte en bien (Gn 50:202 Co 12:9). Y cuando clamemos como Pedro: «Sálvame», Él estará listo y dispuesto a salvar.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Thomas Brewer
Thomas Brewer

Thomas Brewer es editor en jefe de Tabletalk Magazine y un anciano docente en la Iglesia Presbiteriana en América.

Cómo conocer la voluntad de Dios

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Serie: Cómo buscar la voluntad de Dios.

Cómo conocer la voluntad de Dios

Por Burk Parsons

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo buscar la voluntad de Dios.

Cuando las personas tratan de encontrar la voluntad de Dios, normalmente se preocupan por tomar las decisiones correctas según el plan general de Dios para sus vidas. Esto es cierto, ya sea que estemos tomando decisiones para nosotros mismos o ayudando a nuestros seres queridos a tomar decisiones cruciales en sus vidas. Estas decisiones pueden ser asuntos como cuál carrera universitaria elegir, con quién casarse, cuándo tener hijos y cuántos tener, cómo educar a nuestros hijos, a cuál iglesia asistir, dónde vivir y cuál tratamiento médico seguir.

Reconocer lo que podemos y no podemos saber de la voluntad de Dios nos libera para poder tomar decisiones de acuerdo a la Palabra de Dios.

Estos asuntos son importantes y no debemos minimizar su valor. Sin embargo, tomarlos en serio no significa intentar descifrar la mente de Dios para entonces estar seguros de haber tomado la decisión correcta. La realidad es que no podemos comprender la mente de Dios ni tampoco podemos conocer la voluntad secreta o decretiva de Dios (voluntad de decreto), la cual es Su plan eterno establecido soberanamente para toda la creación. Por otro lado, sí podemos conocer la voluntad revelada o preceptiva de Dios (voluntad de precepto), la cual envuelve lo que Dios nos ha revelado soberanamente en la Escritura sobre Sí mismo, Sus caminos y Su ley para nosotros. La voluntad preceptiva de Dios nos dice lo que es agradable ante Él según Su carácter santo.

Reconocer lo que podemos y no podemos saber de la voluntad de Dios nos libera para poder tomar decisiones de acuerdo a la Palabra de Dios. Cuando buscamos la Palabra de Dios para ayudarnos a tomar decisiones, aprendemos a pedirle al Señor por sabiduría y por la guía del Espíritu Santo, aprendemos a caminar por el Espíritu en humildad y santidad, a buscar sabiduría en consejeros y ancianos sabios y confiables, a escuchar y a honrar a nuestros padres y madres, a considerar nuestros dones, prioridades y recursos, a no atravesar una puerta simplemente porque está abierta y, a veces, a derribar una puerta cuando parece estar cerrada, a simplemente hacer algo, y en otros momentos, a esperar en el Señor hasta que nuestro camino se aclare. Porque, como dice Pablo: «No os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto» (Rom 12:2).

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Burk Parsons
Burk Parsons

El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.