7 verdades que debes saber sobre el hombre y el pecado

Coalición por el Evangelio

7 verdades que debes saber sobre el hombre y el pecado

WAYNE GRUDEM

Nota del editor: Este es un fragmento adaptado del libro Cómo entender el concepto del hombre y del pecado (Vida, 2013), por Wayne Grudem.

Después de que Dios creara al hombre y lo pusiera en el huerto del Edén, hubo una serie de estipulaciones que vinculaban legalmente y definían la relación entre ambos. Estas estipulaciones aparecen con claridad cuando Dios habla con Adán y le da mandamientos (Gn. 1:28-30; 2:15, 16-17).

En la prohibición acerca del árbol del conocimiento del bien y del mal hay una promesa de castigo por la desobediencia: la muerte, que se refiere a la muerte física, espiritual, muerte eterna, y separación de Dios. En esta promesa de castigo por la desobediencia hay implícita una promesa de bendición por la obediencia. Pero ¿qué otros significados encierran las palabras “hombre” y “pecado” en la Biblia? Veamos algunos:

1) Es correcto usar la palabra “hombre” para referirnos a la raza humana
Algunas personas objetan el uso de la palabra “hombre” para referirnos a la raza humana, porque afirman que ese uso es insensible hacia las mujeres. En cambio, sugieren que usemos “humanidad”, “género humano”, “seres humanos”, o “personas”.

Después de considerar esta sugerencia, decidí continuar usando “hombre”, además de los otros términos, para referirme a la raza humana; porque la Biblia lo justifica en Génesis 5, y porque está en juego una cuestión teológica. El término hebreo que traducimos “hombre” es adam, que es el mismo que se usa para hablar de Adán, y el mismo término se usa para referirse al hombre a fin de distinguirlo de la mujer (Gn. 2:22, 25; 3:12; Ec. 7:28).

El Antiguo Testamento usa el mismo término, adam, para referirse (1) a los seres humanos varones, y (2) a la raza humana en general. Si esta práctica se originó con Dios mismo, no debiéramos encontrarlo inaceptable ni insensible.

2) Dios creó al hombre para Su gloria
Dios no necesitaba crear al hombre, pero nos creó para su propia gloria (Is. 43:7; Ef. 1:11-12). Por tanto, estamos llamados a hacer todo “para gloria de Dios” (1 Co. 10:31). Este hecho determina la respuesta correcta a la pregunta: ¿Cuál es nuestro propósito en la vida?

Nuestro propósito debe ser cumplir la razón por la que Dios nos creó: Glorificarle a Él

Nuestro propósito debe ser cumplir la razón por la que Dios nos creó: Glorificarle a Él. Cuando hablamos con respecto a Dios mismo, ese es un buen resumen de nuestro propósito. Pero cuando pensamos en nuestros propios intereses, nos encontramos con el feliz descubrimiento de que estamos para gozar a Dios, deleitarnos en Él, y en nuestra relación con Él.

3) El hombre fue creado a imagen de Dios
De todas las criaturas solo del hombre se dice que fue creado “a imagen de Dios”. El hecho de que el hombre está formado a la imagen de Dios quiere decir que el hombre es como Dios y representa a Dios. Cuando Dios creó al hombre planeaba hacer una criatura similar a Él (Gn. 1:26).

Las palabras “imagen” (tselem) y “semejanza” (demut) se refieren a algo que es similar, pero no idéntico a aquello que representa o de lo que es una “imagen”. Para los lectores originales, esto significa que el hombre era como Dios y que en muchas maneras representaba a Dios. De manera que Génesis 1:26 significaba para estos lectores “Hagamos al hombre como nosotros somos y para que nos represente”.

4) Los dos sexos reflejan la imagen de Dios
Aunque la creación del hombre como varón y hembra no es la única forma en que somos a la imagen de Dios, es un aspecto bastante significativo que las Escrituras mencionan (Gn. 1:27).

Podemos resumir las formas en que nuestra creación como varón y hembra representan algo de nuestra creación a la imagen de Dios de la siguiente manera: La creación del hombre como varón y hembra muestra la imagen de Dios en (1) la armonía de las relaciones interpersonales, (2) la igualdad en personalidad e importancia, y (3) la diferencia en papel y autoridad.

5) La unidad completa del cuerpo y alma humana será restaurada en la eternidad
¿Cuántas partes hay en el hombre? Todos estamos de acuerdo en que tenemos cuerpos físicos. La mayoría de las personas (cristianos y no cristianos) sienten que también tienen una parte inmaterial, un “alma”. Pero ahí termina el acuerdo.

Algunas personas creen que además de “cuerpo” y “alma” tenemos un “espíritu”, y este concepto se llama tricotomía. El punto de vista de que el hombre está formado de dos partes (cuerpo y alma/espíritu) se llama dicotomía. Fuera del ámbito evangélico, otro punto de vista es que el hombre no puede existir aparte del cuerpo físico. Esta perspectiva de que el hombre es solo un elemento, y que su cuerpo es la persona, se llama monismo.

Antes de preguntarnos si las Escrituras ven a “alma” y “espíritu” como partes distintivas del ser humano, debemos dejar claro desde el principio que el énfasis de la Biblia está en la unidad general del hombre como creado por Dios (Gn 2:7). Aquí Adán es una persona unificada con cuerpo y alma viviendo y actuando juntos. Este estado original unificado del hombre volverá a ocurrir cuando Cristo regrese y estemos completamente redimidos en nuestros cuerpos, así como en nuestras almas para vivir con Él para siempre (1 Co. 15:51-54).

