Las iglesias disidentes 30

Las iglesias disidentes 30

De esta fe nadie nos podrá apartar. [… ] Haz lo que quieras. Si decides permitirnos el libre ejercicio de nuestra fe, nosotros no te dejaremos por ningún otro señor terreno; pero tampoco aceptaremos otro Señor celestial sino a Jesucristo, quien es el único Dios.

Los obispos de Armenia al rey de Persia

a1En los capítulos anteriores hemos seguido el curso de las diversas controversias teológicas como si cada una de estas hubiera terminado con la decisión de un gran concilio ecuménico. Hasta cierto punto, esto es así dentro de los confines del Imperio Romano. Pero desde fecha muy antigua el cristianismo había cruzado esos confines, y se había extendido hasta regiones relativamente remotas, donde no llegaba la autoridad imperial, y donde por tanto surgieron iglesias que pronto comenzaron a diferir del resto del cristianismo.

Uno de estos casos, acerca del cual tratamos en la sección anterior y en el primer capítulo de la presente, fue el de la conversión de los godos y demás bárbaros allende las fronteras del Imperio. Puesto que esa conversión comenzó cuando el arrianismo estaba en su apogeo, los godos y sus vecinos se hicieron arrianos. Más tarde, según hemos visto, esos pueblos invadieron el Imperio de Occidente, y así el arrianismo apareció en lugares donde nunca había tenido seguidores. En este caso, la fe divergente de los bárbaros no perduró, sino que fue desapareciendo según los invasores se fueron amoldando a las costumbres y la fe de los conquistados.

Pero hubo otros casos en los que quienes no aceptaron la autoridad de uno u otro concilio lograron subsistir a través de los siglos, y por ello en el día de hoy hay todavía iglesias que proceden de tales orígenes. Según hayan rechazado el Concilio de Efeso o el de Calcedonia, tales iglesias reciben el nombre de “nestorianas” o “monofisitas”, aunque ellas mismas no se dan tales títulos, que son despectivos dados por el resto de los cristianos. Hecha esta salvedad, y por motivos de brevedad más que de exactitud, utilizaremos esos dos nombres para referirnos a tales iglesias.

El nestorianismo en Persia

A partir de Palestina, el cristianismo se extendió, no sólo hacia el oeste, sino también hacia el este. En la primera dirección se encontraba el Imperio Romano, del cual la Tierra Santa era parte, y en el cual el cristianismo logró algunos de sus mayores triunfos. Por esto la mayor parte de nuestra historia hasta este punto se ha ocupado del curso de la fe cristiana dentro de los confines del viejo Imperio Romano.

Pero, como hemos dicho, el cristianismo se extendió también hacia el este, en dirección al Imperio Persa y por todo él. El hecho de que a la postre ese imperio no se hizo cristiano es la principal razón por la que no se han conservado datos acerca del curso de la fe cristiana en él. Pero si tales datos se conservaran, no cabe duda de que tendríamos allí tantas historias inspiradoras como las que nos han legado los mártires que ofrendaron sus vidas dentro del Imperio Romano.

En esta expansión hacia el este, el cristianismo utilizó, no el griego o el latín, sino el siríaco. Esta era la lengua que utilizaban los viajeros y comerciantes que iban desde Siria hasta los lugares más apartados del Imperio Persa. Primero en Antioquía, y después en Edesa, se fue produciendo todo un cuerpo de literatura cristiana en siríaco, y ese cuerpo fue utilizado para la propagación de la fe dentro de los territorios persas.

Edesa, que era una ciudad independiente, parece haber sido el primer estado en hacerse cristiano. Ya antes de Constantino, el rey de Edesa se había convertido, y poco después surgió una leyenda según la cual el rey Abgar IV había sostenido correspondencia con Jesucristo. La supuesta carta de Jesús a Abgar era utilizada por muchos como amuleto, y casi toda la población parece haber sido cristiana a mediados del siglo IV. Desde allí la nueva fe se extendió hacia Persia, donde encontró numerosos adherentes, sobre todo entre los habitantes de lengua siríaca. De este modo, el nombre de Cristo llegó a ser venerado en regiones tan remotas como el Turquestán.

Todo esto no se logró sin sangre y sacrificios. La dinastía de los Sasánidas, que a la sazón gobernaba en Persia, persiguió encarnizadamente al cristianismo, sobre todo después que el Imperio Romano se hizo cristiano y las autoridades persas empezaron a temer que los cristianos fuesen en realidad agentes, o al menos simpatizadores, de los romanos.

Por esta razón, los cristianos persas hicieron todo lo posible por mostrarles a las autoridades que no eran parte de una gran organización que tenía su centro en Constantinopla. En el año 410 se constituyeron en iglesia autónoma, dándole al obispo de Ctesifón el título de patriarca. De igual modo, cuando el Concilio de Efeso condenó a Nestorio en el año 431, muchos de los cristianos persas parecen haber acogido con cierto alivio el hecho de que, desde su punto de vista, la iglesia dentro del Imperio Romano se había vuelto herética.

Dados sus orígenes, la iglesia persa siempre había tenido contactos estrechos con Antioquía, y por tanto su cristología era del tipo antioqueño. Además, tras la condenación de Nestorio, varios teólogos antioqueños se refugiaron en territorio persa. Algunos de ellos fueron a la ciudad de Nisibis, donde se dedicaron a enseñar a las futuras generaciones de teólogos persas. De este modo, la iglesia persa rompió definitivamente con el resto del cristianismo. A partir de Persia, el cristianismo nestoriano se extendió hacia el Asia Central, la India y Arabia. Tras la invasión árabe, los nestorianos no se sometieron tranquilamente al régimen musulmán, sino que produjeron gran cantidad de literatura polémica, tratando de mostrar la superioridad del cristianismo por encima del Islam. Esta literatura, esparcida en las bibliotecas de viejos monasterios, no ha sido suficientemente estudiada. Pero quizá sea de tanto valor e importancia como la de los apologistas cristianos que a partir del siglo segundo emprendieron la tarea de defender su fe frente a la cultura y las leyes grecorromanas. Además, aquellos cristianos nestorianos continuaron proclamando su fe en lugares lejanos, de tal modo que, gracias a la obra del misionero Alopén, llegó a haber cristianos nestorianos en China, y las Escrituras fueron traducidas por primera vez a la lengua de ese país.

Tras esta historia gloriosa, resulta triste comprobar que esta rama del cristianismo casi ha desaparecido. En China un cambio de dinastía destruyó por completo su misión. En la India quedan unos pocos nestorianos. Su principal núcleo se encuentra en los países actuales de Irak, Irán y Siria. Pero a principios del siglo presente fueron cruelmente perseguidos en esa región, de tal modo que su número se redujo de unos cien mil a menos de la mitad. Muchos de ellos emigraron a Norteamérica, donde organizaron algunas iglesias nestorianas.

Los monofisitas de Armenia

Pocas páginas en la historia del cristianismo son tan inspiradoras como las que narran el curso del cristianismo en Armenia. Y a pesar de ello son generalmente desconocidas por los cristianos occidentales.

El reino de Armenia se encontraba al extremo norte de la frontera entre el Imperio Romano y el Imperio Persa. Por tanto, su historia dependió siempre del curso de los acontecimientos en esas dos potencias. Por lo general, cuando los persas se consideraban suficientemente fuertes trataban de anexarse el reino vecino. Los romanos, por su parte, seguían una política distinta, pues su deseo no era conquistar Armenia, sino defender su autonomía para tener un estado aliado que protegiese sus fronteras con los persas. Dadas estas circunstancias, los armenios sentían más simpatías hacia los romanos que hacia los persas. En el siglo III los persas se apoderaron de Armenia. Para ello les dieron órdenes a sus agentes en el reino vecino de que asesinaran al rey Cosroes, y luego invadieron el país. El heredero del trono armenio, Tiridates, todavía niño, huyó con algunos de sus nobles, y se refugió entre los romanos. El emperador Valeriano acudió en socorro de sus aliados armenios, pero los persas lo derrotaron e hicieron prisionero. Armenia quedó entonces sometida al gobierno de los persas.

Algunos años después, aprovechando que el Imperio Persa atravesaba por un período de crisis, y con la ayuda del emperador Licinio (el mismo a quien Constantino depuso más tarde), Tiridates logró regresar al trono armenio, donde fue recibido con júbilo por sus compatriotas, cansados del yugo extranjero.

Pero la crisis en el Imperio Persa fue breve, y el rey Narsés, tras poner fin a una guerra civil que había desangrado sus dominios, volvió a invadir a Armenia, lo cual obligó a Tiridates a pedir asilo de nuevo en territorio romano. En Siria, Asia Menor y Constantinopla, los refugiados armenios conocieron el cristianismo, y algunos de ellos se convirtieron. Entre estos últimos estaba un pariente de Tiridates, a quien la historia conoce como “Gregorio el Iluminador”.

