Sufre en esperanza

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Sufre en esperanza
Por C.N. Willborn

Nota del editor: Este es el capítulo 13 de la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Amenudo les digo a los hijos de nuestra iglesia ―desde los más pequeños hasta los estudiantes universitarios― que ellos piensan que van a vivir para siempre, pero siempre añado: «¡No es así!». De hecho, les digo, van a morir, e incluso puede que sufran físicamente antes de morir. Es un hecho que sufrirán emocionalmente. Todos sufrimos de alguna manera en algún momento de nuestras vidas. Es posible que suframos dificultades físicas, carencia de bienes físicos o angustia emocional, y a veces eso es a causa de nuestra fe. Nuestro Señor dijo: «En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16:33). La tribulación incluye sufrimiento.

Vi a mi madre piadosa sufrir de muchas maneras, a menudo en el plano emocional, mientras criaba a tres hijos que no siempre anduvieron en los caminos del Señor. La vi sufrir la muerte de mi maravilloso padre, que fue su esposo durante cincuenta y ocho años. Finalmente, la vi sufrir la pérdida de su salud y movilidad, y, a la postre, sufrir los dolores del cáncer. A pesar de todo, el lema que ella me repetía era sencillo: «Hijo, yo confío en el Señor». Esa no era una frase santurrona. Era la voz de la fe. Era real y la ayudó a vivir una vida ejemplar, con una determinación paciente, una disposición dulce y un anhelo por su Salvador, en medio de todo su sufrimiento, que nos impactaba a todos. Ella vivía con la esperanza del cielo y de Cristo, y era real. Todos sus hijos, nietos y bisnietos recordaremos durante toda la vida la disposición confiada de Nana en todos los momentos difíciles. Ella vivió con la esperanza bienaventurada de su Señor y Salvador Jesucristo (Tit 2:13).

Hace dos años, los médicos nos dijeron que nuestro hijo de diecinueve años tenía «un bulto en el cerebro». El «bulto» resultó ser un absceso del tamaño de un huevo de pavo. En seguida, le realizaron tres cirugías en una sola semana. Un mes después, se le realizó una cuarta cirugía debido a un problema con los medicamentos. La noche del diagnóstico inicial, tuve esa «charla» con nuestro hijo. Le pregunté si entendía lo serio que era esto. «Sí», me dijo. «Sé que debes estar asustado, porque yo sí que lo estoy», le respondí. Él me dijo: «Papá, hemos confiado en el Señor en todo lo demás. Podemos confiar en Él ahora». Yo lloré y dije: «Amén». Luego me dijo: «Estaré bien pase lo que pase, papá». No te diré que mi fe y la de la familia fue lo suficientemente fuerte como para mover montañas esa noche o en los meses siguientes. Estaba débil. Muchas veces oré: «Señor, aumenta mi fe», y Él lo hizo. A veces un poquito, a veces un poco más. Esperamos en el Señor y Él fue todo lo que necesitábamos. Oh, por cierto, el Señor mantuvo a nuestro hijo con nosotros; acaba de graduarse de la universidad y ahora va a entrar a la escuela de posgrados. Sin embargo, aunque no hubiera librado a nuestro hijo… alabado sea el Señor por la esperanza que tenemos en un Dios soberano.

Para mis lectores jóvenes: mi madre tenía ochenta y cinco años. Era de esperar que sufriera y muriera. Sin embargo, mi hijo tenía diecinueve años, y en verdad sufrió (y todavía tiene que tomar medicamentos con efectos secundarios). Fácilmente podría haber muerto. Pero el punto es este: siempre puedes enfrentar el sufrimiento ―a esos matones de la escuela, esas críticas de moda de tus «amigos», esas disputas relacionales con tus mejores amigos, el cáncer, los abscesos cerebrales― con tu mejor Amigo a tu lado. Eso siempre y cuando tu mejor amigo sea Cristo Jesús. «Pero hay amigo más unido que un hermano» (Pr 18:24), y Jesús afirma ser ese amigo: «Os he llamado amigos» (Jn 15:15). Él es nuestra esperanza.

Mi madre tenía esa esperanza porque conocía al Salvador, Jesucristo. Su fe estaba basada solo en Él. Mi hijo tuvo esa esperanza en medio de sus sufrimientos porque conoce al Salvador, Jesucristo. Ambos conocían la Biblia y la promesa de la esperanza que tenemos en el Señor Jesucristo. Los dos asistían fielmente a los cultos de adoración y se empapaban de los medios de gracia: la palabra, la oración y los sacramentos. Amaban y disfrutaban la comunión de los santos que se encuentra en Su Iglesia. La esperanza ―no un «yo pienso», sino la esperanza genuina― no surge de la nada. Se cultiva y se vive solamente por la fe en Cristo. Prepárense bien, amigos jóvenes, para los sufrimientos que les esperan, de modo que puedan glorificar a Dios con sus vidas esperanzadas, incluso en los tiempos difíciles.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
C.N. Willborn
El Dr. C.N. Willborn es pastor principal de Covenant Presbyterian Church en Oak Ridge, Tenn., Y profesor adjunto de teología histórica en Greenville Presbyterian Theological Seminary en Greenville, S.C.

Muéstranos cómo terminar bien

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Muéstranos cómo terminar bien
Por Wiley Lowry

Nota del editor: Este es el duodécimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Terminar bien comienza ahora. Puede que admitir la vejez sea una lucha muy antigua, pero los cristianos jóvenes necesitan los ejemplos de los santos mayores que han aceptado su edad y están cultivando el fruto espiritual en sus últimos años.

El estímulo de nuestros amigos ancianos es una bendición especial. Sidney era casi sesenta años mayor que yo, pero en los últimos años de su vida fue uno de mis amigos más cercanos. Me llamaba por teléfono, y sus primeras palabras solían ser: «Habla el viejo». Sidney aceptó su edad y, como disfrutó el amor de Dios durante muchas décadas, estaba comprometido con terminar bien.

Sidney me mostró cómo terminar bien con dos palabras. En una ocasión, fui con él a ver a un amigo moribundo, y Sidney se inclinó junto a su amigo, habló con él en voz baja, oró con él, y luego le dijo : «Billy, dos palabras: te… amo…». Eso era todo, dos palabras sencillas pero notables. Y ese era Sidney: amaba a las personas de un modo sencillo pero notable. Ya fuera su esposa, que sufría de Alzheimer; sus médicos y enfermeras, que lo cuidaron durante un cáncer y un derrame cerebral, o el camarero que le traía café antes del almuerzo, Sidney quería saber de ellos, cómo estaban y cómo podía ayudarlos y orar por ellos. Vi cómo el «viejo» servía a Dios y a los demás con esas dos palabras sencillas.

La gran bendición de ver a alguien terminar bien no es solo que aprendemos cómo vivir mañana; en realidad, es que aprendemos cómo vivir hoy. Los hombres y mujeres que siguen viviendo la segunda mitad de su vida con madurez y fidelidad a Dios son una motivación para que las generaciones jóvenes vivan de esa misma forma ahora.

En el Nuevo Testamento, leemos que Timoteo disfrutó las bendiciones de contar con ejemplos fieles y piadosos. No solo tuvo a su abuela Loida y a su madre Eunice, que le ejemplificaron y enseñaron la fe, sino también a Pablo, que peleó la buena batalla, terminó la carrera y guardó la fe. Timoteo necesitaba las lecciones que aprendió de los hombres y las mujeres mayores para ser diligente y fructífero en el llamado de Dios. Piensa en algunos de los aspectos en que Pablo terminó bien:

Siguió consagrado a Dios en oración, alabanza, adoración y obediencia hasta el final.
Soportó las pruebas con gracia y valor.
Vivió con humildad, contentamiento, gratitud, gozo y esperanza.
Amó y sirvió a los demás, incluso cuando era difícil para él.
Recordó y formó a la generación venidera para el ministerio.
Se preparó para la muerte y estaba ansioso por estar con Cristo.
Pablo «terminó la carrera» y el patrón general de su vida fue un ejemplo de la gracia y perseverancia de Dios, pero, en realidad, las prioridades de la vida de Pablo son las mismas preocupaciones apremiantes a cualquier edad.

Cuando los creyentes jóvenes enfrentan horarios ocupados, presiones diarias y el costo de seguir a Jesús, quieren saber que todo estará bien. Nuestros temores pecaminosos y las mentiras del mundo insisten en que debemos buscar el éxito y el placer a toda costa, pero los creyentes maduros tienen el beneficio de la retrospectiva y la perspectiva para insistir en que el camino de Dios es el mejor. Necesitamos tener ejemplos vivos de sabiduría y vejez que testifiquen que Dios es fiel y que ser fiel a Él es, a fin de cuentas, lo único que realmente importa.

Nadie sabe lo que nos depara el mañana y siempre estamos entrando a etapas nuevas y desconocidas de la vida. Dios puede llamarnos a terminar antes de lo que habíamos planeado, pero Él es bondadoso. De hecho, el salmista nos da una oración y un camino a seguir:

Oh Dios, tú me has enseñado desde mi juventud, y hasta ahora he anunciado tus maravillas. Y aun en la vejez y las canas, no me desampares, oh Dios, hasta que anuncie tu poder a esta generación, tu poderío a todos los que han de venir (Sal 71:17-18).

Algunos pueden sentirse tentados a pensar que el llamado a terminar bien solo es relevante para las personas que tienen ochenta o noventa años, pero en realidad la preparación comienza mucho antes. El carácter y los hábitos piadosos que se desarrollan a través de los años son los patrones que emergen en la vejez e influyen a los creyentes más jóvenes de un modo inolvidable. La necesidad de ser fieles en la segunda mitad de la vida es demasiado importante como para esperar hasta que sea demasiado tarde. Por lo tanto, la petición es simple: muéstranos ahora cómo comenzar a terminar bien.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Wiley Lowry
El Rev. Wiley Lowry es ministro de cuidado pastoral en la First Presbyterian Church de Jackson, Mississippi, y profesor adjunto de Belhaven University.

Ama a tus hijos y a tu cónyuge

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Ama a tus hijos y a tu cónyuge
Por Dennis E. Johnson

Nota del editor: Este es el undécimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Por la gracia de Dios, mi esposa y yo cumplimos cincuenta años de matrimonio. Nuestros hijos adultos sobrevivieron a nuestros intentos falibles de pastorear sus corazones. Ahora, nos alegra verlos pastorear los corazones de nuestros nietos. He aprendido que el matrimonio a veces es difícil, pero a menudo es dulce. La crianza de los hijos es aterradora, pero puede estar llena de gozo. Nuestro Padre celestial es paciente, misericordioso y fiel para siempre. Todavía estoy aprendiendo mucho más, y aquí hay algunas exhortaciones que surgen de ese aprendizaje.

Ama a Cristo más de lo que amas a tu familia. Los vecinos de Israel sacrificaban a sus hijos a Moloc. Nuestros vecinos suelen sacrificar a sus cónyuges e hijos al desarrollo profesional, la realización personal u otros «ídolos». Los cristianos podemos reaccionar de forma exagerada a este ambiente cultural tóxico convirtiendo al amor matrimonial y paternal, que son buenas dádivas de Dios, en nuestros propios ídolos. Pero Jesús dice: «El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10:37).

No puedes amar bien a tu cónyuge o a tus hijos si los amas más que a nada. Siendo ídolos, las personas más cercanas y queridas no pueden llevar la carga de tu devoción y dependencia. Solo si tu corazón se postra y tu esperanza está fija en Jesús, recibirás la gracia para amar a tus seres queridos como Dios espera que lo hagas.

Ama a tu familia más que a ti mismo. El egocentrismo es la configuración predeterminada de los corazones humanos torcidos, incluso de los que están siendo renovados por el Espíritu de Dios. Pasar de perseguir nuestras propias agendas a estar dispuestos a rendir nuestras vidas por los demás, como Jesús lo hizo por nosotros (1 Jn 3:16), requiere esfuerzo. Tal sacrificio no solo incluye circunstancias extremas inusuales (proteger a tu esposa e hijos de una agresión física), sino también las decisiones cotidianas de la vida: cómo invertimos el dinero, el tiempo y la energía (v. 17).

