Ensayo de mi muerte

DICIEMBRE, 31

Ensayo de mi muerte

Devocional por John Piper

Tú los has barrido como un torrente, son como un sueño; son como la hierba que por la mañana reverdece; por la mañana florece y reverdece; al atardecer se marchita y se seca… Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría. (Salmo 90:5-612)

Para mí, el fin de año es como el fin de la vida; y el 31 de diciembre, a las 11:59 pm, es como el momento de mi muerte.

Los 365 días del año son como una vida entera en miniatura, y estas últimas horas son como los últimos días en el hospital después de que el médico me haya dicho que se acerca el momento de mi muerte. En esas últimas horas, todo lo que viví ese año pasa delante de mis ojos, y me enfrento a la pregunta inevitable: ¿Habré vivido bien la vida? ¿ Jesucristo, el juez justo, me dirá «Bien hecho, siervo bueno y fiel»?

Me siento muy afortunado de que esta sea la forma de terminar mi año. Y oro para que el fin de año cobre el mismo significado para ustedes.

La razón por la que me siento afortunado es que es una gran ventaja haber hecho una prueba de mi propia muerte. Es un gran beneficio ensayar una vez al año la preparación de la ultima escena de la vida. Es en verdad beneficioso porque la mañana del primero de enero hallará vivos a la mayoría de nosotros, en el comienzo de toda una nueva vida, con la capacidad de empezar todo desde cero una vez más.

Lo mejor de los ensayos es que nos muestran dónde están nuestras debilidades, dónde falta mas preparación; y nos dejan tiempo para cambios antes de la verdadera puesta en escena.

Supongo que para algunos de ustedes el pensamiento de morir es tan mórbido, tan triste y cargado de duelo y dolor que harán lo posible para no pensar en ello, especialmente durante las fiestas. Creo que eso es imprudente y que los perjudicaría mucho. Pues he descubierto que hay pocas cosas que provoquen cambios radicales en mi vida como el meditar periódicamente en mi propia muerte.

¿Cómo traeremos al corazón sabiduría para saber cómo vivir de la mejor manera? El salmista responde:

Tú los has barrido como un torrente, son como un sueño; son como la hierba que por la mañana reverdece; por la mañana florece y reverdece; al atardecer se marchita y se seca… Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría (Salmos 90:5-612).

Contar nuestros días simplemente significa recordar que nuestra vida es corta y que nuestra muerte está cerca. Gran sabiduría —tan grande como para cambiar la vida radicalmente— proviene de tener estas reflexiones con cierta frecuencia.

El criterio del éxito que Pablo usaba para medir su vida era si había perseverado en la fe. Es en esto que quiero hacer hincapié.

Si ustedes descubren que no perseveraron en la fe en este año que termina, pueden alegrarse, como yo me alegro, de que este fin de año la muerte es solo un ensayo (o eso esperamos), y una vida entera de fe para perseverar potencial está por delante en el próximo año.


Devocional tomado del sermón “I Have Kept the Faith”

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«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».

31 de diciembre

«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».

