EL SEÑOR ESTÁ CERCA

EL SEÑOR ESTÁ CERCA

11/14/2017

El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos. (Filipenses 4:5-6) 

El Señor Jesucristo rodea a todos los creyentes con su presencia (Sal. 119:151). Cuando usted tiene un pensamiento, el Señor está cerca para leerlo; cuando usted ora, el Señor está cerca para oír la oración; cuando necesita su fortaleza y su poder, Él está cerca para darlos. En realidad, Él vive en usted y es la fuente de su vida espiritual. El estar consciente de su presencia evitará que caiga en la ansiedad o sea inestable.

El saber que el Señor está cerca nos ayuda a no estar “afanosos” por nada, ya que sabemos que Él puede resolver todo lo que se nos presente. La inquietud y la preocupación indican falta de confianza en Dios. O usted ha creado otro dios que no puede ayudarlo, o cree que Dios pudiera ayudarlo pero no quiere, que significa que usted está poniendo en tela de juicio la integridad de Dios y de su Palabra. Así que deléitese en el Señor y medite en su Palabra (Sal. 1:2). Sepa quién es Él y cómo obra. Entonces podrá decir: “El Señor está cerca, así que no me afanaré por nada”.

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Las maravillas de la creación

NOVIEMBRE, 14

Las maravillas de la creación

Devocional por John Piper

Pero Dios le da un cuerpo como Él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo. (1 Corintios 15:38)

He estado recolectando pequeños detalles en las Escrituras que muestran la participación íntima que Dios tiene en la creación.

Por ejemplo, en 1 Corintios 15:38, Pablo compara cómo una semilla es plantada con una forma determinada y brota con otra forma y con un «cuerpo» distinto de todos los demás cuerpos. Dice: «Dios le da un cuerpo como Él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo».

Es una afirmación excepcional de que Dios se encarga de diseñar cada semilla para que brote y se convierta en una planta única (no solo en una planta de una especie determinada, ¡cada una de las semillas es única!)

Esta no es una lección acerca de la evolución; en este pasaje, Pablo da por sentado que Dios tiene una relación muy estrecha con la creación. Evidentemente, no puede imaginar que ningún proceso natural deba ser concebido sin la obra de Dios.

Luego, el Salmo 94:9 dice: «El que hizo el oído, ¿no oye? El que dio forma al ojo, ¿no ve?». El salmista asume que Dios es quien dio forma al ojo y quien diseñó la oreja de modo que estuviera unida a la cabeza para cumplir su función.

Por lo tanto, cuando nos maravillamos de las complejidades del ojo humano y de la estructura extraordinaria de la oreja, no nos maravillamos de la obra del azar sino de la mente y de la creatividad de Dios.

Lo mismo sucede con el Salmo 95:5: «Suyo es el mar, pues Él lo hizo, y sus manos formaron la tierra firme». La participación de Dios en la creación de la tierra y los mares es tal que el mar que hoy vemos es de él.

No es como que Dios solamente puso todo en movimiento hace mil millones de años de manera impersonal. Más bien, él es el dueño del mar porque él lo hizo. Hoy en día, el mar sigue siendo la obra de sus manos y lleva en sí mismo las marcas de su creador como constancia; como una obra de arte que pertenece a quien la pintó hasta que es vendida o regalada.

Señalo estos puntos, no para resolver todos los problemas que hay alrededor de los asuntos de los orígenes, sino para instarlo a que Dios sea el centro en su admiración por las maravillas del mundo.


Devocional tomado del articulo “The Iris by My Walk”

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«Y Labán respondió: No se hace así en nuestro lugar, que se dé la menor antes que la mayor»

14 de noviembre

«Y Labán respondió: No se hace así en nuestro lugar, que se dé la menor antes que la mayor».

