La reacción ante los falsos profetas

La reacción ante los falsos profetas

8/17/2018

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. (Mateo 7:15)

En la breve carta de Judas a los creyentes, el apóstol advierte categóricamente contra los falsos profetas y nos dice cómo reaccionar ante ellos. “Conservaos en el amor de Dios” (Jud. 21). Nuestra primera reacción ante la falsa enseñanza es sencillamente estar en armonía con Dios, estar seguros de que estamos en comunión con Él y recibir su bendición y su poder. Entonces podemos convencer “a algunos que dudan” (v. 22). Los creyentes que dudan de su fe por culpa de los falsos maestros necesitan que se les aliente.

Otra reacción necesaria pudiera ser salvar a otros, “arrebatándolos del fuego” (v. 23). Hay que rescatar a los incrédulos que van rumbo al infierno por oír falsas enseñanzas antes de que sea demasiado tarde.

Por último, Judas presenta una tercera reacción ante los falsos profetas: “De otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne” (v. 23). A veces debemos confrontar a los falsos profetas y a sus seguidores, haciéndolo con una especial dependencia del Señor y teniendo el cuidado de no contaminarnos con sus falsas enseñanzas.

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Lo que significa bendecir al Señor

AGOSTO, 17

Lo que significa bendecir al Señor

Devocional por John Piper

Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre. (Salmos 103:1)

El salmo empieza y termina con el salmista predicándole a su alma que bendiga al Señor—y también a los ángeles y a los ejércitos celestiales y a las obras de las manos de Dios—. El salmo está asombrosamente enfocado en bendecir al Señor. ¿Qué significa bendecir al Señor? Significa hablar bien de su grandeza y bondad.

Lo que David hace en el primer versículo y en los últimos, donde dice «bendice, alma mía, al Señor», es decirnos que hablar de la bondad de Dios y su grandeza debe venir desde el alma.

Bendecir a Dios con la boca pero sin el corazón sería hipocresía. Jesús dijo: «Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está muy lejos de mí» (Mateo 15:8). David conocía este peligro y se predicaba a sí mismo para que esto no sucediera.

Ven, alma mía, mira la grandeza y la bondad de Dios. Acompaña a mi boca, y alabemos al Señor con todo nuestro ser.


Devocional tomado del sermón“Bendice, alma mía, al Señor”

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1 Samuel 9 | Romanos 7 | Jeremías 46 | Salmo 22

17 AGOSTO

1 Samuel 9 | Romanos 7 | Jeremías 46 | Salmo 22

La soberanía de Dios sobre todas las naciones es un tema común entre los profetas bíblicos. Es algo obvio para todos los que leen estas páginas. Sin embargo, en el mundo antiguo, casi todos los pueblos tenían sus propios dioses. Así pues, cuando iban a la guerra, oraban a ellos; si una nación caía derrotada, sus dioses también. Quedaba claro que no eran tan fuertes como los de los vencedores.

No obstante, el Dios de Israel sigue diciendo que él gobierna sobre todo el universo, sobre todos los pueblos. No es una deidad tribal en el sentido de que pertenezca exclusivamente a los israelitas. Esta es la razón por la que, en muchos capítulos de Isaías y Jeremías, el Señor afirma que él mismo es quien levanta a Asiria y Babilonia para castigar a Israel. En otras palabras, la derrota de este no indica la de Dios. Todo lo contrario: él sigue declarando que, si Israel es derrotado y castigado, es sólo porque él lo ha ordenado, y lo hace utilizando justo a las naciones que Israel teme.

Sin embargo, existen otros factores a tener en cuenta. Dios usa a estas naciones paganas, pero también les exige responsabilidades. Por supuesto, no se puede esperar de ellas una obediencia absoluta a toda la ley de Moisés, pues no forman parte de la comunidad del pacto, pero el Señor las somete a un modelo de decencia y justicia básica. Así pues, después de utilizar a Asiria para castigar al reino norteño de Israel, Dios se vuelve contra ella por su arrogancia (Isaías 10:5ss.; véase la meditación del 12 de mayo). Del mismo modo, algunos de los profetas de Israel pronuncian palabras de juicio y advertencia, a veces de esperanza, contra las naciones vecinas sobre las que su propio Dios es totalmente soberano. Es lo que encontramos en Jeremías 46–51 y otros partes de la Escritura (p. ej., Isaías 13–23; Ezequiel 25–32; Amós 1:3–2:3).

El capítulo que nos ocupa (Jeremías 46) comienza la sección más larga con una palabra del Señor relativa a Egipto. La primera parte (46:2–12) detalla su derrota decisiva en la batalla de Carquemis en 605 a.C., a raíz de la cual Babilonia pasó a dominar la región. La segunda parte (46:13–26) anuncia otra derrota más de Egipto ante los babilonios, comandados esta vez por Nabucodonosor. Se refiere con casi toda seguridad al mismo ataque predicho en 43:10, parte de la razón por la que los judíos que permanecieron en Judá no debían descender a Egipto (como hicieron, alrededor de 586). Las Escrituras no recogen este episodio, pero existen inscripciones que prueban que Nabucodonosor invadió Egipto en una expedición de castigo en 568–567.

¿Por qué se incluyó este capítulo en el libro en este momento?

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 229). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¡Me lavo las manos!

Viernes 17 Agosto

Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo (Jesús); allá vosotros.

Mateo 27:24

¡Me lavo las manos!

Esta expresión hace referencia a la crucifixión de Jesucristo. Acusado por sus compatriotas, Jesús compareció ante Poncio Pilato, el gobernador romano de Judea. Pilato estaba convencido de la inocencia del acusado, pero debido a la presión del pueblo, que reclamaba a grandes gritos su muerte, entregó a Jesús al odio de sus acusadores. Luego se lavó las manos delante de todos, expresando de este modo que abandonaba toda responsabilidad en este asunto.

¿Le parece que la actitud del gobernador fue un poco ligera o más bien hábil? Sea como fuere, el papel que desempeñó en la muerte de Jesús no puede ser borrado mediante el gesto de lavarse las manos, y un día Pilato tendrá que rendir cuentas a Dios por haber enviado conscientemente un hombre justo al suplicio.

¡Pero cuidado! Todos podemos tener una actitud de ligereza si permanecemos indiferentes ante este hecho histórico. Hace casi dos mil años Jesucristo fue crucificado. Su vida perfecta y pura, su consagración ilimitada para revelar el amor de Dios y sus numerosos milagros habían probado que él era Hijo de Dios. Pero permitió que lo crucificasen porque quería reconciliarnos con el Dios Santo. Tomó como suyos los pecados de todos aquellos que se los confiesan y sufrió el juicio en nuestro lugar. Aceptó morir para darnos la vida eterna.

¿Quién se atrevería a decir que no es «su problema», que la muerte de Jesús le importa poco? ¡La crucifixión de Jesús nos concierne a todos! Aquel que se lava las manos debe saber que “la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).

Jeremías 21 – Lucas 22:24-46 – Salmo 95:6-11 – Proverbios 21:19-20

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