«Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca»

25 de noviembre

«Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca».

Romanos 9:15

Con estas palabras el Señor, en la forma más clara, reclama el derecho de dar o retener su misericordia según su soberana voluntad. Como un monarca está investido con la prerrogativa de la vida y la muerte, así el Juez de toda la tierra tiene derecho a perdonar o condenar al culpable como mejor le parezca. Los hombres, por sus pecados, han perdido todo derecho delante de Dios; por tanto, lo único que merecen es perecer por sus pecados. Y si efectivamente perecieran todos, no tendrían razón alguna para quejarse. Si el Señor se adelanta para salvar a alguno, lo puede hacer sin que los designios de la justicia sean contrariados; pero si él cree mejor dejar que el condenado sufra la justa sentencia, ninguno puede denunciarlo ante tribunal alguno. Necios e impúdicos son todos los discursos acerca de los derechos que tienen los hombres a ser colocados sobre la misma base. Ignorantes y peor que ignorantes los debates contra la elección que hace la gracia; debates que solo demuestran la rebeldía de la soberbia naturaleza humana contra la corona y el cetro del Señor. Cuando se nos lleva a ver tanto nuestra completa ruina y demérito como la justicia del veredicto divino contra el pecado, no reflexionamos más sobre la verdad de que el Señor no está obligado a salvarnos. Si él opta por salvar a otros, no murmuremos como si estuviera causándonos algún perjuicio; sino entendamos que si Dios determina mirarnos, lo hará como un acto de soberana bondad, por la cual bendeciremos su nombre para siempre.

¿Cómo adorarán suficientemente la gracia de Dios aquellos que son objeto de la divina elección? Estos no tienen de qué jactarse, pues la soberanía excluye la jactancia por completo. Únicamente la voluntad del Señor ha de ser glorificada, y la sola idea de que haya méritos humanos se desecha con un eterno desprecio. No hay en las Escrituras doctrina alguna que nos humille más que la doctrina de la elección; ninguna que promueva más la gratitud y, en consecuencia, la santificación. Los creyentes no tienen que temer a esta doctrina, sino regocijarse en ella con adoración.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 340). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

7 – [9] ¿Existe la doble predestinación?

Escogidos por Dios

R.C. Sproul

Capítulo 7

¿Existe la doble predestinación?

Doble predestinación. Las palabras mismas suenan ominosas. Una cosa es contemplar el benévolo plan de Dios para la salvación de los elegidos. Pero ¿qué de aquellos que no son elegidos? ¿Están también predestinados? ¿Existe un horrible decreto de reprobación? ¿Destina Dios a algunos desgraciados al infierno?

Estas cuestiones salen a colación inmediatamente tan pronto como se menciona la doble predestinación. Tales cuestiones hacen que algunos consideren el concepto de la doble predestinación terreno prohibido. Otros, si bien creen en la predestinación, declaran enfáticamente que creen en una predestinación simple. Esto es, si bien creen que algunos son predestinados para salvación, no ven la necesidad de suponer que otros sean igualmente predestinados para condenación. En resumen, la idea es que algunos son predestinados para salvación, pero todos tienen la oportunidad de ser salvos. Dios se asegura que algunos la alcancen proveyendo ayuda adicional, pero el resto de la humanidad aún tiene una oportunidad.

Aunque hay un fuerte sentimiento para hablar solamente de la predestinación simple y evitar cualquier discusión sobre la doble predestinación, aún debemos afrontar las cuestiones sobre la mesa. A menos que concluyamos que todo ser humano está predestinado para salvación, debemos afrontar la otra cara de la elección. Si existe en absoluto tal cosa como la predestinación, y si esa predestinación no incluye a todos, entonces no debemos rehuir la necesaria inferencia de que la predestinación tiene dos lados. No es suficiente hablar acerca de Jacob; debemos también considerar a Esaú.

Igualdad final

Existen ideas diferentes acerca de la doble predestinación. Una de ellas es tan aterradora que muchos rehuyen totalmente el término, de forma que su idea de la doctrina no se confunda con la idea temible. Esta idea se llama la igualdad final. La igualdad final se basa en un concepto de simetría. Procura un equilibrio completo entre la elección y la reprobación. La idea clave es ésta: al igual que Dios interviene en las vidas de los elegidos para crear fe en sus corazones, así también Dios interviene igualmente en las vidas de los réprobos para crear u obrar incredulidad en sus corazones. La idea de que Dios obre activamente la incredulidad en los corazones de los réprobos se deduce de afirmaciones bíblicas acerca del hecho de que Dios endurece los corazones de las personas.

La igualdad final no es la idea reformada o calvinista de la predestinación. Algunos la han llamado “hiper-calvinismo”. Yo prefiero llamarla “sub-calvinismo o mejor aún, “anti-calvinismo”. Aunque el calvinismo ciertamente tiene una idea de la doble predestinación, la doble predestinación que sostiene no es la de la igualdad final.

Para entender la idea reformada acerca del asunto, debemos prestar estrecha atención a la crucial distinción entre los decretos positivos y negativos de Dios. Lo positivo tiene que ver con la interacción activa de Dios en los corazones de los elegidos. Lo negativa tiene que ver con el hecho de que Dios pasa por alto a los no elegidos.

La idea reformada enseña que Dios interviene positiva o activamente, en las vidas de los elegidos para asegurar su salvación. A los restantes seres humanos Dios los abandona a su libre albedrío. No crea incredulidad en sus corazones. Esa incredulidad está ya allí. No los fuerza a pecar. Pecan por elección propia. Según la doctrina calvinista, el decreto de elección es positivo; el decreto de reprobación es negativo.

La idea del hiper-calvinismo acerca de la doble predestinación puede llamarse predestinación positiva-positiva. La idea del calvinismo ortodoxo puede llamarse predestinación positiva-negativa. Observémosla en forma de diagrama.

Calvinismo

Hipercalvnismo

Positiva-negativa

Positiva-positiva

Idea asimétrica

Idea simétrica

Desigualdad final

Igualdad final

Dios pasa por alto los réprobos

Dios obra incredulidad en los corazones de los réprobos

El terrible error del hiper-calvinismo es que implica a Dios en forzar el pecado. Esto hace una violencia radical a la integridad del carácter de Dios. El ejemplo bíblico primario que pudiera tentarnos al hiper-calvinismo es el caso de Faraón. Repetidamente leemos en el relato del Exodo que Dios endureció el corazón de Faraón. Dios dijo a Moisés de antemano que haría esto:

Tu dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los hijos de Israel. Y yo endureceré el corazón de Faraón y multiplicare en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. Y Faraón no os oirá más yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacare a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy el Senor, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos. (Exodo 7:2–5)

La Biblia enseña claramente que Dios endureció efectivamente el corazón de Faraón. Ahora bien, sabemos que Dios hizo esto para su propia gloria y como señal tanto a Israel como a Egipto. Sabemos que el propósito de Dios en todo esto era un propósito redentor. Pero nos queda aún un difícil problema. Dios endureció el corazón de Faraón y después juzgó a Faraón por su pecado. ¿Cómo puede hacer Dios responsable a Faraón o a cualquier otro de un pecado que fluye de un corazón que Dios mismo ha endurecido?

Nuestra respuesta a esa pregunta depende de cómo entendemos el acto de endurecimiento por parte de Dios. ¿Cómo endureció el corazón de Faraón? La Biblia no responde a esa pregunta explícitamente. Al pensar acerca de ello, nos damos cuenta que básicamente sólo hay dos maneras en que podía haber endurecido el corazón de Faraón: activa o pasivamente.