Génesis 29:26

No excusamos a Labán por su engaño; pero tampoco tenemos escrúpulo alguno en sacar una lección de la costumbre que él mencionó para excusar lo que hizo. Hay ciertas cosas que se tienen que admitir por orden; y, si queremos lograr la segunda, tenemos antes que asegurarnos la primera. La segunda puede ser a nuestros ojos la más hermosa, pero las leyes de nuestra patria celestial han de cumplirse y la mayor debe casarse primero. Por ejemplo: muchos hombres desean a la bella y muy favorecida Raquel del gozo y de la paz, que se logra creyendo; pero tienen primero que desposarse con la Lea de los ojos delicados del arrepentimiento. Todos están enamorados de la felicidad —muchos quisieran servir alegremente dos veces siete años para poseerla—, pero según las leyes del Reino del Señor, nuestra alma debe amar a la Lea de la santidad regia antes de poder alcanzar la Raquel de la verdadera felicidad. El Cielo no viene primero, sino después; y solo por perseverar hasta el final podremos llegar allá. Tenemos que llevar la cruz antes de ceñirnos la corona. Hemos de seguir al Señor en su humillación, de lo contrario nunca descansaremos con él en la gloria.

Alma mía, ¿qué dices tú? ¿Eres tan presuntuosa como para quebrantar las disposiciones celestiales? ¿Aguardas recompensa sin trabajar o gloria sin sacrificarte? Desecha esa vana esperanza y acepta con gozo las cosas desagradables por el dulce amor de Jesús, quien te recompensará por todo ello. En ese espíritu, trabajando y sufriendo, verás que lo amargo se convierte en dulce y lo difícil se hace fácil. Como Jacob, tus años de servicio te parecerán pocos días por el amor a Jesús; y cuando la ansiada hora de las bodas llegue, todas tus fatigas desaparecerán. Entonces, una hora con Jesús, te compensará por todos aquellos años de dolor y de trabajo.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 329). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

1- [9] El conflicto

Escogidos por Dios

R.C. Sproul

Capítulo 1

El conflicto

Se dice que las reglas se hacen para quebrantarlas. Quizá no haya regla más frecuentemente quebrantada, que la que tiene que ver con no discutir de religión o política. Repetidamente nos embarcamos en tales discusiones. Y cuando el asunto tiene que ver con la religión, éste gira con frecuencia en torno al tema de la predestinación. Tristemente, eso significa a menudo el fin de la discusión y el comienzo de la disputa, produciéndose más calor que luz.

Argüir acerca de la predestinación es virtualmente irresistible. (Perdón por el juego de palabras.) ¡El tema es tan rico! Provee una oportunidad para estimular todos los asuntos filosóficos. Cuando se aviva el tema, nos volvemos súbitamente super patrióticos, y defendemos el tema de la libertad humana con gran celo y tenacidad. El espectro de un Dios todopoderoso eligiendo por nosotros, y quizá aun contra nosotros, nos hace chillar: “¡Dame libre albedrío o me muero!”

La palabra misma predestinación conlleva un tono de mal agüero. Está vinculada a la desesperante noción del fatalismo y de alguna manera da a entender que dentro de su esfera nos vemos reducidos a meros títeres. La palabra conjura visiones de una deidad diabólica que juega caprichosamente con nuestras vidas. Parecemos estar sujetos a los antojos de horribles decretos que fueron determinados mucho antes de que naciésemos. Mejor sería que nuestras vidas estuvieran determinadas por las estrellas, pues entonces al menos podríamos encontrar pistas con respecto a nuestro destino en los horóscopos diarios.

Si añadimos al horror de la palabra predestinación la imagen pública de su más famoso maestro, Juan Calvino, nos estremeceremos más aún. Vemos a Calvino representado como un tirano severo y ceñudo, un Ichabod Crane del siglo XVI que encontraba un diabólico deleite en la quema de los herejes recalcitrantes. Es suficiente para hacernos retirar de la discusión completamente y reafirmar nuestro compromiso de no discutir jamás de religión y política.

