Por qué amamos a Dios

Mayo, 17

Por qué amamos a Dios

Devocional por John Piper

Nosotros amamos, porque Él nos amó primero. (1 Juan 4:19)

Ya que el amor a Dios es la evidencia de que él nos amó y nos escogió (Romanos 8:28, etc.), la seguridad de que Dios nos ama y de que nos escogiera no puede ser el fundamento de nuestro amor a él. Nuestro amor a Dios, que es la evidencia de que hemos sido escogidos, consiste en nuestro entendimiento espiritual de la gloria de este Dios que todo lo satisface.

No se trata en primer lugar de la gratitud por un beneficio recibido. Se trata de reconocer que recibir a Dios produce una la gratitud sobrecogedora, y de deleitarnos en esta verdad. Este reconocimiento y deleite es —o debería ser, según las Escrituras— inmediato, con la certeza de que él en verdad se ofrece a sí mismo para nuestro eterno disfrute.

El llamado del Evangelio (Cristo murió por los pecadores; crean en él y serán salvos) no es primeramente un llamado a creer que él murió por nuestros pecados. El llamado del Evangelio consiste primeramente en creer que, debido a que Dios redime a tal costo y con tal sabiduría y santidad, él es digno de confianza y en él hallamos verdadero descanso, suficiente para satisfacer todos nuestros anhelos.

La consecuencia inmediata de creer esto (es decir, sentir, aprehender) es la convicción de que somos salvos y de que él murió por nosotros, ya que la promesa de salvación es dada a aquellos que creen así.

La esencia del hedonismo cristiano se encuentra, por lo tanto, en el mismo centro de lo que es la fe salvadora y de lo que significa realmente «recibir» a Cristo o amar a Dios.

Hagamos una comparación: «Nosotros amamos, porque Él nos amó primero» (1 Juan 4:19). Esto quizá signifique que el amor de Dios, a través de la encarnación, la expiación y la obra del Espíritu Santo, nos da la capadidad de amarlo —no que la motivación de nuestro amor sea el hecho de que él ha obrado grandemente en nosotros—.

O quizá signifique que, al contemplar y aprehender a Dios espiritualmente como el Dios que ama a pecadores como nosotros con una gracia increíblemente gratuita y mediante medios de expiación increíblemente sabios y de gran sacrificio, surge en nosotros el deseo de deleitarnos en este Dios por quien es él, en lugar de considerar que lo amamos primeramente porque consideramos que somos personal y particularmente escogidos por él.

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¿Qué significa “practicar el bien”?

17 Mayo

Números 26 | Salmo 69 | Isaías 16 | 1 Pedro 4

1 Pedro 4 continúa con el tema de la conducta cristiana, incluyendo el sufrimiento injusto, que cada vez está más vinculado a la identificación con Cristo (p. ej., 4:14), al juicio final (4:5–6, 7, 17) y sobre todo con la voluntad de Dios: “Así pues, los que sufrís según la voluntad de Dios, entregaos a vuestro fiel Creador y seguid practicando el bien” (4:19, cursivas añadidas).

¿Qué significa “practicar el bien”? 1 Pedro 4:7–11 lo explica en parte:

(a) Debemos estar “sobrios y con la mente despejada, para orar bien” (4:7). El dominio propio es un elemento del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23). Una mente oscurecida por la búsqueda intensa del hedonismo no puede orar.

(b) Debemos amarnos “los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados” (4:8). Pedro da por hecho, de forma realista, que se producirán rupturas en la asamblea cristiana, tal como ocurre en la familia. Sin embargo, en una familia madura, el amor de cada miembro por los demás cubre todos los problemas. Así también en la iglesia. No significa que no existan pecados que poner de manifiesto y disciplinar; todo el Nuevo Testamento se opone a esta teoría reduccionista. Por otro lado, debemos enfrentarnos al hecho de que los pecados se cometerán y estar preparados para cubrirlos con amor. Ya no hay forma de volver a la inocencia del Edén, ciertamente no examinando cada mancha, ni publicando dichas faltas, cometiendo los mismos pecados y errores una y otra vez. No hay vuelta atrás, solamente un camino hacia delante, a través de la cruz, de perdón y de paciencia. Los cristianos deben amarse profundamente los unos a los otros, “porque el amor cubre multitud de pecados”. Los cristianos maduros conocen suficientemente bien su corazón para darse cuenta de que necesitan tener ese amor y demostrarlo.

(c) Debemos practicar la hospitalidad entre nosotros sin quejarnos (4:9). Amar es algo más que tener paciencia con los errores de otra persona; es más que una actividad positiva como ser hospitalario: incluye cómo mostramos esa hospitalidad, no de forma resentida o con quejas, sino de corazón, por gracia y generosamente.

(d) Debemos emplear los dones que hayamos recibido para servir a los demás (4:10–11). Pedro menciona algunos ejemplos, pero esta lista no es exhaustiva. Si alguien es llamado a hablar en la iglesia (por ejemplo), no es un tiempo para jactarse ni para hacerse el gracioso, sino para alimentar a las ovejas, lo cual significa hablar “como quien expresa las palabras mismas de Dios” (4:11). Meditemos en Romanos 12:6–8.

Debemos hacerlo todo “como quien tiene el poder de Dios” (4:11).

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 137). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo…!

Jueves 17 Mayo

¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo…!

Salmo 81:13

Vino el Señor y se paró, y llamó… ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye.

1 Samuel 3:10

Mamá, te equivocaste

–Mamá, ¿has visto mi camiseta de fútbol?

–Sí, Felipe, esta mañana estaba tirada en el sofá y la… No pude terminar mi frase porque Felipe salió sin escuchar el resto. Fue a buscar su camiseta en el sofá, y regresó diciendo: –Mamá, te equivocaste, no está ahí.

–No escuchaste lo que quería decir; estás perdiendo el tiempo. Guardé tu camiseta en tu habitación.

Esta tarde envié a Felipe a buscar un medicamento a la farmacia. Le dije que ya lo había pagado, pero él estaba jugando con su teléfono mientras escuchaba mis instrucciones. Salió y regresó casi de inmediato, diciéndome: ¡Mamá, olvidaste darme el dinero!

«Mamá, te equivocaste… Mamá, olvidaste…», este es el lenguaje de Felipe. ¿No sería mejor que dijese: Mamá, no te escuché bien?

Para cada uno de nosotros es muy importante saber escuchar, sobre todo cuando es Dios quien habla. ¿Tenemos demasiada prisa para escuchar lo que Dios quiere decirnos? ¿O escuchamos distraídamente? Entonces deducimos precipitadamente que Dios se equivocó, que no pensó en todo.

Jesús dijo a la multitud que estaba reunida a su alrededor: “Oídme todos, y entended” (Marcos 7:14). ¡Escuchémosle atentamente! Él nos habla ante todo mediante la Biblia. Leámosla con atención. Jesús también habla del que “oye y entiende la palabra” (Mateo 13:23). “Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55:3).

“Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11:28).

Isaías 66 – Marcos 14:1-25 – Salmo 59:1-7 – Proverbios 15:21-22

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