La gran final

miércoles 29 noviembre

Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él… Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.

Apocalipsis 20:11-12

La gran final

La «gran final» de la historia del mundo está descrita en el Apocalipsis (cap. 20:11-15 y 21:1-4). Concierne a todos los hombres, desde Adán, y cada uno vivirá una u otra de estas dos escenas:

–El mundo actual será destruido, y todos aquellos que hayan muerto en sus pecados resucitarán para ser juzgados por Dios. Comparecerán para rendir cuentas por sus pecados, sean “grandes” o “pequeños”, importantes o no en la escala de los hombres.

Se abrirán unos libros, y luego el “libro de la vida”. Ningún nombre de los que comparecen se hallará en este libro. En los otros están consignadas las acciones de cada uno. ¡Las cosas que creíamos que estaban olvidadas saldrán a la luz! Los acusados serán juzgados por lo que está escrito, cada uno según su responsabilidad. El veredicto es el mismo para todos: una condenación eterna… ¡Es la terrible condición de los que durante su vida en la tierra no quisieron creer en Dios, quien perdona los pecados de los que se arrepienten!

–Todos aquellos que hayan creído en el Dios Salvador tendrán la felicidad de vivir en su presencia. En un nuevo cielo y una tierra nueva, Dios “morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor… el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas… estas palabras son fieles y verdaderas”.

Job 35-36 – Colosenses 2 – Salmo 135:8-14 – Proverbios 28:23-24

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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LA PALABRA PROFÉTICA

LA PALABRA PROFÉTICA

11/28/2017

Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones. (2 Pedro 1:19)

Los creyentes de Filipos tenían los libros del Antiguo Testamento, pero todavía no se había completado todo el Nuevo Testamento cuando Pablo les escribió su carta. Como pueden haber tenido acceso solamente a una cantidad mínima de la revelación escrita en el Nuevo Testamento, los creyentes acudían a los apóstoles como su fuente de la verdad hasta que se pusieron juntos todos los libros del Nuevo Testamento. De modo que la norma de la fe y de la conducta cristiana estaba incluida en la enseñanza y en el ejemplo de los apóstoles.

Por eso el día de Pentecostés tres mil creyentes “perseveraban en la doctrina de los apóstoles” (Hch. 2:42). Por eso Pablo les dijo a los creyentes corintios: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Pero usted tiene una ventaja que ellos no tuvieron; usted tiene toda la revelación de Dios a su disposición. Así que no deje de aprovecharla.

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La raíz de la ingratitud

NOVIEMBRE, 28

La raíz de la ingratitud

Devocional por John Piper

Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. (Romanos 1:21)

Cuando la gratitud brota del corazón humano y hacia Dios, él es magnificado como la próspera fuente de nuestra bendición. Él es reconocido como el dador y benefactor, y, por lo tanto, como glorioso.

Pero cuando de nuestro corazón no brota gratitud por la inmensa bondad de Dios hacia nosotros, es probable que esto sea porque no tenemos el deseo de hacerle un cumplido: no queremos magnificarlo como nuestro benefactor.

Hay una buena razón por la que los seres humanos no quieren magnificar a Dios con acción de gracias ni glorificarlo como su benefactor: darle gloria a Dios le resta gloria al ser humano, y todos por naturaleza aman su propia gloria por sobre la gloria de Dios.

La raíz de la ingratitud es el amor por la propia grandeza. La gratitud genuina admite que somos beneficiarios de una herencia inmerecida. Somos lisiados apoyados sobre la muleta en forma de cruz de Jesucristo. Somos inválidos que viven minuto a minuto gracias al pulmón artificial de la misericordia de Dios. Somos niños dormidos en una cuna celestial.

El hombre natural detesta pensar acerca de sí mismo en estos términos: beneficiario indigno, lisiado, inválido, niño. Tales imágenes lo despojan de su gloria y se la dan toda a Dios.

En tanto el hombre ame su propia gloria, corone su autosuficiencia, y deteste pensar acerca de sí mismo como un ser enfermo e indefenso a causa del pecado, jamás podrá sentir gratitud genuina hacia el Dios verdadero y, por lo tanto, jamás magnificará a Dios, sino a sí mismo.

«Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Marcos 2:17).

Jesús no tiene nada que hacer por los que insisten en que están bien. Él demanda algo grande: que admitamos que no hay grandeza en nosotros. Esta es una mala noticia para los arrogantes, pero son palabras dulces como la miel para aquellos que han renunciado a la farsa de la autosuficiencia y ahora buscan a Dios.


Devocional tomado del sermón “I Will Magnify God with Thanksgiving!”

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9 – [9] Escogidos por Dios

Escogidos por Dios

R.C. Sproul

Capítulo 9

Cuestiones y objeciones sobre la predestinación

Quedan varios problemas y cuestiones alrededor de predestinación que debemos al menos tocar.

¿Es fatalismo la predestinación?

Una frecuente objeción que se levanta contra la predestinación es el ser una forma religiosa de fatalismo. Si examinamos el fatalismo en su sentido literal, vemos que está tan lejos de la doctrina bíblica de la predestinación como el este del oeste. El fatalismo significa literalmente que los asuntos de los hombres son controlados bien por subdeidades caprichosas (los hados) o, más popularmente, por las fuerzas impersonales del azar.

La predestinación no se basa ni en una idea mitológica de diosas jugando con nuestras vidas, ni en la idea de un destino controlado por la colisión casual de los átomos. La predestinación está arraigada en el carácter de un Dios personal y justo, un Dios que es el Señor soberano de la historia. El que mi destino esté, en última instancia, en las manos de una fuerza indiferente u hostil es aterrador. Que esté en las manos de un Dios justo y amante es un asunto totalmente diferente. Los átomos no contienen justicia; en el mejor de los casos, son amorales. Dios es totalmente santo. Prefiero que mi destino esté con El.

La gran superstición de los tiempos modernos tiene que ver con el papel que se le da al azar en los asuntos humanos. El azar es la nueva deidad reinante en la mente moderna. El azar habita en el castillo de los dioses. Al azar se le atribuye la creación del universo y la aparición de la raza humana a partir del cieno.

El azar es un sibolet. Es una palabra mágica que utilizamos para explicar lo desconocido. Es el poder favorito de la casualidad para aquellos que atribuyen poder a cualquier cosa o persona excepto a Dios. Esta actitud supersticiosa hacia el azar no es nueva. Leemos acerca de su atracción muy al principio de la historia bíblica.

