PRESO POR CRISTO

PRESO POR CRISTO

12/4/2017

Mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. (Filipenses 1:13) 

El apóstol Pablo siempre se consideró un preso por la causa de Cristo; nunca por un delito. Estaba encadenado porque creía en Cristo, lo predicaba y lo representaba.

Desde el punto de vista de Roma, Pablo era un preso encadenado a un guarda romano. Pero desde la perspectiva de Pablo, los guardas romanos eran esclavos cautivos encadenados a él. El resultado de tal confinamiento fue que la causa de Cristo se había llegado a conocer “en todo el pretorio”. Lejos de ser una condición opresiva, a Pablo se le había dado la oportunidad de dar testimonio de Cristo a cada guardia asignado a él, cada seis horas.

¿Qué veían los soldados? Veían el carácter santo de Pablo, su misericordia, su paciencia, su amor, su sabiduría y su convicción. Al convertirse los miembros de la guardia de palacio, se difundía la salvación más allá de ellos hasta “los de la casa de César” (Fil. 4:22).

Por muy difícil que pueda parecer a primera vista, nadie es demasiado difícil de evangelizar.

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Por los pequeños hijos de Dios

DICIEMBRE, 04

Por los pequeños hijos de Dios

Devocional por John Piper

Y aconteció en aquellos días que salió un edicto de César Augusto, para que se hiciera un censo de todo el mundo habitado. Este fue el primer censo que se levantó cuando Cirenio era gobernador de Siria. Y todos se dirigían a inscribirse en el censo, cada uno a su ciudad. Y también José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para inscribirse junto con María, desposada con él, la cual estaba encinta.(Lucas 2:1-5)

¿Alguna vez pensó cuán increíble es que Dios haya predestinado que el Mesías naciera en Belén (como anticipa la profecía de Miqueas 5); y que también haya decretado que, cuando llegara el tiempo, tanto la madre del Mesías como su padre legal estuvieran viviendo en Nazaret; y que, para cumplir con su palabra y hacer que aquellas dos pequeñas personas llegasen a Belén para esa primera Navidad, Dios pusiese en el corazón de César Augusto el deseo de hacer un censo de todo el imperio romano para que cada persona se registrase en su propio pueblo de origen?

¿Alguna vez se sintió, al igual que yo, pequeño e insignificante en un mundo poblado de siete mil millones de personas, donde todas las noticias tratan de grandes movimientos políticos, económicos y sociales, o de personas destacables llenas de poder y prestigio?

Si la respuesta a esa pregunta es sí, no se sienta triste ni desanimado. Las Escrituras dejan entrever que todas las gigantescas fuerzas políticas y todos los enormes complejos industriales, sin siquiera saberlo, están siendo guiados por Dios, no para obtener sus propios fines, sino por causa de los pequeños hijos de Dios: personas pequeñas como María y José, que tienen que ser llevados de Nazaret a Belén. Dios dirige imperios para bendecir a sus hijos.

No piense que, porque está atravesando adversidades, la mano de Dios se ha acortado. No es nuestra prosperidad, sino nuestra santidad lo que él busca de todo corazón. Con ese fin, él gobierna el mundo entero. Así lo expresa Proverbios 21:1: «Como canales de agua es el corazón del rey en la mano del Señor; Él lo dirige donde le place».

Él es un Dios grande para gente pequeña. Tenemos grandes motivos para regocijarnos: sin saberlo, todos los reyes, presidentes, primeros ministros y cancilleres del mundo cumplen los decretos soberanos de nuestro Padre que está en los cielos para que sus hijos seamos conformados a la imagen de su Hijo, Cristo Jesús.


Devocional tomado del sermón “A Big God for Little People

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«Nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo»

4 de diciembre

«Nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo».

Romanos 8:23

Este gemido es común a todos los santos: en mayor o menor grado, todos lo sentimos. No se trata del gemido de la murmuración o del lamento; más que la nota de la aflicción es la nota del deseo. Habiendo recibido una prenda, ahora deseamos toda nuestra dote. Queremos que nuestro ser entero (espíritu, alma y cuerpo) se vea libre del último rastro de la Caída. Ansiamos despojarnos de la corrupción, la debilidad y la vergüenza y vestirnos de incorrupción, de inmortalidad y de gloria en el cuerpo espiritual que el Señor Jesucristo ha de dar a los suyos. Anhelamos la manifestación de nuestra adopción como hijos de Dios. «Gemimos [pero] dentro de nosotros mismos». No se trata del gemido del hipócrita, que quiere hacer creer a los hombres que es un santo, cuando en realidad es un infeliz. Nuestros gemidos son sagrados: demasiado santos como para que los propalemos a los cuatro vientos. Reservamos nuestros gemidos solo para nuestro Señor. A continuación, el Apóstol dice que estamos «esperando»; con lo cual nos enseña a no refunfuñar, como Jonás y Elías, cuando le dijeron a Dios: «Quítame la vida». También nos muestra que no debernos pedir, con llanto y con gemido, el fin de nuestra vida por el hecho de estar cansados de trabajar; ni querer huir de los sufrimientos actuales hasta que se haga la voluntad de Dios. Hemos de gemir por la glorificación; pero debemos esperarla con paciencia, sabiendo que lo que Dios ha determinado es sin duda lo mejor. Esperar implica estar preparado: nos encontramos a la puerta aguardando que el Amado la abra y nos lleve a estar con él. Ese gemido supone una prueba: puedes juzgar a un hombre por aquello tras lo cual suspira. Algunos suspiran por las riquezas —estos adoran a Mamón—; otros suspiran continuamente bajo las aflicciones de la vida: estas son personas impacientes. Sin embargo, el hombre que suspira por Dios, que está inquieto hasta que se le haga semejante a Cristo, ese es el hombre feliz

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 349). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

2 Crónicas 3–4 | 1 Juan 3 | Nahúm 2 | Lucas 18

4 DICIEMBRE

2 Crónicas 3–4 | 1 Juan 3 | Nahúm 2 | Lucas 18

“¡Fijaos qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!” (1 Juan 3:1). Todos, en algún momento, pertenecimos al mundo; para usar el lenguaje de Pablo, todos “éramos por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2:3). El amor del Padre que ha efectuado la transformación es espléndido precisamente porque es inmerecido. Más aún:
(1) “¡Y lo somos!” Esta exclamación enfática fue generada probablemente porque los que habían abandonado la iglesia (2:19) eran expertos en manipular a los creyentes. Insistían en que sólo ellos tenían una conexión directa con Dios, que sólo ellos comprendían realmente el verdadero conocimiento (gnosis), que sólo ellos tenían la verdadera unción. Esto tenía el efecto de denigrar a los creyentes. Juan afirma que sus lectores han recibido la verdadera unción (2:27), que su conducta correcta demuestra que han nacido de Dios (2:29), que el amor de Dios ha sido derramado sobre ellos y que, por ello, se han convertido en hijos de Dios: “¡Y lo somos!” Es necesario hacer la misma aclaración a los creyentes de todas las generaciones que se sienten amenazados por las alegaciones extravagantes, pero equivocadas, de los grupos “súperespirituales” que ejercen una manipulación penosa, creando una especie de competencia del más espiritual. “Somos hijos de Dios.” Esto afirman los cristianos tranquilamente, y esto es suficiente. Si otros no reconocen ese hecho, puede ser la evidencia de que ellos mismos no conocen a Dios (3:1b).
(2) Aunque ya somos hijos de Dios, “todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser” (3:2). Por un lado, no debemos denigrar ni minimizar todo lo que hemos recibido: “ahora somos hijos de Dios”. Por otro, esperamos la consumación y nuestra propia transformación final (3:2).
(3) De hecho, todo hijo de Dios que vive con esta proclama por delante, “que tiene esta esperanza en él [es decir, en Cristo o en Dios, pues se refiere al objeto de la esperanza y no meramente a quien alberga la esperanza] se purifica a sí mismo, así como él es puro” (3:3). El cristiano ve lo que será en la consumación y ya quiere ser de esa manera. Recibimos el amor del Padre; sabemos que un día seremos puros; así que desde ahora procuramos volvernos puros. Esto está en perfecta conformidad con el final del capítulo 2: “Si reconocéis que Jesucristo es justo, reconoced también que todo el que practica la justicia ha nacido de él” (2:29).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 338). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Dios nos ve (1)

¿Se ocultará alguno, dice el Señor, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice el Señor, el cielo y la tierra?

Jeremías 23:24

Dios conoce vuestros corazones.

Lucas 16:15

Dios nos ve (1)

¡Qué misterio es la mirada del Dios vivo! Ella lo cubre, lo penetra todo, desde la inmensidad del universo hasta los lugares más secretos de nuestra mente. Él ve lo que motiva nuestras expresiones, nuestras actitudes, lee en nuestros corazones. Distingue la expresión de la intención, la máscara de lo real. Discierne nuestras motivaciones más escondidas, nuestros pensamientos más íntimos. ¿Cuál es nuestra reacción a esa mirada de Dios? Podemos tratar de huir de él, de no pensar en él, o vivir como si no existiese, negar incluso su existencia.

Al contrario, si conocemos su amor redentor, podemos buscar la mirada de Dios, es decir, tratar de vivir de una forma que le agrade, estando atentos a lo que él nos dice en la Biblia. Pues sabemos que Dios nos mira con bondad. Podemos dejar todo en sus manos: nuestras alegrías, tristezas e inquietudes. Pero escuchemos también a nuestra conciencia. Si nos reprocha tal palabra o acción, digámoselo a Dios y pidámosle su ayuda para corregirnos.

Dios ve el mal y lo juzga, pero “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados” (1 Juan 1:9). La mirada de Dios no me descubre ante los demás. Es una mirada protectora que previene del peligro. Ser visto por él no significa ser juzgado, al contrario, significa ser amado y protegido. Cuanto más conozcamos a Dios, tanto más desearemos vivir bajo su mirada, por la fe.

Dios “ama la rectitud, y no desampara a sus santos. Para siempre serán guardados” (Salmo 37:28).

(continuará el 6 de diciembre)

Job 42 – Santiago 3 – Salmo 137 – Proverbios 29:5-6

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