Sobre todo, guarden sus corazones. Proverbios 6:20-35 brinda consejos oportunos para nuestra atmósfera social, donde las sensaciones frescas de necesidades insatisfechas y atracción superan a los votos antiguos e incómodos. Esposo, deja de comparar a tu esposa cansada con la compañera de trabajo que derrocha su admiración sobre cada una de tus ideas. Esposa, ten cuidado con el oído atento del papá que conociste en las prácticas de fútbol de tu hijo, cuya empatía supera la de tu desatento esposo. Recuerden, pueden sacar amor de una reserva que va más allá de ustedes mismos: «Nosotros amamos, porque Él nos amó primero» (1 Jn 4:19).

Marca la pauta. El amor apunta a lo mejor para nuestros seres queridos. Eso requiere disciplina. «Además, habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige: HIJO MÍO, NO TENGAS EN POCO LA DISCIPLINA DEL SEÑOR… PORQUE EL SEÑOR AL QUE AMA, DISCIPLINA» (Heb 12:5-6). Pablo exhorta a los padres a criar a sus hijos «en la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6:4). Estos textos nos muestran tres verdades: (1) El amor verdadero disciplina. No decir «no» no es una señal de amor, sino de indiferencia, inercia o timidez egoísta. (2) La disciplina piadosa no fluye de un impulso por controlar, sino de un anhelo amoroso por el bienestar de tu cónyuge y tus hijos. (3) Cuando nos sometemos a la disciplina del Señor, podemos extender la disciplina amorosa del Señor a los demás.

Vive por gracia. Cuando somos transformados por la gracia de Dios, podemos amarnos los unos a los otros y a nuestros hijos, viviendo por esta gracia hora tras hora. Dios conoce lo peor de ti y aun así te acoge en amor. Su gracia te libera para humillarte ante tu esposa, tu esposo, tus hijos; para admitir tu pecado y fracaso, y para pedir perdón. Además, vivimos por gracia cuando soportamos con paciencia los errores y las ofensas de los demás, negándonos a vengarnos o alimentar el rencor.

Ama a la Iglesia. Amar a nuestros cónyuges e hijos significa mostrarles por qué amamos a la Iglesia. Lamentablemente, un síntoma de la «idolatría familiar» de algunos creyentes es la inclinación a aislar a sus familias, no solo de las influencias de nuestra cultura cada vez más pagana, sino también de la comunión del cuerpo de Cristo. Cristo le dio a Su Iglesia dones espirituales que nos ayudan a crecer juntos hacia la madurez (Ef 4:11-16). Dios incluyó Sus directrices para los padres (Dt 6:5-9; Ef 6:4) en documentos dirigidos a todo Su pueblo: «Escucha, oh Israel» (Dt 6:4) y «a los santos que están en Efeso» (Ef 1:1). Amamos más a nuestro cónyuge y a nuestros hijos cuando los ayudamos a «captar» nuestro propio amor por la Iglesia de Cristo.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Dennis E. Johnson
El Dr. Dennis E. Johnson es profesor emérito de teología práctica en el Westminster Seminary California. Es autor de varios libros, incluyendo Walking with Jesus through His Word [Caminando con Jesús a través de Su Palabra]..

Muéstrennos cómo ser una familia

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Muéstrennos cómo ser una familia
Por Adriel Sanchez

Nota del editor: Este es el décimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra.

ueridos padres y madres en Cristo: estoy agradecido por la experiencia y sabiduría que Dios les ha dado para criar familias piadosas. Como saben, muchos estamos recién empezando a formar nuestras propias familias. Necesitamos desesperadamente su estímulo en este tiempo.

Desde el punto de vista estadístico, los hogares de padres casados son cada vez menos comunes. Un estudio reciente, realizado por el Centro de investigaciones Pew, afirma que, desde 1968, se ha cuadruplicado el número de padres solteros en Estados Unidos. Aunque esta realidad ha afectado a todos los grupos étnicos y raciales, la prevalencia de los padres solteros me resulta especialmente cercana debido a mi trasfondo hispano. En la actualidad, casi uno de cada cuatro niños hispanos están siendo criados por madres solteras. Yo fui uno de esos niños, criado por una madre soltera esforzada. Muchos de nosotros no tuvimos una crianza familiar «normal». No pudimos ver a esposos que amaran a sus esposas como Jesús ama a la Iglesia ni esposas que modelaran la gracia y la sumisión santa descrita en las Escrituras (Ef 5:22–33). Ahora estamos tratando de liderar nuestros propios hogares, pero no es fácil. Es como entrar a una habitación oscura y amoblada por primera vez. Te mueves despacio, pero no puedes evitar chocar con el sofá o la mesa de centro. Nuestra gran esperanza es llegar a entender el panorama del matrimonio y la familia antes de ―siguiendo con la metáfora― volcar un jarrón costoso y producir un daño severo. La orientación de ustedes es fundamental, y me gustaría compartirles algunas formas en las que creo que pueden proporcionarla.

En primer lugar, ¿podrían ser sinceros con nosotros respecto a sus fracasos anteriores? Algunos de ustedes (a pesar de su trasfondo) han derribado jarrones. Han cometido errores en el hogar y pueden rastrear los pasos que los llevaron a ellos. Pueden tratarse de errores respecto a la manera en que amaron a su cónyuge, a la forma en que manejaron las finanzas, al tiempo que le dedicaron al trabajo o a la forma en que educaron a sus hijos. El evangelio nos da la libertad de abrirnos respecto a nuestras fallas pasadas porque han sido perdonadas. Desde luego, las fallas perdonadas siguen teniendo consecuencias, pero también pueden ser utilizadas por Dios para enseñarles lecciones importantes a otros. Hay advertencias que pueden darnos y necesitamos escuchar, y, por mucho que les cueste compartirlas, pueden ser de gran beneficio para nosotros, sus hijos en Cristo.

En segundo lugar, necesitamos su perspectiva. Al decir eso, no me refiero solo a sus consejos, sino también a su punto de vista. Me he dado cuenta de que es fácil tener una visión muy estrecha cuando hay niños pequeños en la casa. Necesitamos que nos recuerden que cambiar los pañales hoy es parte del discipulado a largo plazo, para que no desmayemos. Sospecho que esta perspectiva es la que están empezando a compartir con nosotros cuando nos dicen: «Disfruten de estos días; ¡pasan tan rápido!». No se detengan ahí. Sigan animándonos cuando «estos días» se sientan agotadores. Recuérdennos nuestra esperanza suprema, el Hijo de Dios. Cuando estemos tan metidos en nuestras propias familias que perdamos de vista Su familia, y la eternidad, dígannos la verdad en amor.

