8 – [9] ¿Podemos saber que somos salvos?

Escogidos por Dios

R.C. Sproul

Capítulo 8

¿Podemos saber que somos salvos?

El ministerio de Evangelismo Explosivo tiene como clave para la presentación del Evangelio dos preguntas cruciales. La primera es: “¿Has alcanzado una posición en tu vida espiritual en la que sepas con seguridad que cuando mueras irás al cielo?” Los obreros con experiencia dicen que la inmensa mayoría de las personas responden a esta pregunta negativamente. La mayoría de la gente no está segura de su salvación futura. Muchos, si no la mayoría, expresan serias dudas acerca de si tal seguridad es inclusive posible. Cuando yo estaba en el seminario, se hizo una estadística entre mis compañeros de clase. Entre aquel grupo de seminaristas, aproximadamente el 90% de ellos dijeron que no estaban seguros de su salvación. Muchos expresaron enojo ante la pregunta, viendo en ella una especie de presunción implícita. Parece arrogante a algunos aun hablar acerca de la seguridad de la salvación.

Sin duda, afirmar nuestra seguridad de salvación puede ser un acto de arrogancia. Si nuestra confianza en nuestra salvación se apoya en una confianza en nosotros mismos, es un acto de arrogancia. Si estamos seguros de ir al cielo porque pensamos merecer ir al cielo, entonces nuestra actitud es increíblemente arrogante.

Con respecto a la seguridad de la salvación, hay básicamente cuatro clases de personas en el mundo. (1) Hay quienes no son salvos y saben que no son salvos. (2) Hay quienes son salvos y no saben que son salvos. (3) Hay quienes son salvos y saben que son salvos. (4) Hay quienes no son salvos y “saben” que son salvos.

Si hay quienes no son salvos que “saben” que son salvos, ¿cómo pueden saber los que son salvos que son realmente salvos?

Para responder a esa pregunta, debemos hacer primero otra pregunta. ¿Por qué tienen algunos una falsa seguridad de su salvación? En realidad, es relativamente fácil. La falsa seguridad se deriva principalmente de un falso entendimiento de lo que la salvación requiere o implica.

Supongamos, por ejemplo, que alguien es universalista. Cree que todas las personas son salvas. Si esa premisa es correcta, entonces el resto de su deducción lógica es fácil. Su razonamiento es el siguiente:

Todas las personas son salvas.

Yo soy una persona.

Por tanto, soy salvo.

El universalismo es mucho más prevaleciente de lo que muchos de nosotros nos damos cuenta. Cuando mi hijo tenía cinco años, le hice las dos preguntas de Evangelismo Explosivo. Respondió a la primera pregunta afirmativamente. Estaba seguro de que cuando muriera, iría al cielo. Procedí entonces a hacerle la segunda pregunta: “Si murieras esta noche y Dios te dijera, ‘¿Por qué debería dejarte entrar en mi cielo?’, ¿Qué responderías?” Mi hijo no dudó. Respondió inmediatamente: “¡Porque estoy muerto!”

Por el tiempo en que mi hijo tenía cinco años, ya había percibido un mensaje muy claro. El mensaje era que todos los que mueren van al cielo. Su doctrina de la justificación no era justificación por la fe sola. No era siquiera justificación por obras o una combinación de fe y obras. Su doctrina era mucho más simple: creía en la justificación por la muerte. Tenía una falsa seguridad de su salvación.

Si el universalismo está extendido en nuestra cultura, así lo está el concepto de la justificación por obras. En un sentido estadístico, entre más de mil personas a quienes se hizo la misma pregunta que yo le hice a mi hijo, más del 80% dieron una respuesta que implicaba alguna clase de “obras de justicia”. La gente decía cosas como: “He ido a la iglesia durante treinta años”, “he asistido regularmente a la escuela dominical”, o “nunca he hecho ningún daño grave a nadie”.

Aprendí algo claramente en mi experiencia en la evangelización: el mensaje de la justificación por la fe sola, no ha penetrado en nuestra cultura. Multitudes de personas están basando sus esperanzas en cuanto al cielo en sus propias buenas obras. Están bastante dispuestos a admitir que no son perfectos, pero dan por supuesto que son lo suficientemente buenos. Han hecho “lo mejor posible” y eso suponen trágicamente, es suficientemente bueno para Dios.

Recuerdo a un estudiante protestando a John Gerstner acerca de una puntuación que recibió en un examen trimestral. Puntualizó su queja diciendo: “Dr. Gerstner, hice lo mejor que pude.” Profesor Gerstner le miró y dijo suavemente: “Joven, tú nunca has hecho lo mejor que has podido.”

Sin duda, no creemos haber hecho lo mejor que hemos podido. Si revisamos nuestra actuación durante las últimas veinticuatro horas, sabremos que no hemos hecho lo mejor que hemos podido. No es necesario revisar nuestra vida entera para ver cuán plausible es dicha afirmación.

Sin embargo, aun si concedemos lo que de hecho nunca concederíamos, que la gente hace lo mejor que puede, sabemos que aun eso no es lo suficientemente bueno. Dios requiere la perfección para dejamos entrar en su cielo. O bien encontramos esa perfección en nosotros mismos, o la encontramos en algún otro lugar, en alguna otra persona. Si pensamos que podemos encontrarla en nosotros mismos, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.

Vemos pues, que es bastante fácil tener un falso sentir de seguridad acerca de nuestra salvación. Pero ¿y si entendemos correctamente lo que requiere la salvación? ¿Garantiza eso que evitaremos una falsa seguridad de salvación?

De ninguna manera. El diablo mismo sabe lo que se requiere para la salvación. Sabe quien es el Salvador. Entiende la parte intelectual de la salvación mejor que nosotros. Pero no pone su confianza personal en Cristo para su salvación. Odia al Jesús que es el Salvador.

Podemos entender correctamente lo que es la salvación y sin embargo engañarnos a nosotros mismos acerca de si cumplimos o no los requisitos de la salvación. Podemos pensar que tenemos fe cuando de hecho, no la tenemos. Podemos pensar que estamos creyendo en Cristo, pero el Cristo que abrazamos no es el Cristo bíblico. Podemos pensar que amamos a Dios, pero éste bien puede ser solo un ídolo.

¿Amamos a un Dios que es soberano? ¿Amamos a un Dios que envía a la gente al infierno? ¿Amamos a un Dios que demanda obediencia absoluta? ¿Amamos a un Cristo que dirá a algunos en el último día: “Apartaos de mí, nunca os conocí”. No estoy preguntando si amamos a este Dios y a este Cristo perfectamente; estoy preguntando si amamos a este Dios y a este Cristo en absoluto.

