LA ENFERMEDAD 

Evangelio Verdadero

LA ENFERMEDAD

J.C. RYLE

Estas palabras son singularmente conmovedoras e instructivas. Registran el mensaje que Marta y María enviaron a Jesús cuando su hermano Lázaro estaba enfermo: “Señor, he aquí el que amas está enfermo.” Ese mensaje era corto y simple. Sin embargo, casi cada palabra es profundamente sugestiva.

Observen la fe de estas mujeres, semejante a la fe de un niño. Ellas se volvieron al Señor Jesús en la hora de su necesidad, como el aterrado infante se vuelve a su madre, o la aguja de la brújula se voltea hacia el Polo. Ellas se volvieron a Él como su Pastor, su Amigo todopoderoso, su Hermano disponible en la adversidad. Diferentes como eran en temperamento natural, las dos hermanas estaban totalmente de acuerdo en este asunto. En lo primero que pensaron en el día de la adversidad fue en la ayuda de Cristo. Cristo era el refugio al que acudieron en la hora de necesidad.

Observen la sencilla humildad de su lenguaje acerca de Lázaro. Ellas lo llaman, “el que amas.” No dicen, “el que Te ama, el que cree en Ti, el que Te sirve,” sino “el que amas.” Marta y María habían sido enseñadas profundamente por Dios. Ellas habían aprendido que el amor de Cristo por nosotros, y no nuestro amor por Cristo, es la base verdadera de la expectativa, y el verdadero cimiento de la esperanza. Mirar en nuestro interior nuestro amor por Cristo es dolorosamente insatisfactorio: mirar hacia fuera al amor de Cristo por nosotros, es paz.

Observen por último la conmovedora circunstancia que el mensaje de Marta y María nos revela: “el que amas está enfermo.” Lázaro era un buen hombre, convertido, creyente, regenerado, santificado, un amigo de Cristo, y un heredero de la gloria. ¡Y sin embargo Lázaro estaba enfermo! Entonces la enfermedad no es una señal que Dios está disgustado. La enfermedad tiene por intención ser una bendición para nosotros y no una maldición. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” “Sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo porvenir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.” (Romanos 8: 281 Corintios 3: 2223.) Dichosos aquellos que pueden decir cuando están enfermos: “Esto es obra de mi Padre. Debe ser algo bueno.”

Yo pido la atención de mis lectores al tema de la enfermedad. Es un tema que con frecuencia debemos mirar de frente. No podemos evitarlo. No se necesita el ojo de un profeta para ver que la enfermedad nos visitará algún día. “En medio de la vida estamos en la muerte.” Durante algunos instantes vamos a considerar la enfermedad desde nuestra perspectiva de cristianos. Esta consideración tendrá un desarrollo paulatino, y pedimos por la bendición de Dios, para que nos enseñe sabiduría.

Al considerar el tema de la enfermedad, me parece que hay tres puntos que demandan nuestra atención. Diré unas pocas palabras acerca de cada uno de ellos.

I. LA PREPONDERANCIA UNIVERSAL DE LA ENFERMEDAD

No necesito detenerme demasiado en este punto. Elaborar la prueba de esto equivaldría únicamente a abundar en un hecho que salta a la vista. La enfermedad está en todas partes. En Europa, en Asia, en África, en América; en los países calientes y en los países fríos, en las naciones civilizadas y en las tribus salvajes; hombres, mujeres y niños se enferman y mueren.

La enfermedad está en todas las clases. La gracia no coloca al creyente fuera de su alcance. Las riquezas no pueden comprar la exención de la enfermedad. El rango no puede prevenir sus asaltos. Los reyes y sus súbditos, los señores y sus siervos, los ricos y los pobres, los educados y los incultos, los maestros y los estudiosos, los doctores y los pacientes, los ministros y quienes los escuchan, todos por igual se inclinan ante este gran enemigo. La casa de habitación de un inglés es llamada su castillo; pero no tiene ni puertas ni barras que puedan protegerlo de la enfermedad y la muerte.

La enfermedad puede ser de cualquier tipo y descripción. Desde la coronilla hasta la planta del pie estamos expuestos a la enfermedad. Nuestra capacidad de sufrir es algo espantoso de contemplar. ¿Quién puede contar las dolencias que asaltarán a nuestra estructura corporal? No es sorprendente, me parece a mí, que los hombres mueran tan pronto, pero sí es sorprendente que vivan tanto tiempo.

La enfermedad es a menudo una de las pruebas más humillantes y penosas que pueden venir a un hombre. Puede convertir al más fuerte en un pequeño niño, y hacerlo sentir que “la langosta será una carga.” (Eclesiastés 12: 5) Puede acobardar al más valiente, y hacerlo temblar con la caída de un alfiler. La conexión entre cuerpo y mente es curiosamente cercana. La influencia que algunas enfermedades pueden ejercer sobre el carácter y el ánimo, es inmensamente grande. Hay dolencias del cerebro, y del hígado, y de los nervios, que pueden reducir a alguien con una mente como la de Salomón, a un estado apenas mejor que el de un bebé. Quien quiera saber a qué profundidades de humillación puede caer un pobre hombre, sólo tiene que estar presente durante un corto tiempo junto al lecho de un enfermo.

La enfermedad no puede prevenirse mediante algo que el hombre pueda hacer. La duración promedio de vida puede sin duda alargarse un poco. La habilidad de los doctores puede descubrir continuamente nuevos remedios, y lograr curaciones sorprendentes. La aplicación de sabias regulaciones sanitarias puede reducir grandemente la tasa de mortalidad en una comunidad. Pero, después de todo, ya sea en comunidades saludables o en lugares insanos, ya sea en climas cálidos o fríos, ya sea con tratamientos homeopáticos o alopáticos, los hombres se enferman y mueren. “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos.” (Salmo 90: 10) Ese testimonio es ciertamente verdadero. Lo era cuando fue escrito hace 3,300 años, y todavía lo es al día de hoy.

Ahora, ¿cómo debemos interpretar este gran hecho: la preponderancia universal de la enfermedad? ¿Cómo podemos explicarlo? ¿Qué explicación podemos dar al respecto? ¿Qué respuesta le daremos a nuestros hijos cuando nos pregunten: “papá, por qué se enferma la gente y muere?” Estas preguntas son muy serias. No estarán fuera de lugar unas cuantas palabras acerca de ellas.

¿Podemos suponer por un instante que Dios creó la enfermedad y la dolencia al principio? ¿Podemos imaginar que Aquél que formó nuestro mundo con tan perfecto orden fue a su vez el Formador del sufrimiento innecesario y del dolor? ¿Podemos pensar que Quien hizo todas las cosas y todo “era bueno en gran manera,” hizo que la raza de Adán se enfermara innecesariamente y muriera? Para mí, la idea es repugnante. Introduce una gran imperfección en medio de las obras perfectas de Dios. Debo encontrar otra solución para poder satisfacer mi mente.

La única explicación que me satisface es la que proporciona la Biblia. Algo ha venido al mundo que ha destronado al hombre de su posición original, y lo ha despojado de sus privilegios originales. Algo se ha metido que, como un puñado de arena introducido en una maquinaria, ha dañado el orden perfecto de la creación de Dios. Y ¿qué es ese algo? Yo respondo, en una palabra, que es el pecado. “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte.” (Romanos 5: 12) El pecado es la causa original de toda dolencia y enfermedad, y del dolor y sufrimiento que predominan en la tierra. Todos ellos son parte de la maldición que cayó sobre el mundo cuando Adán y Eva comieron el fruto prohibido y cayeron. No habría habido enfermedad, si no hubiera habido caída. No habría habido enfermedad, si no hubiera habido pecado.

Hago una pausa por un instante en este punto, y sin embargo, al hacerla, no me estoy apartando de mi tema. Hago la pausa para recordar a mis lectores que no hay un terreno más insostenible que ese que es ocupado por el ateo, el deísta, o el incrédulo en la Biblia. Yo aconsejo a cada lector joven que esté desconcertado por los argumentos audaces y engañosos del infiel, que estudie bien ese tema tan importante: las dificultades de la infidelidad. Digo sin reparos que ser un infiel requiere mucha más credulidad, que ser un cristiano. Digo sin reparos que hay grandes hechos patentes y claros en la condición de la humanidad, que únicamente la Biblia puede explicar, y que uno de los hechos más sorprendentes es el predominio universal del dolor, la enfermedad, y las dolencias. En resumidas cuentas, una de las peores dificultades en el camino de los ateos y los deístas, es el cuerpo del hombre.

Sin duda ustedes han oído hablar de los ateos. Un ateo es alguien que profesa creer que no hay Dios, que no hay Creador, que no hay Primera Causa, y que todas las cosas aparecieron en este mundo por pura casualidad. Ahora, ¿vamos a prestar atención a una doctrina como ésta? Vayan, lleven a un ateo a alguna de las excelentes escuelas de cirugía de nuestro país, y pídanle que estudie la estructura maravillosa del cuerpo humano. Muéstrenle la habilidad sin par con la que ha sido formada cada articulación, y cada vena, y cada válvula, y cada músculo y tendón y nervio, y cada hueso y cada miembro. Háganle ver la perfecta adaptación de cada parte del cuerpo humano para el propósito para el que fue hecho. Muéstrenle los miles de delicados mecanismos que sirven para contrarrestar el uso y el desgaste y para suplir el diario debilitamiento del vigor. Y luego, pregúntenle a este hombre que niega la existencia de un Dios y de una grandiosa Primera Causa, si todo este maravilloso mecanismo es el resultado de la casualidad. Pregúntenle si todo esto apareció inicialmente por pura suerte y accidente. Pregúntenle si piensa lo mismo en relación al reloj que está mirando, al pan que come, o al abrigo que usa. ¡Oh, no! El plan es una dificultad insuperable en el camino del ateo. Hay un Dios.

Sin duda han oído hablar de los deístas. Un deísta es alguien que profesa creer que hay un Dios que hizo el mundo y todas las cosas contenidas en él. Pero él no cree en la Biblia. “¡Un Dios, pero no la Biblia! ¡Un Creador, pero no el cristianismo!” Este es el credo del deísta. Ahora, ¿vamos a prestar atención a esta doctrina? Vayan de nuevo, les pido, y lleven al deísta a un hospital, y muéstrenle algo de la terrible obra de la enfermedad. Llévenlo junto al lecho donde yace un tierno niño, que escasamente sabe distinguir entre el bien y el mal, sufriendo de cáncer incurable. Envíenlo a la sala donde se encuentra una amorosa madre de una vasta familia, en las últimas etapas de una atroz enfermedad. Muéstrenle algunos de los inaguantables dolores y agonías que sufre la carne, y pídanle que se los explique. Pregunten a este hombre, que cree que hay un Dios grandioso y sabio que hizo el mundo, pero que no cree en la Biblia; pregúntenle qué explicación puede dar acerca de estas muestras de desorden e imperfección en la creación de su Dios. Pidan a este hombre (que desdeña la teología cristiana y es demasiado sabio para creer en la Caída de Adán), pídanle que con su teoría explique el predominio universal del dolor y de la enfermedad en el mundo. ¡La petición de ustedes será en vano! No recibirán una respuesta satisfactoria. La enfermedad y el sufrimiento son dificultades insuperables en el camino del deísta. El hombre ha pecado, y por tanto el hombre sufre. Adán cayó de su primer estado, y por tanto los hijos de Adán se enferman y mueren.

El predominio universal de la enfermedad es una de las evidencias indirectas que la Biblia es verdadera. La Biblia lo explica. La Biblia responde a las preguntas acerca de ese predominio, que puedan surgir en cualquier mente inquisitiva. Ningún otro sistema religioso puede hacer esto. Todos fracasan aquí. Están callados. Están confundidos. Únicamente la Biblia se enfrenta al tema. Valerosamente proclama el hecho que el hombre es una criatura caída, y con igual valor proclama un vasto sistema de rehabilitación para suplir sus necesidades. Me siento conducido a la conclusión que la Biblia es de Dios. El cristianismo es una revelación del cielo. “Tu palabra es verdad.” (Juan 17: 17).

II. BENEFICIOS GENERALES QUE LA ENFERMEDAD CONFIERE

Yo uso la palabra “beneficios” deliberadamente. Siento que es de profunda importancia ver con claridad esta parte de nuestro tema. Yo sé muy bien que la enfermedad es uno de los supuestos puntos débiles del gobierno de Dios en el mundo, acerca del cual les encanta reflexionar a las mentes escépticas. “¿Puede ser Dios un Dios de amor, cuando Él permite los dolores? ¿Puede ser Dios un Dios de misericordia, cuando Él permite la enfermedad? Él podría prevenir el dolor y la enfermedad, pero no lo hace. ¿Cómo pueden existir tales cosas?” Tal es el razonamiento que a menudo aparece en el corazón del hombre.

Yo les pregunto a todos aquellos que encuentran difícil reconciliar la preponderancia de la enfermedad y del dolor con el amor de Dios, que observen hasta qué punto los hombres se someten constantemente a una pérdida presente para obtener ganancias futuras; al dolor presente por causa de un gozo futuro; al sufrimiento presente por causa de una salud futura. La semilla es lanzada al suelo y se pudre: pero nosotros sembramos con la esperanza de una cosecha futura. El padre de una familia es sometido a una terrible operación quirúrgica: pero él la soporta con la esperanza de una salud futura. ¡Yo les pido a las personas que apliquen este gran principio al gobierno de Dios en el mundo! Yo les pido que crean que Dios permite el dolor, la enfermedad, y las dolencias, no porque quiera vejar al hombre, sino porque Él desea beneficiar al corazón, y a la mente, y a la conciencia, y al alma del hombre por toda la eternidad.

Repito una vez más que yo hablo de los “beneficios” de la enfermedad con todo propósito y deliberación. Yo conozco el sufrimiento y el dolor que la enfermedad conlleva. Yo admito la miseria y desdicha que trae consigo cuando nos visita. Pero no puedo considerarla un mal puro, sin mezcla. Yo veo en ella un sabio permiso de Dios. Veo en ella una provisión útil para frenar los estragos del pecado y del diablo en las almas de los hombres. Si el hombre no hubiera pecado nunca, yo tendría muchos problemas para discernir el beneficio de la enfermedad. Pero puesto que el pecado ronda en el mundo, puedo ver que la enfermedad es buena. Es una bendición de la misma manera que es una maldición. Es un ayo rudo, lo concedo. Pero es un real amigo para el alma del hombre.

(a) La enfermedad ayuda a recordarles la muerte a los hombres. La mayoría vive como si nunca se fuera a morir. Hacen sus negocios, o buscan el placer, o se dedican a la política o a la ciencia, como si la tierra fuera su eterno hogar. Planean y diseñan sus esquemas para el futuro, como el rico insensato de la parábola, como si tuvieran un largo contrato de vida, y fueran huéspedes aquí a voluntad. Una grave enfermedad es de gran ayuda para disipar estos engaños. Hace despertar a los hombres de sus ensueños, y les recuerda que tienen que morir, así como tienen que vivir. Esto, yo lo afirmo enfáticamente, es un poderoso bien.

(b) La enfermedad ayuda para hacer que los hombres piensen seriamente en Dios, y en sus almas y en el mundo venidero. La mayoría de la gente, cuando goza de salud, no tiene tiempo para tales pensamientos. Les disgustan. Los echan fuera. Los consideran molestos y desagradables. Pero una severa enfermedad tiene a veces un maravilloso poder de convocar y reunir estos pensamientos, y de ponerlos a la vista del alma del hombre. Aun el perverso rey Ben-adad, cuando enfermó, pudo pensar en Elías. (2 Reyes 8: 7) Aun los marineros paganos, cuando la muerte estaba a la vista, tuvieron miedo y “cada uno clamaba a su dios.” (Jonás 1: 5.) Ciertamente todo lo que sirva de ayuda para hacer que los hombres piensen es bueno.

(c) La enfermedad ayuda a suavizar los corazones de los hombres, y les enseña sabiduría. El corazón natural es tan duro como una piedra. No puede ver ningún bien en nada que no sea de este mundo, y ninguna felicidad excepto en este mundo. Una larga enfermedad algunas veces es de mucha ayuda para corregir estas ideas. Expone el vacío y la falsía de lo que el mundo llama cosas “buenas,” y nos enseña a sostenerlas sin una mano firme. El hombre de negocios descubre que el dinero en sí no es todo lo que el corazón requiere. La mujer mundana encuentra que los vestidos costosos, y la literatura, y las crónicas de las fiestas y de las óperas, son miserables consoladores en la habitación de un enfermo. Ciertamente, todo lo que nos obligue a alterar nuestros pesos y medidas de las cosas terrenales es un bien real.

(d) La enfermedad nos ayuda a inclinarnos y a humillarnos. Todos nosotros somos por naturaleza orgullosos y altivos. Pocos, incluyendo los más pobres, están libres de esta infección. Habrá muy pocos que no vean con desprecio a otros, y que no se adulen a sí mismos en secreto porque no son “como los otros hombres.” Una cama de enfermo es una domadora poderosa de pensamientos como éstos. Fuerza en nosotros la clara verdad que todos nosotros somos pobres gusanos, que “habitamos en casas de barro,” y que somos “quebrantados por la polilla” (Job 4:19), y que reyes y súbditos, señores y siervos, ricos y pobres, todos son criaturas que mueren, y que pronto estarán lado a lado en el tribunal de Dios. No es fácil ser orgulloso ante el féretro y la tumba. Ciertamente, todo lo que nos enseñe esa lección es bueno.

(e) Finalmente, la enfermedad ayuda a probar la religión de los hombres, de qué tipo es. No hay muchas personas en la tierra que no tengan ninguna religión. Sin embargo, pocas personas tienen una religión que puede pasar una inspección. La mayoría está contenta con tradiciones recibidas de sus padres, y no puede proporcionar ninguna razón para la esperanza que poseen. Ahora, la enfermedad es a veces más útil para el hombre al exponer la total falta de valor del cimiento de su alma. A menudo le muestra que no tiene nada sólido bajo sus pies, y nada firme bajo su mano. Lo hace descubrir que, aunque pudo haber tenido una forma de religión, ha estado toda su vida adorando “un dios no conocido.” Muchos credos lucen bien sobre las aguas tranquilas de la salud, pero se vuelven totalmente falsos e inútiles sobre las aguas agitadas del lecho de enfermo. Las tormentas invernales sacan a luz a menudo los defectos de una casa, y la enfermedad expone a menudo la falta de gracia del alma de un hombre. Ciertamente, todo lo que nos haga descubrir el carácter real de nuestra fe, es bueno.

Yo no afirmo que la enfermedad confiera estos beneficios a todos aquellos a quienes visita. ¡Ay, no puedo decir nada parecido a eso! Miríadas de personas son tumbadas anualmente por la enfermedad, y su salud es luego restaurada, quienes evidentemente no aprenden ninguna lección en su lecho de enfermos, y regresan nuevamente al mundo. Miríadas pasan anualmente a la tumba a través de una enfermedad, y sin embargo no reciben de ella una impresión más espiritual que las bestias que perecen. Mientras viven, y cuando mueren, no tiene ningún sentimiento. Decir esto es terrible. Pero es cierto. El grado de dureza que pueden alcanzar el corazón y la conciencia del hombre, es una profundidad que no puedo pretender medir.

Pero ¿acaso la enfermedad confiere los beneficios de los que he estado hablando sólo a unos cuantos? No voy a aceptar eso. Yo creo que en abundantes casos la enfermedad produce impresiones más o menos afines a ésas como las que acabo de mencionar. Yo creo que en muchas mentes, la enfermedad es el “día de visitación” de Dios, y que los sentimientos son continuamente sacudidos sobre el lecho de la enfermedad, los que, sin son abonados, podrían, por la gracia de Dios, resultar en la salvación. Yo creo que en tierras paganas la enfermedad a menudo pavimenta el camino para el misionero, y hace que el pobre idólatra preste un oído atento a las buenas nuevas del Evangelio. Yo creo que en nuestro propio país, la enfermedad es una de las grandes ayudas para el ministro del Evangelio, y que los sermones y los consejos a menudo son efectivos en el día de la enfermedad, pero han sido desatendidos cuando se goza de salud. Yo creo que la enfermedad es uno de los instrumentos subordinados más importantes en la salvación de los hombres, y que aunque los sentimientos que provoca son muchas veces temporales, a menudo es un medio por el cual el Espíritu obra eficazmente en el corazón. Resumiendo, creo firmemente que la enfermedad corporal de los hombres ha conducido a menudo, en la maravillosa providencia de Dios, a la salvación de las almas de los hombres.

Lamentaría dejar el tema de la enfermedad sin una observación. Si la enfermedad puede hacer las cosas de las que he estado hablando (y, ¿quién puede negarlo?), si la enfermedad en un mundo perverso puede ayudar a hacer que los hombres piensen en Dios y en sus almas, entonces confiere beneficios a la humanidad.

No tenemos ningún derecho de murmurar de la enfermedad, ni quejarnos de su presencia en el mundo. Más bien debemos dar gracias a Dios por ella. Es un testigo de Dios. Es consejera del alma. Ciertamente tengo el derecho de decirles que la enfermedad es una bendición y no una maldición, una ayuda y no una lesión, una ganancia y no una pérdida, un amigo y no un enemigo para la humanidad. Mientras tengamos un mundo en el que hay pecado, es una misericordia que sea un mundo en el que hay enfermedad.

III. DEBERES ESPECIALES QUE LA ENFERMEDAD CONLLEVA

Lamentaría dejar el tema de la enfermedad sin decir algo sobre este punto. Yo sostengo que es de importancia cardinal no contentarse con generalidades al predicar el mensaje de Dios a las almas. Yo estoy ansioso por inculcar en cada persona en cuyas manos pueda caer este librito, su propia responsabilidad personal en conexión con el tema. Yo no quisiera que nadie cerrara este librito, sin haber sido capaz de responder las preguntas, “¿qué lección práctica he aprendido? En un mundo de enfermedad y muerte, ¿qué debo hacer?”

(a) Un deber supremo que la preponderancia de la enfermedad acarrea al hombre, es el de vivir habitualmente preparado para encontrarse con Dios. La enfermedad es un recordatorio de la muerte. La muerte es la puerta que todos debemos atravesar para llegar al juicio. El juicio es el tiempo cuando debemos finalmente ver a Dios cara a cara. Ciertamente la primera lección que el habitante de un mundo enfermo y agonizante debe aprender, es que debe estar preparado para su encuentro con Dios.

¿Cuándo estás preparado para encontrarte con Dios? ¡Nunca, mientras tus iniquidades no hayan sido perdonadas y tu pecado haya sido cubierto! ¡Nunca, mientras tu corazón no haya sido renovado, y tu voluntad no haya sido enseñada a deleitarse en la voluntad de Dios! Tú tienes muchos pecados. Si tú vas a la iglesia, tu propia boca es enseñada a confesar esto cada domingo. Únicamente la sangre de Jesucristo puede lavar esos pecados. La justicia de Cristo únicamente puede hacerte aceptable a los ojos de Dios. Únicamente la fe, la simple fe como la de un niño, puede hacer que tengas interés en Cristo y Sus beneficios. ¿Quisieras saber si estás preparado para tu encuentro con Dios? Entonces, ¿dónde está tu fe? Tu corazón es naturalmente impropio para la compañía de Dios. Tú no sientes un placer real de hacer Su voluntad. El Espíritu Santo debe transformarte a imagen de Cristo. Las viejas cosas deben pasar. Todas las cosas deben volverse nuevas. ¿Te gustaría saber si estás preparado para encontrarte con Dios? Entonces, ¿dónde está tu gracia? ¿Dónde están las evidencias de tu conversión y santificación?
Yo creo que esto, y nada que no sea esto, es estar preparado para el encuentro con Dios. El perdón del pecado y la preparación para la presencia de Dios: justificación por fe y santificación del corazón, la sangre de Cristo rociada sobre nosotros, y el Espíritu de Cristo habitando en nosotros, esta es la grandiosa esencia de la religión cristiana. Estas no son meras palabras y nombres que proveen argumentos para la discusión a los teólogos pendencieros. Estas son realidades sobrias, sólidas, sustanciales. Vivir en la posesión real de estas cosas, en un mundo lleno de enfermedad y muerte, es el primer deber que yo quisiera grabar en sus almas.

