Mi yugo es fácil, y ligera mi carga.

El que lleva la carga

8/11/2017

Mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (Mateo 11:30)

Jesús se describió a sí mismo como “manso y humilde de corazón” (Mt. 11:29); por lo tanto, Él da descanso, no cansancio, a todos los que se someten a Él y hacen su obra. En Cristo usted no solo tiene a un Salvador, sino también a uno que lleva la carga. Él lo ayuda a llevar todas sus cargas, incluso la carga de la obediencia.

Cristo nunca le dará una carga demasiado pesada de llevar. Su yugo no tiene nada que ver con las exigencias de la ley ni con las obras humanas. Más bien pertenece a la obediencia del cristiano a Dios, que Él quiere hacerla una experiencia alegre y feliz. Dé gracias a Dios por dar a alguien tan misericordioso que lleve la carga en la persona de su Hijo.

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Los distintos tiempos de la gracia

AGOSTO, 11

Los distintos tiempos de la gracia

Devocional por John Piper

Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo. (2 Tesalonicenses 1:11-12)

La gracia no solo es la predisposición de Dios a hacernos bien cuando no lo merecemos —darnos favor inmerecido—. También es el poder de Dios actuando en nuestra vida y haciendo que sucedan cosas buenas en nosotros y para nosotros.

Pablo dijo que cumplimos todo propósito de bondad «con su poder» (versículo 11), y luego agrega al final del versículo 12: «por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo». El poder que obra en nuestra vida para hacer posible la obediencia que exalta a Cristo es en realidad una extensión de la gracia de Dios.

Podemos observar esto también en 1 Corintios 15:10:

Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.

La gracia es un poder activo, presente y transformador que hace posible la obediencia.

Por lo tanto, esta gracia que proviene de Dios y que actúa con poder en nosotros es, en un momento dado, tanto pasada como futura. Ya ha hecho algo por nosotros o en nosotros antes, y por eso es pasada. También va a seguir actuando en nosotros y por nosotros, por eso es futura —ya sea dentro de cinco segundos o cinco millones de años—.

La gracia de Dios es una constante cascada que baja por la catarata del presente, cuyas aguas vienen del inagotable río de gracia que proviene del futuro y llenan el creciente embalse de la gracia del pasado. En los próximos cinco minutos, estaremos recibiendo la gracia sustentadora que fluye hacia nosotros desde el futuro, y estaremos acumulando el valor de cinco minutos de gracia en el embalse del pasado.

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«Consuelo eterno»

11 de agosto

«Consuelo eterno»

2 Tesalonicenses 2:16 (LBLA)

¡Consuelo! Hay música en esta palabra. Ella quita, como el arpa de David, el mal espíritu de la melanco lía. Para Bernabé fue un gran honor que se le llamara «hijo de consolación». Más aún: este es uno de los ilustres nombres de Aquel que es mayor que Bernabé; pues el Señor Jesús es la consolación de Israel. «Consuelo eterno». Aquí tenemos lo mejor de todo: el «nardo puro de mucho precio»; porque una eterni dad consoladora es la corona y la gloria del consuelo. ¡Vale la pena tener bienes cuando uno puede disfrutar de ellos perpetuamente! El hombre trabaja para ganar dinero y, después de afanarse mucho, llega a poseer un crecido capital. Ese dinero es para él un consuelo, pero no un «consuelo eterno»; pues puede malgas tar o perder todo su tesoro o acaso muera y se vea obligado a abandonarlo. En el mejor de los casos, el dinero no puede ser otra cosa que un consuelo pasajero. Uno trabaja hasta cansarse para adquirir conocimiento; lo adquiere, llega a ser un erudito y su nombre se hace famoso. Esto es para él un consuelo, como premio de toda su fatiga. Sin embargo, tampoco eso dura mucho: pues cuando tiene quebraderos de cabeza o angustia de corazón, sus títulos y diplomas no le pueden alentar. Y si su alma llega a ser presa del desaliento, tiene que hojear muchos volúmenes antes de poder hallar un bálsamo para su quebrantado corazón. Todos los consuelos terrenales son, en su esencia, fugaces y, en su existencia, efímeros. Esos consuelos resultan tan radiantes y pasa jeros como los colores de una pompa de jabón. No obstante, los consuelos que Dios da a su pueblo no se marchitan ni pierden su frescura. Al contrario, resisten todas las pruebas: el golpe de la aflicción, la llama de la persecución, el curso de los años; más aún, pueden resistir hasta la muerte misma.

