La reacción fundamental

La reacción fundamental

8/31/2018

El Señor no… [quiere] que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (2 Pedro 3:9)

El asombro es una reacción apropiada y, en realidad, inevitable ante las palabras y las enseñanzas de Jesús. Pero nuestra reacción ante ellas no debe terminar con el asombro o ni siquiera con la seria consideración. La reacción fundamental a la enseñanza de Jesús es creer y obedecer. Él no presentó las verdades simplemente para nuestro asombro e información. Enseñó lo que enseñó para nuestra salvación.

Muchos reaccionaron ante la enseñanza de Jesús sencillamente considerando sus palabras y sus obras, pero no aceptándolas. ¿Cuál es la reacción fundamental de usted?

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El Cordero y el León

AGOSTO, 31

El Cordero y el León

Devocional por John Piper

Mirad, mi Siervo, a quien he escogido; mi amado en quien se agrada mi alma; sobre Él pondré mi Espíritu, y a las naciones proclamará justicia. No contenderá, ni gritará, ni habrá quien en las calles oiga su voz. No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que humea, hasta que lleve a la victoria la justicia. Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza. (Mateo 12:18 – 21, citando Isaías 42)

El alma del Padre se regocija profundamente ante la mansedumbre servil y la compasión de su Hijo.

Cuando una caña se dobla y está a punto de quebrarse, el Siervo la mantiene derecha con ternura hasta que sana. Cuando una mecha empieza a humear y apenas guarda algo de calor, el Siervo no la apaga, sino que ahueca la mano y la sopla despacio hasta que vuelva a encenderse.

Por eso es que el Padre exclama: «Mirad a mi Siervo, en quien se complace mi alma». El valor y la belleza del Hijo provienen no solo de su majestad ni solo de su mansedumbre, sino del modo en que ambas cualidades se combinan en proporciones perfectas.

Cuando el ángel clamó en Apocalipsis 5:2: «¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos?», la respuesta fue: «No llores; mira, el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos» (Apocalipsis 5:5).

Dios ama el vigor del León de Judá. Esa es la razón por la que él es digno, a los ojos de Dios, de abrir los rollos de la historia y de revelar lo que sucederá en los últimos días.

Sin embargo, la escena está incompleta. ¿Qué hizo el León para concretar su conquista? El versículo siguiente describe su apariencia: «Miré, y vi entre el trono (con los cuatro seres vivientes) y los ancianos, a un Cordero, de pie, como inmolado». Jesús es digno de que el Padre se deleite en él, no solo porque es el León de Judá, sino también porque es el Cordero inmolado.


Devocional tomado del libro “Los Deleites de Dios”, páginas 29-30

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1 Samuel 24 | 1 Corintios 5 | Ezequiel 3 | Salmo 39

31 AGOSTO

1 Samuel 24 | 1 Corintios 5 | Ezequiel 3 | Salmo 39

Dos de los temas de Ezequiel 3, intrínsecos al llamamiento de Ezequiel, pueden esclarecerse provechosamente:

Primero, la parte inicial muestra lo importante que es para el profeta comprender a Dios y su perspectiva. Desde las últimas líneas del capítulo 2, entrando en el principio del 3, Dios ordena a Ezequiel en su visión que coma un rollo que “contenía lamentos, gemidos y amenazas” (2:10), escritos por ambos lados. El profeta lo hace y dice que “era tan dulce como la miel” (3:3). ¿Por qué iba ser dulce un rollo lleno de “lamentos, gemidos y amenazas”? El sentido de la visión es que las palabras de Dios son dulces para Ezequiel simplemente porque proceden del Señor. Él conoce todas las cosas; sabe lo que es correcto. Por ello, incluso cuando sus palabras vaticinan juicio y calamidad, existe un sentido en el que el profeta debe comprender la perspectiva de Dios.

De forma parecida en los siguientes versículos (3:4–9): Dios no envía a Ezequiel a una cultura extranjera en la que el primer paso sea aprender la lengua local. Lo ha llamado a hablar al pueblo de su propio legado. Sin embargo, se encontrará con que no están dispuestos a escucharle, precisamente porque no quieren escuchar a Dios (3:7). Así pues, él promete: “No obstante, yo te haré tan terco y obstinado como ellos. ¡Te haré inquebrantable como el diamante, inconmovible como la roca! No les tengas miedo ni te asustes, por más que sean un pueblo rebelde” (3:8–9). Por tanto, en este concurso de liarse a cabezazos, Dios permite a Ezequiel estar de su lado sin reservas. En ocasiones, él levanta líderes fuertes y obstinados que, independientemente de la popularidad personal, anhelan luchar en el bando de Dios. Nada de esto significa que el profeta no tuviese un sentimiento de solidaridad por los exiliados; tanto los siguientes versículos como el resto del libro demuestran que sí lo tuvo. Sin embargo, su comisión es un llamamiento a comprender con la perspectiva de Dios y ser inflexibles.

Segundo, este capítulo contiene el mandato de pronunciar advertencias y ser cuidadosos (3:16–27). El tema del centinela (3:16–21) es recurrente en el libro (cap. 33) y puede estudiarse más adelante. Sin embargo, Dios prohíbe a Ezequiel decir nada, cortesías, salutaciones, discursos políticos, cualquier cosa, exceptuando lo que él le ordene decir. Esta situación persiste hasta la caída de Jerusalén, unos seis años después (Ezequiel 33:21–22), cuando se le permite hablar de nuevo. Esta restricción añade importancia a las veces en que se pronuncia. Es también un desafío para todo aquel que hable de Dios. Nuestras palabras y nuestros silencios deben calibrarse de tal modo que, cuando transmitamos el mensaje del Señor, nuestra credibilidad se vea reforzada y no disminuida.

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 243). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Mi fe ilumina mi inteligencia

Viernes 31 Agosto

La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.

1 Corintios 1:18

Cosas que ojo no vio… son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu.

1 Corintios 2:9-10

Mi fe ilumina mi inteligencia

El Hijo del Dios eterno, infinito, ¿se hizo niño y luego un modesto carpintero? ¿Sufrió una muerte atroz en una cruz? ¿Regresó realmente a la vida, es decir, resucitó? ¿Dios puede declararme justo gracias a la muerte de su Hijo? Imposible, dirá alguien, esto choca con la razón.

No, pues estas afirmaciones confirman, por el contrario, la existencia de un Dios digno de este nombre. No es un Dios a mi medida, es decir, no es el producto de mis ideas. Es un Dios cuyos pensamientos sobrepasan por completo lo que puedo imaginar.

“Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”, nos dice (Isaías 55:9). Entonces abandono la pretensión de convertir mi razón en el juez supremo. Me pongo humildemente a escuchar a Dios. Él habla en la Biblia e incluso propone pruebas a mi inteligencia: el milagro de la creación, el de la resurrección de Jesucristo, y tantas profecías que ya se cumplieron…

De este modo mi fe ilumina mi inteligencia, moldea mis pensamientos, mis valores, transforma todo mi comportamiento. No creo sin comprender, sino para comprender y aceptar los pensamientos de Dios. Así mi inteligencia está activa descubriendo el plan de la gracia de Dios, que se centra en Jesucristo. Él es el primero y el último, hombre humillado e Hijo de Dios a la vez. Pronto extenderá su reino sobre todo el mundo. ¡Desde ahora, su presencia de amor me ilumina y me consuela cada día!

Jeremías 32:26-44 – 1 Corintios 8 – Salmo 102:16-22 – Proverbios 22:14

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