A él sea gloria en la iglesia. (Efesios 3:21)

El motivo de la iglesia

3/11/2018

A él sea gloria en la iglesia. (Efesios 3:21)

Si se fuera a entrevistar a un grupo de personas y pedirles que mencionen el propósito fundamental de la iglesia, es probable que se obtengan muchas respuestas diferentes.

Algunas pudieran sugerir que la iglesia es un lugar para hacer amistades con personas espirituales. Es donde los creyentes se fortalecen los unos a los otros en la fe y donde se cultiva y se expresa el amor.

Otros pudieran sugerir que la misión de la iglesia es enseñar la Palabra, preparar a los creyentes para diversas responsabilidades e instruir a los niños y a los jóvenes con el propósito de ayudarlos a crecer en Cristo.

Aun otras pudieran decir que otro propósito de la iglesia es alabar a Dios. La iglesia es una comunidad de alabanza que exalta a Dios por lo que es y por lo que ha hecho. Algunas personas sugerirían que como la alabanza es la actividad principal del cielo, debe ser la responsabilidad primordial de los que están en la tierra.

Pero tan importante como son la comunión, la enseñanza y la alabanza, el motivo principal de la iglesia es glorificar a Dios. El apóstol Pablo describió la salvación como “para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef. 1:6).

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Dos verdades infinitamente fuertes y tiernas

MARZO, 11

Dos verdades infinitamente fuertes y tiernas

Devocional por John Piper

Declaro el fin desde el principio y desde la antigüedad lo que no ha sido hecho. Yo digo: “Mi propósito será establecido, y todo lo que quiero realizaré.” (Isaías 46:10)

La palabra soberanía (como la palabra trinidad) no aparece en la Biblia. La usamos para referirnos a la siguiente verdad: Dios está en total control del mundo, desde la más grande intriga internacional, hasta la caída del pajarillo más pequeño en el bosque.

La Biblia lo explica de la siguiente manera: «Yo soy Dios, y no hay ninguno como yo… Mi propósito será establecido, y todo lo que quiero realizaré» (Isaías 46:10). «El actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener su mano, ni decirle: “¿Qué has hecho?”» (Daniel 4:35). «Pero Él es único, ¿y quién le hará cambiar? Lo que desea su alma, eso hace. Porque Él hace lo que está determinado para m텻 (Job 23:13-14). «Nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place» (Salmos 115:3).

Una razón por la que esta doctrina es tan preciosa para los creyentes es que sabemos que el gran deseo de Dios es mostrar misericordia y bondad a aquellos que en él confían (Efesios 2:7Salmos 37:3-7Proverbios 29:25). La soberanía de Dios significa que sus designios para nosotros no pueden ser frustrados.

Nada, absolutamente nada, le ocurre a aquellos que «aman a Dios y que son llamados conforme a su propósito» sino solo lo que es para nuestro más profundo bien (Salmos 84:11).

Por lo tanto, la misericordia y la soberanía de Dios son los dos pilares mellizos de mi vida. Son la esperanza de mi futuro, la energía de mi servicio, el centro de mi teología, el vínculo en mi matrimonio, la mejor medicina para toda enfermedad, el remedio para todo desaliento.

Y cuando llegue el día de mi muerte (ya sea tarde o temprano), estas dos verdades estarán paradas al lado de mi cama con manos infinitamente fuertes y tiernas levantándome hacia Dios.

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Devocional tomado del articulo “Una doctrina muy preciosa y práctica”


Éxodo 22 | Juan 1 | Job 40 | 2 Corintios 10

11 MARZO

Éxodo 22 | Juan 1 | Job 40 | 2 Corintios 10

Dios da a Job la oportunidad de responder hacia la mitad de su largo discurso. Tras una pregunta retórica (“¿Corregirá al Todopoderoso quien contra él contiende?”), Dios dice: “¡Que le responda a Dios quien se atreve a acusarlo!” (Job 40:2).

