2 Crónicas 10 | Apocalipsis 1 | Sofonías 2 | Lucas 24

10 DICIEMBRE

2 Crónicas 10 | Apocalipsis 1 | Sofonías 2 | Lucas 24

Antes de la visión inicial de Apocalipsis 1, la cual presenta a Jesús exaltado mediante los símbolos apocalípticos que nos recuerdan a las imágenes del Anciano de Días en Daniel 7 (Apocalipsis 1:12–16), Juan ofrece una breve alabanza: “Al que nos ama y que por su sangre nos ha librado de nuestros pecados, al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! ¡Amén!” (1:5–6).

(1) Si bien este libro contiene muchas imágenes sorprendentes e incluso aterradoras de Dios y del Cordero, comienza con una declaración del amor de Jesús, su peculiar amor por el pueblo de Dios: “Al que nos ama… ¡sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos!”. Nada inspira tanto nuestra gratitud y asombro como el amor que nos ha mostrado el eterno Hijo de Dios en la cruz. Creo que fue T.T. Shields quien escribió: “¿Hubo alguna vez un corazón tan endurecido, / y habrá tal ingratitud / que aquél por quien sufrió Jesús / sea capaz de decir: ‘No es nada para mí’?”

(2) Jesucristo “por su sangre nos ha librado de nuestros pecados”. Algunas versiones más antiguas lo traducen como: “nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. La diferencia en el griego es una sola letra; lo más seguro es que la NVI sea correcta. Por su sangre, es decir, mediante su muerte expiatoria y sacrificial, Jesús pagó por nuestros pecados y, por ello, nos libró de su maldición. No sólo eso, sino que todos los beneficios que recibimos—el don del Espíritu Santo, las promesas de la protección duradera de Dios, la vida eterna, la resurrección consumadora—han sido aseguradas mediante la muerte de Jesús y todas ellas se unen para librarnos de nuestros pecados: su culpa, su poder, sus resultados.

(3) Cristo “ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre”. En un sentido, estamos en el reino, en el ámbito de su reinado salvador. En otro sentido, Cristo reina ahora sobre todo en su soberanía incondicional (Mateo 28:18; 1 Corintios 15:25) y en ese sentido, todos y todo está en su reino. Pero, en la medida en que los cristianos son el foco particular de la comunidad redimida y el anticipo de la redención transformadora del universo que aún está por venir, nosotros mismos podemos vernos como su reino. Más aún, nos ha hecho sacerdotes. Los cristianos no tienen sacerdotes además de Jesús, su gran sumo sacerdote: sólo hay un mediador entre Dios y los seres humanos (1 Timoteo 2:5). Pero, en otro sentido, somos sacerdotes: todos los cristianos sirven de mediadores entre Dios y este mundo quebrantado y pecaminoso. Mediamos entre Dios y los pecadores como nosotros al proclamar fielmente y vivir el evangelio, y asumimos sus necesidades a través de nuestras oraciones intercesoras ante nuestro Padre celestial. Jesucristo ha hecho de nosotros un reino y sacerdotes para servir a Dios su Padre.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 344). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 9 | Judas | Sofonías 1 | Lucas 23

9 DICIEMBRE

2 Crónicas 9 | Judas | Sofonías 1 | Lucas 23

Queridos hermanos, he deseado intensamente escribiros acerca de la salvación que tenemos en común, y ahora siento la necesidad de hacerlo para rogaros que sigáis luchando vigorosamente por la fe encomendada una vez por todas a los santos. El problema es que se han infiltrado entre vosotros ciertos individuos que desde hace mucho tiempo han estado señalados para condenación. Son impíos…” (Judas 3–4). Observemos:

(1) A veces, es correcto luchar por la fe. Ciertamente, no siempre es la manera de proceder: por lo general, el énfasis principal debe ser proclamar, articular y reestructurar todo el consejo de Dios. En ocasiones, una respuesta suave o una súplica honesta será la alternativa más sabia. Pero aquí, Judas anima a sus lectores a contender por la fe.

(2) Lo que debemos defender es la fe encomendada una vez por todas a los santos. El lugar donde la fe está siendo atacada en tales casos se halla vinculado a una postura que se describe como “progresista”, “contemporánea” o “a la vanguardia”, pero que inevitablemente está dispuesta a sacrificar algo que fue encomendado “una vez por todas a los santos”. Claro, a veces esto último es sólo un llamamiento a la tradición sin justificación, pero eso no es lo que sucedió en este caso. Aquí, los “progresistas” están sacrificando algo que ha sido esencial en el evangelio desde el principio.