(b) Otro deber supremo que la preponderancia de la enfermedad conlleva para ustedes, es el de vivir habitualmente listos para soportarla pacientemente. Sin duda la enfermedad es una prueba para la carne y la sangre. Sentir nuestros nervios trastornados y nuestra fuerza natural abatida, tener la obligación de estar sentados quietos y estar separados de todas nuestras actividades usuales, ver nuestros planes desbaratados y nuestros propósitos frustrados, soportar largas horas y días y noches de debilidad y dolor; todo esto es una severa presión sobre la pobre naturaleza humana pecadora. ¡No debería sorprendernos si la impaciencia y la irritabilidad nos llegan por medio de la enfermedad! Ciertamente en un mundo moribundo como éste, deberíamos estudiar la paciencia.

¿Cómo aprenderemos a soportar con paciencia la enfermedad, cuando llegue nuestro turno? Debemos acumular abundante gracia cuando gozamos de salud. Debemos buscar la influencia santificante del Espíritu Santo sobre nuestros temples y disposiciones ingobernables. Debemos entregarnos en verdad a nuestras oraciones, y pedir con regularidad fortaleza para aceptar la voluntad de Dios y hacerla. Debemos recibir esa fortaleza cuando la pedimos: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.”

Yo no creo que sea innecesario que nos quedemos en este punto. Yo creo que las gracias pasivas del cristianismo reciben menos atención de lo que merecen. Mansedumbre, benignidad, paciencia, fe, todas son mencionadas en la Palabra de Dios como frutos del Espíritu. Son gracias pasivas que dan especialmente gloria a Dios. Hacen pensar a menudo a los hombres que desprecian el lado activo del carácter cristiano. Estas gracias no brillan nunca con tanto brillo como lo hacen en la habitación de un enfermo. Permiten a muchos enfermos predicar un sermón silente que quienes lo rodean nunca olvidan. ¿Quisieras adornar la doctrina que profesas? ¿Quisieras que tu cristianismo fuera hermoso a los ojos de otros? Entonces toma la sugerencia que te doy hoy. Acumula mucha paciencia para el tiempo de la enfermedad. Entonces, aunque tu enfermedad no sea mortal, será para “la gloria de Dios.” (Juan 11: 4.)

(c) Otro deber supremo que la preponderancia de la enfermedad conlleva para ustedes, es el de ladisponibilidad habitual para compartir el sentimiento y ayudar a sus compañeros. La enfermedad no está nunca muy lejos de nosotros. Son pocas las familias que no tienen algún pariente enfermo. Pocas son las parroquias donde no encontrarán a algún enfermo. Pero donde haya enfermedad, hay un llamado al deber. Una pequeña ayuda oportuna en algunos casos, una amable visita en otros, una pregunta amigable, una simple expresión de simpatía, pueden hacer mucho bien. Estos son los tipos de cosas que suavizan las asperezas, y unen a los hombres, y promueven sentimientos buenos. Estas son formas mediante las cuales puedes al fin conducir a los hombres a Cristo y salvar sus almas. Estas son buenas obras para las cuales cada cristiano que profesa debe estar preparado. En un mundo lleno de enfermedad y dolencias debemos “sobrellevar los unos las cargas de los otros,” y “ser benignos unos con otros.” (Gálatas 6: 2Efesios 4: 32.)

Estas cosas, me atrevo a decir, pueden parecer cosas sin importancia para algunos. ¡Deben estar haciendo algo importante, y grandioso y sorprendente y heroico! Permítanme decir que la atención consciente a estos pequeños actos de amabilidad fraternal es una de las evidencias más claras de tener “la mente de Cristo.” Son actos en los que nuestro Bendito Señor mismo fue abundante. Él siempre “anduvo haciendo bienes” a los enfermos y oprimidos. (Hechos 10: 38.) Son actos a los que Él asigna gran importancia en ese muy solemne pasaje de la Escritura, la descripción del juicio final. Él dice allí: “estuve enfermo, y me visitasteis.” (Mateo 25: 36).

¿Tienes algún deseo de demostrar la realidad de tu caridad: esa gracia bendita de la que tanto se habla, pero que muy pocos practican? Si lo tienes, ten cuidado del egoísmo insensible y del descuido de tus hermanos enfermos. Búscalos. Ayúdalos si necesitan apoyo. Muéstrales simpatía. Trata de aligerar sus cargas. Sobre todo, esfuérzate por hacer bien a sus almas. Te hará bien aunque no les haga bien a ellos. Prevendrá tu corazón de la murmuración. Puede ser una bendición para tu propia alma. Yo creo con firmeza que Dios nos está probando y examinando por medio de cada caso de enfermedad a nuestro alcance. Al permitir el sufrimiento, Él comprueba si los cristianos tienen algún sentimiento. Tengan cuidado, no sea que al ser pesados en la balanza, sean hallados faltos. Si ustedes pueden vivir en un mundo enfermo y moribundo sin sentir nada por otros, tienen mucho que aprender todavía.

Dejo esta sección de mi tema aquí. Yo entrego los puntos que he mencionado como sugerencias, y ruego a Dios que puedan obrar en muchas mentes. Repito, esa preparación habitual para encontrarse con Dios, preparación habitual para sufrir pacientemente y esa disposición habitual para simpatizar de todo corazón, son claros deberes que la enfermedad impone en todos. Hay deberes al alcance de cada persona. Al mencionarlos, no pido nada extravagante o irrazonable. No le pido a nadie que se retire a un monasterio o que ignore los deberes de su posición. Sólo quiero que los hombres se den cuenta que viven en un mundo enfermo y moribundo, y que vivan de acuerdo a eso. Y digo sin temor que el hombre que vive la vida de fe y santidad y paciencia y amor, no solamente es el más verdadero cristiano, sino el hombre más sabio y razonable.
Y ahora concluyo con cuatro palabras de aplicación práctica. Quiero que el tema de este librito tenga algún uso espiritual. El deseo de mi corazón y mi oración a Dios al escribirlo, es hacer bien a las almas.

(1) En primer lugar, hago una pregunta, a la cual, como embajador de Dios, les pido su seria atención. Es una pregunta que surge naturalmente del tema sobre el cual he estado escribiendo. Es una pregunta que concierne a todos, de cada rango, y clase, y condición. Yo les pregunto, ¿qué harán cuando estén enfermos?

Llegará el tiempo cuando ustedes, lo mismo que otros, deban descender al oscuro valle de sombra de muerte. Llegará la hora cuando ustedes, lo mismo que los que los antecedieron, deban enfermarse y morir. Puede ser que ese momento esté cerca o lejos. Sólo Dios lo sabe. Pero cuando sea el momento, yo pregunto de nuevo, ¿qué van a hacer ustedes? ¿Adónde buscarán consuelo? ¿Sobre qué pretenden ustedes que descanse su alma? ¿Sobre qué pretenden construir su esperanza? ¿Dónde encontrarán su consuelo?

Yo les suplico que no hagan a un lado estas preguntas. Permítanles que obren en su conciencia, y no descansen hasta que puedan darles una respuesta satisfactoria. No jueguen con ese precioso don, un alma inmortal. No difieran la consideración del asunto para un momento más conveniente. No den por sentado un arrepentimiento en su lecho de muerte. El asunto más grandioso no debe ser pospuesto hasta el final. Un ladrón moribundo fue salvado para que los hombres no puedan desesperar, pero solamente uno para que los demás no presuman de ello. Repito la pregunta. Estoy seguro que merece una respuesta. “¿Qué harás cuando estés enfermo?”

Si ustedes fueran a vivir por siempre en este mundo no les hablaría como lo hago. Pero eso no puede ser. No hay forma de escapar de la suerte común de toda la humanidad. Nadie puede morir en nuestro lugar. El día vendrá cuando debamos ir a nuestro hogar permanente. Yo quiero que ustedes estén preparados para ese día. El cuerpo que ahora es el centro de su atención, (el cuerpo que ahora visten, y alimentan, y calientan con tanto cuidado), ese cuerpo debe regresar nuevamente al polvo. ¡Oh, piensen cuán terrible cosa sería al final haber provisto para todo, excepto para la única cosa necesaria: haber provisto para el cuerpo, pero haber descuidado el alma; morir, de hecho, y no poder dar una señal de ser salvo! Una vez más presento mi pregunta a tu conciencia: “¿Qué harás cuando estés enfermo?”

(2) En siguiente lugar, ofrezco un consejo a todos aquellos que sientan que lo necesitan y quieran recibirlo, a todos aquellos que todavía no estén preparados para su encuentro con Dios. Ese consejo es breve y simple. Conoce al Señor Jesucristo sin demora. Arrepiéntete, conviértete, vuela a Cristo, y sé salvo.

O posees un alma o no la posees. Ciertamente nunca negarás que la tienes. Entonces, si tienes un alma, busca la salvación de esa alma. De todos los riesgos del mundo, no hay otro más terrible que el del hombre que vive sin estar preparado para su encuentro con Dios, y sin embargo, pospone el arrepentimiento. O tienes pecados o no los tienes. Si los tienes, y ¿quién se atreverá a negarlo?, apártate de esos pecados, termina con tus transgresiones y vuélvete de ellos sin demora. O necesitas un Salvador o no lo necesitas. Si lo necesitas, huye a tu único Salvador hoy mismo, y clámale con fuerza para que salve tu alma. Pídele a Cristo de inmediato. Búscalo mediante la fe. Entrega tu alma para que Él la guarde. Clama poderosamente implorando perdón y paz con Dios. Pídele que derrame el Espíritu Santo sobre ti, y que te haga un cristiano completo. Él te oirá. No importa lo que hayas sido, Él no rechazará tu oración. Él ha dicho: “Al que a mí viene, no le echo fuera.” (Juan 6: 37)

Cuídense de un cristianismo vago e indefinido. No se contenten con una esperanza general de que todo está bien porque ustedes pertenecen a la iglesia y que todo estará bien al fin porque Dios es misericordioso. No descansen sin una unión personal con el propio Cristo; no descansen hasta que tengan el testimonio del Espíritu en su corazón, de que han sido lavados, y santificados, y justificados, y que son uno con Cristo, y que Cristo está en ustedes. No descansen hasta que puedan decir con el apóstol: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.”

La religión vaga e indefinida e indistinta puede funcionar muy bien en tiempos en los que se goza de salud. Pero no funcionará en el día de la enfermedad. Una membresía de iglesia meramente formal, y superficial, puede llevar al hombre a través del sol brillante de la juventud y de la prosperidad. Pero dejará de funcionar enteramente cuando la muerte esté a la vista. Nada servirá entonces excepto una unión real de corazón con Cristo. Cristo intercediendo por nosotros a la diestra del Padre; Cristo conocido y creído como nuestro Sacerdote, nuestro Médico, nuestro Amigo; Cristo únicamente puede quitarle a la muerte su aguijón y capacitarnos para enfrentar la enfermedad sin ningún temor. Únicamente Él puede liberar a quienes por medio del temor están en servidumbre. Yo les digo a todos aquellos que necesitan un consejo: Conoce a Cristo. Si quieres tener alguna vez esperanza y consuelo en el lecho de enfermo, conoce a Cristo. Busca a Cristo. Pídele a Cristo.

Llévale cada preocupación y cada problema cuando lo hayas conocido. Él te guardará y te conducirá a través de todo ello. Derrama tu corazón ante Él, cuando tu conciencia esté cargada. Él es tu verdadero Confesor. Únicamente Él puede absolverte y quitar tus cargas. Vuélvete primero a Él en el día de la enfermedad, como Marta y María. Permanece mirándolo a Él hasta el último aliento de tu vida. Vale la pena conocer a Cristo. Entre más lo conozcas lo amarás más. Entonces conoce a Jesucristo.

(3) En tercer lugar, yo exhorto a todos los verdaderos cristianos para que recuerden cuánto pueden glorificar a Dios en tiempos de enfermedad, y quedarse quietos en la mano de Dios cuando están enfermos.

