EL DIVINO PROPÓSITO DE DIOS

EL DIVINO PROPÓSITO DE DIOS

9/16/2017

Nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él.

Efesios 1:4

Mientras Israel andaba todavía errante por el desierto del Sinaí, Moisés les dijo: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto” (Dt. 7:7-8). Dios no escogió a los judíos por quienes ellos eran, sino por lo que Él es.

Lo mismo puede decirse de los creyentes que Dios escoge. Él los escoge basándose únicamente en su voluntad, propósito y amor divinos. No hay nada que usted hiciera para ganar la salvación; es toda de Dios. Agradezca que Él lo escogiera desde antes de la fundación del mundo.

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El gran banquete del alma

SEPTIEMBRE, 16

El gran banquete del alma

Devocional por John Piper

Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor, y para meditar en su templo.(Salmos 27:4)

Dios no hace oídos sordos al anhelo de un alma contrita. Él viene y nos quita la carga del pecado y llena nuestro corazón de alegría y gratitud: «Tú has cambiado mi lamento en danza; has desatado mi cilicio y me has ceñido de alegría; para que mi alma te cante alabanzas y no esté callada, oh Señor, Dios mío, te alabaré por siempre» (Salmos 30:11-12).

Pero nuestro gozo no solo surge de mirar hacia atrás con gratitud. También surge de mirar hacia adelante con esperanza: «¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez por la salvación de su presencia» (Salmos 42:5).

«Espero en el Señor, en Él espera mi alma, y en su palabra tengo mi esperanza» (Salmos 130:5).

En el fondo, el corazón no anhela ninguno de los buenos regalos de Dios, sino a Dios mismo. Verlo, conocerlo y estar en su presencia es el gran banquete del alma. Más allá de esta búsqueda, no queda nada. Las palabras fallan. Lo llamamos placer, gozo, deleite. Pero estas palabras señalan pobremente a la experiencia inexpresable:

«Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor, y para meditar en su templo» (Salmos 27:4).

«En tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre» (Salmos 16:11).

«Deléitate asimismo en el Señor» (Salmos 37:4).


Devocional tomado del libro  “Deseando a Dios”, página 87

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¿Soy yo el mar o un monstruo marino para que me pongas guarda?

16 de septiembre

¿Soy yo el mar o un monstruo marino para que me pongas guarda?».

Job 7:12

La pregunta que le hace Job al Señor en este versículo es una pregunta extraña. Job se sentía demasiado insignificante para que se le vigilase y castigase de un modo tan severo, y creía que no era tan indomable como para necesitar una represión semejante. Resultaba natural que hiciese esta pregunta aquel que estaba cercado por dolores tan insoportables; pero, después de todo, esa pregunta se merecía una respuesta de humillación. Es verdad que el hombre no es el mar; pero, sin embargo, es más problemático e indomable que este. El mar obedece y respeta sus límites y, aunque los mismos sean solo una faja de arena, no los sobrepasa. Poderoso como es, el mar obedece a la orden divina que dice: «Hasta aquí»; aun cuando se ve azotado por una furiosa tempestad. Sin embargo, el obstinado hombre desafía al Cielo y esclaviza la tierra, y su rebelde ira no tiene fin. El mar, obediente a la luna, cuenta con sus flujos y sus reflujos de incesante regularidad, y así obedece tanto activa como pasivamente. No obstante, el hombre, inquieto más allá de su esfera, duerme cuando tiene que cumplir con su deber y se muestra indolente cuando debiera estar activo. Ante el mandato de Dios, el hombre ni viene ni va; prefiere, malhumorado, hacer lo que no debiera y dejar de hacer aquello que se le ordena. Cada gota del océano, cada burbuja, cada copo de espuma, cada ostra y cada guijarro obedece la ley que se le ha impuesto. ¡Oh, si nosotros fuésemos la milésima parte de sumisos que él a la voluntad de Dios! Llamamos al mar variable y engañoso; pero, en cambio, ¡cuán invariable es el mismo! Desde los días de nuestros padres, y aun antes de ellos, el mar está donde estaba, golpeando las mismas rocas, produciendo el mismo ruido. Sabemos dónde hallarlo, pues no abandona su lecho ni cambia su incesante bramido. No obstante, ¿dónde está el hombre, el hombre vano y voluble? ¿Puede este sospechar siquiera qué insensatez lo seducirá próximamente para desobedecer? Necesitamos más vigilancia que el encrespado mar, porque somos más rebeldes que el mismo. Señor, gobiérnanos para tu propia gloria. Amén.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 270). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Lo que Dios hace