Una de mis anécdotas favoritas de todos los tiempos la relata el Dr. James Montgomery Boice. El Dr. Boice habla de un escalador que se soltó de su cuerda y estaba a punto de caer miles de metros y morir. Presa del pánico, agarró un endeble arbusto que crecía en una roca en la ladera de la montaña. Este detuvo momentáneamente su caída, pero comenzó a desprenderse lentamente por las raíces. El escalador miró al cielo y gritó: “¿Hay alguien allí que me pueda ayudar?” Desde el cielo se oyó una profunda voz de abajo: “Sí te ayudaré. Confía en mí. Suelta el arbusto.” El escalador miró la caverna que tenía debajo y gritó una vez más: “¿Hay alguien más allí que pueda ayudarme?”

Es posible que el Dios en quien creemos es “alguien más”. He hablado con frecuencia a un grupo de personas asociadas con Young Life (Vida Joven), el ministerio que lleva a cabo una importante misión entre los adolescentes. La fuerza de Young Life es al mismo tiempo su mayor peligro. Young Life tiene un índice terriblemente elevado de jóvenes que hacen profesiones de fe que posteriormente repudian.

Young Life ha llevado a cabo una obra destacada para alcanzar a los adolescentes. Son maestros en hacer atractivo el evangelio. El peligro es sin embargo, que Young Life es tan atractivo, tan primoroso, que los jóvenes pueden ser convertidos a Young Life y no a la fe bíblica, nunca relacionándose con el Cristo bíblico. En ninguna manera busca ser esto una crítica de Young Life. No estoy sugiriendo que por tanto, deberíamos hacer el Evangelio repulsivo. Ya hacemos eso suficientemente. Es sólo para indicar que a todos se nos debe recordar que la gente puede responder a nosotros o a nuestro grupo, como un sustituto de Cristo y de esa manera, obtener una falsa seguridad de salvación.

Bajo un punto de vista bíblico, debemos darnos cuenta que no solo nos es posible tener una auténtica seguridad de nuestra salvación, sino que es nuestro deber buscar tal seguridad. Si la seguridad es posible, y si se nos manda tenerla, no es arrogante buscarla. Es arrogante no buscarla.

El apóstol Pedro escribe:

Por lo cual hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; por que haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Por que de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2 Pedro 1:10–11)

Aquí vemos el mandato de hacer firme nuestra elección. Hacer esto requiere diligencia. Tenemos aquí una preocupación pastoral. Pedro vincula la seguridad con estar libres de tropiezo. Uno de los factores más importantes que contribuyen al crecimiento espiritual del cristiano, un crecimiento espiritual consecuente, es la seguridad de la salvación. Hay muchos cristianos que están, ciertamente, en un estado de salvación que carece de seguridad. Carecer de seguridad es un grave obstáculo al crecimiento espiritual. La persona que no está segura de su estado de gracia se expone a dudas y temores en su alma. Carece de ancla para su vida espiritual. Su incertidumbre le hace andar con Cristo en forma incierta.

No sólo es importante que alcancemos una auténtica seguridad, sino que es importante que la alcancemos al principio de nuestra experiencia cristiana. Es un elemento clave en nuestro crecimiento hacia la madurez. Los pastores necesitan ser conscientes de eso y ayudar a sus rebaños en la búsqueda diligente de la seguridad.

Nunca sé con seguridad si las personas que encuentro son elegidas o no. No puedo penetrar en las almas de los demás. Como seres humanos, nuestra idea acerca de los demás está restringida a las apariencias externas. No podemos ver el corazón. La única persona que puede, saber con seguridad que eres un elegido eres tú.

¿Quién puede saber con seguridad que no es un elegido? Nadie. Puedes estar seguro que en este momento no te halles en un estado de gracia. No puedes saber con seguridad que mañana seguirás así. Hay multitudes de elegidos a nuestro alrededor que no están aún convertidos.

Una persona así podría decir: “No sé si soy un elegido o no, y no me preocupa lo más mínimo. Apenas puede haber mayor necedad. Si no sabes aún si eres un elegido, no puedo pensar en una cuestión más urgente que esa.

Si no estás seguro, el mejor consejo sería que te aseguraras. Nunca des por supuesto que no eres un elegido. Haz de tu elección objeto de certeza.

El apóstol Pablo estaba seguro de su elección. Frecuentemente utilizaba el término nosotros cuando hablaba de los elegidos. Dijo hacia el final de su vida:

Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. (2 Timoteo 4:6–8)

Anteriormente en la misma epístola declaró:

Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.

(2 Timoteo 1:12)

¿Cómo podemos nosotros, al igual que Pablo, tener verdadera seguridad, una seguridad que no sea falsa? La verdadera seguridad se fundamenta en las promesas de Dios para nuestra salvación. Nuestra seguridad procede, ante todo, de nuestra confianza en el Dios que hace estas promesas. En segundo lugar, nuestra seguridad es realzada por la evidencia interna de nuestra propia fe. Sabemos que jamás podríamos tener un verdadero afecto por Cristo si no hubiéramos nacido de nuevo. Sabemos que no podríamos nacer de nuevo si no fuéramos elegidos. Un conocimiento de la sana teología es vital para nuestra seguridad. Si tenemos un entendimiento correcto de la elección, ese entendimiento nos ayudará a interpretar estas evidencias internas.

Sé internamente que no amo totalmente a Cristo. Pero al mismo tiempo sí sé que le amo. Me regocijo interiormente al pensar en su triunfo. Me regocijo interiormente al pensar en su venida. Deseo su exaltación. Sé que ninguno de estos sentimientos que encuentro en mí podrían jamás estar ahí si no fuera por la gracia.

Cuando un hombre y una mujer están enamorados, damos por supuesto que son conscientes de ello. Una persona es generalmente capaz de discernir si está o no enamorada de otra persona. Esto procede de una seguridad interna.

Además de la evidencia interna de la gracia, hay también una evidencia externa. Deberíamos poder ver fruto visible de nuestra conversión. La evidencia externa, sin embargo, puede también ser causa de nuestra falta de seguridad. Podemos ver el pecado que permanece en nuestras vidas. Tal pecado no contribuye a nuestra seguridad. Nos vemos a nosotros mismos pecando y nos preguntamos: “¿Cómo puedo hacer estas cosas si realmente amo a Cristo?”

Para tener seguridad debemos hacer un sobrio análisis de nuestras vidas. No sirve de mucho comparamos con los demás. Siempre podremos encontrar a otros que hayan avanzado más en su santificación que nosotros. Podemos también encontrar a otros que hayan avanzado menos. No hay dos personas que se encuentren jamás en el mismo grado de crecimiento espiritual.