Siento que es muy importante tocar este punto. Sé cuán presto a desmayar es el corazón de un creyente, y cuán ocupado está Satanás sugiriendo dudas y cuestionamientos, cuando el cuerpo de un cristiano está débil. Yo he visto algo de la depresión y de la melancolía que a veces vienen sobre los hijos de Dios cuando son súbitamente puestos fuera de combate por la enfermedad, y obligados a estarse quietos. He observado cuán inclinadas son algunas buenas personas a atormentarse con pensamientos mórbidos en tales situaciones, y a decir en sus corazones: “Dios me ha abandonado: yo he sido echado fuera de Su vista.”

Yo les suplico de todo corazón a todos los creyentes enfermos que recuerden que pueden honrar a Dios tanto por el sufrimiento paciente como por su trabajo activo. A veces manifiesta mayor gracia quedarse quietos que ir de arriba abajo, y hacer grandes hazañas. Yo les suplico que recuerden que Cristo se preocupa por ellos lo mismo cuando están enfermos como lo hace cuando están bien, y que el propio castigo que sienten tan agudamente es enviado en amor, y no en ira. Sobre todo, les suplico que recuerden la simpatía de Jesús por todos Sus miembros débiles. Ellos son siempre cuidados con mucha ternura por Él, pero nunca como cuando se encuentran en su tiempo de necesidad. Cristo ha tenido gran experiencia en la enfermedad. Él conoce el corazón de un hombre enfermo. Él acostumbraba ver “toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” cuando estaba en la tierra. Él sintió algo especial por los enfermos en los días de Su encarnación. Él siente todavía especialmente por ellos. El sufrimiento y la enfermedad, pienso a menudo, hacen a los creyentes más semejantes a su Señor en experiencia, que la salud. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores.” (Isaías 53: 4Mateo 8: 17). El Señor Jesús fue un “varón de dolores, experimentado en quebranto.” Nadie tiene tal oportunidad de aprender de la mente de un Salvador sufriente como los discípulos que sufren.
(4) Concluyo con una palabra de exhortación para todos los creyentes, que pido a Dios de todo corazón se grabe en sus almas. Los exhorto a mantener un hábito de cercana comunión con Cristo, y nunca tengan miedo de “ir demasiado lejos” en su religión. Recuerden esto, si desean tener “gran paz” en sus tiempos de enfermedad.

Observo y lo lamento, una tendencia en algunos sectores, de rebajar el estándar de cristianismo práctico, y de denunciar los que son llamados “puntos de vista extremos” acerca del caminar diario de un cristiano en la vida. Inclusive la gente religiosa mira algunas veces con frialdad a quienes se apartan de la sociedad mundana, y los censuran como “exclusivos, de mente estrecha, no liberales, poco caritativos, de espíritu amargado,” y demás cosas similares. Yo advierto a cada creyente en Cristo que tenga cuidado de no dejarse influenciar por tales censuras. Le suplico, si necesita luz en el valle de muerte, que “se guarde sin mancha del mundo,” que “decida ir en pos del Señor,” y que camine muy cerca de Dios. (Santiago 1: 27Números 14: 24).

Yo creo que la falta de “integridad” acerca del cristianismo de muchas personas es un secreto de su poco contentamiento, tanto en salud como en enfermedad. Yo creo que la religión del tipo “mitad y mitad,” y “buenas relaciones con todo el mundo,” que satisface a muchos en el día presente, es ofensiva a Dios y siembre espinos en las almohadas de los moribundos, que cientos no descubren hasta que es demasiado tarde. Yo creo que la debilidad y languidez de una religión así, nunca es tan visible como en un lecho de enfermo.

Si tú y yo necesitamos un “fuerte consuelo” en nuestro tiempo de necesidad, no debemos contentarnos con una unión desnuda con Cristo. Debemos buscar algo de la comunión con Él que sea experimental, de corazón. Nunca, nunca debemos olvidar, que “unión” es una cosa, y “comunión” es otra. Miles, me temo, que saben lo que es la “unión” con Cristo, desconocen totalmente lo que es la “comunión.”

Puede llegar el día cuando después de una larga lucha con la enfermedad, sintamos que la medicina no puede hacer nada más, que no queda nada sino morir. Los amigos estarán alrededor, incapaces de ayudarnos. El oído, la vista, inclusive el poder de orar, fallarán con rapidez. El mundo y sus sombras estarán derritiéndose bajo nuestros pies. La eternidad, con sus realidades, se elevará muy alta ante nuestras mentes. ¿Qué será lo que nos apoyará en esa hora de prueba? ¿Qué nos permitirá sentir, “no temeré mal alguno”? (Salmo 23: 4). Nada, nada puede hacerlo, sino la cercana comunión con Cristo. Cristo habitando en nuestros corazones por fe, Cristo poniendo Su diestra bajo nuestras cabezas, el sentimiento de que Cristo está sentado junto a nosotros, Cristo únicamente puede darnos la completa victoria en la última lucha.

Aferrémonos fuertemente a Cristo, amémosle de todo corazón, vivamos más enteramente para Él, copiémosle con mayor exactitud, confesémosle con denuedo, sigámosle más plenamente. Una religión como esta siempre traerá su propia recompensa. Los hermanos débiles la considerarán extremosa. Pero será muy útil. En la enfermedad nos traerá paz. En el mundo venidero nos dará una corona de gloria que no perderá su brillo.

El tiempo es corto. La moda de este mundo pasa y se disipa. Unas cuantas enfermedades más y todo habrá acabado. Unos cuantos funerales más y tendrá lugar nuestro propio funeral. Unas cuantas tormentas más, unas sacudidas más, y estaremos en puerto seguro. Viajamos a un mundo donde no hay más enfermedad, donde la separación, el dolor, el llanto, y el luto habrán desaparecido para siempre. El cielo se está llenando más cada año, y la tierra se está vaciando. Los amigos que nos han antecedido son cada vez más numerosos que los amigos que quedan atrás. “Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.” (Hebreos 10: 37). En Su presencia habrá plenitud de gozo. Cristo enjugará toda lágrima de los ojos de Su pueblo. El último enemigo que será destruido es la muerte. Pero será destruido. La muerte misma un día morirá. (Apocalipsis 20: 14).

Mientras tanto vivamos la vida de fe en el Hijo de Dios. Apoyemos todo nuestro peso en Cristo, y regocijémonos con el pensamiento que Él vive para siempre.

¡Sí: bendito sea Dios! Cristo vive, aunque nosotros muramos. Cristo vive, aunque amigos y familiares sean llevados a la tumba. El que abolió la muerte, vive, y trajo vida e inmortalidad a la luz por el Evangelio. Vive el que dijo: “Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol.” (Oseas 13: 14). Vive el que cambiará un día nuestro vil cuerpo, y lo hará semejante a Su cuerpo glorioso. En enfermedad y en salud, en vida y en muerte, apoyémonos confiadamente en Él. Ciertamente debemos repetir cada día con alguien de antaño, “¡Bendito sea Dios por Jesucristo!”

Fuente: http://evangelio.wordpress.com/2009/04/27/la-enfermedad/

15/63 – La Tragedia de la Incredulidad | Marcos 6:1-6

Iglesia Biblica del Señor jesucristo

Serie: Marcos

15/63 – La Tragedia de la Incredulidad | Marcos 6:1-6

Ps. Sugel Michelén

El pastor Michelén ha formado parte del Consejo de Ancianos de Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo en Santo Domingo, República Dominicana, durante más de 30 años.Tiene la responsabilidad de predicar la Palabra regularmente en el día del Señor.Tiene una Maestría en Estudios Teológicos y es autor de varios libros: Historia de las Iglesias Bautistas Reformadas de Colombia, Coautor junto al Pastor Julio Benítez; La Más Extraordinaria Historia Jamás Contada, Palabras al Cansado – Sermones de aliento y consuelo; Hacía una Educación Auténticamente Cristiana, El que Perseverare Hasta el Fin; y publica regularmente artículos en su blog “Todo Pensamiento Cautivo”https://www.todopensamientocautivo.com/

Él es instructor asociado en Universidad Wesleyana en Indiana (IWU), extensión en español; enseña Filosofía en el Colegio Cristiano  Logos; y durante 10 años, ha sido profesor regular de la Asociación Internacional de Escuelas Cristianas (ACSI)  para América Latina. El pastor Michelén, junto a su esposa Gloria tiene tres hijos y cuatro nietos.

Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo

Cuando nos hacemos pequeños y Dios se hace grande

Coalición por el Evangelio

Cuando nos hacemos pequeños y Dios se hace grande

Jared C. Wilson 

“El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los brazos eternos…”Deuteronomio 33:27

La vida y el ministerio han ocupado la mayor parte de mi tiempo, y lamento informar que nuestra iglesia está sufriendo cada vez más los desafíos de la bestia llamada cáncer. En los últimos 6 meses hemos perdido a nuestros amigos Ana y Richard, y aún tenemos más que siguen batallando, incluyendo a nuestra amiga Natalie. ¿Puedo contarte un poco acerca de ella?

Natalie es una de nuestras diaconisas. Digo “es” a pesar de que trató de renunciar, pero no aceptamos. No nos parecía correcto. Uno de mis primeros recuerdos de Natalie fue en un funeral; de hecho, uno de los primeros de los muchos que he oficiado en cinco años en nuestra iglesia. Ni siquiera recuerdo de quién era —no era un miembro de la iglesia, sino una persona del pueblo— y yo estaba haciendo mi típico acto del nuevo pastor introvertido, joven, tímido y asustado, pasando el rato en la cocina por el pasillo. Natalie viene caminando y me dice: “¿Qué estás haciendo aquí? ¡Sal y ve a conocer gente!”.

¿Perdón? ¿Quién cree que es esta señora?

En realidad, es una de mis mejores y grandes amigas, quien me da las mejores críticas. Al pensar sobre nuestra amistad en las últimas semanas, me he dado cuenta que Natalie es la persona de la iglesia con quien más hablo. Varias veces a la semana intercambiamos correos electrónicos, servimos juntos en el comedor público local, y cuando tengo que reunirme con una mujer sola en la iglesia, Natalie es la que llega y pasa el rato en la habitación de al lado. Natalie es la que, cuando está a cargo, sé que las cosas se van a hacer. Cuando dice que algo es factible, es factible. Natalie pasó de ser mi retadora sagaz a mi más feroz partidaria y animadora.

El domingo de Pascua un amigo le dijo: “Natalie, tus ojos se ven de color amarillo”. Ella fue al médico ese lunes, donde le hicieron análisis de sangre y el martes la llamaron y le dijeron: “Ve a la sala de emergencia”. Ella estuvo en el hospital más de una semana, donde encontraron problemas con el conducto biliar, pero en ese proceso también encontraron cáncer de páncreas, del cual, dicen, que nadie sobrevive. Pero también le crearon todo tipo de complicaciones por los procedimientos de las vías biliares, que la dejaron débil y herida. Hablaban de acumulacion de aire, acumulación de bilis, de esto y aquello perforado, y aunque todo esto se podría curar, todavía quedaba el cáncer, del cual, de nuevo, ellos dicen, nadie sobrevive.

Natalie se negó al tratamiento, no podía soportar más cirugías. Cada cosa que los médicos hacían solo creaba tres cosas más que hacer. Ella no se iba a engañar con todo eso.

Ella está ahora en casa de un amigo en Middletown. Le dieron de unos días a dos semanas de vida; eso fue hace 11 días atrás. Ella está en muchísimo dolor. Todos esperamos que las perforaciones, el aire y la bilis y todo esto está siendo ordenado internamente por el gran diseño del cuerpo o por la gran mano milagrosa de Dios. Pero todavía el cáncer está sin tratar y dicen, que nadie sobrevive de eso.

Le he estado leyendo las Escrituras. Pidió que leyera Apocalipsis —con sus rameras y dragones, plagas y decapitaciones— y Eclesiastés —con sus vanidades e insignificancias y su correr tras el viento–. Esto te dice algo acerca de Natalie.

