2 Crónicas 24 | Apocalipsis 11 | Zacarías 7 | Juan 10

20 DICIEMBRE

2 Crónicas 24 | Apocalipsis 11 | Zacarías 7 | Juan 10

A través de todo el libro de Apocalipsis, hay visiones esporádicas del fin o del trono de Dios que anticipan los últimos dos capítulos. En otras palabras, el desarrollo de Apocalipsis no siempre es lineal. La anticipación de la victoria, la gloria y la perspectiva del Todopoderoso, a veces se ubica en el contexto de las escenas más oscuras de juicio: por ejemplo, Apocalipsis 14:1–5 en el contexto de los capítulos 12–14.

Cuando suena la séptima trompeta (Apocalipsis 11:15–19), el velo se descorre un poco para permitirnos una ojeada de este tipo de escena. En este caso, no se trata del nuevo cielo y la nueva tierra, sino del reinado de Dios sobre estas escenas de terrible juicio. Quiero centrar nuestra atención en dos elementos.

Primero, la noción del reino de Dios es dinámica y su significado preciso cambia en varios contextos. Aquí, fuertes voces en el cielo proclaman: “El reino del mundo ha pasado a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos” (11:15). Esto sugiere que hubo una época anterior en la cual este “reino” divino sobre el mundo perdido no había comenzado. Evidentemente, entonces, aquí no se habla del reino universal del gobierno providencial de Dios. Tampoco se trata del comienzo del reinado de Jesús, inaugurado por medio de su resurrección y exaltación. Es cierto que, en ese momento, toda la autoridad en el cielo y en la tierra se hizo suya (Mateo 28:18). Sin embargo, ese reinado se ejerce de tal manera, que todavía se disputa. Lo que sugieren los siguientes versículos es que Dios toma ahora su gran poder de manera que aniquile a aquellos que destruyeron a su pueblo. Ha llegado “el momento de juzgar a los muertos, y de recompensar a tus siervos los profetas, a tus santos y a los que temen tu nombre, sean grandes o pequeños, y de destruir a los que destruyen la tierra” (11:18). Lo que esto anuncia es la inminencia del ejercicio final de autoridad que quebranta toda oposición residual y juzga a todos con justicia perfecta.

Segundo, ya hemos visto que las metáforas mixtas son características de la literatura apocalíptica. Aquí, en 11:19, se abre el templo de Dios en el cielo y se ve, dentro del templo, el arca del pacto, junto a una tormenta impresionante. Las tormentas terribles que acompañan los grandes actos de la revelación de Dios surgen de lo que sucedió en el Sinaí; algo parecido se encuentra en la visión de 4:5. El sentido del templo, el arca y la tormenta en este versículo es que Dios mismo está presente y reinando. Por otro lado, en la visión de los capítulos 21 y 22, no hay necesidad de templo en el cielo, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo (21:22). Sólo los pedantes percibirán una contradicción.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 354). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 22–23 | Apocalipsis 10 | Zacarías 6 | Juan 9

19 DICIEMBRE

2 Crónicas 22–23 | Apocalipsis 10 | Zacarías 6 | Juan 9

Muchas imágenes en el libro de Apocalipsis surgen del Antiguo Testamento. El antecedente del rollo que Juan se come (Apocalipsis 10:8–11) es una imagen parecida en Jeremías 15:6 y Ezequiel 2:8–3:3.

Cada uno de estos tres pasajes desarrolla, de manera un tanto distinta, la noción de comerse las palabras de Dios. Jeremías se contrasta a sí mismo con sus perseguidores y atormentadores, con la “compañía de burladores” (Jeremías 15:17), con quienes nunca hizo causa común. ¿Cómo iba a hacerlo? Se sentó solo porque la mano de Dios estaba sobre él. Percibió el pecado en la tierra y el juicio que amenazaba y se llenó de indignación. ¿Qué le hacía tomar esta postura? “Al encontrarme con tus palabras, yo las devoraba; ellas eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo llevo tu nombre, Señor, Dios Todopoderoso” (Jeremías 15:16).