Recordamos el incidente en la historia judía cuando el arca sagrada del pacto fue capturada por los filisteos. Aquel día la muerte visitó la casa de Elí y la Gloria fue traspasada de Israel. Los filisteos estaban jubilosos por su victoria, pero pronto aprendieron a lamentar el día. Dondequiera que tomaban el arca, la calamidad les sobrevenía. El templo de Dagón fue humillado. La gente fue devastada por tumores. Durante siete meses el arca fue enviada a las grandes ciudades de los filisteos con los mismos resultados catastróficos en cada ciudad.

Desesperadamente, los reyes de los filisteos se juntaron para tomar consejo y decidieron devolver el arca a los judíos con un rescate también, para calmar la ira de Dios. Sus palabras finales de consejo son dignas de mención:

Tomaréis luego el arca del Señor, y la pondréis sobre el carro, y las joyas de oro que le habéis de pagar en ofrenda por la culpa, las pondréis en una caja al lado de ella; y la dejaréis que se vaya. Y observaréis; si sube por el camino de su tierra a Bet-semes, él nos ha hecho este mal tan grande; y si no, sabremos que no es su mano la que nos ha herido, sino que esto ocurrió por accidente (1 Sam. 6:8–9).

Ya hemos notado que el azar nada puede hacer, porque nada es. Permítaseme desarrollar esto. Utilizamos la palabra azar para describir las posibilidades matemáticas. Por ejemplo, cuando lanzamos una moneda al aire, decimos que hay un 50% de posibilidades de que salga cara. Si al lanzar la moneda elegimos cara y sale cruz, podemos decir que tuvimos mala suerte y que perdimos nuestra oportunidad.

¿Cuánta influencia tiene el azar en el lanzamiento de una moneda? ¿Qué hace que salga cara o cruz? ¿Cambiaría la situación si supiéramos con qué cara de la moneda se comenzó, cuánta presión fue ejercida por el pulgar, cuán densa era la atmósfera y cuántas vueltas dio la moneda en el aire? Con este conocimiento, nuestra capacidad para predecir el resultado excedería con mucho el 50%.

Pero la mano es más rápida que el ojo. No podemos medir todos estos factores en el normal lanzamiento de la moneda. Puesto que podemos reducir el posible resultado a dos, simplificamos las cosas hablando acerca del azar. La cuestión a recordar, sin embargo, es que el azar no ejerce influencia alguna en absoluto sobre el lanzamiento de la moneda. ¿Por qué no? Como estamos repitiendo, el azar nada puede hacer porque nada es. Antes que algo pueda ejercer poder o influencia debe ser primeramente algo. Debe ser alguna clase de entidad, bien sea física o no física. El azar no es ninguna de las dos. Es meramente una construcción mental. No tiene poder porque no tiene ser. Es nada.

Decir que algo ha ocurrido por azar es decir que es una coincidencia. Esto es simplemente una confesión de que no podemos percibir todas las fuerzas y poderes causales que actúan en un incidente. Al igual que no podemos ver todo lo que está ocurriendo en el lanzamiento de una moneda a simple vista, así los complejos asuntos de la vida están también fuera del alcance de nuestra capacidad de percepción. Inventamos, pues, el término azar para explicarlos. El azar realmente nada explica. Es meramente una palabra que utilizamos como taquigrafía por nuestra ignorancia.

Escribí recientemente sobre el tema de causa y efecto. Un profesor de filosofía me escribió quejándose de mi ingenuo entendimiento de la ley de causa y efecto. Me regañó por no tener en cuenta los “acontecimientos sin causa”. Le di las gracias por su carta y dije que estaría dispuesto a abordar su objeción si me escribía citando sólo un ejemplo de un acontecimiento sin causa. Todavía estoy esperando. Esperaré por siempre porque ni aun Dios puede producir un acontecimiento sin causa. Esperar un acontecimiento sin causa es como esperar un círculo cuadrado.

Nuestros destinos no están controlados por el azar. Digo esto dogmáticamente, con todo el énfasis que me es posible. Sé que mi destino no está controlado por el azar porque sé que nada puede ser controlado por el azar. El azar nada puede controlar, porque nada es. ¿Cuáles son las posibilidades de que el universo fuese creado por azar o que nuestros destinos sean controlados por el azar? No hay posibilidad alguna.

El fatalismo encuentra su más popular expresión en la astrología. Nuestros horóscopos diarios están compilados sobre la base del movimiento de las estrellas. La gente en nuestra sociedad sabe más acerca de los doce signos del zodiaco que acerca de las doce tribus de Israel. Sin embargo, Rubén tiene que ver más con mi futuro que Acuario, Judá más que Géminis.

¿No dice la Biblia que Dios no quiere que ninguno perezca?

El apóstol Pedro afirma claramente que Dios no quiere que ninguno perezca.

El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (2 Pedro 3:9)

¿Cómo podemos armonizar este versículo con la predestinación? Si no es la voluntad de Dios elegir a todos para salvación, ¿cómo puede decir la Biblia pues, que Dios no quiere que ninguno perezca?

En primer lugar, debemos entender que la Biblia habla de la voluntad de Dios en más de una manera. Por ejemplo, la Biblia habla de lo que llamamos la voluntad eficaz y soberana de Dios. La voluntad soberana de Dios es la voluntad por la cual Dios hace que ocurran las cosas con absoluta certeza. Nada puede resistir la voluntad de Dios en este sentido. Por su soberana voluntad El creó el mundo. La luz no podría haber rehusado resplandecer.

La segunda manera en que la Biblia habla de la voluntad de Dios es con respecto a lo que llamamos su voluntad preceptiva. La voluntad preceptiva de Dios se refiere a sus mandatos, sus leyes. Es la voluntad de Dios que hagamos las cosas que El manda. Tenemos la capacidad de desobedecer esta voluntad. De hecho, quebrantamos sus mandamientos. No podemos hacerlo impunemente. Lo hacemos sin su permiso o aprobación. Sin embargo, lo hacemos. Pecamos.

Una tercera manera en que la Biblia habla de la voluntad de Dios se refiere a la disposición de Dios, a lo que le agrada. Dios no se deleita en la muerte del inicuo. Hay un sentido en que el castigo del inicuo no produce gozo a Dios. Escoge hacerlo porque es bueno castigar la maldad. Se deleita en la justicia de Su juicio, pero le “entristece” que tal justo juicio deba ser llevado a cabo. Es algo así como un juez sentándose en un tribunal y sentenciando a su propio hijo a la cárcel.

