¿Dónde está su tesoro?

¿Dónde está su tesoro?

5/27/2018 

Haceos tesoros en el cielo. (Mateo 6:20)

El dejar esta tierra e ir al cielo no es un pensamiento popular en la iglesia contemporánea. El énfasis cada vez mayor en el éxito, la prosperidad y la solución de los problemas personales refleja nuestra perspectiva terrenal.

También es difícil para nosotros concebir una futura recompensa celestial. En esta época materialista, rara vez sentimos satisfacción en lo que se demora. Casi todo lo que deseamos lo podemos tener de inmediato. Ni siquiera necesitamos dinero; podemos usar una tarjeta de crédito. No tenemos que construir nada; podemos comprarlo todo. Y no tenemos que ir muy lejos para obtenerlo.

La falta de interés en el cielo es la otra cara del interés en este mundo. Los evangélicos modernos prácticamente se olvidan del cielo. Se predica y se enseña poco sobre el tema, pero hay una cantidad colosal de material disponible sobre la prosperidad en esta vida. Para buscar a Cristo con la misma pasión que Pablo debemos concentrar nuestra atención en el mundo venidero.

DERECHOS DE AUTOR © 2018 Gracia a Vosotros
Usted podrá reproducir este contenido de Gracia a Vosotros sin fines comerciales de acuerdo con la política de Derechos de Autor de Gracia a Vosotros. Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org

La fe auténtica en comparación con la fe falsa

MAYO, 27

La fe auténtica en comparación con la fe falsa

Devocional por John Piper

Así también Cristo, habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación de los que ansiosamente le esperan. (Hebreos 9:28)

La pregunta que todos nos planteamos es: ¿Somos parte de los «muchos» cuyos pecados él llevó? ¿Seremos salvos en la venida que es «para salvación»?

La respuesta de Hebreos 9:28 es «sí», si somos de «los que ansiosamente le esperan». Podemos estar seguros de que nuestros pecados han sido borrados y que seremos salvos en el día del juicio si confiamos en Cristo de un modo tal que nos haga estar ansiosos por su venida.

Hay una fe falsa que afirma creer en Cristo, pero que no es más que una póliza de seguro contra incendios. La fe falsa «cree» solo para escapar del infierno. No desea realmente a Cristo. De hecho, quienes tienen este tipo de fe hasta preferirían que él no viniera, para así poder complacerse tanto como les fuera posible en los placeres mundanos. Esto demuestra un corazón que no está en Cristo, sino con el mundo.

Entonces, la cuestión es la siguiente: ¿Anhelamos con ansias la venida de Cristo? ¿o queremos que espere mientras continuamos en nuestro amorío con el mundo? Esa es la pregunta que pone a prueba la autenticidad de la fe.

Por lo tanto, seamos como los corintios, que estaban «esperando ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo» (1 Corintios 1:7), y como los filipenses, cuya «ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente [esperaban] a un Salvador, el Señor Jesucristo» (Filipenses 3:20).

Esa es la cuestión. ¿Amamos la esperanza de su venida? ¿O amamos al mundo y tenemos esperanzas de que su venida no interrumpa nuestros planes mundanos? De estas preguntas depende nuestra eternidad.

Todos los derechos reservados ©2017 Soldados de Jesucristo y DesiringGod.org

Números 36 | Salmo 80 | Isaías 28 | 2 Juan

27 MAYO

Números 36 | Salmo 80 | Isaías 28 | 2 Juan

Incluso una lectura somera de 2 Juan muestra que los antecedentes de esta corta epístola se solapan en cierta medida con los de 1 Juan. En ambas epístolas, encontramos el tema de la verdad vinculado a la identidad de Jesucristo: “Es que han salido por el mundo muchos engañadores que no reconocen que Jesucristo ha venido en cuerpo humano” (2 Juan 7). Estos engañadores particulares negaron que Jesús fuese el Cristo hecho carne. Separaron al Jesús de carne y hueso del “Cristo” que vino sobre él. Así pues, rechazaron la singularidad esencial de Jesucristo, el Dios/hombre, aquel que era al mismo tiempo Hijo de Dios y ser humano. Había muchas consecuencias tristes.

Las razones de esta aberración doctrinal tenían relación con presiones culturales generalizadas. Basta con decir que esos “engañadores”, esos “desviadores” (como algunos los han llamado), creían ser pensadores superiores, progresistas. No se veían analizando la fe cristiana y escogiendo rechazar ciertas verdades fundamentales, eligiendo según algún oscuro principio. Más bien, consideraban que suministraban una interpretación verdadera y avanzada del conjunto, por encima de los conservadores y tradicionalistas que no comprendían realmente la cultura. Juan habla de ellos por esta razón, con gran ironía, como si fuese corriendo por delante de la verdad: “Todo el que se descarría y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la enseñanza sí tiene al Padre y al Hijo” (9). La postura del apóstol es muy parecida a la del anciano ministro que escucha una doctrina moderna y opina:

Dices que no estoy con ella.

Amigo mío, no lo dudo.

Pero, cuando veo que no estoy con ella,

debería estar sin ella.

Lo esencial, por supuesto, no es si uno es o no “progresista”, o “tradicionalista”: se pueden ser ambas cosas en un sentido bueno o malo. Tales etiquetas, por sí mismas, son frecuentemente manipuladoras y raramente añaden demasiada claridad a los asuntos complejos. Lo que importa de verdad es si nos agarramos o no al evangelio apostólico, si continuamos o no en la enseñanza de Cristo. Esa es la prueba eterna.

¿Qué movimientos contemporáneos fallan en esta prueba, bien porque se precipitan “por delante” del evangelio en su esfuerzo por ser modernos, bien por haberse incrustado en tradiciones que lo domestican?

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 147). Barcelona: Publicaciones Andamio.

La oración

Domingo 27 Mayo

El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?… El Señor conoce los pensamientos de los hombres.

Salmo 94:9, 11

Me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica. Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia.

Salmo 66:19-20

La oración

La oración no es la repetición de frases aprendidas de memoria, que nos darían cierto mérito a los ojos de Dios.

La oración tampoco es un medio mágico para ganar los exámenes, triunfar en los negocios o tener una garantía contra todo riesgo.

Tampoco es una especie de escapatoria para los débiles que tratan de huir, o para los que no saben asumir sus responsabilidades.

La oración no debe ser el último recurso cuando todos los demás fracasan, o en caso de dificultad mayor.

La oración es una conversación entre dos personas que existen realmente, entre un ser humano y una persona divina. Es sencillamente hablar con Dios como lo hace un niño con su padre, o hablar con Jesús, quien vino a tomar nuestra condición humana. Es exponerle nuestras preocupaciones, nuestras tristezas y alegrías, nuestros proyectos, y también darle gracias. Es tener la seguridad de que nos escucha, de que nos responderá y nos dará lo que es bueno para quienes se dirigen a él.

Así como nos habla por medio de su Palabra, la Biblia, también desea que nosotros le hablemos mediante la oración, de forma sencilla, con nuestras palabras, que son la expresión de un corazón sincero y confiado. “Dios es amor” (1 Juan 4:8), y el hecho de que nos escuche es la prueba de ello.

Alguien dijo que orar, en cierto sentido, es tener una puerta abierta al cielo.

Levítico 8 – Romanos 5 – Salmo 64 – Proverbios 16:7-8

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch