Advertencia a Quienes Rechazan el Evangelio | Charles Spurgeon

El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Advertencia a Quienes Rechazan el Evangelio
NO. 1593
Sermón predicado el domingo 17 de Abril de 1881
por Charles Haddon Spurgeon
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.

“A ellos había dicho: ‘Este es el reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso.’ Pero ellos no quisieron escuchar.”—Isaías 28:12.

Isaías fue sin duda uno de los predicadores más elocuentes, y sin embargo no se pudo ganar ni los oídos ni los corazones de quienes le escuchaban, pues está escrito: “ellos no quisieron escuchar.” Más allá de toda duda Isaías era plenamente evangélico; pues como el Dr. Watts afirma con toda verdad, él habló más de Jesucristo que todos los demás profetas, y sin embargo su mensaje de amor era tratado como si fuese un cuento inútil. Su doctrina era tan clara como la luz del día, y sin embargo los hombres no la entendían. Por eso Isaías preguntaba con gran tristeza: “¿Quién ha creído nuestro anuncio? ¿Sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehovah?” No era culpa del predicador que Israel rechazara sus advertencias: toda la culpa se acumulaba del lado de esa nación desobediente y rebelde.
El pueblo al que Isaías predicó con denuedo era un pueblo de borrachos en un doble sentido. Se encontraban sometidos al vino, y este vicio se encontraba tan generalizado que Isaías dice: “Pero también éstos han errado a causa del vino, y han divagado a causa del licor. El sacerdote y el profeta han errado a causa del licor; han sido confundidos a causa del vino. Han divagado a causa del licor; han errado en su visión y han titubeado en sus decisiones. Todas las mesas están llenas de vómito repugnante, hasta no quedar lugar limpio.”
¿Qué cosa puede hacer más áspera la punta de la espada del Evangelio que la intoxicación o el exceso? Cuando un hombre es dado al vino ¿cómo puede morar en él el Espíritu de Dios? ¿Cómo puede ser posible que la verdad penetre en un oído que se ha vuelto sordo a causa del vicio degradante? ¿Cómo puede ser posible que la palabra de Dios obre en una conciencia que ha sido remojada y ahogada en el aguardiente? Una exhortación: si algunos de ustedes son dados a la borrachera, aléjense de este destructor antes que sus ataduras se vuelvan fuertes y el vicio los encadene sin esperanza. No debe sorprendernos que el predicador sea derrotado si su ardiente celo tiene que competir con las bebidas alcohólicas. Cuando Baco hace rodar el barril de vino y lo pone contra la puerta es muy difícil que podamos entrar, aunque lo pidamos en el nombre del Rey Jesús. Los hombres no están en condiciones de oír cuando el barril y las botellas son sus ídolos. No es del todo sorprendente que el Evangelio sea despreciado por quienes han permitido que el enemigo entre por sus bocas para robarles el cerebro.
El pueblo al que habló Isaías también estaba borracho en otro sentido, es decir, intoxicado por el orgullo. Su país era fructífero, y su ciudad principal, Samaria, estaba ubicada en la cima de una colina, como una bella diadema que coronaba la tierra, y ellos se gozaban en la gloriosa belleza que remataba al fértil valle. Ellos mismos eran valientes, y en medio de ellos habían muchos hombres destacados cuya fortaleza hacía batir en retirada al enemigo. Por esta razón ellos confiaban en repeler a cualquier invasor, y así sus corazones estaban muy tranquilos. Además, ellos decían: “Somos un pueblo inteligente; no necesitamos ninguna enseñanza, o si no podemos evitar que nos den clases, estas deben ser de alta calidad. Somos personas con un intelecto cultivado, escribas instruidos y no necesitamos y que profetas como Isaías vengan a aburrirnos con el sonido de sus campanitas, repitiendo: “mandato tras mandato, mandato tras mandato; línea tras línea,” como si fuéramos niños en la escuela.
Además, nosotros somos bastante buenos. ¿Acaso no adoramos a nuestro Dios bajo la forma de becerros de oro de Belial? ¿Acaso no respetamos los sacrificios y los días de fiesta? Así hablaban quienes eran los más religiosos del pueblo, mientras que todos los demás se gloriaban en su vergüenza. Como estaban intoxicados por el orgullo no era probable que quisieran oír el mensaje del profeta, que les pedía que se volvieran de sus malos caminos. Aun así, el que se considera justo según su propia estima es muy difícil que alguna vez acepte la justicia de Cristo. El que se jacta de que puede ver nunca pedirá que sus ojos sean abiertos. El que afirma que nació libre, y que nunca fue esclavo de nadie, es muy difícil que acepte la libertad de Cristo. El orgullo es la red con la que mejor pesca el diablo, agarrando muchos más peces que por cualquier otro medio, con la excepción de dejar las cosas para después. La destrucción de quienes son orgullosos es un hecho; pues ¿quién puede ayudar al hombre que rechaza cualquier ayuda, y cuál es la probabilidad que haya arrepentimiento de su pecado o fe en Cristo en el hombre que no sabe que ha pecado, o que cree que si ha pecado puede fácilmente limpiar la mancha?
Las dos formas de emborracharse son igualmente destructivas, y les ruego que presten atención a este hecho. Ya sea que la intoxicación sea del cuerpo o del alma, ambas tienen consecuencias muy perjudiciales. Muchos se sienten satisfechos si hablo contra la borrachera del cuerpo, y yo me siento obligado a hacerlo con mi mayor convicción, pues es un mal monstruoso. Pero les suplico a ustedes que viven en sobriedad y que tal vez se abstienen del alcohol de manera total, que teman a la otra intoxicación. Pues si cualquiera de nosotros se intoxicara de orgullo a causa de su propia sobriedad, sería trágico para nuestras almas. Aunque seamos abstemios y nos neguemos a nosotros mismos, no tenemos por qué gloriarnos por ello. Deberíamos avergonzarnos en gran manera de nosotros mismos si no lo fuéramos. No nos emborrachemos de orgullo puesto que no somos borrachos. Pues si somos tan vanos y necios, tan cierto es que moriremos a causa del orgullo como habríamos muerto a causa del alcohol.
En verdad me da mucho gusto cuando un hombre deja de tomar; pero soy mucho más feliz cuando al mismo tiempo renuncia a la confianza en sí mismo; pues, si no, puede aún permanecer tan obsesionado como para rehusar el Evangelio y perecer a causa de su propio rechazo voluntario de la misericordia. Que el Espíritu Santo nos libre a todos de esa triste condición. Confieso que la falta de éxito de Isaías me está motivando esta mañana. Cuando él dice: “Pero ellos no quisieron escuchar,” siento mucho consuelo en relación a quienes no prestan ninguna atención a mis exhortaciones. Tal vez no tengo más culpa que la que tenía Isaías.
De cualquier forma, si Isaías continuó exhortando, aun cuando exclamó: “¿Quién ha creído nuestro anuncio?” con mucha más razón yo, que soy muy inferior a Isaías, debo continuar y perseverar en la predicación del mensaje de mi Señor mientras mi lengua se mueva. Tal vez Dios les dé el arrepentimiento a los obstinados, y los oídos puedan ser abiertos y los corazones puedan ser ablandados. Por tanto, intentémoslo de nuevo, y publiquemos otra vez las buenas nuevas de paz. Si el Espíritu bendito está con nosotros no llevaremos el llamado del Evangelio en vano, sino que los hombres volarán a Cristo como palomas a sus ventanas.
Primero, deseo hablar esta mañana sobre la excelencia del Evangelio; en segundo lugar, sobre las objeciones que se le presentan; y en tercer lugar, la respuesta de Dios a esas objeciones.
I. Consideremos LA EXCELENCIA DEL EVANGELIO tal como es presentada en el pasaje que estamos considerando. Esta Escritura no alude de manera fundamental al Evangelio, sino al mensaje que Isaías tenía que presentar, que era por una parte el mandamiento de la ley y por la otra la promesa de gracia: pero la misma regla es válida para todas las palabras del Señor; y ciertamente cualquier excelencia que se encuentra en el mensaje del profeta se encuentra de manera más abundante en el testimonio más completo del Evangelio en Cristo Jesús.
Cuando queremos aplicar ese pasaje a nosotros, y al referirlo al ministerio del Evangelio en nuestros días, la excelencia del Evangelio está, primero, en su objeto; es excelente en su propósito, pues es una revelación del descanso. Nosotros, como embajadores de Cristo, somos enviados a proclamarles a ustedes aquello que les dará alivio, paz, quietud, reposo. Es cierto que debemos comenzar con ciertas verdades que causan turbación y pena; pero nuestro objetivo es cavar los cimientos en los que se pueden poner luego las piedras del descanso. El mensaje del Evangelio que surgió de la boca de su propio autor es este: “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.” En Belén los ángeles cantaban: “¡y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!”
El propósito del Evangelio no es poner ansiosos a los hombres, sino más bien calmar sus ansiedades; no es llenarlos con una controversia sin fin, sino llevarlos a toda la verdad. El Evangelio da descanso a la conciencia por el completo perdón del pecado por medio de la sangre expiatoria de Cristo. Descanso al corazón, al proporcionar un objeto para los afectos digno de su amor. Y descanso al intelecto al enseñarle certezas que pueden ser aceptadas sin ningún cuestionamiento.
Nuestro mensaje no consiste en cosas adivinadas por nuestros sentidos, ni producidas por la conciencia del hombre interior a través del estudio, ni desarrolladas por medio de la argumentación por medio de la razón humana. Nuestro mensaje trata con certezas reveladas, que son verdaderas de manera absoluta e infalible, y sobre esas certezas nuestro entendimiento puede descansar tan plenamente como un edificio descansa sobre unos cimientos de roca.
La palabra del Señor viene para dar descanso a los creyentes en relación al presente, diciéndoles que Dios ordena todas las cosas para su bien; y en cuanto al futuro, ilumina todo tiempo venidero y también la eternidad con promesas. Remueve la piedra de la entrada del sepulcro, aniquila la destrucción, y revela resurrección, inmortalidad, y vida eterna por medio de Jesucristo, el Salvador. El hombre que oye el mensaje del Evangelio, y lo recibe en su alma, conocerá la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, que guardará su corazón y su mente por Jesucristo. El que cree este Evangelio, no será conmovido por el terror; no será ni avergonzado ni confundido por toda la eternidad. Es cierto que ya siendo un creyente, su mente puede ser turbada a veces; sin embargo, esto no es el resultado del Evangelio, sino de lo que hay todavía dentro de él y que el Evangelio promete eliminar.