16 Septiembre 2017

Lo que Dios hace
por Charles R. Swindoll

Salmos 91

Los dos primeros versículos del Salmo 91 representan el carácter fiel de Dios. Ahora los versículos 3 y 4 describen lo que Dios hace. El salmista menciona tres acciones que el Señor realiza a nuestro favor:

a. Él nos libra de la trampa del cazador y de la peste destructora.
b. Él nos cubre con sus plumas y debajo de sus alas.
c. Él se convierte en nuestro escudo debido a su fidelidad.

La estructura de la oración en el idioma hebreo nos permite señalar énfasis particulares de vez en cuando. En este caso, el énfasis de los versículos 3 y 4 se encuentra en el pronombre «él». El versículo podría decirse de esta forma: «solo él» o «¡él y nadie más!» En otras palabras, usted no encontrará ninguna otra ayuda o liberación que no venga únicamente del Señor.

Analicemos cada una de las acciones específicas que Dios realiza para protegernos y sostenernos del ataque enemigo. El salmista describe sus acciones usando tres analogías diferentes.

1. Él nos libra de la trampa del cazador. La primera analogía representa la idea de un ave atrapada en la trampa del cazador y que cayó allí atraído por una carnada, que a primera vista, parecía ser algo que el ave necesitaba. El diccionario dice que una trampa es un «ardid para burlar o perjudicar a alguien». Ese ardid tiene que ser algo engañosamente atractivo.

La palabra, «librar» viene del hebreo, «natzal», que significa separar o remover. Sugiere la idea que el ave ya ha sido engañada y ha caído en la trampa. La muerte le espera tal como lo describe la frase, «la peste destructora». Una traducción de la Biblia lo dice de esta forma: «una muerte violenta».

2. Él nos cubre con sus plumas y debajo de sus alas. Aquí, el Señor, está representado como un ave que está cuidando sus crías. Tanto el Salmo 36:7 como el Salmo 57:1 mencionan la protección que tenemos bajo las «alas» de nuestro Dios. Tal vez usted ha observado a los patos o a los gansos. Si hay alguna situación de peligro, los pequeños patitos jovencitos se acurrucan debajo de su madre, quien con sus alas los protege y los aleja de cualquier depredador.

3. Él se convierte en nuestro escudo debido a su fidelidad. El salmista ha ilustrado la protección de Dios de tres formas distintas en los versículos 3 y 4. Primero, en el caso de una trampa. Segundo, la escena representa un ave y sus crías. Y ahora el escenario es una batalla. Él nos asegura que nos resguarda con su presencia fiel. La palabra, «escudo» en este versículo ilustra una barrera de protección suficientemente grande como para proteger a un soldado de las flechas enemigas. El término hebreo lleva la idea de rodear algo. Una especie de escudo grande que a la vez también denota una barrera fortificada ya que el hebreo también utiliza esa expresión para una clase particular de roca tal como el muro de un castillo.

En cualquier caso la idea es la misma: en medio de una batalla, cuando los ataques del enemigo son demasiado para nosotros, la fidelidad de Dios es nuestra protección; escóndase en Él.

Afirmando el alma
El arma principal de Satanás, en esa época al igual que en la actualidad, es el engaño. Entonces ¿cómo puede una persona refugiarse en el Señor? ¿Cuáles fuentes de verdad divina tiene usted a su disposición? ¿Cómo puede usted utilizarlas más frecuentemente y cómo puede tenerlas a su alcance en caso de una emergencia?

Adaptado del libro, Viviendo los Salmos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2013). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright
© 2017 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

Natán y el rey David

16 SEPTIEMBRE

2 Samuel 12 | 2 Corintios 5 | Ezequiel 19 | Salmos 64–65

En la dramática confrontación de Natán con el rey David (2 Samuel 12), la valentía del profeta se unió a una sagacidad formidable. ¿Cómo podría un profeta captar la atención de un rey autocrático y denunciarle su pecado de frente, si no fuera mediante este acercamiento indirecto?

Debemos reflexionar sobre ciertos elementos de este capítulo.