Jeremías 8:20

¡No ser salvo! Querido lector, ¿es esta tu triste condición? Se te ha advertido tocante al Juicio venidero, exhortado a escapar para salvar tu vida y, sin embargo, aún no eres salvo. Conoces el camino de la salvación, has leído la Biblia, la has oído predicar desde el púlpito, tus amigos te la han explicado; sin embargo, la has desatendido y, en consecuencia, no eres salvo. No tendrás excusa cuando el Señor juzgue a los vivos y a los muertos. El Espíritu Santo te ha dado siempre alguna bendición al oír la Palabra predicada en tus oídos, y has experimentado tiempos de refrigerio procedentes de la presencia del Señor. Con todo, estás sin Cristo. Todos esos tiempos cargados de esperanza han venido y se han ido, tu verano y tu siega se acabaron y, a pesar de ello, no eres salvo. Los años han entrado uno tras otro en la eternidad; tu último año pronto se hará presente. Tu juventud se ha ido, tus fuerzas han desaparecido y, sin embargo, no eres salvo. Permíteme preguntarte: ¿Deseas serlo en verdad? ¿Hay alguna probabilidad de que esto ocurra? Ya han pasado los tiempos más propicios y tú sigues sin ser salvo. ¿Podrán otras ocasiones cambiar tu condición? Los medios no han dado resultado; ni aun lo ha dado el mejor de todos los medios, aunque se utilizó con perseverancia y con el más profundo afecto. ¿Qué más puede hacerse por ti? Ni la aflicción ni la prosperidad han podido impresionarte; las lágrimas, las oraciones y los sermones se han estrellado contra tu árido corazón. ¿No ha muerto toda probabilidad de que alguna vez llegues a ser salvo? ¿No es, en realidad, más que probable que sigas como estás hasta que la muerte cierre para siempre la puerta de la esperanza? ¿Te espanta esta suposición? Sin embargo, es la suposición más razonable; pues el que no ha sido lavado en medio de tantas aguas, seguirá, con toda probabilidad, sucio hasta el fin. El tiempo oportuno nunca llegó para ti. ¿Por qué ha de llegar alguna vez? Es lógico temer que no llegue jamás y que, a semejanza de Félix, tú tampoco encuentres el tiempo oportuno hasta que estés en el Infierno. ¡Oh, recuerda lo que es el Infierno y piensa en la espantosa probabilidad de que pronto seas arrojado en el mismo!

Lector, si mueres sin Cristo, no hay palabras para describir tu perdición. Tu espantoso estado tendría que describirse con lágrimas y sangre, y habría que hablar de él con gemidos y crujir de dientes: Sufrirás pena «de eterna perdición, excluido de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts. 1:9). La voz de un hermano debiera llamarte a la reflexión. ¡Oh, sé sabio, sé sabio a tiempo y, antes de que empiece otro año más, cree en Jesús, quien te puede salvar eternamente. Consagra estas últimas horas a una íntima reflexión; y si se produce en ti un arrepentimiento profundo, gózate; y si dicho arrepentimiento te lleva a poner una humilde fe en Jesús, alégrate sobremanera. ¡Oh, procura que no termine este año sin que seas salvo! ¡No dejes que te sorprendan las campanadas de la medianoche sin haber recibido el perdón! Ahora, ahora, ahora, cree y vive.

¡Escapa, salva tu vida!

No mires tras de ti,

ni pares en toda esta llanura.

Escapa al monte,

no sea que perezcas.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, pp. 376–377). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

2 Crónicas 36 | Apocalipsis 22 | Malaquías 4 | Juan 21

31 DICIEMBRE

2 Crónicas 36 | Apocalipsis 22 | Malaquías 4 | Juan 21

Las dos lecturas principales para este último día del año expresan esperanza.

La primera, 2 Crónicas 36, reproduce la destrucción final de Jerusalén. Los babilonios arrasaron la ciudad y trasladaron a los ciudadanos principales lejos de su hogar, a unos 1.200 kilómetros de distancia. Pero los versículos finales susurran esperanza. Babilonia no tiene la última palabra. Décadas más tarde, el imperio persa dominó la región y se convirtió en la nueva superpotencia. El rey Ciro autorizó el regreso de los exiliados a Jerusalén y la construcción de un nuevo templo. Claro, históricamente los persas establecieron esta política para los pueblos que los babilonios habían desplazado: a todos se les permitió regresar a casa. Pero el cronista ve correctamente que la aplicación de esta política a Israel es evidencia suprema de la mano de Dios e inicia una nueva etapa en la historia de la redención que traerá el cumplimiento de todas las promesas de Dios.

La esperanza reflejada en la segunda lectura, Apocalipsis 22, es de un orden superior. Los primeros versículos completan la visión del capítulo 21. La bendición de la consumación gira sobre asuntos como los siguientes: el agua de vida fluye libremente del trono de Dios y del Cordero; todos los resultados de la maldición son eliminados; el pueblo de Dios verá constantemente su rostro, es decir, estarán por siempre en su presencia; ya no hay ciclos de noche y día (una vez más, el hecho es moral, no astronómico; es decir, que ya no habrá ciclos de bien y mal, luz y oscuridad, pues todos vivirán en la luz de Dios).