Tendrá descanso en Cristo, tendrá “tranquilidad y seguridad para siempre.” Está escrito: “¡Y éste será la paz!” “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” Este mensaje, que Isaías tenía que dar, diciendo: “Este es el reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso,” son la buenas noticias que se nos dice que debemos predicar con palabras más sencillas aún, diciéndoles a ustedes que en Cristo Jesús, el sacrificio de expiación, en el grandioso plan de gracia a través del Mediador, hay descanso para el cansado, dulce descanso para las almas que tienen un peso encima, descanso para ti si vienes y te arrojas a los pies del bendito Salvador. Nuestro mensaje autorizado de parte del Señor Dios es una revelación de descanso. El Señor ha prometido a las mentes obedientes que habitarán en tranquilos lugares de descanso.
Más que eso, es la causa del descanso. “Este es el reposo; dad reposo al cansado.” El Evangelio de nuestra salvación no es solamente un mandamiento a descansar, sino que trae con él, el don del descanso. El Señor dice: “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” Cuando el Evangelio es admitido en el corazón crea una profunda calma, silenciando todo el tumulto y la lucha de la conciencia, eliminando el temor de la ira divina, aplacando toda rebelión en contra de la voluntad suprema, y trayendo al espíritu una profunda y bendita paz por medio de la energía del Espíritu Santo. Oh, que podamos conocer y poseer esta paz de Dios. El Evangelio, entonces, es un mensaje que habla de paz, y que también establece la paz. El que lo envía es: “el Señor y dador de paz,” y su poder eficaz acompaña al mensaje donde este es predicado con fidelidad y aceptado con honestidad, estableciendo la paz en las secretas cámaras del alma.
Este descanso está especialmente preparado para los cansados. “Este es el reposo; dad reposo al cansado.” Si has tratado durante muchos años de encontrar la paz sin ningún éxito, he aquí la perla de gran precio que has estado buscando; si has estado trabajando duro y esforzándote para guardar la ley pero has fracasado, aquí hay algo más que la justicia que tu conciencia ha estado anhelando. En Jesús crucificado encontrarás todas las cosas, “a quien Dios hizo para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención.”
Oh ustedes, que están cansados con su ronda de placeres mundanos, hartos, con náuseas provocadas por las vanidades y engaños de la mente carnal, vengan aquí y encuentren el verdadero gozo. Oh ustedes que están consumidos por la ambición, hundidos en el desengaño, amargados por la infidelidad de aquellos en quienes confiaron, vengan y confíen en Jesús y estén tranquilos. A todos los cansados, cansados, cansados, aquí hay descanso, aquí está el refrigerio. Jesús lo dice expresamente: “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.”
Si sus espaldas ya no pueden soportar el peso, si sus corazones están a punto de reventar, si su vista está fallando a causa de un cansado mirar y esperar, vengan al Salvador tal como son, porque Él será el descanso de ustedes. Desalentados y abatidos, condenados, y arrojados a las puertas del infierno por su propia conciencia, sin embargo si miran a Jesús el descanso será de ustedes. No pueden alejarse demasiado del Poderoso Redentor. No pueden estar tan perdidos para que el Salvador no pueda encontrarlos. No pueden estar tan ennegrecidos para que Su sangre no pueda limpiarlos. No pueden estar tan muertos para que el Espíritu no pueda darles la vida. Este es el descanso que Él da a quienes están cansados. Oh, es un bendito, bendito mensaje que Dios ha enviado a los hijos de los hombres. ¿Cómo es posible que ellos lo rechacen?
Además de traernos el descanso, el mensaje de misericordia apunta a un lugar de descanso: “Este es el reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso.” Si quien está descansado se vuelve a cansar, el Buen Pastor le dará un lugar de descanso. Si se extravía, el Señor lo restaurará. Si se debilita, Él lo revivirá. Sí, Él ha comenzado su obra de gracia que renueva, y la va a continuar renovando el corazón día a día, mezclando la voluntad con Su voluntad, y haciendo que el hombre completo se goce en Él. Sé que aquí hay miembros del pueblo de Dios que están desalentados y sedientos. Ustedes tienen una invitación especial, al igual que aquellos que nunca han venido antes, pues si este es el reposo para los cansados es también el lugar de descanso para los desalentados. Si el pecador puede venir y encontrar paz en Cristo, con mucha más razón puedes tú, que aunque te has alejado de Él como una oveja perdida, no has olvidado Sus mandamientos. Vengan, ustedes que están desalentados, vengan a Jesús otra vez, pues este es el reposo y este es el lugar de descanso.
Ahora observen con un gozo especial que Isaías no vino a este pueblo para hablar de descanso en términos que no eran claros, diciendo: “No existe ninguna duda que hay un reposo que puede ser encontrado en alguna parte en esa bondad de Dios sobre el cual es razonable hacer conjeturas.” No; él pone su dedo exactamente sobre la verdad, y dice: “Este es el reposo, y este es el lugar de descanso.” Nosotros también en este día, cuando venimos a ustedes con un mensaje de parte de Dios, venimos con una enseñanza definida, y poniendo nuestra mano sobre el Cordero de Dios inmolado exclamamos: “Este es el reposo y este es el lugar de descanso.” Hablamos de sustitución, de la muerte de Cristo en lugar del pecador, del sacrificio vicario, de que Cristo fue contado como uno de los transgresores, y de que nuestro pecado fue puesto sobre nuestra Garantía y fue llevado por Él, y Él nos quitó el pecado, de tal manera que nunca será mencionado en contra nuestra, nunca más. Proclamamos en el nombre de Dios que cualquiera que crea en Cristo Jesús tiene vida eterna: este es el reposo, y este es el lugar de descanso.
Se decía de un cierto predicador de la escuela moderna que él enseñaba que nuestro Señor Jesucristo hizo esto o lo otro que de alguna manera u otra estaba conectado con el perdón del pecado: esta es la predicación de un gran número de nuestros teólogos intelectuales. Pero nosotros no conocemos a un Cristo así, ni es esta la doctrina por la cual hemos obtenido el reposo para nuestras almas. Dios ha revelado una verdad fija y positiva, y es nuestro deber declararla de manera clara y sin tener ninguna duda. Nuestra proclamación es: “Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”: este es el reposo y este es el lugar de descanso. Isaías tenía que predicar al pueblo algo definitivo, algo positivo y sin embargo ellos no quisieron escuchar. Tal vez si hubiera profetizado conjeturas y sueños lo hubieran escuchado.
Tampoco predicó un reposo de carácter egoísta. Dicen que enseñamos a los hombres a alcanzar paz y reposo para ellos mismos, y que estén de manera confortable sin importarles lo que ocurra a los demás. Sus gargantas arrojan puras mentiras: ellos saben muy bien que no es así y forjan estas falsedades porque su corazón es falso. ¿Acaso no estamos pidiéndoles constantemente a los hombres que alcen su mirada, que dejen de verse a sí mismos y amen a los otros como Cristo los ha amado? Las palabras y los hechos para el bien de otros demuestran que no nos gozamos en el egoísmo. Detestamos la idea que la seguridad personal es la consumación de los deseos de un hombre religioso, pues creemos que la vida de gracia es la muerte del egoísmo.
Esta es una de las glorias del Evangelio, que “Este es el reposo; dad reposo al cansado.” Tan pronto como hayas aprendido el secreto divino se convertirá en tus manos en una gracia bendita con la cual, tú también, te puedes convertir en dador de reposo por la gracia de Dios. Con esta lámpara puedes iluminar a todos los que están en tinieblas conforme Dios te ayude. Ese algo secreto que tu propio corazón posee te permitirá comunicar buen consuelo a muchos corazones cansados, y esperanza a muchas mentes desesperadas. “Este es el reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso.” Pero esto es cierto únicamente en cuanto al Evangelio, y solamente en relación a él. Si te alejas de Jesucristo, y de su expiación, y del grandioso plan de gracia de Dios, no puedes llevar el reposo a los demás, y además, no hay ningún reposo para ti. Esta es, pues, la excelencia del Evangelio, que propone un bendito reposo para los hombres.
La otra excelencia del Evangelio, acerca de la cual voy a hablar ahora, reside en su manera.
En primer lugar, considero que una gran excelencia del Evangelio es que viene con autoridad. Lean el versículo nueve. Aun los que aman las objeciones reconocieron su autoridad, pues se refirieron al mensaje del profeta como “conocimiento” y “doctrina.” El Evangelio no pretende ser un esquema especulativo o una teoría filosófica que se va a adecuar a nuestro siglo pero que explotará en el siguiente. No; decimos lo que conocemos, no lo que soñamos o imaginamos. Decimos lo que sabemos. Hermanos míos, si el Evangelio de Jesucristo no es un hecho, no me atrevería a pedirles que lo crean, pero si es un hecho, entonces no es mi “opinión,” ni “mi punto de vista” según dicen algunas personas. Es un grandioso hecho del tiempo y de la eternidad que es y debe ser verdadero para siempre.
Cristo fue el sustituto de los hombres, y se ha convertido en la salvación de Dios para los hijos de los hombres; este es el testimonio de Dios. No estamos adivinando, estamos expresando conocimiento. La palabra que en este lugar es traducida como “doctrina” significa, en el hebreo “mensaje” y es la misma palabra usada en el pasaje, “¿Quién ha creído nuestro anuncio?” cuya mejor traducción sería “¿Quién ha creído nuestro mensaje?” El Evangelio viene a los hombres como un mensaje de Dios, y quien lo predica correctamente no lo predica como un pensador que expresa sus propios pensamientos; él expresa lo que ha aprendido, y actúa como la lengua de Dios, repitiendo lo que encuentra en la palabra de Dios por el poder del Espíritu de Dios.
El Evangelio que yo he ideado es tal vez inferior al que has ideado tú, y tu reflexión y la mía, y todo el producto resultante generado y acumulado por los pensadores, sería adecuado solamente para hacer una hoguera en el jardín, juntamente con el resto de la basura. Pero si recibimos y aceptamos un mensaje directo de Dios, entonces esta es su principal excelencia. Yo le pido a Dios que ustedes se deleiten en el Evangelio porque nos viene de Dios, y nos dice una verdad sin mezcla con absoluta certeza. Si creemos en él entonces seremos salvos, y el que no cree en él merece la condenación pronunciada en su contra. No hay ni esperanza ni ayuda en ello; esta es una alternativa inevitable: cree en el Evangelio y vivirás, si lo rechazas serás destruido.