En tercer lugar, enséñennos a dirigir a nuestras familias en la adoración. Entendemos el concepto de la vida devocional personal, pero orar y leer las Escrituras juntos es algo que no hacemos muy bien. Necesitamos su estímulo para cultivar estas prácticas piadosas, y necesitamos su sabiduría respecto a lo que funciona mejor en las diferentes etapas de una familia joven. ¿Cómo es que un recién casado lava a su novia en la Palabra de Dios? ¿Cómo es que una madre nueva puede plantar las semillas de la fe en sus hijos? ¿Qué es lo que ha funcionado y ha sido de bendición para su familia, y qué habrían hecho diferente si hubieran podido?

Padres y madres, ustedes son un regalo para nuestra generación si nos presentan y nos legan el ejemplo piadoso ordenado por Pablo:

Los ancianos deben ser sobrios, dignos, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la perseverancia. Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, que enseñen lo bueno, que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada. Asimismo, exhorta a los jóvenes a que sean prudentes; muéstrate en todo como ejemplo de buenas obras, con pureza de doctrina, con dignidad, con palabra sana (Tit 2:2-7).

Que Dios los ayude a modelar estas cosas, y que nos ayude a nosotros a aprenderlas de ustedes.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Adriel Sanchez
El Rev. Adriel Sánchez es el pastor principal de la iglesia North Park Presbyterian Church en San Diego y conductor del programa de radio Core Christianity.

Hazte adulto

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Hazte adulto
Por Jerry ONeill

Nota del editor: Este es el noveno capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Hace treinta años, prediqué un sermón titulado «Dedicado, respetuoso de la ley y trabajador», basado en 2 Timoteo 2, comenzando con el versículo 3. Mi vida, en especial sus primeros años, ha estado envuelta en tres metáforas de 2 Timoteo 2:3-7: el soldado, el atleta y el labrador. Cuando escribo palabras para la Generación Z (los que nacieron entre 1995 y 2015), estos son de los primeros versículos que vienen a mi mente.

Crecí en una finca ganadera y agrícola al noreste de Kansas. Por lo tanto, aprendí el valor del esfuerzo desde mi juventud. Ya estaba manejando un tractor en los campos de heno antes de comenzar el primer grado. Poco sabía entonces que el labrador que trabaja debe ser el primero en recibir su parte de los frutos (2 Tim 2:6). Entré a la escuela, y descubrí de inmediato que me gustaban los deportes.

Practiqué todos los deportes disponibles en la escuela secundaria (en esos años, no teníamos la gama de deportes que hay hoy, especialmente en una escuela pequeña), y jugué baloncesto en la universidad Geneva College. En ese escenario, aprendí que un atleta debe jugar de acuerdo con las reglas (v. 5). Tras trabajar como entrenador durante un año en Geneva College después de graduarme, fui reclutado por el Ejército de los EE. UU. y serví todo un año como infante y oficinista, partiendo con el rango de soldado raso en la 101ª División Aerotransportada en Vietnam. Mientras estuve allí, aprendí que un buen soldado debe ser dedicado y no debe enredarse en cuestiones civiles (v. 4).

Algunas personas están cada vez más preocupadas porque la generación joven, incluso los jóvenes del pacto, están posponiendo la adultez tanto como pueden. Y quizás eso se debe, en parte, a lo que ven en la vida de los que somos mayores. En estos días, el ocio lo consume todo. La economía del ocio es lo que hace funcionar gran parte de nuestro mundo actual. Esa es una de las razones por las que las ciudades costeras son tan populares. Vivimos en una economía basada en el ocio. Mi esposa me contó hace poco que conoció a un hombre que le dijo que, para él, todos los días son como sábados. Con esa afirmación, quiso decir que sus días no tienen las preocupaciones ni las responsabilidades de la semana laboral normal.

Quizás los millennials lo aprendieron de los baby boomers. Sin embargo, por la razón que sea, hoy existe una preocupación importante porque nuestros hijos posponen la adultez lo máximo posible. Hace varios años, escuché a Don Kistler, que entonces era director de Soli Deo Gloria Publications, decir que la edad promedio de una profesión de fe hace doscientos años era de cinco años. ¿Creen que a los puritanos les preocupaba que sus hijos estuvieran retrasando las responsabilidades de la adultez? No lo creo. Piensa en todos los puritanos que se formaron en grandes universidades durante su adolescencia.

Hoy en día, en algunos contextos, hay decisiones, como la de unirse a una iglesia como miembro comulgante, que se retrasan lo más posible. De muchas maneras, nuestros hijos pueden estar captando de sus padres el mensaje de que en verdad no están listos para la adultez.

Permíteme volver al soldado, al atleta y al labrador. El soldado sabe que para tener éxito, debe dejar de lado los intereses que no se relacionan con la vida de un soldado. ¿Te acuerdas de Urías hitita? Urías ni siquiera quiso acostarse con su esposa Betsabé cuando el rey David lo alentó. No se sentía cómodo durmiendo en la misma cama que su esposa cuando los demás soldados estaban en el campo de batalla durmiendo en el suelo.

El atleta compite según las reglas. Si no lo hace, corre el riesgo de hacer perder a su equipo. Muchos cristianos, tanto jóvenes como mayores, corren el riesgo de naufragar en lo relacionado a la fe por las pasiones del momento. Parece que piensan que no importa que tomen atajos o no tengan la intención de cumplir con sus compromisos.

El labrador es un trabajador esforzado. Durante los meses de verano, trabaja de sol a sol. Durante el invierno, prepara su maquinaria para la primavera y cuida de su ganado, sin importar cuánta nieve haya en el suelo.

Jóvenes cristianos, la Iglesia los necesita. Prepárense para la batalla. Háganse adultos. Esfuércense, apártense de lo que tan fácilmente los envuelve y obedezcan a su Padre celestial. Acuérdense de Jesucristo, resucitado de entre los muertos (2 Tim 2:8). Enfoquen los ojos en Jesús y en Él por encima de todo.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Jerry ONeill
El Dr. Jerry O’Neill es presidente emérito y profesor emérito de teología pastoral en el Reformed Presbyterian Theological Seminary, ubicado en Pittsburgh.

