22 ABRIL

Antiguos pactos reales
Levítico 26 | Salmo 33 | Eclesiastés 9 | Tito 1
Entre las características más comunes de los antiguos pactos reales – pactos entre alguna superpotencia de la región y un Estado vasallo (Ver 13 de marzo) –, se encontraba un artículo cerca del final que detallaba las ventajas del cumplimiento y los peligros del incumplimiento. Inevitablemente, las bendiciones y las maldiciones iban dirigidas en primer lugar a los Estados vasallos.
En muchos aspectos, Levítico 26 refleja esta clase de pauta: la promesa de bendición si hay obediencia (cumplimiento del pacto), y la amenaza de castigo en caso de desobediencia (incumplimiento del pacto). La pauta se repite, con ciertas modificaciones, en Deuteronomio 27–30.
No deberíamos pensar en estas alternativas como si se tratase de promesas dirigidas a individuos, ni mucho menos como si fuera un plan para asegurarse la vida eterna. Que las promesas no son individualistas queda demostrado por la naturaleza de muchas de las bendiciones y maldiciones. Cuando Dios envía lluvia, por ejemplo, no lo hace a individuos concretos, sino a regiones, y en este caso a la nación, la comunidad del pacto, al igual que cuando envía una plaga o arroja al pueblo al exilio. La misma evidencia demuestra que lo que está en juego no es en primer lugar el acceso a la vida eterna, sino el bienestar de la comunidad del pacto en lo que se refiera a las bendiciones prometidas.
No obstante, podemos reflexionar sobre unos cuantos paralelismos que existen entre estas dos sanciones del antiguo pacto y lo que continúa en vigor bajo el nuevo pacto.
En primer lugar, la obediencia sigue siendo un requisito del nuevo pacto, aunque puede que hayan cambiado algunas de las estipulaciones que hay que obedecer. Por esto no es de extrañar que Juan 3:36 contraste a quien crea en el Hijo con quien le rechace. Se dice que los que persisten en el pecado flagrante quedan “excluidos” del reino (1 Corintios 6:9–11). El libro de Apocalipsis contrapone repetidamente a los que “prevalecen” (es decir, en lo que se refiere a su fidelidad a Cristo Jesús) con los que son cobardes, incrédulos, viles (ver: Apocalipsis 21:7–8). La razón subyacente es que el nuevo pacto ofrece la posibilidad de una nueva naturaleza. Aunque no logremos la perfección hasta la consumación final, es impensable una ausencia absoluta de transformación bajo los términos de semejante pacto. El resultado es que el juicio se presenta contundente tanto sobre la incredulidad como sobre la desobediencia; las dos cosas permanecen juntas.
En segundo lugar, uno de los rasgos más llamativos de los castigos catalogados en Levítico 26 es la manera como Dios los va incrementando, hasta que culminan en el exilio. La enfermedad, la sequía, los contratiempos militares, las plagas, la terrible hambruna que es resultado de las condiciones de sitio (26:29), e incluso el miedo inducido por Dios (26:36), todos hacen estragos. La paciencia de Yahvé con los que violan la ley, a través de muchas generaciones de juicio retrasado, es masiva. Pero la única solución verdadera es la confesión del pecado y la renovación del pacto (26:40–42).
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 112). Barcelona: Publicaciones Andamio.