Dada la pura belleza y gloria de esta visión prolongada y simbólica de la consumación y el triunfo de la redención, el resto del capítulo se dedica principalmente a asegurar al lector la total confiabilidad de esta visión y, por ello, la absoluta importancia de estar entre “los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad” (22:14). Aquí, entonces, se encuentra la máxima esperanza, de manera que si uno se aleja esta vez, ya no habrá esperanza. Sólo quedará una expectativa aterradora de la ira final. No hemos llegado a ese punto todavía, dice el autor, pero el clímax ya no está lejos y cuando llegue, será muy tarde.

El Jesús resucitado y exaltado, el que es la raíz y la descendencia de David, la brillante estrella de la mañana (22:16), declara solemnemente: “¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin” (22:12–13).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 365). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¡Abba, Padre!

domingo 31 diciembre

Dios envió a su Hijo… a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!

Gálatas 4:4-6

Amados, ahora somos hijos de Dios.

1 Juan 3:2

¡Abba, Padre!

Una de las primeras palabras que un niño hebreo aprendía a pronunciar era «Abba». Son dos sílabas cortas que corresponden a nuestro «papá» en español. Papá, Abba, es un término de cariño, de intimidad, que significa: Padre. El apóstol Pablo, si bien escribe en griego su epístola a los romanos, emplea la palabra Abba, cuando dice a los que habían recibido a Cristo como Salvador: “Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15).

¡Cuán dulce es repetir la expresión: Padre! ¡Qué felicidad no ser más huérfano, tener un apoyo, un protector, una familia! Esta única palabra resume todas las bendiciones que Jesucristo trajo al mundo. Vino para darnos un Padre, ¡su Padre! “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado”, dijo a sus discípulos, y también a nosotros (Juan 15:9). Después de su resurrección, anunció a María Magdalena: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17).

Nuestras desobediencias nos habían alejado de Dios, pero Jesús vino a acercarnos a él. No solo fuimos perdonados, sino que entre Dios y nosotros se estableció una relación de intimidad: Jesús puso nuestra mano en la mano del Padre. Es la felicidad y la seguridad para todos los que creen y aceptan este hecho maravilloso.

“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Malaquías 3-4 – Apocalipsis 22 – Salmo 150 – Proverbios 31:25-31

Revestidos de poder

DICIEMBRE, 30

Revestidos de poder

Devocional por John Piper

Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para hacer su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Hebreos 13:20-21)

Cristo derramó la sangre del pacto eterno. Por medio de esta exitosa redención, obtuvo la bendición de la resurrección de entre los muertos. Ahora él es nuestro Señor y Pastor viviente.

Y gracias a todo esto, Dios hace dos cosas:

1. Nos provee de todo lo que es bueno para que podamos hacer su voluntad; y

2. Obra en nosotros lo que es agradable delante de él.

El «pacto eterno», garantizado por la sangre de Cristo, es el nuevo pacto. Y la promesa del nuevo pacto es la siguiente: «Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré» (Jeremías 31:33-34). Por lo tanto, la sangre de este pacto no solo nos da la certeza de que Dios nos proveerá de lo que necesitemos para hacer su voluntad, sino que también nos asegura que Dios obrará en nosotros para hacer que esa provisión cumpla su propósito.

La voluntad de Dios no solo fue escrita en piedra o en el papel como un medio de gracia. Dios obra su voluntad en nosotros, y el resultado es que sentimos, pensamos y actuamos de una forma que agrada más a Dios.

Aún se nos manda que hagamos uso de la provisión que él nos da: «ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor». Pero lo más importante es que se nos explica el porqué: «porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito» (Filipenses 2:13).

Si tenemos la capacidad de agradar a Dios —si hacemos lo que le agrada— es porque la gracia de Dios, adquirida por el precio de la sangre de Cristo, ha pasado de ser mera provisión a omnipotente transformación.


Devocional tomado del articulo “God Gives the Equipment and Makes It Successful”

«¿No sabes tú que el final será amargura?».

30 de diciembre

«¿No sabes tú que el final será amargura?».