Un endurecimiento activo implicaría la intervención directa de Dios en el interior del corazón de Faraón. Dios se entremetería en el corazón de Faraón y crearía nueva maldad en él. Esto ciertamente garantizaría que Faraón produciría el resultado deseado por Dios. También garantizaría que Dios es el autor del pecado.

El endurecimiento pasivo es totalmente otra cosa. El endurecimiento pasivo implica un juicio divino sobre el pecado que ya está presente. Lo único que Dios necesita hacer para endurecer el corazón de una persona cuyo corazón ya es perverso, es “entregarle a su pecado”. Encontramos este concepto del juicio divino repetidamente en la Escritura.

¿Cómo funciona esto? Para entenderlo adecuadamente debemos considerar primero brevemente otro concepto, el de la gracia común de Dios. Esto se refiere a esa gracia de Dios que todos los hombres gozan en común. La lluvia que refresca la tierra y riega nuestras cosechas cae igualmente sobre justos e injustos. Los injustos ciertamente no merecen tales beneficios, pero gozan de ellos igualmente. Así ocurre con el sol y los arco iris. Nuestro mundo es un escenario de gracia común.

Uno de los elementos más importantes de la gracia común que gozamos es el refrenamiento del mal en el mundo. Ese refrenamiento fluye de muchas fuentes. El mal es refrenado por los policías, las leyes, la opinión pública, el equilibrio de poder, etc. Aunque el mundo en que vivimos está lleno de iniquidad, no es tan inicuo como podría ser. Dios utiliza los medios mencionados anteriormente, al igual que otros medios para mantener controlado el mal. Por su gracia, controla y refrena la cantidad de maldad en este mundo. Si se dejase al mal totalmente descontrolado, entonces la vida en este planeta sería imposible.

Lo único que Dios tiene que hacer para endurecer los corazones de las personas es quitar los frenos. Les da más libertad de acción. En lugar de refrenar su libertad humana, la incrementa. Les deja seguir su propio camino. En un sentido, les da la soga con que ahorcarse. No es que Dios ponga su mano en ellos para crear nueva maldad en sus corazones; meramente su santa mano deja de refrenarlos y les permite hacer su propia voluntad.

Si hubiéramos de determinar cuáles son los hombres más inicuos y diabólicos de la historia humana, ciertos nombres aparecerían en la lista de casi todos. Veríamos los nombres de Hitler, Nerón, Stalin y otros que han sido culpables de masacres y otras atrocidades. ¿Qué tienen esas personas en común? Fueron todos dictadores. Todos tenían, virtualmente, un poder y autoridad ilimitados dentro de la esfera de sus dominios.

¿Por qué decimos que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente? (Sabemos que esto no se refiere a Dios, sino sólo al poder y la corrupción de los hombres.) El poder corrompe precisamente porque eleva a una persona por encima de los frenos normales que restringen al resto de nosotros. Yo soy refrenado por los conflictos de interés con personas que son tan o más poderosas que yo. Aprendemos pronto en la vida a restringir nuestra beligerancia hacia aquellos que son mayores que nosotros. Tendemos a entrar en conflictos de forma selectiva. La discreción tiende a prevalecer sobre el valor cuando nuestros oponentes son más poderosos que nosotros.

Faraón era el hombre más poderoso del mundo cuando Moisés fue a verle. Casi el único freno que había contra la iniquidad de Faraón era el santo brazo de Dios. Lo único que Dios tenía que hacer para endurecer más a Faraón era quitar su brazo. Las malvadas tendencias de Faraón hicieron el resto. En el acto del endurecimiento pasivo, Dios toma la decisión de quitar los frenos; la parte inicua del proceso es realizada por Faraón mismo. Dios no crea conflicto en la voluntad de Faraón. Como hemos dicho, simplemente le da a éste más libertad.

Vemos la misma clase de cosa en el caso de Judas, y de los inicuos que Dios y Satanás utilizaron para afligir a Job. Judas no fue una pobre víctima inocente de la manipulación divina. No era un hombre justo a quien Dios forzó a traicionar a Cristo y después lo castigó por la traición. Judas traicionó a Cristo porque quería treinta monedas de plata. Como declara la Escritura, Judas era el hijo de perdición desde el principio. Sin duda, Dios utiliza las malvadas tendencias y las malvadas intenciones de los hombres caídos para llevar a cabo sus propósitos redentores. Sin Judas no hay cruz. Sin la cruz no hay redención. Este no es un caso en que Dios fuerza la maldad. Por el contrario, es un caso glorioso del triunfo redentor de Dios sobre la maldad. Los deseos malvados de los corazones de los hombres no pueden frustrar la soberanía de Dios. En realidad, están sujetos a la misma.

Cuando estudiamos el modelo del castigo divino de los inicuos, vemos emerger una especie de justicia poética. En la escena del juicio final del libro de Apocalipsis leemos lo siguiente:

El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. (Apo. 22:11).

En su acto final de juicio, Dios entrega a los pecadores a sus pecados. En efecto, los abandona a sus propios deseos. Así ocurrió con Faraón. Mediante este acto de juicio, Dios no manchó su propia justicia creando nueva maldad en el corazón de Faraón. El estableció su propia justicia castigando la maldad que ya habitaba en él.

Así es como debemos entender la doble predestinación. Dios muestra misericordia a los elegidos obrando la fe en sus corazones. El administra justicia a los réprobos dejándolos en sus propios pecados. No hay simetría aquí. Un grupo recibe misericordia. El otro grupo recibe justicia. Nadie es víctima de injusticia. Nadie puede quejarse de que haya injusticia en Dios.

Romanos 9

El pasaje más significativo en el Nuevo Testamento que tiene que ver con la doble predestinación se encuentra en Romanos 9.

Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de lsaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo.’ El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob ame mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice.’ Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece (Rom. 9:9–18).

En este pasaje tenemos la expresión bíblica más clara que podemos encontrar para el concepto de la doble predestinación. Se expresa sin reservas y sin ambigüedad: “De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece.” Algunos reciben misericordia, otros reciben justicia. La decisión en cuanto a esto está en la mano de Dios.

Pablo ilustra el carácter doble de la predestinación mediante su referencia a Jacob y Esaú. Estos dos hombres eran hermanos gemelos. Estuvieron en el mismo vientre al mismo tiempo. Uno recibió la bendición de Dios, y el otro no. Uno recibió una porción especial del amor de Dios, el otro no. Esaú fue “aborrecido” por Dios.

El odio divino que aquí se menciona no es expresión de una actitud insidiosa de malicia. El odio divino no es malicioso. Implica una retención de favor. Dios está “por” aquellos a quienes ama. Vuelve su rostro contra aquellos inicuos que no son objeto de su gracia redentora y especial. Aquellos a quienes ama reciben su misericordia. Aquellos a quienes “aborrece” reciben su justicia. Una vez más, nadie es tratado injustamente.

¿Por qué escogió Dios a Jacob y no a Esaú? ¿Previó Dios en Jacob algún acto justo que justificaría este favor especial? ¿Observó Dios los corredores del tiempo y vio a Jacob haciendo la elección acertada y a Esaú haciendo la elección equivocada?

Si esto era lo que el apóstol se proponía enseñar, no hubiera sido difícil aclarar este punto. Aquí tenía Pablo una magnífica oportunidad de enseñar una idea de presciencia en cuanto a la predestinación, si hubiese querido. Parece extraño ciertamente que no aproveche tal oportunidad. Pero esto no es un argumento de silencio. Pablo no guarda silencio sobre el tema. El elabora lo contrario. Enfatiza el hecho de que la decisión de Dios se tomó antes del nacimiento de estos gemelos y sin tomar en consideración sus acciones futuras.

