Un buen guía en las montañas

Un buen guía en las montañas

5/18/2018 

Por tanto, os ruego que me imitéis. (1 Corintios 4:16)

Como todos los cristianos son imperfectos, necesitamos el ejemplo de alguien que también sea imperfecto, pero que sepa cómo resolver la imperfección. Tal vez sirva esta ilustración. Supongamos que decido participar en una peligrosa expedición de alpinismo. Un helicóptero deja caer a un guía en la cumbre de la montaña, y este mira hacia abajo y me dice: “Esta es la cumbre. Sube hasta aquí; este es el lugar donde quieres estar”. Este guía no sería de tanta ayuda como alguien que vaya subiendo delante de mí y me diga: “Sígueme. Conozco el camino hacia la cumbre”.

Cristo nos muestra la meta que debemos alcanzar, pero también necesitamos a alguien que sea ejemplo del proceso de alcanzar la meta. Solo venciendo el pecado podemos ser más semejantes a Cristo, de modo que necesitamos hallar a otro cristiano que también esté luchando para vencer el pecado. Un ejemplo humano y espiritual puede mostrarle cómo afrontar todas las consecuencias de nuestra condición pecaminosa. Comience a buscar y a seguir a un guía espiritual.

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La luz más allá de la luz

Mayo, 18

La luz más allá de la luz

Devocional por John Piper

Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.(Colosenses 3:1-2)

Jesucristo es refrescante. Apartarse de él y dejarse llevar por los placeres del ocio sin Cristo hace que el alma se reseque.

Quizás al principio uno se sienta más libre y lo pase mejor al escatimar las oraciones y desatender la lectura de la Palabra. Sin embargo, esto luego tiene su precio: superficialidad, impotencia, vulnerabilidad frente al pecado, preocupación excesiva por nimiedades, relaciones frívolas, y una alarmante pérdida de interés por la adoración y las cosas del Espíritu.

No permitamos que el verano haga que nuestra alma se marchite. Dios nos dio ese tiempo de descanso para que fuera un anticipo del cielo, no un sustituto.

Si el cartero le trae una carta de amor de su prometida, no se enamore del cartero. No nos enamoremos del video de preestreno hasta el punto de volvernos incapaces de amar la realidad que se avecina.

Jesucristo es el refrescante centro del verano. Él tiene la preeminencia por sobre todas las cosas (Colosenses 1:18), incluso sobre las vacaciones, los días de campo, las largas caminatas y las comidas y deportes al aire libre. Él nos hace una invitación: «Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28).

La pregunta es: ¿es eso lo que queremos? Cristo se nos ofrece a sí mismo en la medida en que nosotros anhelamos ser refrescados en él. «Me buscaréis y me encontraréis, cuando me busquéis de todo corazón» (Jeremías 29:13).

Lo que Pedro dice al respecto es lo siguiente: «Arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que tiempos de refrigerio vengan de la presencia del Señor» (Hechos 3:19). Arrepentirse no solo implica dar la espalda al pecado, sino también volverse al Señor con el corazón abierto, expectante y sumiso.

¿Qué tipo de actitud veraniega es esta? Es la actitud que describe Colosenses 3:1-2: «Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra».

¡La tierra es de Dios! Es un adelanto de la realidad de lo que el verano eterno será donde «la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la iluminen, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera» (Apocalipsis 21:23).

El sol de verano es un mero destello de luz en comparación con el que ha de ser el sol: la gloria de Dios. El verano nos permite percibir y demostrar esta realidad. ¿Deseamos tener ojos que ven? Señor, haznos ver la luz más allá de la luz.

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Números 27 | Salmos 70–71 | Isaías 17–18 | 1 Pedro 5

18 MAYO

Números 27 | Salmos 70–71 | Isaías 17–18 | 1 Pedro 5

En los capítulos 14–16, Isaías recoge oráculos contra Filistea (al oeste de Jerusalén) y Moab (al este). Ahora (Isaías 17–18), habla contra Siria al norte (con su capital Damasco) y Etiopía en el sur (la antigua Cus, que comprendía los actuales Etiopía, Sudán y Somalia, es decir, una gran área situada al sur de la cuarta catarata del Nilo. A finales del siglo XVIII a.C., Cus se unió a Egipto, algo que aún se ve en los capítulos 19–20. De hecho, los miembros de la vigesimoquinta dinastía, que gobernó esta inmensa región, eran etíopes.