Le dije: “¿Por qué Apocalipsis?”, mientras le leía las cartas de Jesús a las iglesias. “Esto es lo que tengo contra ti!”, declara una y otra vez. Ella dijo: “Él no me está hablando a mí!” Muy cierto.

Le dije: “¿Por qué Eclesiastés?” Ella dijo: “Porque veo que tener muchas cosas, dinero y fama no sirve de nada. Me dice que no desperdicié mi vida”.

Algunas personas le dicen a Natalie que están enojados con Dios por esto. Ella se enoja con ellos por estar enojados. “Dios es la razón por la que tenemos algo en el primer lugar”.

Ayer señaló a la colección de cartas que ha recibido. “A veces me gustaría que se las llevaran todas”, dijo. “Porque ellos siguen y siguen hablando de lo genial que soy y de todas estas cosas maravillosas que he hecho para ellos y no saben lo egoísta que soy. Cualquier cosa buena que haya hecho no he sido yo”.

Sus hijos ya han crecido. Todos ellos están aquí, incluso su hijo, que vive en Suecia. Él dice: “¿No sería genial si, de todas las cosas que los médicos terriblemente se equivocaron, también se hayan equivocado del diagnóstico acerca de la bilis y el aire? Tal vez, si empieza a sentirse mejor, puede cambiar de opinión acerca de luchar contra el cáncer”.

Pero, siguen diciendo, nadie sobrevive el cáncer de páncreas.

Natalie estaba triste el otro día pues no sabía cuándo sería el día. “Ellos dijeron de unos días a dos semanas, eso fue hace once días. Ahora no me dirán cuánto tiempo tengo”. Hace una pausa, con sus ojos cerrados. “Dios sabe”.

No sé cuándo Natalie se irá. No sé cuándo me voy a ir. En verdad, ninguno de nosotros sabe el cuándo. Podría irme antes que ella. Cualquiera de nosotros podría.

Prediqué sobre el Salmo 1 en una conferencia la semana pasada, y esta línea del versículo 6 me llama la atención: “el Señor conoce el camino de los justos”. No hay nada más precioso que ser conocido por Dios, todos nuestros días y todos nuestros caminos.

Ha sido difícil ver a Natalie; de una mujer sana y en forma, alta y delgada, a una mujer, reducida en cuerpo y energía. Sin embargo, una cosa he aprendido a lo largo de las tribulaciones de nuestra iglesia: cuando el cuerpo de un santo cede, su espíritu se engrandece. Ellos se hacen más pequeños, y Dios se hace más grande, como si el partir es en sí mismo un anticipo del día en que Cristo pondrá todas las cosas en sujeción debajo de sus pies. Y no son aniquilados en ese día si no redimidos, resucitados, restaurados. Cuando morimos, nos hacemos mas pequeños y Dios se hace más grande, para que él sea todo en todos (1 Cor. 15:28).

El día antes de que Richard muriera, esuve en su habitación mientras él yacía en su lecho de muerte. Otra cama había sido acomodada en contra de ella, donde su esposa dormía a su lado en la noche. Me dijeron que podía hablar con él, a pesar de que Richard no estaba consciente pues estaba fuertemente sedado. Debido a que la otra cama estaba paralela a la suya, no podía sentarme cerca de él, tenía que acostarme a su lado. Así que lo hice. Mientras su hermana y su tía miraban, básicamente me deslice en la cama con él, de costado para mirarlo, y estábamos acostados allí con solo pulgadas entre nosotros, mientras miraba su cara delgada. Tenía los ojos cerrados y su boca abierta. Podía sentir y oler su aliento, lento y forzado en mi propia cara. Yo le dije: “Richard, Dios te ama y aprueba de ti”. (Estas fueron las palabras que el Espíritu habló a mi corazón, en mi momento de debilidad en el evangelio hace años). “Richard, el Señor está orgulloso de ti y listo para darte la bienvenida a causa de tu fe en él”. Entonces dije algo que ha sido una exhortación significativa para mí desde que Ray Ortlund me la dijo mientras comíamos unas enchiladas en el restaurante mexicano Cancún en Nashville, Tennessee. “Eres un hombre poderoso de Dios”.

Las palabras sonaban raras teniendo en cuenta nuestra posición íntima, tierna y vulnerable.

En lo cotidiano, en lo mundano, en el aburrimiento, en pleno proceso de sufrimiento, de los dolores y el entumecimiento de la depresión, de las amenazas a la vida y la seguridad, Cristo lo es todo.

Richard murió temprano la mañana siguiente. Su cuerpo finalmente se dio paso a la ruptura y a la maldición. Pocas personas sobreviven a los tumores cerebrales. Sin embargo, él sí lo hizo. Realmente y verdaderamente lo hizo. Pensando en él, de pie ante la presencia de Dios en gran gloria, presentado irreprensible en virtud por la justicia de Cristo, llevado al reino divino en el que ya estaba sentado con Cristo, en el mismo Dios en el que ya se había escondido. Richard fue —es— más que vencedor.

Jesús mira directamente a los ojos de la hermana de Lázaro y le dice: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. ¿Crees esto?”

Lo creo. Por la gracia de Dios, realmente lo creo. Lo mismo sucede con Natalie. Nadie sobrevive el cáncer de páncreas, “ellos” dicen, pero la sangre de Cristo habla una palabra mejor. Natalie sobrevivirá.

Todo el que está en Cristo va a sobrevivir. De hecho, prevalecerá.

“Es necesario que él crezca, y que yo disminuya”
 —Juan 3:30.

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN THE GOSPEL COALITION. TRADUCIDO POR SARAÍ CHARÓN

​Jared C. Wilson es el pastor de la iglesia Middletown Springs Community Church en Middletown Springs, Vermont, y es el autor de Gospel Wakefulness (Crossway, 2011).

9/41 – Respondiendo Piadosamente ante la Difamación

Sabiduría para el Corazón

Serie: Filipenses

9/41 – Respondiendo Piadosamente ante la Difamación

Stephen Davey

Texto: Filipenses 1:15-18
En un mundo donde la competencia, la rivalidad y el ataque personal es común; aveces, la iglesia tristemente se asemeja a su entorno y actúa de la misma manera. El apóstol Pablo estaba siendo víctima de todas esas cosas en Roma y, sin embargo, él se convierte en un ejemplo para nosotros de cómo responder piadosamente ante la difamación.

Sabiduría para el Corazón es el ministerio internacional de enseñanza bíblica del Pastor Stephen Davey, traducido y adaptado al español por Daniel Kukin.

https://www.sabiduriaespanol.org

 

Isaías

Ministerios Ligonier

Renovando tu Mente

Isaías

R.C.Sproul

https://www.ivoox.com/35404928

Ahora vamos a centrar nuestra atención en las obras de los profetas canónicos y los profetas canónicos son llamados canónicos porque son los profetas que han escrito libros que se encuentran dentro del canon del Antiguo Testamento.

Cuando vemos estos profetas, por lo general distinguimos entre los profetas mayores y los profetas menores. Ahora bien, es importante que entendamos lo que esa distinción no quiere decir.

Esto no quiere decir que los profetas mayores eran importantes y los profetas menores no lo eran. La única relevancia de esa distinción entre mayores y menores tiene que ver con el tamaño de los libros que escribieron. Entonces cuando nos fijamos en la obra de Isaías y Jeremías, Ezequiel y Daniel, se les puede llamar profetas mayores porque sus libros son bastante largos, mientras que los libros de Oseas, Miqueas, Nahúm, Joel y otros son mucho más pequeños, pero todos estos profetas tuvieron un papel muy importante que desempeñar en la historia de la nación judía.

La mayoría de los profetas que vamos a estudiar ministraron durante siglos VIII y VII antes de Cristo. Algunos de ellos, por supuesto, vinieron después de eso, pero la razón por la que los siglos VIII y VII fueron tan importantes para la era de la profecía es que este era el tiempo en que el juicio de Dios sobre su pueblo era inminente.

Entonces Dios envió a sus profetas para advertir al pueblo del juicio inminente, primero al reino del norte (como recordarán, la capital de Samaria cayó en el año 722), y más tarde las advertencias vinieron para Judá, el reino del sur De los profetas del Antiguo Testamento que son llamados profetas mayores, sin duda uno de los más importantes, si no el más importante fue el profeta Isaías.

Sabemos poco sobre la vida de Isaías en contraste directo con Jeremías. Sabemos más de Jeremías por la Escritura que de cualquiera de los otros profetas. Pero Isaías se distingue porque de todos los profetas de la antigüedad, Isaías fue el hombre más refinado.

Era un hombre sofisticado, probablemente de una familia acomodada, cosa que era inusual porque la mayoría de los profetas vinieron del desierto o de la comunidad agrícola de la época.

Pero Isaías tuvo un papel en Judá que sería similar al de un embajador. Tenía acceso a la casa del rey y fue consejero de al menos cuatro reyes importantes en el reino del sur.

Recibió su llamado como profeta alrededor del año 740 antes de Cristo, lo que, irónicamente, fue quizás exactamente el mismo año en que la ciudad de Roma fue fundada.

Siempre me sorprende la intersección de estos eventos en la historia. En el mismo momento en que Dios llama a su profeta para anunciar el juicio venidero sobre la nación judía, algo más está empezando allí en esa parte del mundo en todo el Mediterráneo, este pequeño pueblo que apenas se está estableciendo, que en pocos siglos va a tener un importante encuentro con los descendientes del pueblo de Israel.

Pero, en cualquier caso, leemos del llamado de Isaías en el capítulo 6, donde él tiene la visión de la santidad de Dios y él mismo se siente abrumado por el esplendor de la majestad de Dios y al final de esta experiencia, Dios lo envía y lo designa para ser un profeta. Dios le encarga: «Ve y di a este pueblo: ‘Escuchad bien, pero no entendáis; mirad bien, pero no comprendáis.’ Haz insensible el corazón de este pueblo, endurece sus oídos y nubla sus ojos, no sea que vea con sus ojos, y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se arrepienta y sea curado».

¡Qué terrible misión Dios le da a Isaías desde el principio! Le dijo, te voy a enviar a este pueblo y voy a poner mis palabras en tu boca, pero me voy a asegurar de que nadie escuche.

Haré insensible el corazón de estas personas; voy a cerrar sus oídos y sus ojos para que sean ciegos y sordos a mi verdad, pues los estoy preparando para el juicio.

Cuando Isaías oye esto, él clama: “¿Hasta cuándo, Señor?  Y El respondió: Hasta que las ciudades estén destruidas y sin habitantes, las casas sin gente, y la tierra completamente desolada; hasta que el Señor haya alejado a los hombres, y sean muchos los lugares abandonados en medio de la tierra».

Ahora, con este resumen del mensaje que Dios da a Isaías, que es un mensaje de pesimismo, de juicio y destrucción, pensarías que no queda nada positivo; sin embargo, cuando consideramos el tesoro que se encuentra en el libro de Isaías para la vida del pueblo de Dios, casi nos olvidamos que el motivo central de su profecía era de juicio, porque en el próximo aliento Dios dice que a pesar de que las ciudades van a quedar indefensas, desoladas y sin habitantes; sin embargo, Él va a guardar para sí mismo un diezmo, un décimo del pueblo o lo que se hace famoso en la literatura judía, ya que se le conoce como el remanente.

Dios va a preservar para sí una semilla santa en la que, a pesar de toda esta fatalidad que se prevé, más allá de las nubes y más allá de la tormenta de juicio que está a punto de caer sobre este pueblo, está la promesa futura de la redención.

Por eso es que Isaías es recordado hasta este día principalmente como el profeta del redentor. No hay profeta en el Antiguo Testamento que sea citado con más frecuencia que Isaías.

Y también, nuestro Señor mismo a menudo citó a Isaías porque en Isaías se obtiene la imagen más completa de la venida del Mesías, el cordero de Dios, que llevará el pecado del mundo, quien es llamado el Siervo del Señor; y este siervo llevará el pecado del pueblo y será el instrumento de su redención.