2 Samuel 2:26

Si tú, querido lector, eres simplemente alguien que profesa ser cristiano pero no posee la fe que es en Cristo Jesús, entonces las siguientes líneas te presentarán un bosquejo de cuál será tu fin.

Eres de aquellos que asisten a un lugar de culto. Vas allí porque van otros, no porque tu corazón esté reconciliado con Dios. Este es tu principio. Quiero suponer que, a lo largo de los próximos veinte o treinta años, se te permitirá seguir como hasta ahora, profesando la religión en forma superficial, pero sin poner en ella tu corazón. Anda despacio, pues tengo que hacerte ver la agonía de alguien como tú. Observémosle amablemente. Un sudor viscoso le cubre la frente; se despierta y clama diciendo: «¡Oh Dios, qué penoso es morir! ¿No harás que venga mi pastor?». «Sí, ya viene». Llega el pastor, y el moribundo le dice: «Pastor, temo que me estoy muriendo». Y el pastor le contesta: «¿Tiene usted alguna esperanza?». El paciente responde: «No puedo decir que la tenga. Temo aparecer delante de mi Dios. Ore usted por mí». Se eleva la oración por él con sincero fervor, y se le presenta por diezmilésima vez el camino de la salvación, pero antes de que pueda asirse de la salvadora soga, veo que se hunde. Puedo poner mis dedos sobre sus fríos párpados, pues esos ojos no verán nada más en esta tierra. No obstante, ¿dónde está ahora ese hombre y dónde están sus verdaderos ojos? «Y en el Hades alzó sus ojos, estando en los tormentos» (Lc. 16:23). ¡Ay!, ¿por qué no alzaría antes esos ojos? Porque estaba tan acostumbrado a oír el evangelio que su alma se dormía bajo la predicación del mismo. ¡Ay, si llegas a levantar tus ojos allí, cuán amargos serán tus lamentos! Deja que las propias palabras del Salvador te revelen ese pesar: «Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama» (v. 24). Hay un espantoso significado en estas palabras, ¡ojalá nunca tengas que deletrearlas bajo la luz roja de la ira del Señor!

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 375). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

2 Crónicas 35 | Apocalipsis 21 | Malaquías 3 | Juan 20

30 DICIEMBRE

2 Crónicas 35 | Apocalipsis 21 | Malaquías 3 | Juan 20

Finalmente, llegamos a la cúspide de la redención (Apocalipsis 21). En su visión final, Juan ve “un cielo nuevo y una tierra nueva” (21:1). Algunas anotaciones:

(1) La ausencia del mar (21:1) no establece los principios hidrológicos del cielo nuevo y la tierra nueva. El mar, como hemos visto anteriormente, es símbolo del caos, del viejo orden, de la muerte. De manera que el mar ya no está.

(2) Juan también ve “la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios” (21:2). No debemos ubicar esta nueva Jerusalén dentro del nuevo cielo y la nueva tierra. Son dos imágenes muy distintas de la realidad final, dos formas de presentar una verdad. Es parecido al León y el Cordero de Apocalipsis 5, en el cual aunque hay dos animales, ambos se refieren a un mismo Jesús. Una forma de pensar sobre la gloria consumada es concebirla como un nuevo universo, un nuevo cielo y tierra; otra manera de pensarlo es como la nueva Jerusalén, con las muchas implicaciones que supone esta última imagen.

(3) Una tercera manera de ver la consumación es centrarse en las bodas del Cordero (21:2, 9; cf. 19:9) y aquí la novia es la nueva Jerusalén. Las metáforas se han mezclado de manera admirable. Pero todos pueden ver que la consumación implicará una intimidad perfecta entre el Señor Jesús y el pueblo que él ha redimido.

(4) No hay duda de que las perfecciones de la nueva Jerusalén están tan lejos de nuestra experiencia, que es difícil imaginarlas. Pero una manera de llegar a ellas es mediante la negación: debemos entender qué cosas feas conectadas con el pecado y la corrupción no estarán allí: “ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (21:4).

(5) La ciudad es una realidad inherentemente social. La consumación no es un lugar de espiritualidad de llanero solitario. Tampoco son malas todas las ciudades, como Babilonia, la madre de las prostitutas (capítulo 17; ver meditación del 26 de diciembre). Esta ciudad, la nueva Jerusalén, se describe de muchas maneras llenas de símbolos para ilustrar su maravilla y su gloria, tantas que no se pueden tratar todas aquí. Pero notemos que está construida como un cubo perfecto. Esto no se refiere a su arquitectura, al igual que la falta de mar no se refiere a los aspectos hidrológicos del fin. El cubo es simbólico: sólo hay un cubo en el Antiguo Testamento y es el Lugar Santísimo del templo, donde únicamente el sacerdote podía entrar, una vez al año, llevando sangre por sus propios pecados y por los pecados del pueblo. Ahora la ciudad entera es el Lugar Santísimo: en la consumación, todo el pueblo de Dios se encuentra perennemente en el esplendor ilimitado de su gloriosa presencia.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 364). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Dios lo está esperando

El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.

2 Pedro 3:9

Venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma.

Isaías 55:3

Dios lo está esperando

Lucas 15:11-24: Parábola del hijo pródigo

Desde lo más profundo de su miseria, después de haber reflexionado, el joven de la parábola decidió actuar, regresar a la casa de su padre y decirle: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Mediante este relato, Jesucristo nos enseña cómo ir a Dios. Nos dice que Dios está listo para recibirnos, que nos ama como un padre. “…He pecado… contra ti”, son las palabras que Dios espera del hombre. Efectivamente, ¡todos hemos pecado contra Dios! “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10).

¿Su pasado o su presente le agobia? ¿Se siente solo, desanimado, perdido? ¿Quizá piensa haber ido demasiado lejos en el pecado y la injusticia? ¿Ha vivido como si Dios no existiese, dándole la espalda? Todavía hoy, Dios le tiende sus brazos, y así como ese padre estaba esperando a su hijo indigno, le espera con un corazón lleno de bondad. ¡Su perdón es gratuito! Dios, en su misericordia, quiere otra vida para usted: ¡no tarde en ir a él! ¡Dios invita a cada persona a dar ese paso!

La mirada de fe al que

ha muerto en la cruz,

Infalible la vida te da;

Mira pues, pecador, mira pronto a Jesús,

Y tu alma la vida hallará.

¡Vé, vé, vé a Jesús!

Que si miras con fe al que

ha muerto en la cruz,

Al momento la vida tendrás.

Malaquías 2 – Apocalipsis 21:15-27 – Salmo 149 – Proverbios 31:10-24

Un destino horrible

DICIEMBRE, 29

Un destino horrible

Devocional por John Piper

… Jesús, quien nos libra de la ira venidera. (1 Tesalonicenses 1:10)

¿Recuerdan haberse perdido cuando eran pequeños, o resbalarse al borde de un precipicio, o estar a punto de ahogarse, y de pronto ser rescatados? Se aferraron a su preciada vida. Temblaron por lo que casi habían perdido. Se sentieron felices, muy felices, y agradecidos. Se estremecieron de gozo.

Así me siento al final del año por haber sido rescatado de la ira de Dios. Esta Navidad encendimos la chimenea en nuestro hogar. Por momentos, el carbón estaba tan caliente que cuando lo avivaba sentía que la mano me quemaba. Retrocedí y sentí un escalofrío ante el horrendo pensamiento de la ira de Dios en el infierno por el pecado. ¡Cuán indeciblemente espantoso será!

En la tarde del día de Navidad visité a una mujer que se había quemado más del ochenta y siete por ciento del cuerpo. Ha estado internada desde agosto. Mi corazón se conmovió al verla. ¡Qué maravilloso fue darle esperanza por medio de la Palabra de Dios! Salí del hospital no solo pensando acerca de su dolor en esta vida, sino también del dolor eterno del cual fui salvo por medio de Jesús.

Considerémoslo juntos. ¿Será que este gozo estremecedor es el modo adecuado de terminar el año? Pablo se alegraba en que el Señor que está en los cielos es «Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Tesalonicenses 1:10). También nos advirtió que Dios «pagará a cada uno conforme a sus obras… a los que… no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia: ira e indignación» (Romanos 2:8), y que «por causa de [la fornicación, la impureza y la codicia] la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia» (Efesios 5:6).