Una vez más las legiones romanas marcharon al campo de batalla contra los persas, cuya invasión de Armenia amenazaba los territorios romanos. Esta vez tuvieron mejor éxito que la anterior, y los persas se vieron obligados a firmar un tratado de paz mediante el cual el Imperio Romano se anexó varias provincias que anteriormente habían pertenecido a Persia, y Tiridates recuperó su trono.

Junto a Tiridates, regresaron a Armenia los nobles que habían estado exiliados en territorio romano. Entre ellos se contaba Gregorio el Iluminador, quien inmediatamente empezó a predicar su nueva fe entre sus compatriotas. Esto no era del agrado del Rey, quien al parecer temía que el pueblo armenio creyese que la corte se había romanizado durante su exilio. Por ello, Tiridates hizo encarcelar a su pariente por quince años. Pero a la postre el propio Rey se convirtió, y muchos de los nobles lo siguieron a la fuente bautismal. Pronto surgió un movimiento de conversión en masa, en el que buena parte del pueblo abrazó el cristianismo. Este movimiento llegó a tal punto que muchos sacerdotes paganos, o sus hijos, se convirtieron también. Tales sacerdotes pronto recibieron órdenes cristianas, y se dio así el fenómeno de que en Armenia el sacerdocio cristiano se hizo hereditario, como lo había sido el pagano. Lo mismo sucedió con la jefatura de la iglesia, que pasó de Gregorio a sus descendientes. El bautismo de Tiridates tuvo lugar el día de la celebración de la Epifanía y el Bautismo de Jesucristo (el 6 de enero) del año 303, es decir, diez años antes del Edicto de Milán.

Naturalmente, al principio esta conversión en masa dejó mucho que desear. Pero poco a poco la fe cristiana se fue arraigando entre las masas. En el siglo V, el patriarca Sajak le pidió al estudioso Mesrop que tradujese la Biblia al armenio.

Esto era en extremo difícil, pues el armenio no era una lengua escrita. Por tanto, lo primero que tuvo que hacer Mesrop fue elaborar un método para escribir su idioma. Después, con la ayuda de Sajak y de varios discípulos, tradujo la Biblia, primero del siríaco y después del griego. Además Mesrop y sus seguidores se ocuparon de producir todo un cuerpo de literatura. Esa literatura fue uno de los elementos que más contribuyeron al desarrollo del espíritu nacional de los armenios, hasta entonces divididos en varios clanes rivales.

En el año 450 la nueva iglesia se vio fuertemente amenazada. El rey de Persia trató de imponer en Armenia su religión, el mazdeísmo. Los jefes de la nación armenia se reunieron en Artachat, y convinieron en un mensaje que debía serle enviado al rey de Persia, firmado por los obispos del país: “De esta fe nadie nos podrá apartar. […] Haz lo que quieras”. Cuando los armenios le enviaron este mensaje al rey de Persia contaban con el apoyo del emperador Teodosio II y de Crisapio (los mismos que convocaron el “latrocinio de Efeso” de que hemos tratado en el capítulo anterior). Pero poco después Teodosio murió y sus sucesores, Pulqueria y Marciano, cambiaron de política con respecto a Persia, y por tanto les retiraron su apoyo a los armenios. En el año 451, el mismo en que se reunió el Concilio de Calcedonia, las tropas persas invadieron a Armenia, y los naturales del país se vieron obligados a defenderse por sí solos. Uno de sus principales jefes militares, Vardán “el valiente”, defendió uno de los pasos entre las montañas con sólo 1036 soldados, y tras larga batalla todos murieron. Los persas conquistaron el país, y Armenia perdió su independencia.

En vista de estos acontecimientos, no ha de extrañarnos que los armenios se negasen a aceptar el Concilio de Calcedonia. Según ellos veían las cosas, los romanos, que debieron haberlos defendido por ser sus aliados y por ser sus hermanos en Cristo, los abandonaron en el momento decisivo. En consecuencia, la iglesia armenia rompió relaciones con la que existía dentro del Imperio Romano, y se declaró “monofisita”, al tiempo que acusaba a los demás cristianos, no sólo de ser traidores, sino también de ser herejes.

Armenia quedó sujeta al gobierno persa. Pero la resistencia fue tal que poco después el rey de Persia decidió concederle al país la libertad religiosa y cierto grado de autonomía. Con ese propósito, nombró gobernador de Armenia al patriota Vajan, que había logrado organizar una resistencia de guerrillas contra los persas. A partir de entonces, y hasta las conquistas turcas, la iglesia de Armenia gozó de relativa paz.

Cuando los árabes conquistaron tanto el Imperio Persa como los territorios orientales del Imperio Romano, Armenia quedó bajo su gobierno. Se cuenta que cuando el califa Omar II le concedió una entrevista al patriarca Juan Otzún, éste se presentó vestido de las lujosas vestimentas que eran símbolo de su oficio. El Califa le preguntó al Patriarca si su Maestro no había enseñado que sus discípulos debían vestir humildemente. El Patriarca le pidió al Califa que lo acompañase a una habitación privada, y allí le mostró la túnica de piel de cabra que llevaba bajo sus lujosas ropas. “El Señor nos enseñó también que no debemos hacer alarde de nuestra virtud”, le dijo al Califa. Este último, convencido de que sólo Alá podía darle a un ser humano la fortaleza para vestir de tal modo, le prometió al Patriarca que los cristianos no serían perseguidos. Durante los varios siglos que duró el régimen árabe, los cristianos armenios vivieron sin mayores dificultades. Aunque había edictos que limitaban sus actividades, y en algunas ocasiones hubo persecución, en términos generales los árabes respetaron la religión y cultura de los armenios.

En el siglo XI los turcos seleúcidas se apoderaron del país. Estos turcos eran mahometanos, al igual que los árabes, pero se mostraron mucho más fanáticos. Al parecer, los turcos se hicieron el propósito de destruir la iglesia de Armenia, aun si para ello fuera necesario exterminar la población. En tales circunstancias, muchos armenios emigraron hacia el Asia Menor, donde por algún tiempo se estableció el reino independiente de la Pequeña Armenia. Durante el período de las cruzadas, estos armenios se hicieron aliados de los cruzados, y hubo cierto acercamiento con Roma. Pero a la postre los turcos se hicieron dueños de toda la región, y continuaron oprimiendo a los armenios. A principios del siglo XX, esa opresión llegó al punto de matar a decenas de millares de armenios. Hubo aldeas enteras que desaparecieron, y los sobrevivientes se esparcieron por todo el mundo. Muchos de ellos se dirigieron al hemisferio occidental, donde fundaron comunidades en los Estados Unidos y en Brasil. Otros armenios, que vivían en la porción de la antigua Armenia que había quedado bajo el dominio de Rusia, lograron continuar algunas de sus viejas tradiciones en su tierra ancestral.

Los monofisitas en Etiopía

Se cuenta que en el siglo IV dos hermanos cristianos, de nombre Frumencio y Edesio, naufragaron en las costas del Mar Rojo. Allí fueron capturados y hechos esclavos por los habitantes del reino de Axum, en el Africa. Tras un largo período de esclavitud, su sabiduría hizo que se les diera la libertad y llegaran a ser consejeros del rey. Edesio decidió por fin regresar a Tiro, su ciudad natal. Pero Frumencio fue a Alejandría, donde Atanasio (uno de los “gigantes” cuya vida estudiamos en la sección anterior) lo consagró obispo, y lo envió de regreso como misionero al reino de Axum. La labor misionera fue ardua, y alrededor del año 450, unos cien años después del comienzo de la obra de Frumencio, el rey Exana se convirtió al cristianismo. Al igual que en tantos otros casos, pronto los grandes personajes del reino y buena parte del pueblo lo siguieron a la fuente bautismal, y el reino se volvió cristiano.

Aquel reino de Axum fue engrandeciéndose mediante una serie de conquistas, y a la postre fue el núcleo alrededor del cual se formó la nación de Etiopía. De este modo apareció un vasto reino cristiano al sur del Egipto, allende las fronteras del Imperio Romano.

La iglesia de Etiopía guardó siempre relaciones estrechas con la del Egipto, y por tanto cuando el Concilio de Calcedonia condenó al patriarca de Alejandría, Dióscoro, los etíopes siguieron el ejemplo de la mayoría de los cristianos egipcios, y se negaron a aceptar las decisiones de ese concilio. Es por esta razón que los demás cristianos les dan el título de “monofisitas”.

A través de los siglos, Etiopía ha mantenido su independencia, y es probablemente a ella que se refieren las leyendas que circulaban en la Europa medieval, acerca de un reino cristiano de gran riqueza, que existía más allá de los territorios dominados por los musulmanes.

Otra leyenda interesante relacionada con la historia de Etiopía es la que afirma que los emperadores de ese país, que se mantuvieron en el poder hasta la segunda mitad del siglo XX, eran descendientes de Salomón y de la reina de Saba. Según esta leyenda, cuando la reina de Saba (que supuestamente era Etiopía) se aprestaba a partir de Jerusalén, Salomón la invitó a pasar la última noche en su palacio. La Reina le manifestó que temía por su virtud, y el Rey le respondió que, siempre que no tomase nada de su palacio, él la respetaría. La Reina accedió a dormir en el palacio de Salomón bajo esos términos. Por la noche tuvo sed, y se levantó y bebió de un cántaro que había en su cámara. Entonces Salomón salió de su escondite entre las cortinas, le dijo que había tomado algo de su palacio, y se unió a ella. Por la mañana, le dio un anillo, diciéndole que si de aquella unión nacía un hijo se lo enviase con el anillo, para poder reconocerlo. Algunos años después el joven Menelik se presentó con el anillo en la corte de Salomón, quien le enseñó su sabiduría. De regreso a Etiopía, Menelik llegó a ser rey, y fundó así la dinastía de los Salomónidas.

Todo esto no es más que una leyenda. Pero señala el hecho de que el cristianismo etíope, a diferencia de buena parte de la cristiandad supuestamente más ortodoxa, ha conservado a través de los siglos un sentido claro de las raíces judaicas del cristianismo.

Los monofisitas de Egipto y Siria

Según dijimos en el capítulo anterior, dentro del Imperio Romano, en las regiones de Egipto y Siria, había fuertes contingentes que se negaban a aceptar las decisiones del Concilio de Calcedonia. Los diversos decretos de Basilisco, Zenón, Justiniano y otros que discutimos entonces eran otros tantos intentos de ganarse la simpatía de estas personas. Por tanto, la historia del monofisismo dentro del Imperio Romano, al menos en sus primeros años, ha sido narrada dentro de ese contexto. Aquí sólo nos resta añadir algo acerca de las dos iglesias que surgieron de esa complicada historia, es decir, la iglesia copta y la iglesia jacobita.

El copto era el antiguo idioma de los egipcios, que éstos habían hablado antes de que el país fuese conquistado por Roma. Mientras la gente culta, particularmente en Alejandría, hablaba el griego, y muchos hablaban también el latín, los campesinos y demás personas pobres, descendientes de los antiguos habitantes del país, hablaban el copto. Fue entre estos últimos donde el monaquismo primitivo encontró la mayoría de sus adherentes. Y fue también entre ellos donde la oposición al Concilio de Calcedonia se hizo cada vez más fuerte.

Cuando los árabes conquistaron el país, el cristianismo de habla griega, cuya fuerza estaba principalmente en las ciudades, continuó aceptando las doctrinas de Calcedonia, y siguió en comunión con el patriarca de Constantinopla. A estos cristianos se les dio el nombre de “melquitas”, que quiere decir “del emperador”. Pero la mayoría de los cristianos egipcios continuó en su oposición a las decisiones de Calcedonia, y rompió con Constantinopla. Estos cristianos reciben el nombre de “coptos”, y hasta el día de hoy constituyen la iglesia más numerosa en el Egipto.

Mientras tanto, en Siria y los alrededores sucedió algo parecido. Justiniano trató de aplastar el monofisismo en la región, pero Teodora se opuso a esa política, y protegió a algunos de los principales opositores del Concilio de Calcedonia. Uno de estos fue Jacobo Baradeo, un evangelista fervoroso de vida austera, que se dedicó a viajes misioneros en los que convirtió a muchas personas, consagró a por lo menos 27 obispos, y ordenó a millares de sacerdotes. Sus viajes lo llevaron por toda Siria, y hasta Egipto, Persia, Asia Menor y Constantinopla. Su labor fue tal que poco después se empezó a hablar de la iglesia monofisita de esa región como la “iglesia jacobita”, y así se llama hasta el presente.

Cuando los árabes conquistaron la mayor parte de los territorios en que Jacobo Baradeo había laborado, la iglesia jacobita reafirmó su independencia del Imperio Bizantino, y su repudio al Concilio de Calcedonia. Pero a pesar de ello no lograron ser tan numerosos en Siria como lo eran los ortodoxos. A mediados del siglo XX el número de sus miembros ascendía a unos cien mil.

En resumen, las principales iglesias disidentes que surgieron de las controversias cristológicas y que perduran hasta nuestros días son cinco. En oposición al Concilio de Efeso, surgió la iglesia nestoriana. Y contra el de Calcedonia se declararon las iglesias armenia, etíope, copta y jacobita, a las que los demás cristianos llaman “monofisitas”.

González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (Vol. 1, pp. 307–314). Miami, FL: Editorial Unilit.


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