Apliquemos estas tres posibles definiciones al pasaje en 2 Pedro. Si tomamos la afirmación general: “Dios no quiere que ninguno perezca”, y le aplicamos la voluntad eficaz y soberana, la conclusión es obvia. Nadie perecerá. Si Dios decreta soberanamente que nadie perezca, pues Dios es Dios, entonces ciertamente nadie perecerá jamás. Esto sería así, un texto probatorio no para el arminianismo, sino para el universalismo. El texto pues, probaría demasiado para los arminianos.

Supongamos que aplicamos la definición de la voluntad preceptiva de Dios a este pasaje. Entonces el pasaje significaría que Dios no permite que nadie perezca. Esto es, prohibe que la gente perezca. Es contra su ley. Si las personas pues, siguieran adelante y perecieran, Dios tendría que castigarlas por perecer. Su castigo por perecer sería perecer más. ¿Pero cómo puede alguien perecer más que perecer? Esta definición no funciona en este pasaje. No tiene sentido.

La tercera alternativa es que Dios no se deleita en que la gente perezca. Esto encaja con lo que la Biblia dice en otros lugares acerca de la disposición de Dios hacia los perdidos. Esta definición podría encajar en este pasaje. Pedro puede estar diciendo aquí simplemente que Dios no se deleita en que alguien perezca.

Aunque la tercera definición es posible y atractiva para usarla en resolver este pasaje con lo que la Biblia enseña acerca de la predestinación, hay sin embargo, otro factor a considerar. El texto dice más que simplemente Dios no quiere que nadie perezca. La cláusula entera es importante: “… sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.”

¿Cual es el antecedente de ninguno? Es claramente nosotros. ¿Se refiere nosotros a todos nosotros los seres humanos? ¿0 se refiere a nosotros los cristianos, el pueblo de Dios? A Pedro le agrada hablar de los elegidos como un grupo especial de personas. Creo que lo que está diciendo aquí es que Dios no quiere que ninguno de nosotros (los elegidos) perezca. Si eso es lo que quiere decir, entonces el texto requeriría la primera definición y sería un fuerte pasaje más a favor de la predestinación.

De dos maneras diferentes el texto puede armonizar fácilmente con la predestinación. De ninguna manera apoya al arminianismo. Su otro único posible significado sería el universalismo, que lo haría entonces entrar en conflicto con todo lo demás que la Biblia dice en contra del universalismo.

¿Qué es el pecado imperdonable?

En nuestra consideración de la seguridad de la salvación y la perseverancia de los santos, tocamos la cuestión del pecado imperdonable. El hecho de que Jesús advierte contra la comisión de un pecado que es imperdonable es incuestionable. Las preguntas que hemos de afrontar son, pues, éstas: ¿Cuál es el pecado imperdonable? ¿Pueden los cristianos cometer este pecado? Jesús lo definió como una blasfemia contra el Espíritu Santo:

Por tanto os digo: todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero (Mat.12:31–32).

En este texto Jesús no facilita una explicación detallada de la naturaleza de este terrible pecado. Declara que existe tal pecado y hace una ominosa advertencia acerca del mismo. El resto del Nuevo Testamento añade poco a manera de explicación adicional. Como resultado de este silencio, ha habido mucha especulación acerca del pecado imperdonable.

Dos pecados han sido mencionados frecuentemente como candidatos al pecado imperdonable: adulterio y asesinato. El adulterio es escogido sobre la base de que representa un pecado contra el Espíritu Santo, porque el cuerpo es su templo. El adulterio era un crimen capital en el Antiguo Testamento. El razonamiento es que, puesto que merecía la pena de muerte e implicaba una violación del templo del Espíritu Santo, éste debe de ser el pecado imperdonable.

El asesinato es escogido por razones similares. Puesto que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, un ataque contra la persona humana es considerado un ataque contra Dios mismo. Matar al portador de la imagen es insultar a Aquel cuya imagen se porta. De igual manera, el asesinato es un pecado capital. Añadimos a esto el hecho de que el asesinato es un pecado contra la santidad de la vida. Puesto que el Espíritu Santo es la “fuerza vital” en última instancia, matar a un ser humano es insultar al Espíritu Santo.

A pesar de ser atractivas estas teorías para los especuladores, no han obtenido el consentimiento de la mayoría de los eruditos bíblicos. Una idea más popular tiene que ver con la resistencia final a la aplicación por parte del Espíritu Santo de la obra redentora de Cristo. La incredulidad final es vista pues, como el pecado imperdonable. Si una persona repudia el Evangelio repetida, plena y finalmente, entonces no hay esperanza de perdón en el futuro.

De lo que estas tres teorías carecen es de una consideración seria del significado de blasfemia. La blasfemia es algo que hacemos con la boca. Tiene que ver con lo que decimos en voz alta. Ciertamente, también puede hacerse con la pluma, pero la blasfemia es un pecado verbal.

Los Diez Mandamientos incluyen una prohibición contra la blasfemia. Se nos prohibe hacer un uso frívolo o irreverente del nombre de Dios. A los ojos de Dios, el abuso verbal de su santo nombre es un asunto lo suficientemente grave como para incluirlo en su lista de los diez máximos mandamientos. Esto nos dice que la blasfemia es un asunto grave a los ojos de Dios. Es un pecado detestable blasfemar a cualquier miembro de la Divinidad.

¿Significa esto que cualquiera que haya abusado jamás del nombre de Dios no tiene posible esperanza de perdón, ahora o jamás? ¿Significa que si una persona maldice una vez, utilizando el nombre de Dios, está condenada para siempre? Pienso que no.

Es crucial notar en este texto que Jesús hace una distinción entre pecar contra El (el Hijo del Hombre), y pecar contra el Espíritu Santo. ¿Significa esto que esté bien blasfemar a la primera persona de la Trinidad y a la segunda persona de la Trinidad, pero que insultar a la tercera persona es traspasar los limites del perdón? Difícilmente tiene esto sentido.

¿Por qué pues, haría Jesús tal distinción entre pecar contra El y contra el Espíritu Santo? Creo que la clave para responder a esta pregunta es la clave para la cuestión entera de la blasfemia contra el Espíritu Santo. La clave se encuentra en el contexto en que Jesús originalmente hizo esta severa advertencia.

En Mateo 12:24 leemos: “Mas los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios.” Jesús responde con un discurso acerca de una casa dividida contra sí misma y la insensatez de la idea de que Satanás obrase para echar fuera a Satanás. Su advertencia acerca del pecado imperdonable es la conclusión de esta discusión. El introduce su severa advertencia con la palabra por tanto.

La situación es, más o menos, la siguiente: los fariseos están siendo repetidamente críticos con Jesús. Sus ataques verbales contra El se vuelven más y más feroces. Jesús había estado echando fuera demonios “por el Espíritu de Dios”. Los fariseos cayeron tan bajo como para acusar a Jesús de hacer su santa obra por el poder de Satanás. Jesús les advierte. Es como si les estuviera diciendo: “Tened cuidado. Tened mucho cuidado. Os estáis acercando peligrosamente a un pecado por el cual no podéis ser perdonados. Una cosa es atacarme, pero guardaos. Estáis pisando tierra santa aquí.”

Aún nos preguntamos porqué hizo Jesús la distinción entre pecar contra el Hijo del Hombre y pecar contra el Espíritu. Notamos que aun desde la cruz Jesús imploró el perdón de aquellos que le estaban asesinando. En el día de Pentecostés, Pedro habló del horrible crimen contra Cristo cometido en la crucifixión; sin embargo, aún dio esperanza de perdón para aquellos que habían participado en el mismo. Pablo dice: “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.” (1 Corintios 2:7–8).

Estos textos indican una cierta concesión a la ignorancia humana. Debemos recordar que cuando los fariseos acusaron a Jesús de obrar por el poder de Satanás, no tenían aún el beneficio de la plenitud de la revelación de Dios en cuanto a la verdadera identidad de Cristo. Estas acusaciones se hicieron antes de la resurrección. Sin duda, los fariseos debieron haber reconocido a Cristo, pero no lo hicieron. Las palabras de Jesús desde la cruz son importantes: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”

Cuando Jesús hizo la advertencia y distinguió entre la blasfemia contra el Hijo del Hombre y la blasfemia contra el Espíritu Santo era en un tiempo cuando El no se había manifestado aún plenamente. Notamos que esta distinción tiende a desaparecer tras la resurrección, Pentecostés y la ascensión. Notemos lo que el autor de la carta a los Hebreos declara:

Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos y de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?

(Hebreos 10:26–29.)

En este pasaje la distinción entre pecar contra Cristo y contra el Espíritu desaparece. Aquí, pecar contra Cristo es insultar al Espíritu de gracia. La clave está en el pecado voluntario después de haber recibido el conocimiento de la verdad.

Si tomamos el primer renglón de este texto en sentido absoluto, ninguno de nosotros tiene esperanza en cuanto al cielo. Todos pecamos voluntariamente después de conocer la verdad. Aquí se considera un pecado específico, no todos y cada uno de los pecados. Estoy persuadido de que el pecado específico que se considera aquí es la blasfemia contra el Espíritu Santo.

Estoy de acuerdo con los eruditos del Nuevo Testamento que llegan a la conclusión de que el pecado imperdonable es blasfemar a Cristo y al Espíritu Santo diciendo que Jesús es un diablo cuando se sabe que no lo es. Esto es, el pecado imperdonable no puede cometerse por ignorancia. Si alguien sabe con certeza que Jesús es el Hijo de Dios y luego declara con su boca que Jesús es del diablo, esa persona ha cometido una blasfemia imperdonable.

¿Quién comete tal pecado? Este es un pecado común a los demonios y a personas totalmente degeneradas. El diablo sabía quién era Jesús. No podía argüir ignorancia como excusa.

Uno de los hechos fascinantes de la historia es la extraña manera en que los incrédulos hablan de Jesús. La inmensa mayoría de los incrédulos hablan de Jesús con gran respeto. Pueden atacar a la Iglesia con gran hostilidad, pero hablan aún de Jesús como un “gran hombre”. Sólo una vez en mi vida he oído a una persona decir en alta voz que Jesús era un diablo. Recibí un susto al ver a un hombre de pie en medio de la calle sacudiendo el puño contra el cielo y gritando con toda la fuerza de sus pulmones. Maldijo a Dios y utilizó toda obscenidad que pudiera expresar para atacar a Jesús. Me asusté igualmente sólo unas horas más tarde cuando vi al mismo hombre en una camilla con el agujero de una bala en su pecho. Se había disparado a sí mismo. Murió antes de la mañana.

Aquel terrible espectáculo no me condujo a la conclusión de que el hombre hubiera cometido realmente el pecado imperdonable. No tenía manera de saber si él ignoraba la verdadera identidad de Cristo o no.

Decir que Jesús es un diablo no es algo que veamos hacer a la gente. Es, sin embargo, posible que la gente conozca la verdad de Jesús y caiga tan bajo. No es necesario nacer de nuevo para tener un conocimiento intelectual de la verdadera identidad de Jesús. Una vez más, los demonios no regenerados saben quién es El.

¿Qué de los cristianos? ¿Es posible que un cristiano cometa el pecado imperdonable y por ello pierda su salvación? Creo que no. La gracia de Dios lo hace imposible. En nosotros mismos somos capaces de cualquier pecado, incluyendo la blasfemia contra el Espíritu Santo. Pero Dios nos preserva de este pecado.

Nos preserva de una caída final y plena, guardando nuestros labios de este horrible crimen. Realizamos otros pecados y otras clases de blasfemia, pero Dios en su gracia nos refrena de cometer la blasfemia final.

¿Murió Cristo por todos?

Uno de los puntos más controversiales de la teología reformada tiene que ver con la L en TULIP. La L significa expiación limitada. Ha sido tal problema doctrinal que hay multitudes de cristianos que dicen abrazar la mayoría de las doctrinas del calvinismo, pero que se paran aquí. Se refieren a sí mismos como calvinistas de “cuatro puntos”. El punto que no pueden tolerar es la expiación limitada.

He pensado a menudo que para ser un calvinista de cuatro puntos, hay que entender mal al menos, uno de los cinco puntos. Me resulta difícil imaginar que alguien pueda entender los otros cuatro puntos del calvinismo y negar la expiación limitada. Siempre existe la posibilidad sin embargo, de la feliz inconsecuencia por la cual la gente sostiene ideas incompatibles al mismo tiempo.

La doctrina de la expiación limitada es tan compleja que tratarla adecuadamente demanda un volumen entero. No le he dedicado ni siquiera un capítulo entero en este libro porque un capítulo no puede hacerle justicia. He pensado no mencionarlo en absoluto, porque existe el peligro de que decir demasiado poco acerca de ello es peor que no decir nada en absoluto. Pero creo que el lector merece al menos un breve resumen de la doctrina y por tanto, seguiré adelante con la advertencia de que el tema requiere un tratamiento mucho más profundo del que puedo proveer aquí.