(3) En algunos casos, luchar por la fe (que no se debe confundir con ser contencioso en cuanto a la fe) es lo más urgente. Por eso, Judas puede admitir abiertamente que había deseado escribir sobre otra cosa, pero se sintió obligado a dedicarse a esta tarea más urgente. Aunque sea desconcertante, cuando se niega una verdad esencial, y muchas personas llegan a creer esta negación, la sabiduría estratégica es prioritaria sobre el resto del ministerio por un tiempo y se centra en el peligro inmediato y apremiante.

(4) La necesidad de la lucha más firme suele aparecer cuando las voces herejes surgen en la iglesia. Cuando los que se oponen a la verdad están fuera de la iglesia, aunque algunos cristianos necesitan responder a sus argumentos (tal vez por razones evangelísticas), no es urgente contender por la fe encomendada a los santos. No obstante, una vez estas personas logran colarse dentro de la iglesia, de manera que muchos cristianos ingenuos podrían aceptar su enseñanza sin percibirla como peligrosa, es inevitable una lucha firme. Tales personas no sólo necesitan ser refutadas, sino disciplinadas, y esto no se puede lograr sin aquello.

(5) La impiedad peculiar que Judas refuta en este caso es una lectura perversa del evangelio que lo convierte en “libertinaje” (v. 4). Cualquier lectura del evangelio que promueva la inmoralidad o niegue la eficacia de la salvación de Jesús está equivocada y debe ser rechazada como impía.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 343). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 8 | 3 Juan | Habacuc 3 | Lucas 22

8 DICIEMBRE

2 Crónicas 8 | 3 Juan | Habacuc 3 | Lucas 22

La situación de fondo de 3 Juan parece ser algo así: se presume que su escritor, “el anciano” (1:1), fue el apóstol Juan, quien escribe a una iglesia particular en su ámbito. Por lo visto, le pide a esa iglesia que haga lo que pueda por ayudar a unos “hermanos” (1:5) que fueron enviados con un ministerio evangelístico. Desafortunadamente, esa iglesia había sido secuestrada por un tal Diótrefes, quien, según el apóstol, estaba mucho más interesado en ser el “primero”, es decir, en promoverse a sí mismo y en el control autocrático, que en el progreso del Evangelio (1:9). Con tales valores que le controlaban, Diótrefes estaba totalmente dispuesto a menospreciar el acercamiento del apóstol.

A distancia, el apóstol no podía hacer mucho. No obstante, cuando sí llegue allí, llamará la atención a lo que Diótrefes estaba haciendo y lo expondrá a la iglesia (1:10). Aparentemente, Juan confía en que tiene la autoridad y credibilidad para llevarlo a cabo. Mientras tanto, el apóstol obvia los canales normales de autoridad y le escribe a su querido amigo Gayo (1:1), quien parece que pertenece a la misma iglesia, pero es de un espíritu muy diferente al de Diótrefes.

Tras algunas palabras preliminares (1:2–4), Juan alaba con entusiasmo a Gayo por la manera en que ha abierto su casa a estos “hermanos” viajeros (1:5). De hecho, algunos seguramente volvieron con informes sobre la excelente hospitalidad que recibieron (1:6). A Gayo debe poder continuar este excelente ministerio, enviándolos “como es digno de Dios” (1:6): un modelo asombroso que deberíamos emular hoy día al encomendar y apoyar misioneros que son verdaderamente fieles. En resumen, la generosidad incondicional entre los cristianos, ejemplificada por Gayo, nos lleva a tener una mente misionera; la sed obstinada de poder, representada por Diótrefes, es probable que conduzca a la miopía y a una visión estrecha.