Resulta vital para la comprensión de este libro no malinterpretar esta exhortación. Dios no está retirando a Job su estima inicial (1:1, 8). Incluso bajo el terrible hostigamiento de Satanás y los tres “miserables consoladores “, la integridad fundamental de Job y su lealtad básica al Todopoderoso no se han debilitado. No ha seguido el consejo de su mujer, que le insta a maldecir a Dios y morir, ni el de sus amigos, que le dicen simplemente que reconozca estar sufriendo debido a sus pecados no confesados, por lo que debe arrepentirse. Sin embargo, ha estado a punto de culpar a Dios por sus sufrimientos, o mejor dicho, ha insistido en pedir audiencia ante el Señor para justificarse. Implícitamente, y en ocasiones de forma explícita, Job ha acusado a Dios de ser injusto o de estar tan lejos que los justos y los impíos parecen abocados al mismo destino. En sus mejores momentos, Job se aparta de su retórica menos contenida, pero siente que, como mínimo, Dios le debe una explicación.

Sin embargo, ahora el Señor está diciendo que quien quiera “contender” con él, debatir algún asunto, no debe comenzar dando por hecho que Dios está cometiendo un error, ni acusar al Todopoderoso de no hacer bien las cosas. Ese ha sido el sentido de las preguntas retóricas (caps. 38–39): Job no tiene el conocimiento ni el poder necesarios para resistir el juicio de Dios.

Llegados a este punto, parece que Job ha aprendido la lección: “¿Qué puedo responderte, si soy tan indigno? ¡Me tapo la boca con la mano! Hablé una vez, y no voy a responder; hablé otra vez, y no voy a insistir” (40:4–5). No obstante, surge una pregunta: ¿está Job verdaderamente convencido de su equivocación? ¿Cree realmente ahora que, por muy justo que haya podido ser, no tiene derecho a hablar así a Dios? ¿O simplemente, como hombre piadoso que es, se ha visto obligado a conformarse?

Dios no quiere correr riesgos: presenta a Job dos capítulos más de preguntas retóricas. Una vez le dice que “se prepare”, y después comienza: “¿Vas acaso a invalidar mi justicia? ¿Me harás quedar mal para que tú quedes bien?” (40:8). Es como si el Señor quisiese algo más de él, algo que Job sólo reconoce en el último capítulo del relato.

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 70). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Salvo por gracia

Domingo 11 Marzo

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.

Efesios 2:8-9

Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

Romanos 3:28

Salvo por gracia

«Mis padres y mis abuelos eran mormones y me educaron para ser un buen mormón, responsable y leal. Me enseñaron que en esta vida todo se compra, todo se merece, todo se gana, todo exige un esfuerzo… y que sucedía lo mismo con la vida del más allá. Había que ganar un lugar al lado de Dios, merecer la vida eterna practicando buenas obras bien precisas. Pero no conocía a Dios y no tenía ninguna seguridad con respecto a mi futuro eterno.

Un día mi abuela escuchó en la radio un programa que explicaba detalladamente el Evangelio. Entonces se dio cuenta de que, aunque fuese religiosa, no podía borrar ni uno de sus pecados ante Dios. Solo el sacrificio de Jesús, quien murió en la cruz por amor a los pecadores, podía salvarla. Mi abuela recibió la paz interior, la seguridad de tener un total perdón y la vida eterna; aceptó la gracia perfecta de Dios. Pero su testimonio no convenció a nadie.

Cuando cumplí doce años mis padres me permitieron, por sugerencia de mi abuela, ir a un campamento organizado por cristianos. Mi corazón se abrió cuando un responsable me mostró un versículo de la Biblia: “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Comprendí que mis buenas obras, mis esfuerzos, no podían pagar el precio por mis pecados, y que Jesús había muerto por mí. Creí en él y recibí el perdón y la vida eterna. Desde hace más de cuarenta años sé que soy salvo por la gracia de Dios».

M. F.
Éxodo 23 – Hechos 17:1-15 – Salmo 32:1-4 – Proverbios 11:11-12
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