Debemos preguntarnos si vemos un cambio real en nuestra conducta, una evidencia externa real de la gracia. Esto es un proceso precario, porque podemos mentirnos a nosotros mismos. Es una tarea difícil de realizar, pero de ninguna manera imposible.

Tenemos un método más que es vital para alcanzar la seguridad. Se nos habla en la Escritura acerca del testimonio interno del Espíritu Santo. Pablo afirma que “el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Rom. 8:16).

El principal medio por el cual el Espíritu nos testifica es a través de su Palabra. Nunca tengo mayor seguridad que cuando estoy meditando en la Palabra de Dios. Si descuidamos este medio de gracia, es difícil tener una seguridad de nuestra salvación que sea duradera o fuerte.

Un teólogo reformado, A.A. Hodge, ofrece la siguiente lista de distinciones entre la verdadera y la falsa seguridad:

Verdadera seguridad

Falsa seguridad

Engendra una humildad genuina

Engendra orgullo espiritual

Conduce a la diligencia en la santidad

Conduce a una indulgencia indolente

Conduce a un autoexamen sincero

Evita una evaluación exacta

Conduce a desear una comunión más íntima con Dios

Es fría en cuanto a la comunión con Dios

La seguridad de la salvación puede aumentar o disminuir. Podemos incrementar nuestra seguridad o podemos reducirla. Podemos inclusive perderla totalmente, al menos por un tiempo. Hay muchas cosas que pueden hacer que se nos escape nuestra seguridad. Podemos volvernos descuidados en preservarla. La diligencia a la que somos llamados para hacer firme nuestra elección es una diligencia continua. Si nos volvemos indolentes en nuestra seguridad y comenzamos a darla por supuesto, corremos el riesgo de perder esa seguridad.

El mayor peligro para nuestra seguridad continua es una caída en algún pecado grave e indecoroso. Conocemos el amor que cubre una multitud de pecados. Sabemos que no tenemos que ser perfectos para tener seguridad de salvación. Pero cuando caemos en unos tipos especiales de pecados, nuestra seguridad es brutalmente sacudida. El pecado de adulterio de David le hizo temblar de terror delante de Dios. Si leemos su oración de confesión en el Salmo 51, podemos oír el lamento de un hombre que está luchando por conseguir de nuevo su seguridad. Después que Pedro maldijo y negó a Cristo y los ojos de Cristo se fijaron en él, ¿en qué estado se hallaría la seguridad de Pedro?

Todos experimentamos períodos de frialdad espiritual en los cuales nos sentimos como si Dios hubiera quitado totalmente de nosotros la luz de su rostro. Los santos lo han llamado la “noche oscura del alma”. Hay tiempos en que nos sentimos como si Dios nos hubiera abandonado. Pensamos que ya no oye nuestras oraciones. No sentimos la dulzura de su presencia. En tiempos como éstos, cuando nuestra seguridad ha decaído, debemos inclinamos hacia El con toda nuestra fuerza. El nos promete que si nos acercamos a El, El a su vez se acercará a nosotros. Finalmente, podemos ser sacudidos en nuestra seguridad si nos vemos expuestos a un gran sufrimiento. Una enfermedad grave, un doloroso accidente, la pérdida de un ser querido, pueden perturbar nuestra seguridad. Sabemos que Job clamó “Aunque él me matare, en él esperaré”. Ese fue el clamor de un hombre dolorido. Dijo estar seguro de que su Redentor vivía, pero estoy seguro que Job tuvo momentos en que las dudas le asaltaron.

Una vez más, es la Palabra de Dios la que nos conforta en tiempos de prueba. Nuestras tribulaciones no tienen, en última instancia, el efecto de destruir nuestra esperanza, sino de establecerla. Pedro escribió:

Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. (1 Pedro 4:12–13)

Cuando estamos atentos a las promesas de Dios, nuestro sufrimiento puede ser utilizado para incrementar nuestra seguridad en vez de disminuirla. No es necesario que tengamos una crisis de fe. Nuestra fe puede ser fortalecida a través del sufrimiento. Dios promete que nuestro sufrimiento en última instancia, no tendrá meramente como resultado el gozo, sino un gozo más puro.

¿Podemos perder nuestra salvación?

Ya hemos afirmado que es posible perder nuestra seguridad de salvación. Eso no significa, sin embargo, que perdamos la salvación misma. Estamos considerando ahora la cuestión de la seguridad eterna: ¿Puede una persona justificada perder su justificación?

Sabemos cómo ha respondido a la pregunta la Iglesia Católica Romana. Roma insiste en que la gracia de la justificación puede, de hecho, perderse. El sacramento de la penitencia, que exige la confesión, fue establecido por esta misma razón. Roma llama al sacramento de la penitencia la “segunda tabla de justificación para los que han naufragado en cuanto a sus almas”.

Según la Iglesia Romana, la gracia salvadora se destruye en el alma cuando una persona comete un pecado “mortal”. El pecado mortal se llama así porque tiene el poder de matar la gracia. La gracia puede morir. Si es destruida por el pecado mortal, debe ser restaurada mediante el sacramento de la penitencia o el pecador mismo perecerá finalmente.

La fe reformada no cree en el pecado mortal a la manera en que lo hace Roma. Nosotros creemos que todos los pecados son mortales en el sentido de merecer la muerte, pero que ningún pecado es mortal en el sentido de que destruya la gracia de la salvación en los elegidos. (Posteriormente consideraremos el “pecado imperdonable” acerca del cual nos advirtió Jesús.)

La doctrina reformada de la seguridad eterna recibe el nombre de “perseverancia de los santos”, la P en TULIP. La idea aquí es: “Una vez en la gracia, siempre en la gracia.” Otra forma de afirmarlo es: “Si la tienes, nunca la perderás; si la pierdes, nunca la tuviste.”

Nuestra confianza en la perseverancia de los santos no se apoya en la capacidad de los santos de perseverar por sí mismos. Una vez más, me gustaría modificar el acróstico TULIP ligeramente. La misma letra, pero nueva palabra: prefiero hablar de la preservación de los santos.

La razón por la cual los verdaderos cristianos no caen de la gracia es que Dios benévolamente los guarda de caer. La perseverancia es lo que nosotros hacemos. La preservación es lo que Dios hace. Nosotros perseveramos porque Dios preserva.