Recordemos que la crisis a la que se enfrentó el rey Acaz de Judá en Isaías 7 fue una alianza entre Siria e Israel, cuyo propósito era destruir Asiria; los aliados trataron de obligar a Judá a unirse a ellos. Por tanto, este oráculo es contra Damasco (17:1), la capital de Siria, e incluye a Efraín (17:3, otro nombre para el reino norteño de Israel). Asiria derrotaría pronto a Siria e Israel, amenazas importantes para Judá. Damasco cayó en 732; Samaria, diez años después. Tras su destrucción, serían como un hombre esquelético (17:4), como un campo después de la cosecha con sólo unas pocas espigas (17:5), como un olivar cuyo fruto ha sido arrancado, quedando únicamente unas pocas aceitunas (17:6). La causa definitiva de la destrucción de estas naciones es su idolatría (17:7–8), unida a los rituales de fertilidad (17:10–11).

Los medios por los que Dios destruye a Siria e Israel se describen en 17:12–14, refiriéndose casi con toda certeza a Asiria, que, a su vez, también es destruida. No obstante, Isaías habla de “muchas naciones” (17:12): una vez más, nos encontramos ante escorzo profético (acortamiento de la perspectiva de los tiempos), con Asiria como ejemplo tanto de instrumento utilizado por Dios para llevar a cabo un juicio temporal, como del hecho de que él exige responsabilidades a todas las naciones, incluso aquellas que su providencia ha empleado como arma ejecutora de su ira (cp. 10:5).

Si no hay ayuda para Judá y Jerusalén en las naciones de Israel y Siria (mucho menos en Asiria), tampoco la hay en la otra superpotencia de la región, Egipto/Etiopía (cap. 18). Egipto envía sus embajadores a Judá (y, sin duda, a otros Estados menores) para atraerlos hacia ellos (18:1). Isaías les habla (18:2). Con casi total seguridad, se dirige al rey en un oráculo profético acerca de los embajadores, en lugar de directamente al pueblo. El profeta describe la destrucción de la nación con una retórica brillante. Sin embargo, también proclama un tiempo en que los egipcios, tan solo uno de los muchos “pobladores de la tierra” (18:3), verán el estandarte que el Señor levanta y llevarán ofrendas al “Señor Todopoderoso” (18:7).

¿Por qué adular a las naciones paganas (¡y a los pensadores!), cuando el Señor mismo los juzgará y acabarán inclinándose un día ante él?

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 138). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¡Rechazado!

Viernes 18 Mayo

Jesús… a este… matasteis por manos de inicuos, crucificándole.

Hechos 2:22-23

Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.

Hechos 2:36

Rechazado

Jesús, el Hijo de Dios, vino a la tierra para salvarnos. ¿Cómo fue recibido? ¡Nadie lo quiso! “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). Cuando nació, no hubo lugar para sus padres José y María en el mesón; no tuvo una cuna, sino un pesebre (Lucas 2:7). Fue incomprendido y rechazado desde sus primeras palabras en público en Nazaret, la ciudad donde vivía; la gente se sentía incómoda con su presencia. Trataron de deshacerse de él (Lucas 4:29).

Al final de su vida en la tierra todos se unieron contra él: judíos y romanos, Herodes rey de Judea y Poncio Pilato gobernador romano, los jefes religiosos y el pueblo. Todos sabían que Jesús solo había hecho el bien, pero todos pedían su muerte. Los motivos eran diversos: celos por motivos religiosos, envidia, odio, hostilidad, indiferencia… Jesús tuvo que enfrentarse al desprecio, la burla, las calumnias, el odio, la brutalidad de los soldados, los latigazos, la corona de espinas, las bofetadas, los escupitajos… ¡Qué injusticia tan grande contra aquel que no había hecho ningún mal! (Lucas 23:41).

Pero más grave todavía, los hombres se atrevieron a matar al Mesías, el Cristo, el santo Hijo de Dios. Todos, judíos y no judíos, son culpables de este crimen.

Jesús no mostró resistencia, sin embargo dijo: “Pongo mi vida… Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:17-18). Fue por amor que “él puso su vida por nosotros” (1 Juan 3:16).

Joel 1 – Marcos 14:26-52 – Salmo 59:8-17 – Proverbios 15:23-24

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