La frase de Pablo en el versículo 11 es crucial: “Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama.” ¿Por qué dice esto el apóstol? El acento aquí se pone claramente en la obra de Dios. Niega enfáticamente que la elección sea resultado de la obra del hombre, prevista o de cualquier otra forma. Es el propósito de Dios conforme a su elección lo que aquí se considera.

Si Pablo quería decir que la elección se basa en alguna decisión humana prevista, ¿por qué no lo dijo así? Por el contrario, declara que el decreto se hizo antes que los hijos nacieran y antes que hubieran hecho algún bien o mal. Ahora bien, concedemos que una idea de la presciencia en cuanto a la predestinación es consciente de que el decreto divino se hizo anteriormente al nacimiento. Pero esa idea insiste en que la decisión de Dios se basó en su conocimiento de elecciones futuras, ¿Por qué no afirma esto Pablo aquí? Lo único que dice es que el decreto se hizo antes del nacimiento y antes que Jacob y Esaú hubieran hecho algún bien o mal.

Concedemos que en este pasaje Pablo no dice expresamente que la decisión de Dios no se basó en el futuro bien o mal de ellos. Pero no necesitaba decir eso. La implicación está clara a la luz de lo que se dice. Pone el acento donde corresponde, en el propósito de Dios y no en la obra del hombre. La carga aquí está sobre aquellos que quieren añadir la noción modificadora crucial de elecciones previstas. La Biblia no la añade aquí ni en lugar alguno.

La cuestión es ésta: Si Pablo creía que la predestinación de Dios se basaba en elecciones humanas previstas, éste era el contexto en que podía expresarlo. Debemos dar un paso más. Aunque Pablo guarda silencio acerca de la cuestión de elecciones futuras aquí, no continúa haciéndolo. En el versículo 16 lo deja claro. “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” Este es el golpe de gracia al arminianismo y a todas las demás ideas no reformadas de la predestinación. Esta es la Palabra de Dios que requiere que todos los cristianos desistan de las ideas acerca de la predestinación que hacen que la decisión final para la salvación dependa de la voluntad del hombre. El apóstol declara claramente: “No depende del que quiere”. Las ideas no reformadas deben de decir que sí depende del que quiere. Esto es una contradicción violenta de la enseñanza de la Escritura. Este versículo solo es absolutamente fatal para el arminianismo.

Es nuestro deber honrar a Dios. Debemos confesar con el apóstol que nuestra elección no se basa en nuestras voluntades, sino en los propósitos de la voluntad de Dios.

Pablo suscita dos preguntas retóricas en este pasaje que debemos considerar. La primera es: “¿Qué, pues, diremos?, ¿Que hay injusticia en Dios?” (v. 14) Pues, ¿por qué anticipa Pablo esta pregunta? Nadie suscita esa pregunta a un arminiano. Si nuestra elección se basa en última instancia en decisiones humanas, no hay necesidad de suscitar tal objeción.

Sin embargo, acerca de la doctrina bíblica de la predestinación sí se suscita esta pregunta. Es la predestinación basada en el propósito soberano de Dios, en su decisión sin tener en cuenta las elecciones de Jacob o Esaú, la que incita el clamor: “¡Dios no es justo!” Pero el clamor se basa en un entendimiento superficial del asunto. Es la protesta del hombre caído quejándose de que Dios no es lo suficientemente benévolo.

¿Cómo responde Pablo a la pregunta? No se da por satisfecho con decir meramente: “No, no hay injusticia en Dios.” Por el contrario, su respuesta es tan enfática como le es posible hacerla. Dice: “¡En ninguna manera!”

La segunda objeción que Pablo anticipa es ésta: “Me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?” (v. 19) Una vez más nos preguntamos por qué anticipa el apóstol esta objeción. Esta es otra objeción que nunca se suscita contra el arminianismo. Las ideas no reformadas de la predestinación no tienen que preocuparse acerca de afrontar preguntas como ésta. Dios, evidentemente, inculparía a aquellos que sabrá que no escogerían a Cristo. Si la base final para la salvación depende del poder de la elección humana, entonces se puede achacar la culpa fácilmente, y Pablo no tendría que enfrentarse con esta objeción anticipada. Pero se enfrenta con ella porque la doctrina bíblica de la predestinación exige que la confronte.

¿Cómo responde Pablo a esta pregunta? Examinemos su respuesta:

Más antes, oh hombre, y ¿quién eres tú para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles? (Rom. 9:20–24).

Esta es una respuesta de peso. Debo confesar que tengo un consuelo con ella. Mi conflicto, sin embargo, no es acerca de si este pasaje enseña la doble predestinación. Esta claro que lo hace. Mi conflicto tiene que ver con el hecho de que este texto suministra municiones a los defensores de la igualdad final. Suena a que Dios está haciendo pecadores a los hombres activamente. Pero el texto no requiere eso. El hace vasos de ira y vasos de honra de la misma masa de barro. Pero si observamos atentamente el texto, veremos que el barro con que trabaja el alfarero es un barro “caído”. Una porción de barro recibe misericordia con objeto de llegar a ser vasos de honra. Esa misericordia presupone un barro que es ya culpable. De la misma manera, Dios tiene que “soportar” los vasos hechos para la ira, preparadas para destrucción porque son vasos culpables, dignos de ira.

Una vez más, el acento en este pasaje recae en el propósito soberano de Dios, y no sobre las elecciones libres y buenas del hombre. Aquí vienen al caso las mismas suposiciones que en la primera pregunta.

La respuesta arminiana

Algunos arminianos responderán indignadamente a mi tratamiento de este texto. Están de acuerdo en que el pasaje enseña una firme idea de la soberanía divina. Su objeción tiene que ver con otro punto. Insisten en que Pablo no está ni siquiera hablando acerca de la predestinación de individuos en Romanos nueve. Romanos nueve no tiene que ver con individuos sino con la elección de naciones por parte de Dios. Pablo está hablando aquí acerca de Israel como pueblo escogido de Dios. Jacob representa meramente a la nación de Israel. Su nombre mismo fue cambiado a Israel, y sus hijos llegaron a ser los padres de las doce tribus de Israel.

El hecho de que Dios favoreciera a Israel por encima de las demás naciones no se disputa. Jesús procedía de Israel. Fue de Israel de quien recibimos los Diez Mandamientos y las promesas del pacto con Abraham. Sabemos que la salvación es de los judíos.

Todo eso es cierto de Romanos nueve. Debemos considerar, sin embargo, que al elegir a una nación, Dios eligió a individuos. Las naciones están formadas por individuos. Jacob era un individuo. Esaú era un individuo. Aquí vemos claramente que Dios eligió en su soberanía a individuos al igual que a una nación. Pero pronto tenemos que añadir que Pablo amplía este tratamiento de la elección más allá de Israel en el versículo 24, cuando declara: “A los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles.”

Elección incondicional

Volvamos por un momento a nuestro famoso acróstico, TULIP. Ya hemos altercado con la T y la I y lo hemos cambiado a RULEP. Si bien prefiero el término elección soberana a elección incondicional, no dañaré más el acróstico. Si lo cambiásemos a RSLEP ni siquiera rimaría con TULIP.

La elección incondicional quiere decir que nuestra elección es decidida por Dios conforme a su propósito, conforme a su voluntad soberana. No se basa en alguna condición prevista que algunos de nosotros cumpliríamos y otros no. No se basa en nuestro querer o en nuestro hacer, sino en el propósito soberano de Dios.