Observemos la claridad penetrante de las declaraciones iniciales (1:2–3). Primero, Juan ora por la salud de Gayo, para que prospere así como lo hace su alma. ¡Notemos cuál de las dos es el modelo de la otra! Segundo, el apóstol menciona algo que le ha dado gran gozo; a saber, las noticias de la fidelidad de Gayo a la verdad, su caminar en la verdad. Tercero, Juan generaliza un aspecto final: “Nada me produce más alegría que oír que mis hijos practican la verdad” (1:4). En un mundo en el que muchos cristianos obtienen su gozo más profundo en la comodidad, los ascensos, la seguridad financiera, la buena salud, la popularidad, el progreso y muchas otras cosas, es maravilloso y desafiante oír testificar a un apóstol que nada le da más gozo que escuchar que sus “hijos” están caminando a la luz del evangelio. Eso nos revela perfectamente su corazón y nos habla sobre en qué debemos encontrar nuestros placeres.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 342). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 7 | 2 Juan | Habacuc 2 | Lucas 21

7 DICIEMBRE

2 Crónicas 7 | 2 Juan | Habacuc 2 | Lucas 21

Cuando Salomón terminó de orar, hubo gran silencio y sobria reverencia. Descendió fuego del cielo y consumió el holocausto y “la gloria del Señor llenó el templo” (2 Crónicas 7:1). Dios mismo aprobó tanto el templo como la oración dedicatoria de Salomón. Los miles de israelitas que estuvieron presentes vieron ciertamente las cosas de esa manera (7:3) y cantaron otra vez: “El Señor es bueno; su gran amor perdura para siempre” (7:3). El festival de celebración que se describe en los versículos siguientes (7:4–10) no tuvo igual.

Hay más. De la misma manera que el Señor se había aparecido personalmente a Abraham, Isaac y Jacob—y al propio padre de Salomón, David—, ahora se le aparece, por el medio que sea, a Salomón. Notemos:

(1) “He escuchado tu oración, y he escogido este templo para que en él se me ofrezcan sacrificios” (7:12; cf. 7:16 y la meditación del 26 de noviembre, énfasis añadido). Dios mismo ve el sistema de sacrificios como el corazón del templo. Después, resume nuevamente su disposición a responderle a su pueblo cuando se desvíen y luego oren; pues este templo, de acuerdo con la autorrevelación misericordiosa de Dios, institucionaliza las diversas ofrendas por el pecado que son el medio por el cual los pecadores culpables pueden ser reconciliados con Dios mediante los sacrificios que él mismo ha ordenado y provisto.

(2) Gran parte de las demás palabras de Dios a Salomón siguen por una de dos líneas. La primera es reconfortante, pues Dios afirma que sus ojos siempre estarán abiertos a su templo y escuchará las oraciones de los que se arrepientan. Segundo, esta aparición a Salomón también es una advertencia, incluso una amenaza. Dios le dice a Salomón que si la nación (el “vosotros” del versículo 19: “más si vosotros os volvéis”) sucumbe a la rebelión y la idolatría, llegará el momento en que Dios descenderá sobre ellos con juicio, echará a su pueblo de la tierra prometida y diezmará de tal manera a Jerusalén y al templo, que la gente se espantará; la única explicación satisfactoria que escucharán será que Dios envió el desastre sobre ellos por su pecado (7:19–22). Desde la perspectiva de Dios, el pueblo ha recibido una advertencia justa; desde la del cronista, está preparando el camino hacia la trágica conclusión a su libro; desde la perspectiva canónica, a los lectores cristianos se les recuerda que todos los sistemas y estructuras, incluso aquellos que apuntan a Cristo, estaban destinados a fracasar en este mundo quebrantado hasta que apareciera Aquel a quien apuntaban.

(3) La promesa de 7:14 se suele citar como una clave central para el avivamiento. Pero debemos destacar los temas relacionados con templo, la tierra y el pueblo del pacto: todos ellos contextualmente específicos, en su forma, con el antiguo pacto. Pero hay una extensión legítima, fundamentada en la realidad de que la justicia exalta a una nación, pero el pecado es un reproche. Dios llama a todos los pueblos al arrepentimiento.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 341). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 6:12–42 | 1 Juan 5 | Habacuc 1 | Lucas 20

6 DICIEMBRE

2 Crónicas 6:12–42 | 1 Juan 5 | Habacuc 1 | Lucas 20

La oración de dedicación que hizo Salomón (2 Crónicas 6:12–42) es uno de los grandes momentos de la historia y teología del Antiguo Testamento. Muchos de sus elementos merecen una reflexión detenida. Aquí sólo haremos algunas consideraciones.

(1) Tanto el principio como el fin de la oración se aferran a Dios como el que cumple el pacto, el cumplidor de promesas original. En particular (y comprensiblemente), a Salomón le interesa la promesa de Dios a David en cuanto a que su linaje continuaría, que su dinastía sería preservada (6:14–17). Algo similar ocurre en la doxología final: “Señor y Dios, no le des la espalda a tu ungido. ¡Recuerda tu fiel amor hacia David, tu siervo!” (6:42).

(2) A pesar de que el templo era, sin duda, una estructura magnífica, y aunque Salomón bien podría sentir algo de orgullo justificado al haberlo completado, su comprensión de la grandeza de Dios es lo suficientemente robusta para permitirle articular, de manera memorable, que ningún templo podría “contener” al Dios que sobrepasa los más altos cielos (6:18). No hay señal alguna de una domesticación tribal de Dios.

(3) La carga principal de la petición de Salomón se puede resumir de manera muy sencilla. En el futuro, cuando los israelitas pequen de manera individual o cuando la nación entera se hunda en uno u otro pecado, si se volvieran de su pecado y oraran hacia el templo, Salomón pide que Dios mismo escuche desde el cielo y perdone su pecado (6:21–39). Hay cuatro elementos asombrosos en estas peticiones.

Primero, hay un reconocimiento asombrosamente realista de lo propensas que son las personas a pecar, incluso a hacerlo tan terriblemente, que algún día puedan ser exiliadas de la tierra. En una ocasión así, cualquier otro hombre se hubiera visto tentado a introducir toda una verborrea sentimental e ilusa sobre la lealtad perpetua y cosas así. Pero no Salomón. Es un hombre sabio y comprende que los pecadores pecan.

Segundo, independientemente de cuán central sea el templo como un foco para las oraciones del pueblo (particularmente, cuando pecan), Dios escuchará sus oraciones no desde el templo, sino desde el cielo, su morada. Una vez más, Dios no queda reducido a la estatura de las deidades tribales que adoraban los paganos de alrededor. La manera de articular esta petición repetida de perdón presenta el papel de Dios como lo crucial: el Dios que llena los cielos, no el templo.

Tercero, en cuanto al templo como un elemento crítico, se ve como el centro de la religión y de una adoración que trata del perdón de los pecados y por tanto restaura a los pecadores con Dios. El corazón del templo no es los coros y las ceremonias, sino el perdón de pecado. En esta época de una espiritualidad mal definida, es vital que recordemos este hecho.

Cuarto, la visión de Salomón se extiende lo suficiente como para incluir a los extranjeros (6:32–33): toda una perspectiva misionera.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 340). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 5:1–6:11 | 1 Juan 4 | Nahúm 3 | Lucas 19

5 DICIEMBRE

2 Crónicas 5:1–6:11 | 1 Juan 4 | Nahúm 3 | Lucas 19

Una vez construido el templo, el paso final antes de su dedicación era traer el arca del pacto desde el antiguo tabernáculo, que estaba en Sión, la Ciudad de David (parte de Jerusalén) a su nueva morada en el Lugar Santísimo del templo. 2 Crónicas 5:1–6:11 no sólo registra esta transición, sino también las palabras iniciales de Salomón al pueblo antes de su oración de dedicación (ver la meditación de mañana). Tanto el traslado del arca como las declaraciones de Salomón son importantes.

El traslado en sí siguió las disposiciones de la ley: únicamente se permitió a los levitas manejar el arca. Sin embargo, fue un acontecimiento nacional. Los ancianos de Israel y los líderes de las tribus se congregaron de toda la nación para esta gran celebración. El traslado fue acompañado por sacrificios tan espléndidos, que no se pudieron contar ni numerar los animales que se mataron (5:6). Finalmente, se ubicó el arca debajo de las alas de los querubines en el Lugar Santísimo. Como un aparte, el cronista menciona que, en este momento, sólo las tablas de la ley permanecieron en el arca del pacto. Es posible que la urna con maná y la vara de Aarón que había florecido hayan desaparecido cuando el arca estuvo en manos de los filisteos. De todos modos, las orquestas y coros se manifestaron, incluyendo una sección de 120 trompetas. Los cantores alabaron a Dios con el conocido estribillo: “El Señor es bueno; su gran amor perdura para siempre” (5:13).

