No se permite el favoritismo

Julio 23

No se permite el favoritismo

Porque no hay acepción de personas para con Dios. (Romanos 2:11)

Es pecado que un cristiano muestre favoritismo con las personas. Es decir, no debe estar prejuiciado ni a favor ni en contra de otra persona basándose en posición social, riqueza, influencia, po­pu­laridad o apariencia física.

La más clara y más práctica enseñanza neotestamentaria acerca de la imparcialidad está en la carta de Santiago a los creyentes:

Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida… ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pen­sa­mien­tos? …pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores (2:1-4, 9).

Si Dios nunca obra con favoritismo, ¿no debiera procurar usted el mismo carácter virtuoso, “no haciendo nada con parcialidad” (1 Ti. 5:21)?

Del libro La Verdad para Hoy de John MacArthur DERECHOS DE AUTOR © 2001 Utilizado con permiso de Editorial Portavoz, http://www.portavoz.com

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Mejor es mirar la vida de frente (8)

Martes 23 Julio

Mejor es… el día de la muerte que el día del nacimiento. Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón.

Eclesiastés 7:1-2

Tu misericordia, oh Señor, es para siempre.

Salmo 138:8

Mejor es mirar la vida de frente (8)

¡Qué sorprendente afirmación: “Mejor es… el día de la muerte”!, cuando por otra parte la Biblia nos habla de vida, de la vida eterna. Pero también nos invita a ver la realidad de frente y, en efecto, el “día de la muerte”, como la “casa del luto”, nos llevan a reflexionar.

Allí tomamos conciencia de la fecha límite e inevitable del día de la muerte, en lugar de aturdirnos en la “casa del banquete”. Cuando un niño nace, ignoramos qué será de su vida. El día de la muerte es el momento del balance, el día de la verdad.

¿Miro mi vida y su final de frente?

Este final puede estar muy cerca. ¿Tendré el tiempo de ir a Jesús? ¿Cuáles han sido mis prioridades hasta aquí? Mi vida, ¿es una huida hacia adelante, envuelta en una actividad desbordante, con alegrías y penas, pero sin la verdadera paz con Dios? Sin embargo, Dios me invita a ir a él por medio de Jesucristo. Él tiene para mí un futuro más allá de la muerte. Después de la muerte viene “el juicio” (Hebreos 9:27); pero ahora Jesús me ofrece gratuitamente la paz con él, porque “el que en él cree, no es condenado” (Juan 3:18).

El creyente puede estar tranquilo. Cuando la muerte se aproxime, sabrá que está cerca de alcanzar la meta, la presencia del Señor. ¡Y cuán feliz es esta llegada cuando es la conclusión de una vida en la cual se conoció al Salvador y se aprendió a gustar la bondad del Señor!

(continuará el próximo martes)

1 Crónicas 5 – Lucas 9:1-20 – Salmo 87 – Proverbios 20:1

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

La batalla de recordar

Julio 23

La batalla de recordar

Devotional by John Piper

Esto traigo a mi corazón, por esto tengo esperanza: Que las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades… (Lamentaciones 3:21-22)

Uno de los grandes enemigos de la esperanza es olvidar las promesas de Dios. Recordar es un gran ministerio. Pedro y Pablo escribieron por este motivo (2 Pedro 1:13; Romanos 15:15).

El Espíritu Santo es principalmente el que trae a memoria (Juan 14:26); pero no seamos pasivos. Únicamente nosotros somos responsables por nuestro propio ministerio de recordar, y la primera persona que necesita que le hagamos recordar somos nosotros mismos.

La mente tiene este gran poder: puede hablarse a sí misma y hacerse acordar. La mente puede «traer al corazón». Por ejemplo: «Esto traigo a mi corazón, por esto tengo esperanza: Que las misericordias del Señor jamás terminan…» (Lamentaciones 3:21-22).

Si no «traemos al corazón» lo que Dios ha dicho acerca de él mismo y acerca de nosotros, languidecemos. ¡Oh, cuánto sé de esto por las experiencias dolorosas de mi propia vida! No se revuelquen en el fango de los mensajes paganos. Me refiero a los mensajes que están en nuestra propia mente: «No puedo…», «Ella no lo hará…», «Ellos nunca…», «Nunca ha funcionado…».

El punto aquí no es que esos mensajes sean verdaderos o falsos. La mente de uno siempre encontrará la manera de volverlos verdaderos, a no ser de que nosotros «traigamos al corazón» algo más grande. Dios es el Dios de lo imposible. Hacer razonamientos para salir de una situación imposible no es tan efectivo como recordarnos la manera de salir.

Si no nos recordamos a nosotros mismos la grandeza, la gracia, el poder y la sabiduría de Dios, nos hundimos en un pesimismo salvaje: «…entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti» (Salmos 73:22).

El gran giro de la desesperación hacia la esperanza en el Salmo 77 viene de las siguientes palabras: «Me acordaré de las obras del Señor; ciertamente me acordaré de tus maravillas antiguas. Meditaré en toda tu obra, y reflexionaré en tus hechos» (Salmos 77:11-12).

Esta es la gran batalla de mi vida; presumo que es la de ustedes también. ¡La batalla de recordar! Primero a mí mismo; luego a los demás.

Devotional excerpted from “The Ministry of Reminding — Myself”

http://www.desiringgod.org/articles/the-battle-to-remind?lang=es