La confianza en Dios en un mundo de sufrimiento
Autor: Ronald Rhodes
La confianza en Dios en un mundo de sufrimiento
Hay otras explicaciones inadecuadas para el problema del mal que podríamos examinar, pero no están tan extendidas en la actualidad y el espacio disponible no nos lo permite.
Después de haber establecido que la existencia de la maldad es de hecho compatible con la existencia de un Dios que es absolutamente Bueno y Todopoderoso, es apropiado que, para terminar, recalquemos que nuestro amante Padre celestial nos invita a confiar en él con la fe de un niño, mientras vivimos en este mundo de sufrimiento. A veces, como padre, he tenido que tomar decisiones con respecto a mi hijo o mi hija que implican un poco de dolor (como sería el caso de llevarlos al dentista). Desde la perspectiva de mis hijos, tal vez no entiendan por qué insisto tanto en esa consulta. Les aseguro que, a pesar de la molestia (o incluso el dolor), es por su propio bien que los llevo.
Los seres humanos a veces nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por algunas circunstancias tan dolorosas. Pero solo porque tengamos dificultad para imaginar qué razones pueden llevar a Dios a obrar de dicho modo no significa que no tenga sus razones. Desde nuestra perspectiva humana y finita, a menudo no podemos ver más que unos hilos del gran tapiz de la vida y de la voluntad de Dios. No podemos ver todo el cuadro. Por eso Dios nos invita a confiar en él (Hebreos 11). Dios sí ve todo el cuadro y no comete errores. Él tiene una razón para permitir las circunstancias dolorosas que se atraviesan en nuestra vida, aun cuando se escapen a nuestra comprensión.
Geisler nos da algo importante para pensar a este respecto: «Aun dentro de nuestra finitud, es posible que los humanos descubramos algunos propósitos buenos para el dolor, como podría ser una advertencia de un mal peor (basta con que un infante toque una sola vez los fuegos de una cocina para que no los vuelva a tocar), y para protegernos de la destrucción propia (las terminaciones nerviosas nos permiten detectar el dolor para que, por ejemplo, no continuemos sosteniendo una olla caliente). Si el ser humano finito puede descubrir algunos propósitos buenos para el dolor; seguramente un Dios Sabio e Infinito tendrá buenos propósitos para todo el sufrimiento». Tal vez no entendamos ese propósito ahora, en la temporalidad «del presente», pero sin duda que existe. Nuestra incapacidad para discernir por qué a veces nos pasan cosas malas no contradice la benevolencia de Dios, no hace más que exponer nuestra ignorancia.
Es bueno tener presente la dimensión del tiempo. De la misma manera que evaluamos una visita al dentista a la luz de los beneficios a largo plazo que dicha visita producirá, las Escrituras exhortan a los cristianos a apreciar los sufrimientos actuales a la luz de la eternidad. Como observó el apóstol Pablo: «De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros» (Romanos 8: 18; 2 Corintios 4: 17; Hebreos 12:2; 1 Pedro 1:6-7).
Y no nos olvidemos que aun cuando tengamos que sufrir, Dios, como Gobernador Soberano del universo, puede hacer que el mal redunde para bien (Romanos 8:28).
Tenemos un ejemplo en la vida de José. Sus hermanos le tenían celos (Génesis 37:11), lo odiaban (v. 4,5,8), querían matar- lo (v. 20), lo metieron dentro de un pozo (v. 24), y lo vendieron como esclavo (v. 28). Sin embargo, más adelante, pudo decirles a sus hermanos: «En realidad fue Dios quien me mandó delante de ustedes para salvar vidas» (45:5), y «es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente» (50:20).
A pesar de todas las cosas malas que le sucedieron, Dios tenía un propósito providencial al haberlas permitido.
Es seguro que al apóstol Pablo no le agradaba estar encarcelado, pero Dios tenía un propósito providencial al permitir que así sucediera. Al fin de cuentas, fue en la cárcel que escribió las epístolas a los Efesios, Filipenses, Colosenses, y a Filemón (Efesios 3:1, Filipenses 1:7; Colosenses 4:10; y Filemón 9). Resulta claro que Dios hizo que el sufrimiento de Pablo redundara para bien.
A veces el «bien» que Dios produce, a partir de nuestro sufrimiento, implica acercarnos más a él. Joni Eareckson Tada, que se quebró la espina dorsal en un accidente de nata- ción y quedó cuadripléjica, dice que su tragedia la acercó mucho más a Dios. Incluso se la cita diciendo que preferiría estar en una silla de ruedas con Dios antes que caminar sin él.
A veces el «bien» que Dios produce, a partir de nuestro sufrimiento, implica un cambio positivo en nuestro carácter. Pedro se refiere a esto cuando dice: «Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele» (1 Pedro 1:6-7; paráfrasis moderna: «Al que quiere celeste, que le cueste»).
Todo esto pretende subrayar la necesidad de la fe en medio de este mundo de sufrimiento. Dios ciertamente está obrando su propósito en medio nuestro, y debemos confiar en él. Me agrada la manera en que Gary Habermas y J.P. Moreland lo han expresado. Nos animan a mantener una perspectiva «de arriba a abajo»:
«El Dios del universo nos invita a contemplar la vida y la muerte desde su posición eterna de privilegio. Si lo hacemos, veremos con qué prontitud puede revolucionar nuestras vidas: las angustias diarias, los dolores emocionales, las tragedias, nuestras respuestas y responsabilidades hacia los demás, las posesiones, la riqueza, e incluso nuestro dolor físico y la muerte. Todo esto y mucho más se comprenden y permite discernir las verdades del cielo. El testimonio reiterado del Nuevo Testamento es que los creyentes deberían considerar todos los problemas, y aun toda su existencia, a partir de una perspectiva que llamamos «de arriba abajo»: primero Dios y su reino, y luego los diversos aspectos de nuestra existencia terrenal».
Al comienzo del capítulo, mencioné que Greg, el hijo de mi hermano, había muerto trágicamente. Debo admitir que una de las cosas que más sostiene a toda la familia es esta perspectiva «de arriba a abajo». En el futuro, cuando finalmente lleguemos «al mejor de los mundos posibles» que Dios tiene provisto, esa ciudad celestial «de la cual Dios es arquitecto y constructor» (Hebreos 11:10), ¡nos reuniremos para nunca más separamos! La muerte, el mal, el dolor y las lágrimas serán una cosa del pasado lejano.
¿QUIÉN CREO A DIOS? Edición en español publicada por Editorial Vida – 2007 Miami, Florida
© 2003 por Ravi Zacharias y Norman Geisler
