La bondad de la fidelidad de Dios

8 de septiembre

La bondad de la fidelidad de Dios

Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.

Lamentaciones 3:22-23

Es manifiesta la bondad de la fidelidad de Dios con los creyentes, ya que, aunque le seamos infieles, Él permanece fiel a nosotros. El profeta Miqueas se regocijó en la fidelidad de Dios: «¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia» (Mi. 7:18).

Siempre que lo necesite, puede confiar en la fidelidad de las promesas de Dios, como esta: «Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré» (Sal. 91:15); «Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Fil. 4:19).

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Cómo pagarle a Dios

SEPTIEMBRE, 08

Cómo pagarle a Dios

Devocional por John Piper

¿Qué daré al Señor por todos sus beneficios para conmigo? Alzaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor. (Salmos 116:12?14)

Lo que mantiene el pago de promesas libre del peligro de ser tratado como el pago de una deuda es que el pago, en realidad, no consiste en un pago ordinario, sino que es otro acto de recibir que magnifica la gracia continua de Dios. No engrandece nuestros recursos. Podemos observarlo en Salmos 116:12-14.

La respuesta del salmista a su propia pregunta, «¿Qué daré al Señor por todos sus beneficios para conmigo?», es, en esencia, que seguirá recibiendo beneficios del Señor, para que la inagotable bondad de Dios sea magnificada.

Primero, alzar la copa de la salvación significa tomar la satisfactoria salvación del Señor en la mano, beberla y esperar recibir más. Por eso digo que pagar a Dios en este contexto no consiste en hacer un pago ordinario: es un acto de recibir.

Segundo, ese también es el significado de la frase que le sigue: «invocaré el nombre del Señor». ¿Qué puedo darle a Dios porque, en su gracia, respondió a mi llamado? La respuesta es esta: volver a invocarlo. Le rendiré a Dios la alabanza y el tributo que él jamás necesita de mí, pero que siempre rebosa con beneficios cuando yo lo necesito (que es siempre).

En tercer lugar, el salmista agrega: «Cumpliré mis votos al Señor». Pero ¿cómo los pagará? Los pagará sosteniendo la copa de la salvación e invocando al Señor. Es decir, los pagará con la fe en la gracia venidera.


Devocional tomado del libro “Future Grace” (Gracia Venidera), páginas 37-38

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2 Samuel 2 | 1 Corintios 13 | Ezequiel 11 | Salmo 50

8 SEPTIEMBRE

2 Samuel 2 | 1 Corintios 13 | Ezequiel 11 | Salmo 50

Ezequiel 11 nos presenta dos acciones altamente simbólicas. Una de ellas comienza en el capítulo 10 y la otra dentro del capítulo que nos ocupa:

(1) Aunque es difícil trazar con exactitud el movimiento de la gloria del Señor, parece razonablemente claro que esta, asociada al templo en el pasado, especialmente con el lugar santísimo y el arca del pacto sobre el cual los querubines extendían sus alas, lo abandona y sobrevuela el trono móvil, el mismo que Ezequiel había visto en Babilonia y que ahora se encontraba en la entrada sur del templo. Las cuatro criaturas vivientes, identificadas aquí como querubines, transportan la gloria de Dios hasta la puerta oriental (10:18–19) y después al cerro que está al oriente de la ciudad (11:23). Así pues, la presencia de Dios abandona oficialmente el templo y la ciudad. Nada podrá detener su destrucción.

(2) La imagen de la olla (11:3–12) pone de manifiesto la falsa sensación de seguridad que una ciudad poderosa y amurallada puede producir entre sus habitantes. Los jerosolimitanos se consideraban la buena carne de la “olla”, la ciudad bien rodeada y protegida por sus muros. Sin embargo, Dios mismo los arrojará de ella (11:7). No será en absoluto una “olla” para ellos” (11:11). Lo cierto es que los jerosolimitanos, a los que los exiliados encumbraban porque aún estaban en Jerusalén, eran extraordinariamente arrogantes. Los deportados ponían sus esperanzas en ellos, pero ellos consideraban a estos como basura, personas rechazadas por Dios y llevadas lejos de la tierra y del templo (11:14–15). El Señor dice que la situación se va a revertir de forma poderosa. Es cierto que él dispersó a los exiliados por las naciones. No obstante, mientras han estado lejos, Dios mismo ha sido su santuario (11:16), demostrando así que el templo no era necesario para que él estuviese presente en medio de su pueblo, para ser un “santuario” para ellos. Los habitantes de Jerusalén perecerán y, aunque desprecien a los exiliados no teniéndolos en cuenta, Dios reunirá un remanente de estos (11:17). Finalmente, formalizará un nuevo pacto que los transformará (11:18–20). Estos temas se tratan con más detalle más adelante en el libro (p. ej., cap. 36).

La visión de los capítulos 8–11 acaba con Ezequiel llevado de vuelta a Babilonia, diciendo a todos lo que había visto y oído. El libro señala los primeros hilos de esperanza, pero no en la forma que ellos deseaban. Jerusalén caerá, destruida, y los propósitos de Dios para el futuro se centran en los propios exiliados. ¡Cuántas veces ha llevado a cabo Dios su rescate, su salvación, por medio de los débiles y los despreciados!

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 251). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Hijos de Dios

Sábado 8 Septiembre

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios… Amados, ahora somos hijos de Dios.

1 Juan 3:1-2

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Romanos 5:5

Hijos de Dios

¡Qué título! ¿Quién podría pretender tenerlo? Dios lo da a todos los que reciben a Jesús como su Salvador, tal como mis padres me dieron sus apellidos cuando nací.

La Biblia nos dice: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). Los que creen en Jesús nacen de nuevo. Reciben su vida, la vida eterna. Dios los llama sus hijos.

Dios desea que manifestemos los mismos caracteres que él. Él es luz (1 Juan 1:5), y nos pide que andemos “como hijos de luz” (Efesios 5:8). También es amor (1 Juan 4:8), y el Espíritu Santo derrama su amor en nuestros corazones (Romanos 5:5) para que lo vivamos en todas nuestras relaciones, sobre todo con nuestros hermanos y hermanas de la familia de Dios.

También existe una casa familiar en la que todos los hijos de Dios vivirán un día; esta es la casa del Padre (Juan 14:2).

Una gran herencia espera a todos los que componen la familia. Dicha herencia está “reservada en los cielos” (1 Pedro 1:4), y no puede desaparecer ni perder su valor.

Pero lo más hermoso de todo es que tengo un Padre que me ama incondicionalmente y siempre vela sobre mí. “El Padre mismo os ama” (Juan 16:27).

¿Pertenece usted a esta familia?

Jeremías 40 – 1 Corintios 14:20-40 – Salmo 104:14-18 – Proverbios 22:28

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