Nada de venganza

Nada de venganza

7/26/2018

No paguéis a nadie mal por mal. (Romanos 12:17)

Algunos creen que la ley del Antiguo Testamento de “ojo por ojo, diente por diente” (Éx. 21:24) permite la venganza personal. Pero no se refiere a eso. En realidad quería decir que la severidad del castigo jurídico no debe exceder a la severidad de un delito. En otras palabras, si alguien le saca un ojo a otra persona, no se le puede castigar más allá de la pérdida de su propio ojo.

La autoridad para vengar injusticias civiles y criminales corresponde por mandato divino solamente a los gobiernos. Dios prohíbe que exijamos venganza personal. El apóstol Pedro resumió el principio de esta manera: “Finalmente, sed todos de un mismo sentir… no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición” (1 P. 3:8-9).

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Qué significa amar el dinero

JULIO, 26

Qué significa amar el dinero

Devocional por John Piper

Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero. (1 Timoteo 6:10)

¿Qué quiso decir Pablo cuando escribió esto? No pudo haberse referido a que el dinero siempre está en nuestra mente cuando pecamos. Cometemos muchos pecados sin estar pensando en el dinero.

Mi interpretación es la siguiente: él se refería a que todos los males del mundo vienen de un cierto tipo de corazón, específicamente, el tipo de corazón que ama el dinero.

Ahora bien, ¿qué significa amar el dinero? No es admirar el papel color verde o las monedas de cobre o los siclos de plata. Para entender qué significa amar el dinero, debemos preguntarnos: ¿qué es el dinero? Yo respondería esa pregunta así: el dinero es simplemente un símbolo que representa recursos humanos. El dinero representa lo que podemos conseguir de los hombres y no de Dios.

Dios trabaja con la moneda de la gracia, no con el dinero: «Todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed» (Isaías 55:1). El dinero es la moneda de recursos humanos. Por lo tanto, el corazón que ama el dinero es el que pone sus esperanzas y pone su confianza en lo que los recursos humanos pueden ofrecer, y persigue sus placeres.

Así que el amor al dinero es prácticamente lo mismo que poner la fe en el dinero, es decir, tener la convicción (confianza, esperanza, seguridad) de que el dinero suplirá nuestras necesidades y nos hará felices.

El amor al dinero es la alternativa a la fe en la gracia venidera de Dios. El amor al dinero es la fe en los recursos humanos venideros. Por lo tanto, el amor al dinero, o la confianza en el dinero, es la otra cara de la incredulidad en las promesas de Dios. Jesús dijo en Mateo 6:24: «Nadie puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las riquezas».

No podemos confiar en Dios y en el dinero al mismo tiempo. Creer en uno es desconfiar del otro. El corazón que ama el dinero —que apuesta su felicidad al dinero— no está apostando a la gracia venidera de Dios para su satisfacción.


Devocional tomado del libro “Future Grace” (Gracia Venidera), página 323-324

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Jueces 9 | Hechos 13 | Jeremías 22 | Marcos 8

26 JULIO

Jueces 9 | Hechos 13 | Jeremías 22 | Marcos 8

Los lectores concienzudos de Jeremías saben que los diversos oráculos no se dan en orden cronológico. En algunas ocasiones, la secuencia de los mismos es desconcertante; en otras, es claramente temática. En Jeremías 22, encontramos una serie de afirmaciones relativas a los últimos reyes de Judá, pero la lista no está ordenada cronológicamente. Lo importante de estas declaraciones es quizás que ofrecen el contrapunto para la perspectiva de un rey mucho más fructífero, presentado en el siguiente capítulo.

(1) Los nueve primeros versículos continúan con la advertencia a Sedequías y con la petición de que vuelva a las estipulaciones del pacto a fin de evitar el desastre inminente.

(2) Jeremías 22:10–12 se ocupa de Salún, conocido también como Joacaz. Era uno de los hijos del último rey reformador, Josías, que murió en Meguido en 609 a.C. Reinó sólo tres meses antes de que el faraón Necao lo depusiese (durante los últimos años, cuando Judá seguía siendo Estado vasallo de Egipto, antes de que Babilonia asumiese el papel de superpotencia de la región en 605: cp. los comentarios de ayer). Deportado a Egipto, Salún nunca volvió a Israel. Fue el primer rey davídico que murió en el exilio.

(3) El hermano mayor de Salún, Joacim, sucedió a este en el trono (22:13–23). Se vio obligado a pagar duros impuestos a Egipto, pero impuso cargas adicionales para su propia glorificación. Era opresor, codicioso, avaro y necio (cp. 2 Reyes 23:35). Lo peor de todo es que cambió todas las políticas reformadoras de su padre Josías, aprobando los rituales paganos, incluso los del poder dominante, Egipto. Su explotación de los obreros desafiaba el pacto mosaico (Levítico 19:13; Deuteronomio 24:14). La denuncia de Jeremías es mordaz: “¿Acaso eres rey sólo por acaparar mucho cedro? Tu padre no sólo comía y bebía, sino que practicaba el derecho y la justicia, y por eso le fue bien” (22:15). La consecuencia de las desastrosas y malvadas políticas de Joacim fue la destrucción de la nación. En cuanto a él, moriría de forma ignominiosa y echarían su cadáver a la basura (22:19). Dios le dice: “Yo te hablé cuando te iba bien, pero tú dijiste: ‘¡No escucharé!’. Así te has comportado desde tu juventud: ¡Nunca me has obedecido!” (22:21).

(4) Su hijo Jeconías (también llamado Joaquín, o Conías [37:1, nota]) subió al trono en diciembre de 598, al morir Joacim. En esa época, Jerusalén ya estaba sitiada. Jeconías era un muchacho de dieciocho años. Reinó durante tres meses. Después, Jerusalén cayó y lo deportaron a Babilonia, donde vivió el resto de su vida, en la cárcel hasta 561, y posteriormente en la corte babilónica. Ninguno de sus hijos ni de sus nietos se sentaría en el trono de David (22:30). “¡Tierra, tierra, tierra! ¡Escucha la palabra del Señor!” (22:29).

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 207). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Morir en paz

Jueves 26 Julio

Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio.

Hebreos 9:27

Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

Juan 11:25

Morir en paz

Un artículo de un periódico describía irónicamente la agitación y el nerviosismo de la gente de hoy. El texto terminaba más o menos así: «Si a las 13:30 se da prisa para almorzar, a las 14:15 ya podría estrellarse con su automóvil contra un muro. Sobre las 14:30 ya podría estar en el hospital. Y si todavía se da prisa, llegaría a tiempo a su propio entierro».

En efecto, mi entierro no tendrá lugar sin mí. Durante toda nuestra vida podemos darnos prisa sin cesar, esforzarnos para no perder nada y evitar todo lo que podría ser desagradable, pero lo cierto es que la muerte nos alcanzará. No podremos evitar nuestro propio entierro, y mucho menos el juicio de Dios. Esto es lo que la Biblia dice en los versículos citados hoy.

Entonces surge una pregunta: ¿Cómo podemos escapar al veredicto de condenación, cómo morir en paz?

La respuesta se resume en una palabra: ¡Jesús! Él, el Hijo de Dios que vino a la tierra, murió en la cruz para llevar los pecados de todo el que cree en él, para sufrir la condenación en su lugar. “El que en él cree, no es condenado” (Juan 3:18). De esta manera el creyente es liberado del justo juicio de Dios. Desde ahora puede vivir con su corazón en paz.

Jesús dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).

Números 35 – Lucas 10:1-20 – Salmo 88:13-18 – Proverbios 20:6-7

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