4 AGOSTO

Jueces 18 | Hechos 22 | Jeremías 32 | Salmos 1–2
Un lector inocente tal vez pensó que la lectura de ayer reflejaba un pequeño desliz aberrante del pueblo de Dios. La de hoy (Jueces 18) le roba el optimismo a esa esperanza: una tribu entera de Israel está corrompida y seguramente otras también lo están.
El contexto histórico es bastante antiguo: no todas las tribus han acabado de conquistar la tierra que les fue concedida. Este es ciertamente el caso de Dan (Jueces 18:1). Los hijos de Dan enviaron cinco soldados para explorar la tierra y eventualmente se toparon con la casa de Micaía. Ahí encuentran al joven levita y lo reconocen, quizás por algún encuentro previo o tal vez por lo que era o lo que hacía. (Posiblemente, le escucharon orar o estudiar, pues esto se solía hacer en voz alta.) Le preguntaron si su viaje tendría éxito. Tal vez, el “efod” que hizo Micaía (Jueces 17:5) incluía algo como el urim y el tumim con el pretexto de discernir la voluntad de Dios. En cualquier caso, él se lo confirma y siguen su camino.
Los soldados entraron como espías al pueblo de Lais, el que no era parte de la tierra que se les había asignado. No obstante, a ellos les pareció un blanco fácil y atractivo y así lo informaron. Al regresar con seiscientos hombres armados de la tribu de Dan, interrumpieron su asalto militar para llevarse todos los dioses de la casa de Micaía, así como al joven levita y efod, evidentemente pensando que esto les traería “suerte” o al menos apoyo a su proyecto. El levita estaba encantado, pues lo veía como un ascenso (18:20), pero ¿puede un clérigo “comprado” ejercer un verdadero testimonio profético?
Cuando Micaía y sus hombres alcanzan a este grupo de guerreros, su afirmación suena un tanto patética: “Vosotros os llevasteis mis dioses, que yo mismo hice, y también os llevasteis a mi sacerdote y luego os fuisteis. ¿Qué más me queda? ¡Y todavía os atrevéis a preguntarme qué me sucede!” (18:24). El hombre ni siquiera detectó la ironía de su propia declaración, la total inutilidad de otorgarle tanto peso a dioses que uno mismo ha hecho.
Los hombres de Dan amenazaron con aniquilar a Micaía y a su familia, y con eso resolvieron el asunto. La fuerza- no la justicia ni la integridad- gobierna la tierra. Los hijos de Dan capturaron Lais, atacando a un “pueblo tranquilo y confiado” (18:27) y cambiaron el nombre de la ciudad por “Dan”. Allí establecieron sus ídolos y el joven levita, quien ahora se identifica como un descendiente directo de Moisés (18:30), sirve como el sacerdote de la tribu y le pasa el legado a sus hijos, en tanto que el tabernáculo permanece en su debido lugar en Silo (18:30–31).
Los niveles de infidelidad al pacto en el ámbito religioso se multiplican mediante el aumento en la violencia, el egoísmo tribal, las aspiraciones personales de poder, la ingratitud, las amenazas burdas y la superstición masiva. Es común que estos pecados crezcan juntos.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 216). Barcelona: Publicaciones Andamio.