LA DEUDA DEL AMOR

LA DEUDA DEL AMOR

9/21/2018

No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros.

Romanos 13:8

Los cristianos deben amar a todo el mundo en la sociedad. Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:35). Nuestro amor los unos con los otros se aplica ante todo a los demás creyentes, nuestros hermanos y hermanas en Cristo. 

Pero unos a otros también se aplica a los incrédulos; todos los incrédulos, y no solo a los que son agradables y cordiales. Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mt. 5:44). El apóstol Pablo dijo: “Hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gá. 6:10). 

El amor debe ser un rasgo distintivo en su vida. Usted tiene una deuda con todo el mundo, así que cerciórese de que les demuestra amor a todos para que a usted se le conozca como alguien que ama a los demás “entrañablemente, de corazón puro” (1 P. 1:22).

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Municiones contra la ansiedad

SEPTIEMBRE, 21

Municiones contra la ansiedad

Devocional por John Piper

Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. (Filipenses 4:6)

Cuando siento ansiedad respecto de que mi ministerio pueda resultar inútil o vacío, lucho contra la incredulidad con la promesa de Isaías 55:11: «Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mi vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié».

Cuando me ataca la ansiedad y me siento demasiado débil para hacer mi trabajo, batallo contra la incredulidad con una promesa de Cristo: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).

Cuando estoy ansioso por las decisiones que tengo que tomar acerca del futuro, batallo contra la incredulidad con la promesa: «Yo te haré saber y te enseñaré el camino en que debes andar; te aconsejaré con mis ojos puestos en ti» (Salmos 32:8).

Cuando me siento ansioso por tener que enfrentar opositores, lucho contra la incredulidad con la promesa: «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Romanos 8:31).

Cuando estoy ansioso por el bienestar de las personas que amo, batallo contra la incredulidad con la promesa de que si yo, siendo malo, sé dar cosas buenas a mis hijos, mucho más el «Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden» (Mateo 7:11).

Y lucho para mantener el equilibrio espiritual recordando que todo el que ha dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o tierras, por causa de Cristo recibirá «cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna» (Marcos 10:29-30).

Cuando me ataca la ansiedad a causa de la enfermedad, batallo contra la incredulidad con la promesa: «Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo libra el Señor» (Salmos 34:19).

Y recibo con temblor la promesa de Romanos 5:3-5: «la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado».


Devocional tomado del libro “Future Grace” (Gracia Venidera), páginas 60-61

2 Samuel 17 | 2 Corintios 10 | Ezequiel 24 | Salmo 72

21 SEPTIEMBRE

2 Samuel 17 | 2 Corintios 10 | Ezequiel 24 | Salmo 72

La segunda parte de Ezequiel 24 (Ezequiel 24:15–27) es quizás el pasaje más desgarrador de todo el libro. Hemos visto en Ezequiel al profeta fiel, al testigo firme de la verdad de Dios, al hombre preparado para representar extraordinarias parábolas cargadas de simbolismo. Hoy veremos al Ezequiel marido. Observemos lo siguiente:

(1) Se nos da una pequeña pista de lo que su esposa significaba para él en la expresión que Dios utiliza: “la mujer que te deleita la vista” (24:16). Si el profeta tenía treinta años en el quinto año del exilio (1:1–2), ahora en el noveno (24:1) no tendría más de treinta y cuatro o treinta y cinco, y probablemente su esposa no fuese mayor. Ezequiel no es el único líder del pueblo de Dios que sufrió una pérdida personal devastadora. Aquí, el Señor le avisa del golpe que sufrirá (saberlo de antemano es a la vez una bendición y una agonía), pero también le ordena que no muestre públicamente su pesar: su silencio en esta ocasión, en una sociedad conocida por sus expresiones de dolor, se convierte en otro acto profético simbólico.

(2) Casi podemos sentir lo duro de esta restricción en las lacónicas palabras: “Por la tarde murió mi esposa. A la mañana siguiente hice lo que se me había ordenado” (24:18, cursivas añadidas). Su silencio puede entenderse como insensibilidad, pero no es así en este caso. El pueblo sabe qué clase de hombre es y discierne que esta entereza total lleva consigo un mensaje para ellos (24:19).

(3) Ezequiel comunica al pueblo el significado de su silencio (24:20–24). El deleite de sus ojos, el deseo de su corazón, aquello en lo que aún tienen depositada su confianza, es la ciudad de Jerusalén. Creían que Dios irrumpiría desde allí para rescatarlos. Sin embargo, la perderán, tal como el profeta ha perdido a su mujer. Cuando ocurra, no deben llorar más de lo que lo ha hecho Ezequiel por la muerte de su esposa.

¿Qué significa esto? (a) Algunos creen que se trata de una condena del pueblo: ellos son tan crueles e insensibles que no se molestarán en llorar la pérdida de la ciudad. Esta interpretación no concuerda en absoluto con el conjunto del libro. (b) Otros piensan que la tragedia de la destrucción de Jerusalén es demasiado profunda como para que cualquier expresión de dolor sea apropiada. Es posible, pero el profeta no guarda silencio por la gravedad de su pérdida, sino porque Dios se lo manda. (c) Puede ser, entonces, que el Señor les esté ordenando no afligirse por la caída de la ciudad, ya que merecen sobradamente ese juicio (cp. 14:22–23; 1 Samuel 16:1).

En relación a 24:25–27, reflexionemos sobre 3:26–27 y 33:21–22.

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 264). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Jesucristo está vivo

Viernes 21 Septiembre

Buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron.

Marcos 16:6

Jesucristo está vivo

Todos sabemos que un crucifijo es un objeto que representa a Cristo clavado en una cruz. En muchos países los vemos casi en todas partes: en las casas, los hospitales, los lugares públicos… Todos recuerdan que hace 2.000 años Jesucristo fue crucificado y murió.

Pero el mensaje del Evangelio, aunque pasa por la cruz, no se detiene ahí. El apóstol Pablo resume así su predicación: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras… fue sepultado, y… resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:4).

Los discípulos del Señor, que se convirtieron en sus testigos, no solo anunciaron a un Cristo muerto, sino que también dieron testimonio de su resurrección: “Matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos” (Hechos 3:15).

Hoy Dios dirige a todos este mensaje: Cristo murió en la cruz para borrar los pecados de todos los que creen en él. Luego Dios lo resucitó, demostrando así que él está totalmente satisfecho con la obra perfecta cumplida por Cristo en la cruz.

La tumba vacía nos da la seguridad de que los que pertenecen a Cristo, aunque hayan muerto, volverán a la vida al igual que él. Un día el Señor vendrá a buscarlos: resucitará a los creyentes muertos y transformará el cuerpo de los vivos que son suyos, para que todos estén en el cielo con él, en la casa del Padre.

“El Señor mismo con voz de mando… descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos… seremos arrebatados juntamente con ellos… y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17).

Jeremías 51:1-32 – 2 Corintios 10 – Salmo 106:28-31 – Proverbios 23:24-25

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