Con un tema que la gente encuentra tan desagradable, es de maravillarse que aún así lo discutamos. ¿Por que hablamos del mismo? ¿Porque disfrutamos de lo desagradable?. Lo discutimos porque no podemos evitarlo. Es una doctrina claramente expresada en la Biblia. Hablamos acerca de la predestinación porque la Biblia habla acerca de la predestinación. Si deseamos construir nuestra teología sobre la Biblia, nos tropezaremos con este concepto, y pronto descubrimos que no lo inventó Juan Calvino.

Virtualmente todas las iglesias cristianas tienen alguna doctrina formal de la predestinación. Sin duda, la doctrina de la predestinación en la Iglesia Católica Romana es diferente de la que sostiene la Iglesia Presbiteriana, por ejemplo. Los Luteranos tienen un punto de vista sobre el asunto diferente al de los Episcopales.

El hecho de que abunden tantas opiniones distintas de la predestinación sólo sirve para subrayar el hecho de que, si somos bíblicos en nuestro pensamiento, debemos tener alguna doctrina de la predestinación. No podemos ignorar pasajes tan bien conocidos como:

Según nos escogió en día antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad … (Ef. 1:4–5).

En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad … (Ef. 1:11).

Porque a los que antes conocí también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8:29).

Si hemos de ser bíblicos, pues, la cuestión no es si debamos tener una doctrina de la predestinación o no, sino qué clase debemos abrazar. Si la Biblia es la Palabra de Dios, no mera especulación humana, y si Dios mismo declara que existe tal cosa como la predestinación, entonces se sigue irresistiblemente que debemos abrazar alguna doctrina de la predestinación.

Si hemos de seguir esta línea de pensamiento, pues, desde luego debemos dar un paso más. No es suficiente tener simplemente cualquier idea de la predestinación. Es nuestro deber buscar la idea correcta de la predestinación, no sea que nos hagamos culpables de distorsionar o ignorar la Palabra de Dios. Es aquí donde comienza el verdadero conflicto, el conflicto por clarificar con exactitud todo lo que la Biblia enseña acerca de este asunto.

Mi conflicto con la predestinación comenzó al principio de mi vida cristiana. Conocía a un profesor de filosofía en la facultad que era un convencido calvinista. El expuso la llamada idea “reformada” de la predestinación. No me gustaba. No me gustaba en absoluto. Luché con uñas y dientes contra ella todo el tiempo que pasé en la facultad.

Me gradué de la facultad sin estar persuadido de la idea reformada o calvinista de la predestinación, sólo para ir a parar a un seminario que incluía en su claustro al rey de los calvinistas, John H. Gerstner. Gerstner es a la predestinación lo que Einstein es a la física o lo que Arnold Palmer es al golf. Habría preferido desafiar a Einstein acerca de la relatividad o haber jugado un partido con Palmer antes que vérmelas con Gerstner. Pero … los necios se precipitan donde los ángeles temen pisar.

Desafié a Gerstner en la clase una y otra vez, convirtiéndome en una plaga total y absoluta. Resistí durante más de un año. Mi rendición final vino por etapas, penosas por cierto. Comenzó cuando empecé a trabajar como pastor estudiante en una iglesia. Escribí una nota para mí mismo que guardaba en mi escritorio en un lugar donde siempre podría verla:

se te requiere que creas, prediques y enseñes lo que la biblia dice que es verdad, no lo que quieres que la biblia diga que es verdad.

La nota me perseguía. Mi crisis final llegó en el curso superior. Me hallaba realizando dicho curso en el estudio de Jonathan Edwards. Pasamos el semestre estudiando el libro más famoso de Edwards, La Libertad de la Voluntad (The Freedom of the Will) bajo la tutela de Gersner. Al mismo tiempo realizaba un curso de exégesis griega en el libro de Romanos. Yo era el único estudiante en aquel curso, a solas con el profesor del Nuevo Testamento. No había donde pudiera esconderme.

