¿Por qué ser autodisciplinado?

¿Por qué ser autodisciplinado?

7/2/2018

Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado. (2 Timoteo 2:15)

Respecto al vivir disciplinado, Richard Shelley Taylor escribe: “El carácter disciplinado pertenece a la persona que logra un equilibrio al poner bajo control todas sus facultades y todos sus poderes… Con resolución afronta su deber. La domina un sentido de responsabilidad. Tiene recursos interiores y reservas personales que son la admiración de las almas más débiles. Hace que la adversidad la ayude”.

El Señor usa solamente la mente disciplinada que piensa con claridad, entiende su Palabra y presenta con eficiencia su verdad al mundo. Solo la mente disciplinada distingue siempre la verdad del error. Y solo el cristiano disciplinado es un buen testimonio, dentro de la iglesia y delante del mundo.

Dicho de una manera sencilla, la autodisciplina es la obediencia a la Palabra de Dios y la disposición a someter cualquier cosa en la vida a su voluntad, para su excelsa gloria.

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¿Qué tanto conocemos a Dios?

JULIO, 02

¿Qué tanto conocemos a Dios?

Devocional por John Piper

He aquí, Dios es exaltado, y no le conocemos; el número de sus años es inescrutable. ?(Job 36:26)

Es imposible conocer a Dios demasiado bien.

Él es la persona más importante que existe, y esto es porque él hizo a todas las demás personas y cualquier importancia que ellas tengan es gracias a él.

Cualquier fuerza, inteligencia, habilidad o belleza que tengan proviene de él. Para todos los estándares de excelencia, él es infinitamente más grandioso que la mejor persona que hayamos conocido o de quien hayamos oído hablar.

Al ser infinito, él es inagotablemente interesante. Por lo tanto, es imposible que Dios sea aburrido. Su demostración continua de las acciones más inteligentes e interesantes es volcánica.

Al ser la fuente de todo buen placer, él mismo nos satisface total y finalmente. Si no es así como lo experimentamos, estamos o muertos o dormidos.

Es por eso que es sorprendente lo poco que nos esforzamos por conocer a Dios.

Es como si el presidente de Estados Unidos viniera a vivir a mi casa por un mes y yo solo lo saludara al pasar a su lado cada mañana o día por medio. O como si voláramos a la velocidad de la luz por un par de horas alrededor del sol y el sistema solar, y en vez de mirar por la ventana, jugáramos a los videojuegos. O como si nos invitaran a ver a los mejores actores, cantantes, atletas, inventores y científicos hacer lo que mejor saben hacer, pero nosotros rechazáramos la invitación para poder ver los episodios finales de una novela por televisión.

Oremos para que nuestro grandioso e infinito Dios nos abra los ojos y el corazón para verlo y buscar conocerlo más.

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Josué 4 | Salmos 129–131 | Isaías 64 | Mateo 12

2 JULIO

Josué 4 | Salmos 129–131 | Isaías 64 | Mateo 12

En un capítulo anterior, Isaías escribió: “Vosotros, los que invocáis al Señor, no os deis descanso; ni tampoco lo dejéis descansar, hasta que establezca a Jerusalén y la convierta en la alabanza de la tierra” (Isaías 62:6–7). Ahora, el profeta sigue su propio consejo. Isaías 64 (de forma más exacta, 63:7–64:12) recoge una de las grandes oraciones intercesoras de las Escrituras.

La primera parte de la oración (63:7–19) comienza con una afirmación de la bondad de Dios, manifestada especialmente en el rescate de Israel en la época de Moisés. Isaías no suaviza el problema: el pueblo se rebeló tan gravemente que Dios mismo pasó a ser su enemigo (63:10). No obstante, ¿a quién podía dirigirse el profeta? Apela a su “compasión y ternura” (63:15), a su fidelidad al pacto como Padre y Redentor de su pueblo (aunque Abraham y Jacob pudiesen querer renegar del mismo, 63:16).

Sin embargo, en el capítulo 64, el profeta pronuncia una de las súplicas más desgarradoras que podemos encontrar en las Santas Escrituras: “¡Ojalá rasgaras los cielos, y descendieras! ¡Las montañas temblarían ante ti!” (64:1). Esta es nuestra única esperanza: no podemos salvarnos a nosotros mismos. Nuestras decisiones, nuestros trucos y nuestra religión no bastarán. El propio Dios debe rasgar los cielos y bajar. Isaías no está negando la omnipresencia del Señor; más bien, está diciendo que debe intervenir activamente a favor nuestro para salvarnos, demostrando una vez más su poder, o estaremos perdidos.

No debemos pasar por alto otros tres elementos de la intercesión del profeta. Primero, nadie reconoce más claramente que Isaías que el Dios al que apela es también el Juez al que hemos ofendido. “Pero te enojas si persistimos en desviarnos de ellos. ¿Cómo podremos ser salvos? (64:5), pregunta. Esta es la raíz del problema, y la esperanza. Segundo, Isaías no sólo comprende que el pecado nos aparta de Dios, sino que también se identifica completamente con su pueblo pecador: “Todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia” (64:6). Los mayores intercesores han reconocido siempre que muchas cosas los relacionan con el común de los pecadores en lugar de diferenciarlos de ellos. En cualquier caso, no dudemos en suplicar a Dios por aquellos que no lo harán por sí mismos. Tercero, Isaías comprende totalmente que si Dios nos rescata, debe hacerlo a partir de la gracia, de la misericordia, de la compasión, no porque tengamos nada que reclamarle. Eso explica el tono conmovedor de 64:8–12.

¿Cuándo hemos orado por última vez con ese entendimiento y esa pasión?

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 183). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Relojes de sol

Lunes 2 Julio

El hombre nacido de mujer… sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece.

Job 14:1-2

Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.

Salmo 90:12

Relojes de sol

En ciertos valles alpestres las fachadas de muchas casas están adornadas con relojes de sol. Pintados, grabados o esculpidos, asocian la riqueza del arte de la época con la función utilitaria. También son portadores de mensajes sencillos pero contundentes. Algunos lemas son simplemente moralistas, otros recuerdan al transeúnte su condición frágil y su necesidad de Dios: «Sin el sol no soy nada, y sin ti, Dios, no puedo hacer nada». Son muchos los que recuerdan la huida del tiempo: «El tiempo pasa, el hecho permanece»; o colocan al hombre ante la eternidad: «Todas las horas hieren, la última mata». «Es más tarde de lo que usted cree». Otros invitan a gozar del tiempo presente, no sin pensar en la muerte: «Aprovecha la hora presente y piensa en la última». Esta sabiduría popular de los siglos 18 y 19 nos remite al gran libro de la sabiduría divina, la Biblia. Ella nos dice que Dios, con bondad, nos otorga beneficios para que los aprovechemos (1 Timoteo 6:17), pero que el hombre, si bien se siente libre de actuar como bien le parezca, un día tendrá que responder por sus actos ante Dios (Eclesiastés 11:9).

A menudo la Escritura recuerda la fragilidad de la vida, comparándola a la flor del campo, hoy perfecta, mañana marchita (Isaías 40:6-7).

Cuán urgente es pensar hoy en la eternidad, reconocer que soy pecador y aceptar a Jesucristo como mi Salvador. No sabemos lo que nos acontecerá mañana; recordemos que nuestra alma es inmortal.

Números 14:1-19 – 1 Juan 3 – Salmo 78:32-40 – Proverbios 18:14-15

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