En su visión, a Ezequiel se le muestra un rollo escrito por ambos lados con “lamentos, gemidos y amenazas” (Ezequiel 2:10). Dios le dice que abra su boca y se coma el rollo, y que luego vaya a hablarle a la casa de Israel (Ezequiel 3:1). “Y yo me lo comí, y era tan dulce como la miel” (Ezequiel 3:3). El contexto revela claramente el significado. A pesar de que el mensaje que Ezequiel transmitió estaba lleno de juicio y lamento, y aunque presentó a la comunidad del exilio los pecados de Jerusalén y predijo la caída catastrófica de la ciudad y del templo, él estaba tan alineado con la perspectiva de Dios, que las palabras del Señor le parecieron dulces. Aunque sea duro el mensaje, las palabras de juicio de Dios, si verdaderamente son suyas, le parecerán a Ezequiel más dulces que cualquier opinión recibida de pecadores que se autojustifican.

En su visión, a Juan se le instruye que tome el rollo y se lo coma. Se le dice que sabrá tan dulce como la miel, pero que se tornará amargo en su estómago (Apocalipsis 10:9–10). El contenido nuevamente es el juicio: Juan tiene que “volver a profetizar acerca de muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (10:11). No obstante, aquí el simbolismo funciona de manera un poco diferente. Todavía es importante que este rollo sepa dulce en la boca de Juan (es decir, que él se alinee de tal manera con Dios y con su verdad, que encuentre dulces los caminos y las palabras de Dios). Pero ahora se le añade un nivel adicional: si bien es importante y correcto adoptar la perspectiva de Dios, y, a pesar de que es vital decir “¡Amén!” al juicio bueno y necesario de Dios, la realidad es que el juicio sigue siendo tal. Al fin y al cabo, no se puede sentir placer ante la noción de la ira de Dios, aunque esa ira es completamente recta, pues el pecado que la ha provocado es absolutamente trágico, tanto en su propia realidad como en las consecuencias que genera.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 353). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 21 | Apocalipsis 9 | Zacarías 5 | Juan 8

18 DICIEMBRE

2 Crónicas 21 | Apocalipsis 9 | Zacarías 5 | Juan 8

Independientemente de cuáles fueran los referentes de fondo de las horrendas imágenes de Apocalipsis 9, las visiones de caos y matanza son lo suficientemente claras. Mediante guerra y plagas, millones de humanos son aniquilados, una tercera parte de la humanidad, algunos de ellos con gran agonía. Hoy quisiera centrarme en los últimos versículos del capítulo para ubicar esta destrucción masiva dentro de un marco particular.

(1) En cierto grado, la destrucción es obra del infierno; para ser más específicos, del “ángel del abismo, que en hebreo se llama Abadón y el griego Apolión” (9:11), el Destructor. No hay duda de que este también es Satanás, el diablo mismo (cf. 12:7–9; 20:10). En todos sus esfuerzos por seducir a los seres humanos para que se alejen del Dios que los creó y cuya imagen portan, las metas a largo plazo de Satanás para con los seres humanos nunca son benignas. Puede que le otorgue poder temporal o alguna ventaja a aquellos que se venden para hacer el mal, o a aquellos que hacen un pacto con él al estilo de Fausto, pero su objetivo final es la destrucción de todos los seres humanos, o al menos herir a la mayor cantidad que pueda, de la manera más dolorosa y tenaz posible.

(2) Si bien el propio Satanás se encuentra detrás de toda esta destrucción, en la narrativa más amplia del libro, Dios mismo ha efectuado esta destrucción como parte de su recto juicio. Satanás es malvado y poderoso, pero no es todopoderoso. Incluso en su momento más vil, no puede escapar al control de Dios, quien es capaz hasta de utilizar la maldad de Satanás para cumplir sus propósitos de juicio justo sobre aquellos que persisten en su rebelión contra Dios.

(3) Los seres humanos son tan perversos que, a menudo, ni aun el juicio más devastador logra captar su atención o moverlos al arrepentimiento. “El resto de la humanidad, los que no murieron a causa de estas plagas, tampoco se arrepintieron de sus malas acciones ni dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos de oro, plata, bronce, piedra y madera, los cuales no pueden ver ni oír ni caminar. Tampoco se arrepintieron de sus asesinatos ni de sus artes mágicas, inmoralidad sexual y robos” (9:20–21).

Pocas declaraciones son más desalentadoras ¿Qué ha de hacer Dios? Cuando mantiene el orden y la estabilidad, sus criaturas—portadoras de su imagen—se alejan de él, indiferentes a sus bendiciones. Cuando, en cambio, Dios responde con juicio, los portadores de su imagen le acusan de ser injusto o atribuyen estas cosas a las meras circunstancias, al diablo exclusivamente, o a deidades ajenas que necesitan ser aplacadas. Fuera de la intervención del Espíritu y su convicción, pocos reflexionan profundamente en cómo estos desastres nos están llamando en términos proféticos.

¿Qué desastres ha enfrentado la raza de los portadores de la imagen de Dios en el siglo XX? ¿Cuál es su mensaje? ¿Cómo ha respondido la mayoría de las personas?

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 352). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 19–20 | Apocalipsis 8 | Zacarías 4 | Juan 7

17 DICIEMBRE

2 Crónicas 19–20 | Apocalipsis 8 | Zacarías 4 | Juan 7

Ya hemos visto a un rey que comenzó bien y acabó mal (Asa; ver 13 y 14 de diciembre), y antes de eso, observamos a un reformador desganado (Roboam; ver 11 de diciembre). Ahora nos encontramos con otro rey, Josafat, quien no se pervierte, ni pasea por las zonas grises entre el bien y el mal, sino que durante toda su vida, demuestra ser muy bueno en algunas áreas y no muy sabio— incluso tonto—en otras (2 Crónicas 19–20).

Los dos capítulos anteriores (2 Crónicas 17–18) se pueden dividir en dos partes. El capítulo 17 presenta las fortalezas de Josafat, el hombre que busca diligentemente al Señor y fortalece todo el reino del sur. Por otro lado, el capítulo 18 nos muestra al Josafat necio, enredado en una alianza innecesaria y comprometedora con Acab, el rey malvado de Israel, y casi perdiendo su vida en una batalla que no era suya. En los capítulos de hoy, el profeta Jehú, hijo del profeta Hanani que fue encarcelado por Asa en su vejez, se enfrenta a Josafat: “¿Cómo te atreviste a ayudar a los malvados, haciendo alianza con los enemigos del Señor? Por haber hecho eso, la ira del Señor ha caído sobre ti. Pero hay cosas buenas a tu favor, pues has quitado del país las imágenes de la diosa Aserá, y has buscado a Dios de todo corazón” (19:2–3).

Luego se repite el patrón. Josafat trabaja con diligencia para eliminar la corrupción de la judicatura (19:4–11). Al enfrentarse a otra crisis militar, esta vez con las naciones de Moab y Amón como aliadas, acude a Dios para pedirle ayuda. La culminación de su oración es intensa y conmovedora: “Dios nuestro, ¿acaso no vas a dictar sentencia contra ellos? Nosotros no podemos oponernos a esa gran multitud que viene a atacarnos. ¡No sabemos qué hacer! ¡En ti hemos puesto nuestra esperanza!” (20:12) En su misericordia, Dios envía su Espíritu sobre Jahaziel hijo de Zacarías, quien lleva una palabra profética para fortalecer y animar a Josafat y al pueblo de Judá y Jerusalén (20:15ss). La victoria que obtienen es asombrosa, y el Señor con gracia le impone el “temor de Dios” a los reinos de alrededor, dándole así descanso a Josafat y a Judá.

Entonces, ¿qué hace Josafat? Crea otra alianza estúpida e innecesaria, ahora con Ocozías, el nuevo rey de Israel, y vuelve a ser reprendido fuertemente por otra palabra profética (20:35–37). ¿Es que no aprende este hombre?

Hoy día, tal vez etiquetaríamos estas recurrencias tan profundamente perturbadoras como “defectos de carácter”. Pueden ocurrir en personas cuyas vidas, en muchos niveles, son enteramente dignas de alabanza. En cierto modo, es perfectamente correcto darle gracias a Dios por el bien que hacen estas personas. Ahora bien, ¿no hubiera sido muchísimo mejor si Josafat hubiera aprendido de sus errores iniciales?

¿Sería impertinente preguntar si tú y yo aprendemos de los nuestros?

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 351). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 18 | Apocalipsis 7 | Zacarías 3 | Juan 6

16 DICIEMBRE

2 Crónicas 18 | Apocalipsis 7 | Zacarías 3 | Juan 6

Hay una amplia discusión sobre muchos puntos de interpretación en Apocalipsis 7. Por ejemplo, ¿quiénes son los 144.000 (7:4)? ¿Son las mismas personas de la gran multitud que nadie podía contar (7:9), al igual que, en el capítulo 5, el León es el Cordero? ¿Qué o cuándo es la “gran tribulación” (7:14)? ¿Es un período breve de tiempo? Si es así, ¿cuándo? ¿En el año 70 d. C. o cerca del fin de los tiempos? ¿O se refiere a todo el período de tiempo entre la primera y la segunda venida de Cristo?

Aquí me limitaré a tratar tres elementos de la descripción de Juan de la “gran multitud que nadie podía contar”.

Primero, surgen “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas” (7:9). No vemos aquí ni una pizca de racismo. Más aún, este tema es recurrente en el libro. Por ejemplo, ya en Apocalipsis 5:9, los ancianos entonan una nueva canción al Cordero: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación”. La comunidad final de Dios es transnacional, trans-tribal, transracial y translingüística. En ese sentido, una ciudad como Los Ángeles es un mejor anticipo del cielo que, digamos, Tulsa, Oklahoma. Que la iglesia, fortalecida por la gracia de Dios, viva ahora, hasta el mayor grado posible, lo que un día será.

Segundo, todo lo que es significativo de estas personas depende de la obra de Dios efectuada a través del Cordero; o sea, se fundamenta en el evangelio de Dios. De manera que están de pie “delante del trono y del Cordero” (7:9); claman “a gran voz, diciendo:¡La salvación viene de nuestro Dios, quien está sentado en el trono, y del Cordero” (7:10). Mientras los ángeles adoran a Dios (7:11–12), a Juan se le dice que estas personas “han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (7:14). En resumen, independientemente de todo lo demás que encontremos en Apocalipsis, este libro rebosa de evangelio.

Tercero, el futuro final de la gran multitud no se encuentra en esta vida. Están “delante del trono de Dios, y día y noche le sirven en su templo” (7:15). Nada malo les volverá a suceder (7:16). “Porque el Cordero que está en el trono los pastoreará y los guiará a fuentes de agua viva; y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (7:17). El libro de Apocalipsis aviva la llama de la valentía y de la fidelidad en esta vida, aun en medio de la oposición más vil, pues presenta el futuro glorioso de la vida venidera.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 350). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 17 | Apocalipsis 6 | Zacarías 2 | Juan 5

15 DICIEMBRE

2 Crónicas 17 | Apocalipsis 6 | Zacarías 2 | Juan 5

Los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis, sobre los cuales no hemos reflexionado aún, constituyen una visión importante que nos prepara para gran parte del resto del libro, incluyendo Apocalipsis 6. El capítulo 4 le sirve al 5 como el escenario de un drama. Apocalipsis 4 presenta, mediante símbolos apocalípticos, el salón del trono del Dios Todopoderoso. Enfatiza lo maravilloso que es Dios, su santidad, su gloria trascendente y espectacular. Hasta la orden más elevada de los ángeles cubren sus rostros al postrare en adoración y exaltan a Dios por su santidad. En Apocalipsis 5, comienza el drama. A la diestra de Dios, hay un rollo que contiene todos sus propósitos de redención y juicio. El rollo está sellado con siete sellos. En el simbolismo de este libro, abrir los sellos significa realizar todos los propósitos de Dios de redención y de juicio. Si el libro permanece cerrado, los propósitos de Dios permanecen sin cumplirse. Un ángel poderoso lanza un desafío al universo entero: ¿Habrá alguien digno de acercarse a este Dios asombroso y francamente aterrador, de tomar el rollo y de abrir los sellos? En otras palabras, ¿alguien podrá servir como agente de Dios para cumplir sus propósitos? No encuentran a nadie que sea digno y, ante la desesperanza, Juan gime. Luego, uno de los ancianos le dice que deje de llorar. El León de la tribu de Judá ha vencido. Juan se asoma a través de sus lágrimas y ve… un Cordero. No es un animal adicional al León. Conforme a la naturaleza mixta de las metáforas apocalípticas, el León es el Cordero y emerge del centro del trono. De ahí en adelante, en el libro de Apocalipsis se ofrece alabanza al que está sentado en el trono y al Cordero.

Apocalipsis 6 narra el momento en que el Cordero abre los sellos. A su debido tiempo, el séptimo sello introduce siete trompetas (Apocalipsis 8), a las cuales le siguen, a su vez, las siete copas de la ira de Dios (Apocalipsis 16). Por ende, todo el drama del libro de Apocalipsis se inicia con la visión de Apocalipsis 4–5.

En cuanto a Apocalipsis 6, sólo me concentraré en dos puntos. (1) Los mártires que están “bajo el altar” claman a gran voz diciendo: “¿Hasta cuándo, Soberano Señor, santo y veraz, seguirás sin juzgas a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?” (6:10). Es un gran consuelo saber que se hará justicia y esta será visible. Es todavía más reconfortante saber que Dios es más paciente que los cristianos. (2) Ahora bien, cuando llegue finalmente ese juicio, no hay manera de evitarlo, no hay indulto. Todos los que se han rebelado en contra de su Creador y jamás fueron reconciliados con él, ya sean esclavos o poderosos, clamarán a los montes y a las peñas pidiéndoles que les escondan “de la mirada del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero” (6:16). Pero, ¿quién puede esconderse del trono de Dios?

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 349). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 16 | Apocalipsis 5 | Zacarías 1 | Juan 4

14 DICIEMBRE

2 Crónicas 16 | Apocalipsis 5 | Zacarías 1 | Juan 4

Empezar bien no garantiza acabar bien. Judas Iscariote comenzó como apóstol; Demas empezó como un ayudante apostólico. Sabemos cómo terminaron. Asa comenzó como un rey reformador, con celo de Dios, y desplegó una formidable fe y valentía cuando los cusitas atacaron (ver meditación de ayer), pero es francamente inquietante ver cómo acabó en 2 Crónicas 16.

La crisis se precipitó cuando Baasa, rey de Israel, atacó a algunos de los pueblos y ciudades de las afueras de Judá. En vez de reflejar la misma fe firme que había mostrado veinticinco años antes, cuando se enfrentó a los cusitas (que eran mucho más formidables), Asa optó por un recurso político que resultó costoso. Despoja de sus riquezas al templo y a su propio palacio, y lo envía a Ben-adad, gobernante de Aram, una potencia regional centrada en Damasco que estaba emergiendo. Asa quiere que Ben-adad ataque a Israel desde el norte, obligando así a Baasa a retirar sus tropas del ataque en el sur para defenderse en el norte. El plan funcionó.

Esto también unió a Judá con Aram de forma peligrosa. Más importante aún, el profeta Hanani identifica el peor elemento de esta estrategia: Asa depende de la política y el dinero, no de Dios el Señor. “También los cusitas y los libios formaban un ejército numeroso, y tenían muchos carros de combate y caballos, y sin embargo el Señor los entregó en tus manos, porque en esa ocasión tú confiaste en él. El Señor recorre con su mirada toda la tierra, y está listo para ayudar a quienes le son fieles. Pero de ahora en adelante tendrás guerras, pues actuaste como un necio” (16:8–9).

Aun en ese momento, se pudo haber solventado la situación: Dios escucha regularmente a los que se arrepienten de verdad. Pero Asa sencillamente se enojó tanto, se enfureció de tal manera, que metió en la cárcel a Hanani el profeta. Sus tendencias dictatoriales se multiplicaron y Asa comenzó a maltratar al pueblo (16:10). Cuatro años después, contrajo una enfermedad terrible, pero, en vez de pedirle ayuda al Señor (y, sobre todo, perdón), se hundió en la amargura y sólo buscó ayuda de los médicos. Después de dos años enfermo, murió.

¿Y qué de todos esos años de reforma piadosa? No estamos, desde luego, en posición de ofrecer una conclusión final: eso le compete únicamente a Dios. Pero la realidad es que la gente puede apoyar la bondad y la reforma por muchas razones que no son el amor a Dios; en términos fenomenológicos, las personas pueden tener un corazón inclinado hacia Dios durante un amplio período (15:17), pero marchitarse antes de demostrar una perseverancia final. En una persona disciplinada, puede pasar mucho tiempo antes de que se vea la verdad. Pero cuando esto sucede, la prueba, como siempre, es fundamental: ¿soy yo lo primero, o es Dios?

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 348). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 14–15 | Apocalipsis 4 | Hageo 2 | Juan 3

13 DICIEMBRE

2 Crónicas 14–15 | Apocalipsis 4 | Hageo 2 | Juan 3

El reinado de Asa en Judá resulta educativo en varios sentidos y ocupará nuestra meditación tanto hoy (2 Crónicas 14–15) como mañana.

El largo reinado de Asa comenzó con diez años de paz (14:1), porque “el Señor le dio descanso” (14:6). Durante este tiempo, Asa “ordenó a los habitantes de Judá que acudieran al Señor, Dios de sus antepasados, y que obedecieran su ley y sus mandamientos” (14:4). El pueblo buscó al Señor y edificaron y prosperaron (14:7). Después de diez años, Asa se enfrentó al poder devastador de las fuerzas cusitas (del norte del Nilo). Asa no podía haber olvidado cómo su abuelo Roboam fue sometido por Sisac de Egipto (2 Crónicas 12). La conducta del mismo Asa es ejemplar, un anticipo de la manera como su descendiente Ezequías se comportaría siglos más tarde al enfrentarse a los babilonios: clamó al Señor, reconociendo con franqueza su total incapacidad ante estas potencias. “¡Ayúdanos, Señor y Dios nuestro, porque en ti confiamos, y en tu nombre hemos venido contra esta multitud! ¡Tú, Señor, eres nuestro Dios! ¡No permitas que ningún mortal se alce contra ti!” (14:11) Por algún medio (el texto no especifica), el Señor responde y el ejército relativamente pequeño de Asa destruye las huestes cusitas.

Llega Azarías, hijo de Obed, un profeta con un mensaje de aliento para Asa y para todo Judá y Benjamín (15:1–2). Reflexionando sobre la época terrible de anarquía durante los últimos años de los jueces y los primeros de la monarquía, el viaje y el comercio eran peligrosos y los levitas no eran lo suficientemente disciplinados y organizados como para instruir al pueblo. Azarías anima al rey y al pueblo en general a buscar al Señor, “él dejará que vosotros lo halléis; pero si lo abandonáis, él os abandonará” (15:2). Ese mensaje fortalece la determinación de Asa. Actúa en contra de la idolatría que aún quedaba e invierte recursos en el mantenimiento del templo. Esta es la comunidad del pacto, y bajo Asa, comienza a actuar como tal. Ellos buscaron “al Señor con voluntad sincera, y él se había dejado hallar de ellos y les había concedido vivir en paz con las naciones vecinas” (15:15) durante otro cuarto de siglo, hasta los treinta y cinco años del reinado de Asa (15:19). No eliminaron los “santuarios paganos” (15:17) — un residuo de la competencia contra el templo—, pero, por lo general, Asa fue un gobernante recto.

No debemos avergonzarnos de la bendición de Dios sobre la integridad y justicia. La justicia exalta a una nación: la levanta y fortalece su poder. Esto no es meramente una conclusión sociológica: es la forma en que Dios ha estructurado las cosas, su manera de reinar providencialmente. A la inversa, la corrupción atrae la ira de Dios y, tarde o temprano, destruirá a la nación.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 347). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 13 | Apocalipsis 3 | Hageo 1 | Juan 2

12 DICIEMBRE

  

2 Crónicas 13 | Apocalipsis 3 | Hageo 1 | Juan 2

Las siete iglesias de Asia Menor (aproximadamente, una tercera parte de lo que hoy día es Turquía, la parte occidental) son muy diferentes unas de otras (Apocalipsis 2–3). En la mayoría de las ocasiones, reflejan algo de las ciudades en las que están ubicadas, ya sea porque imitan sus defectos o porque soportan su opresión. Dos de las siete iglesias, en Esmirna y Filadelfia, son pequeñas y están subyugadas, y no reciben crítica. Las otras cinco se hallan en varios niveles de peligrosidad.

La iglesia que recibe el menor aliento y la mayor condenación es la de Laodicea (Apocalipsis 3:14–22), una iglesia que refleja demasiado su contexto. Laodicea era un centro bancario. Aquí, viajeros de oriente cambiaban su dinero y así lo hacía Cicerón, el famoso orador romano, cuando viajó fuera de las fronteras del imperio hacia el este. El negocio del dinero trajo prosperidad a esta ciudad. También se la conocía como un centro oftalmológico. Las infecciones de los ojos eran comunes y en Laodicea los médicos habían desarrollado una fórmula que había resultado eficaz para muchos. Las ovejas de esta zona producían una lana negra que era especialmente fuerte, algo así como la tela de “jeans” del mundo antiguo. El único verdadero defecto de la ciudad era su sistema acuífero. La vecina ciudad de Colosas tenía la única fuente de agua dulce en el valle de Lico; por otro lado, en Herápolis, otra ciudad cercana, había aguas termales y por ello se le conocía como un lugar en el que se “realizaban curas”. Las aguas que recibía Laodicea discurrían por kilómetros mediante tubería de piedra y estaban contaminadas. Dejaban unos depósitos gruesos de carbonato en las tuberías y eran conocidas en el mundo antiguo por su sabor asqueroso.

Juan recoge estos elementos. La iglesia se cree rica, pero no se da cuenta de que, espiritualmente, está en bancarrota. Cree que puede “ver” (es decir, que discierne), pero la realidad es que está ciega. Sostiene que está bien vestida, completamente presentable, mientras Dios la percibe como desnuda. Esta iglesia se ha vuelto arrogante y orgullosa de la misma forma que la ciudad era arrogante y orgullosa. El Jesús exaltado exhorta a esta iglesia a “comprar” el “oro” que sólo él puede ofrecer, el ungüento de los ojos que sólo él puede proveer y los vestidos blancos (que indican pureza) que sólo él les puede dar (3:18). Esto dado que, por el estado actual en el que se encuentran, le resultan como el agua de Laodicea: ni fría y refrescante (como el agua de Colosas), ni caliente y medicinal (como la de Híerapolis), sino francamente nauseabunda. No son frescos y útiles, ni son calientes y útiles; son meramente asquerosos y provocan el vómito.

Muchas iglesias occidentales se encuentran en una posición parecida. Escucha la Palabra del Señor: “Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (3:19–20).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 346). Barcelona: Publicaciones Andamio.

2 Crónicas 11–12 | Apocalipsis 2 | Sofonías 3 | Juan 1

11 DICIEMBRE

2 Crónicas 11–12 | Apocalipsis 2 | Sofonías 3 | Juan 1

El cronista presenta algunas percepciones fascinantes que nos ayudan a comprender el reinado de Roboam, el primer rey de Judá tras el fin de la monarquía unida (2 Crónicas 11–12). Veremos dos de ellos.

(1) Como era de esperar, muchos de los levitas que vivían en el norte se trasladaron al sur (11:11–17). Toda su vida estaba centrada en el templo, y esta era la conexión que quería romper Jeroboam, el rey de las diez tribus del norte. Por lo tanto, no sólo estableció sus propios ídolos, sino que despidió a todos los levitas. El efecto, al menos en un principio, fue fortalecer el poder de Roboam (11:17). A veces, Dios, en su providencia, usa el principio de las “consecuencias no planificadas” para convertir en bendiciones lo que inicialmente parece ser un desastre absoluto. El ejemplo más grandioso de esto es, por supuesto, la cruz.

(2) Roboam demostró ser un rey mediocre cuyo efecto general fue malo. Ciertos elementos iniciales del reinado de Roboam fueron buenos. Eligió al hijo correcto, Abías, para ser “jefe y príncipe” (11:22), preparándolo así para el trono. Aprendiendo de la estupidez de la decisión que le había costado el reino unido (10:8; cf. 1 Reyes 12:8), Roboam se esforzó por mantener el contacto con el pueblo, dispersando a sus muchos hijos por los distritos y ciudades fortificadas de Judá. Tristemente, una vez se encontró cómodo, cuando su reino estaba más o menos seguro, se alejó de la ley del Señor y su pueblo también lo hizo (12:1). Dios respondió desatando a Sisac, rey de Egipto, contra esta pequeña nación. El profeta Semaías afirmó con autoridad: “Así dice el Señor: “Como vosotros me abandonasteis, ahora yo también os abandono, para que caigáis en manos de Sisac” (12:5).

El rey Roboam y los líderes de Israel se humillaron (12:6, 12). El resultado fue que Dios no permitió que los egipcios destruyeran a Judá. No obstante, Dios dijo que su pueblo “serán sus siervos [de Sisac], para que sepan lo que es servirme a mí, y qué es servir a los reinos de las naciones” (12:8). Este desarrollo nos recuerda la reacción de Dios cuando el pueblo de Israel entró a la tierra prometida y rápidamente abandonó su fidelidad. El resultado fue que, en vez de la victoria rápida que pudieron haber obtenido, se vieron enredados en miserables refriegas durante generaciones.

Hay una especie de maldad que no es ni muy mala ni muy buena; no es terriblemente rebelde, pero tampoco tiene sed de justicia. Es una postura que se inclina a la idolatría y apresuradamente se retira ante la amenaza de juicio. Lo que le falta es el corazón de David, ese corazón de un hombre que, a pesar de los fracasos, se decidió a buscar a Dios con pasión y deleite. El veredicto final sobre el reino de Roboam nos explica el problema: “actuó mal, porque no tuvo el firme propósito de buscar al Señor” (12:14).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 345). Barcelona: Publicaciones Andamio.