La combinación era demasiado para mí. Gersner, Edwards, el profesor de Nuevo Testamento y sobre todo, el apóstol Pablo, eran un equipo demasiado formidable para que yo lo resistiese. El capitulo nueve de Romanos fue el punto crucial. Simplemente no podía encontrar la manera de evitar la enseñanza del apóstol en ese capítulo. A regañadientes, suspiré y me rendí, pero con la cabeza, no con el corazón. “Vale, creo en esto, ¡pero no tiene que gustarme!”

Pronto descubrí que Dios nos había creado para que el corazón siguiera a la cabeza. No podía amar impunemente con la cabeza algo que odiaba en el corazón. Una vez que comencé a ver la coherencia de la doctrina y sus más amplias implicaciones, mis ojos fueron abiertos a la benevolencia de la gracia y al gran consuelo de la soberanía de Dios. Comenzó a agradarme la doctrina poco a poco, hasta que recibí en mi alma la impresión de que la doctrina revelaba la profundidad y las riquezas de la misericordia de Dios.

Ya no temía a los demonios del fatalismo o al desagradable pensamiento de ser reducido a una marioneta. Ahora me regocijaba en un benévolo Salvador, que era el único inmortal e invisible, el único y sabio Dios. Se dice que nada hay más ofensivo que un bebedor convertido. Haz la prueba con un arminiano convertido. Los arminianos convertidos tienden a volverse fervorosos calvinistas, entusiastas de la causa de la predestinación. La obra que estás leyendo es de uno de esos convertidos. Mi conflicto me ha enseñado algunas cosas a lo largo del camino. He aprendido por ejemplo, que no todos los cristianos son tan celosos acerca de la predestinación como yo. Hay mejores hombres que yo que no comparten mis conclusiones. He aprendido que muchos mal entienden la predestinación. He aprendido también el dolor de estar equivocado.

Cuando enseño la doctrina de la predestinación, frecuentemente me siento frustrado ante aquellos que rehusan obstinadamente someterse a la misma. Siento ganas de gritar, “¿No te das cuenta que estás resistiendo la Palabra de Dios?” En estos casos soy culpable de al menos uno de dos posibles pecados. Si mi entendimiento de la predestinación es correcto, entonces en el mejor de los casos, estoy siendo impaciente con personas que están meramente en un conflicto como yo en tiempos pasados; y en el peor de los casos, estoy mostrando una condescendencia arrogante a aquellos que no están de acuerdo conmigo. Si mi entendimiento de la predestinación no es correcto, entonces mi pecado es peor aun, puesto que estaría calumniando a los santos que por oponerse a mi idea, están luchando por los ángeles. Los riesgos pues, que corro en este asunto son elevados.

El conflicto acerca de la predestinación es tanto más confuso debido a que las mayores mentes en la historia de la Iglesia han estado en desacuerdo acerca de la misma. Los eruditos y dirigentes cristianos, pasados y presentes, han adoptado diferentes posiciones. Un breve vistazo a la historia de la Iglesia revela que el debate acerca de la predestinación no tiene lugar entre liberales y conservadores o entre creyentes e incrédulos. Es un debate entre creyentes, entre cristianos piadosos y fervientes. Puede ser de ayuda el ver cómo los grandes maestros del pasado se alinean con respecto a la cuestión.

Idea reformada

Ideas opuestas

San Agustín

Pelagio

San Tomás de Aquino

Arminio

Martín Lutero

Felipe Melanchton

Juan Calvino

John Wesley

Jonathan Edwards

Charles Finney

Debe parecer que “estoy arrimando el ascua a mi sardina”. Los pensadores que son mis ampliamente considerados como los titanes de la erudición cristiana clásica se hayan claramente en el bando reformado. Estoy convencido, sin embargo, que éste es un hecho de la Historia que no debe ser ignorado. Sin duda, es posible que Agustín, Aquino, Lutero, Calvino y Edwards estuviesen todos equivocados en este asunto. Estos hombres ciertamente están en desacuerdo entre sí en otros puntos doctrinales. No son infalibles, ni individual ni colectivamente.