Dos detalles merecen un comentario especial.

(1) En el pasado, la evidencia de la presencia de Dios en el tabernáculo había sido una nube. Ahora, la misma nube llena el templo; de hecho, la gloria de Dios llena el templo de tal manera que los sacerdotes tuvieron que salir y se encontraron incapaces de entrar para llevar a cabo sus tareas (5:13–14). Esto demuestra que Dios está complacido con el templo; que él mismo había aprobado el traslado del tabernáculo al templo, y sobre todo, que si el templo es su templo, no debe ser domesticado con meros ritos, sin importar cuán espléndidos sean. La gloria de su presencia es lo importante.

(2) Las declaraciones iniciales de Salomón también contribuyeron al sentido de continuidad. Tal vez, algunos puristas se vieron tentados a decir que hubiera sido mejor quedarse con el tabernáculo: después de todo, fue lo que Dios ordenó en el Monte Sinaí. De manera que Salomón recuerda los pasos expuestos por la narrativa hasta este momento: las promesas de Dios a David, la selección de Dios de Jerusalén y de esta ubicación del templo, la elección de Dios de Salomón en vez de David para hacer la construcción, y así debía ser. Por tanto, el templo no fue una innovación cuestionable, sino todo lo contrario: fue el próximo paso en la historia de la redención y en el cumplimiento de las promesas buenas de Dios (6:10–11).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 339). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 3–4 | 1 Juan 3 | Nahúm 2 | Lucas 18

4 DICIEMBRE

2 Crónicas 3–4 | 1 Juan 3 | Nahúm 2 | Lucas 18

“¡Fijaos qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!” (1 Juan 3:1). Todos, en algún momento, pertenecimos al mundo; para usar el lenguaje de Pablo, todos “éramos por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2:3). El amor del Padre que ha efectuado la transformación es espléndido precisamente porque es inmerecido. Más aún:
(1) “¡Y lo somos!” Esta exclamación enfática fue generada probablemente porque los que habían abandonado la iglesia (2:19) eran expertos en manipular a los creyentes. Insistían en que sólo ellos tenían una conexión directa con Dios, que sólo ellos comprendían realmente el verdadero conocimiento (gnosis), que sólo ellos tenían la verdadera unción. Esto tenía el efecto de denigrar a los creyentes. Juan afirma que sus lectores han recibido la verdadera unción (2:27), que su conducta correcta demuestra que han nacido de Dios (2:29), que el amor de Dios ha sido derramado sobre ellos y que, por ello, se han convertido en hijos de Dios: “¡Y lo somos!” Es necesario hacer la misma aclaración a los creyentes de todas las generaciones que se sienten amenazados por las alegaciones extravagantes, pero equivocadas, de los grupos “súperespirituales” que ejercen una manipulación penosa, creando una especie de competencia del más espiritual. “Somos hijos de Dios.” Esto afirman los cristianos tranquilamente, y esto es suficiente. Si otros no reconocen ese hecho, puede ser la evidencia de que ellos mismos no conocen a Dios (3:1b).
(2) Aunque ya somos hijos de Dios, “todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser” (3:2). Por un lado, no debemos denigrar ni minimizar todo lo que hemos recibido: “ahora somos hijos de Dios”. Por otro, esperamos la consumación y nuestra propia transformación final (3:2).
(3) De hecho, todo hijo de Dios que vive con esta proclama por delante, “que tiene esta esperanza en él [es decir, en Cristo o en Dios, pues se refiere al objeto de la esperanza y no meramente a quien alberga la esperanza] se purifica a sí mismo, así como él es puro” (3:3). El cristiano ve lo que será en la consumación y ya quiere ser de esa manera. Recibimos el amor del Padre; sabemos que un día seremos puros; así que desde ahora procuramos volvernos puros. Esto está en perfecta conformidad con el final del capítulo 2: “Si reconocéis que Jesucristo es justo, reconoced también que todo el que practica la justicia ha nacido de él” (2:29).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 338). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 2 | 1 Juan 2 | Nahúm 1 | Lucas 17

3 DICIEMBRE

2 Crónicas 2 | 1 Juan 2 | Nahúm 1 | Lucas 17

Bien podríamos preguntarnos por qué se debe alabar a Dios por amar al mundo (Juan 3:16) si a los cristianos se les prohíbe amarlo (1 Juan 2:15–17).