Estas profecías futuras de la venida del Mesías se encuentran a lo largo de todo el libro de Isaías, pero miremos un par de ellas que nos son más conocidas. Veamos el capítulo 7 de Isaías, empezando en el versículo 10, y leemos esto: «El Señor habló de nuevo a Acaz, diciendo: Pide para ti una señal del Señor tu Dios que sea tan profunda como el Seol o tan alta como el cielo. Pero Acaz respondió: No pediré, ni tentaré al Señor.

Entonces Isaías dijo: Oíd ahora, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que también cansaréis a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Comerá cuajada y miel hasta que sepa lo suficiente para desechar lo malo y escoger lo bueno».

Esta es una de las profecías más controversiales en todo el Antiguo Testamento, pues Isaías registra la promesa de que Dios enviará a uno nacido de una virgen, cuyo nombre será Emmanuel, que quiere decir «Dios con nosotros».

Leemos más de esta clase de profecía en el capítulo 9, versículo 2 que dice: «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.

Multiplicaste la nación, aumentaste su alegría; se alegran en tu presencia como con la alegría de la cosecha, como se regocijan los hombres cuando se reparten el botín. Porque tú quebrarás el yugo de su carga, el báculo de sus hombros, y la vara de su opresor, como en la batalla de Madián.

Porque toda bota que calza el guerrero en el fragor de la batalla, y el manto revolcado en sangre, serán para quemar, combustible para el fuego».  y, antes de leer el siguiente pasaje, quería leer esa sección introductoria de la misma, porque no estamos tan familiarizados con él, tanto como con lo que sigue.

Pero ustedes ya ven este rayo de esperanza que prevé el profeta Isaías, al igual que leemos en otros lugares: «Consuelen, consuelen a Mi pueblo,” dice su Dios».

Él continúa diciendo que la visita del Señor ha terminado, que habrá una nación reestructurada después de que este periodo de purificación y juicio sea llevado a cabo».

En el versículo 6 leemos estas palabras: «Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros: y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. El aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin sobre el trono de David y sobre su reino, para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia desde entonces y para siempre».

La última línea de “esta profecía dice lo siguiente: El celo del Señor de los ejércitos hará esto”. Así que, en medio de la predicción de guerra y de cautiverio viene la promesa de un príncipe que es el príncipe de la paz, cuyo gobierno estará sobre sus hombros.

Él será la misma presencia del poder de Dios en medio del pueblo. Él restaurará el trono de David, y ese trono permanecerá por todas las generaciones. Y lo que me entusiasma de esto es que aunque no hay razón inmediata para esperar que tal profecía pueda llegar a cumplirse en estos días amargos, la profecía termina con esta declaración.

«El celo del Señor de los ejércitos hará esto». Dios es celoso de mantener su palabra y asegurará que la profecía se cumpla. Una vez más, en el capítulo 11, leemos al inicio del capítulo 11, esta profecía: «Y brotará un retoño del trono de Isaí, y un vástago sobre Él es Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor.

Se deleitará en el temor del Señor, y no juzgará por lo que vean sus ojos, ni sentenciará por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará al pobre con justicia, y fallará con equidad por los afligidos de la tierra; herirá la tierra con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios matará al impío. La justicia será ceñidor de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura.»

Así que, ahora, la idea de la venida del Mesías, este niño que será rey será uno que gobernará y reinará con rectitud, con justicia, y con equidad.

Luego se nos dice, «El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito: el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos, y un niño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja».

Ahora bien, esto está escrito en un estilo poético y sería fácil para nosotros ignorar las imágenes y perder el significado de estas formas particulares de descripción gráfica, pues lo que Isaías está profetizando aquí es la venida del redentor quien no solo redimirá a Israel, sino que la redención que traerá será cósmica en su alcance.

Que Dios está prometiendo no sólo renovar este pueblo, sino renovar toda la tierra, tal como Pablo nos dice en el Nuevo Testamento:  «La creación entera a una gime y sufre dolores de parto” esperando la manifestación de los hijos de Dios, y esta redención será efectuada por este justo que vendrá.

Ahora, para aprender más sobre los planes o la misión del Mesías que vendrá, volvemos al capítulo 61, ya que en el capítulo 61 encontramos el texto que revela en gran medida la propia consciencia de Jesús sobre su papel y su misión.

Recordarán que cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán inmediatamente después de su bautismo, el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto, para ser tentado.

Allí, el hijo de Dios se preparó para su vocación, para su ministerio público, para su misión como el Mesías. Después de soportar la tentación de Satanás y salir del desierto, comienza su ministerio público. Y cuando empieza su ministerio público, entra en la sinagoga, y sucede que en ese día que Jesús visita la sinagoga, la lectura prevista para ese día es Isaías capítulo 61.

Y Jesús, luego que se leyera la  Escritura, es tratado como un rabino que está visitando, y este rabino visitante debía dar la exposición del texto; y este es probablemente el sermón más breve de la historia porque Jesús se sienta, lo cual es asumir la postura de enseñanza, y cuando hablamos, o cuando enseñamos, nos ponemos de pie, pero en la antigüedad el predicador se sentaba como en una silla y todo el mundo se sentaba en el suelo a sus pies.

Así que, cuando Jesús se sentó, él estaba asumiendo la postura del rabino que explicaría el texto y su sermón fue simplemente esto: ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído’. Lo cual es decir, ‘yo soy el que Isaías está describiendo. Yo soy al que le ha sido dada esta misión’.

Ahora, leamos el texto de Isaías 61 para recolectar su significado. Inicia con estas palabras: «El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor”. El Señor me ha ungido. Recuerden que la palabra «Mesías» significa «ungido», y la palabra del Antiguo Testamento para Mesías se traduce de la palabra griega «christos» y que el título “Cristo” significa «el Mesías», o más específicamente «el ungido».

Así que aquí, Isaías está hablando del que dirá: «El Espíritu del Señor me ha ungido para traer buenas nuevas a los afligidos o para predicar el evangelio a los pobres.

“Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del Señor, y el día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para  conceder que a los que lloran en Sion se les dé diadema en vez de ceniza, aceite de alegría en vez de luto, manto de alabanza en vez de espíritu abatido; para que sean llamados robles de justicia,

plantío del Señor, para que Él sea glorificado. Entonces reedificarán las ruinas antiguas». Como vemos, Dios no ha terminado con su pueblo, con la destrucción de Jerusalén en el año 586. La promesa de la redención futura está aquí y se centra en que Dios enviará a uno que será ungido por su Espíritu para dar buenas nuevas a los pobres.

Esta es la descripción de la cual Jesús dice: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído».

Y luego, recordarán, cuando Juan el Bautista estaba en prisión y él estaba preocupado. Y se pregunta: «¿Qué pasa? ¿Por qué Jesús no ha proclamado su poder? ¿Por qué no ha tomado el control de la situación mientras que Juan languidece en la cárcel? Juan envía un mensaje a Jesús desde su celda, y el mensaje es una breve pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir, o esperaremos a otro?» Qué crisis de fe. El mismo hombre que había anunciado la llegada del Mesías, quien era el heraldo del rey, quien cantó el Agnus Dei, quien dijo: «he aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo», ahora está pasando por una crisis de fe. Y él dijo: «Jesús, eres realmente el que esperamos, o debemos esperar a otro?»

Jesús envía una respuesta, «Ve a decirle a Juan que los ciegos ven, los sordos oyen, y al pobre se le predica el evangelio». ¿Qué está haciendo Jesús aquí? Está diciendo: «Ve y dile a Juan que lea Isaías 61, para que pueda comprender la vocación que tengo».

Sin duda, la dimensión más conmovedora de esa vocación es la que se registra en Isaías capítulo 53, que es la canción del siervo, el Siervo del Señor. Esto es tan fundamental en el Nuevo Testamento para la comprensión de la obra de Cristo en la cruz.

Versículo 4: «Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados».

Este pasaje, la totalidad de Isaías 53 se lee casi como el informe de un testigo ocular de la crucifixión de Cristo. Una de las profecías más asombrosas de toda la palabra de Dios es esta profecía, sobre la venida de uno que va a cargar los pecados de su pueblo, y este mensaje de la redención se cumple en todo detalle, por la venida de Cristo predicha por Isaías.

R.C. Sproul es el fundador de Ligonier Ministries, el maestro principal de la programación de radio Renewing Your Mind, y el editor general de la Biblia de estudio Reformation

http://www.ligonier.es

7/27 – La ocupación terrenal de Cristo

Aviva Nuestros Corazones

Serie: El Cristo incomparable

7/27 – La ocupación terrenal de Cristo

Nancy Leigh DeMoss

https://www.avivanuestroscorazones.com/podcast/aviva-nuestros-corazones/la-ocupacion-terrenal-de-cristo/

Leslie Basham: ¿Tienes hoy por delante alguna tarea de poca importancia? Nancy Leigh DeMoss te anima a hacerles frente para la gloria de Dios.

Nancy Leigh DeMoss: El trabajo es algo bueno cuando es hecho para la gloria de Dios. Antecede a la caída. ¿Lo sabías? El trabajo no es solo una consecuencia de la caída. En Génesis capítulo 2 versículo 15 dice, » Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara «-

El trabajo es una gran cosa; es algo hermoso para la gloria de Dios. Es una asignación de Dios para glorificarlo aquí en esta tierra.

Leslie: Has sintonizado Aviva Nuestros Corazones con Nancy Leigh DeMoss, en la voz de Patricia de Saladín.

¿Qué hizo Jesús en los años previos a su ministerio público, que comenzó a la edad de 30 años previos? Nancy Leigh DeMoss está a punto de abordar este tema.

Nancy: Estamos viendo al Cristo incomparable.  No hay nadie como Jesús —ni siquiera cerca—y estamos siguiendo Su trayectoria durante estas semanas previas a la Semana de la Pasión de Cristo y la Pascua, siguiendo el bosquejo de un libro titulado “El Cristo incomparable” de Oswald Sanders, [The Incomparable Christ – disponible en Inglés].

Estamos reflexionando y meditando sobre diferentes aspectos de la vida y del ministerio de Cristo. Espero que hasta ahora haya sido un estímulo para ti. Tenemos un largo camino por recorrer de Su vida, pero nos estamos tomando nuestro tiempo y solo meditaremos en Él y dejaremos que Él llene nuestras mentes con grandes pensamientos acerca de Sí mismo.

Ayer dejamos a Jesús a los 12 años, en el templo. Y no hay nada más descrito en las Escrituras acerca de Su vida hasta que Él tiene alrededor de 30 años. Así que la pregunta es: ¿qué estuvo haciendo durante todos esos años?

Cuando Él estaba en el templo a los 12 años, dijo que debía dedicarse a los asuntos de Su Padre. Así que una pregunta que podríamos hacernos es: ¿Estuvo dedicado a los  negocios de Su padre durante los 18 años «de silencio», o solo fueron estos «años desperdiciados» carentes de  sentido? ¿Estuvo Él en una especie de limbo desde los 12 hasta los 30 años, esperando que llegara la hora de darse a conocer públicamente y comenzar a dedicarse a los negocios de Su Padre?

¿Estaba trabajando en los negocios de Su padre a los 12? ¿Lo estaba haciendo a los 15? ¿Estaba ocupado en ellos a los 17? ¿Lo estaba a los 22? ¿O simplemente empezó a trabajar a los 30, cuando dio a conocer Su ministerio público?

Bueno, déjame decirte, en primer lugar, que Dios no desperdicia nada. Él no pierde el tiempo. Él no desperdicia la vida de Sus hijos. Y me permito sugerir que Jesús no estuvo menos comprometido con los negocios de Su Padre, haciendo la voluntad de Su Padre, durante esos 18 años comprendidos entre los 12 y los 30, de lo que estuvo durante Sus tres años de ministerio público. Se ocupó de los negocios de Su padre durante todos esos años.

Ahora, las Escrituras colocan una cortina sobre esos años 18 años,  no dicen nada, a excepción del hecho de que Jesús trabajaba en el negocio de carpintería de José. En el Evangelio de Marcos, capítulo 6, vemos cómo se conocía a Jesús. Esto fue escrito durante Su ministerio público, por los que estaban viendo Sus milagros, ellos dijeron: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María, y hermano de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban a causa de Él (Marcos 6:3). “¿No es éste el carpintero?”  o el hijo del  carpintero.