Aquí estoy, a fin de año, terminando mi recorrido por la Biblia y leyendo el último libro, Apocalipsis. Es una gloriosa profecía de la victoria de Dios y del gozo eterno de todos los que «[toman] gratuitamente del agua de la vida» (Apocalipsis 22:17). No más lágrimas, no más dolor, no más depresión, no más tristeza, no más muerte (21:4).

Pero ¡cuán terrible es el destino de los que no se arrepienten ni se sujetan al testimonio de Jesús! La descripción de la ira de Dios que nos ofrece el «apóstol del amor» (Juan) es aterradora. Aquellos que rechazan el amor de Dios «beberá[n] del vino del furor de Dios, que está preparado puro en el cáliz de su ira; y será[n] atormentado[s] con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero. Y el humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos; y no tienen reposo, ni de día ni de noche» (Apocalipsis 14:10-11). «Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego» (20:15). Jesús «[pisará] el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso» (19:15). Y «del lagar [saldrá] sangre que [subirá] hasta los frenos de los caballos por una distancia como de trescientos veinte kilómetros» (14:20).

¡Tiemblo con gozo de que soy salvo! La santa ira de Dios es un destino horrible. Hermanos y hermanas, corran lejos de esa ira, corran con todas sus fuerzas. ¡Salvemos a cuantas personas podamos! ¡No me extraña que haya más gozo en los cielos por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos! (Lucas 15:7).


Devocional tomado del articulo “Trembling With Joy Over My Escape”

Todos los derechos reservados ©2017 Soldados de Jesucristo y DesiringGod.org

«¿Qué pensáis del Cristo?».

29 de diciembre

«¿Qué pensáis del Cristo?».

Mateo 22:42

La gran prueba de la salud de tu alma está en esta pregunta: «¿Qué piensas del Cristo?». ¿Es él para ti «el más hermoso de los hijos de los hombres» (Sal. 45:2), «señalado entre diez mil» (Cnt. 5:10), «todo él codiciable» (Cnt. 5:16)? Donde así se estima a Cristo, todas las facultades del hombre espiritual se ejercitan con energía. Yo juzgaré tu piedad por este barómetro: ¿Qué lugar ocupa Cristo en tu pensamiento, alto o bajo? Si has pensado livianamente de Cristo; si te has sentido satisfecho con vivir sin su presencia; si su honor te ha importado poco; si has sido negligente con sus leyes, entonces ya sé que tu alma está enferma. ¡Dios quiera que no sea de muerte! Sin embargo, si el primer pensamiento de tu espíritu ha sido cómo honrar a Jesús, si el deseo cotidiano de tu alma ha hallado su expresión en las palabras de Job: «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!» (Job 23:3), entonces te digo que, aunque tengas mil debilidades y apenas conozcas si eres realmente un hijo de Dios, estoy persuadido de que, a pesar de todo, te encuentras a salvo, pues tienes a Jesús en alta estima. A mí no me importan tus harapos; lo que me importa es aquello que piensas de su regio atavío. No me interesan tus heridas —aunque de ellas mane sangre a raudales—; lo que me interesa es qué piensas tú de sus heridas. ¿Son ellas en tu estima como brillantes rubíes? No te considero inferior porque residas, como Lázaro, en el estercolero y los perros te estén lamiendo las llagas. No te juzgo por tu pobreza, sino por lo que piensas del Rey en su hermosura. ¿Tiene él en tu corazón un trono glorioso y elevado? ¿Lo colocarías más alto si pudieras? ¿Desearías morir si con ello lograras añadir solo un sonido de trompeta más a los acordes que proclaman sus alabanzas? ¡Ah, entonces vas bien! Cualquiera que sea el concepto que tengas de ti mismo, si Cristo es grande para ti, estarás con él dentro de poco.

Aunque el mundo entero de mi elección se ría,

mi porción será Jesús.

Ningún otro como él me satisface,

pues hermoso es él entre los hermosos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 374). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.