La doctrina de la seguridad eterna o perseverancia se basa en las promesas de Dios. Algunos de los pasajes bíblicos clave se mencionan a continuación:

Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. (Filipenses 1:6)

Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. (Juan 10:27–29)

Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. (1 Pedro 1:3–5)

Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. (Hebreos 10:14)

¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8:33–39)

Vemos por estos pasajes que el fundamento de nuestra confianza en la perseverancia es el poder de Dios. Dios promete acabar lo que comienza. Nuestra confianza no se apoya en la voluntad del hombre. Esta diferencia entre la voluntad del hombre y el poder de Dios separa a los calvinistas de los arminianos. El arminiano sostiene que Dios elige personas para vida eterna sólo bajo la condición de su cooperación voluntaria con la gracia y la perseverancia en la gracia hasta la muerte, tal y como El las ha previsto. La Iglesia Católica Romana, por ejemplo, ha decretado lo siguiente: “Si alguien dice que un hombre una vez justificado no puede perder la gracia y por tanto, que el que cae y peca nunca fue verdaderamente justificado, sea anatema” (Concilio de Trento: 6/23).

Los protestantes arminianos hicieron una declaración similar: “Hay personas verdaderamente regeneradas que, al descuidar la gracia y contristar al Espíritu Santo con el pecado, se apartan totalmente y a la larga, finalmente, caen de la gracia a la reprobación eterna” (ver Conferencia de los Remonstrantes 11/7).

Un argumento principal ofrecido por los arminianos es que es inconsecuente con el libre albedrío del hombre que Dios “fuerce” su perseverancia. Sin embargo, los arminianos mismos creen que los creyentes no caerán de la gracia en el cielo. En nuestro estado de glorificación, Dios nos hará incapaces de pecar. Sin embargo, los santos glorificados en el cielo son aún libres. Si la preservación y la libre voluntad son condiciones consecuentes en el cielo, es imposible que sean condiciones inconsecuentes aquí en la Tierra. Los arminianos, una vez más, intentan probar demasiado con su idea de la libertad humana. Si Dios puede preservarnos en el cielo sin destruir nuestra libre voluntad, puede preservamos en la Tierra sin destruir esa libertad.

Podemos perseverar sólo porque Dios obra dentro de nosotros, con nuestra libre voluntad. Y porque Dios actúa en nosotros, es seguro que perseveraremos. Los decretos de Dios con respecto a la elección son inmutables. Estos no cambian porque El no cambia. A todos los que justifica, los glorifica. Ninguno de los elegidos se pierde jamás.

¿Por qué, pues, nos parece que muchos caen de la gracia? Todos hemos conocido a personas que han comenzado con la fe cristiana celosamente, sólo para repudiar su fe posteriormente. Hemos oído acerca de grandes dirigentes cristianos que han cometido graves pecados y traicionado su profesión de fe.

La fe reformada y bíblica reconoce prontamente que las personas hacen profesiones de fe y luego las repudian. Sabemos que los cristianos se “enfrían”. Sabemos que los cristianos pueden cometer, y de hecho cometen, pecados graves y detestables.

Creemos que los verdaderos cristianos pueden caer grave y radicalmente. No creemos que puedan caer total y finalmente. Observamos el caso del rey David, que fue culpable no sólo de adulterio, sino de conspiración en la muerte de Urías, el marido de Betsabé. David utilizó su poder y autoridad para asegurarse de que Urías muriese en la batalla. Esencialmente, David fue culpable de asesinato en primer grado, premeditado y con malicia preconcebida.

La conciencia de David estaba tan cauterizada, su corazón tan endurecido, que requirió nada menos que una confrontación directa con un profeta de Dios el volverle a su sentido. Su arrepentimiento subsiguiente fue tan profundo como su pecado. David pecó radicalmente, pero no total y finalmente. Fue restaurado.

Consideremos la historia de dos personajes famosos en el Nuevo Testamento. Ambos fueron llamados por Jesús para ser discípulos. Ambos caminaron al lado de Jesús durante su ministerio terrenal. Ambos traicionaron a Jesús. Sus nombres son Pedro y Judas.

Después de traicionar Judas a Cristo, salió y cometió suicidio. Después de traicionar Pedro a Cristo, se arrepintió y fue restaurado, surgiendo como un pilar de la Iglesia primitiva. ¿Cuál era la diferencia entre estos dos hombres? Jesús predijo que ambos le traicionarían. Cuando terminó de hablar con Judas, le dijo: “Lo que vas ha hacer, hazlo más pronto.” Jesús habló de forma diferente a Pedro. Le dijo: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo, pero yo he rogado por ti que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:31–32).

Notemos cuidadosamente lo que dijo Jesús. No dijo si, sino una vez. Jesús estaba confiado en que Pedro volvería. Su caída sería radical y grave, pero no total y final.

Está claro que la confianza de Jesús en la vuelta de Pedro no se basaba en la fuerza de Pedro. Jesús sabía que Satanás zarandearía a Pedro como a trigo. Esto es como decir que Pedro era “pan comido” para Satanás. La confianza de Jesús se basaba en el poder de la intercesión de Jesús. Es por la promesa de Cristo de que El sería nuestro Gran Sumo Sacerdote, nuestro Abogado para con el Padre, nuestro Justo Intercesor, por lo que creemos que perseveraremos. Nuestra confianza es en nuestro Salvador y nuestro Sacerdote que ora por nosotros.

La Biblia registra una oración que Jesús ofreció por nosotros en Juan 17. Debemos leer esta gran oración sumosacerdotal frecuentemente. Examinemos una porción de la misma:

… guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese (Juan 17:11–12).

Una vez más leemos:

Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo (v. 24).

Nuestra preservación es una obra trinitaria. Dios el Padre nos guarda y preserva. Dios el Hijo intercede por nosotros. Dios el Espíritu Santo habita en nosotros y nos asiste. Se nos ha dado el “sello” y las “arras” del Espíritu Santo (2 Tim. 2:19; Ef. 1:14; Rom. 8:23). Estas figuras son figuras de una garantía divina. El sello del Espíritu es una marca indeleble, como la impresión en cera del anillo de sellar de un monarca. Indica que somos su posesión. Las arras del Espíritu no son idénticas al depósito que se paga en las transacciones modernas de fincas. Tal depósito puede perderse. En términos bíblicos, las arras del Espíritu son un depósito con una promesa de pagar el resto. Dios no pierde sus arras. No deja sin acabar los pagos que comenzó. Las primicias del Espíritu garantizan que los últimos frutos vendrán.

Una analogía de la obra preservadora de Dios puede verse en la imagen de un Padre tomando la mano de su hijo pequeño al caminar juntos. En la idea arminiana, la seguridad del hijo se apoya en la fuerza con que el hijo se aferra a la mano del padre. Si el hijo se suelta, perecerá. En la idea calvinista, la seguridad del hijo se apoya en la fuerza con que el padre agarra al hijo. Si el hijo deja de agarrarse, el padre le agarra firmemente. El brazo del Señor no se ha acortado.

Nos preguntamos aún por qué parece que algunos, en efecto, se apartan total y finalmente. Aquí debemos hacernos eco de las palabras del apóstol Juan: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:19).

Repetimos nuestro aforismo: Si la tenemos, nunca la perdemos; si la perdemos, nunca la tuvimos. Reconocemos que la Iglesia de Jesucristo es un cuerpo mixto. Hay cizaña que crece al lado del trigo; cabritos que viven al lado de las ovejas. La parábola del sembrador deja claro que las personas pueden experimentar una falsa conversión. Pueden tener una fe aparente, pero esa fe puede no ser genuina.

Conocemos a personas que han sido “convertidas” muchas veces. Cada vez que hay un avivamiento en la iglesia, pasan al frente y “se salvan”. Un ministro habló de un hombre en su congregación que había sido “salvado” diecisiete veces. Durante una reunión de avivamiento, el evangelista hizo un llamamiento para pasar al frente a todos los que quisieran ser llenos del Espíritu. El hombre que había sido convertido con tanta frecuencia avanzó hacia el frente de nuevo. Una mujer en la congregación gritó: “¡No lo llenes, Señor. Tiene un escape!”

Todos tenemos un escape hasta cierto punto. Pero ningún cristiano está total y finalmente vacío del Espíritu de Dios. Los que se vuelven “inconversos” nunca fueron convertidos en un principio. Judas era un hijo de perdición desde el principio. Su conversión fue falsa. Jesús no oró por su restauración. Judas no perdió al Espíritu Santo, pues éste nunca habitó en él.

Advertencias bíblicas acerca de la apostasía

Probablemente, los argumentos más fuertes que ofrecen los arminianos contra la doctrina de la perseverancia de los santos proceden de las múltiples advertencias en la Escritura contra la apostasía. Pablo, por ejemplo, escribe:

“Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27).

Pablo habla en otra parte acerca de hombres que han sido apóstatas:

“Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos” (2 Timoteo 2:17, 18).

Estos pasajes sugieren que es posible que los creyentes sean “eliminados” o que su fe sea “trastornada”. Es importante, sin embargo, ver cómo Pablo concluye su declaración a Timoteo:

“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (v. 19).

Pedro habla también de puercas lavadas revolcándose de nuevo en el cieno y de perros que vuelven a su vómito, comparándolos con personas que se han apartado tras ser instruidos en el camino de la justicia. Estos son falsos convertidos cuyas naturalezas nunca han sido cambiadas (2 Pedro 2:22).

Hebreos 6

El texto que contiene la más solemne advertencia contra la apostasía es también el más controversial con respecto a la doctrina de la perseverancia. Se encuentra en Hebreos 6:

Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio (vv. 4–6).

Ese pasaje sugiere fuertemente que los creyentes pueden apostatar y lo hacen, total y finalmente. ¿Cómo hemos de entenderlo? El significado pleno del pasaje es difícil por varias razones. La primera es que no sabemos con seguridad qué caso de apostasía está implicado en este texto, pues no estamos seguros acerca del autor o los destinatarios de Hebreos. Había dos asuntos candentes en la Iglesia primitiva que podían haber provocado esta terrible advertencia.

El primer asunto era el problema de los así llamados relapsos. Los relapsos eran aquellos que durante una severa persecución no guardaron la fe. No todos los miembros de la Iglesia fueron a los leones cantando himnos. Algunos se vinieron abajo y se retractaron de su fe. Algunos traicionaron inclusive a sus camaradas y colaboraron con los romanos. Cuando acababan las persecuciones algunos de los que habían sido traidores se arrepentían y buscaban la readmisión en la Iglesia. Cómo habían de ser recibidos fue un tema muy controversial.

El otro asunto candente estaba provocado por los judaizantes. La influencia destructora de este grupo se trata en varias partes del Nuevo Testamento, muy especialmente en el libro de Gálatas. Los judaizantes querían profesar a Cristo y al mismo tiempo, propugnaban las ceremonias de culto del Antiguo Testamento. Insistían, por ejemplo, en la circuncisión ceremonial. Creo que era la herejía judaizante la que preocupaba al autor de Hebreos.

Un segundo problema es identificar la naturaleza de aquellos que están siendo advertidos contra la apostasía en Hebreos. ¿Son verdaderos creyentes o son cizaña creciendo entre el trigo? Debemos recordar que hay tres clases de personas que nos interesan aquí. Hay (1) creyentes, (2) incrédulos en la Iglesia, y (3) incrédulos fuera de la Iglesia.

El libro de Hebreos traza varios paralelos con el Israel del Antiguo Testamento, especialmente con aquellos en el campamento que eran apóstatas. ¿Quiénes son estas personas en Hebreos? ¿Cómo se les describe? Hagamos una lista de sus atributos:

1. Una vez iluminados

2. Gustaron del don celestial.

3. Partícipes del Espíritu Santo

4. Gustaron de la buena Palabra de Dios.

5. No pueden ser renovados otra vez para arrepentimiento.

A primera vista, esta lista ciertamente parece describir a verdaderos creyentes. Sin embargo, puede también estar describiendo a miembros de iglesia que no son creyentes, personas que han hecho una falsa profesión de fe. Todos estos atributos pueden ser poseídos por no creyentes. La cizaña que viene a la iglesia cada semana oye la Palabra de Dios enseñada y predicada, y de esta manera es “iluminada”. Participan de todos los medios de gracia. Se unen a los demás en la Cena de Señor. Participan del Espíritu Santo en el sentido de gozar la cercanía de su presencia. Han realizado inclusive alguna clase de arrepentimiento, al menos externamente.

Muchos calvinistas encuentran así una solución a este pasaje, relacionándolo con los no creyentes en la Iglesia que repudian a Cristo. No estoy totalmente satisfecho con esa interpretación. Pienso que este pasaje bien puede estar describiendo a verdaderos cristianos. La frase más importante para mí es “otra vez renovados para arrepentimiento”. Sé que hay una falsa clase de arrepentimiento que el autor en otro lugar llama el arrepentimiento de Esaú. Pero aquí habla de renovación. El nuevo arrepentimiento, si es renovado, debe ser como el antiguo arrepentimiento. El arrepentimiento renovado del cual habla es ciertamente de tipo genuino. Doy por supuesto, por tanto, que el antiguo era igualmente genuino.

Creo que el autor está argumentando en un estilo que llamamos ad hominem. Un argumento ad hominem se lleva a cabo tomando la posición de nuestro oponente y llevándola a su conclusión lógica. La conclusión lógica de la herejía judaizante es destruir cualquier esperanza de salvación.

La lógica es la siguiente. Si una persona abrazaba a Cristo y confiaba en su expiación por el pecado, ¿qué tendría esa persona si volviera al pacto de Moisés? En efecto, estaría repudiando la obra consumada de Cristo. Sería una vez más un deudor a la ley. Si ese fuera el caso, ¿a dónde se volvería para la salvación? Ha repudiado la cruz, no podría volverse a ella. No tendría esperanza de salvación, porque no tendría Salvador. Su teología no permite una obra consumada de Cristo. La clave de Hebreos seis se encuentra en el versículo nueve: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.”

Aquí el autor mismo nota que está hablando de forma inusual. Su conclusión difiere de los que encuentran aquí un texto para la apostasía. Concluye con una confianza en cosas mejores por parte de los amados, cosas que pertenecen a la salvación. El autor no dice que algún creyente realmente apostate. De hecho dice lo contrario, que está confiado en que no apostatarán.

Pero si nadie apostata, ¿por qué molestarse aún en advertir a la gente contra ello? Parece frívolo exhortar a la gente a que evite lo imposible. Aquí es donde debemos entender la relación entre la perseverancia y la preservación. La perseverancia es tanto una gracia como un deber. Hemos de luchar con todas nuestras fuerzas en nuestro caminar espiritual. Humanamente hablando, es posible apostatar. Sin embargo, al luchar hemos de mirar a Dios que nos está preservando. Es imposible que El deje de guardamos. Consideremos de nuevo la analogía del hijo caminando con su padre. Es posible que el hijo se suelte. Si el padre es Dios, no es posible que lo suelte. Aun dada la promesa del padre de no soltarle, es todavía el deber del hijo aferrarse fuertemente. De esta manera, el autor de Hebreos advierte a los creyentes contra la apostasía. Lutero llamaba a esto el “uso evangélico de la exhortación”. Nos recuerda nuestro deber de ser diligentes en nuestro caminar con Dios.

Finalmente, con respecto a la perseverancia y la preservación, debemos mirar la promesa de Dios en el Antiguo Testamento. A través del profeta Jeremías, Dios promete hacer un nuevo pacto con su pueblo, un pacto que es eterno. Dice:

Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí. (Jeremías 32:40)

Resumen del capítulo 8

1. Concluimos que la seguridad de nuestra salvación es vital para nuestras vidas espirituales. Sin ella, nuestro crecimiento se retrasa y nos asaltan dudas atormentantes.

2. Dios nos llama a hacer firme nuestra elección para encontrar el consuelo y la fuerza que Dios ofrece en la seguridad. En Romanos 15 Pablo declara que es Dios la fuente y el origen de nuestra perseverancia y ánimo (v. 5) y de nuestra esperanza (v. 13). Encontrar nuestra seguridad es tanto un deber como un privilegio.

3. Ningún verdadero creyente pierde jamás su salvación. Sin duda, los cristianos caen a veces seria y radicalmente, pero nunca plena y finalmente. Perseveramos no por nuestra fuerza, sino por la gracia de Dios que nos preserva.

Sproul, R. C. (2002). Escogidos por Dios (pp. 112–130). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.

1 Crónicas 23 | 1 Pedro 4 | Miqueas 2 | Lucas 11

27 NOVIEMBRE

1 Crónicas 23 | 1 Pedro 4 | Miqueas 2 | Lucas 11

En ciertos aspectos, la estructura de vida de los israelitas, incluyendo algunas facetas de su vida religiosa, cambiaron cuando el pueblo entró en tierra prometida y dejaron de ser nómadas. Los primeros cambios fueron obvios. El Señor ya no envió la porción diaria de maná: la gente tuvo que empezar a recolectar su comida y a sembrar. Comenzó la urbanización. Las leyes del sábado se fueron aplicando cada vez más al comercio y al mercado, al igual que a la vida agraria.

Ahora, con el establecimiento de la monarquía y la inminente construcción del templo, se produce mucha mayor organización y centralización. En particular, David se preocupa, no sólo por proveerle a Salomón los medios para construir el templo, sino además por sentar las bases de una nueva estructura organizativa que será necesaria para mantenerlo operante. Estos asuntos son de principal interés en 1 Crónicas 23–26.

Ya en 1 Crónicas 23, David mismo reflexiona sobre los cambios que están por venir. Uno de los deberes de los levitas en el pasado, desde los años del desierto, era recoger y transportar el tabernáculo de la manera ordenada, siempre que el Señor indicara que era hora de moverse. David reflexiona sobre el hecho de que el Señor ahora le ha dado “descanso” a su pueblo: están en la tierra prometida. Además, ha escogido “habitar en Jerusalén para siempre” (23:25), así que algunas de las tareas de los levitas deben cambiar: “los levitas ya no tienen que cargar el santuario ni los utensilios que se usan en el culto” (23:26). Mientras tanto, se introducen nuevas funciones: se piensa más sobre los coros del templo y, por ende, sobre escuelas de música y entrenamiento.

Así, se reorganizan los levitas. Se dividen en familias principales, clanes menores y demás cosas por el estilo. Además, el templo y sus necesidades ya no van a dominarlo todo. Es cierto que los siguientes capítulos se centran en el tipo de tareas que llevarán a cabo los que sirven en el templo; no sólo los deberes directamente sacerdotales y las tareas menores que conlleva el templo, sino las responsabilidades mayores de mantenimiento, finanzas y administración. No obstante, desde el principio los sacerdotes también tenían que enseñarle la ley al pueblo y servir de “gobernadores y jueces”. Para esto último, David nombró a seis mil levitas (23:4).

De todo ello, derivamos lecciones importantes. Primeramente, nos enseña a contextualizar dentro del canon; es decir, nos muestra cómo tomar los viejos supuestos de la revelación y adaptarlos a un nuevo contexto sin sacrificarlos. A medida que la iglesia se ha expandido hacia nuevos contextos culturales, debemos abordar este tipo de preguntas una y otra vez. Unos se aferrarán a lo que es mero tradicionalismo de otra cultura; otros comenzarán a abandonar lo que en efecto dice la Escritura. Lo que realmente necesitamos es fidelidad y flexibilidad.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 331). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.

El día del Señor vendrá así como ladrón en la noche… Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón… Seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él.

1 Tesalonicenses 5:2-10

Esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.

Filipenses 3:20

Como Salvador o como ladrón

El Señor Jesús volverá pronto. Su regreso, que tendrá lugar en dos etapas distintas, es presentado bajo dos caracteres diferentes: vendrá como el “Salvador” esperado o “como ladrón”.

La venida de un ladrón tiene tres caracteres: es indeseada, inesperada, y empobrece a quien recibe su visita. ¡Qué contraste con la manera en la que el Señor Jesús vendrá por los suyos!

Es deseado: el apóstol Pedro nos dice que, aunque no lo hayamos visto, lo amamos y nos alegramos “con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8). Pablo habla de “los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8) y de nuestra “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13).

Es esperado: los que tienen fe en su promesa son llamados “los que le esperan” (Hebreos 9:28). A los burlones que les dicen: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?”, les responden con las Santas Escrituras: “El Señor no retarda su promesa” (2 Pedro 3:4, 9).

Enriquecerá a los suyos: Cristo los revestirá con un nuevo cuerpo, semejante al “cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:21); los hará entrar en posesión de su herencia eterna (Filipenses 3:20-21; Hebreos 9:15).

Job 33 – Colosenses 1:1-14 – Salmo 134 – Proverbios 28:19-20

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

Jesús ora por nosotros

NOVIEMBRE, 26

Jesús ora por nosotros

Devocional por John Piper

Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos. (Hebreos 7:25)

Cristo es poderoso para salvar completamente para siempre, ya que vive perpetuamente para interceder por nosotros. En otras palabras, no podría salvarnos para siempre si no continuara intercediendo por nosotros para siempre.

Esto significa que nuestra salvación es tan segura como el sacerdocio de Cristo es indestructible. Por eso es que necesitamos un sacerdote mucho más grande que cualquier humano. La deidad de Cristo es garantía de su indestructible sacerdocio por nosotros.

Por lo tanto, no deberíamos hablar de nuestra salvación en los términos estáticos en que solemos hacerlo, como si dependiera de una decisión que una vez tomé y una obra que Cristo una vez llevó a cabo al morir y resucitar, y eso fuese todo. La salvación no se trata únicamente de eso.

Hoy mismo estoy siendo salvo por la eterna intercesión de Jesús en el cielo. Jesús está orando por nosotros y en eso consiste nuestra salvación.

Somos salvos para siempre por las eternas intercesiones de Jesús (Romanos 8:34) y porque Cristo aboga en nuestra defensa (1 Juan 2:1) en el cielo como nuestro sumo sacerdote. Él ora por nosotros, y sus oraciones hallan respuesta porque son perfectas y están basadas en su perfecto sacrificio.


Devocional tomado del sermón “Jesús: de Melquizedec a Salvador Eterno”

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«Se alegrarán y verán la plomada en la mano de Zorobabel»

26 de noviembre

«Se alegrarán y verán la plomada en la mano de Zorobabel».

Zacarías 4:10

Las pequeñeces marcan el principio de la obra en la mano de Zorobabel, pero ninguna de ellas debe despreciarse, pues el Señor ha levantado a uno que perseverará hasta que saque la primera piedra con aclamaciones. La plomada estaba en buenas manos. Aquí reside el consuelo de todo creyente en el Señor Jesús: no importa que la obra de gracia sea siempre tan pequeña en sus comienzos. ¡La plomada está en buenas manos! Un maestro de obras mayor que Salomón ha emprendido la edificación del Templo celestial y él no dejará ni se desalentará hasta acabar el edificio. Si la plomada estuviera en la mano de un ser meramente humano, podríamos temer por la edificación, pero el deseo del Señor prosperará en las manos de Jesús. Las obras no prosiguieron irregularmente y sin cuidado, pues la mano del constructor tenía una buena herramienta. Si se hubieran edificado las murallas sin la debida dirección no habrían estado verticales, pero era el eximio oficial quien utilizaba la plomada. Jesús está siempre vigilando la construcción de su Templo espiritual para que este se edifique con seguridad y con arte. Nosotros optamos por la prisa, Jesús opta por la prudencia. Él utilizará la plomada, y lo que no esté alineado tendrá que derribarse. De ahí el fracaso de muchas obras halagüeñas, la ruina de muchas brillantes profesiones. No nos corresponde a nosotros juzgar a la Iglesia del Señor, pues Jesús tiene mano firme y buena vista, y puede emplear bien la plomada. ¿No nos regocijamos de ver que el juicio se le ha confiado a él?

La plomada estaba en uso, pues se hallaba en la mano del constructor: un indicio seguro de que él se proponía proseguir la obra hasta su culminación. ¡Oh Señor Jesús, cómo nos alegraríamos si, en realidad, pudiésemos verte en tu gran obra! ¡Oh Sion, la hermosa, tus muros están en ruinas aún! Levántate, glorioso Edificador, y haz que sus desolaciones se regocijen con tu venida.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 341). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

1 Crónicas 22 | 1 Pedro 3 | Miqueas 1 | Lucas 10

26 NOVIEMBRE

1 Crónicas 22 | 1 Pedro 3 | Miqueas 1 | Lucas 10

La transición entre el relato del censo que David hizo al pueblo (1 Crónicas 21) y el de las formidables preparaciones de David para la construcción del templo que su hijo Salomón habría de construir (1 Crónicas 22) es un versículo, el primero del capítulo 22, sin paralelo en 2 Samuel: “Entonces dijo David: ‘Aquí se levantará el templo de Dios el Señor, y también el altar donde Israel ofrecerá el holocausto’” (22:1).

De manera que el templo se construyó en el lugar donde David edificó un altar al Señor, clamando a él con ofrendas y sacrificio (21:25–27) y donde el ángel de la muerte envainó su espada.

Así que David consiguió una cantidad impresionante de materiales de construcción y preparó al pueblo para que ayudaran a su hijo Salomón a construir el templo prometido. “Ahora, pues, buscad al Señor vuestro Dios de todo corazón y con toda el alma. Comenzad la construcción del santuario de Dios el Señor, para que trasladéis el arca del pacto y los utensilios sagrados al templo que se construirá en su honor” (22:19).

Podemos aprender algunas lecciones sobre esta ubicación del templo:

(1) El lugar elegido para el templo es donde se ofreció un sacrificio y se aplacó la ira de Dios contra el pecado. Ciertamente, el diseño mismo del tabernáculo y del templo fue hecho para recordarle al pueblo que el pecado necesitaba expiación; que uno no podía sencillamente entrar tranquilamente a la presencia del Dios santo; que una vez al año, el sumo sacerdote designado debía ofrecer los sacrificios que Dios mismo había ordenado, primeramente por sus propios pecados y luego por los pecados del pueblo. Pero la ubicación del templo en este lugar refuerza esta idea. La adoración y la religión no se tratan principalmente de ofrecerle a Dios algo llamado alabanza porque él prefiere vivir con ella. La adoración y la religión suponen principalmente estar centrados en Dios y, puesto que somos rebeldes, esto significa que la adoración y la religión implican en primera instancia reconciliarnos con este Dios, nuestro Creador y Redentor, de quien nos hemos alejado voluntariamente. El corazón del templo no es el incienso, ni los coros ni las ceremonias. El corazón del templo consiste en apaciguar la ira de Dios por los medios que él mismo ha provisto.

(2) La ubicación del templo también combina dos linajes de autoridad: el sacerdotal y el monárquico. Originalmente, sólo los sacerdotes y levitas eran responsables del tabernáculo; la columna de nube determinaba cuándo moverse. Pero aquí, el rey establece el lugar, apuntando a la unión de los oficios de rey y de sacerdote en un hombre: Jesucristo.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 330). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Creer antes de que sea demasiado tarde

domingo 26 noviembre

Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio.

Hebreos 9:27

He puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas.

Deuteronomio 30:19

Creer antes de que sea demasiado tarde

Hace algunos años, en una ciudad de Guinea Ecuatorial fue publicada una ley que ordenaba que todos los edificios ubicados a lo largo de las calles principales fuesen construidos en cemento y que tuviesen al menos dos pisos. Los propietarios de las casas que no cumplían la norma fueron advertidos y sus viviendas fueron marcadas con una gran X roja. Algunos arreglaron un poco su casa y plantaron flores al frente, otros no hicieron nada… Pensaban que la demolición nunca llegaría.

Pero un día, sin preaviso, bajo la orden del gobierno, una excavadora llegó para demoler las casas que estaban marcadas con la X, incluso aquellas que habían sido mejoradas o adornadas con flores.

Hagamos un paralelismo con lo que la Biblia dice de los hombres: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). La condenación está decretada sobre cada una de las personas que no están en regla con Dios. Muchos piensan que pueden mejorar su vida siendo amables, yendo a la iglesia, haciendo oraciones y buenas obras. Otros desatienden la advertencia, o no creen que la sentencia pueda ser ejecutada. Después de todo, ¿quién querría condenar a gente buena?

Sin embargo Dios tiene ciertas exigencias. Como todos pecamos, todos deberíamos estar lejos de él eternamente. Pero Dios envió a su Hijo Jesucristo para que llevase el castigo por nuestros pecados y diese una vida nueva a aquellos que creen en él. ¡Junto a él usted puede reconstruir su vida, aún hoy!

Job 32 – Hebreos 13 – Salmo 133 – Proverbios 28:17-18

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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DETENCIÓN DE LA CARNE

DETENCIÓN DE LA CARNE

11/26/2017

¿Con qué limpiará el joven su camino?  Con guardar tu palabra.

(Salmo 119:9) 

La conducta santa que produce estabilidad espiritual depende de la obediencia a la norma divina de la Palabra de Dios. La Palabra es la que cultiva las actitudes, los pensamientos y la conducta que evitará que usted sea aplastado por las pruebas y las tentaciones.

A fin de comprender la relación entre las actitudes, los pensamientos y la conducta, considere esta analogía. Si un policía ve a alguien que está a punto de violar la ley, lo detendrá. De igual manera, las actitudes y los pensamientos santos producidos por la Palabra actúan como policías para detener la carne antes que cometa un delito contra la norma de la Palabra de Dios. Pero si no están de guardia, no pueden detener la carne, y la carne está en libertad para violar la ley de Dios.

La analogía enseña que las actitudes y los pensamientos rectos deben preceder a los hábitos rectos. Pablo comprendía que solamente las armas espirituales ayudarán en nuestra lucha contra la carne (2 Co. 10:4). Al usar las armas apropiadas, usted puede llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (v. 5).

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Contentos y confiados

25 de noviembre

Contentos y confiados

Sustenta mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen.

Salmo 17:5

Los cristianos que son espiritualmente estables tienen un testimonio que honra a Cristo. Esa es la clase de testimonio que tenía el apóstol Pablo. Atado en cadenas como preso del Imperio Romano, seguía contento y confiado en el Señor (Fil. 4:11, 13). Pero muchos creyentes no están contentos hoy. En realidad, a los incrédulos les resulta difícil entender cómo un cristiano que cree en un Dios Todopoderoso puede vivir como si Dios fuera débil.

Tal vez haya ocasiones en las que usted se sienta aplastado, débil y sin poder mantenerse firme. Usted sabe lo que es perder su equilibrio espiritual. Nos enfrentamos a las tentaciones y las pruebas de esta vida. No obstante, es esencial que seamos espiritualmente estables no solo por nuestro propio bienestar, sino también por nuestro testimonio cristiano ante el mundo perdido. Así que cerciórese de que está dependiendo de Dios, no de usted mismo, para mantenerse firme.

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Dar gloria dando gracias

NOVIEMBRE, 25

Dar gloria dando gracias

Devocional por John Piper

Porque todo esto es por amor a vosotros, para que la gracia que se está extendiendo por medio de muchos, haga que las acciones de gracias abunden para la gloria de Dios. (2 Corintios 4:15)

La gratitud es el gozo en Dios por su gracia; pero por su misma naturaleza, la gratitud glorifica al dador. Reconoce la propia necesidad y la caridad del dador.

Del mismo modo en que me humillo a mí mismo y exalto a la mesera de un restaurante al decirle «gracias», me humillo a mí mismo y exalto a Dios cuando siento gratitud hacia él. La diferencia, por supuesto, está en que, en verdad, estoy infinitamente en deuda con Dios por su gracia, y todo lo que él hace por mí es gratuito e inmerecido.

Sin embargo, el punto es que la gratitud glorifica al dador. Glorifica a Dios. Esa es la meta de Pablo en todas sus labores: lo hace todo por el bien de la iglesia, claro está; pero, más allá de eso y por sobre todo, lo hace para la gloria de Dios.

Algo que es maravilloso en el evangelio es que la reacción que se requiere de nosotros para la gloria de Dios es la misma reacción que sentirnos más natural y gozosa, es decir, la gratitud por la gracia. La gloria de Dios y nuestro gozo no compiten entre sí.

Una vida que da gloria a Dios por su gracia y una vida profundamente llena de gozo son siempre la misma vida. Lo que las hace una es la gratitud.


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Devocional tomado del libro “Grace, Gratitude, and the Glory of God”