El término elección incondicional puede despistar y ser utilizado erróneamente. En cierta ocasión conocí a un hombre que nunca había cruzado la puerta de una iglesia y que no mostraba evidencia alguna de ser cristiano. No hacía profesión de fe ni estaba implicado en actividad cristiana alguna. Me dijo que creía en la elección incondicional. Estaba confiado en que era elegido. No tenía que confiar en Cristo, no tenía que arrepentirse, no tenía que obedecerle. Declaraba ser un elegido y que eso era suficiente. No necesitaba más condiciones de salvación. En su opinión, estaba salvado, santificado y satisfecho.

Debemos tener cuidado de distinguir entre las condicionas que son necesarias para la salvación y las condiciones que son necesarias para la elección. Con frecuencia hablamos de la elección y la salvación como si fueran sinónimas, más no lo son. La elección es para salvación. La salvación es, en su sentido más pleno, la obra completa de la redención que Dios realiza en nosotros.

Hay toda clase de condiciones que deben ser cumplidas por alguien para ser salvo, la principal entre ellas es que debe tener fe en Cristo. La justificación es por la fe. La fe es un requisito necesario. Sin duda, la doctrina reformada de la predestinación enseña que todos los elegidos son ciertamente llevados a la fe. Dios se encarga de que se cumplan las condiciones necesarias para la salvación.

Cuando decimos que la elección es incondicional, queremos decir que el decreto original de Dios por el cual escoge a algunos para ser salvos no depende de alguna condición futura en nosotros que Dios prevé. Nada hay en nosotros que Dios pudiera prever y que le indujera a escogemos. Lo único que prevería en las vidas de criaturas caídas abandonadas a su propia suerte, sería el pecado. Dios nos escoge simplemente conforme al beneplácito de su voluntad.

¿Es Dios arbitrario?

Que Dios nos escoja no por lo que encuentre en nosotros sino conforme a su beneplácito, suscita la acusación de que esto hace a Dios arbitrario. Sugiere que Dios hace su selección de manera antojadiza o caprichosa. Parece como si nuestra elección fuese el resultado de un sorteo ciego y frívolo. Si somos elegidos, ello se debe solamente a que tenemos suerte. Dios sacó nuestros nombres de un sombrero celestial.

Ser arbitrario es hacer algo por ninguna razón. Ahora bien, está claro que no hay en nosotros razón alguna para que Dios nos escoja. Pero ese no es lo mismo que decir que Dios no tiene alguna razón en sí mismo. Dios no hace nada sin tener alguna razón para ello. No es caprichoso o antojadizo. Dios es tan sobrio como soberano.

Un sorteo depende intencionadamente del azar. Dios no obra por azar. El sabía a quienes seleccionaría. Conocía y amaba de antemano a sus elegidos. No fue una suerte ciega porque Dios no es ciego. Sin embargo, debemos aún insistir en que la razón decisiva para su elección no fue algo que conociera, viera o amara de antemano en nosotros.

A los calvinistas no nos gusta, en general, hablar de suerte. En lugar de desear a la gente “buena suerte”, preferimos decir: “bendiciones providenciales”. Sin embargo, si hubiésemos de hablar de nuestro “día de suerte”, señalaríamos aquel día en la eternidad cuando Dios decidió escogernos.

Volvamos nuestra atención a la enseñanza de Pablo sobre este asunto en Efesios:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. (Efesios 1:3–6)

Según el puro afecto de su voluntad. Esta es la afirmación apostólica que parece sugerir arbitrariedad divina. Pero cuando la Biblia habla del afecto de Dios, el término no se usa con frivolidad. Aquí afecto significa simplemente “lo que agrada”. Dios nos predestina según lo que le agrada. La Biblia habla del puro afecto de Dios. El puro afecto de Dios nunca debe confundirse con un afecto erróneo. Lo que agrada a Dios es la bondad. Lo que nos agrada a nosotros no siempre es la bondad. Dios nunca se deleita en la iniquidad. Nada hay de inicuo acerca del puro afecto de su voluntad. Aunque la razón para escogernos no reside en nosotros sino en el afecto soberano de Dios, podemos estar seguros de que el afecto soberano de Dios es un afecto bueno.

Recordamos también cómo instruyó el apóstol a los cristianos filipenses. Les dijo: “… ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:12–13).

En este pasaje, Pablo no esta enseñando que la elección es una empresa conjunta entre Dios y el hombre. La elección es exclusivamente la obra de Dios. Es, como hemos visto, monergista. Pablo está hablando aquí acerca de la puesta en práctica de nuestra salvación que sigue a nuestra elección. Se esta refiriendo especificamente aquí al proceso de nuestra santificación. La santificación no es monergista es sinergista. Esto es, demanda la cooperación del creyente regenerado. Somos llamados a trabajar para crecer en la gracia. Hemos de trabajar duramente, combatiendo contra el pecado hasta la sangre si es necesario, golpeando nuestros cuerpos si eso es lo que se requiere para subyugarlos.

Somos llamados a esta obra seria de la santificación por exhortación divina. La obra ha de ser llevada a cabo en un espíritu de temor y temblor. Nuestra santificación no es un asunto ocasional. No lo enfocamos de forma caballeresca, diciendo simplemente: “Eso es cosa de Dios.” Dios no lo hace todo por nosotros. Tampoco, sin embargo, nos deja Dios ocupamos de nuestra salvación por nosotros mismos, apoyados en nuestra fuerza. Somos consolados por su segura promesa de producir en nosotros así el querer como el hacer lo que a El le agrada.

Recientemente oí un sermón del gran predicador escocés, Eric Alexander, en el cual enfatizaba que Dios está obrando en nosotros por su buena voluntad. Pablo no dice que Dios está obrando en nosotros por nuestra buena voluntad. No siempre estamos completamente a gusto con lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. A veces, experimentamos un conflicto entre el propósito de Dios y nuestro propio propósito. Yo nunca escojo sufrir a propósito. Sin embargo, puede estar dentro del propósito soberano de Dios que yo sufra. El nos promete que, por su soberanía, todas las cosas obran para el bien de los que le aman y son llamados conforme a su propósito.

Mis propósitos no siempre incluyen el bien de Dios. Yo soy pecador. Afortunadamente para nosotros, Dios no es pecador. El es totalmente justo. Sus propósitos son siempre y en todo lugar justos. Sus propósitos obran para mi bien, aun cuando sus propósitos estén en conflicto con mis propósitos. Quizá se debería decir, especialmente cuando sus propósitos están en conflicto con mis propósitos. Lo que le agrada a El es bueno para mí. Esa es una de las lecciones más difíciles que los cristianos deben aprender.

Nuestra elección es incondicional excepto por una cosa. Hay un requisito que debemos cumplir antes que Dios nos elija jamás. Para ser elegidos, debemos primero ser pecadores.

Dios no elige a los justos para salvación. No necesita elegirlos. Los justos no necesitan ser salvados. Sólo los pecadores necesitan un Salvador. Los que están sanos no tienen necesidad de médico.

Cristo vino a buscar y a salvar a los que estaban realmente perdidos. Dios le envió al mundo no sólo para hacer posible nuestra salvación, sino para hacerla segura. Cristo no ha muerto en vano. Sus ovejas son salvadas a través de su vida impecable y su muerte expiatoria. Nada hay de arbitrario en eso.

Resumen del capítulo 7

1. No todos los hombres son predestinados para salvación.

2. Hay dos aspectos o lados de la cuestión. Hay aquellos que son elegidos y aquellos que no son elegidos.

3. La predestinación es “doble”.

4. Debemos tener cuidado de no pensar en términos de igualdad final.

5. Dios no crea el pecado en los corazones de los pecadores.

6. Los elegidos reciben misericordia. Los no elegidos reciben justicia.

7. Nadie recibe injusticia por parte de Dios.

8. El “endurecimiento de los corazones” por parte de Dios es en sí mismo un justo castigo por el pecado que ya está presente.

9. La elección que Dios hace de los elegidos es soberana, pero no arbitraria.

10. Todas las decisiones de Dios fluyen de su santo carácter.

Sproul, R. C. (2002). Escogidos por Dios (pp. 97–112). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.

1 Crónicas 21 | 1 Pedro 2 | Jonás 4 | Lucas 9

25 NOVIEMBRE

1 Crónicas 21 | 1 Pedro 2 | Jonás 4 | Lucas 9

2 Samuel 24, que es un pasaje paralelo a 1 Crónicas 21, dice que la ira del Señor se encendió contra Israel, así que él incitó a David a hacer un censo del pueblo, cosa que estaba estrictamente prohibida, y luego ese acto provocó la ira de Dios sobre la nación (24:1). El pasaje de hoy dice que “Satanás conspiró contra Israel e indujo a David a hacer un censo del pueblo” (1 Crónicas 21:1).

Las dos posturas no son mutuamente excluyentes, desde luego, y ni siquiera son particularmente antitéticas. En el universo de Dios, es imposible escapar de las extensas fronteras de la soberanía de Dios. Ya sea que se presente su voluntad providencial sobre el diablo como permisiva (en el caso de Job) o ya se presente como algo más directivo, Dios tiene el control. En cuanto a la dimensión moral de este asunto, es importante recordar que, aun dentro del marco de 2 Samuel 24, Dios no está tentando arbitrariamente y por capricho a David para que haga el mal, a fin de azotarlo luego por ello. La sanción de Dios se presenta como su respuesta al pecado anterior: la ira de Dios se encendió contra Israel, nos dice el texto, de manera que ocurrieron ciertas cosas. De la misma manera, la señal de la ira de Dios sobre la nación de Israel durante los años de decadencia en el reinado de la dinastía davídica fue cada vez más corrupción insensible en el trono y entre la élite gobernante, con el resultado, por supuesto, de mayor pecado en la nación y más inmediatez en las amenazas de juicio por parte de Dios.

No obstante, habiendo dicho esto, el sentir de estos dos capítulos, 2 Samuel 24 y 1 Crónicas 21, es bastante diferente. En ambos casos, se le da a David la responsabilidad de seguir las Escrituras del pacto, independientemente de la tentación o las complejidades de su procedencia. Pero la mención explícita de Satanás en 1 Crónicas 21 enfatiza la dimensión de la lucha cósmica entre el bien y el mal. También se resaltan otras tres perspectivas:

(1) A Joab, siempre se le presenta como un líder militar importante, pero no como un hombre particularmente espiritual, ni siquiera moral. Aquí se enfrenta al rey con un consejo piadoso y el rey no lo escucha (21:3–4). El consejo sabio puede venir de una variedad de fuentes. Sin duda, uno debe escucharlos todos, pero al fin y al cabo, todo el consejo debe ser probado por la Palabra de Dios.

(2) Algunas acciones tienen inmensas consecuencias sobre los demás. Esto era particularmente cierto bajo el viejo pacto, en el cual los reyes, profetas y sacerdotes sostenían una relación representativa con el pueblo. Aunque el nuevo pacto se configura de manera diferente, sigue siendo cierto, por ejemplo, que los pecados de los padres recaen sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación.

(3) Dios es más misericordioso que las personas. Es mejor caer en manos suyas, sin agentes humanos de por medio, que en ninguna otra.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 329). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¿Es usted el propietario?

Regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.

Lucas 10:20

¿Es usted el propietario?

Se cuenta que Voltaire, el célebre filósofo antirreligioso, quiso divertir a los invitados durante un banquete, exclamando: «¡Vendo mi lugar en el paraíso por una moneda!».

Después de un largo silencio, alguien se levantó y dijo: «Señor, toda persona que quiere vender algo primero tiene que probar que efectivamente es el propietario de ello. Si me muestra el título de propiedad que confirma que usted tiene un lugar en el paraíso, lo compraré por el dinero que pida». Voltaire, cuya inteligencia normalmente tenía respuesta para todo, se quedó en silencio.

Esta broma provocadora muestra que su autor estaba preocupado por lo que hay más allá de la muerte, y que no tenía ninguna seguridad con respecto al asunto.

Por el contrario, el que cree que Dios nos habla por medio de la Biblia, sabe en qué apoyarse. No puede poner en duda las palabras de Jesús. Sabe que hay un lugar preparado para él en el cielo. Antes de morir, Jesús dijo a sus discípulos: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay… voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2). ¡Y pagó el precio por ello! El apóstol Pedro recuerda que fuimos “rescatados… con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18-19).

Al evocar su muerte, el apóstol Pablo expresa el deseo de dejar la vida terrenal y de “estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23). Para el creyente, la seguridad de ocupar un día el lugar que le está preparado en el cielo es de un valor inestimable. Esta misma esperanza es ofrecida a usted una vez más de forma gratuita. ¡También puede ser suya!

Job 31 – Hebreos 12:12-29 – Salmo 132:13-18 – Proverbios 28:15-16

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

Sujetos a esperanza

NOVIEMBRE, 24

Sujetos a esperanza

Devocional por John Piper

Por lo cual Dios, deseando mostrar más plenamente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su propósito, interpuso un juramento, a fin de que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, los que hemos buscado refugio seamos grandemente animados para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros.(Hebreos 6:17-18)

¿Por qué el escritor de Hebreos nos anima a asirnos de nuestra esperanza? Si aferrarnos a ella es algo que la sangre de Jesús obtuvo y aseguró irrevocablemente, ¿por qué Dios nos llama a asirnos de la esperanza?

La respuesta es:

• Cristo, al morir, no pagó por la libertad de no tener que asirnos, sino por el poder que nos permite hacerlo.

• Cristo no pagó para anular nuestra voluntad, como si no tuviéramos que sujetarnos a ninguna esperanza, sino para fortalecer nuestra voluntad porque queremos asirnos.

• Cristo no pagó para cancelar el mandamiento de asirnos, sino para que se cumpla el asirnos.

• Cristo no pagó para terminar con las exhortaciones, sino por la victoria de las exhortaciones.

Cristo murió para que podamos hacer precisamente lo que Pablo hizo en Filipenses 3:12: «Sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús». Esto no es tontería, es el evangelio diciéndole al pecador que haga lo que solo Cristo puede posibilitarle: que tenga esperanza en Dios.

Por eso, los exhorto de todo corazón: busquen alcanzar aquello por lo cual fueron alcanzados por Cristo, y aférrense a ello con todas sus fuerzas.


Devocional tomado del sermón “Esperanza anclada en el cielo”

Todos los derechos reservados ©2017 Soldados de Jesucristo y DesiringGod.org

«Un poco de sueño, cabeceando otro poco, poniendo mano sobre mano otro poco para dormir; así vendrá como caminante tu necesidad, y tu pobreza como hombre armado»

24 de noviembre

«Un poco de sueño, cabeceando otro poco, poniendo mano sobre mano otro poco para dormir; así vendrá como caminante tu necesidad, y tu pobreza como hombre armado».

Proverbios 24:33, 34

El peor de los haraganes solo busca un poco de sueño; se indignaría si lo acusaran de absoluta ociosidad. «Poniendo mano sobre mano otro poco para dormir»: eso es todo cuanto le apetece, y tiene un sinfín de razones para demostrar que ese abandono resulta muy conveniente. Sin embargo, por esos «pocos» el día declina, el tiempo para trabajar se acaba y el campo permanece cubierto de espinos. Es por pequeñas demoras por lo que los hombres arruinan sus almas. No tienen intención de demorarse años enteros; afirman que dentro de pocos meses se presentará un tiempo más propicio. Si lo deseas, ellos atenderán mañana las cosas serias; porque el momento presente lo tienen tan ocupado y es tan inconveniente que ruegan que se les excuse. A semejanza de la arena de un reloj, el tiempo va pasando, la vida se disipa poco a poco y la hora de la gracia se pierde por un poco de sueño. ¡Oh, Dios quiera que seamos sabios, que atrapemos la hora que pasa volando y aprovechemos esos momentos que huyen sobre alas! Que el Señor nos enseñe esta sagrada sabiduría; porque, de otra manera, una espantosa pobreza nos aguarda: pobreza eterna que deseará una gota de agua y la mendigará en vano. Como un caminante que sigue inexorablemente su camino, la pobreza alcanza al perezoso y la ruina vence al indeciso. Cada hora que pasa acerca más al temido perseguidor, quien no se detiene junto al camino, pues está al servicio de su patrón y no se puede demorar. Como un hombre armado entra con autoridad y potestad, así la pobreza le vendrá al ocioso y la muerte al impenitente, y no escaparán. ¡Ah, si los hombres fueran sabios a tiempo y buscaran diligentemente al Señor, antes de que amanezca el solemne día cuando será demasiado tarde para arar y sembrar, demasiado tarde para arrepentirse y creer! En el tiempo de la cosecha es inútil lamentarse de haber descuidado la siembra. La fe y la santa decisión están aún a tiempo. ¡Ojalá podamos obtenerlas esta noche!

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 339). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

6 – [9] Presciencia y predestinación

Escogidos por Dios

R.C. Sproul

Capítulo 6

Presciencia y predestinación

La inmensa mayoría de los cristianos que rechazan la idea reformada de la predestinación adoptan lo que a veces se llama la idea de la presciencia (pre-sciencia, conocimiento previo) acerca de la predestinación. Brevemente expresada, esta idea enseña que desde toda la eternidad Dios sabía cómo viviríamos. Sabía de antemano si recibiríamos a Cristo o le rechazaríamos. Sabía nuestras elecciones libres antes de que las hiciéramos. La elección de Dios en cuanto a nuestro destino eterno se hizo pues, sobre la base de lo que El sabía que escogeríamos. El nos escoge porque sabe de antemano que nosotros le escogieramos a El. Los elegidos pues, son aquellos que Dios sabía que escogerían libremente a Cristo.

En este concepto, tanto el decreto eterno de Dios como la libre elección del hombre quedan intactos. Según esta idea, nada hay de arbitrario acerca de las decisiones de Dios. No se habla aquí de ser reducidos a marionetas o de que se fuerce nuestro libre albedrío. Dios es claramente absuelto de cualquier indicio de mala acción. La base para nuestro juicio final se apoya en última instancia, sobre nuestra decisión a favor o en contra de Cristo.

Hay mucho de loable en esta idea de la predestinación. Es bastante satisfactoria y tiene los beneficios mencionados anteriormente. Además de esto, parece tener al menos una fuerte garantía bíblica. Si dirigimos nuestra atención de nuevo a la carta de Pablo a los Romanos, leemos:

Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogenito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó a éstos también llamó los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a estos tambien glorificó (Romanos 8:29–30).

Este pasaje tan bien conocido de Romanos ha sido llamado la “Cadena de Oro de la Salvación”. Notamos una especie de orden aquí que comienza con la presciencia de Dios y continúa hasta la glorificación del creyente. Es crucial para la doctrina de la presciencia de Dios, que en este texto venga tal antes que la predestinación de Dios.

Siento un gran aprecio por la idea de la presciencia en cuanto a la predestinación. En tiempos la sostuve antes de rendirme a la idea reformada. Pero abandoné esta idea por varias razones. Entre éstas no es la menos importante, el haber llegado al convencimiento de que la idea de la presciencia no es tanto una explicación de la doctrina bíblica de la predestinación como una negación de la doctrina bíblica. No incluye todo el consejo de Dios en el asunto.

Quizá la mayor debilidad de la idea de la presciencia es el texto que más le apoya. Tras un análisis más minucioso, el pasaje de Romanos citado anteriormente viene a ser un grave problema para la idea de la presciencia. Por un lado, los que apelan al mismo para apoyar la idea de la presciencia encuentran demasiado poco. Esto es, el pasaje enseña menos de lo que los defensores de la presciencia quisieran que enseñase y sin embargo, enseña más de lo que ellos quisieran.

¿Cómo puede ser esto? En primer lugar, la conclusión de que la predestinación de Dios esta determinada por Su presencia, no se enseña en el pasaje. Pablo no sale diciendo que Dios escoge a la gente sobre la base de su conocimiento previo de las elecciones de ellos. Esa idea ni se afirma ni se implica en el texto. Lo único que el texto declara es que Dios predestina a los que conoce antes. Nadie disputa en este debate que Dios tiene presciencia. Aun Dios no podría escoger a personas de las cuales nada supiera. Antes de poder escoger a Jacob, tuvo que tener alguna idea en su mente acerca de Jacob. Pero el texto no enseña que Dios escogió a Jacob sobre la base de la elección que este hiciese.

En justicia, debe decirse que al menos el orden de presciencia y predestinación que encontramos en Romanos 8 es compatible con la idea de la presciencia. Es el resto del pasaje lo que crea dificultades. Nótese el orden de los acontecimientos en el pasaje. Presciencia—predestinación—llamamiento—justificación—glorificación.

El problema crucial aquí tiene que ver con la relación entre el llamamiento y la justificación. ¿Qué quiere decir Pablo con “llamamiento”? El Nuevo Testamento habla del llamamiento divino en más de una manera. En teología distinguimos entre el llamamiento externo de Dios y el llamamiento interno de Dios.

Encontramos el llamamiento externo de Dios en la predicación del Evangelio. Cuando se predica el Evangelio, todos los que lo oyen son llamados o invitados a Cristo. Pero no todos responden positivamente. No todos los que oyen el llamamiento externo del Evangelio llegan a ser creyentes. A veces, el llamamiento del Evangelio cae en oídos sordos.

Ahora bien, sabemos que sólo aquellos que responden con fe al llamamiento externo del Evangelio son justificados. La justificación es por la fe. Pero una vez más, no todos cuyos oídos oyen la predicación externa del Evangelio responden con fe. Por tanto, debemos concluir que no todos los que son llamados externamente son justificados.

Pero Pablo dice en Romanos que los que Dios llama, a éstos también justifica. Ahora bien, concedemos que la Biblia no dice explícitamente que El justifica a todos los que llama. Estamos supliendo la palabra todos. Quizá seamos tan culpables de leer algo en el texto que no esta allí como aquellos que abogan por la idea de la presciencia.

Cuando suplimos la palabra todos aquí, estamos respondiendo a una implicación del texto. Estamos haciendo una inferencia. ¿Es ésta una inferencia legitima? Pienso que lo es. Si Pablo no quiere decir que todos los que son llamados son justificados, la única alternativa sería que algunos de los que son llamados son justificados. Si suplimos la palabra algunos en lugar de la palabra todos aquí, entonces debemos suplirla a todo lo largo de la Cadena de Oro. Entonces se leería de la siguiente manera:

A algunos de los que antes conoció, también los predestinó. A algunos de los que predestinó, a éstos también llamó. A algunos de los que llamó, a éstos también justificó. A algunos de los que justificó, a éstos también glorificó.

Esta lectura del texto nos deja con una monstruosidad teológica, una pesadilla. Significaría que sólo algunos de los predestinados oyen jamás el Evangelio, y que sólo algunos de los justificados son finalmente salvados. Estas nociones están totalmente en conflicto con lo que enseña el resto de la Biblia sobre estos temas. Además, la idea de la presciencia sufre un problema aun mayor al suplir la palabra algunos. Si la predestinación de Dios se basa en su presciencia de cómo la gente responderá al llamamiento externo del Evangelio, ¿cómo es que sólo algunos de los predestinados son siquiera llamados? Ello demandaría que Dios predestinase a algunos que no son llamados. Si algunos de los predestinados son predestinados sin ser llamados, entonces Dios no estaría basando su predestinación en un conocimiento previo a la respuesta de ellos a su llamamiento, ¡no podrían dar respuesta alguna a un llamamiento que nunca recibieron! Dios no puede tener presciencia de la no respuesta de una persona a un no llamamiento.

Si seguimos todo eso, entonces veremos la conclusión. Pablo no puede estar implicando la palabra algunos. Por el contrario, la Cadena de Oro necesariamente implica la palabra todos. Revisemos la propuesta. Si suplimos la palabra algunos en la Cadena de Oro, el resultado es fatal para la idea de la presciencia en cuanto a la predestinación, porque haría que Dios predestinase a algunos que no son llamados. Puesto que la idea enseña que la predestinación de Dios se basa en la presciencia de Dios en cuanto a las respuestas positivas de la gente al llamamiento del Evangelio, entonces la idea se hunde claramente si algunos son predestinados sin un llamamiento.

Suplir la palabra todos es igualmente fatal para la idea de la presciencia. Esta dificultad se centra en la relación entre el llamamiento y la justificación. Si todos los que son llamados son justificados, entonces el pasaje podría significar una de dos cosas: (A) Todos los que oyen el Evangelio externamente son justificados; o (B) Todos los que son llamados por Dios internamente son justificados.

Si respondemos con la opción A, entonces la conclusión a la que debemos llegar es que todos los que oyen el Evangelio son predestinados para ser salvos. Por supuesto, la inmensa mayoría de los que sostienen la idea de la presciencia en cuanto a la predestinación también sostienen que no todos los que oyen el Evangelio son salvos. Algunos son universalistas. Creen que todos serán salvos, tanto si oyen el Evangelio como si no. Pero debemos recordar que el principal debate entre los evangélicos acerca de la predestinación no es acerca de la cuestión del universalismo. Tanto los defensores de la doctrina reformada de la predestinación como los defensores de la idea de la presciencia están de acuerdo en que no todos son salvos. Están de acuerdo en el hecho de que hay personas que oyen el Evangelio externamente (el llamamiento externo de Dios) que no responden con fe y que por tanto, no son justificados. La opción A repugna tanto a los defensores de la idea de la presciencia como a los defensores de la doctrina reformada.

Eso nos deja con la opción B. Todos los que son llamados internamente por Dios son justificados. ¿Cuál es el llamamiento interno de Dios? El llamamiento externo se refiere a la predicación del Evangelio. La predicación es algo que hacemos como seres humanos. El llamamiento externo puede también ser “oído” leyendo la Biblia. La Biblia es la Palabra de Dios, pero nos llega mediante documentos escritos por seres humanos. En ese sentido es externa. Ningún ser humano tiene poder para obrar internamente en otro ser humano. No puedo llegar al interior del corazón de una persona para obrar en él una influencia inmediata. Puedo hablar palabras que son externas. Esas palabras pueden penetrar en el corazón, pero no puedo hacer que ocurra eso por mi propio poder. Sólo Dios puede llamar a una persona internamente. Sólo Dios puede obrar inmediatamente en lo mis recóndito del corazón humano para influir una respuesta positiva de fe.

Así pues, si la opción B es lo que quiere decir el apóstol, entonces las implicaciones son claras. Si todos los que Dios llama internamente son justificados, y todos los que Dios predestina son llamados internamente, entonces se sigue que la presciencia de Dios tiene que ver con algo más que una mera consciencia previa de las decisiones libres que los seres humanos tomen. Sin duda, Dios conoce desde toda la eternidad quiénes responderían al Evangelio y quiénes no. Pero tal conocimiento no es él de un mero observador pasivo. Dios conoce desde la eternidad a quienes llamará internamente. El justifica a todos los que llama internamente.

Dije anteriormente que la Cadena de Ore enseña algo más de lo que la idea de la presciencia quiere que enseñe. Enseña que Dios predestina un llamamiento interno. Todos los que Dios predestina a ser llamados internamente serán justificados. Dios está aquí haciendo algo en los corazones de los elegidos para asegurar su respuesta positiva.

Si la opción B constituye el entendimiento correcto de la Cadena de Oro, entonces está claro que Dios hace una clase de llamamiento a algunos que no hace a todos. Puesto que todos los que son llamados son justificados, y puesto que no todos son justificados, entonces se sigue que el llamamiento es una actividad divina bastante significativa que algunos seres humanos reciben y otros no. Ahora nos vemos forzados a tratar de nuevo una importante cuestión no muy diferente de nuestra cuestión original. ¿A qué se debe que algunos sean predestinados para recibir este llamamiento de Dios y otros no? ¿Reside la respuesta en el hombre o en los propósitos de Dios? Un defensor de la idea de la presciencia tendría que responder que la razón por la que Dios llama sólo a algunos internamente es que sabe de antemano quiénes responderán positivamente al llamamiento interno y quienes no. Por tanto, no malgasta el llamamiento interne, sólo lo hace a aquellos que El sabe que responderán favorablemente al mismo.

¿Cuánto poder hay en el llamamiento interno de Dios? ¿Tiene alguna ventaja recibirlo? Si sólo es dado a aquellos que Dios conoce que responderán a El por su propio poder, parecería ser una influencia interna sin una influencia real. Si no tiene influencia alguna en la persona que oye el llamamiento externo, entonces Dios está predestinando una ventaja para algunos de que está privando a otros. Si no tiene influencia alguna sobre la decisión humana, entonces simplemente no es una influencia en absoluto. Si no es una influencia en absoluto, entonces nada significa en cuanto a la salvación y constituye una parte absurda de la Cadena de Oro.

Es crucial recordar que el llamamiento interno de Dios se hace a las personas antes que crean, antes que respondan con fe. Si influye en la respuesta de alguna manera, entonces Dios está predestinando una ventaja para los elegidos. Si no influye en la decisión humana, ¿entonces qué hace? Este dilema es penoso para la idea de la presciencia, penoso y sin alivio.

La doctrina reformada de la predestinación

En contraste con la idea de la presciencia en cuanto a la predestinación, la doctrina reformada asevera que la decisión final en cuanto a la salvación descansa en Dios y no en el hombre. Enseña que desde toda la eternidad Dios ha escogido intervenir en las vidas de algunos y llevarles a la fe salvadora, y a su vez, ha escogido no hacer eso por otros. Desde toda la eternidad, sin tener en cuenta previamente nuestra conducta humana, Dios ha escogido a algunos para elección y a otros para reprobación. El destino final de la persona está decidido por Dios antes que la persona haya siquiera nacido y sin depender finalmente de la elección humana. Sin duda, existe una elección humana, una elección humana libre, pero la elección se hace porque en primer lugar, Dios escoge influir en los elegidos para que hagan la elección correcta. La base de la elección de Dios no se apoya en el hombre, sino únicamente en el beneplácito de la voluntad divina.

En la doctrina reformada de la predestinación, la elección de Dios precede a la elección del hombre. Nosotros le escogemos a El solamente porque El nos ha escogido primero a nosotros. Sin la predestinación divina y sin el llamamiento interno divino, la doctrina reformada sostiene que nadie escogería jamás a Cristo.

Esta es la doctrina de la predestinación que irrita a tantos cristianos. Esta es la perspectiva que suscita importantes cuestiones acerca del libre albedrío del hombre y acerca de la equidad de Dios. Esta es la idea que provoca tanta polémica y acusaciones de fatalismo, determinismo, etc.

La doctrina reformada de la predestinación entiende la Cadena de Oro como sigue: Desde toda la eternidad, Dios conoció de antemano a sus elegidos. El tenía el concepto de su identidad en Su mente antes de crearlos. No sólo los conoció desde siempre en el sentido de tener el concepto previo de su identidad personal, sino que también los conoció en el sentido de amarlos. Debemos recordar que cuando la Biblia habla de “conocer”, distingue a menudo entre una simple consciencia mental de una persona y un profundo e íntimo amor de la persona.

La doctrina reformada cree que todos aquellos a quienes Dios ha conocido así de antemano, también los ha predestinado para ser llamados internamente, para ser justificados y para ser glorificados. Dios en su soberanía, hace que se lleve a cabo la salvación de sus elegidos y sólo de sus elegidos.

Resumen del capitulo 6

1. La presciencia no es una explicación válida de la predestinación.

2. Hace que la redención sea en última instancia, una obra humana.

3. La predestinación es soslayada y virtualmente vaciada de significado.

4. La cadena de oro muestra que nuestra justificación depende del llamamiento de Dios.

5. El llamamiento de Dios se apoya en una predestinación previa.

6. Sin predestinación, no hay justificación.

7. No son nuestras elecciones futuras, sin embargo, las que inducen a Dios a escogernos.

8. Es la decisión soberana de Dios a nuestro favor.

Sproul, R. C. (2002). Escogidos por Dios (pp. 89–96). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.

Piense en estas cosas

24 de noviembre

Piense en estas cosas

Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.

Filipenses 4:8

El versículo de hoy presenta una amplia lista de las cosas en las que debemos pensar.

Lo que es verdadero. Usted hallará lo que es verdadero en la Palabra de Dios.

Lo honesto. Debemos pensar en todo lo que es digno de adoración; lo sagrado frente a lo profano.

Lo justo. El pensar debidamente siempre es compatible con la absoluta santidad de Dios.

Lo puro. Esto se refiere a algo moralmente limpio y no corrupto.

Lo amable. Esto significa «agradable».

Lo que es de buen nombre. Esto se refiere a lo que es de gran estima o de buena reputación.

Lo virtuoso y digno de alabanza. Esto se refiere a lo que es siempre respetable, como la bondad, la cortesía y el respeto a los demás.

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1 Crónicas 19–20 | 1 Pedro 1 | Jonás 3 | Lucas 8

24 NOVIEMBRE

1 Crónicas 19–20 | 1 Pedro 1 | Jonás 3 | Lucas 8

Una de las grandes pretensiones de la existencia humana es que esta vida mortal dura para siempre. Aunque, en teoría, los jóvenes saben que cada vida humana tiene su fin, actúan como si la muerte nunca les fuera a alcanzar. Décadas más tarde, son más realistas, pero, aún así, la mayoría actúa como si sus familias tuvieran que permanecer de manera inevitable, o al menos como si su cultura o nación fuera a sobrevivir.

Los más previsores saben que no es así. Los individuos se mueren y la conexiones familiares también. Salvo aquellas personas que están comprometidas con la arqueología genealógica, no sabemos mucho sobre nuestras familias en el pasado, más allá de tres o cuatro generaciones. De igual forma, a nosotros tampoco nos recordarán dentro de varias generaciones. Los imperios poderosos caen. Se dividen, acaban vasallos como potencias de tercer o cuarto nivel, o desaparecen en el olvido. Puede que tengamos un destino inmortal, pero nada que esté vinculado de manera restrictiva a esta vida es seguro, nada es inmutable, nada perdura. “Todo mortal es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo; la hierba se seca y la flor se cae” (1 Pedro 1:24).

No obstante, hay una línea más en esta cita de Isaías 40:6–8: “pero la palabra del Señor permanece para siempre” (1 Pedro 1:25). Se puede concluir, entonces, que, lo mejor que pueden hacer los seres humanos que tengan hambre de lo trascendente, es alinearse con la palabra constante y duradera de Dios. Y hay varias pistas en este capítulo en cuanto a lo que esto significa en términos prácticos.

(1) “Y esta es la palabra del evangelio que se os ha anunciado” (1:25): el mismo evangelio que fue declarado a los lectores de Pedro es la palabra del Señor que permanece para siempre. Adherirse al evangelio es hacerlo a aquello que perdura para siempre. No se puede decir lo mismo de la adhesión a un sistema político o a una teoría económica o al progreso profesional.

(2) Más preciso es decir que los cristianos han “nacido de nuevo, no de simiente perecedera, sino de simiente imperecedera, mediante la palabra de Dios que vive y permanece” (1:23). Lo que nos ha transformado y concedido nueva vida de parte de Dios mismo, no fue un embarazo físico, sino un nuevo nacimiento espiritual, generado por la duradera palabra de Dios.

(3) La palabra transmitida por los profetas antes de Jesús apuntaba hacia la futura revelación que llegaría exclusivamente con él (1:10–12). Eso significa que todo era una misma cosa: este siempre fue el plan, independientemente de cuánto lo hayan entendido los profetas del Antiguo Testamento.

(4) El “nuevo nacimiento” (1:3) que hemos experimentado por la acción de la palabra permanente de Dios nos introduce en una “herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para vosotros, a quienes el poder de Dios protege mediante la fe” (1:4–5).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 328). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Dios hace bien todas las cosas

viernes 24 noviembre

En gran manera se maravillaban, diciendo: bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar.

Marcos 7:37

Dios hace bien todas las cosas

Al este del lago de Genesaret, en la región de Decápolis, el Señor Jesús había sanado a varias personas, entre ellas a un sordomudo. Era el tema de conversación de los habitantes de aquella región. Es interesante constatar que no mencionaron únicamente la curación de los sordos, de los mudos y de otros enfermos (Mateo 15:31), sino que recapitularon el conjunto y dijeron: “bien lo ha hecho todo”.

¡Todo! De forma más general, hoy podemos aplicar este testimonio a la salvación ofrecida a todos, resultado de la obra de Cristo en la cruz. Nosotros también podemos decir: “Bien lo ha hecho todo”.

Que cada uno examine su caso personal: éramos pecadores, estábamos “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12), pero Cristo se ocupó de nosotros. Hizo lo que nosotros éramos incapaces de hacer: a nosotros que éramos esclavos, culpables, él nos redimió por su sangre y nos condujo a Dios. Pronto nos llevará a la casa del Padre. ¡Sí, “bien lo ha hecho todo”!

Israel rechazó a su Mesías cuando vino a la tierra. No obstante llegará un día cuando Dios dirá de su pueblo: “Todos ellos serán justos… obra de mis manos, para glorificarme” (Isaías 60:21). Cristo, su Mesías, también puso el fundamento de esto en la cruz: “Bien lo ha hecho todo”.

“Gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6:17-18).

Job 30 – Hebreos 12:1-11 – Salmo 132:8-12 – Proverbios 28:13-14

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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