Interesados en la gloria de Dios

Interesados en la gloria de Dios

2/8/2018

No puedes soportar a los malos. (Apocalipsis 2:2)

Debemos estar tan interesados en la gloria de Dios que suframos cuando no se le honra. Esa fue sin duda la actitud de David cuando dijo: “Porque me consumió el celo de tu casa; y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí” (Sal. 69:9). David sufría profundamente cuando no se honraba a Dios.

Como padre, comprendo lo que David estaba diciendo. Si alguien hiere a uno de mis hijos, me hiere a mí. A menudo he llorado por alguien a quien amo y cuyo corazón estaba quebrantado. Cuando usted se identifique con Dios de esa manera, le interesará su honra mucho más de lo que le ocurre a usted.

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Contento de no ser Dios

FEBRERO, 08

Contento de no ser Dios

Devocional por John Piper

Tributad al Señor, oh familias de los pueblos, tributad al Señor gloria y poder.(Salmos 96:7)

He aquí lo que yo pienso que debería ser parte de la experiencia plena de lo que el salmista llama a hacer cuando dice: «tributad [= dad] al Señor gloria y poder».

Primero, por la gracia de Dios, prestamos atención a Dios y vemos que él es fuerte. Prestamos atención a su fortaleza. Luego aprobamos la grandeza de su fuerza y le damos el respeto que merece por su valor.

Nos damos cuenta de que su fortaleza es increíble. Pero lo que hace que este asombro sea un tipo de maravilla que «se entrega» es que estemos especialmente contentos de que esta grandeza en fortaleza sea de él y no nuestra.

Sentimos una profunda idoneidad en el hecho de que él sea infinitamente fuerte y no nosotros. Amamos esa verdad. No envidiamos a Dios por su fortaleza. No codiciamos su poder. Estamos llenos de gozo de que toda la fuerza sea suya.

Todo nuestro ser se regocija al contemplar este poder como si hubiéramos llegado a la celebración de la victoria de un corredor de fondo que nos ganó en la carrera, y sintiéramos el gozo más grande al admirar su fortaleza, en lugar de resentir nuestra derrota.

Encontramos el significado más profundo de la vida cuando nuestro corazón se abre libremente a admirar el poder de Dios, en lugar de volcarse hacia adentro y jactarse en el de uno mismo —o siquiera pensar en el de uno mismo—. Descubrimos algo impresionante: es profundamente gratificante no ser Dios, y desistir a todos nuestros pensamientos y deseos de ser Dios.

Al prestar atención al poder de Dios, aumenta nuestro entendimiento de que Dios creó el universo con este motivo: que pudiéramos tener la experiencia supremamente gratificante de no ser Dios, sino de admirar la divinidad de Dios —la fortaleza de Dios—. Se asienta en nosotros la paz que conlleva el darnos cuenta de que la admiración de lo infinito es el fin de todas las cosas.

Nos estremece pensar en la mínima tentación de atribuirnos cualquier poder como si viniera de nosotros. Dios nos creó débiles para protegernos de eso: «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros» (2 Corintios 4:7).

¡Oh, cuán grande amor es este, que Dios nos proteja de reemplazar las alturas de la eterna admiración de su poder con el intento vano de jactarnos en el nuestro!


Devocional tomado del libro “How Do You “Give” God Strength?”

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Génesis 41 | Marcos 11 | Job 7 | Romanos 11

8 FEBRERO

Génesis 41 | Marcos 11 | Job 7 | Romanos 11

En la segunda parte de su respuesta a Elifaz, Job de dirige directamente a Dios (Job 7), aunque se supone que debemos entender que Elifaz y sus amigos están escuchando su dolorosa oración. De hecho, como veremos, existe una estrecha relación entre los capítulos 6 y 7.

Los primeros diez versículos de conmovedores lamentos, llenos de descripciones de noches sin dormir y llagas infectadas, se centran en “recordar” a Dios lo breve de la vida humana. Existe una expresión contemporánea que dice que la vida es dura, y después morimos; de forma más prosaica, Job pregunta: “¿No tenemos todos una obligación en este mundo? ¿No son nuestros días como los de un asalariado?” (7:1). Físicamente, no durará mucho más.

Job razona: “Por lo que a mí respecta, no guardaré silencio; la angustia de mi alma me lleva a hablar, la amargura en que vivo me obliga a protestar” (7:11). Job dice a Dios que no es un monstruo, le pregunta por qué la toma entonces con él. Su vida no tiene sentido (7:16); preferiría morir estrangulado en lugar de vivir como lo está haciendo (7:15).

¿Por qué presta Dios tanta atención a un simple mortal como Job (7:17–18)? Aunque no es consciente de haber cometido pecado alguno en su vida para atraer semejante sufrimiento, Job sabe que es pecador. Sin embargo, ¿por qué está sufriendo tanto? “Si he pecado, ¿en qué te afecta, vigilante de los mortales? ¿Por qué te ensañas conmigo? ¿Acaso te soy una carga?” (7:20).

Ahora debería ser más fácil ver la relación de este capítulo con la reflexión del final del 6. Allí, Job dice a Elifaz que su integridad (la de Job) está en juego. El sentido del argumento de Elifaz era que Job debía estar sufriendo por pecados que nunca había confesado; el camino a seguir era la abnegación y la confesión. Sin embargo, este contesta que sus amigos deberían seguir siéndolo; que lo están condenando porque no pueden comprender que una persona inocente pueda sufrir; que su reprensión pone en duda la integridad de la que ha hecho gala durante toda su vida. En el capítulo 7, cuando Job se dirige a Dios, su postura es totalmente acorde con lo que acaba de decir a Elifaz. Lejos de confesar el pecado, le declara que está siendo atormentado, o que si ha pecado, no ha hecho nada para merecer este tipo de minuciosa atención y doloroso juicio. De hecho, falta muy poco para que insinúe que el propio Dios no es justo, pero Job mantiene su integridad.

Así pues, el drama de este libro se va desarrollando. Aún queda camino por explorar. Entretanto, meditemos sobre Job 42:7.

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 39). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Él sufrió por mí

Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca… quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… y por cuya herida fuisteis sanados.

1 Pedro 2:21-22, 24

Él sufrió por mí

Desde la desobediencia de nuestros primeros padres, los hombres sufren en su cuerpo, en su alma y su espíritu. Entonces surge la pregunta: ¿Por qué Dios permite el sufrimiento, si es un Dios de bondad?

¿Nos damos cuenta de la gravedad de lo que el hombre hizo al crucificar a aquel que Dios envió, su propio Hijo, quien vino para mostrarnos el amor divino? Sufrimos las terribles consecuencias de nuestra desobediencia y de ese rechazo: injusticia, violencia, tristeza, desesperación. Dios también permite el sufrimiento para atraer nuestra mirada hacia él.

En la tierra Jesucristo sufrió con una intensidad sin igual, pues Él conocía todos los corazones y veía en ellos la mancha del pecado, el orgullo, el odio… “En pago de mi amor me han sido adversarios” (Salmo 109:4). Él, que quería iluminar el camino de los hombres, estuvo solo, clavado en una cruz para expiar nuestros pecados. Él, que era la Vida, se dio en sacrificio. Jesucristo soportó el rechazo, la incomprensión, la pretensión de los suyos y los sufrimientos de la crucifixión. ¡Sufrió todo por nosotros! ¡Él nos amaba y venía a salvarnos! Él, el justo, padeció una vez por los pecados, en lugar de los injustos; experimentó el abandono de Dios, el enorme peso de nuestros pecados. ¡Sufrimientos infinitos!

El que cree en él nunca tendrá que pasar por los sufrimientos que nuestros pecados merecieron. Podrá conocer a Dios como un Padre lleno de amor, y no como el Juez.

Génesis 42 – Mateo 24:29-51 – Salmo 20:6-9 – Proverbios 8:12-16