CARACTERÍSTICAS DEL AMOR A DIOS

CARACTERÍSTICAS DEL AMOR A DIOS

9/14/2017

Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más.

Filipenses 1:9

El verdadero amor a Dios tiene muchas ca­racterísticas. He aquí una lista de las más importantes:

  • Desea la comunión personal con Dios (Sal. 42:1-2; 73:25)
  • Confía en que el poder de Dios proteja a los suyos (Sal. 31:23)
  • Se caracteriza por la paz que solo Dios puede dar (Sal. 119:165; Jn.14:27)
  • Es sensible a la voluntad de Dios y a su honra (Sal. 69:9)
  •  Ama a las personas que Dios ama (1 Jn. 4:7-8, 20-21)
  • Aborrece lo que Dios aborrece (1 Jn. 2:15)
  • Espera la segunda venida de Cristo (2 Ti. 4:8)
  • Por último, y lo más importante, se caracteriza por la obediencia a Dios (Jn. 14:21; 1 Jn. 5:1-2).

Podemos amar a Dios y manifestar esas características solo porque El nos amó a nosotros primero (1 Jn. 4:7, 10,19).

¿Ama usted a Dios?

DERECHOS DE AUTOR © 2017 Gracia a Vosotros
Usted podrá reproducir este contenido de Gracia a Vosotros sin fines comerciales de acuerdo con la política de Derechos de Autor de Gracia a Vosotros.

Dios proveerá a todas nuestras necesidades

SEPTIEMBRE, 14

Dios proveerá a todas nuestras necesidades

Devocional por John Piper

Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. (Filipenses 4:19)

En Filipenses 4:6, Pablo dice: «Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios». Y luego en Filipenses 4:19 (solo trece versículos después), nos da la promesa liberadora de la gracia venidera, del mismo modo en que Jesús lo hizo: «Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús».

Si vivimos por fe en esta promesa de gracia venidera, será muy difícil que la ansiedad prevalezca. Las «riquezas en gloria» de Dios son inagotables. Él realmente quiere que no nos preocupemos por nuestro futuro.

Deberíamos seguir el ejemplo de Jesús y de Pablo, y batallar contra la incredulidad propia de la ansiedad con las promesas de la gracia venidera.

Cuando estoy ansioso respecto de algún nuevo emprendimiento o reunión que conlleve un riesgo, batallo contra la incredulidad aferrándome a una de las promesas que uso más a menudo: Isaías 41:10. El día que me fui a pasar tres años en Alemania, mi padre me hizo una llamada de larga distancia y me dio esa promesa. Durante esos tres años, debo habérmela repetido a mí mismo unas quinientas veces para lograr atravesar períodos de tremenda presión: «No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10).

Cuando el motor de mi mente permanece en neutro, Isaías 41:10 se convierte en el ronroneo de los engranajes.


Devocional tomado del libro “Future Grace” (Gracia Venidera), páginas 59-60

Todos los derechos reservados ©2017 Soldados de Jesucristo y DesiringGod.org

Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al SEÑOR; y tú perdonaste la culpa de mi pecado

14 de septiembre

«Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al SEÑOR; y tú perdonaste la culpa de mi pecado».

Salmo 32:5 (LBLA)

El dolor que padeció David por su pecado fue amargo. Los efectos del mismo se hicieron visibles en su propio cuerpo: «se envejecieron [sus] huesos»; «se volvió [su] verdor en sequedades de verano». David no logró encontrar remedio hasta que hizo una completa confesión delante del Trono de la gracia celestial. Él nos cuenta cómo, por algún tiempo, estuvo callado y su corazón se llenó más y más de amargura. Como un pequeño lago entre las montañas, cuya salida está bloqueada, así su alma se hallaba inundada por torrentes de aflicción. David buscó excusas, se esforzó en desviar sus pensamientos, pero todo fue en vano. Como una llaga que se ulcera, su dolor se fue agravando; y ya que él no quería usar la lanceta de la confesión, su espíritu se atormentaba más cada vez y no hallaba descanso. Por fin, llegó a la conclusión de que tenía que volver a Dios en humilde arrepentimiento o morir de manera irremediable. Se dirigió, pues, de inmediato al propiciatorio y allí extendió el rollo de sus iniquidades delante de Dios, que todo lo ve, confesando su mal por entero con palabras semejantes a las del Salmo 51 y otros salmos penitenciales. Una vez hecho esto (un acto sencillo y, sin embargo, muy difícil para el orgullo), recibió enseguida el perdón divino. Los huesos que habían estado abatidos se recrearon de nuevo, y David salió de su encierro para cantar las bienaventuranzas del hombre cuyas iniquidades han sido perdonadas. ¡Mira el valor que tiene una confesión de pecados obrada por la gracia divina! Esa confesión debe tenerse en mucho, ya que en todos los casos en que hay una confesión genuina, el perdón se otorga gratuitamente; no porque el arrepentimiento y la confesión merezcan dicho perdón, sino por el amor de Cristo. ¡Bendito sea Dios, porque siempre hay una cura para el corazón quebrantado! La fuente está fluyendo continuamente a fin de limpiarnos de nuestros pecados. En verdad, oh Señor, eres un Dios «pronto a perdonar»; por consiguiente, reconoceremos nuestras iniquidades.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 268). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Carta de recomendación

