El niño y el desarrollo del concepto de Dios
La formación espiritual del niño
Betty S. de Constance
Parte 1
Una filosofía de enseñanza para la formación espiritual del niño
Capítulo 3
El niño y el desarrollo del concepto de Dios
Entre las áreas de desarrollo y formación en la vida de cada persona, hay dos que no son muy evidentes, pero que afectan en forma profunda todo lo que somos y hacemos. Son las áreas que tienen que ver con nuestra auto-imagen y con nuestra imagen de Dios. Creo que cada persona vive la vida queriendo responder a estos dos grandes interrogantes: ¿Quién soy yo? y ¿Quién es Dios? Vamos definiendo las respuestas a través de múltiples circunstancias y experiencias a lo largo de toda la vida. Lamentablemente, ningún proceso formativo es libre de las distorsiones que causa el pecado, y gran parte de la tarea de la iglesia es ayudar a las personas a corregir los conceptos equivocados que tienen acerca de su propia persona y acerca de Dios. El proceso de corrección de estos conceptos nos llevará toda la vida, pero la etapa de mayor influencia formativa es la de la niñez. Durante esa etapa estamos rodeados de personas que, para bien o mal, son capaces de transmitirnos conceptos acerca de nosotros mismos y de Dios por medio de la coherencia de sus vidas, sus actitudes, sus palabras y sus maneras de interactuar con nosotros.
La tarea del maestro en la iglesia, por supuesto, está ligada profundamente a estos procesos de aclaración y corrección de conceptos. Él, aún más que cualquier otra persona en la iglesia, está influenciando en forma positiva o negativa lo que sus alumnos aprenden sobre su valor como personas y sobre la persona de Dios. Esta tarea no es de poca importancia. La verdadera madurez espiritual se logra recién cuando hay una completa integración de un sano concepto propio con una correcta comprensión de Dios. Jesús enfatizó esta gran verdad en su respuesta a un experto en la ley cuando dijo: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente.” Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37–39). Es imprescindible que los que somos parte de los procesos de formación espiritual de los niños estemos evaluando y corrigiendo continuamente nuestras propias respuestas a estas dos grandes preguntas.
La importancia de conocer las limitaciones cognoscitivas del niño
¿Cuáles son los elementos que contribuyen a la formación de un concepto más correcto de la imagen de Dios en los niños? Hay varios factores que tenemos que tomar en cuenta aquí, y uno de ellos es la necesidad que tenemos como adultos de comprender el desarrollo cognoscitivo del niño. Sin profundizar mucho el tema, podemos destacar algunas áreas importantes en el desarrollo intelectual del niño que han de afectar su comprensión de lo que le enseñamos acerca de Dios. Es importante reconocer que todo lo que hacemos con el niño dentro del marco de la iglesia está siendo comprendido dentro del contexto de la iglesia como “la casa de Dios”. Él está formando sus primeras actitudes acerca de Dios, la Biblia y la iglesia. El maestro que ama al niño, que comprende sus limitaciones, que cumple con sus promesas con él y que lo valora como persona está ayudando para que el niño perciba a Dios así en relación con su persona. En cambio, si el niño siente rechazo, desprotección, incomodidad física y desconfianza frente a las personas que le enseñan en la iglesia, conceptuará a Dios con las mismas características hacia él.
Mi padre, después de cumplir los ochenta años, pasó varios años enseñando la Biblia a niños preescolares en guarderías cristianas. Una tarde, en medio del recreo, un niño de cuatro años le pidió que lo levantara en sus brazos. Mi padre lo hizo, y el niño tomó su rostro entre sus pequeñas manos y dijo: “Abuelo, tú debes ser Jesús.” Siempre pienso en ese incidente cuando veo a maestros entre sus grupos de niños. ¿Qué ejemplo de Jesús estamos transmitiendo mediante el trato que tenemos con ellos?
Otro aspecto del desarrollo cognoscitivo de los niños es su dificultad en entender elementos abstractos, simbólicos y figurativos. Su capacidad para entender abstracciones se desarrolla recién alrededor de los diez u once años de edad. Su aprendizaje es en forma concreta y literal y es necesario tener siempre esto presente. Esto se hace muy complicado cuando nos damos cuenta de que la gran mayoría de los conceptos espirituales son abstracciones. En una ocasión, una maestra estaba enseñando a los niños sobre la doctrina del Espíritu Santo y utilizó el ejemplo del bautismo de Jesús cuando el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma. Un niño de la clase fue de paseo con su familia esa tarde y visitaron una plaza en el centro donde había una gran cantidad de palomas. Los padres se sorprendieron cuando exclamó: “¡Mamá! ¡Mira cuántos Espíritus Santos hay en la plaza!” El niño estaba simplemente demostrando su pensamiento literal.