6) El pecado es no conformarnos a la ley moral de Dios
Podemos definir el pecado de la siguiente manera: el pecado es no conformarnos a la ley moral de Dios en acciones, actitudes, o naturaleza. Lo definimos aquí en relación con Dios y su ley moral. El pecado incluye no solo las acciones individuales tales como robar, mentir o matar, sino también las actitudes que son contrarias a las actitudes que Dios requiere de nosotros. Esto lo vemos ya en los Diez Mandamientos, los cuales no solo prohíben acciones pecaminosas sino también actitudes erróneas.

Una vida que agrada a Dios tiene pureza moral no solo en las acciones, sino también en los deseos del corazón. De hecho, el más grande de los mandamientos requiere que tenga el corazón lleno de una actitud de amor a Dios (Mc. 12:30).

7) Dios no es culpable del pecado
Primero, debemos afirmar claramente que Dios no pecó, y que no podemos culparlo por el pecado. Fueron el hombre y los ángeles los que pecaron voluntariamente. Culpar a Dios por el pecado sería blasfemar en contra de Dios (Dt. 32:4). De hecho, es incluso imposible que Dios desee hacer el mal (Stg. 1:13).

Aunque nunca debemos decir que Dios mismo pecó ni culparle del pecado, debemos también afirmar que Dios es soberano

Pero, sería erróneo creer que existe un “dualismo” en el universo. Es decir, la existencia de dos poderes igualmente supremos, uno bueno y el otro malo. Tampoco debemos pensar que el pecado sorprendió a Dios, que es un reto, o que supera su omnipotencia y su control providencial sobre el universo.

Por tanto, aunque nunca debemos decir que Dios mismo pecó ni culparle del pecado, debemos también afirmar que Dios es soberano (Ef. 1:11; Dn. 4:35), y estableció que el pecado entrara en el mundo, aunque no se deleita en ello y aunque estableció que entrara por medio de las decisiones voluntarias de criaturas morales. Aun antes de la desobediencia de Adán y Eva, el pecado ya estaba presente en el mundo angelical con la caída de Satanás y los demonios. Pero con respecto a la raza humana, el primer pecado fue el de Adán y Eva en el huerto del Edén (Gn. 3:1-19).

Wayne Grudem es profesor de teología y estudios bíblicos en Phoenix Seminary en Phoenix, Arizona.

¿Qué es la gracia común?

Coalición por el Evangelio

¿Qué es la gracia común?

WAYNE GRUDEM

Nota del editor: Este es un fragmento adaptado de Cómo entender la salvación (Vida, 2014), por Wayne Grudem.

Cuando Adán y Eva pecaron, se hicieron dignos de castigo eterno y de separación de Dios (Gn. 2:17). De la misma manera, cuando los seres humanos pecan hoy se hacen merecedores de la ira de Dios y del castigo eterno: “Porque la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). Esto quiere decir que, una vez que las personas pecan, la justicia de Dios requiere solo una cosa: que queden eternamente separados de Dios, alejados de la posibilidad de experimentar sus cosas buenas y que vivan para siempre en el infierno, recibiendo solo la ira divina para siempre.

De hecho, esto es lo que les sucedió a los ángeles que pecaron, y nos podría haber sucedido a nosotros también: “Porque Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los entregó a fosos de tinieblas, reservados para juicio” (2 Pe. 2:4).

Pero en realidad Adán y Eva no murieron de inmediato (aunque la sentencia de muerte empezó a cumplirse en sus vidas a partir del día que pecaron). La plena ejecución de la sentencia de muerte quedó demorada por muchos años. Además, millones de sus descendientes aun hasta el día de hoy no mueren y van al infierno tan pronto como pecan, sino que continúan viviendo por muchos años, disfrutando de innumerables bendiciones en este mundo. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede continuar Dios dando bendiciones a pecadores que merecen la muerte, no solo a aquellos que al final serán salvos, sino también a millones que nunca lo serán, cuyos pecados nunca serán perdonados?

La respuesta a estas preguntas es que Dios otorga gracia común.

Podemos definir la gracia común de la siguiente manera: la gracia común es la gracia de Dios mediante la cual Él da a las personas innumerables bendiciones que no son parte de la salvación. Se le llama común porque es común a todas las personas y no está restringida a los creyentes ni a los elegidos.

Para distinguirla de la gracia común, identificamos como “gracia salvadora” la gracia de Dios que trae salvación a las personas. Por supuesto, cuando hablamos de “gracia común” y “gracia salvadora” no estamos indicando que haya dos clases de gracia en Dios, sino que la gracia de Dios se manifiesta a sí misma en el mundo en dos formas diferentes.

La gracia común es diferente de la gracia salvadora en sus resultados (no produce salvación), en sus receptores (la reciben por igual los creyentes y los incrédulos), y en su fuente (no fluye directamente de la obra expiatoria de Cristo, puesto que la muerte de Cristo no gana ninguna medida de perdón para los incrédulos y, por tanto, tampoco hace que tengan mérito las bendiciones de la gracia común para ellos). Sin embargo, sobre este último punto debiéramos decir que la gracia común fluye indirectamente de la obra redentora de Cristo, debido al hecho de que Dios no juzgó al mundo de una vez cuando entró el pecado debido primaria y quizá exclusivamente a que planeaba salvar al final a algunos pecadores a través de la muerte de su Hijo.

La gracia común no cambia el corazón humano ni lleva a las personas al arrepentimiento genuino y a la fe, y, por tanto, no puede salvar a las personas (aunque en la esfera intelectual y moral puede proporcionar algo de preparación para hacer que las personas estén más dispuestas a aceptar el evangelio). La gracia común restringe el pecado, pero no cambia la disposición fundamental de nadie hacia el pecado, ni en ninguna medida significativa purifica la naturaleza humana caída.

Wayne Grudem Photo

Wayne Grudem es profesor de teología y estudios bíblicos en Phoenix Seminary en Phoenix, Arizona.