Primero, la diferencia fundamental entre David y Saúl resulta ahora evidente. Ambos abusaron del poder en su alto puesto. Lo que les diferencia es la manera como responden a la reprensión. Cuando Samuel acusó a Saúl de su pecado, este fingió; cuando Jonatán cuestionó la política de Saúl, le arrojaron una lanza. Por el contrario, a pesar de que Natán aborda su tema de manera indirecta, pronto el pecado queda al descubierto: “¡Tú eres ese hombre!” (12:7). No obstante, la respuesta de David es radicalmente diferente: “¡He pecado contra el Señor!” (12:13).

Seguramente, esta es una de las mayores pruebas de la dirección que toma la vida de una persona. Somos una raza de pecadores. Aun la gente buena, gente con una fe fuerte, incluso alguien como David—que es un “hombre conforme al corazón de Dios” (cf. 1 Samuel 13:14) —puede resbalar y pecar. Nunca hay una excusa válida para ello, pero, cuando sucede, jamás nos debería sorprender. Quienes tomen en serio el conocimiento de Dios regresarán en su momento con un arrepentimiento genuino. Los falsos conversos y los apóstatas desplegarán una plétora de excusas insulsas, pero no admitirán la culpa personal excepto de manera muy superficial.

Segundo, sólo Dios puede perdonar el pecado. Cuando lo hace, no se aplica el castigo justo para el pecado: la muerte misma (12:13).

Tercero, a pesar de que la sanción máxima del pecado no se ejecuta, puede que haya otras consecuencias que, en este mundo caído, no podemos evitar. David ahora se enfrenta a tres de ellas: (1) que el hijo que Betsabé tiene en el vientre morirá, (2) que durante toda su vida habrá luchas y guerra mientras él intenta establecer su reino y (3) que, en algún momento de su vida, experimentará en carne propia la traición: alguien de su propia casa tomará el trono de manera temporal, ejemplificándolo al acostarse con el harem real (12:12–13). Cada una es lacerante. La primera está vinculada al adulterio mismo; la segunda es quizás una pista de que la razón por la cual David se vio tentado fue por quedarse en su hogar y no ir a la guerra con Joab (11:1), evidentemente anhelando la paz; y la tercera le paga a David con la misma moneda de traición que él practicó.

Cuarto, la respuesta de David al más duro de los juicios muestra su profunda sumisión. Dios no es el equivalente de un Destino impersonal. Es una persona y, como tal, se le puede pedir y buscar. A pesar de su enorme fracaso, David sigue siendo un hombre que conoce mejor a Dios que sus numerosos críticos.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 259). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Fe práctica

sábado 16 septiembre

 

Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo… mi alto refugio; Salvador mío; de violencia me libraste.

2 Samuel 22:3

Fe práctica

¡Cuántas expresiones existen para hablar de Dios: fortaleza mía, mi escudo, mi alto refugio, Salvador mío…! ¿Quién puede hablar así? Todo creyente que ha experimentado la protección de su Señor. Cuando confía en el poder y en el amor de Dios, el miedo desaparece, incluso en las situaciones más difíciles.

La fe no está directamente ligada a un ejercicio religioso, o al hecho de formar parte de una iglesia, o incluso a un estado interior. No, la fe es confiar en Dios con toda sencillez; es creer lo que él dice en la Biblia. ¡Podemos basar nuestra vida en esta confianza!

Pero a veces Dios dice «no» a nuestras peticiones, y entonces, según nuestra medida de fe, reaccionamos con más o menos confianza. Dios permite cosas que nos parecen difíciles, e incluso dolorosas, a fin de formarnos para él, y para que se conviertan en fuente de bendición.

La fe, al aceptar cosas que no siempre comprendemos, produce el deseo de hacer aquello que Dios espera de nosotros. Dejemos que el Espíritu de Dios actúe en nosotros. De este modo nuestra vida será verdaderamente diferente, pues viviremos para Dios y con él.

Los obstáculos aparentes desaparecen a medida que avanzamos viviendo por la fe, dirigidos por Dios y guardados por su poder. El creyente ora a Dios, el Dios vivo: «Confío en ti, dame la fuerza para hacer tu voluntad». ¡Confiemos y obedezcamos a Dios, vale la pena hacerlo!

“Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado… Muéstrame, oh Señor, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad… porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día” (Salmo 25:2, 4-5).

2 Crónicas 32:1-19 – 2 Corintios 5 – Salmo 106:1-5 – Proverbios 23:15-16

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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