El tema de la expiación limitada tiene que ver con la pregunta: “¿Por quiénes murió Cristo? ¿Murió por todos o sólo por los elegidos?” Todos estamos de acuerdo en que el valor de la expiación de Jesús fue lo suficientemente grande como para cubrir los pecados de todo ser humano. También estamos de acuerdo en que su expiación es verdaderamente ofrecida a todos los hombres. Cualquier persona que pone su confianza en la muerte de Jesucristo recibirá con toda certeza los beneficios plenos de esa expiación. Estamos también confiados en que cualquiera que responda a la oferta universal del Evangelio será salvo.

La cuestión es: “¿Para quiénes fue designada la expiación? ¿Envió Dios a Jesús al mundo meramente para hacer la salvación posible para la gente? ¿O tenia Dios algo más determinado en la mente? (Roger Nicole, el eminente teólogo bautista, prefiere llamar la expiación limitada “Expiación Determinada”, estropeando el acróstico TULIP tanto como yo.)

Algunos arguyen que lo único que significa la expiación limitada es que los beneficios de la expiación están limitados a los creyentes que cumplen la necesaria condición de la fe. Esto es, aunque la expiación de Cristo era suficiente para cubrir los pecados de todos los hombres y satisfacer la justicia de Dios contra todo pecado, sólo efectúa la salvación para los creyentes. La fórmula dice: Suficiente para todos; eficiente para los elegidos solamente.

Esa observación simplemente sirve para distinguirnos de los universalistas, que creen que la expiación aseguró la salvación para todos. La doctrina de la expiación limitada va más allá de eso. Tiene que ver con la cuestión más profunda de la intención del Padre y el Hijo en la cruz. Declara que la misión y muerte de Cristo estuvieron restringidas a un número limitado: a su pueblo, a sus ovejas. Jesús fue llamado “Jesús” porque salvaría a su pueblo de sus pecados (Mat. 1:21). El Buen Pastor pone su vida por las ovejas (Juan 10:15). Tales pasajes se encuentran abundantemente en el Nuevo Testamento. La misión de Cristo fue salvar a los elegidos. “Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero” (Juan 6:39). Si no hubiera habido un número fijo planeado por Dios cuando designó a Cristo para morir, entonces los efectos de la muerte de Cristo habrían sido inciertos. Sería posible que la misión de Cristo hubiera sido un fracaso funesto y completo.

La expiación de Jesús y su intercesión son obras conjuntas de su sumo sacerdocio. El excluye explícitamente a los no elegidos de su gran oración sumosacerdotal. “No ruego por el mundo, sino por los que me diste” (Juan 17:9). ¿Murió Cristo por aquellos por los que no quiso orar?

La cuestión esencial aquí tiene que ver con la naturaleza de la expiación. La expiación de Jesús incluía tanto expiación como propiciación. Expiación implica que Cristo quita nuestros pecados “de” (ex) nosotros. Propiciación implica una satisfacción por el pecado “ante o en la presencia de” (pro) Dios. El arminianismo tiene una expiación que está limitada en valor. No cubre el pecado de la incredulidad. Si Jesús murió por todos los pecados de todos los hombres, si expió todos nuestros pecados y propició por todos estos, entonces todos serían salvos. Una expiación potencial no es una expiación real. Jesús realmente expió los pecados de sus ovejas.

El mayor problema de la expiación determinada o limitada se encuentra en los pasajes que las Escrituras utilizan con respecto a la muerte de Cristo “por todos” o por el “mundo entero”. El mundo por quien Cristo murió no puede significar toda la familia humana. Debe de referirse a la universalidad de los elegidos (gente de toda tribu y nación) o a la inclusión de los gentiles además del mundo de los judíos. Fue un judío quien escribió que Jesús no murió meramente por nuestros pecados sino por los pecados del mundo entero. ¿Se refiere la palabra nuestros a los creyentes o a los judíos creyentes?

Debemos recordar que uno de los puntos cardinales del Nuevo Testamento tiene que ver con la inclusión de los gentiles en el plan divino de salvación. La salvación era de los judíos, pero no estaba restringida a los judíos. Dondequiera que se dice que Cristo murió por todos, debe añadirse alguna limitación, o la conclusión sería o bien el universalismo o una mera expiación potencial.

La expiación de Cristo fue real. Efectuó todo lo que Dios y Cristo se proponían con ella. El designio de Dios no fue ni puede ser frustrado por la incredulidad humana. El Dios soberano envió a su Hijo para expiar por su pueblo.

Nuestra elección está en Cristo. Somos salvos por El, en El y para El. El motivo de nuestra salvación no es meramente el amor que Dios nos tiene. Está especialmente fundamentado en el amor que el Padre tiene por el Hijo. Dios insiste que su Hijo vea el fruto de la aflicción de su alma y quede satisfecho. Jamás ha habido la más mínima posibilidad de que Cristo pudiera haber muerto en vano. Si el hombre está verdaderamente muerto en el pecado y vive esclavo de este, una mera expiación potencial o condicional no sólo puede haber terminado en fracaso, sino con toda certeza habría terminado en fracaso. Los arminianos no tienen una sana razón para creer que Jesús no murió en vano. Se quedan con un Cristo que intentó salvar a todos, pero que realmente no salvó a nadie.

¿Cómo afecta la predestinación a la tarea de la evangelización?

Esta cuestión suscita graves preocupaciones acerca de la misión de la Iglesia. Es particularmente de peso para los cristianos evangélicos. Si la salvación personal está decidida de antemano por un decreto divino inmutable, ¿qué sentido o urgencia tiene la obra de la evangelización?

Nunca olvidaré la terrible experiencia de ser interrogado sobre este punto por el Dr. John Gerstner en una clase del seminario. Había unos veinte de nosotros sentados en un semicírculo en la clase. El planteó la cuestión: “Muy bien, caballeros, si Dios ha decretado soberanamente la elección y la reprobación desde toda la eternidad, ¿por qué deberíamos preocupamos acerca de la evangelización?” Suspiré con alivio cuando Gerstner comenzó su interrogatorio por el extremo izquierdo del semicírculo, puesto que yo estaba sentado en el último asiento a la derecha. Me consolé con la esperanza de que la pregunta nunca llegara hasta mí.

El consuelo duró poco. El primer estudiante respondió a la pregunta de Gerstner: “No lo sé, Señor. Esa cuestión siempre me ha importunado.” El segundo estudiante dijo: “Me doy por vencido.” El tercero simplemente meneó la cabeza y dirigió la mirada al suelo. En rápida sucesión, todos los estudiantes se pasaban la pregunta. Las fichas del dominó estaban cayendo en dirección a mí.