Otra excelencia del Evangelio en cuanto a su manera es que fue entregado con gran sencillez. Isaías lo presentó así: “Mandato tras mandato, línea tras línea; un poquito allí, un poquito allí.” Es gloria del Evangelio que sea tan sencillo. Si fuera tan misterioso que nadie pudiera entenderlo salvo los doctores en teología (no sé cuántos haya aquí presentes hoy, supongo que no más de una docena, más o menos) qué triste caso sería para los que no lo somos. Si fuera tan profundo que debemos obtener un título en la universidad antes de poder entenderlo, cuán miserable evangelio sería ese, como para burlarse del mundo. Pero es divinamente sublime en su sencillez, y por esta razón la gente común lo escucha con alegría. Tal como el versículo parece sugerirlo, el Evangelio es adecuado para quienes han dejado de ser amamantados, y aquellos que son casi bebés pueden beber de esta leche que no es adulterada de la Palabra. Muchos niñitos han entendido lo suficiente la salvación de Jesucristo para gozarse en ella, y hay en el cielo niños de dos o tres años de edad, que antes de entrar allí, dieron buen testimonio de Cristo a sus seres queridos que se maravillaron de sus palabras. De la boca de los pequeños y de los que todavía maman has establecido la fortaleza.
El Cristianismo ha sido llamado la religión de los niños, y su fundador dijo que nadie puede recibirlo excepto como un niño. Bendigo a Dios por un Evangelio sencillo, pues es adecuado para mí, y para otros muchos miles de personas cuyas mentes no pueden presumir ni de grandeza ni de genio. También es adecuado para los hombres de intelecto, y solamente los hipócritas son los que disputan con el Evangelio. El hombre que carece de amplitud de mente o de profundidad de pensamiento, es el hombre que objeta la sabiduría de Dios. Una criatura astuta, apenas un poco superior a un idiota, cepillará su cabello hacia atrás, se pondrá sus lentes, arqueará sus cejas, y corregirá la Palabra infalible. Pero un hombre que realmente posee una mente capaz es usualmente como un niño y como Sir Isaac Newton, se goza sentándose a los pies de Jesús. Las mentes grandes aman el Evangelio sencillo de Dios, pues encuentran en él, el reposo de toda la ansiedad y del cansancio producidos por las preguntas y las dudas.
Es algo excelente que el Evangelio sea enseñado gradualmente. No es forzado de una sola vez en las mentes de los hombres, sino que viene así: “Mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí.” Dios no hace brillar su eterna luz del día en una llamarada de gloria sobre ojos débiles, sino que hay al principio un tenue amanecer y una tierna luz entra con suavidad en esos débiles ojos, y así vemos gradualmente.
El Evangelio es repetido: si no lo vemos de una vez viene de nuevo a nosotros, pues es: “Mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí.” Día a día, de domingo a domingo, libro tras libro, un texto después de otro, una impresión espiritual tras otra impresión espiritual, la ternura divina nos hace sabios para salvación. Es grandiosa la excelencia del método del Evangelio.
Nos es traído y somos hechos capaces de comprender de manera que se adapta a nuestra capacidad. El Evangelio nos es explicado, por decirlo así, con labios balbucientes (vean el versículo 11) tal como las madres enseñan a sus hijitos en un lenguaje que les es propio. A mí no me gustaría hablar desde el púlpito como las madres hablan a sus bebés; sin embargo, ellas usan el mejor lenguaje para el bebé, las palabras precisas que un pequeñito puede entender. Vemos, en gran parte de la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, cómo Dios condesciende a hacer a un lado su propia forma de hablar y adopta el lenguaje de los hombres. No sé con qué lenguaje el Padre conversa con Su Hijo, pero a nosotros nos habla de manera que podamos entender. “Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos.” Pero Él se inclina hacia nosotros y nos explica su mente con tipos y ordenanzas, que son una especie de lenguaje infantil adaptado a nuestra capacidad. En el Evangelio de Juan encontramos un lenguaje infantil y ¡cuánta profundidad, cuánto amor! Querido lector o persona que me escuchas, si tú no entiendes la palabra de Dios no es porque Él no presente Su palabra de manera sencilla, sino a causa de la ceguera tu corazón y la condición obsesiva de tu espíritu. Ten cuidado de no emborracharte con el vino del orgullo, sino que trata de aprender, pues el propio Dios no ha oscurecido Su consejo con misteriosas palabras, sino que ha puesto Su mente ante ti tan claramente como el sol en los cielos. “Mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí.”
II. Lamentablemente mi tiempo se ha terminado y necesito mucho más espacio para poder hacer justicia a mi tema. En segundo lugar, tengo que referirme ahora a LAS OBJECIONES QUE SE LE PRESENTAN AL EVANGELIO.
Antes que nada déjenme decirles que no tienen absolutamente ningún sentido. Que los hombres pongan objeciones al Evangelio es una pieza de locura sin sentido, porque objetan aquello que les promete reposo. Sobre todas las cosas del mundo esto es lo que nuestros atribulados espíritus necesitan: el reposo es lo que más desea nuestro corazón: y el Evangelio viene y dice: “Yo os haré descansar.” ¿Y los hombres rechazan esa bendición? ¡Definitivamente esto es lamentable! ¡Cómo! ¿Estando enfermo tú insultaste al único médico que te podía curar? ¿Cómo pudiste ser tan insensato? Estabas endeudado y ¿efectivamente rechazaste la ayuda de un amigo generoso que te hubiera dado todo lo que necesitabas? “No,” respondes, “no somos tan insensatos.” Pero oh, la intensa insensatez, la desesperada locura de los hombres, que cuando el Evangelio coloca el reposo ante ellos no quieren escuchar, sino que dan la media vuelta y se van.
No hay ningún sistema de doctrina bajo el cielo que pueda dar descanso a la conciencia de los hombres, un descanso que vale la pena tener, excepto el Evangelio. Y hay miles de nosotros que damos testimonio que vivimos diariamente gozando la paz que viene al creer en Jesús, y sin embargo nuestro honesto reporte no es creído, más aún, no quieren oír la verdad. Ahora bien, si Dios viniera y exigiera algo de ti, podría entender tu rechazo. Me he enterado de una pobre mujer que cerraba con llave su puerta, y cuando escuchó que alguien tocaba no respondió, comportándose como si no estuviera en casa. Su ministro la vio un par de días después que la había visitado, y le dijo: “Pasé a visitarte el otro día; quería ayudarte, pues sé que eres muy pobre; pero nadie respondió cuando toqué.” “Oh,” dijo ella, “lo siento mucho, yo pensé que era mi casero que venía por la renta.” Ella no abrió a su benefactor pensando que era su acreedor. El Señor no está pidiendo en el Evangelio lo que se le debe, ni te está pidiendo nada a ti, sino que se acerca a ti con el perfecto reposo en su mano, exactamente lo que necesitas, y sin embargo tú cierras la puerta de tu corazón cuando Él llega. Oh no hagas eso. Sé sabio, y no le hagas más al insensato. Que Dios te ayude a ser sabio por tu propio bien eterno. Has pasar adelante a tu Dios con todos sus dones celestiales.
A continuación, las objeciones en contra del Evangelio son premeditadas, tal como se dice aquí: “Este es el lugar de descanso. Pero ellos no quisieron escuchar.” Cuando los hombres dicen que no pueden creer en el Evangelio, pregúntenles si quieren oírlo con paciencia en toda su sencillez. No, responden ellos, no quieren oírlo. El Evangelio es tan difícil de creer, afirman ellos. ¿Quieren venir a escuchar su predicación completa? ¿Quieren leer los evangelios cuidadosamente? Oh, no, no se pueden tomar esa molestia. Si así lo desean, que así sea. Pero un hombre que no quiere ser convencido, no debe culpar a nadie si permanece en el error. Aquel que no quiere oír lo que el Evangelio tiene que decir no debe sorprenderse que las objeciones se aglomeren en su mente. El Evangelio pide a los hombres que le presten atención; el Señor dice: “Inclinad vuestros oídos y venid a mí; escuchad, y vivirá vuestra alma,” pues “la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo;” cuán triste es que no quieran oír el mensaje de amor de Dios. Es una objeción premeditada al Evangelio, entonces, cuando los hombre rehúsan incluso oír lo que el Evangelio tiene que decir, o si lo oyen con el oído externo, no le prestan toda la atención que requieren sus verdades.
Tales objeciones son perversas, porque son rebelión contra Dios, y un insulto a su verdad y su misericordia. Si este Evangelio es de Dios, estoy obligado a recibirlo: no tengo ningún derecho a buscarle objeciones ni hacer preguntas filosóficas ni de otro tipo. Me corresponde decir: “¿Dios dice esto y eso? Entonces es verdad y yo me someto.” ¿El Señor pone así ante mí un camino de salvación? Correré con gozo en él.
Pero este pueblo presentaba objeciones que eran el resultado de su orgullo. Ellos objetaban la sencillez de la predicación de Isaías. Decían: “¿Quién es él? No lo deberían escuchar: nos habla como si fuésemos niños. Más bien vayan a escuchar a aquel Rabí que es un estudioso y por consiguiente es refinado y culto. En cuanto a este hombre, no está capacitado para enseñar a nadie excepto a los que acaban de ser destetados y ya no se les da el pecho; pues con él nada más oímos: “mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí.” El profeta es tan rastrero que sus sermones pueden ser adecuados sólo para las sirvientas y para las ancianas, y gente así, pero definitivamente no son para los intelectuales. Además, repite lo mismo siempre. Puedes ir cuando quieras y estará tocando siempre la misma cuerda de su instrumento musical.” Dicen esto casi con salvajismo, pues como el viejo Trapp dice: “Mientras más embotado esté el cerebro más afilados estarán los dientes para destrozar al predicador.”
