Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia | Charles Surgeon

20 de marzo
«Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia».
Efesios 5:25

¡Qué precioso ejemplo da Cristo a sus discípulos! Pocos maestros se atreverían a decir: «Si quieres practicar mi doctrina, imita mi vida». No obstante, como la vida de Cristo es una transcripción exacta de la perfecta virtud, él puede señalarse a sí mismo como modelo de santidad y como maestro de ella. El cristiano debiera tomar como modelo solo a Cristo. No hemos de estar satisfechos hasta que reflejemos la gracia que había en él. Como esposo, el cristiano debe fijarse en Cristo y actuar según ese modelo. El verdadero cristiano tiene que ser un esposo como Cristo lo fue para su Iglesia. El amor de un esposo es especial. El Señor abriga para con su Iglesia un afecto peculiar, que la eleva sobre el resto de la Humanidad. «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo». La Iglesia elegida es la favorita del Cielo, el tesoro de Cristo, la corona de su cabeza, el brazalete de su brazo, el pectoral de su corazón, el mismo centro y esencia de su amor. Un esposo debiera amar a su esposa con un amor constante, pues así ama Jesús a su Iglesia. Él no varía en su afecto. Él puede cambiar la forma de manifestar su cariño, pero el cariño en sí es siempre el mismo. Un esposo debiera amar a su esposa con un amor permanente, porque nada «podrá apartarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro». Un verdadero esposo ama a su esposa con un amor de corazón, ferviente e intenso. No es un mero culto de labios. ¡Ah!, querido amigo, ¿qué más podía Cristo hacer en prueba de su amor que aquello que hizo? Jesús tiene un amor deleitoso para con su Esposa. Él estima el amor de esta y se deleita gratamente con ella. Creyente, tú te maravillas del amor de Jesús, te admiras de él, ¿pero lo estás imitando? En tus relaciones familiares, ¿es «como Cristo amó a la Iglesia» la regla y la medida de tu amor?

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 88). Editorial Peregrino.

Los dos peces

Lunes 20 Marzo
Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?…
Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían. Juan 6:9-11

Los dos peces
Era el cumpleaños de Hugo. Su tío le había dado un poco de dinero; con esa suma podía comprar lo que tanto deseaba: un pequeño acuario con dos peces rojos que nadan entre conchas amarillas, plantas verdes y piedras multicolores. El día siguiente iría a la tienda donde ya había admirado el objeto de sus deseos.

Esa tarde, en el curso bíblico, el maestro habló de los leprosos y del dinero que a veces falta para atenderlos en el hospital y para comprar los medicamentos.

–¡Qué pena que no pueda dar nada!, pensó Hugo, pues tengo el dinero justo para mis dos peces.

Y soñando con su acuario, no escuchó más al maestro. Pero de repente le oyó decir:

–Sí, ese niño también dio dos peces al Señor Jesús.

Entonces Hugo volvió a la realidad:

–¿Qué dijo de los peces?, se preguntó. ¡Ah, se trataba del niño de la Biblia que dio al Señor Jesús cinco panes y dos peces, y con ello más de 5 000 personas fueron alimentadas!

Hugo volvió a casa muy pensativo.

–Ese chico dio dos peces…

La decisión que tomó le costó un poco, pero ya estaba decidido: el próximo domingo daría su precioso dinero para la misión que ayuda a los leprosos.

Días más tarde el tío de Hugo se enteró del buen gesto de su sobrino y le regaló un acuario con dos magníficos pececillos.

Ezequiel 16:1-34 – Hechos 21:37-22:21 – Salmo 35:1-8 – Proverbios 11:29-30

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