Me contaron que en otra iglesia un niño preescolar comentó a su madre que esa mañana en la iglesia “había visto a Jesús.” La madre le hizo varias preguntas para tratar de entender el porqué de esta revelación y el niño insistió diciendo: “¡Sí, lo vi! Tenía traje negro y corbata y vino a la clase a buscar la ofrenda.” Otra vez más la necesidad de pensar en forma concreta resultó en una interpretación propia de lo que había dicho la maestra: “Vamos a dar nuestras ofrendas a Jesús.” Ojalá el ujier que buscó la ofrenda hubiese tratado bien a los niños, porque si los tratara mal, el trato venía de “Jesús”. Éstas son algunas de las complicaciones que se deben tomar en cuenta en la enseñanza de niños dentro de la iglesia.
La importancia de las relaciones afectivas en la formación de la imagen de Dios
Otro factor que influye mucho en el desarrollo de la imagen de Dios en los niños es la relación afectiva que tienen con los adultos que representan autoridad para ellos. Lo más importantes en este sentido son los padres, por supuesto. La Dra. Rebeca Land, una especialista en terapia familiar, dice: “En una forma muy real, la formación más temprana del concepto de Dios en el niño es el resultado directo del tipo de cuidado que recibe de sus padres.” Podríamos ampliar el concepto y decir que afecta de la misma manera el tipo de cuidado que recibe de todas las personas en autoridad sobre él, especialmente los que le enseñan la Palabra de Dios. El niño ha de sentirse amado por Dios si es amado por estas personas, y si ese amor es expresado hacia él en maneras que puede entender. El niño se siente amado si es respetado, tomado en cuenta, escuchado, cuidado y tocado con amor. El Dr. Ross Campbell en su libro SI AMAS A TU HIJO menciona la importancia de mirarle directamente a los ojos al niño cuando uno le habla. Es una manera sencilla de mostrarle respeto y de tomarlo en serio.
Por otro lado, si el niño es tratado con violencia física o verbal, con indiferencia o con rigidez, o si es abandonado física o emocionalmente, estos tratos también contribuirán a formar un concepto negativo de Dios. Es imposible comprender el amor de Dios fuera de los parámetros del amor que hemos recibido nosotros mismos. Los recuerdos dolorosos de la niñez donde no hubo afecto son demasiado profundos y siguen afectando el concepto de Dios aun en los años de vida adulta.
El efecto de la disciplina en la formación de la imagen de Dios
También contribuyen a la formación de la imagen de Dios las formas de disciplina que recibe el niño en su niñez. Debemos hacer una distinción entre disciplina y castigo. La disciplina correcta es una expresión de amor que es definida por la necesidad que tiene el niño de tener límites en su vida. La disciplina correcta corrige las conductas erradas y estimula conductas apropiadas. En cambio, el castigo es percibido por el niño como rechazo y, a menudo, provoca la rebeldía. Escuché a un padre decir que el castigo es señal de que la disciplina no ha sido adecuada. Las formas de disciplina que recibe el niño producen efectos mucho más allá que sus conductas. También tienen un efecto profundo sobre sus actitudes. Si recibe una disciplina coherente que se lleva a cabo dentro de los parámetros de sus capacidades de niño, se afirmará su valor como persona y le otorgará mucha seguridad en su desarrollo. En cambio, si la disciplina que recibe es abusiva o severa en extremo, el niño ha de adquirir la percepción de ser de poco valor como persona. Empieza a creer que nunca llegará a la medida que los adultos esperan de él. Ante estas experiencias negativas, él irá asumiendo culpa por todas las cosas que le salen mal y su espíritu quedará herido, quedando en él la sensación de que no sirve o que no puede.
El equilibrio en la disciplina que ejercen los adultos sobre los niños debe asemejarse a la disciplina que forma parte de nuestra vida con Dios. Él no hace demandas sobre nosotros que no podemos cumplir sino que promete estar a nuestro lado para ayudarnos a cumplirlas. “El Señor disciplina a los que ama” (Hebreos 12:6). Más de lo que creemos o entendemos, la disciplina equilibrada y bien llevada lleva al niño a formar un concepto correcto de Dios. La realidad es que, habiendo llegado a ser adultos, muchas personas reflejan la disciplina que recibieron de niños al percibir a Dios como un verdugo, enojado siempre, injusto, caprichoso y deleitándose en castigar a sus hijos.