El mundo, como se presenta habitualmente en Juan y 1 Juan, es el orden moral en rebelión contra Dios. Cuando se nos dice que Dios ama al mundo, debemos admirar ese amor porque el mundo es demasiado malo. El amor de Dios es el origen de su obra de redención. Si bien su santidad genera su ira (Juan 3:36), su carácter de amor (1 Juan 4:8, 16) engendra su misión redentora.

Lo que Dios prohíbe en 1 Juan 2:15–17, sin embargo, es algo muy diferente. Dios ama al mundo con el amor santo de la redención; nos prohíbe amar al mundo con el amor escuálido de la participación. Dios ama al mundo con el amor sacrificado que le costó la vida a su Hijo; no debemos amar al mundo con el amor egocéntrico que quiere gustar todo el pecado del mundo. Dios ama al mundo con el poder redentor que transforma a los individuos de tal manera que estos dejan de pertenecer al mundo; se nos prohíbe amar al mundo con la debilidad moral que seduce un aumento de la cantidad de gente mundana al convertirnos nosotros mismos en participantes plenos. El amor de Dios por el mundo debe ser admirado por su combinación única de pureza y sacrificio; el nuestro incita al horror y al asco por su impureza y maldad rapaz.

El mundo que Juan visualiza no es agradable. Se caracteriza por todos los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa (“los deseos de la carne”, 2:16), todas las cosas de afuera que nos asedian y nos tientan a alejarnos del Dios vivo (“la codicia de los ojos”, 2:16), toda la arrogancia de la dominación, apropiación y control (“la arrogancia de la vida” 2:16). Nada de esto proviene del Padre, sino del mundo.

Pero los cristianos hacen sus evaluaciones a la luz de la eternidad. “El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (2:17). Lástima de la persona cuya identidad personal y esperanza dependen de cosas transitorias. De aquí a diez billones de años, en la eternidad, resultará un poco tonto presumir del coche que hoy día conduces, de la cantidad de dinero o educación que recibiste, de cuántos libros poseías, de la cantidad de veces que saliste en los periódicos. Haber ganado o no un Oscar en ese entonces será menos importante que haberle sido infiel a tu cónyuge. Si fuiste o no una estrella de baloncesto será menos significativo que cuánto de tu riqueza donaste generosamente. “El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (2:17).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 337). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 1 | 1 Juan 1 | Miqueas 7 | Lucas 16

2 DICIEMBRE

2 Crónicas 1 | 1 Juan 1 | Miqueas 7 | Lucas 16

El párrafo inicial de 1 Juan 1 almacena muchos tesoros. Quiero centrarme en el versículo 3 y echarle también un vistazo al 4.

Suponiendo que el autor es el apóstol Juan, el “nosotros” que hace toda esta proclamación probablemente es un recurso editorial, o un “nosotros” que conscientemente habla en nombre del círculo de los testigos apostólicos. Por tanto, en este contexto se distingue del “nosotros” de todos los cristiano; y en particular, del “vosotros” que se refiere a los lectores: “Os anunciamos lo que hemos visto y oído” (1:3). Los dos versículos anteriores especifican qué fue lo que vieron y oyeron Juan y los demás testigos. Es nada menos que la Encarnación: “Lo que era desde el principio” (1:1) uno con Dios es justamente lo que apareció en la historia verdadera y en repetidas ocasiones fue escuchado, visto y tocado. La Palabra eterna se hizo hombre (1:14 en el Evangelio de Juan); aquí, “Esta vida se manifestó. Nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella, y os anunciamos a vosotros la vida eterna que estaba con el Padre y que se nos ha manifestado” (1:2). Así, Juan reitera: “Os anunciamos lo que hemos visto y oído” (1:3).

No hay cristianismo sin la Encarnación. Más aún, la Encarnación no es una noción ambigua sobre cómo lo divino se identifica con lo humano. Es absolutamente concreta: el Verbo que estaba con Dios y que era Dios se hizo carne (Juan mismo lo escribe en el 1:1, 14 de su evangelio). Esto es fundamental en la época de Juan, ya que él esta combatiendo contra quienes afirmaban que algo verdaderamente espiritual podría ponerse carne humana, pero jamás podría hacerse un ser humano. También es fundamental hoy día, cuando discutamos con un filósofo materialista que afirme que la única realidad es aquella que ocupa el continuo espacio-temporal.

