Por:Van Engen
Tanto se ha escrito sobre el laicado que nos limitaremos a mencionar su importancia en relación a las congregaciones misioneras. Es aquí donde las ideas de David Watson nos son de mucha ayuda. Él dedica más de cincuenta páginas, en su libro Creo En La Iglesia, para hablar sobre el ministerio, la membresía y el liderazgo. Watson señala que la idea de dos clases de miembros en la iglesia no se puede justificar a través del Nuevo Testamento: «Todos los cristianos son sacerdotes y ministros, y esto es sumamente crucial si es que deseamos redescubrir los verdaderos conceptos de ministerio y liderazgo dentro de la iglesia».
El vocablo «laico» debe usarse en su sentido bíblico como «el Pueblo (griego laos) de Dios»; con distinción en cuanto a dones, función y manera de ministrar, pero sin distinción en cuanto a la santidad, el prestigio, el poder, el compromiso o la actividad misionera de los miembros. Hoy en día se usa con frecuencia el vocablo «laico» como un concepto opuesto al de «profesional». Si lo tomamos en ese sentido, el «laico» es la persona que solamente es un aficionado, un aprendiz, alguien que trata de hacer lo que puede pero que en verdad carece de conocimiento y experiencia. En cambio, el profesional es el que sabe, es el experto, la persona dedicada a ser competente en tal o cual vocación. No existe base bíblica para esta clase de distinción en la Iglesia. El uso de la palabra «laico» en ese sentido erróneo sólo ha servido para colocar al ministro «profesional» en un pedestal, como si estuviera «más cerca de Dios», más allá de los límites de santidad y de la actividad del Espíritu. La distinción entre el laico y el clero comenzó en el Siglo III, continuó durante la Reforma Protestante, y sigue aún vigente en las denominaciones protestantes hoy en día. Este es uno de los principales motivos de la reducción, la secularización y la pecaminosidad de la Iglesia.
El Nuevo Testamento insiste en que todo el pueblo de Dios es la Iglesia. Todos los miembros se unen para madurar hasta llegar a la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:15). Esa plenitud no es posible si sólo el 10 por ciento o unos cuantos miembros ejercen los dones y los ministerios a los cuales han sido llamados. Esa plenitud se logrará cuando el otro 90 por ciento ejerza también su ministerio. El verdadero significado del laicado es que todos los que están en Cristo sean nuevas criaturas. Las cosas viejas (distinciones de género, profesión, raza, cultura y economía) pasaron. Las barreras de separación se han destruido (2 Cor. 5:17). Todo aquel que cree en su corazón y confiesa con su boca que Jesús es el Señor es en verdad parte del laos de Dios. El Concilio Vaticano II enfatizó esta perspectiva de la Iglesia; una visión que ha causado gran impacto en toda la Iglesia Cristiana.
Van Engen, C. (2004). El pueblo misionero de Dios (pp. 165–166). Grand Rapids, Michigan: Libros Desafío.