Estén presentes con nosotros

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Estén presentes con nosotros
Por Jason Helopoulos

Nota del editor: Este es el septimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

En esta vida, hay pocas bendiciones mejores que contar con personas mayores piadosas. ¿Por qué? Porque todos necesitamos modelos de santidad. Las palabras importan, pero los ejemplos vivos suelen hablar más fuerte a los corazones jóvenes y distraídos. No es casualidad que el apóstol Pablo anime a su discípulo Timoteo diciendo: «Porque por esto trabajamos y nos esforzamos, porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo, que es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los creyentes» (1 Tim 4:10). Pablo pone su propio ejemplo frente a Timoteo. Curiosamente, luego lo instruye para que sea «ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza» (v. 12). Los ejemplos vivos de semejanza a Cristo influencian las vidas de quienes los rodean. Todos los cristianos jóvenes necesitan (no solo se benefician de) el ejemplo de los cristianos mayores piadosos.

Hace unos meses, un grupo de hombres jubilados de la iglesia a la que sirvo decidió comenzar a reunirse todos los miércoles por la mañana para orar. Esta semana, entré a nuestro edificio cuando estaban concluyendo su reunión. Mientras se iban, les comenté: «Esto me alegra el corazón. Estoy agradecido de que ustedes, los hombres, se reúnan, oren y busquen animarse los unos a los otros para servir al cuerpo de Cristo». Uno de estos cristianos mayores me miró y me dijo: «Es bueno oír eso, porque nos sentimos muy innecesarios en la sociedad». Mi respuesta sencilla fue: «Puede que se sientan así en nuestra sociedad, pero nunca deben sentirse así en nuestra iglesia. Los necesitamos. Y la iglesia los necesita».

La iglesia necesita que los santos experimentados estén presentes con los santos menos maduros en edad, piedad, o ambas cosas. Es bien sabido que los jóvenes ocupamos nuestra mente en lo inmediato. Lo urgente reclama atención. A menudo, ocurre que la vida tranquila, moderada, estable y servicial del santo mayor es la que nos despierta de nuestras preocupaciones juveniles.

¿Por qué? Porque observamos sus vidas. Sin embargo, no podemos observar lo que no vemos. La vida de Pablo influenció la de Timoteo, y ahora la vida de Timoteo debía influenciar las vidas de las personas de su congregación. Eso es lo hermoso de cuando los santos mayores modelan una vida de fe. Sin embargo, todo esto depende de que los santos mayores estén presentes con los santos jóvenes.

Cuando pienso en mi propia vida, hay ciertas personas, hombres y mujeres, que me sirven como consejeros mentales. Cuando enfrento diferentes decisiones, suelo pensar: «¿Qué haría Jane en esta situación?» o «¿Cómo abordaría John este asunto?». Sin embargo, al reflexionar en mi vida cristiana, veo que rara vez perduró lo que me dijeron los cristianos mayores. Más que todo lo demás, tengo grabadas en la mente las vidas de las personas. Recuerdo su forma de ser, su capacidad de dirigir las conversaciones hacia Cristo, su gozo, su paz, su armonía familiar, su disposición a servir sin aplausos, su fidelidad, su fe, su coherencia, su oído atento. Vivieron siguiendo a Cristo en el Espíritu para la gloria de Dios, y no sabían que yo estaba observando.

No soy viejo, pero esta realidad me impactó hace muchos años. Mi primer pastorado fue familiar y juvenil. Dedicaba la mayoría de la semana a ministrar a estudiantes de secundaria y preparatoria. Después de pasar tres años con ellos, acepté un llamado a plantar una iglesia nueva al otro lado del país y, por lo tanto, me vi obligado a dejar a esos estudiantes. Lo que me sorprendió en los años siguientes fueron los correos y las cartas que recibí de algunos alumnos con los que apenas pasé tiempo de forma individual. Simplemente eran parte de los muchos estudiantes que asistían al grupo de jóvenes o a la escuela dominical y que quizá iban al viaje de esquí de los jóvenes. Sin embargo, recordaban diferentes formas en que afecté sus vidas, por la gracia de Dios. ¿Cómo? Simplemente estando con ellos.

Nuestras vidas están en exhibición constante, y los demás están tomando notas mentales sobre lo que significa vivir para Cristo. Sin duda, esa es una de las razones por las que Pablo le dice a Timoteo: «Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza» (1 Tim 4:16). Querido «santo más experimentado», tenerte con nosotros no es solo agradable: necesitamos que estés con nosotros en la iglesia. Necesitamos tu ejemplo, tu presencia, que vivas tu vida frente a nosotros. Señálanos a Cristo y muéstranos cómo vivir mejor para Su gloria con esa sabiduría que tanto te costó adquirir.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Jason Helopoulos
El Rev. Jason Helopoulos es el pastor principal de la University Reformed Church (PCA), en East Lansing, Michigan. Es autor de The New Pastor’s Handbook [Manual del pastor nuevo] y A Neglected Grace: Family Worship in the Christian Home [Una gracia descuidada: la adoración familiar en el hogar cristiano].

Solo haz algo

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Solo haz algo
Por Gene Edward Veith

Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Luego de dictar una charla sobre la doctrina de la vocación en una universidad cristiana, un estudiante se me acercó para preguntarme si podía orientarlo. Llegó a la universidad pensando que quería ser pastor, pero luego se sintió inclinado a convertirse en profesor. «¿Cómo puedo saber lo que el Señor quiere que haga?», me preguntó.

Le di algunos consejos sobre cómo discernir sus talentos, pero luego me hizo una pregunta que reveló el problema de fondo: «¿Qué pasa si tomo la decisión equivocada?». ¿Qué pasa si decido ser maestro, pero Dios realmente quería que fuera pastor? ¿O qué pasa si decido ser pastor, pero en realidad Dios no quería que lo fuera? ¿Cómo podría enseñar o predicar si al hacerlo puedo estar fuera de la voluntad de Dios? Y, de todos modos, ¿cómo podría saberlo?

Entonces me llegó la respuesta. «No puedes tomar la decisión equivocada», le dije. Si decides ingresar al ministerio ―y, sobre todo, si terminas el seminario y recibes el llamado de una congregación, ya que las vocaciones vienen desde afuera de nosotros― puedes estar seguro de que Dios te ha puesto en ese púlpito. Si decides dedicarte a la enseñanza y una escuela te contrata, puedes estar seguro de que Dios te ha puesto en esa aula. Incluso es posible que Dios te ponga en un aula ahora y luego te llame al ministerio.

