¿PARA QUÉ SIRVE EL NOVIAZGO?

¿PARA QUÉ SIRVE EL NOVIAZGO?

a1Debemos desechar la idea de que el noviazgo es un entretenimiento o un pasatiempo. Quien así piense pone en serio peligro la estabilidad emocional de sí mismo y de la persona que dice amar. El amor es un sentimiento sublime, hermoso, no algo con lo cual podamos jugar desaprensivamente. Es algo delicado que hay que proteger.El noviazgo es un tiempo de exploración, en el sentido de mutuo conocimiento intelectual (cómo piensa ella o él), afectivo (aprender los códigos de las formas en que amo y soy amado), emocional (qué cosas le gustan y qué cosas le disgustan), y espiritual (qué planes tiene mi compañero o compañera en cuanto al servicio del Señor).

Antes, nos referimos al amor en sus múltiples facetas. El amor de los novios no debe ser un amor puro y exclusivamente emocional y erótico. Pero tampoco debe ser un amor «platónico» en el cual esté ausente la dimensión romántica y erótica. Por las dudas, aclaremos que no hay nada malo en el eros como dimensión del amor, siempre y cuando esté complementado por el amor ágape (palabra griega que generalmente usa el Nuevo Testamento para referirse al amor de Dios). Lewis Smedes lo expresa admirablemente cuando escribe: «El amor cristiano no suplanta al amor sexual; el ágape no suplanta al eros y no hay necesidad de recurrir a razones teológicas para afirmarlo, excepto para recordarnos a nosotros mismos que el Dios del amor salvador es el mismo que nos creó hombre y mujer… No podemos dividir la vida en compartimientos aislados. No podemos amar con diferentes longitudes de ondas; una para el ágape y otra para el eros. Somos tan sólo personas que amamos» (Sexología para cristianos, pp. 103 y 104).

No es recomendable que el joven se apure en declarársele a una señorita con el fin de hacerla su novia si antes no ha habido un período de observación amistosa que les haya permitido conocerse bien.

Aplicado a nuestro tema, la idea es que deben darse en la relación de novios las diferentes dimensiones del amor. Un amor que sólo sea atracción física y sexual no daría mucha garantía de un matrimonio feliz en el futuro. Pero tampoco lo daría el hecho de tener un amor «demasiado fraternal» y tan «espiritual» que no sentimos ninguna atracción sexual hacia la persona que decimos amar.
LA SEXUALIDAD EN EL NOVIAZGO

Por supuesto, una de las cuestiones clave en la relación del noviazgo es la sexualidad y sus expresiones. Estamos totalmente de acuerdo con el Prof. Manfred Bluthardt cuando señala que «el noviazgo es un tiempo de experimentación erótica, que debe desarrollarse bajo control y con miras a una unión completa en el marco más adecuado del matrimonio» (Ética 1, p. 237). Que es necesario el control mutuo en cuanto a lo sexual es tan claro que no necesita ser demostrado. Si amamos a la persona con la cual queremos casarnos, ello implica el deseo sexual. Este no se despierta de un profundo sueño cuando nos entregan la libreta de matrimonio o cuando el pastor dice «los declaro marido y mujer». Surge en los primeros contactos y se va profundizando con el correr del tiempo. El Dr. Taylor lo presenta en el siguiente gráfico:
Cada una de estas etapas o estadios de la relación de amor comporta sus riesgos y compromisos. En las primeras etapas no hay mayor peligro. Ir caminando del brazo o tomados de la mano —iY qué hermoso que es!— es una forma de comunicarnos el amor puro y hermoso que nos une. De allí, fácilmente se pasa a las caricias y a ciertos besos iniciales. Pero cuando llegamos a la etapa de los abrazos y besos íntimos y prolongados, entramos en la zona que llamaríamos de «alerta amarillo». Hay cierto peligro. Y ni hablar de la etapa precoito, en la cual, sin dudas, nos encontramos en «alerta rojo» y donde con muchísima dificultad se puede volver para atrás. Casi es una zona de «no retorno». Por tal razón es que aconsejamos no llegar a esa etapa.

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Con esto, inevitablemente, llegamos al tema más candente: ¿Son legítimas las relaciones sexuales prematrimoniales? Tristemente, debemos decir que no faltan algunos autores «cristianos» que —aunque no las favorezcan o alienten— las admiten. Sostienen que el tipo de sociedad en la que vivimos nos exige ser flexibles en este terreno, poniendo como condiciones básicamente tres: si los novios son personas maduras, si se aman verdaderamente, y si tienen el firme propósito de casarse. Pero ¿representa este tipo de «solución» una perspectiva realmente cristiana y orientada por la palabra de Dios? Analicemos los argumentos que favorecen las relaciones sexuales antes del matrimonio.
Argumento A: Un amor pleno entre un chico y una chica tiene derecho a su expresión máxima en la relación sexual.
Respuesta: Es cierto que el amor pleno tiene derecho a expresarse totalmente, pero cuando y donde corresponda y no en cualquier etapa de la vida romántica. Para expresarlo en términos de Acha Irizar:

«Que el amor pleno esté pidiendo una entrega total, parece avalar más bien lo contrario de lo que intentan defender muchos. Y esto porque sólo un compromiso serio y permanente se realiza socialmente y de hecho dentro del matrimonio, ya que siempre queda el volverse atrás de un compromiso que no está sellado definitivamente» (Ética y Moral, p. 111).

Argumento B: «Todo el mundo lo hace.»
Respuesta: Primero y principal, que tal afirmación es una falacia. Sí, es cierto que un gran porcentaje de nuestra sociedad practica las relaciones prematrimoniales. Ello, no solo por el tipo de sociedad en que vivimos, que alimenta y fomenta las relaciones sexuales hasta el punto de que el sexo y el coito ya no parecen revestir ningún aspecto de misterio, sino que también el progreso de la medicina y la diversidad de anticonceptivos hace que los jóvenes de hoy puedan practicar su sexualidad sin mayores peligros externos. Pero que una mayoría de la sociedad lo practique ¿qué hay con ello? Como magníficamente lo dice Trobisch: «Aunque las estadísticas fuesen correctas y un gran porcentaje de jóvenes tuviese relaciones prematrimoniales, ¿qué hay con eso? ¿Desde cuándo nos gobiernan a los cristianos las estadísticas? ¿desde cuándo nos dejamos dirigir por lo que hace la mayoría?» (op. cit. p. 51).

En vista de que el noviazgo es un paso hacia el matrimonio, el joven debe pensar en lo siguiente:

1. Las creencias religiosas de su novia.
2. La edad de ambos.
3. Sus planes.
4. Sus familias.

Argumento C: «Nos amamos y ya tenemos fecha para casarnos.»
Respuesta: El amor verdadero «todo lo espera». El amor verdadero piensa en el bien del amado. Generalmente, dado el carácter machista de nuestra sociedad, aparece como más grave la relación sexual prematrimonial de la mujer y no tanto la del hombre. Lo cierto es que ante la sociedad, una mujer que queda embarazada antes de casarse queda como «marcada para siempre», como «la pecadora». Lo que queremos decir con esto es que aun la fecha para casarse no es garantía ninguna ni puede anular el hecho de que las relaciones prematrimoniales sigan siendo incorrectas.
Pero a todo esto ¿qué dice la Biblia? No hay duda de que la palabra de Dios condena las relaciones sexuales fuera del matrimonio. Básicamente, hay dos formas que adquiere la relación sexual fuera de ese marco: adulterio y fornicación. Ese pecado adquiere la carátula de «adulterio», cuando es cometido por personas casadas. Es «fornicación» cuando se concreta por personas solteras. En Hebreos 13:4 leemos: «Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios» (Véanse también 1 Co 6:9; Gál 5:19; Ef 5:5).
Para finalizar, afirmamos que el noviazgo es una de las más dulces etapas de nuestra vida. Una época primaveral de romance, emoción y ternura. Si novio y novia se aman con amor sincero, si armonizan entre ellos, si tienen proyectos en común y, sobre todo, si creen que están dentro de la voluntad del Señor, deben culminar en matrimonio. Pero cuidado con los peligros que acechan esta relación. Sobre todo, cuidado con que nuestra pasión descontrolada nos lleve a arruinar nuestro presente y nuestro futuro. Reservemos como premio a nuestra espera la relación más íntima que un hombre y una mujer pueden llegar a tener. La relación en la cual ante Dios y los hombres nos unimos para ser una sola carne. Si la sociedad de hoy dice lo contrario, ello no debe sorprendernos, toda vez que, como decía Dietrich Bonhoeffer: «Sólo lo extraordinario es esencialmente cristiano.»
Roldán, A. F. (2003). EL DULCE TIEMPO DEL NOVIAZGO. En La familia desde una perspectiva bíblica (pp. 156–161). Miami, FL: Editorial Unilit.

EL DULCE TIEMPO DEL NOVIAZGO

EL DULCE TIEMPO DEL NOVIAZGO

Alberto F. Roldán
a1¿Qué es el noviazgo? ¿Qué significa «estar de novio»? Podríamos decir que el noviazgo es, en nuestra cultura, la etapa en la cual un hombre y una mujer establecen una amistad única y exclusiva basada en el amor y con fines de culminar en matrimonio. Y decimos que esto es en nuestra cultura occidental y latinoamericana, porque en otras, como la cultura bíblica, se observa otro cuadro. Muchas veces, eran los mismos padres los que elegían novia para sus hijos. Recuérdese el caso del siervo de Abraham que tuvo que buscar esposa para Isaac (Gn 24). Tal vez si aplicáramos este mismo método hoy, nos ahorraría algunos contratiempos ¡aunque bien podría producir otros!

EL SURGIMIENTO DEL NOVIAZGO

En términos generales, el noviazgo surge dentro de un contexto de amistad. En efecto, salvo casos excepcionales, un joven y una muchacha se hacen novios luego de una etapa de amistad general que se va haciendo cada vez más estrecha y exclusiva. Capper y Williams lo ilustran con la figura geométrica de un cono invertido. Dicen:

«Imaginémonos un cono invertido, y supongamos que la base superior represente los planos superficiales de nuestra personalidad, y que la angostura gradual sea la profundidad variable de éstos. Sobre la superficie entonces, y afectando un sector muy pequeño de nuestra vida, tenemos el lugar para nuestros numerosos amigos, por ejemplo los compañeros del colegio o de la universidad. Nosotros y ellos podemos ignorar totalmente lo que sucede en los hogares respectivos o en la intimidad de las vidas de unos y otros. Pero, al descender más y más en el cono, tocamos zonas más profundas de nuestra propia personalidad, y esta parte la compartimos con un número menor de personas porque es el círculo interior de nuestra vida. Con estos amigos tenemos muchas cosas en común. Damos y recibimos mucho más en este nivel que en los anteriores. Finalmente, en el vértice, no hay lugar más que para uno, y ésta es la relación exclusiva: aquí nos encontramos en el centro y en la profundidad de nosotros mismos. Aquí todo tiene que ser conocido, participado y gozado mutuamente» (Sexo y Matrimonio, pp. 16–17).

Quizás veamos más claros estos conceptos en una gráfica:

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El cuadro muestra diferentes niveles de relaciones interpersonales, en cada uno de los cuales hay —gradualmente— mayor intimidad y compromiso. De un compañerismo meramente circunstancial se pasa a la amistad y de ella a cierta amistad especial que deriva en el noviazgo. Este último tiene como aspecto distintivo el propósito de culminar en el matrimonio.

La motivación fundamental de hacernos novios debe ser el amor en todas sus dimensiones. El amor en términos de afecto profundo, emoción, sentimiento, atracción sexual, pero también entrega y servicio a la persona amada. Debemos aclarar aquí que el verdadero amor no necesariamente es sinónimo del pasajero enamoramiento de una persona. En la etapa de la adolescencia y la juventud es propio sentirnos enamorados muy a menudo. Hay dentro de nosotros tal caudal de afectividad, que, si no nos controlamos, es posible que lleguemos a «declarar el amor» a más de una persona en corto lapso. Y como bien señaló C.S. Lewis: «Creo que es posible enamorarse de una persona y estar hastiada de ella diez semanas más tarde.»

Pero ¿de quién debemos enamorarnos y así concertar nuestro noviazgo? Le anticipo que la Biblia no proporciona el nombre de su futuro cónyuge. Y, además, es difícil que Dios envíe un ángel del cielo para indicárselo. Afortunadamente —o no— esa elección está en sus manos. Creo que la única cláusula que la Biblia le señala es esta: «Libre para casarse con quien quiera, con tal de que sea un creyente» (1 Co 7:39, Dios Habla Hoy). Es decir, el mínimo no negociable es que la persona que usted elige para que sea su esposo o esposa sea creyente. Eso —claro está— siempre y cuando se encare el noviazgo con la seriedad que corresponde: como una etapa que, aunque exploratoria, se espera que culmine en el altar. Y en esto tenemos que ser muy claros. Hay quienes especulan pensando que si aman a alguien que no es cristiano, eso no importa mucho, porque el Señor es tan bueno que después de un tiempo «lo puede convertir». Quiero decirle que he conocido muchos casos en que en efecto ocurre una «conversión», pero es la del creyente al mundo. Fatalmente, el cristiano —acaso por decadencia espiritual— termina por seguir los pasos del cónyuge no cristiano.

Debo admitir que también hay casos en los cuales el no cristiano llega a ser creyente. Pero ¡no abusemos de la misericordia del Señor, ni utilicemos una situación para anular sus principios! Mi consejo es que, si se siente enamorado de alguien que no es cristiano, ore mucho al Señor para que le ayude a no ser desobediente a su palabra y ore por la conversión de tal persona. Otra cosa: no establezca ningún compromiso hasta que tal persona realmente haya reconocido el señorío de Jesucristo sobre su vida. Así, sin ninguna duda, recibirá bendición del Señor.
Roldán, A. F. (2003). EL DULCE TIEMPO DEL NOVIAZGO. En La familia desde una perspectiva bíblica (pp. 153–156). Miami, FL: Editorial Unilit.

INFLUENCIAS NEGATIVAS EN LA DISCIPLINA

INFLUENCIAS NEGATIVAS EN LA DISCIPLINA

Autor: Alberto F. Roldán

a1La aplicación de la disciplina a los hijos se encuentra hoy en una etapa crucial en la sociedad. Existen diversas influencias que resultan totalmente perjudiciales y que es necesario que, como cristianos, las identifiquemos con claridad.

Por un lado, cierta tendencia psicológica —que alcanzo su cúspide en la década de los años 60— sostenía que a los niños no había que corregirlos con severidad. Más bien la idea era que debía aplicarse una especie de «democracia permisiva» que dejara al niño con libertad de decir y hacer lo que deseara. Prohibírselo y —peor aún—castigarlo por cierta acción, significaría dejarle profundos traumas en su mente, que acarrearían funestas consecuencias para el niño. Ciertamente, tal línea de pensamiento no se originó en América Latina; mas bien fue en los Estados Unidos. Pero aquí —¡cuándo no!— también estuvo de moda. La aplicación consciente o inconsciente de las recomendaciones de la «democracia permisiva» dio como resultado una generación de adolescentes y jóvenes opuestos a toda forma de autoridad. Ya no sólo se cuestionó la autoridad de los padres, sino también la de los maestros y educadores. Acaso muchos padres cristianos ni siquiera estuvieron al corriente de esas teorías educativas del niño. Sin embargo, directa o indirectamente han sido influidos en mayor o menor grado por esas tendencias.

Una ilustración de lo que decimos está dada en la afirmación del Dr. John Valusek que durante un programa de televisión sostuvo que:

«El castigo físico es el primer paso en el largo camino hacia la violencia. Después siguen los golpes, las violaciones, los asesinatos. Este modelo de conducta, que se fija desde el hogar, indica: «Recurriré a la violencia cuando no sepa qué más hacer”».

Sobre el padre recae la responsabilidad que se le obedezca.

El argumento del Dr. Valusek da por sentado que si los padres castigan al niño por su desobediencia, entonces ello le enseñará al niño a recurrir a la violencia y castigar a otros. También está tomando como un hecho que cuando un padre castiga a su hijo lo hace por un arrebato de ira y descontrol. Aunque debe admitirse que esto puede ser cierto en algunos casos, no debemos confundir «violencia física incontrolada» con «castigo disciplinario equilibrado». Además, el castigo físico no debe ser el último recurso después de horas y horas de amenazas («Si seguís portándote mal te voy a dar una paliza») sino que debe ser aplicado cada vez que el niño desobedezca las directivas impartidas. En este punto debemos aclarar que no todos los hijos son iguales. Algunos de ellos responden a la palabra y la amonestación. Otros requieren castigo.

Una influencia también negativa, pero de diferente vertiente, es la representada por los abuelos. Es casi una constante que los abuelos tienden a sobreproteger a sus nietos. Se sienten muy felices de tener cerca a quienes «parecen ser sus hijitos» y les hace revivir en plenitud los felices días cuando eran flamantes papás. Pero ¿cuál es el problema? Básicamente, una confusión de roles. Ellos deben darse cuenta de que no son los padres de las criaturas. Son sólo sus abuelos. Deben reconocer que no son ellos los que deben establecer las «reglas del juego» en cuanto a la disciplina de esos niños. Deben, en suma, respetar a los propios padres de los niños para que los críen y disciplinen como ellos han decidido hacerlo y no intervenir en formas que resten la autoridad de los padres. Los niños —¡que son mucho más vivos de lo que pensamos!— en poco tiempo detectaran la divergencia de opiniones en cuanto a la disciplina y entonces irán «a refugiarse a la casa de los abuelos».

Lo descrito es un enfoque objetivo de la realidad, de lo que sucede a diario en la vida de las familias. Sufren la interferencia de filosofías y psicologías básicamente humanistas que se han filtrado en la práctica de muchos cristianos. Sufren, también, la intromisión de personas como los abuelos que, sin duda, con las mejores intenciones, provocan cierto «corto circuito» en las relaciones entre padres e hijos en la esfera de la disciplina.

Pero, a todo esto, ¿qué nos dice la Biblia? Porque si somos cristianos y, como tales, queremos vivir bajo su autoridad, debemos recurrir a ella para saber cómo actuar. Es altamente significativo observar que en el mismo libro que dice que «Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere» (Pr 3:12), se ofrecen indicaciones precisas sobre el tema, con lo cual, implícitamente, da a entender que de la misma manera que nos trata Dios, debemos nosotros tratar a nuestros hijos.

Respecto a cuándo debe comenzar la disciplina severa, Proverbios 13:24 dice: «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige». La disciplina y la corrección deben empezar temprano, en realidad, en la misma cuna. ¿Por qué debemos castigar al hijo? Proverbios 23:13, 14 afirma: «No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol». La razón del castigo es que, si no se aplica, el destino final de esa persona va a ser la muerte. La muerte no sólo física, sino también espiritual y final. La Biblia no es nada optimista en cuanto a nuestra condición de pecadores. Los niños no son santos, aunque a veces nos gustaría que lo fuesen. Son pecadores al igual que los adultos. No debemos esperar que, privándoles del castigo y la corrección, «por arte de magia» o «por milagro» sean hombres y mujeres de bien. Por el contrario, si aplicamos corrección al niño, ya se nos anticipa el resultado: «Te dará descanso, y dará alegría a tu alma» (Pr 29:17).

Y por si algún lector quedó con preocupación, Proverbios 19:18 despeja las dudas cuando expresa: «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo». Es decir, debemos tener equilibrio entre un castigo —que a veces puede ser severo— y la destrucción física y espiritual del niño.

¿Qué nos dice la Biblia en cuanto a la intromisión de terceros? Por una parte está el mandamiento base del matrimonio que también aquí tiene aplicación: «Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer. Y los dos serán una sola carne» (Gn 2:24). Una de las razones para dejar padre y madre es poder formar un nuevo núcleo familiar sin interferencias. Además, los mandamientos para hijos y padres son inequívocos: «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres» [no dice: «a vuestros abuelos» ni «a vuestros tíos»]… «Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor» (Ef 6:1, 4). La responsabilidad de la crianza, disciplina y corrección de los hijos es enteramente de los padres. Y, ¡cuidado!, de ambos padres; no sólo —como ocurre tantas veces en la cultura latinoamericana— de la madre. También el padre es responsable de la disciplina de los hijos.

En resumen, debemos ser sabios para detectar las interferencias que puedan estar afectando la aplicación de la disciplina a nuestros hijos. Como creyentes obedientes a Dios y a Su Palabra, debemos regirnos por los principios que Él nos ha dejado en ella. Aunque esos principios, claro está, no resulten aceptables para mucha gente. Recordando siempre, que la disciplina es una forma de amor que tiene en cuenta el futuro de nuestros hijos. A Leonardo Da Vinci se atribuye esta declaración: «Quien no castiga las malas actitudes, las fomenta.»

Roldán, A. F. (2003). INFLUENCIAS NEGATIVAS EN LA DISCIPLINA. En La familia desde una perspectiva bíblica (pp. 117–121). Miami, FL: Editorial Unilit.

 

TELEVISIÓN: ¿ENTRETENIMIENTO O MASIFICACIÓN?

TELEVISIÓN: ¿ENTRETENIMIENTO O MASIFICACIÓN?

Autor: Alberto F. Roldán

a1Los medios masivos de comunicación —la radio, la televisión, los diarios, las revistas, el cine— son instrumentos cuyas funciones principales son: informar, educar, animar, y distraer. Como cristianos, resulta muy importante que conozcamos las formas sutiles en las que los medios operan en las personas, influyendo en su manera de pensar y de actuar. También es fundamental que sepamos cómo interpretar críticamente las ideologías y valores (a menudo son antivalores) que nos ofrecen.

El modelo de familia que promueve la televisión. En un análisis sociológico sobre el tema, el escritor argentino Julio Mafud sintetiza el tipo de familia que promueve la televisión. Se trata de una familia reducida, nuclear, con un padre absorbido por su trabajo fuera del hogar. A veces, como hemos explicado, la situación socioeconómica de nuestros países obliga al padre a tomar dos o tres trabajos, lo que agrava la situación. El «dulce hogar» se ha tornado en «la carga del hogar».2
Así las cosas, los niños se tornan en «succionadores» de los medios que saturan sus mentes ofreciéndoles un amplio panorama de opciones para pedir y nunca estar satisfechos. Perdido el control de los hijos, el padre ya no es el que orienta sus gustos ni el que da pautas a sus vidas. Hasta la línea que divide lo permitido de lo prohibido se torna casi imperceptible.

Valores que promueve la televisión. La televisión, como otros medios de comunicación, conlleva un doble efecto. Uno, al que se puede denominar «denotativo», tiene que ver con lo objetivo y explícito, es decir, lo que concretamente ofrece un mensaje determinado. Pero hay otro al que se puede llamar «connotativo» que contiene un mensaje implícito que añade o sugiere significados que apuntan a otras ideas y sentimientos.
Es importante que conozcamos ejemplos concretos de los valores —mejor dicho, antivalores— que nos dan los medios, particularmente la televisión. He aquí algunos:
a) Desintegración familiar. En una serie dramática de la televisión argentina de hace algunos años, ninguno de los tres personajes centrales tenía una familia estable e integrada. Uno de ellos se la pasaba «probando» de pareja en pareja. Otro, aparentemente, era divorciado. El tercero vivía en la incertidumbre en ese terreno. El contexto social y familiar que esos hombres representaban daba como una «realidad incambiable» el hecho de que es posible ser persona actualizada, de éxito y de importancia, sin que ello implique, necesariamente, estar al frente de una familia. Precisamente, Graciela Peyrú sostiene a este respecto que en la televisión «los besos y las caricias, cuando se incluyen, forman sólo parte de la duple seducción/violencia o son expansiones mínimas de vínculos fugaces». Es decir, la familia como núcleo está ausente. Otro ejemplo específico lo ofreció la televisión española. La protagonista era una mujer de unos 40 años, atrayente, pero que acababa de separarse de su marido. Vuelve a casa, les cuenta a sus hijos adolescentes lo que había ocurrido, y… ¡adivinen lo que pasó! Pues que los hijos no tienen mejor reacción que felicitar a su madre e invitarla a celebrarlo juntos. La única persona que cuestiona el hecho es la madre de la mujer. Claro que la serie tiene el cuidado de «pintarla» como una mujer grotesca, atrasada, de poca cultura. La idea es clara: sólo personas así pueden oponerse a lo sucedido. ¡Pobre gente! No está actualizada.
b) Sexo libre. El lector tendrá pocas dificultades en ver en series y novelas —nacionales y extranjeras— cómo directa o indirectamente se aprueban relaciones premaritales, adulterio, homosexualidad. A propósito de esto último, recuerdo el caso de otra serie argentina, en la cual su personaje central era un homosexual. Las escenas mostraban cómo el muchacho no encontraba solución alguna ni en la psiquiatría, ni en la psicología, ni en la religión. Finalmente, todo termina con una carta que le envía su hermana donde le dice más o menos así: «Querido, la decisión es tuya. Es lo único que cuenta. Hacé lo que vos quieras. Nadie puede ni debe meterse en tu vida. La opción es tuya y si es bueno para vos, entonces es bueno». Conclusión que queda en la mente del televidente promedio: «Está bien lo que me hace sentir feliz. No hay absolutos. La homosexualidad es una opción más que no es ni mejor ni peor que la heterosexualidad.»

El poder de la publicidad. La publicidad se define como «una técnica de difusión masiva, a través de la cual una industria o empresa comercial lanza un mensaje a un determinado grupo social de consumidores con el propósito de incitarlos a comprar un producto o usufructuar un servicio». Las coordenadas bajo las que se estructura la publicidad son básicamente dos: el PROGRESO y el PLACER. El poder de la publicidad es de tal magnitud que hoy ya no importa tanto si un producto es bueno o es malo. La publicidad se encargará de hacerle creer a la gente que es «caro… pero el mejor»; aunque a la postre el consumidor llegue a la triste realidad de que en efecto era «caro… ¡pero el peor!»
La publicidad apela a «estímulos subliminales», es decir, fuerzas sensoriales a nivel inconsciente. El estímulo subliminal es como una «memoria dormida» que cuando despierta hace actuar al individuo. Muchos aspectos de la realidad que no vemos a nivel consciente los advertimos subliminalmente y se va almacenando en nuestro inconsciente. Lo importante en la publicidad no está sólo en lo que explícitamente dice un anuncio. Muchas veces está en lo que el mensaje implica en términos de «felicidad», «realización humana», «progreso», «conquista», etc.

Clave hermenéutica. Como todo mensaje, la publicidad requiere una adecuada hermenéutica (interpretación). En este sentido, hay una clave que resulta de sumo valor práctico a los fines de interpretarla. Básicamente, toda publicidad sigue el siguiente esquema:
Lo grave del caso es que se trata de «soluciones falsas a problemas reales». En efecto, la publicidad le hace creer a la gente que comprando tal o cual producto será próspera, tendrá dominio sobre otros, será una persona dinámica, emprendedora, viril, con prestigio, etc. La caricatura que ofrecemos a continuación es un claro exponente de lo que decimos:
Algunos slogans publicitarios que apelan a la felicidad, el éxito, la fama, son estos:

«Siempre habrá tiempos felices. Cuente con cigarrillo…» Interpretación: El fumar ese cigarrillo es lo que hace posible la felicidad.
«En guardia! Juvenil, peligrosa, ¡dispuesta a la vida!… el amor que espera. Loción y extracto…» El texto está acompañado, claro por la imagen de una mujer rubia, «juvenil y peligrosa».
«automóvil… ¡la gran tentación!» La imagen esta vez es diferente. Sí, ¡se trata de una mujer morocha! Mirada atractiva, labios carnosos y a punto de morder una manzana.

Muchas veces las imágenes son simbólicas y apelan, generalmente, a la sexualidad. Así aparecen como «telón de fondo» objetos que simbolizan órganos sexuales. Y uno dice: «Pero no me di cuenta de eso. Por lo tanto no me tiene que afectar». Craso error. Como se sostiene en una obra ya citada:
«El descubrimiento fundamental fue este: los motivos que impelen a un individuo a comprar o no comprar una cosa son diez por ciento a nivel consciente y noventa por ciento a nivel subconsciente o inconsciente.»

El niño y la televisión. Los niños son los que pasan más tiempo frente al televisor. Como sostiene un especialista en comunicaciones, el Profesor Miguel A. Pérez Gaudio (con el que tomamos un curso sobre el tema), la familia
«le ha abierto a la televisión de par en par las puertas de su intimidad hasta el punto de que estos medios llegan a imponer sus horarios, modifican los hábitos, alimentan ampliamente conversaciones y discusiones y, sobre todo, afectan —a veces profundamente—la psicología de los usuarios en los aspectos tanto afectivos e intelectuales como religiosos y morales».
Se considera que son «televidentes livianos» los que pasan menos de cuatro horas por día viendo televisión. Los «pesados» son los que la ven más de cuatro horas por día. Encargamos a Claudia, una maestra que es miembro de nuestra iglesia, la realización de una pequeña encuesta en un séptimo grado de primaria (niños de 11 a 13 años). Con mis hijos analizamos la encuesta, que arrojó el siguiente resultado:

Total de alumnos: 45
Tienen TV cable: 27

Horas que ven TV diariamente: promedio de 4 horas y media. Los que menos ven llegan a 2,5 horas por día. Los que más, llegan a 7,5 horas por día.
PROGRAMAS FAVORITOS:

Dibujos animados:

31 de los 45 alumnos

Comedias: 19h

Acción: 7h

Películas: 6h

Drama: 5h

Musicales: 4h

Noticias: 3h

Humor: 3h

Entretenimientos: 3h

¿Cómo incide el exceso de televisión en la conducta de los niños? En primer lugar, en cuanto a rendimiento escolar, en una prueba que se hizo en 1984 por el programa Evaluación Nacional del Progreso en Educación (en los E.U.A.),

«Los niños de 9 años que miraban seis horas o más de televisión por día se desempeñaban escolarmente mucho peor que aquellos que miraban menos horas. Pero había poca diferencia entre los que miraban menos de dos horas de TV diarias y los que lo hacían de 3 a 5. Entre los jóvenes de 13 a 17 años interrogados, los niveles de lectura ascendían a medida que mermaban las horas frente al televisor».

En segundo lugar está el tema de la violencia. En Buenos Aires, por ejemplo, se ha llegado a establecer que si se enciende el televisor de lunes a viernes, uno tiene la posibilidad de ver más de 7 escenas de violencia por hora. Pero ese riesgo sube a más de 17 los fines de semana. En una encuesta realizada en una escuela de esa ciudad, se halló que había un comportamiento disímil entre dos grupos de niños. El grupo que había contemplado programas violentos dejaba a los más pequeños cuando se trenzaban en peleas. Los que no habían estado expuestos a ese tipo de programas intervenían para separar a los que se estaban peleando. Las conclusiones son las siguientes:

«Se ha comprobado reiteradamente que los niños acostumbrados a ver programas violentos como televidentes «pesados» muestran menos índices corporales de alteración emocional frente a la agresión que los menos habituados («livianos»). Esta «desestabilización» va acompañada de un aumento directo de las fantasías y conductas agresivas.»

Mecanismos de desinformación. Prácticamente no nos queda espacio para abordar esta cuestión. Hasta resulta irónico hablar de «desinformación» porque quienes la preparan lo hacen —dicen— con el objeto de «informar a la opinión pública». Entre los muchos mecanismos existen los siguientes: Colocar un título y luego no referirse a ese tema en el contenido. Modificar el texto ligeramente, de modo que el lector, oyente o televidente, no capte el cambio efectuado. Otras formas, por supuesto, tienen que ver con lo que alguien ha llamado «arbitrario recorte» de lo que se dice que es «la realidad». Aparece un noticiero televisado y lo que abunda son robos, asesinatos, accidentes, y otras imágenes semejantes. Uno se pregunta: ¿Será esa toda la realidad? Finalmente, otro mecanismo de desinformación consiste en omitir referencias o imágenes que no conviene mostrar, como sucede a veces durante las guerras. No se reportan bajas ni muertes de civiles. ¡Como si los bombardeos sólo provocaran el derrumbe de edificios!
Hacia una mentalidad crítica. Jesucristo nos manda ser no sólo sencillos como palomas, sino también prudentes como serpientes (Mt 10:16). En este sentido, debemos estar al tanto de la escala de valores subyacentes que nos ofrece la televisión y demás medios masivos. Extraemos algunos datos que surgen de la investigación del Prof. Pérez Gaudio realizada con 100.000 estudiantes:

Asimilación de los contenidos televisivos.
Recepción televisiva en soledad, sin consejo ni auxilios serios por parte de los adultos.
Ligereza para imitar e identificarse con los personajes propuestos en las programaciones televisivas.
Agresividad por imitación.
Alteración de valores personales, familiares, sociales y religiosos.
Desjerarquización de la autoridad familiar y docente.
Consumismo material excesivo.

¿Cómo desarrollar una mentalidad crítica que nos permita ver televisión sin ser absorbidos por la misma, ni ser receptores pasivos de sus mensajes? Me permito sugerir los siguientes pasos:

a) ¿Cuántas horas de televisión ven nuestros hijos?

b) ¿Cuáles son sus programas favoritos?

c) ¿Coincide la filosofía de vida y la escala de valores de esos programas con el Evangelio de Jesucristo? ¿En qué aspectos se oponen?

d) ¿Es aceptable el tipo de sociedad que nos proponen?

e) ¿Qué puntos de vista jamás toman en cuenta?

Estas son sólo preguntas de orientación. El lector podrá, seguramente, agregar muchas más. Para terminar, acaso nos resulte útil recordar lo que San Pablo nos dice: «Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna» (1 Co 10:12). Podemos hacer uso de la televisión. Otra cosa, muy distinta, es que la televisión termine usándonos a nosotros. Si logramos revestirnos de una mentalidad critica, entonces podrá ser de cierta utilidad en términos de entretenimiento y aun cultura. De lo contrario, terminará siendo un instrumento de masificación de nuestra familia.

Roldán, A. F. (2003). TELEVISIÓN: ¿ENTRETENIMIENTO O MASIFICACIÓN? En La familia desde una perspectiva bíblica (pp. 97–104). Miami, FL: Editorial Unilit.