Una vida responsable

Una vida responsable

7/4/2018

Por tanto procuramos también… serle agradables. (2 Corintios 5:9)

Es inconcebible creer que se pueda llevar una vida cristiana fiel y abundante simplemente con buenas intenciones y sentimientos afectuosos. La vida cristiana es una vida responsable, basada en normas y principios específicos. Se fundamenta en los valores y las creencias revelados divinamente que Dios quiere que obedezcamos y sigamos cada uno de nosotros.

Una vez un joven me preguntó: “¿Cómo se puede saber si verdaderamente uno es cristiano? ¿Cómo se puede saber si la decisión de aceptar a Cristo no fue más que una experiencia emotiva?” Le respondí: “La única forma de saber si hemos experimentado la justificación, si estamos en armonía con Él y somos parte de su familia, es observando nuestro corazón y nuestra vida. Si Cristo es nuestro Salvador y Señor, el deseo más profundo de nuestro corazón será servirle y agradarle, y ese deseo se expresará en un anhelo de santidad y una conducta de vida recta”.

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¿Cuándo seremos satisfechos?

JULIO, 04

¿Cuándo seremos satisfechos?

Devocional por John Piper

Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos. (Juan 17:26)

Imaginemos que podemos disfrutar lo que es más placentero con energía y pasión ilimitadas para siempre.

Esta no es nuestra experiencia actual. Hay tres cosas se interponen entre nosotros y nuestra total satisfacción en este mundo:

1. Nada tiene un valor personal tan alto que pueda satisfacer los deseos más profundos de nuestro corazón.

2. Carecemos de las fuerzas para gozar al máximo de los mejores tesoros.

3. Nuestras alegrías aquí? tienen un final. Nada dura para siempre.

Pero si el objetivo de Jesús en Juan 17:26 se vuelve realidad, todo esto cambiará.

Si el deleite de Dios en el Hijo se vuelve nuestro placer, entonces el objeto de nuestro placer, Jesús, será inagotable en valor personal. Él nunca se tornará aburrido, ni decepcionante, ni frustrante. No hay tesoro concebible que sea más grande que el Hijo de Dios.

Más aún, nuestra incapacidad para gustar de este tesoro inagotable no será limitada por la debilidad humana. Disfrutaremos del Hijo de Dios con el mismo placer de su Padre.

El deleite de Dios en su Hijo estará en nosotros y será nuestro. Y nunca acabará, porque el Padre y el Hijo nunca dejarán de ser. El amor del uno por el otro será nuestro amor por ellos y, por lo tanto, nuestro amor por ellos nunca terminará.

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Josué 6 | Salmos 135–136 | Isaías 66 | Mateo 14

4 JULIO

Josué 6 | Salmos 135–136 | Isaías 66 | Mateo 14

Aunque Isaías 66 termina con una nota de firmeza y esperanza (66:18–24), entremezclada con un tema abiertamente misionero (66:19), el comienzo del capítulo contiene una advertencia más (Isaías 66:1–6), la cual centra aquí nuestra atención.

El texto vislumbra la época en que se reconstruirá el templo de Jerusalén. En todo momento, Isaías ha predicho que Jerusalén sería destruida y con ella, implícitamente, el templo. También profetizó que un remanente volvería a la ciudad y comenzaría a reconstruirla. No obstante, no deben olvidar nunca que Dios no puede reducirse a las dimensiones de un templo: “El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me podéis construir? ¿Qué morada me podéis ofrecer? Fue mi mano la que hizo estas cosas; fue así como llegaron a existir” (66:1–2). Salomón comprendió esta idea cuando dirigió a Israel en oración en la dedicación del primer templo (1 Reyes 8:27). Sin embargo, es una lección que se olvidó pronto, pues las sucesivas generaciones cayeron en un “eclesiasticismo” religioso. De alguna forma piensan que son buenos porque cumplen con los actos religiosos ordenados, pero Dios declara que ofrecer un animal prescrito en el nuevo templo cuando el corazón se encuentra lejos del Señor no es mejor que hacerlo con un animal inmundo. De hecho, puede ser tan repulsivo para el Señor como sacrificar a un ser humano, porque todo el ejercicio resulta increíblemente desafiante para Dios (66:3). Estas personas religiosas acaban finalmente persiguiendo a aquellos que quieren obedecer la palabra de Dios (66:5). Una vez más, el Señor amenaza con un juicio total (66:4, 6).

¿Qué buscará entonces el Señor entre el remanente que vuelve del exilio? Él dice: “Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra” (66:2). Pocos versículos después, el profeta se dirige directamente a los fieles como “vosotros que tembláis ante su palabra” (66:5). Se los compara con aquellos que no contestan ni escuchan cuando el Señor llama y habla (66:4). Nada de esto es nuevo. Una de las lecciones que los israelitas debían aprender a lo largo de sus años vagando por el desierto era que “no solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR” (Deuteronomio 8:3). Esta idea es de capital importancia. No tanto escuchar atentamente cada palabra que Dios ha hablado, sino hacerlo con humildad, contrición y temor (66:2). Lo que siempre ha distinguido lo verdadero de lo falso en medio del pueblo de Dios, lo bendito de lo maldito, es la fidelidad o deslealtad a su Palabra.

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 185). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Mis pecados ante Dios

Miércoles 4 Julio

Oh Dios… lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.

Salmo 51:1-2

El Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Gálatas 2:20

Mis pecados ante Dios

La idea de que podemos pecar contra Dios tiende a desaparecer. ¡Incluso está ausente en la conciencia de muchos! Oímos decir que el mal empieza cuando hacemos daño a otra persona. Pero esto no es lo que enseña la Biblia, única norma divina. ¿Qué dice ella concretamente?

– “Dios es luz” (1 Juan 1:5). Es santo, justo y no puede tolerar el mal (Habacuc 1:13). Una simple mentira o un pensamiento de envidia me muestran que por naturaleza soy pecador. Esta naturaleza, llamada el pecado, es transmitida de una generación a otra: “Como el pecado entró en el mundo por un hombre (Adán), y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Soy, pues, pecador desde mi nacimiento, y debo reconocer que peco por mis faltas y cuando desobedezco a Dios. Merezco su juicio y su condenación.

– Sin embargo, la Biblia también me dice: “Dios es amor” (1 Juan 4:8). Detesta el pecado pero ama a los pecadores, y preparó un medio para salvarme. Jesús, por amor, sufrió en mi lugar el juicio que yo merecía. En la cruz Jesús, el único hombre justo, cargó con todas mis infamias y maldades. Soportó la ira de Dios contra el pecado durante las tres horas tenebrosas de la crucifixión. Hoy tengo la seguridad de que Dios echó todos mis pecados tras sus espaldas (Isaías 38:17).

“Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).

Números 15 – 1 Juan 5 – Salmo 78:56-65 – Proverbios 18:18-19

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