Muchas personas suponen que la voluntad de Dios para nuestras vidas es algo que debemos «descubrir» y que podemos perder si tomamos la «decisión» equivocada. Pero como no hay forma de que sepan realmente cuál es la voluntad de Dios para su caso concreto, se quedan paralizados, sin saber qué hacer, y por eso no hacen nada.

Los cristianos reformados saben que reducir todo a nuestra «decisión» es ir demasiado lejos. Sí, tomamos decisiones, pero para los cristianos, que tenemos la confianza en el Señor que gobierna el universo, ni nuestra salvación ni el curso de nuestras vidas «dependen de nosotros».

¿De verdad pensamos que la voluntad de Dios se puede frustrar? Por supuesto, podemos ir en contra de Su voluntad revelada, de Sus mandamientos; eso es lo que significa pecar. Debemos estudiar la Palabra de Dios para conocer Su justa voluntad. También debemos darnos cuenta de que eso suele entrar en conflicto con nuestra propia voluntad caída. Debemos crecer en nuestra fe, para que podamos orar junto a Jesús: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22:42). Sin embargo, en última instancia, Su voluntad soberana se cumplirá en el gobierno de Su creación.

No cabe duda de que el estudiante sabía que ciertas carreras, como la de narcotraficante o productor de pornografía, estaban descartadas para él. Pero ser profesor no es pecado. Tampoco lo es ser pastor. Sí, tiene que tomar decisiones, y hacerlo requerirá autoexamen, agonía y oración. Debe tomar en cuenta todos los factores ordinarios: sus finanzas, sus tiempos y sus consideraciones familiares. Pero una vez que ha tomado la decisión, puede estar seguro de que Dios lo ha guiado.

Esto es lo que enseñan las Escrituras. «La mente del hombre planea su camino» ―así que debemos hacer planes―, «pero el SEÑOR dirige sus pasos» (Pr 16:9). Dios es quien «dirige» lo que hacemos. «Se prepara al caballo para el día de la batalla, pero la victoria es del SEÑOR» (21:31). El Señor es quien produce el resultado, convirtiéndote en colaborador en Sus propósitos.

En contraste con las enseñanzas del evangelio de la prosperidad, el éxito terrenal no es necesariamente una señal del favor de Dios, ni la falta de éxito es una señal de que estés «fuera de la voluntad de Dios». Con frecuencia, el curso de nuestra vida no solo incluye oportunidades, sino también fracasos; no solo puertas que se abren, sino también algunas que se cierran en tu cara. La vocación ciertamente no se trata de tu «autorrealización». Seguir a Jesús en una vocación requiere abnegación y sacrificio diario en favor del prójimo al que servimos con ella.

Las adversidades de nuestras diversas vocaciones, ya sea en la familia, la Iglesia y la comunidad o nuestro lugar de trabajo, dan cuenta de otro aspecto de la voluntad de Dios: Él quiere que crezcamos en la fe y la santidad. «Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Tes 4:3). Esto sucede cuando las luchas de nuestra vida nos hacen depender cada vez más de Él.

En este momento, no sabemos lo que va a pasar ni adónde nos llevarán nuestras decisiones. Pero cuando miramos atrás, especialmente cuando ha pasado el tiempo, cuando somos mayores, podemos ver el patrón y la manera en que Dios nos estuvo guiando en cada paso del camino, aunque no hayamos sido conscientes de ello en el momento.

Mientras tanto, debemos actuar. Confiar en la providencia de Dios ―no solo en Su control, sino en que Él «provea» para nosotros― no es una receta para que seamos pasivos, sino para que gocemos de libertad. Podemos abordar con valentía las oportunidades y relaciones que la vida nos depara, confiando en que Él estará con nosotros.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Gene Edward Veith
El Dr. Gene Edward Veith es director del Instituto Cranach en el Concordia Theological Seminary en Fort Wayne, Indiana. Es autor de varios libros, entre ellos God at Work y Reading between the Lines.

Sean nuestros mentores

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Sean nuestros mentores
Por Nicholas T. Batzig

Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Sería imposible medir el impacto que tuvo William Still sobre una generación de pastores durante la última parte del siglo XX. Aunque Still ahora se encuentra en la gloria con Cristo, su ministerio continúa influyendo a ministros de ambos lados del Atlántico en el siglo XXI. No tengo duda alguna de que continuará haciéndolo por décadas, incluso por siglos, en el futuro. Sus cincuenta y dos años de ministerio en la Gilcomston South Church de Glasgow, Escocia, fueron de impacto mundial para la predicación expositiva y el ministerio pastoral. Esto se debió, al menos en parte, al hecho de que Still se entregó a las vidas de muchos jóvenes que se estaban preparando para el ministerio. Algunos de los ministros más talentosos y valorados del mundo pasaron tiempo aprendiendo de Still en Gilcomston South. El relato unánime dice que William Still era el mentor pastoral por excelencia.

Cuando yo era un seminarista joven, escuché muchas veces a Sinclair Ferguson hablar sobre el impacto que Still tuvo en su propia vida y preparación ministerial. Cuando expresaba su gratitud afectuosa por la manera en que su mentor se dedicó a él, en mi corazón surgía un anhelo de tener esa misma experiencia bendita. Sin embargo, al parecer había dos obstáculos. El primero era mi temor al rechazo. Era muy reacio a pedirles a los hombres que admiraba que fueran mis mentores, pues sabía que podían negarse. El segundo era el desinterés que percibía. Los ministros que más admiraba parecían estar demasiado ocupados en sus propios ministerios como para servir de mentores a los jóvenes que se estaban preparando para el ministerio. Por correcto o incorrecto que haya sido ese temor, y por cierta o falsa que haya sido mi percepción, estoy seguro de esto: yo no estaba pidiéndoles que me orientaran y ellos no estaban buscando hacerlo. A la luz de muchas conversaciones que he tenido con otros ministros a lo largo de los años, esta es una experiencia común.