No podemos determinar cuál es la verdad por los números. Los grandes pensadores del pasado pueden estar equivocados. Pero es importante que veamos que la doctrina reformada de la predestinación no fue inventada por Juan Calvino. Nada hay en la idea de Calvino sobre la predestinación, que no fuera anteriormente propugnado por Lutero y Agustín antes que él. Más tarde, el luteranismo no siguió a Lutero en este asunto, sino a Melanchthon, que cambió de opinión tras la muerte de Lutero. Es también digno de notarse que en su famoso tratado teológico, La Institución de la Religión Cristiana, Juan Calvino escribió escasamente sobre el tema. Lutero escribió mucho más acerca de la predestinación que Calvino.

Dejando a un lado la lección de la Historia, debemos tomar seriamente el hecho de que tales eruditos estuvieron de acuerdo en este difícil tema. Una vez más, el que estuvieran de acuerdo no prueba que sea cierta la predestinación. Podían haber estado equivocados. Pero reclama nuestra atención. No se puede desechar la idea reformada como una noción peculiarmente presbiteriana. Sé que durante mi gran conflicto con la predestinación estaba profundamente preocupado por las voces unidas de los titanes de la erudición cristiana clásica acerca de este punto. Ciertamente, no son infalibles, pero merecen nuestro respeto y ser escuchados honestamente.

Entre los dirigentes cristianos contemporáneos encontramos una lista más equilibrada de acuerdos y desacuerdos. (Téngase en cuenta que estamos hablando aquí en términos generales y que hay diferencias significativas entre los que se encuentran en cada bando.)

Idea reformada

Ideas opuestas

Francis Shaeffer

C.S. Lewis

Cornelius Van Til

Norman Geisler

Roger Nicole

John W. Montogomery

James Boice

Clark Pinnock

Philip Hughes

Billy Graham

No sé la posición de muchos famosos personajes y otros dirigentes acerca de este punto. Unos ha dejado claro que consideran la idea reformada como una herejía demoniaca. Sus ataques contra la doctrina carecen de sobriedad. No reflejan el cuidado y el fervor de los hombres relacionados anteriormente en la columna “opuesta”. Todos ellos son grandes dirigentes cuyas opiniones son dignas de nuestra cuidadosa atención.

Mi esperanza es que todos continuemos en el conflicto. Nunca debemos asumir que ya hemos llegado a la orilla. Sin embargo, no hay virtud alguna en el mero escepticismo. Miramos con malos ojos a los que siempre están aprendiendo y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Dios se deleita en los hombres y las mujeres que tienen convicciones. Por supuesto, esta interesado en que nuestras convicciones sean conforme a la verdad. Participa en el conflicto conmigo pues, al embarcarnos en el difícil pero provechoso viaje para examinar y entender la doctrina de la predestinación.

Sproul, R. C. (2002). Escogidos por Dios (pp. 7–13). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.

1 Crónicas 3–4 | Hebreos 9 | Amós 3 | Salmos 146–147

14 NOVIEMBRE

1 Crónicas 3–4 | Hebreos 9 | Amós 3 | Salmos 146–147

El rico argumento de Hebreos 9 nos llevaría más allá de los límites de esta meditación. Aquí aclararé algunos de los contrastes que presenta el autor entre las innumerables muertes de animales para el sacrificio en el Antiguo Testamento y la muerte de Jesús que yace en el corazón del nuevo pacto.

Primero, parte de su argumento depende de lo que ya ha dicho. Si el tabernáculo y el sacerdocio levítico fueron, desde un principio, meras instituciones temporales cuya intención era enseñar lecciones importantes al pueblo del pacto y apuntar hacia la realidad futura que vendría con Cristo, aplica lo mismo a los sacrificios. De manera que el autor resume su postura así: el sistema era “símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que se trata sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (9:9–10).