¿Qué es el «consuelo eterno»? Incluye, en primer lugar, un sentimiento de perdón de pecados. El cristiano ha recibido en su corazón el testimonio del Espíritu Santo de que sus rebeliones han sido deshechas como una nube y sus pecados como niebla (Is. 44:22). ¿No es un consuelo eterno el tener los pecados perdonados? En segundo lugar, el Señor da a los suyos una permanente comprensión de que han sido aceptados en Cristo. El cristiano sabe que Dios lo mira como unido a Jesús. Ahora bien, es grato saber que Dios nos acepta. La unión con el Señor resucitado supone un consuelo de los más permanentes; es, en realidad, eterno. No importa que nos postre la enfermedad. ¿No hemos visto a centenares de creyentes tan felices en la debilidad de sus dolencias como en la fortaleza de una perfecta salud? No importa que las flechas de la muerte nos atraviesen el corazón; nuestro consuelo no muere. ¿Acaso no han oído frecuentemente nuestros oídos los cánticos de los santos mientras se regocijaban porque el vivo amor divino se derramaba en sus corazones en los momentos de su agonía? Sí, la comprensión de que habían sido aceptados en el Amado era un consuelo eterno. Además, el cristiano tiene una convicción de su seguridad. Dios ha prometido salvar a quienes confían en Cristo; y el cristiano confía en Cristo y cree que Dios cumplirá su palabra y lo salvará. Él sabe, por tanto, que por el hecho de estar ligado a la persona y la obra de Jesús, se halla seguro, ocurra lo que ocurra y cualesquiera sean los ataques de la corrupción interna o de la tentación externa. ¿No es esta una fuente de consuelo superabundante y placen tera? Los hombres más ricos y más sabios darían espontánea mente sus ojos por saber si son salvos, y reputarían como ganancias esas pérdidas. El entrar en la vida cojos o mancos sería para los hombres una ganga, si realmente entrasen. Nuestro con suelo eterno estriba en que tenemos esa vida y que no se nos puede privar de ella. Lector, ¿cómo es que te consumes y rehúsas ser consolado? ¿Honra eso a Dios? ¿Hará esa actitud que otros ansíen conocer a Jesús? ¡Toma aliento entonces! Cuando Jesús da consuelo eterno, es un pecado vivir murmurando.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, pp. 233–234). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Esperando en Dios

11 Agosto 2017

Esperando en Dios
por Charles R. Swindoll

Salmos 27

El clamor de David para que Dios le ayude no termina simplemente con un registro de su provisión milagrosa. Más bien, el compositor se compromete a hacer algo que no es común para las personas que están llenas de temor. David se compromete a quedarse tranquilo. Él elige esperar en el Señor. Lea el versículo 14 en voz alta:

Espera en el Señor. Esfuérzate y aliéntese tu corazón. ¡Sí, espera en el Señor! (Salmo 27:14)

Esta conclusión es muy apropiada pero totalmente inesperada. David se exhorta asimismo a esperar en Dios. Él se da cuenta de que la presión no se va ir súbitamente. Él sabía que sus enemigos no se irían inmediatamente después de que se levantara de sus rodillas. Él era lo suficientemente realista para saber que cualquier cosa que vale la pena tener, hay que esperarla. Así que en los últimos renglones de su canción, se dice asimismo que se tranquilice; que entre en el descanso de Dios y que deje de esforzarse por sus propios medios (Vea Hebreos 4:9-11). La fortaleza y el valor se desarrollan durante la prueba, no después. Esperar en Dios es algo esencial para el cristiano.

El término, «esperar» viene del verbo hebreo, «kawah», y transmite la idea de buscar algo ansiosamente. Su significado original da la idea de estirar o torcer algo. Como sustantivo significa, «cuerda , línea o hilo». La definición literal se convirtió en una ilustración acerca de la tensión y la anticipación ansiosa. Isaías 40:31 utiliza el mismo término: «Pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas».

Si usted está esperando que Dios obre esta semana, siga esperando. Durante esa espera, usted recibirá  fortaleza y valor. Quiero sugerirle que analice los principios del Salmo 27 cada vez que usted se sienta tentado a tener miedo. No se paralice ni caiga en la ineficiencia. Sepárese del afán del temor. Mire cada circunstancia amenazadora como una oportunidad para desarrollar su fe, en vez de huir. ¿Cómo puede hacerlo?

Siga el ejemplo de David.

Primero: Recuerde las verdades de Dios.
Segundo: Exprese sus necesidades abiertamente.
Tercero: Espere. Permita que cualquier circunstancia temerosa se convierta en una oportunidad de Dios para fortalecerle.

Afirmando el alma
Esperar en Dios es una disciplina espiritual que necesita cultivarse. Requiere paciencia y práctica. Piense en algo que usted no pueda arreglar; algo que esté más allá de su control y que le cause ansiedad. Cada vez que piense en ese asunto, recuerde la fidelidad de Dios, ríndale la situación a él y luego decida esperar en Dios. Hágalo tantas veces como sea necesario.

Adaptado del libro, Viviendo los Salmos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2013). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright
© 2017 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

¿Cómo se manifiesta la ira de Dios, según las Escrituras?

11 AGOSTO

1 Samuel 1 | Romanos 1 | Jeremías 39 | Salmos 13–14

¿Cómo se manifiesta la ira de Dios, según las Escrituras?