En nuestros intentos de controlar las conductas de los niños recurrimos muchas veces a las amenazas. Repetimos las mismas amenazas que nuestros padres nos gritaron en nuestra propia niñez. Nosotros sabemos que no estamos hablando en serio cuando decimos estas cosas, pero nos olvidamos de que el niño no lo entiende así. Él cree absolutamente en lo que dicen los adultos y lo toma muy en serio. Como tal, nuestras amenazas huecas sólo sirven para asustarlo y terminan causándole confusión y ansiedad. Lógicamente, afectan también el concepto que irá formando de Dios. Entre las muchas amenazas que se escuchan por ahí se encuentran expresiones como éstas: “¡Dios te va a castigar! ¡Si haces eso otra vez, no te quiero más! ¡Si no dejas de llorar, te dejo aquí y me voy! ¡Pórtate bien o te mato!” Todas estas expresiones son amenazas que, por supuesto, los padres no van a llevar a cabo. Pero el niño, por su forma de entender las cosas, nunca puede estar seguro de eso. Lo que sí se va formando en él es una percepción de la no confiabilidad de las personas en autoridad sobre él, y esa percepción, por lógica, se transfiere también a Dios.
El efecto de conceptos religiosos mal interpretados en la formación de la imagen de Dios
Todo lo que se hace y se dice dentro de la iglesia tiene un impacto profundo sobre el concepto de Dios que el niño está formando. Dos cosas afectan esto. Uno es el trato que recibe de parte de las personas en autoridad. El otro es que por lo general todas las cosas que se hacen o que se dicen en la iglesia no están orientadas hacia el niño y, por tanto, fácilmente pueden ser mal interpretadas por él. Igualmente, el vocabulario religioso que utilizamos tiende a ser muy arcaico y desconocido por los niños. Ellos escuchan canciones y oraciones cargadas de expresiones muy simbólicas y difíciles de entender con el vocabulario limitado que tienen. Cuando el niño no entiende una frase o una palabra, su tendencia es sustituir alguna palabra que suena parecido y que sí es conocida por él. Todos los que trabajamos con los niños hemos escuchado sus interpretaciones tan originales. Una niña escuchó cantar muchas veces el himno que comienza: “Nunca, Dios mío, cesarán mis labios de bendecirte y cantar tu gloria.” Por muchos años creyó que la letra decía: “Nunca, Dios mío, besarás mis labios”. Otro niño preguntó quién era “La hermana Déjaque.” Cuando nadie supo contestarle, agregó: “Sí, es la que siempre se mueve, porque la canción dice: “Oh, hermana Déjaque se mueva.” Evidentemente, era su interpretación de un coro contemporáneo que habla del mover del Espíritu Santo sobre su pueblo.
Por supuesto, es imposible evitar este tipo de mal entendidos, pero por lo menos tendríamos que estar atentos para aclararlos cada vez que escuchamos esta clase de confusión. Es importante recordar que el niño no está tratando de ser gracioso, sino que se esfuerza siempre por entender lo simbólico y figurativo de nuestro lenguaje religioso. Si no hay personas que le ayudan a aclarar su confusión, asimilará conceptos erróneos y hasta ridículos acerca de Dios.
Otra área de confusión para los niños tiene que ver con las celebraciones religiosas. Se crea mucha confusión en ellos por las maneras en que llevamos a cabo los programas dentro de la iglesia para eventos como la Navidad o la semana de Pascua. Un niño quiso ilustrar lo que era para él la Pascua. Dibujó un conejo clavado sobre una cruz. Su intento respondía a la confusión creada en su mente por la diversidad de símbolos que rodean este evento tan importante en el calendario de la iglesia. El énfasis en los huevos de Pascua, en Papá Noel y en otros elementos tradicionales que no tienen nada que ver con los relatos bíblicos confunden porque nadie les explica cuáles son los elementos verdaderos, o cuáles los bíblicos, y cuáles son representativos de la tradición y la cultura. Nosotros, que trabajamos en la formación espiritual del niño, debemos comprender la forma de pensar de ellos y ser sensibles a esta mezcla de estímulos que reciben tanto de los medios como de la iglesia. Debemos hacer lo posible para expresar en lenguaje sencillo y claro lo que son las verdades y doctrinas básicas que son representadas por estas dos fiestas importantes.