Segundo, la repetición misma de los sacrificios— los que se ofrecían el Día de la Expiación, por ejemplo—demuestra que ninguno de ellos procuraba una solución final al pecado. Como siempre había más pecado, exigiendo aún más sacrificio, el sacerdote todavía esperaba para matar un animal más y ofrecer más sangre aún. Esto contrasta con el sacrificio de Cristo, ofrecido una sola vez (9:6, 9, 25–26; 10:1ss.).

Pero el aspecto más importante, el tercero, es la naturaleza del sacrificio. ¿Cómo podía la sangre de toros y machos cabríos solucionar realmente el problema del pecado? Los animales no se ofrecían voluntariamente para esta matanza; sus dueños los arrastraban hasta el altar. Los animales perdían sus vidas, pero no eran en absoluto víctimas dispuestas. En cuanto a la “buena voluntad”, eran los dueños de los animales sacrificados quienes perdían algo. Desde luego, este sistema de sacrificios fue instituido por Dios mismo, enseñando así que el pecado exigía muerte y que, en el panorama mayor del relato bíblico, era necesario un “cordero” mejor. Los pecados del pueblo eran cubiertos de esa manera hasta que apareciera tal sacrificio. Pero la sangre y las cenizas de los animales no generaban una respuesta final.

¡Cuán diferente el sacrificio de Jesucristo! Él, “mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios”; es decir, no “mediante el Espíritu Santo”, sino “mediante [su propio] Espíritu eterno”, un acto de la voluntad, un acto supremo de sacrificio voluntario; el Hijo accedió al plan del Padre. Ciertamente hubo un sacrificio de infinito valor, de incalculable importancia. Por eso, su sangre, su vida ofrecida en violencia y sacrificio, es capaz de purificar “nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente” (9:14).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 318). Barcelona: Publicaciones Andamio.

La fe de los padres es un ejemplo (2)

martes 14 noviembre

Confiad en el Señor… Bendecirá a los que temen al Señor, a pequeños y a grandes.

Salmo 115:11, 13

La fe de los padres es un ejemplo (2)

Un tanto sorprendidos por lo que había sucedido, sentimos la necesidad de agradecer juntos al Señor por haber permitido aquel feliz encuentro.

Este hecho, ocurrido hace más de setenta años, todavía está presente en mi memoria. En numerosas ocasiones, en la vida de cada día, mis padres me mostraron la realidad de la fe y las respuestas que el Señor da. ¡Les estoy profundamente agradecido!

Es cierto que la fe de mis padres, por viva que haya sido, no me comunicó la vida; no hizo de mí un hijo de Dios. Tuve que reconocer ante Dios que era pecador e ir a Jesús, único camino que dio al hombre para acercarse a él, para ser salvo. Fue necesario que la gracia divina actuase en mí y hallase una respuesta en mi corazón.

La obra de Dios es indispensable, pero la responsabilidad de los padres es muy importante. Un cristiano es ante todo un testigo de Cristo y tiene la misión de darlo a conocer. Si Dios le confió hijos, ese es su primer campo de misión. ¿Cuál es el primer testimonio que Dios pide a los padres? El ejemplo: mostrar que tenemos un Maestro al que amamos, a quien obedecemos, a quien hablamos, el cual nos oye y nos responde… todo esto en estrecha relación con la Biblia, su Palabra, leída y explicada en familia.

Padres cristianos, si vivimos nuestra fe en familia, ella iluminará los motivos que nos guían para la educación de nuestros hijos, y les mostrará el camino en el cual Dios quiere bendecirlos.

De Abraham Dios dijo: “Yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino del Señor” (Génesis 18:19).

Job 15 – Hebreos 6 – Salmo 123 – Proverbios 27:17-18

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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