“Bien, Sr. Sproul, ¿cómo responderías tú?” Quería desvanecerme en el aire o encontrar un escondite en las tablas del suelo, pero no había escapatoria. Tartamudeé y susurré una respuesta. El Dr. Gerstner dijo: “¡Hable en voz alta!” Con palabras tentativas dije: “Bien, Dr. Gerstner, sé que ésta no es la respuesta que está usted buscando, pero una pequeña razón por la que debiéramos aún preocuparnos acerca de la evangelización es que, bien, es de …, sabe usted, después de todo, Cristo nos manda evangelizar.”

Los ojos de Gerstner comenzaron a relampaguear. Dijo: “Ah, ya veo, Sr. Sproul, una pequeña razón es que su Salvador, el Señor de gloria, el Rey de reyes lo ha mandado así. ¿Una pequeña razón, Sr. Sproul? ¿Le resulta apenas significativo que el mismo Dios soberano que decreta de tal forma su elección también mande así su implicación en la tarea de la evangelización?” ¡Oh, como deseé no haber usado jamás la palabra pequeña! Entendí lo que el Dr. Gerstner quería decir.

La evangelización es nuestro deber. Dios ha mandado que lo hagamos. Esto debería ser suficiente para concluir el asunto. Pero hay más. La evangelización no es sólo un deber, es también un privilegio. Dios nos permite participar en la mayor obra en la historia humana, la obra de la redención. Oigamos lo que Pablo dice acerca de la misma. El añade un capítulo diez a su famoso capítulo nueve de Romanos:

Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Romanos 10:13–15)

Notamos la lógica de la progresión de Pablo aquí. El hace una relación de las condiciones necesarias para que la gente se salve. Sin enviar, no hay predicadores. Sin predicadores, no hay predicación. Sin predicación, no se oye el Evangelio. Sin oír el Evangelio, no se cree el Evangelio. Sin creer el Evangelio, no se invoca a Dios para ser salvo. Sin invocar a Dios para ser salvo, no hay salvación.

Dios no sólo preordena el fin de la salvación para los elegidos; también preordena los medios para ese fin. Dios ha escogido la locura de la predicación como el medio para llevar a cabo la redención. Supongo que El podría haber llevado a cabo su propósito divino sin nosotros. El podría publicar el Evangelio en las nubes utilizando su santo dedo para escribir en el cielo. El podría predicar el Evangelio por sí mismo, con su propia voz, gritándolo desde el cielo. Pero no es esa su elección.

Es un privilegio maravilloso ser utilizado por Dios en el plan de la redención. Pablo apela a un pasaje del Antiguo Testamento cuando habla de la hermosura de los pies de aquellos que traen alegres nuevas y anuncian la paz.

¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina! ¡Voz de tus atalayas! A Izarán la voz, juntamente darán voces de júbilo; porque ojo a ojo verán que el Señor vuelve a traer a Sión. Cantad alabanzas, alegraos juntamente, soledades de Jerusalén; porque el Señor ha consolado a su pueblo, a Jerusalén ha redimido. (Isaías 52:7–9)

En el mundo antiguo, las noticias de las batallas y de otros acontecimientos cruciales eran llevadas por corredores. La moderna carrera del maratón recibe su nombre de la batalla de Maratón debido a la resistencia del mensajero que llevó las noticias del resultado a su pueblo.

Se situaban atalayas para observar a los mensajeros que se acercaban. Sus ojos eran agudos y estaban adiestrados para observar los sutiles matices de las zancadas de los corredores que se acercaban. Los que traían malas noticias se acercaban con pies pesados. Los corredores que traían buenas noticias se acercaban rápidamente, corriendo con sus pies a través del polvo. Sus zancadas revelaban su emoción. Para los atalayas, la escena de un corredor aproximándose rápidamente en la distancia, deslizándose con sus pies sobre la montaña, era una magnífica visión que contemplar.

Así también, la Biblia habla de la hermosura de los pies de aquellos que nos traen buenas noticias. Cuando nació mi hija y el médico vino a la sala de espera para anunciarlo, quise abrazarle. Nos sentimos inclinados favorablemente hacia aquellos que nos traen buenas noticias. Siempre tendré un lugar especial en mis afectos hacia el hombre que me habló primero de Cristo. Sé que fue Dios quien me salvó y no aquel hombre, pero aún aprecio el papel de esta persona en mi salvación.

Conducir a la gente a Cristo es una de las mayores bendiciones personales que podemos disfrutar jamás. Ser calvinista no quita ningún gozo a esa experiencia. Históricamente, los calvinistas han estado fuertemente activos en la evangelización y la misión mundial. Sólo necesitamos señalar a Edwards y Whitefield y su labor en el Gran Despertamiento para ilustrar este punto.

Tenemos un papel muy significativo que jugar en la evangelización. Predicamos y proclamamos el Evangelio. Ese es nuestro deber y privilegio. Pero es Dios el que da el crecimiento. El no nos necesita para llevar a cabo su propósito, pero le agrada utilizarnos en la tarea.

En cierta ocasión conocí a un evangelista itinerante que me dijo: “Dame a cualquier hombre sólo por quince minutos, y obtendré una decisión por Cristo.” Tristemente, aquel hombre creía realmente sus propias palabras. Estaba convencido de que el poder de la conversión descansaba solamente en su poder de persuasión.

No dudo que aquel hombre basaba su pretensión en su experiencia pasada. Era tan imperioso que estoy seguro de que había multitudes que tomaban decisiones por Cristo después de quince minutos de estar a solas con él. Sin duda, el podía cumplir su promesa de producir una decisión en quince minutos. Lo que él no podía garantizar era una conversión en quince minutos. La gente tomaría decisiones simplemente para librarse de él.

Nunca debemos subestimar la importancia de nuestro papel en la evangelización. Tampoco debemos sobrestimarlo. Predicamos. Damos testimonio. Aportamos el llamamiento externo. Pero sólo Dios tiene el poder para llamar a una persona a sí internamente. No me siento defraudado por eso. Por el contrario, me siento confortado. Debemos realizar nuestra labor, confiando en que Dios hará la suya.

Conclusión

Al principio de este libro relaté un poco de mi propia peregrinación personal con respecto a la doctrina de la predestinación. Mencioné el conflicto ferviente y duradero que implicó. Mencioné que fui finalmente llevado a someterme a la doctrina a regañadientes. Fui primero llevado a una convicción de la verdad del asunto antes de deleitarme en ella.