¿Acaso no han escuchado que muchas personas afirman en estos días en relación al predicador del Evangelio verdadero, que siempre está predicando acerca de la gracia soberana o acerca de la sangre de Cristo, o exclamando a todo pulmón: “Cree, cree y serás salvo”? Ellos se burlan diciendo: “Es la misma cantinela de siempre.” Yo no soy un experto en el hebreo, pero los estudiosos expertos en esa lengua nos dicen que el pasaje traducido “mandato tras mandato, línea tras línea,” era para ridiculizar al profeta, y sonaba como una burla rimada con la que se burlaban de Isaías. Ustedes se reirían si yo les leyera el pasaje en el hebreo original de acuerdo al sonido con que, muy probablemente, era pronunciado. Ellos decían: “Isaías predica así: ‘Tzav latzav, tzav latzav; kav lacar, kav lacar: zeeir sham, zeeir sham.’ ” Las palabras tenían toda la intención de caricaturizar al predicador, aunque no sugieren esa idea cuando son traducidas como: “mandato tras mandato, línea tras línea, línea tras línea.” Pero en el hebreo si tienen ese significado claro.
Hay personas en estos tiempos que, cuando se predica el Evangelio de manera sencilla y clara, exclaman: “Queremos un pensamiento progresivo, queremos …” la verdad es que no saben lo que quieren. Se parecen a aquella congregación cuyos miembros, cuando escuchaban la predicación de un cierto Obispo de Londres, no le prestaban la menor atención. Entonces el buen hombre tomó su Biblia escrita en hebreo y les leyó cinco o seis versículos en hebreo, y de inmediato todos estaban atentos. Entonces, él les llamó la atención diciéndoles: “Verdaderamente, percibo que cuando les predico doctrina sana a ustedes no les importa, pero cuando leo algo en un idioma que ustedes no entienden, de inmediato abren sus oídos.” La pretensión de poseer un refinamiento especial se sustenta escuchando una conversación que es incomprensible.
Demasiadas personas quisieran tener un mapa para ir al cielo que fuera diseñado de manera tan misteriosa que les sirviera de excusa para no guiarse por él. Multitudes se deleitan con las oraciones en latín, mientras que otros prefieren no orar en ninguna lengua sino solamente emitir ruidos nasales. Hay miles y miles de personas que prefieren música y espectáculo, procesiones y pompas ya que prefieren un gozo sensual por sobre la instrucción espiritual. Conocemos a ciertas personas que prefieren un Evangelio empañado; les encanta que la sabiduría humana encierre a la sabiduría de Dios. Este era el tipo de objeción que prevalecía en los días de Isaías y todavía está de moda. ¿Acaso no escuché a alguien que decía: “¿Por qué tú mismo no predicas nada que no sea la fe, la expiación, la gracia inmerecida, y cosas parecidas? Necesitamos novedades y las buscaremos en otra parte.” Pueden hacerlo si así lo prefieren; yo no voy a cambiar mi nota en tanto Dios me preserve.
III. El tercer punto será una advertencia a quienes no tienen ningún gusto por la verdad de Dios: consideremos LA RESPUESTA DIVINA PARA ESTAS PERSONAS QUE OBJETAN. El Señor los amenaza, primero, con la pérdida de aquello que despreciaron. Él les ha enviado un mensaje de descanso y ellos no quieren recibirlo, y por lo tanto, en el versículo veinte, les advierte que a partir de ese momento, no tendrán reposo: “La cama es demasiado corta para estirarse sobre ella, y la manta es demasiado estrecha para envolverse en ella.” Todos aquellos que obstinadamente rechazan el Evangelio, y siguen filosofías y especulaciones, serán premiados con el descontento interno. Pregúntales: “¿Han encontrado el reposo!” “Oh, no,” dicen ellos, “estamos más lejos de él que nunca.” “Pero ustedes esperaban que prestando atención a esta doctrina filosófica ustedes serían felices.” Ellos responden: “Oh, no, todavía estamos buscando.” Pregunten a los predicadores de ese tipo de doctrinas si ellos mismos han encontrado un ancla, y como regla responderán: “No, no, estamos buscando la verdad; estamos cazándola, pero todavía no la hemos alcanzado.” Con toda probabilidad nunca van a alcanzarla, pues van por el camino equivocado.
El Evangelio está destinado a dar reposo a la conciencia, al alma, al corazón, a la voluntad, a la memoria, a la esperanza, al temor, sí, al hombre entero, pero cuando los hombres se ríen de una fe única, ¿cómo pueden alcanzar el reposo? Querido amigo, si no has encontrado el descanso no has captado el Evangelio entero; y debes ir otra vez al principio fundamental de la fe en Jesús, pues este es el reposo y este es el lugar de descanso. Esta es la condenación del incrédulo, que nunca va a encontrar un lugar permanente, sino que como el judío errante vagará por siempre. Si abandonas la cruz habrás abandonado el eje de todas las cosas y habrás descuidado la piedra de toque y el fundamento firme, y por lo tanto serás como cualquier objeto que rueda con el viento. “¡No hay paz para los malos!”, dice mi Dios. “Los impíos son como el mar agitado que no puede estar quieto y cuyas aguas arrojan cieno y lodo.” Más aún, el Señor los amenaza y les dice que serán castigados con endurecimiento gradual del corazón. Lean el versículo trece. Ellos decían que el mensaje de Isaías era “mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí,” y la justicia les responde: “Por lo cual, la palabra de Jehovah para ellos será: ‘Mandato tras mandato, mandato tras mandato; línea tras línea, línea tras línea; un poquito allí, un poquito allí; para que vayan y caigan de espaldas y sean quebrantados, atrapados y apresados.” Vean el versículo trece. Una caída de espaldas es la peor de todas. Si un hombre cae de bruces puede de alguna manera protegerse y levantarse de nuevo, pero si cae de espaldas, cae con todo su peso, y se encuentra desprotegido. Los que tropiezan por causa de Cristo, la piedra que es un seguro fundamento, serán quebrantados.
Cuando aquellos que se oponen esperan recuperar su posición, se encuentran atrapados por sus hábitos, enredados en la red del gran cazador, y tomados por el destructor. Esta vertiginosa carrera hacia abajo es experimentada a menudo por quienes comienzan objetando el Evangelio sencillo: objetan más y más y luego se convierten en abiertos enemigos, para su ruina eterna. Si los hombres no quieren aceptar el Evangelio del reposo tal como el Señor lo ha diseñado, Él no va a adaptarlo a sus gustos, sino que va a permitir que ejerza su inevitable influencia sobre quienes se oponen, convirtiéndose en olor de muerte para muerte. Si les disgusta hoy, les disgustará más mañana; si rechazan su energía hoy, lo rechazarán más obstinadamente conforme pase el tiempo, y su poder no se manifestará para iluminar o consolar o dar forma a sus corazones.
Esto es algo terrible; y lo que es peor, si acaso puede serlo, es que a esto seguirá una creciente incapacidad de entender: “¡Ciertamente, con balbuceo de labios y en otro idioma hablará Dios a este pueblo!” Puesto que no quieren escuchar una predicación sencilla, Dios hará que la sencillez misma parezca balbuceo de labios para ellos. Los hombres que no pueden tolerar un lenguaje sencillo, se volverán al fin incapaces de entenderlo. Ustedes saben, mi hermanos, cuánta gente hay hoy, incapaz de entender al Salvador. El Salvador dijo: “Esto es mi cuerpo”: y de inmediato ello concluyen que un pedazo de pan es transformado en el cuerpo de Cristo. El Salvador manda a los creyentes que sean bautizados en su muerte, y de inmediato ellos proclaman que el agua del bautismo regenera a los niños. No quieren entender eso que es tan claro como el sol. Toman literalmente las ilustraciones de nuestro Señor, y cuando Él habla literalmente ellos se imaginan que está usando una metáfora. Si los hombres no quieren entender no entenderán. Un hombre podría cerrar sus ojos durante tanto tiempo que luego ya no podría abrirlos. En la India hay muchos devotos que mantienen sus brazos en alto por tanto tiempo que ya no pueden bajarlos nunca más. Tengan cuidado para que no venga sobre ustedes, que rechazan el Evangelio, una total imbecilidad de corazón.
Si acusan a la palabra de Dios de ser cosa de niños ustedes se volverán aniñados, tal como les ha sucedido a muchos grandes filósofos de nuestro tiempo; si ustedes afirman que es simple y la rechazan por causa de su sencillez, ustedes mismos se convertirán en unos tontos; si ustedes dicen que está muy por debajo de ustedes sucederá que ustedes estarán debajo de ella y ella los triturará y los convertirá en polvo.
Finalmente, va esta advertencia para quienes objetan el Evangelio, diciendo que independientemente del refugio que elijan ellos, les va a fallar por completo. Así dice el Señor: “Pondré el derecho por cordel y la justicia por plomada. El granizo barrerá el refugio del engaño, y las agua inundarán su escondrijo.” Se desploman las grandes piedras del granizo que destrozan todo; caen las amenazas de la palabra de Dios haciendo pedazos todas las falsas esperanzas aduladoras de los impíos. Entonces viene la ira activa de Dios como una inundación irresistible que barre con todo aquello en lo que se apoyaba el pecador, y él, en su obstinada incredulidad, es arrastrado como por una inundación, hacia esa total destrucción, esa miseria eterna, que Dios ha declarado que será la porción de quienes rechazan a Jesucristo vivo. ¡Tengan mucho cuidado, ustedes que desprecian! ¡El tiempo dirá la verdad!
Me he esforzado al máximo en esta ocasión para presentar ante ustedes, en lenguaje sencillo, la impiedad escondida en el rechazo del Evangelio del reposo. Que el Espíritu de Dios nos conceda que cualquier persona que lee este mensaje y que hasta este momento ha sido indiferente a ese Evangelio lo acepte de inmediato. Corazón cansado, pruébalo; espíritu abatido, pruébalo; prueba lo que puede hacer la fe en Jesús.
Ven y confía en Jesús, y comprueba que trae paz a tu alma. Si Jesús te falla avísame, pues no lo voy a ensalzar más si no cumple Sus promesas. Él nunca puede desechar ni abandonar a un corazón creyente. Oh, si puede haber dulce paz, y calma, y una esperanza gozosa, y alegría, y fuerza, y vida por medio de la fe como la de un niño en el testimonio de Dios concerniente a su querido Hijo, ruego a Dios que obtengan ese tesoro de inmediato. Si tienen alguna objeción en contra del predicador que ahora les dirige la palabra, rueguen a Dios para que predique mejor; y si ya lo han hecho y todavía les disgusta, vayan y escuchen a otro predicador contra quien no tengan objeciones personales, pues para mí sería un motivo de aflicción ser una interferencia en el camino de cualquier corazón ansioso. Me temo sin embargo que tú estás siendo alumbrado por tu propia luz. Oh hombre, actúa como un hombre y oye el Evangelio con sinceridad. ¡Oh justicia propia! ¿te destruirás a ti misma? ¡Oh orgullo! Bájate de esa nube. ¡Oh borrachera! Abandona la copa. ¡Oh pecador endurecido! Que Dios te ayude a dejar tu pecado. Ven y confía hoy en Jesucristo. Que Dios te permita hacerlo por su Espíritu Santo, en nombre de Cristo. Amén.

Spurgeon, C. H., & Román, A. (2008). Sermones de Carlos H. Spurgeon. Logos Research Systems, Inc.

El pecado que mora en nosotros | Charles Spurgeon

El pecado que mora en nosotros

Charles Spurgeon

De la revista “The Sword & Trowel” 2020 No. 2

“Entonces respondió Job a Jehová, y dijo: He aquí que yo soy vil” (Job 40:3-4)

Sin duda, si algún hombre tenía el derecho de decir, “yo no soy vil”, era Job; pues según el testimonio del propio Dios, él era un “hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. Sin embargo, este eminente santo, cuando recibió suficiente luz, debido a su cercanía con Dios, para darse cuenta de su propia situación, exclamó: “He aquí que yo soy vil”.

La Santa Escritura enseña la doctrina de que cuando un hombre es salvo por la gracia divina, no es completamente purificado de la corrupción de su corazón. Cuando nosotros creemos en Jesucristo, todos nuestros pecados son perdonados; sin embargo, el poder del pecado no cesa, sino que permanece en nosotros, y es así hasta el día en que muramos, aunque la nueva naturaleza que Dios imparte en nuestras almas lo debilita y lo mantiene dominado.

Todos los ortodoxos sostienen la doctrina de que los deseos de la carne y la maldad de la naturaleza carnal todavía habitan en la persona regenerada. Ahora bien, yo sostengo que en cada cristiano existen dos naturalezas. Hay una naturaleza que no puede pecar, porque es nacida de Dios: una naturaleza espiritual, que viene directamente del Cielo, tan pura y tan perfecta como el propio Dios, quien es su autor. Y existe también en el hombre esa antigua naturaleza que, por la caída de Adán, se ha vuelto completamente vil, corrupta, pecadora y diabólica.

En el corazón del cristiano todavía permanece una naturaleza que no puede hacer lo que es correcto, tal como no podía antes de la regeneración, y que es tan malévola como lo era antes del nuevo nacimiento: tan pecadora, tan completamente hostil a las leyes de Dios, como siempre lo fue. Una naturaleza que, como lo dije antes, es restringida y sujetada en una gran medida por la nueva naturaleza, pero que no es eliminada y nunca lo será hasta que este tabernáculo de nuestra carne sea derribado, y nos elevemos a aquella tierra en la que nunca entrará nada que contamine.

Los justos aún tienen una naturaleza malvada
Job dijo: “He aquí que yo soy vil”, pero no siempre lo supo, pues a lo largo de toda la larga controversia, él se había declarado justo y recto. Él había dicho: “Mi justicia tengo asida, y no la cederé”.

Pero, ¿qué pasó cuando Dios vino a razonar con él?, tan pronto como escuchó la voz de Dios en el torbellino, y oyó la pregunta: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” de inmediato puso su dedo sobre sus labios, y no respondió nada más a Dios, sino que dijo simplemente: “He aquí que yo soy vil”.

Posiblemente algunas personas podrían decir que Job era la excepción a la regla, y que otros santos no tenían en ellos tal motivo para una humillación. Pero nosotros les recordamos a David, y les sugerimos que lean el salmo penitencial cincuenta y uno, donde David declara que fue formado en iniquidad y que en pecado lo concibió su madre. Confesaba que había pecado en su corazón, y le pedía a Dios que creara en él un corazón limpio y que renovara un espíritu recto dentro de él. En muchos otros lugares en los Salmos, David continuamente reconoce y confiesa que no está completamente libre de pecado; que la víbora malvada todavía se enrolla alrededor de su corazón.

Considera también a Isaías, por favor. Allí le tienes, en una de sus visones, diciendo que era un hombre inmundo de labios, y habitando en medio de un pueblo que tenía labios inmundos.

Pero más específicamente, bajo la dispensación del Evangelio, tienes a Pablo, en ese memorable séptimo capítulo de Romanos, declarando que él veía otra ley en sus miembros, que se rebelaba contra la ley de su mente, y que lo llevaba cautivo a la “ley del pecado”. Sí, oímos esa notable confesión de deseo combativo e intensa agonía. “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”.

¿Creen ustedes que resultarán ser mejores santos que Job?

  ¿Se imaginan que la confesión que era apropiada para la boca de David es demasiado ruin para ustedes? ¿Son ustedes tan orgullosos que no podrían exclamar con Isaías, yo también “soy hombre inmundo de labios”? O más bien, ¿ha crecido tanto su orgullo, que se atreven a exaltarse a ustedes mismos por encima del laborioso Apóstol Pablo, y creen que, en ustedes, es decir, en su carne, habita alguna cosa buena? 

      Si se consideran perfectamente puros de pecado, oigan la palabra de Dios: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. Si decimos que no tenemos pecado, le hacemos a Dios mentiroso. Pero realmente no necesito demostrar esto, amados, porque estoy seguro que todos ustedes, que saben, aunque sea un poco, acerca de la experiencia de un hijo vivo de Dios, han descubierto que, en sus mejores y más felices momentos, el pecado todavía habita en ustedes, y que cuando quieren servir a su Dios de la mejor manera, el pecado frecuentemente obra en ustedes con muchísima más furia.

Observen la facilidad con la que son llevados por sorpresa al pecado. Se levantan por la mañana, y se dedican mediante una ferviente oración a Dios, pensando en el día tan feliz que tienen por delante. Apenas han terminado de decir su oración, cuando algo viene a contrariar su espíritu y sus buenas resoluciones son arrojadas a los cuatro vientos, y dicen: “este día, que pensé que iba a ser muy feliz, ha sufrido un terrible revés, no puedo vivir para Dios como quisiera”. Tal vez han pensado: “subiré al piso de arriba y le voy a pedir a mi Dios que me guarde”. Bien, en general ustedes han sido guardados por el poder de Dios, pero repentinamente viene algo, el mal carácter de pronto les ha sorprendido, su corazón fue tomado por sorpresa, cuando no esperaban un ataque.

  1. El poder obstructor del pecado que mora en nosotros
    ¿Qué hace el pecado que aún mora en nuestros corazones? Respondo que, primeramente, la experiencia les dirá que este pecado ejerce el poder de reprimir toda cosa buena. Ustedes han sentido que cuando quieren hacer el bien, el mal ha estado presente en ustedes. Como una carroza que podría deslizarse velozmente cuesta abajo, pero que le han puesto un obstáculo en sus llantas.

O como el pájaro que quisiera remontarse al cielo, ustedes han descubierto que sus pecados son como los barrotes de una jaula que les impide elevarse hacia el Altísimo. Ustedes han doblado su rodilla en oración, pero la maldad ha distraído sus pensamientos. Han intentado cantar, pero han sentido que “los hosannas se languidecen en sus lenguas”. Alguna insinuación de Satanás ha encendido el fuego, como una chispa en la yesca, y casi ha ahogado su alma con su abominable humo. Ustedes quisieran desempeñar sus santos deberes con toda prontitud. Pero el pecado que tan fácilmente los cerca, enreda sus pies, y cuando se están acercando a la meta, los hace tropezar y caen, para la deshonra y dolor de ustedes.

  1. El poder atacante del pecado que mora en nosotros
    Pero, en segundo lugar, ese pecado que habita en nosotros hace algo más que eso: no solo nos impide seguir adelante, sino que incluso a veces nos ataca. No es solamente que yo lucho con el pecado que aún habita en mí, sino que ese pecado algunas veces me embiste. Ustedes notarán que el Apóstol dice: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”. Ahora, esto comprueba que él no estaba atacando a su pecado, sino que ese pecado lo estaba atacando a él.

Mi corazón sigue siendo tan malo cuando ningún mal emana de él, como cuando lo único que sus acciones producen son cosas viles. Un volcán es siempre un volcán, aun cuando dormita, no confíe en él. Un león es un león, aunque juegue como un cachorro y una serpiente es una serpiente, aun cuando la puedas tocar por un momento mientras dormita. Todavía hay veneno en ella cuando sus escamas azules nos atraen.

La nueva naturaleza siempre debe luchar y pelear conta la vieja naturaleza, incluso cuando no están luchando ni peleando no hay tregua entre ellas.

  Cuando la nueva naturaleza y la vieja naturaleza no están en conflicto, siguen siendo enemigas. No debemos confiar en nuestro corazón en ningún momento, e incluso cuando dice cosas hermosas, debemos llamarlo mentiroso. 

Cuando pretenda ser de lo mejor, de todas formas, debemos recordar que su naturaleza es continuamente mala. No voy a mencionar detalladamente las acciones del pecado que habita en nosotros, pero es suficiente hacerles recordar algo de su propia experiencia, para que vean que es acorde a la experiencia de los hijos de Dios, porque ustedes pueden ser tan perfectos como Job y, sin embargo, tendrán que decir: “He aquí que yo soy vil”.

  1. El peligro del pecado que mora en nosotros
    Después de mencionar las acciones del pecado que habita en nosotros, permítanme citar, en tercer lugar, el peligro que corremos debido a esos malvados corazones. Son pocas las personas que piensan qué cosa tan solemne es ser cristiano.

Un peligro al que estamos expuestos debido al pecado que habita en nosotros surge del hecho que el pecado está en nosotros y, por lo tanto, tiene un gran poder sobre nosotros.

Si un capitán controla una ciudad, puede protegerla por mucho tiempo de los constantes ataques de los enemigos que están fuera. Pero si hubiera un traidor dentro de sus puertas; si hubiera alguien que está a cargo de las llaves, y que puede abrir cada puerta y dejar entrar al enemigo el arduo trabajo del comandante tiene que duplicarse, porque no solo tiene que vigilar los enemigos que están fuera, sino de los enemigos que están dentro también. Y aquí radica el peligro del cristiano. Yo podría pelear con el maligno. Yo podría vencer cada pecado que me tentara, si no fuera porque tengo un enemigo dentro.

Como dice Bunyan en su libro “La Guerra Santa”, el enemigo trató de introducir algunos de sus amigos dentro de la Ciudad del Alma Humana, y descubrió que sus compatriotas dentro de las murallas le hacían mucho más bien que todos los que estaban fuera. Lo que más deben temer es la traición de su propio corazón. Y, además, cristianos, recuerden cuántos aliados tiene su naturaleza malvada.

La vida de gracia encuentra pocos aliados “bajo el Cielo”, pero el pecado original tiene aliados por todos lados.

  Mira al infierno allá abajo y los encontrarán allí, demonios listos para soltar los perros del infierno contra su alma. Mira al mundo y ve “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”. Mira a su alrededor y ve todo tipo de hombres buscando, si es posible, sacar al cristiano de su estabilidad. Mira a la iglesia y encuentra toda clase de falsas doctrinas listas a inflamar la concupiscencia, y descarriar al alma de la sinceridad de su fe. 

    La vieja naturaleza es tan fuerte en su vejez como lo era en la juventud. Es tan capaz de hacernos desviar cuando nuestra cabeza está cubierta de canas, como lo hacía en nuestra juventud.

Hemos oído decir que crecer en la gracia hará nuestras corrupciones menos poderosas, pero yo he visto a muchos santos ancianos de Dios y les he hecho la pregunta, y ellos han respondido: “No”. Sus deseos han sido esencialmente tan fuertes aún después de muchos años en el servicio de su Señor, como lo eran al principio, aunque más sometidos por el nuevo principio que existe dentro de ellos.

Pese a todas las victorias anteriores y todos los montones y montones de pecados que haya eliminado, sería dominado si la misericordia todopoderosa no me preservara. ¡Cristiano! ¡Ten cuidado del peligro! No hay ningún hombre en combate con tanto peligro de recibir un tiro, como lo están ustedes por su propio pecado. Ustedes cargan en su alma a un traidor infame, aun cuando les hable bellamente no deben confiar en él. Ustedes tienen en su corazón un volcán dormido, pero es un volcán con una fuerza tan terrible que todavía puede sacudir toda su naturaleza. Y a menos que sean cautelosos y sean guardados por el poder de Dios, tienen un corazón que los puede conducir a cometer los pecados más diabólicos y los crímenes más infames. ¡Tengan cuidado, tengan cuidado, cristianos!

  1. Descubrir el pecado que mora en nosotros
    Y ahora llego al cuarto punto que es el descubrimiento de nuestra corrupción. Job dijo: “He aquí que yo soy vil”. Esa expresión “he aquí” implica que él estaba asombrado. El descubrimiento fue inesperado. El pueblo de Dios para por momentos determinados en los que aprenden por experiencia que son viles. Escucharon al ministro cuando afirmaba el poder de la lujuria innata, pero tal vez sacudieron la cabeza y dijeron: “yo nunca haría tal cosa”, pero después de poco tiempo descubrieron, por alguna luz celestial más clara, que después de todo, ello era verdad.

Job no había tenido nunca un descubrimiento de Dios como el que tuvo en este momento. No es tanto cuando estamos abatidos, o cuando nos falta fe, que conocemos nuestra vileza, aunque descubramos algo de ella en ese momento, sino cuando por la gracia de Dios somos ayudados a subir la montaña, cuando nos acercamos a Dios, y cuando Dios se nos revela a nosotros, que sentimos que no somos puros ante sus ojos. Percibimos algunos destellos de su elevada majestad. Vemos el brillo de sus vestiduras, “oscuras, con luz insufrible”. Después de haber sido deslumbrados por esa visión, viene una caída; “He aquí”, dice el creyente: “Soy vil. Nunca lo habría sabido si no hubiera visto a Dios”.

Sin duda muchos de ustedes todavía pensarán que lo que digo concerniente a su naturaleza maligna no es cierto, y tal vez puedan creer que la gracia ha despedazado su naturaleza malvada. Pero entonces si suponen eso, saben muy poco acerca de la vida espiritual. No pasará mucho tiempo antes de que se den cuenta que el viejo Adán es tan fuerte en ustedes como siempre; hasta el día de su muerte se mantendrá una guerra en su corazón, en la cual la gracia prevalecerá, pero no sin suspiros y gemidos y agonías y luchas y una muerte diaria. Esta es la manera en la que Dios nos muestra nuestra vileza.

  1. La batalla contra el pecado que mora en nosotros
    En quinto lugar, si todo esto es cierto, ¿cuáles son nuestros deberes? Permítanme hablarles solemnemente a quienes son herederos de la vida eterna, deseando como su hermano en Cristo Jesús, urgirles a algunos deberes que son sumamente necesarios. En primer lugar, si todavía hay una naturaleza maligna en ustedes, cuán equivocado sería suponer que ya ha hecho todo su trabajo.

Hay algo de lo cual yo tengo mucha razón de quejarme de algunos de ustedes. Antes de su bautismo eran extremadamente fervientes. Siempre asistían a los medios de la gracia y siempre los veía por aquí. Pero hay algunos, algunos aquí presentes ahora, que apenas pasaron ese Rubicón, comenzaron a partir de ese momento a disminuir en celo, pensando que la obra estaba hecha.

Les digo solemnemente que sé que hay algunos que eran personas de oración, cuidadosas, devotas, viviendo muy cerca de su Dios, hasta que se unieron a la iglesia. Pero desde ese momento en adelante, ustedes han decaído paulatinamente. Ahora realmente me parece que existe la duda de si esas personas son cristianas. Les digo que tengo serias dudas acerca de la sinceridad de algunos de ustedes.

Si yo veo que un hombre se vuelve menos ferviente después del bautismo, pienso que no tenía ningún derecho de ser bautizado; pues si hubiera tenido un sentido adecuado del valor de esa ordenanza, y se hubiera sido dedicado adecuadamente a Dios, no habría vuelto a los caminos del mundo. Me siento muy dolido, cuando veo a uno o a dos individuos que una vez caminaron muy consistentemente con nosotros, pero que ahora comienzan a alejarse.

No encuentro ninguna falla en la gran mayoría de ustedes en lo concerniente a su firme adherencia a la Palabra de Dios. Bendigo a Dios, porque han sido sostenidos firme y sólidamente por Dios. No los he visto ausentes de la casa de oración, ni creo que su celo haya decaído. Pero hay unos pocos que han sido tentados por el mundo y descarriados por Satanás, o que, por algún cambio en sus circunstancias, o por tener que alejarse alguna distancia, se han vuelto fríos y ya no son diligentes en la obra del Señor.

Mis queridos amigos, si conocieran la vileza de su corazón, verían la necesidad de ser tan fervientes ahora como una vez lo fueron.

 ¡Oh!, si cuando fueron convertidos su vieja naturaleza hubiera sido cortada, no habría necesidad estar alerta ahora. Si todos sus deseos hubieran desaparecido completamente, y toda la fuerza de la corrupción estuviera muerta en ustedes, no habría necesidad de la perseverancia, pero es precisamente porque tienen corazones malvados que los exhorto a que sean tan diligentes como lo fueron alguna vez, que acudan al don de Dios que está en ustedes, y que se cuiden tanto como lo hicieron alguna vez.

No se imaginen que la batalla terminó; esta solamente ha sido la primera señal de la trompeta convocando a la guerra. Ese llamado ha cesado, y piensan que la batalla ya pasó. Les digo que la pelea apenas acaba de comenzar. Las huestes apenas están avanzando, y ustedes se acaban de poner su atuendo de guerra. Tienen muchos conflictos por venir. Sean diligentes, de lo contrario ese su primer amor se extinguirá y saldrán de nosotros, probando que no eran de nosotros.

Tengan cuidado, mis queridos amigos, de no resbalar, es lo más fácil del mundo, y sin embargo es la cosa más peligrosa del mundo. Tengan mucho cuidado de no abandonar su primer celo; eviten enfriarse en el menor grado. Ustedes fueron una vez ardientes y diligentes, sigan siendo ardientes y diligentes, y dejen que el fuego que una vez ardió dentro de ustedes, todavía los anime. Sean todavía hombres de poder y vigor, hombres que sirven a su Dios con diligencia y celo.

Nuevamente, si su naturaleza maligna todavía está dentro de ustedes, ¡cuán alertas deben estar! El diablo nunca duerme; su naturaleza malvada nunca duerme, usted nunca debería dormir. “Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad”. Estas son las palabras de Jesucristo, y no hay nada que se necesite repetir como esa palabra “velad”. No hay nada mejor que podamos hacer sino velar.

Tienen corrupción en su corazón: vigilen la primera chispa, para que no incendie su alma. “No durmamos como los demás”. Pueden dormir junto al cráter de un volcán, si quieren hacerlo. Pueden dormir con la cabeza inclinada hacia la boca de un cañón. Pueden dormir, si les place, en medio de un terremoto o en una casa con plagas. Pero les suplico, no se duerman mientras tengan un corazón malvado. Vigilen sus corazones. Ustedes pueden pensar que son buenos, pero serán su ruina, si la gracia no lo impide. Vigilen diariamente. Vigilen perpetuamente; vigílense a sí mismos, no sea que pequen.

Sobre todo, mis queridos hermanos, si nuestros corazones ciertamente están todavía llenos de vileza, cuán necesario es que nosotros todavía demostremos fe en Dios. Si debo confiar en mi Dios al comenzar mi camino, por todas las dificultades que debo enfrentar, si esas dificultades no son disminuidas, debo confiar en Dios de la misma manera que lo hice antes. ¡Oh!, amados, entreguen sus corazones a Dios. No se vuelvan autosuficientes. La autosuficiencia es la red de Satanás.

Vivan entonces diariamente, una vida de dependencia de la gracia de Dios. No se constituyan ustedes mismos como si fueran un caballero independiente. No empiecen sus propias actividades como si pudieran hacer todas las cosas por sí mismos, sino que vivan siempre confiando en Dios. Tienen tanta necesidad de confiar en Él ahora, como siempre la han tenido.

Artículo Fuente : https://metropolitantabernacle.org/articles/el-pecado-que-mora-en-nosotros/?lang=es

Existe falta de piedad intensa en muchas de las iglesias | Charles Spurgeon

Existe falta de piedad intensa en muchas de las iglesias

Charles Spurgeon

Otra de nuestras dificultades estriba en la falta de piedad intensa en muchas de las iglesias. Gran número de hermanos y hermanas viven hoy día, en alto grado, para la gloria de Dios. Doy gracias a Dios de que hay actualmente tanta actividad santificada y consagración del corazón como en cualquier período anterior de la historia de la Iglesia cristiana. Entre nosotros hay hombres y mujeres cuyos nombres pasarán a la posteridad como ejemplos de devoción. Dios no se ha dejado a sí mismo sin testimonio.

Pero, ¿os dais cuenta de cuán superficial es la religión de la casa de los que la profesan? ¿Cuántos siervos podrían vivir en familias que se llaman cristianas sin percibir diferencia alguna entre estas casas y las de los del mundo? ¿No es cierto que la oración en familia se descuida en muchos casos? ¿No es cierto que tenemos miembros que jamás son vistos en las reuniones de oración? Al hacer preguntas, ¿no descubrís que los acomodados no pudieron asistir porque la hora de la cena es la misma que la de la reunión de oración? Sin duda serán más cuidadosos en adorar a su dios favorito. En otros casos, descubriréis que las personas ocupadas, que no pudieron ir a orar, no tuvieron dificultades para asistir a un concierto.

Las cenas en restaurantes y las reuniones musicales son ceremonias más importantes para muchos que la ofrenda de oración a Dios. ¿Acaso no nos encontramos con oficiales de iglesia que dicen abiertamente no sentir interés por algo tan anticuado como las reuniones de oración?Éste es un lamentable signo de decadencia, y se observa frecuentemente. Nuestras iglesias podrán causar muchas penas a sus pastores; pero, en la mayor parte de los casos, los pastores mismos se han rebelado tanto que no les importa tampoco.

En cuanto a los ministros, muchos miembros de iglesia son indiferentes tocante a la piedad personal del predicador; lo que desean es talento o inteligencia. Ya no importa lo que predica; ha de atraer una multitud, o complacer a la élite, y eso basta. La inteligencia es lo principal. Se diría que buscaban un prestidigitador y no un pastor. Tanto si predica la verdad como el error, el hombrees admirado en tanto que sepa hablar con locuacidad y conservar la reputación de orador. Si tuviéramos piedad más genuina en los miembros y los diáconos, los farsantes pronto se llevarían sus mercaderías a otros mercados.

Pero me temo que ha habido gran relajación en la admisión de miembros, y la calidad de nuestras iglesias se ha mancillado y quedado sin buenos fundamentos a causa de las «multitudes mixtas», en medio de las cuales toda clase de males encuentra asilo acogedor. ¡Desdichado el líder en cuyo campamento hay un Acán! ¡Mejor fuera que Demas nos abandonase, y no que viviera con nosotros, e importara el mundo a la iglesia! ¡Cuántos ministros son débiles para la guerra por no estar sostenidos por una congregación piadosa, y sus manos no pueden ser ayudadas por hermanos que oran!

Fragmentos tomados del libro “Un ministerio ideal” p. 313 – 314 el cual recopila varios sermones del pastor Spurgeon dictados en la Conferencia Anual de ministros.

¡Fuera, pájaros de maligno vuelo! | Charles Spurgeon

31 de marzo
«Entonces Rispa hija de Aja tomó una tela de cilicio, y la tendió para sí sobre el peñasco, desde el principio de la siega hasta que llovió sobre ellos agua del cielo; y no dejó que ninguna ave del cielo se posase sobre ellos de día, ni fieras del campo de noche».
2 Samuel 21:10

Si el amor de una mujer hacia sus hijos muertos pudo hacer que ella prolongase su triste vigilia por tan largo tiempo, ¿nos cansaremos nosotros de considerar los sufrimientos de nuestro bendito Señor? Ella ahuyentó las aves de rapiña. ¿No disiparemos nosotros de nuestras meditaciones los pensamientos mundanos y pecaminosos que manchan nuestras mentes y los sagrados temas en los cuales estamos ocupados? ¡Fuera, pájaros de maligno vuelo! ¡Dejad el sacrificio! Rispa soportó sola y sin refugio los calores del verano, el rocío de la noche y las lluvias. El sueño había huido de sus humedecidos ojos; su corazón estaba demasiado lleno como para dormitar. ¡Ved cómo amaba a sus hijos! ¡Así resistió Rispa! ¿Y nos retiraremos nosotros ante el primer inconveniente o la primera prueba? ¿Somos tan cobardes que no podemos resignarnos a sufrir con nuestro Señor? Rispa ahuyentó aun a las fieras con un coraje nada común para su sexo. ¿Y no estaremos nosotros prontos a hacer frente a cualquier enemigo por amor de Jesús? A estos hijos de Rispa los mataron manos extrañas, sin embargo ella lloró y veló. ¿Qué deberíamos entonces hacer nosotros, ya que por causa de nuestros pecados se crucificó a nuestro Señor? Nuestras obligaciones son ilimitadas: nuestro amor debiera ser ferviente y nuestro arrepentimiento completo. Velar con Jesús tendría que ser nuestra ocupación; permanecer cerca de la cruz, nuestro solaz.

Aquellos horribles cadáveres bien podían espantar a Rispa, especialmente por la noche; pero en nuestro Señor, al pie de cuya cruz estamos sentados, no hay nada repugnante, sino que todo es atractivo. Nunca hubo una belleza viviente tan encantadora como la del Salvador agonizante. Jesús, nosotros velaremos contigo aún un poco más, y tú revélate benignamente a nosotros: entonces sobre nuestras cabezas no habrá tela de cilicio, sino que estaremos sentados en un pabellón real.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 99). Editorial Peregrino.

Lo llamé, y no me respondió | Charles Spurgeon

29 de marzo
«Lo llamé, y no me respondió».
Cantares 5:6
La oración a veces aguarda, a semejanza de un peticionario que está a la puerta, hasta que el Rey sale a colmar su seno de las bendiciones que busca. Cuando el Señor ha dado una gran fe, por lo general la ha probado con grandes demoras y permitido que las palabras de sus siervos volvieran a sus propios oídos como si estuvieran llamando a un Cielo de bronce. Sus siervos han golpeado en la puerta de oro, pero esta ha permanecido cerrada, como si sus goznes se hubiesen aherrumbrado; y, al igual que Jeremías, han clamado: «Te cubriste de nube para que no pasase la oración nuestra» (Lm. 3:44). Así, los verdaderos santos han continuado por mucho tiempo en paciente espera, sin recibir contestación, no porque sus oraciones no fuesen fervorosas, ni porque fuesen inaceptables, sino porque así le agradó a él, que es soberano y da según su voluntad. Si a él le place ordenar que nuestra paciencia sea ejercitada, ¿no hará como guste con los suyos? Los mendigos no deben elegir el momento, el lugar o la forma en que se les concederá el favor. Sin embargo, debemos tener cuidado de no considerar las demoras en la oración como negativas: los cheques de Dios con fechas atrasadas se pagarán puntualmente. No podemos permitir que Satanás debilite nuestra confianza en el Dios de la verdad, señalando nuestras oraciones no contestadas. Las peticiones no contestadas no indican que no hayan sido oídas. Dios tiene nuestras oraciones en un archivo: no se las llevará el viento, sino que están bien guardadas en los archivos del Rey. Es este un registro en la corte celestial donde cada oración queda asentada. Creyente que has sido probado, tu Señor tiene una redoma en la cual guarda las costosas lágrimas de dolor sagrado, y un libro en donde tus santos gemidos quedan recogidos. Pronto tu súplica prevalecerá. ¿No puedes conformarte con esperar un poco? ¿No será el tiempo del Señor mejor que el tuyo? Él aparecerá pronto para gozo de tu alma, te quitará el cilicio y la ceniza de tu larga espera, y te vestirá con el lino escarlata y fino del deleite pleno.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 97). Editorial Peregrino.

No puedes ser aceptado sin Cristo | Charles Spurgeon

28 de marzo
«Como incienso agradable os aceptaré».
Ezequiel 20:41
Los méritos de nuestro gran Redentor son como olor suave para el Altísimo. Ya sea que hablemos de la justicia activa de Cristo o de su justicia pasiva, hay en ellas la misma fragancia.

Su vida activa, por la cual honró la ley de Dios e hizo que cada precepto brillase como preciosa joya en el puro engaste de su propia persona, desprende un suave olor. Así es también con su obediencia pasiva: cuando soportó con callada sumisión hambre y sed, frío y desnudez y, al fin, sudor de grandes gotas de sangre en Getsemaní; cuando dio su espalda a los heridores y sus mejillas a los que le mesaban la barba, y fue colgado en el cruel madero para que sufriese la ira de Dios en nuestro lugar.

Estas son dos cosas fragantes delante del Altísimo; y, en consideración de sus obras y de su muerte, de sus sufrimientos en lugar del pecador y de su obediencia vicaria, el Señor nuestro Dios nos acepta.

¡Qué dulce aroma debe de haber en él para superar nuestra carencia de aroma! ¡Qué suave olor para quitar toda nuestra hediondez! ¡Qué poder purificador en su sangre para borrar pecados como los nuestros! ¡Y qué gloria en su justicia para hacer que criaturas tan inaceptables como nosotros fuesen aceptas en el Amado! ¡Observa, creyente, cuán segura e inmutable debe de ser nuestra aceptación cuando se encuentra en él! Cuídate y no dudes nunca de tu aceptación en Jesús. No puedes ser aceptado sin Cristo; pero una vez que has recibido sus méritos no puedes dejar de serlo.

A pesar de todas tus dudas, temores y pecados, el ojo bondadoso del Señor nunca te mirará con ira. Aunque él vea pecado en ti —en ti mismo—, sin embargo, cuando te mira a través de Cristo, no descubre ninguno. Siempre eres acepto en Cristo; siempre eres bendito y amado para el corazón del Padre. Eleva un cántico, pues, y a medida que veas el humeante incienso de los méritos del Salvador subir delante del Trono de zafiro en esta noche, deja que el incienso de tu alabanza ascienda también con él.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 96). Editorial Peregrino.

Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia | Charles Surgeon

20 de marzo
«Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia».
Efesios 5:25

¡Qué precioso ejemplo da Cristo a sus discípulos! Pocos maestros se atreverían a decir: «Si quieres practicar mi doctrina, imita mi vida». No obstante, como la vida de Cristo es una transcripción exacta de la perfecta virtud, él puede señalarse a sí mismo como modelo de santidad y como maestro de ella. El cristiano debiera tomar como modelo solo a Cristo. No hemos de estar satisfechos hasta que reflejemos la gracia que había en él. Como esposo, el cristiano debe fijarse en Cristo y actuar según ese modelo. El verdadero cristiano tiene que ser un esposo como Cristo lo fue para su Iglesia. El amor de un esposo es especial. El Señor abriga para con su Iglesia un afecto peculiar, que la eleva sobre el resto de la Humanidad. «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo». La Iglesia elegida es la favorita del Cielo, el tesoro de Cristo, la corona de su cabeza, el brazalete de su brazo, el pectoral de su corazón, el mismo centro y esencia de su amor. Un esposo debiera amar a su esposa con un amor constante, pues así ama Jesús a su Iglesia. Él no varía en su afecto. Él puede cambiar la forma de manifestar su cariño, pero el cariño en sí es siempre el mismo. Un esposo debiera amar a su esposa con un amor permanente, porque nada «podrá apartarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro». Un verdadero esposo ama a su esposa con un amor de corazón, ferviente e intenso. No es un mero culto de labios. ¡Ah!, querido amigo, ¿qué más podía Cristo hacer en prueba de su amor que aquello que hizo? Jesús tiene un amor deleitoso para con su Esposa. Él estima el amor de esta y se deleita gratamente con ella. Creyente, tú te maravillas del amor de Jesús, te admiras de él, ¿pero lo estás imitando? En tus relaciones familiares, ¿es «como Cristo amó a la Iglesia» la regla y la medida de tu amor?

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 88). Editorial Peregrino.

Y comió hasta que se sació y le sobró | Charles Spurgeon

19 de marzo
«Y comió hasta que se sació y le sobró».
Rut 2:14
Cuando tenemos el privilegio de comer del pan que da Jesús, nos sentimos, como Rut, satisfechos con el abundante y sabroso alimento. Cuando Jesús es el anfitrión, ningún convidado se levanta vacío de su mesa. Nuestra mente se siente satisfecha con la preciosa verdad que Cristo revela; nuestro corazón está contento con Jesús, el tan deseado objeto del amor; nuestra esperanza se siente satisfecha, porque ¿a quién tenemos en el Cielo sino a Jesús?; nuestro deseo queda saciado, ya que ¿qué podemos desear nosotros más que conocer a Cristo y ser hallados en él? (cf. Fil. 3:9, 10). Jesús llena nuestra conciencia hasta dejarla en perfecta paz. Llena nuestro juicio con la persuasión de la certeza de sus enseñanzas, nuestra memoria con los recuerdos de lo que él ha hecho y nuestra imaginación con la esperanza de aquello que aún ha de hacer. Así como Rut «se sació y le sobró», lo mismo pasa con nosotros. Hemos tomado profundos tragos, hemos pensado que podíamos ingerir todo lo que Cristo nos daba; pero, tras hacer cuanto pudimos, tuvimos que dejar un gran sobrante. Nos hemos sentado a la mesa del amor del Señor y dicho: «Nada sino lo infinito podrá alguna vez satisfacerme; soy un pecador tan grande que tengo que tener méritos infinitos para lavar mis pecados». Sin embargo, alcanzamos el perdón de nuestros pecados y vimos que había méritos de sobra. Nuestra hambre quedó satisfecha en la fiesta del amor sagrado, y vimos que sobraba una superabundancia de alimento. Hay ciertas cosas hermosas en la Palabra de Dios que aún no hemos gustado y que estamos obligados a dejar por ahora, porque somos semejantes a aquellos discípulos a quienes Jesús dijo: «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar» (Jn. 16:12). Sí, hay virtudes que no hemos obtenido, lugares de compañerismo más estrecho con Cristo que no hemos alcanzado, y alturas de comunión que nuestros pies no han escalado. En ese mismo banquete de amor hay muchos cestos con pedazos sobrantes. Magnifiquemos la liberalidad de nuestro glorioso Booz.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 87). Editorial Peregrino.

«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» | Charles Spurgeon

17 de marzo
«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
Mateo 5:9
Es esta la séptima de las bienaventuranzas, y el número siete, entre los hebreos, era el número de la perfección. Puede ser que el Salvador colocara al pacificador en el séptimo lugar porque este se parece más al hombre perfecto en Cristo Jesús. El que desee tener perfecta felicidad, hasta donde esta puede gozarse en la tierra, deberá alcanzar esta séptima bienaventuranza y convertirse en pacificador. Hay también un significado en la posición que ocupa el texto. El versículo que lo precede habla de la bienaventuranza de «los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios». Es bueno que entendamos que primero debemos ser «limpios», y después «pacificadores». Ser pacificador no significa tener un pacto con el pecado o tolerar el mal. Debemos poner nuestros rostros como pedernales contra todo lo que es contrario a Dios y a su santidad. Si la pureza está arraigada en nuestras almas, entonces podemos pasar a ser pacificadores. Aun el versículo que sigue parece haber sido puesto allí con un propósito. Por más que seamos pacíficos en este mundo, seremos, no obstante, calumniados y malentendidos, y no hay que sorprenderse por ello, pues hasta el Príncipe de Paz trajo fuego sobre la tierra. Él mismo, aunque amó a la Humanidad y no hizo maldad alguna, fue despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto». Por eso, para que los pacíficos de corazón no se sorprendan cuando se topen con enemigos, se dice en el siguiente versículo: «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos». Así, no se declara solo bienaventurados a los pacificadores, sino que también se los rodea de bendiciones. ¡Señor, danos gracia para ascender hasta esta séptima bienaventuranza! Purifica nuestras mentes a fin de que podamos tener esa sabiduría que es «primeramente pura, después pacífica» (Stg. 3:17), y fortalece nuestras almas para que nuestra condición de pacíficos no nos conduzca a la cobardía y a la desesperación cuando por tu causa seamos perseguidos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 85). Editorial Peregrino.

Preserva también a tu siervo de las soberbias | Charles Spurgeon

16 de marzo
«Preserva también a tu siervo de las soberbias».
Salmo 19:13

Tal era la oración del «hombre según el corazón de Dios». ¿Necesitaba el santo David orar así? ¡Cuán necesaria debe ser entonces esa oración para nosotros, que somos niños en la gracia! Es como si dijese: «Presérvame o de lo contrario caeré de cabeza al precipicio del pecado».

Nuestra naturaleza pecaminosa, semejante a un indómito caballo, está propensa a desbocarse. Que la gracia de Dios le ponga la brida para frenarla, a fin de que no caiga en el mal. ¡Qué podríamos hacer, aun los mejores de nosotros, si no fuera por los frenos que el Señor nos pone en su providencia y en su gracia! La oración del Salmista va dirigida contra la peor forma de pecado: el que se comete deliberada e intencionadamente. Aun el más santo de nosotros necesita ser «preservado» de las transgresiones más viles. Resulta solemne ver al apóstol Pablo exhortar a los santos contra los más repugnantes pecados: «Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría» (Col. 3:5). ¡Qué! ¿Los santos necesitan que se los exhorte contra pecados como estos? Sí, lo necesitan. Las vestiduras más blancas se verán ensuciadas por las más negras manchas si la gracia divina no preserva su pureza. ¡Cristiano experimentado, no te gloríes en tu experiencia, pues tropezarás si apartas la mirada de Aquel que es poderoso para guardarte sin caída! Vosotros, cuyo amor es ferviente, cuya fe es constante y cuyas esperanzas son luminosas, no digáis: «Nunca pecaremos»; decid más bien: «No nos metas en tentación».

Hay suficiente estopa en el corazón de los mejores hombres como para encender un fuego que abrase hasta lo más bajo del Infierno, si Dios no apaga las chispas a medida que van cayendo. ¿Quién hubiese imaginado que el justo Lot podía ser hallado borracho y cometiendo impurezas? Hazael dijo: «¿Es tu siervo perro, que hará esta gran cosa?» (2 R. 8:13, RV1909). Y nosotros somos muy propensos a hacer esa misma pregunta de justicia propia. Que la sabiduría infinita nos cure de la locura de la confianza en nosotros mismos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 84). Editorial Peregrino.