No hay una respuesta breve a esa pregunta, porque pueden ser muchas, dependiendo de una enorme gama de circunstancias. La ira de Dios aniquiló a casi toda la raza humana durante el Diluvio. A veces, el castigo de Dios a su pueblo del pacto es para corregir. En ocasiones, es inmediato, sobre todo porque tiende a ser instructivo (como la derrota del pueblo de Hai después de que Acán robara plata y ropa fina de Babilonia). En otros momentos, Dios se abstiene, lo cual en cierto modo muestra su gracia, pero dada la perversidad de los que llevan su imagen, es fácil que las cosas se descontrolen. La demostración última de la ira de Dios es el infierno mismo (ver, por ejemplo, Apocalipsis 14:6 ss.).

Romanos 1:18 ss, expresa la revelación de la ira de Dios de una manera un tanto diferente. Lo que Pablo presenta aquí no es lo único que se puede decir de la ira de Dios—incluso en la mente del mismo Pablo—, pero contribuye con algo muy importante. No sólo se revela la ira de Dios contra “toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad” (1:18), sino que se manifiesta en esos pecados; es decir, en el hecho de que Dios entrega a la gente a que hagan lo que quieren hacer (1:24–28). En otras palabras, en vez de reprenderlos con juicio corrector o restringir su maldad, Dios “los entregó”: a “pasiones vergonzosas” (1:26) y a “la depravación mental” (1:28). El resultado es la multiplicación de la “maldad, perversidad, avaricia y depravación” (1:29). La imagen que presentan el resto de los versículos de Romanos 1 no es nada bonita.

Debemos reflexionar un poco más sobre lo que esto significa. En nuestra falta de visión, a veces pensamos que Dios es un poco inflexible cuando en algunos pasajes, en particular del Antiguo Testamento, castiga de inmediato a su pueblo por sus pecados. Pero, ¿cuál es la alternativa? Sencillamente, es no castigarlos enseguida. Si el castigo fuera sólo un asunto de educación correctiva a un pueblo moralmente neutral, el momento y la severidad del mismo no importarían mucho; aprenderíamos. Pero la Biblia afirma que, tras la caída, somos por naturaleza y persistentemente rebeldes en contra de Dios. Si nos castiga, nos quejamos de su severidad. Si no nos castiga, descendemos hacia el libertinaje hasta que los fundamentos mismos de la sociedad se ven amenazados. Entonces, puede que clamemos a Dios pidiendo misericordia. Eso está muy bien, pero al menos debemos entender que hubiera sido misericordioso que no nos permitiera caer tan bajo en el abismo.

Si vemos la forma y las tendencias de la cultura moderna, ¿no podríamos argumentar que ya estamos bajo la severa ira de Dios? ¡Ten misericordia, Señor!

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 223). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¡Muchacha, levántate!

viernes 11 agosto

Como (Dios) el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida.

Juan 5:21

¡Muchacha, levántate!

En una época de hambruna, el profeta Elías vivía en casa de una viuda, quien milagrosamente tuvo con qué alimentarle. El hijo de esta mujer cayó enfermo y murió. Entonces el profeta tomó el cuerpo del niño y lo llevó a la habitación donde él se hospedaba. Allí suplicó intensamente a Dios para que devolviese la vida al niño, y Dios le respondió. El niño fue entregado a su madre (1 Reyes 17:17-24).

Eliseo fue el sucesor de Elías. Él también halló en su camino a una mujer cuyo hijo murió súbitamente. El niño muerto fue acostado en la cama del profeta, Eliseo cerró la puerta de la habitación y suplicó a Dios que le devolviese la vida. Poco a poco el niño volvió a la vida y al final abrió los ojos (2 Reyes 4:18-36).

Leamos ahora un pasaje de los evangelios. Jesús fue llamado a la cabecera de una niña de doce años. La joven había muerto y estaba en su cama cuando Jesús entró en la habitación. ¿Iba a suplicar a Dios, como lo habían hecho Elías y Eliseo, para que la niña volviese a la vida? ¿Serían necesarias la paciencia y la insistencia? ¡Nada de eso! Con su propia autoridad y poder divino, Jesús le dio una orden muy sencilla: “Muchacha, levántate”. La tomó de la mano y, cuando ella oyó la voz del Hijo de Dios, se levantó inmediatamente. Jesús aconsejó a los padres de la niña que le diesen de comer, luego se retiró (Lucas 8:40-56).

¡Qué majestad llena de gracia y bondad se ve en la persona del Hijo de Dios! Él es el Dios a quien Elías y Eliseo oraron, el que tiene la vida en sí mismo (Juan 5:26). Hoy Jesús transmite la vida a todos los que creen en él. ¡Y esta vida va más allá de la vida en la tierra; él nos ofrece una vida eterna en el cielo!

1 Crónicas 24 – Lucas 19:28-48 – Salmo 92:10-15 – Proverbios 21:7-8

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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