14 SEPTIEMBRE

2 Samuel 10 | 2 Corintios 3 | Ezequiel 17 | Salmos 60–61

En cierta forma, Pablo se encuentra en una posición desconcertante. Si no respondía a algunas de las preocupaciones que tenían los corintios sobre él y su ministerio, podría perderlos: no personalmente (eso no le hubiera molestado), pero sí perder su lealtad hacia él y, por lo tanto, al mensaje que él predicaba. Por otro lado, si hablaba largo y tendido acerca de sí mismo, al menos algunos de sus críticos dirían que estaba ensimismado, o inseguro, o que un verdadero apóstol no tendría que defenderse, o algo por el estilo.

Justamente, no sabemos con certeza cuál era su acusación. Resulta bastante obvio en varias partes de la correspondencia corintia, particularmente en 2 Corintios 3:1–3, que Pablo es consciente de este peligro. Al final del capítulo 2, había insistido en que “nosotros [ya sea un ‘nosotros’ litera rio o una referencia a los apóstoles]… hablamos con sinceridad delante de él en Cristo, como enviados de Dios que somos” (2:17): para nada como traficantes que trabajan por ganancia. Ahora pregunta retóricamente: “¿Acaso comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos?” (3:1). La frase “otra vez” nos revela que Pablo se ha enfrentado a este problema anteriormente con los corintios. Pregunta de manera aún más específica: “¿O acaso tenemos que presentaros o pediros a vosotros cartas de recomendación, como hacen algunos?” (3:1). Suena como si “algunos” hubieran intentado establecer sus credenciales trayendo cartas de presentación. Ellos o los corintios luego se vuelven desdeñosos hacia Pablo porque él no encaja ni en el patrón cultural de demostrar sus credenciales al solicitar una paga muy alta (cap. 2), ni trae consigo papeles—de Jerusalén o algún otro centro de autoridad—para establecer su fiabilidad.

Pero Pablo no responde defendiendo su estatus como apóstol en términos de la revelación directa del Cristo resucitado a él. (No obstante, en otro lugar, eso es justamente lo que hace, y aun en este capítulo insiste en que su competencia viene del mismo Dios, 3:5) Aquí adopta sabiamente una postura que, a la vez, apunta a la naturaleza peculiar de su propio ministerio y anima con gentileza a los corintios a reconocer que no están en condiciones de pensar de manera distinta. Lo que les dice es, en efecto, que su existencia como cristianos constituye para ellos suficiente credencial de Pablo. Pablo les predicó el evangelio. Ellos son su “carta de recomendación”, el resultado de su ministerio (3:1, 3). Y puesto que la conversión genuina es obra del Espíritu de Dios, ellos, como cartas de recomendación de Pablo, deben verse como escritos “no con tinta sino con el Espíritu del Dios viviente” y no en una hoja de papiro ni en una tabla de piedra, sino en el corazón humano (3:3).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 257). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Poner en práctica

jueves 14 septiembre

Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.

Santiago 1:22

Poner en práctica

«El examen práctico de la licencia para conducir tiene como finalidad verificar que la formación ha sido terminada, y que usted ha adquirido el mínimo de experiencia necesaria para conducir solo». Con estas palabras el instructor anunció a mi hijo lo que debería probar ante el supervisor dentro de algunos días.

En mi vida cristiana, desde hace años, he escuchado muchas enseñanzas de la Biblia. ¿Qué resultados prácticos tuvieron en mi vida? El versículo del encabezamiento me advierte sobre la mala costumbre de escuchar la Palabra de Dios y no ponerla en práctica. Me gusta escucharla, pero mi corazón y mi conciencia no son realmente alcanzados. Permanecer en este estado es ilusorio y peligroso. El Señor dijo a sus discípulos: “Cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7:26-27).

Obedezcamos lo que hemos oído. Primero, para responder a esta invitación: “Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:13). Luego, esforcémonos en “guardar” su Palabra para que ella tenga un impacto sobre nuestra vida. Nuestras palabras, nuestras costumbres y nuestra vida diaria, ¿muestran que amamos al Señor? Jesús dijo: “El que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23). ¡Tratemos de agradarle!

“Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11:28).

2 Crónicas 30 – 2 Corintios 3 – Salmo 105:23-36 – Proverbios 23:12

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch