«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» | Charles Spurgeon

17 de marzo
«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
Mateo 5:9
Es esta la séptima de las bienaventuranzas, y el número siete, entre los hebreos, era el número de la perfección. Puede ser que el Salvador colocara al pacificador en el séptimo lugar porque este se parece más al hombre perfecto en Cristo Jesús. El que desee tener perfecta felicidad, hasta donde esta puede gozarse en la tierra, deberá alcanzar esta séptima bienaventuranza y convertirse en pacificador. Hay también un significado en la posición que ocupa el texto. El versículo que lo precede habla de la bienaventuranza de «los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios». Es bueno que entendamos que primero debemos ser «limpios», y después «pacificadores». Ser pacificador no significa tener un pacto con el pecado o tolerar el mal. Debemos poner nuestros rostros como pedernales contra todo lo que es contrario a Dios y a su santidad. Si la pureza está arraigada en nuestras almas, entonces podemos pasar a ser pacificadores. Aun el versículo que sigue parece haber sido puesto allí con un propósito. Por más que seamos pacíficos en este mundo, seremos, no obstante, calumniados y malentendidos, y no hay que sorprenderse por ello, pues hasta el Príncipe de Paz trajo fuego sobre la tierra. Él mismo, aunque amó a la Humanidad y no hizo maldad alguna, fue despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto». Por eso, para que los pacíficos de corazón no se sorprendan cuando se topen con enemigos, se dice en el siguiente versículo: «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos». Así, no se declara solo bienaventurados a los pacificadores, sino que también se los rodea de bendiciones. ¡Señor, danos gracia para ascender hasta esta séptima bienaventuranza! Purifica nuestras mentes a fin de que podamos tener esa sabiduría que es «primeramente pura, después pacífica» (Stg. 3:17), y fortalece nuestras almas para que nuestra condición de pacíficos no nos conduzca a la cobardía y a la desesperación cuando por tu causa seamos perseguidos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 85). Editorial Peregrino.


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