Permítaseme terminar este libro mencionando que, poco después de despertar a la verdad de la predestinación, comencé a ver su hermosura y a gustar su dulzura. Mi amor por esta doctrina ha crecido. Es muy reconfortante. Subraya el extremo al que ha llegado Dios en nuestro favor. Es una teología que comienza y termina con la gracia. Comienza y termina con una doxología. Alabamos a Dios, que nos levantó de nuestra muerte espiritual y nos hace andar en lugares celestiales. Encontramos a un Dios que está “por nosotros”, dándonos ánimo para resistir a los que puedan estar contra nosotros. Hace que nuestras almas se regocijen de conocer que todas las cosas están cooperando para nuestro bien. Nos deleitamos en nuestro Salvador que verdaderamente nos salva, preserva e intercede por nosotros. Nos maravillamos de su obra de arte y en lo que ha realizado. Saltamos de gozo cuando descubrimos su promesa de acabar lo que ha comenzado en nosotros. Consideramos los misterios y nos inclinamos ante ellos, pero no sin una doxología por las riquezas de gracia que ha revelado:

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!… porque de El, y por El, y para El, son todas las cosas. A El sea la gloria por los siglos. Amén. (Romanos 11:33, 36).

Sproul, R. C. (2002). Escogidos por Dios (pp. 131–149). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.

«Procuró el bienestar de su pueblo»

28 de noviembre

«Procuró el bienestar de su pueblo».

Ester 10:3

Mardoqueo era un verdadero patriota; por eso, cuando lo elevaron a la más alta posición en el reinado de Asuero, utilizó su influencia para promover la prosperidad de Israel. En esto es figura de Jesús, quien, en su trono de gloria, no busca lo suyo, sino que emplea su poder en beneficio de su pueblo. Sería bueno que cada cristiano fuera un Mardoqueo para la Iglesia, procurando, en la medida de su capacidad, la prosperidad de esta. Algunos están colocados en puestos de riqueza y de influencia: los tales debieran honrar al Señor en esas posiciones elevadas de la tierra, testificando de Jesús delante de los grandes hombres. Otros tienen lo que es mucho mejor: a saber, una comunión íntima con el Rey de reyes. Que los tales intercedan diariamente por los débiles del pueblo del Señor, por los que dudan, por los tentados y por los desconsolados. Si interceden incesantemente por aquellos que, estando en tinieblas, no se atreven a acercarse al trono de la gracia, gozarán de gran estima. Los creyentes instruidos pueden servir grandemente al Señor si emplean sus talentos para el bien de todos e invierten sus riquezas de sabiduría celestial a favor de otros, enseñándoles las cosas de Dios. El muy pequeño en nuestro Israel puede, por lo menos, buscar el bienestar de su pueblo y, si no tiene posibilidades de dar otra cosa que su deseo, este será bien recibido. La carrera más cristiana y más feliz para un creyente es dejar de vivir para sí mismo: el que bendice a otros, no perderá su propia bendición. Por otra parte, el buscar nuestra propia grandeza es un plan de vida perverso y desdichado, pues su curso resultará penoso y su final será nefasto.

Amigo mío, este es el momento de preguntarte si estás procurando fomentar, con todas tus fuerzas, la prosperidad de la Iglesia en el lugar donde vives. Espero que no estés perjudicándola con rencores y escándalos, ni debilitándola con tu negligencia. Amigo, únete a los pobres del Señor; comparte sus aflicciones; hazles todo el bien que puedas, y no perderás tu recompensa.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 343). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

1 Crónicas 24–25 | 1 Pedro 5 | Miqueas 3 | Lucas 12

28 NOVIEMBRE

1 Crónicas 24–25 | 1 Pedro 5 | Miqueas 3 | Lucas 12

Uno de los pasajes del Nuevo Testamento que mejor ilustra el ministerio cristiano es 1 Pedro 5:1–4.

El apóstol Pedro se dirige a los ancianos, a quienes también llama “obispos” y “pastores” (ver meditación del 2 de noviembre). De hecho, se posiciona a sí mismo como “anciano también con ellos” en vez de hablarles en calidad de apóstol. Ahora bien, eso no le impide aludir a uno de los factores que le separa de la mayoría de los otros ancianos: fue “testigo de los padecimientos de Cristo” (5:1). Pero aun al distinguir su propia experiencia de la de ellos, lo hace de tal manera que, en vez de fijar la atención sobre sí mismo, apunta a Cristo y a sus sufrimientos.

Exhorta a estos ancianos a “cuidad como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo” (5:2). Los pastores dirigen, crían, curan, protegen, disciplinan, alimentan y cuidan de sus ovejas. La tarea incluye la supervisión, según la visión de Pedro. Luego añade tres cláusulas con el formato de “no esto… sino aquello” y todas resumen el ministerio cristiano de manera reveladora:

(1) “No por fuerza, sino voluntariamente” (5:2): el mero deber jamás será suficiente. Es triste saber que los ministros del evangelio se pueden sentir atrapados y es posible que “sirvan” sencillamente porque sienten la obligación de hacerlo, por no hacer quedar mal a nadie o porque no están capacitados para realizar otra cosa. Al llegar a ese punto, es hora de efectuar un cambio en el corazón o salir del ministerio. Tiene que haber una disposición del corazón para servir de esta manera, aun en medio de la desilusión y el sufrimiento, así como nuestro Señor convirtió la voluntad del Padre en la suya propia.

(2) “No… por ambición de dinero, sino con afán de servir” (5:2): este no es un trabajo que gana dinero por hora o por unidad; no es una profesión que se asocie con un nivel económico alto. Desafortunadamente, los evangelistas de la televisión y algunos otros han distorsionado esta imagen. Mientras que algunas iglesias son mezquinas con sus ministros (“Señor, tú los mantienes humildes y nosotros los mantenemos pobres”), estos responden a veces con un craso materialismo que resulta igual de impropio. En los mejores casos, la iglesia es constantemente generosa, y los ministros le dan poca importancia a las posesiones materiales. Los pastores deben estar motivados principalmente por un deseo de servir.

(3) “No seáis tiranos con los que están a vuestro cuidado, sino sed ejemplos para el rebaño” (5:3): aquí se nos presenta un estilo de liderazgo que debería descartar del ministerio a todos los sedientos de poder (aunque, tristemente, a veces personas de este tipo llegan a ocupar posiciones de las cuales deberían ser excluidas). Los pastores tendrían que estar más preocupados por ser un buen ejemplo que por ejercer su autoridad.

Ningún ministro es más que un pastor auxiliar. Todos deberán rendir cuentas al “Pastor supremo” y sólo él recompensa a su equipo (5:4).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 332). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Tiempo de nacer, y tiempo de morir.

Tiempo de nacer, y tiempo de morir.

Eclesiastés 3:2

(Jesús dijo:) Porque yo vivo, vosotros también viviréis.

Juan 14:19

Así estaremos siempre con el Señor.

1 Tesalonicenses 4:17

¡Oh tiempo, detén tu vuelo!

Mediante este verso, el poeta Lamartine expresa aquello con lo que quizá soñamos en grandes momentos de felicidad: detener el tiempo.

Nuestra vida está ligada al tiempo. Incluso durante nuestro sueño, el tiempo no cesa de correr; ¡somos sus prisioneros! El hombre, criatura de Dios, está atado al tiempo mientras viva en la tierra. Solo Dios, el Creador de los cielos y de la tierra, no tiene principio ni fin.

El hombre nace y vive en la tierra; y si la muerte de nuestro cuerpo pone término a nuestra vida en la tierra, la Biblia nos dice que este no es el fin de nuestra existencia. ¿Podemos considerar serenamente ese paso al más allá?

Por medio de la muerte el cristiano entra en la presencia de Jesús, donde espera la resurrección para la vida eterna. Jesús dijo al malhechor arrepentido: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). Cuando usted cierre los ojos por última vez, ¿será para estar también junto a Jesús, quien declaró: “Yo soy la resurrección y la vida”? (Juan 11:25).

Cada segundo que pasa nos acerca inexorablemente al término de nuestra vida terrenal. Si usted creyó en el Señor Jesús, tiene una esperanza, “porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4:14). ¡Nuestra felicidad es estar ahora y para siempre con Jesús!

Job 34 – Colosenses 1:15-29 – Salmo 135:1-7 – Proverbios 28:21-22

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

DEJE ESOS MALOS HÁBITOS

DEJE ESOS MALOS HÁBITOS

11/27/2017

El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre.

(Isaías 32:17)

La conducta limpia produce paz y estabilidad espiritual, pero la conducta pecaminosa produce inestabilidad. Eso es así no solo en el reino milenario, donde un día Cristo gobernará la tierra con justicia, como lo indica el versículo de hoy, sino también en la vida del creyente. Jacobo el hermano de Jesús dijo: “La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica… Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Stg. 3:17-18).

Contentamiento, consuelo, calma, quietud y tranquilidad acompañan a la conducta cristiana, que se basa en la Palabra de Dios. Hacer lo bueno no es solamente la manera de vencer lo malo (Ro. 12:21), sino también la práctica que se espera de todo creyente. Al cultivar buenos hábitos gracias al poder de Dios, disminuirán sus malos hábitos, y su vida será más estable.

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Cómo magnificar a Dios

NOVIEMBRE, 27

Cómo magnificar a Dios

Devocional por John Piper

Con cántico alabaré el nombre de Dios, y con acción de gracias le exaltaré. (Salmo 69:30)

Hay dos formas de exaltar algo, o «magnificar» (como dice la versión en inglés [ESV] de este salmo) su tamaño: con un microscopio o con un telescopio. El primero hace que algo pequeño se vea más grande de lo que es. El segundo hace que algo grande se comience a ver tan grande como es en realidad.

Cuando David dice: «con acción de gracias le [magnificaré]», no está queriendo decir que hará que un Dios pequeño se vea más grande de lo que es, sino más bien: «Haré que un Dios grande empiece a verse tan grande como en realidad es».

No fuimos creados para ser como microscopios, sino telescopios. Los cristianos no fuimos llamados a ser vendedores astutos que magnifican su producto fuera de proporción cuando ellos saben que el producto de sus competidores es superior. No hay nada ni nadie que supere a Dios. Por lo tanto, el llamado para aquellos que aman a Dios es a hacer que la grandeza de Dios se comience a ver tan inmensa como en realidad es.

Todo el deber cristiano se puede resumir en sentir, pensar y actuar de modo que Dios se vea tan grandioso como en realidad es; ser para el mundo un telescopio de la inconmensurable riqueza de la gloria de Dios.

Ese es el significado de magnificar a Dios para los cristianos. Pero no podemos magnificar aquello que no hemos visto o que hemos olvidado rápidamente.

Por lo tanto, nuestra primera tarea es ver y recordar la grandeza y la bondad de Dios. Por eso oramos a Dios: «abre los ojos de mi corazón»; y predicamos a nuestras almas: «alma mía… no olvides ninguno de sus beneficios».


Devocional tomado del libro “I Will Magnify God with Thanksgiving!”

Todos los derechos reservados ©2017 Soldados de Jesucristo y DesiringGod.org

«El perdón de pecados según las riquezas de su gracia»

27 de noviembre

«El perdón de pecados según las riquezas de su gracia».

Efesios 1:7

¿Podrá haber en cualquier idioma una palabra más dulce que la palabra «perdón», cuando esta suena en los oídos de un pecador culpable como sonaban las notas de las trompetas de plata del jubileo en los oídos de un siervo israelita? ¡Bendita, bendita sea por siempre esa amada estrella del perdón que proyecta su luz adentro de la celda de un condenado y da al que perece un rayo de esperanza en medio de su desesperación! ¿Es posible que el pecado, mi pecado, sea perdonado, perdonado enteramente y para siempre? Como pecador, merezco el Infierno. No hay posibilidad de que me libre de él mientras el pecado permanezca en mí. Ahora bien, ¿puede quitarse el peso del pecado y borrase su mancha escarlata? ¿Podrán las diamantinas piedras de mi prisión desprenderse alguna vez de su lugar o las puertas saltar de sus bisagras? Jesús me dice que aún puedo ser justificado. Bendita sea por siempre la revelación del amor expiatorio que no solo me hace saber que el perdón es posible, sino que garantiza ese perdón para todo el que descansa en Jesús. Yo he creído en la propiciación, he creído en Jesús crucificado y, por tanto, mis pecados están ahora y para siempre perdonados en virtud de sus dolores y de su muerte sufrida en mi lugar. ¡Cuánto gozo produce esto! ¡Qué felicidad supone estar perfectamente perdonado! Mi alma consagra todas sus virtudes a Jesús, quien, por su amor impagable, se convirtió en mi Fiador y efectuó mi redención por medio de su sangre. ¡Qué riquezas de gracia revela ese perdón gratuito que perdona total, plena, libre y eternamente! He aquí una constelación de portentos; y cuando pienso en lo horrendos que fueron mis pecados, lo preciosas que eran las gotas de sangre que me limpiaron de ellos y cuánta gracia caracterizó a la forma en que se me concedió el perdón, adoro a Dios con profundo agradecimiento. Me inclino delante del Trono que me absuelve, abrazo la cruz que me liberta y, de aquí en adelante, serviré todos los días a ese Dios humanado por quien esta noche soy un alma perdonada.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 342). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.