Mientras crecíamos, mi padre solía orar para que el Señor «nos hiciera sabios más allá de nuestros años». Uno de los medios por los que el Señor responde esa oración es el de colocar personas sabias y experimentadas en nuestra vida para que nos orienten. Necesitamos desesperadamente la sabiduría de los que han sido usados para avanzar el Reino y han afrontado la tormenta antes que nosotros. Como bien expresó Isaac Newton, «Si he visto más lejos, es solo porque me paré en los hombros de gigantes». Si esto es cierto con respecto a lo que adquirimos al leer los escritos de los que nos han precedido, también lo es cuando recibimos la amistad y orientación de los que se entregan a nosotros.

La mentoría tiene su fundamento en la Escritura. Los ejemplos bíblicos de la mentoría son abundantes, ya sea en la ley, la literatura sapiencial, los profetas, los Evangelios, los Hechos de los apóstoles o las epístolas del Nuevo Testamento. Por ejemplo, Moisés fue mentor de Josué, David fue mentor de Salomón (considera los diez diálogos padre-hijo que se encuentran en Proverbios), Elías fue mentor de Eliseo, Jesús fue mentor de los discípulos, Pedro fue mentor de Juan Marcos y el apóstol Pablo dedicó su vida, no solo al servicio de la iglesia, sino también a la mentoría de su hijo espiritual, Timoteo.

La historia de la Iglesia también está llena de ejemplos del papel decisivo que la mentoría ha desempeñado en ella. El apóstol Juan fue mentor de Policarpo, un pastor y teólogo de la iglesia primitiva, quien a su vez fue mentor de Ireneo de Lyon. Ambrosio de Milán fue mentor de Agustín de Hipona. Como confesó Agustín:

Ese hombre de Dios me recibió como un padre, y miró mi cambio de residencia con amabilidad benevolente y episcopal. Y comencé a amarlo. . . como un hombre amigable conmigo. Y escuché cuidadosamente cómo le predicaba a la gente. . . Me aferré asiduamente a sus palabras.

Tras Martín Lutero, hallamos a Johann von Staupitz. Juan Calvino se sentó a los pies de Guillermo Farel. La lista suma y sigue.

Necesitamos desesperadamente que haya hombres y mujeres mayores, piadosos y sabios que abran sacrificadamente sus hogares, corazones, mentes y vidas a los hombres y mujeres jóvenes. Necesitamos que haya hombres y mujeres que nos enseñen lo que han aprendido a lo largo de los años y nos den un ejemplo a seguir. Pero, quizás incluso más que eso, necesitamos que haya hombres y mujeres mayores que nos amen y nos brinden su amistad para caminar junto a nosotros a través de los desafíos que enfrentamos día tras día en la vida y el ministerio. Por favor, sean nuestros mentores.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Nicholas T. Batzig
El Rev. Nicholas T. Batzig es editor asociado de Ligonier Ministries. Escribe en su blog Feeding on Christ.

Sé paciente y ora

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Sé paciente y ora
Por Don Bailey

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Hace poco llamé a Joe, nuestro encargado de reparaciones de unos setenta años, para ver si podía incluirnos en su apretada agenda. Contestó el teléfono mientras reparaba un refrigerador y aseguró que me devolvería la llamada más tarde durante ese día. «Pero no te preocupes», me dijo, «tengo tu número anotado en mi libreta en la casa». «Pero Joe», le respondí algo irritado, «¿no podría simplemente guardar el número desde el que lo estoy llamando y devolverme la llamada antes?». Me contestó: «No con mi celular con tapa». Quería instruirlo sobre su necesidad de contar con un teléfono inteligente, pero entonces recordé que lo estaba llamando porque el viejo Joe sabe colocar puertas, instalar ventiladores de techo y reparar ventanas, y ha dominado otras tareas útiles que me intimidan incluso antes de intentarlas.

Cultivar la paciencia requiere vigilancia a lo largo de nuestras vidas. Sin embargo, el creyente joven puede cobrar ánimo al ver su progreso en la paciencia, sabiendo que la paciencia es evidencia de que el Espíritu Santo está en acción: «Mas el fruto del Espíritu es… paciencia» (Gal 5:22). Dios no abandonará la obra que ha comenzado (Flp 1:6). Pero no debemos postergar nuestros esfuerzos para crecer en la paciencia, porque como nos recuerda Santiago: «No sabéis cómo será vuestra vida mañana. Solo sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece» (Stg 4:14).

Una palabra griega del Nuevo Testamento que suele utilizarse para expresar el concepto de paciencia es makrothumia, y significa «de temperamento largo». En lugar de arder como una mecha rápida, el hombre paciente «mantiene la calma». La paciencia es inherente a la naturaleza de Dios: «Mas tú, Señor, eres un Dios compasivo y lleno de piedad, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad» (Sal 86:15). Ya que Dios es el dador de toda buena dádiva ―y no hay duda de que la paciencia es una dádiva maravillosa―, debes buscar al Dador Divino (Stg 1:17). Cultivar la paciencia sin oración es una completa necedad. Por tanto, debes pedirle a Dios que le dé a tu carácter lo que fluye del Suyo.

Hay algunas áreas notables que destacan en el cultivo de la paciencia. Una de ellas tiene que ver con la conversación entre las generaciones. Es muy común que en nuestra juventud les cerremos la puerta con impaciencia a los ancianos que Dios ha puesto en nuestras vidas, pues hablan lento o quieren contarnos historias. Pensamos: «¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé!». Nuevamente, Santiago nos ayuda al decirnos: «Esto sabéis, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira» (v. 19). La próxima vez que te impacientes con una persona mayor y estés listo para darte la vuelta e irte, recuerda oír primero. En Su obra santificadora, Dios les ha enseñado mucho a los santos experimentados.

En segundo lugar, ten paciencia mientras esperas el llamado vocacional de Dios. El camino no es tan sencillo como en los días en que uno aprendía una habilidad que su familia había determinado. Las opciones son vastas. Por tanto, no te preocupes por lo complicado del camino siempre y cuando trabajes de corazón «como para el Señor» (Col 3:23). No dejes de agradecer a Dios por Su plan perfecto para ti: «Confía en el SEÑOR con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas» (Pr 3:5–6). Que tu objetivo sea el contentamiento en este viaje por el desierto. No puedes ver todo lo que estás logrando al forjar habilidades o relaciones, ni tampoco los propósitos divinos a los que estás sirviendo en la salvación de los elegidos de Dios.

Otra área notable en que hay que ejercer paciencia y oración constante es la de esperar a un cónyuge. Según mi experiencia pastoral, este ha sido un motivo de gran dolor para muchos. Mantén estándares altos pero sobrios (recuerda que tú también eres pecador) en cuanto al carácter piadoso y el amor por Cristo de una posible pareja. Al mismo tiempo, pregúntate si tus requisitos de belleza física, comodidad financiera o compatibilidad perfecta provienen del Espíritu Santo o de la fábrica de ídolos ilusorios de este mundo (Rom 12:1–2; 1 Jn 5:21). La paciencia revela nuestra confianza en la soberanía de Dios, y eso incluye Su provisión en esta área tan sensible de nuestros deseos.

Matthew Henry es una voz perspicaz en la nube de testigos que nos han precedido. Expresa muy bien este asunto al decir: «No pierdas tu confianza porque Dios pospone Sus actos… Dios obrará cuando le plazca, cómo le plazca y usando los medios que le plazcan. No está obligado a ceñirse a nuestro tiempo, pero cumplirá Su palabra, honrará nuestra fe y recompensará a los que le buscan con diligencia».

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Don Bailey
El Rev. Don Bailey Jr. es pastor asociado de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida.

Sé paciente con nosotros mientras aprendemos

El Blog de Ligonier

Serie: De una generación a otra

Sé paciente con nosotros mientras aprendemos

Por Joe Holland

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: De una generación a otra

Cristiano mayor, ahora entiendo que debes haber visto la expresión en mi rostro. Cuando era un cristiano más joven, tenía esa mirada con más frecuencia que ahora, y el cambio solo se lo puedo atribuir a la gracia correctiva de Dios. Todavía hay días en que esa mirada regresa a mi rostro. Sin embargo, ahora, a mis cuarenta años, he entrado a una etapa extraña de la vida, una edad en la que algunos me consideran mayor y otros aún me consideran (más o menos) joven. Además, ahora veo la misma mirada en los rostros de los cristianos más jóvenes que yo. La mirada, que ahora me avergüenza plasmar en palabras, es una de resentimiento y rechazo. Te tuve resentimiento porque eras mayor y conocías algunos de los consuelos que vienen con la adultez y la piedad, pero tus caminos y pensamientos me parecían anticuados y absurdos en comparación con lo que yo pensaba que nuestra iglesia necesitaba, que yo necesitaba. Te rechacé principalmente por la división que había entre nosotros, la brecha generacional que nos separaba. Te rechacé porque, simultáneamente, me frustraba que no cruzaras esa brecha y sentía un temor profundo de que lo hicieras y comenzaras a hablar la verdad en mi vida, verdad que necesitaba, pero no quería oír. Rechazarte era más cómodo.

Era tan infantil, tan impetuoso, tan tonto. Pequé contra ti al no darte el honor que merecías (Ex 20:12; Pr 20:29). Pequé contra Dios al despreciar a los santos mayores, Su regalo para la Iglesia. A fin de cuentas, me robé a mí mismo para pagar mi orgullo

¿Cómo crecieron estos pecados tanto tiempo? Desarrollé una práctica malvada, un cáncer de la juventud: fui tardo para oír y pronto para hablar (Stg 1:19). Mi lentitud para oír se debía a una ceguera doble. Estaba ciego a lo poco que sabía. Así como el cantante joven no tiene derecho a cantar blues hasta que haya vivido un poco, el cristiano joven no tiene derecho a hacer afirmaciones categóricas sobre la vida hasta que haya escuchado mucho, escuchado a los santos experimentados que lo han precedido. Sin embargo, también estaba ciego respecto a ti y tu sabiduría. No busqué escucharte porque no pensé que tuvieras nada que decir que valiera la pena escuchar. Cristiano mayor, has sido formado en el mortero de la gracia de Dios y las pruebas de la vida. No solo tienes conocimiento bíblico; tienes sabiduría bíblica. Te sientas con los padres de la fe, con las madres de Sion. Y yo estaba ciego a eso.

Pero, además, era pronto para hablar. Así como mi lentitud para oír surgió de una ceguera doble, mi rapidez para hablar surgió de un orgullo doble. Primero, en mi orgullo pensé que tenía algo que decir o, más bien, quería que me vieran como alguien que tenía algo que decir. Pero, en segundo lugar, y me da vergüenza decir esto, era pronto para hablar porque pensaba que tenía algo que enseñarte, como un bebé que trata de ser el centro de atención en la mesa de la cena familiar. Fui pronto para hablar porque llegué a una conclusión incorrecta sobre ambos: tuve un concepto demasiado alto de mí mismo y demasiado bajo de ti.

Pero ahora llego a la parte más difícil: lo que quiero pedirte.

Mientras los jóvenes y los mayores estén a ambos lados de esta brecha etaria, alguien tendrá que dar el primer paso. Quisiera poder poner la carga sobre ambos, pero el orgullo, la fragilidad y la inestabilidad de la juventud nos dejan en una lamentable desventaja. Santo mayor, necesitamos que des el primer paso y nos busques continuamente. Necesitamos que busques, orientes, discipules y ames a los cristianos jóvenes de nuestra iglesia. Te pido que tengas paciencia con los cristianos jóvenes, una paciencia como la que ejemplificó nuestro Señor Jesús. Cuando actuemos con orgullo, por favor, sopórtanos con paciencia. Cuando seamos tardos para oír, por favor, toléranos con paciencia. Cuando seamos prontos para hablar, por favor, escúchanos pacientemente con una sonrisa cómplice que un día reconoceremos como compasión mezclada con gracia. Cuando te demos la mirada de resentimiento y desprecio, por favor, recibe con paciencia ese insulto y estate dispuesto a perdonarnos. Por favor, corrígenos con paciencia, ora por nosotros y mantente a nuestro lado. Si no das el primer paso, si no te mantienes cerca de nosotros con una paciencia como la de Cristo, seguirá existiendo esta brecha entre nosotros, para el mal de ambos.

Por favor, cristiano mayor, sé paciente con nosotros mientras aprendemos.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Joe Holland
El Rev. Joe Holland es un editor asociado de Ligonier Ministries y un anciano docente en la Presbyterian Church in America.