Juan les dice a sus lectores que les proclama esta verdad “para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1:3). La comunión en el Nuevo Testamento es algo más que un sentimiento cálido. Es compañerismo comprometido, en el cual los intereses personales quedan subordinados a la misión común. Los primeros testigos entraron en la comunión “con el Padre y con su Hijo, Jesucristo”. Los lectores de Juan pueden entrar en esa comunión al hacerlo en la de los apóstoles. Por eso Juan proclama lo que ha visto y oído. Los apóstoles sirven de mediadores del evangelio a los demás. No podemos entrar en comunión con Dios y con su Hijo Jesucristo, sin hacerlo con los apóstoles que fueron los primeros testigos de la encarnación.

Nada de esto fomenta una religión convencional. Juan escribe para que “nuestro” o “vuestro” gozo sea cumplido (1:4): cualquiera de las variantes del original dice la verdad sobre esto.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 336). Barcelona: Publicaciones Andamio.

1 Crónicas 29 | 2 Pedro 3 | Miqueas 6 | Lucas 15

1 DICIEMBRE

1 Crónicas 29 | 2 Pedro 3 | Miqueas 6 | Lucas 15

El relato del cronista sobre la muerte de David está precedido por la historia de los generosos regalos que luego financiarían la construcción del templo después de la partida de David, así como por la oración que David pronunció (1 Crónicas 29). Lo más chocante no es la cantidad de dinero que David y los demás ofrendaron, sino la teología de la oración de David. Se destacan los siguientes puntos:

(1) En la doxología inicial (29:10–13), David reconoce que todo le pertenece a Dios (29:11). Si los seres humanos “poseemos” algo, debemos confesar con franqueza: “De ti proceden la riqueza y el honor; tú lo gobiernas todo” (29:12). Por tanto, en el núcleo de su oración, David dice: “tú eres el dueño de todo, y lo que te hemos dado, de ti lo hemos recibido” (29:14); nuevamente, en cuanto a toda esta riqueza que se está recolectando, “de ti procede todo cuanto hemos conseguido para construir un templo a tu santo nombre ¡Todo es tuyo!” (29:16). Esta postura destruye por completo cualquier noción de que podemos “darle” algo a Dios en términos absolutos. Se convierte en un placer ofrendarle a Dios, no sólo porque le amamos, sino porque con alegría reconocemos que todo lo que “poseemos” le pertenece a él.

(2) No debe sorprendernos, entonces, que la oración comience con expresiones exuberantes de alabanza (29:10).

(3) David reconoce que toda la existencia humana es transitoria. Dios mismo debe ser alabado “desde siempre y para siempre” (29:10), pero en cuanto a nosotros, “somos extranjeros y peregrinos, como lo fueron nuestros antepasados. Nuestros días sobre la tierra son sólo una sombra sin esperanza” (29:15). Este pasaje es extraordinario. Los israelitas están en la tierra prometida, en el “descanso”; no obstante, al igual que se refleja en el Salmo 95 y Hebreos 3:6–4:11; 11:13, este no puede ser el descanso final, pues todavía son “extranjeros y peregrinos”. David es rey, la cabeza de una dinastía poderosa y duradera. Sin embargo, individualmente, tanto el monarca como el plebeyo deben confesar que sus días sobre la tierra son como una sombra (29:15). Aquí tenemos a un hombre de fe que sabe que necesita estar fundamentado en Aquel que habita en la eternidad o, de otra manera, no tiene valor alguno.

(4) David enfatiza sobremanera la integridad: “Yo sé, mi Dios, que tú pruebas los corazones y amas la rectitud… y he visto con júbilo que tu pueblo, aquí presente, te ha traído sus ofrendas” (29:17). El éxito de esta recaudación de fondos no se mide en términos de valor monetario, sino por la integridad con la que se dio toda la riqueza.

(5) En el análisis final, David reconoce con honestidad que la devoción constante y la integridad de vida son imposibles fuera de la gracia providente de Dios (29:18). Por ello, cualquier posibilidad de orgullo personal basado en la cantidad de dinero donada se disipa en un reconocimiento agradecido de la soberanía misericordiosa de Dios.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 335). Barcelona: Publicaciones Andamio.