En el libro “El Cristo incomparable” de Oswald Sanders que estamos usando como referencia durante esta serie, Sanders señala que de todas las ocupaciones posibles que Dios pudo haber escogido para Su Hijo, Él dispuso que Jesús fuera un comerciante, un trabajador común, que trabajara con Sus manos.

Sanders dice que esto debió haber hecho que los ángeles se maravillaran—los ángeles que habían vivido con Jesús, con el glorioso Hijo de Dios, que es Dios mismo, que siempre estuvo con Dios, con el Creador del mundo—y ver que ahora Él viniera a la tierra, y no solo naciera en un pesebre, no solo haber sido un bebé, un niño 2 y 3 años de edad, un niño de 6 años de edad, un niño de 7 años de edad, un niño que tuvo que haber aprendido el alfabeto y hacer todas las cosas que tenía que hacer en Su camino hacia un desarrollo normal;  sino que también tuvo que crecer y convertirse en un comerciante, en un obrero, que trabajara con Sus manos. Esto debió de haber hecho que los ángeles se asombraran.

Pero el ver que Jesús era carpintero—que trabajaba con Sus manos;  que era un comerciante; un obrero—nos recuerda la nobleza y el carácter sagrado del trabajo realizado para la gloria de Dios. . . cualquier tipo de trabajo realizado para la gloria de Dios. Él santificó el trabajo, por así decirlo, incluyendo el trabajo manual o lo que algunos llamarían tal vez «trabajo doméstico”-

Eso tiene que ser alentador para aquellas de nosotras que tenemos, en algún aspecto de nuestra vida, un trabajo que pareciera insignificante. ¿Hay alguien aquí que tenga la responsabilidad de realizar labores domésticas? Hablamos de lo maravilloso que es ser madre, por ejemplo, pero hay muchas cosas de ser madre que no tienen nada de glamorosas. ¿No es cierto?

Tengo una pareja joven con un bebé recién nacido viviendo en mi casa. Están muy entusiasmados con este bebé.  Ellos aman su bebé, pero hay una gran cantidad de trabajo duro implicado en ser madre. ¿O no es así? Cambiar pañales y otras tareas de nuestra vida. Y dirás: «Sí, Nancy Leigh DeMoss, ella sí que tiene un trabajo increíble».

Hay personas que se acercan y me dicen: «Yo quiero hacer lo que tú haces». Bueno, lo que quieren decir es que ellas quieren hacer parte de lo que pueden ver que yo hago; que ellas piensan que sería divertido. Pero lo que ellas no saben es las largas horas de investigación que están envueltas. No saben lo que es tener una pantalla de computadora en blanco mientras estoy tratando de escribir un libro y al mismo estoy pensando, «no tengo ni idea de lo que voy a decir”… Pero estoy ahí trabajando y haciendo esfuerzos laboriosos para lograrlo.

Seguro sientes esto también en tu propio trabajo, en tu llamado, sea cual sea, y en tu vocación espiritual. Jesús santificó el trabajo—el trabajo duro, el trabajo manual, el trabajo difícil, el trabajo tedioso, y el trabajo rutinario— hecho para la gloria de Dios.

Él glorificó a Su Padre del cielo, trabajando con Sus manos todos esos años. Muchos piensan que es probable que tal vez  Él  haya tenido que mantener a Su madre y a los otros miembros de la familia después de la muerte de José.

Ves, Jesús, siendo un trabajador, siendo un carpintero. . . Él simplemente no fue de los 12 años a ser un rabí, a hacer milagros y a enseñar, de un momento a otro. Pasó años trabajando en el negocio de construcción de Su padre. Lo vemos afirmando lo que el resto de las Escrituras dicen acerca del trabajo.

El trabajo es algo bueno cuando es  hecho para la gloria de Dios. Antecede a la caída. ¿Lo sabías? El trabajo no es solo una consecuencia de la caída. En Génesis capítulo 2en el versículo 15 dice, » Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. »

El trabajo es una gran cosa: es algo hermoso hecho para la gloria de Dios. Es una asignación de parte de Dios para que lo glorifiquemos aquí en esta tierra. Y Jesús estaba haciendo eso con la carpintería o con la construcción. Tú lo haces, yo lo hago, de otra manera, pero se trata de algo que ha sido santificado.

En Primera a los Tesalonicenses capítulo 4 dice:

Os instamos, hermanos. . . que tengáis por vuestra ambición el llevar una vida tranquila, y que os ocupéis de vuestros propios asuntos y trabajéis con vuestras manos… a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada. (V. 10-12).

En Segunda a los Tesalonicenses capítulo 3, Pablo dice:

Porque no obramos de manera indisciplinada entre vosotros,  ni comimos de balde el pan de nadie, sino que con trabajo y fatiga [este es el apóstol Pablo hablando] trabajamos día y noche a fin de no ser carga a ninguno de vosotros. .   Porque aun cuando estábamos con vosotros os ordenábamos [les dimos este mandato]  Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma.  Porque oímos que algunos entre vosotros andan desordenadamente, sin trabajar, pero andan metiéndose en todo.  A tales personas les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo, que trabajando tranquilamente, coman su propio pan (vv. 7-12).

Lo haces sin mucho alboroto. Lo haces porque es tu llamado. No lo haces de mala gana. No lo haces con la esperanza de que todo el mundo se dé cuenta de que eres una gran trabajadora y te den palmaditas en la espalda o aplausos. Lo haces para la gloria de Dios y por amor a Cristo. Y eso fue lo que Jesús modeló.

En Hechos capítulo 20 Pablo dice: «Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo» (v.34). ¿Cuál era el trabajo de Pablo? Fabricar tiendas. Él viajaba; plantaba iglesias, escribía epístolas, pero se estaba ganando la vida mientras hacía eso. Él dice:

En todo os mostré que así, trabajando [trabajo duro —el trabajo no se supone que sea fácil —es duro], debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir. (Hechos 20:34-35)

Estamos trabajando no para recibir, en última instancia, sino para tener que compartir con los demás.

Primera a Timoteo capítulo 5, versículo 8:

“Pero si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo”.

Jesús siempre estuvo trabajando. Él no empezó a trabajar cuando llegó al taller de carpintería de Su padre. Siempre había estado trabajando con Su Padre Celestial. Lo vimos antes en esta serie, en Proverbios capítulo 8: «cuando señaló los cimientos de la tierra, yo estaba entonces junto a Él, como arquitecto.» (vv. 29-30).

Jesús dijo en Juan capítulo 5: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo también trabajo» (v. 17). Siempre estaba trabajando—trabajaba con Su padre, trabajaba con Sus manos, trabajaba para cumplir la voluntad de Su Padre.

El punto es que durante estos años, de los 12 a los 30 años, en los que  las Escrituras no dicen realmente nada, excepto que fue  conocido como el carpintero, Él no estuvo ocioso. Él no era perezoso. No estuvo simplemente pasando el rato hasta que le llegó el momento de entrar en el ministerio público. Demostró el honor de hacer un trabajo productivo para la gloria de Dios.

Como Oswald Sanders dice en este libro, «si para el Hijo de Dios no fue algo indigno el trabajar como un artesano, por tanto no es algo indigno para ninguno de Sus hijos » (p. 70).

Jesús nació en una familia de clase trabajadora y pobre. El trabajo no era una opción para esta familia. Pero, al trabajar duro, Jesús participó de nuestra humanidad. Se identificó con los trabajadores comunes. Al experimentar el tedio, los desafíos, la laboriosidad del trabajo duro, Él llevó la maldición puesta sobre Adán, de que iba a comer el pan con el sudor de su frente. Esa fue parte de cómo Él soportó la maldición de la caída.

El problema es que lo que para nosotros tiene valor e importancia difiere de lo que Dios considera significativo, importante y valioso. Tendemos a medir el valor de lo que hacemos en términos de visibilidad, de alcance—lo enorme que es, cuán grandioso es, lo impresionante que es, del impacto que tiene sobre los demás. Dios no mide de esa manera.

Dios no está realmente impresionado con la cantidad de personas que escuchan este programa o con cuántas personas leen mis libros. Lo que quiere saber es: ¿Si soy fiel en mi trabajo? ¿Si soy obediente en hacer cualquier tarea que me hayan dado para hacer en este día?

Mira, en la voluntad de Dios, el trabajo común no Lo glorifica menos, no es menos significativo, no es menos necesario, que cualquier tipo de ministerio público, o que los actos o logros más impresionantes del ministerio. Ministrar de manera directa las vidas de las personas no es más impresionante, no tiene más valor para Dios que lavar los platos, si ese es tu llamado en un momento determinado del día, o lavar la ropa o hacer alguna otra labor doméstica, tediosa.  Todo es para la gloria de Dios, y eso es lo que lo hace noble.

El hecho de que Jesús pasó muchos años haciendo un trabajo que muchos no considerarían noble o inspirador, debe animarnos a ser fieles en el cumplimiento de las tareas y rutinas normales de nuestras vidas, y hacerlas con fidelidad, con gozo—a pesar de que nadie más nos pueda ver y aplaudir el trabajo que estamos haciendo. No lo estamos haciendo para los hombres. ¿No es así? ¿Para quién lo estamos haciendo? Para el Señor. Lo hacemos como para Él.

Así que vemos que Jesús pasó la mayor parte de su vida adulta trabajando como un comerciante, y solo tres años en el ministerio público. Los años anteriores no fueron los que sacudieron el mundo, a nuestra manera de ver las cosas, pero fueron vitales para la preparación de Su ministerio público.

Así que yo solo te animo a dejar que Dios determine la naturaleza y el alcance de tu servicio en cada etapa de la vida. Deja que Él te de la descripción de tu puesto, y luego hazlo para la gloria de Dios. Y no tengas prisa por un ministerio más amplio y visible.

Hay mujeres que vienen a mí, madres jóvenes diciendo. . . “Quiero estar en el ministerio.» Y yo me digo a mí misma, «¿En qué crees que estás? Tienes niños de 2 y 5 años de edad. ¿No es este un ministerio? Tienes un ministerio de tiempo completo. Estás en el ministerio a tiempo completo de formar y moldear esas jóvenes vidas”.

Dices: «Bueno, Dios no me ha bendecido con hijos. Estoy trabajando en esta oficina en un puesto administrativo. “Entonces hazlo para la gloria de Dios y date cuenta de que ese es tu ministerio. Ejercer tu vocación de acuerdo a la voluntad de Dios es lo que glorifica a Dios y refleja Su gloria en este mundo.

Si Dios ha puesto en tu corazón que le sirvas de otras formas, no tengas prisa. Date cuenta de que Dios te está preparando. Te está madurando. Espera  Su tiempo. Serás más eficaz a largo plazo si dejas que Dios te dé el ministerio que Él quiere que tengas, en lugar de perseguir o aspirar a tener más ministerios. Dios nos ha dado a ti y a mí en este momento tantos ministerios como Él nos ha equipado para manejar. Así que llévalo a cabo con gozo.

Quiero tocar en los minutos que nos quedan otro aspecto de la vida adulta de Jesús que no escuchamos mencionar frecuentemente, y es el hecho de que Él permaneció soltero durante toda su vida terrenal. Vamos a meditar juntas en esto por unos minutos.

Jesús nunca experimentó la compañía de una mujer. A través de todos los desafíos de la obra y del ministerio, a través de todas sus pruebas y juicios, Él nunca conoció el consuelo, el estímulo y el apoyo que tener una compañera le podría haber proporcionado. Además, Él nunca conoció la bendición de tener hijos propios. Los hijos que Él amo eran hijos de otros.

Dirás: «Bueno, Él era Dios, por lo que no necesitaba el matrimonio, Él no necesitaba niños. «Bueno, el hecho es que Él también era completamente humano. Él era un hombre. Él tenía, los deseos y anhelos humanos normales. Las Escrituras nos recuerdan que en todos los aspectos, Él «fue tentado como nosotros» (Hebreos 4:15). Pero, Él no peco.

Cuando miramos a Jesús, tenemos que asumir que tenía deseos humanos naturales, pero no hizo ídolos de sus anhelos. No permitió que sus deseos naturales se convirtieran en exigencias. Sabemos que asistió a bodas. Sabemos que Él iba a fiestas, a cenas, a banquetes. Sabemos que vio a Sus amigos y compañeros disfrutando, primero el regalo del matrimonio y luego el regalo de los hijos. Pero también sabemos que Él nunca cedió a la autocompasión. Nunca se resintió con Dios, Su Padre Celestial, por no haberle dado esos dones.

Sabemos que Él permaneció moralmente puro a través de Sus años de joven adulto, hasta sus 30 años, confiando en Su Padre para satisfacer sus necesidades, incluso (me atrevería a decir) las necesidades sexuales. Esto puede sonar un poco falta de respeto, hablar de un Jesús con deseos sexuales. Pero solo diré esto: no conozco todos los misterios de esto, pero sé que Él era un ser sexual.

Él era un hombre, y confió en Su Padre para satisfacer todas las necesidades  —de compañerismo, de amistad, de satisfacción de los deseos humanos. No lo irritó Su estado de soltería, sino que lo aceptó totalmente,  se deleitó en la voluntad y en el llamado de Dios para Su vida y en todo lo que ello conllevaba, y para Jesús, eso significó estar soltero.

El Jesús abrazar el llamado de Dios para Su vida —la soltería —era a la vez un acto de sumisión a la voluntad del Padre, así como un acto desinteresado de amor a aquellos a quienes vino a servir—eso somos nosotras . Él estaba dispuesto a renunciar a muchos de los placeres normales y buenos — placeres santos— que la mayoría de la gente disfruta, para redimirnos de nuestros pecados.

Él sabía que Su vida en esta tierra sería breve y que Él tendría toda la eternidad para disfrutar de la plenitud del gozo y de los placeres que se encuentran a la diestra de Su Padre. De manera que Él estuvo dispuesto a pagar el precio aquí. Él sabía que el gozo estaba puesto delante de Él, de manera que Él soportó. Él soportó no solamente la cruz física, el sufrimiento de la crucifixión y todo lo que esto conllevó, sino otros tipos de cruces a lo largo del camino, incluyendo tal vez todo este asunto de la soltería. ¿Podría haber sido eso una cruz para Él como lo es para algunas que nos escuchan hoy?

Pero seas soltera o no, hay momentos en los que te sentirás muy sola,  necesitada de tener a alguien con quien compartir lo que hay en tu corazón,  tus necesidades y tus anhelos más profundos. Me encontré en las últimas semanas enfrentando algunos retos bastante pesados ​​de este ministerio. No son malos. Son solo difíciles. Y ha habido algunos momentos en los que me sentí muy, pero muy sola. Me hubiera gustado que alguien llevara la carga conmigo.

Ahora, déjame decirte esto: no estoy sola. No solo tengo al Señor, sino que  tenemos un equipo increíble, y  llevan la carga de muchas maneras. Pero hay noches en las que no están allí. Tú estás allí sola, una mujer soltera, quizás una mujer casada con un marido infiel, llevando sola alguna carga que nadie más puede llevar contigo. Ha habido momentos en que he pensado: » ¿Dónde va un líder cuando desea llorar? ¿Quién llevará la carga por mí, o conmigo? ¿Quién está conmigo en estos tiempos?»

Y pienso que otras líderes cristianas. Se van a casa con sus compañeros, y hablan de las cosas por las que están pasando y cargando. Y ha habido momentos en los que he pensado, «¿A dónde voy yo? ¿Quién llevará esta carga conmigo?” Por momentos, he deseado tener a alguien que realmente me entienda.

Ahora, no te digo esto para que sientas pena de mí. Te digo esto porque quiero que sepas que en esos momentos de soledad en que siento necesidad, me acuerdo, y como hemos venido diciendo en esta serie, me acuerdo, que tengo un Salvador que entiende, que ha recorrido el camino delante de mí y camina conmigo. Él ha estado allí. Él es incomparable. No hay nadie como Él.

Así que, amiga solitaria, hermana soltera, mamá luchadora, déjame animarte a recibir el amor de tu Padre Celestial, a abrazar Su voluntad y Su llamado para esta para toda época de tu vida, deja que Él te sostenga con Su gracia. Confíale a Él esos anhelos insatisfechos. Derrama tu vida por los demás.

Y recuerda que esta vida es tan corta. Así que fija tu mirada en el día en que se secarán todas las lágrimas,  cada esperanza y anhelo se cumplirán ya que estaremos unidas a Cristo, nuestro amado esposo, por toda la eternidad. Vale la pena la espera.

Leslie: Hemos escuchado las palabras de Nancy Leigh DeMoss y quizás estamos enfrentando diversas cargas hoy. Las verdades que acabamos de escuchar acerca de Jesús nos pueden dar a cada una de nosotras una perspectiva eterna. Esta enseñanza es parte de una serie llamada, El Cristo incomparable. Para escuchar todos los programas que te pudiste haber perdido de la serie hasta el momento, solo visita AvivaNuestrosCorazones.com

Nancy concibió esta serie hace un año, cuando leyó un libro clásico también llamado “El Cristo incomparable”. Esto la condujo a este valioso estudio bíblico de la vida de Jesús.

Nancy: El haber leído ese libro clásico de Oswald Sanders el haber preparado esta serie, me ha ayudado a ver a Jesús con nuevos ojos. Ha sido un gozo reflexionar sobre diferentes aspectos de Su vida en  los que nunca antes me había  centrado por  mucho tiempo. Hay mucho valor en el estudio de la Palabra de Dios, y estoy muy agradecida por la oportunidad de enseñar Su Palabra cada día en Aviva Nuestros Corazones.

Una mujer llamada Tracy escribió para decirnos lo mucho que aprecia la forma en que la hemos animado a escudriñar la Palabra de Dios. Ella escucha Aviva Nuestros Corazones de camino al trabajo, y ella lo llama  «una vitamina espiritual que necesito para ser una luz para los socios con los que trabajo y con los clientes que visito”. Me gusta eso — «una vitamina espiritual”.

Bueno, Tracy sigue diciendo, «Gracias por permitir que Dios te use para ministrar, para que podamos tener una relación más cercana con Dios y compartir Su amor con los demás. »

Estoy muy agradecida por las oyentes que Dios está utilizando para ayudar a que este programa sea posible. Podemos estar en el aire en tu comunidad, ofreciéndote esta ‘vitamina espiritual’  diaria, gracias a las oyentes que generosamente ofrendan para este ministerio.

Si deseas apoyar este ministerio y ser parte de lo que Dios está haciendo, llama para hacer tu donación de cualquier cantidad. Llámanos al 1-800-569-5959, o haz tu donación en AvivaNuestrosCorazones.com

Leslie: Jesús era perfecto y no tenía necesidad de mostrar ningún arrepentimiento. Entonces, ¿por qué necesitó ser bautizado? Nancy explorará en nuestro próximo programa, el lunes el bautismo de Jesús. Por favor, te esperamos de vuelta en Aviva Nuestros Corazones.

 

Aviva Nuestros Corazones con Nancy Leigh DeMoss es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.

Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas a menos que se indique lo contrario.

Usado con permiso del Ministerio Aviva Nuestros Corazones 

Tomado de: Aviva Nuestros Corazones

Todos los Derechos Reservados

Disponible sobre el Internet en: http://www.avivanuestroscorazones.com

Un Refugio Seguro

Isha – Salmos

DÍA 91 – Salmo 54

Dosis: Protección

Un Refugio Seguro

“Sálvame, oh Dios, por tu nombre; defiéndeme con tu poder. Escucha, oh Dios, mi oración; presta oído a las palabras de mi boca. Pues gente extraña me ataca; tratan de matarme los violentos, gente que no toma en cuenta a Dios.” (Salmo 54:1–3) (RVR).

¿Alguna vez te sentiste perseguida o asediada? Y lo que es peor ¡traicionada! Parece ser que David escribió este Salmo cuando fue traicionado por los habitantes de Zif, quienes informaron a Saúl donde estaba escondido. David se queja de la maldad de sus enemigos y clama para que Dios lo libre de la violencia y la persecución. Su esperanza es que Dios lo protegerá, lo vengará de sus enemigos y por fin será liberado.

Los zifeos habían revelado su escondite, pero no sabían que David tenía un refugio divino en el cual no podía ser conmovido. Ese refugio estaba compuesto por el amor, el poder y la protección del Dios a quien inmediatamente él acude suplicándole tres cosas: que lo salve, lo defienda, y lo escuche.

Amada, innumerables veces he disfrutado de Dios como mi refugio. Si hago memoria, desde mi niñez o adolescencia, cuando lidié con el dolor, la soledad, o la angustia. ¡Siempre Él fue mi refugio! ¡Siempre estuvo su puerta abierta y su cálido abrazo disponible para mí! Aprendí a correr a sus brazos, a refugiarme en su ternura.

Cuando sientas que no tienes en quién apoyarte, acude a Dios. David estaba seguro que Dios estaría de su parte y lo protegería: “Pero Dios es mi socorro; el Señor es quien me sostiene, y hará recaer el mal sobre mis adversarios. Por tu fidelidad, SEÑOR, ¡destrúyelos! Sus enemigos no habían considerado que Dios castiga la maldad y la violencia, pero David lo tenía muy presente. Estaba seguro que Dios le devolvería el mal que ellos habían tramado para él.

Por todo esto lo alaba, y le agradece anticipándose aún a la liberación que estaba seguro Dios le daría: “Te presentaré una ofrenda voluntaria y alabaré, SEÑOR, tu buen nombre; pues me has librado de todas mis angustias, y mis ojos han visto la derrota de mis enemigos.” Históricamente sabemos que Dios obró en esta ocasión de una manera maravillosa. Ya que cuando Saúl se disponía a perseguir y capturar a David, los filisteos irrumpieron en su territorio y Saúl tuvo que desistir de atraparlo y retornar a defender su reino.254 ¡Dios tiene múltiples y maravillosas formas de obrar a nuestro favor! ¡Alabado sea por eso!

Oración: Señor gracias por tu bondad y tu poder, gracias por librarme de la angustia y ser mi refugio seguro. Amén.

De Vergara, P. A., de Vera, A. D., & Harris, K. O. (2012). Isha-Salmos: Una dosis diaria de fe para ti. (P. A. de Vergara, Ed.) (Primera Edición, p. 106). Lima, Perú: Ediciones Verbo Vivo.

 

 

Una predicación silenciosa

Martes 3 Diciembre

Tiempo de callar, y tiempo de hablar.

Eclesiastés 3:7

Vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta… el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible.

1 Pedro 3:1-4

Una predicación silenciosa

http://labuenasemilla.net/20191203

El cristiano no es llamado a hablar siempre de su fe; hay casos en los cuales es más oportuno callar. Sin embargo, en todo momento puede testificar de su Salvador por medio de su conducta. Esta silenciosa predicación está al alcance de todo cristiano. A veces es más poderosa que las palabras, y es el gran recurso en ocasiones en las cuales hablar resulta difícil o hasta imposible, en particular cuando el testimonio verbal ya ha sido rechazado.

El apóstol Pedro considera el caso de una esposa que se convierte a Cristo estando casada con un marido incrédulo. Exhorta a la esposa a estar sumisa a su marido, insistiendo en el hecho de que el cónyuge incrédulo puede ser ganado, sin palabras, por la conducta de su mujer. Dicha sumisión, en un espíritu apacible, es una predicación silenciosa pero elocuente para llevar a su cónyuge al Señor.

Dios espera que sus hijos reproduzcan en la vida cotidiana las perfecciones morales de Jesús: bondad, humildad, dulzura, paz, paciencia, abnegación… Los que no leen la Palabra de Dios se ven obligados, en cierta manera, a leerla mediante la conducta de los cristianos. El apóstol Pablo compara a los creyentes con una “carta” conocida y leída por todos los hombres (2 Corintios 3:2-3). Una carta se lee con los ojos. Testificar de Cristo es un honor y un privilegio, es una de las razones de ser del cristiano en la tierra. ¡Cristianos, prestemos atención a nuestra conducta!

Job 41 – Santiago 2 – Salmo 136:23-26 – Proverbios 29:3-4

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