El vocabulario religioso también resulta sumamente confuso para los niños en otra área. Me refiero a las formas en las cuales les explicamos el plan de salvación. Yo creo, personalmente, que cometemos los errores más graves con ellos dentro de este contexto. En lugar de simplificar este elemento básico de la fe, la disfrazamos con símbolos que crean más confusión. Además, en el afán de tener programas exitosos usamos todo tipo de disfraces, esperando que un niño tome en serio el mensaje que esté dado por un payaso o por una verdura graciosa. No presentaríamos el evangelio de esta manera a los adultos porque sería una falta de respeto. Pero lo hacemos con los niños, porque el único criterio que aplicamos es si al niño le gusta o no. El niño se interesa por cualquier cosa novedosa. No nos detenemos para preguntar qué entienden ellos acerca de Dios por estas presentaciones. Ni tampoco queremos admitir que muchas veces estamos utilizando un cierto manipuleo de sus emociones para conseguir el fin que deseamos, aprovechando el hecho de que el niño tiende a responder en sumisión a la autoridad de un adulto. Yo creo que a través de nuestras presentaciones muchas veces estamos siendo de tropiezo a los niños porque estamos llenando sus mentes de elementos que crean confusión en vez de guiarlos a Dios por un camino claro y coherente. Me parece que tenemos que pensar seriamente sobre cómo estamos afectando el desarrollo del concepto de Dios en los niños y cambiar muchos de los métodos que utilizamos.
El efecto de los medios de comunicación en la formación de la imagen de Dios
Es necesario reconocer el efecto alarmante que los medios de comunicación están teniendo sobre la vida del niño actual. Aunque éste es un tema extenso que merece una investigación cuidadosa, quiero señalar ciertos factores. Un área sumamente preocupante es la violencia como una forma de adquirir el poder. Los primeros conceptos que va adquiriendo el niño sobre el uso de la violencia y el poder vienen por los medios de comunicación, especialmente por la televisión. Por lo tanto, lo que se le enseña en la iglesia sobre el poder de Dios será interpretado por lo que ya aprendió en la televisión o en los video-juegos. Me contó una maestra cómo en su iglesia un niño había hecho la declaración con firmeza de que no le interesaba seguir a Jesús porque “él era un perdedor”. Prefería seguir al superhéroe (y nombró uno de moda) porque tenía más poder y nadie lo podía matar. Quizás otros niños no se expresan en una forma tan tajante, pero este ejemplo sirve para mostrar la confusión que los programas de televisión pueden crear en la mente del niño. Nuestro énfasis debe ser el hecho de que el poder que tiene Dios no se basa en la destrucción de personas, sino en que él hace posible que se transformen desde adentro hacia fuera y que su poder hace posible que convivamos en paz y amor el uno con el otro, sin buscar formas de vengarnos. La enseñanza bíblica debe representar una fuerza de resistencia frente al alud de violencia que inunda la vida de los niños de hoy.
Los medios de comunicación también endiosan a los cantantes, los actores de cine y los deportistas, mostrando sus vidas como algo para emular. A la vez, los valores distorsionados y la incoherencia de vida de estos artistas, quienes llegan a ser los ídolos de los niños y adolescentes, crean ambigüedad en cuanto a los verdaderos principios cristianos sobre la moral y la ética. La iglesia, y en forma más directa los padres cristianos, se sienten amenazados por este constante bombardeo de imágenes e influencias que afectan a sus niños. Y los niños, por su lado, se sienten solos, sin espacio seguro donde pueden expresar sus inquietudes. A la vez nosotros, los adultos que debemos responder a sus interrogantes, nos encontramos demasiado ocupados como para estar escuchándoles, dejándoles sin una orientación correcta.
Debido a estas influencias mundanas que invaden continuamente nuestras vidas hoy día, creo que como nunca antes en la historia, nosotros los adultos debemos involucrarnos en las vidas de los niños, siendo para ellos una presencia estable y confiable en todo momento. El hecho de ser personas accesibles al niño, con un interés genuino en los diversos aspectos de su vida, permitirá que éste encuentre fuerza para resistir los valores falsos del mundo. A la vez, esta relación de afecto y confianza ayudará a sembrar los elementos para desarrollar una relación sentida con Dios. El niño necesita ver en el adulto un ejemplo de amor, estabilidad y compromiso de fe que le ayudará a él a emular esos mismos valores y a formar, como consecuencia, un concepto correcto de Dios.
Sin el compromiso de adultos que aman a Dios y se dedican al ministerio de los niños, hemos de ir retrocediendo ante las influencias invasoras del mundo secular. Una parte fundamental de este proceso de resistencia tiene que ver con el desarrollo de un concepto sano e íntegro de quién es Dios. Lo que el niño aprende en su niñez determinará lo que será como adulto. Cuando necesito inspiración en esta singular tarea, o cuando me siento desanimado, traigo a mi mente las palabras de Jesús: “El Rey les responderá: Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí” (Mateo 25:40).
De Constance, B. S. (2004). La formación espiritual del niño (3a edición, pp. 29–37). Buenos Aires, Argentina: Publicaciones Alianza.
