«No temerás el terror nocturno».

22 de abril

«No temerás el terror nocturno»

Salmo 91:5

¿Qué es ese terror? Puede ser el grito de «¡Fuego!, ¡fuego!», o el ruido de ladrones o apariciones imaginarias, o el anuncio de la enfermedad o la muerte repentina. Vivimos en el mundo de la muerte y el dolor; podemos, por tanto, esperar males tanto en las vigilias de la noche como bajo el resplandor del ardiente sol. Esto no debiera alarmarnos, porque sea cual sea el terror, la promesa es que el creyente no lo temerá. ¿Por qué lo ha de temer? Expresemos esto más concretamente: ¿Por qué lo hemos de temer nosotros? Dios, nuestro Padre, está aquí y estará aquí durante las horas de soledad. Él es un Velador omnipotente, un Guardián que no se duerme, un Amigo fiel. Nada puede acontecer sin que él lo ordene; pues aun el Infierno está bajo su control. Las tinieblas no son oscuras para él. Él ha prometido ser muralla de fuego en torno a su pueblo. ¿Y quién podrá abrirse camino a través de semejante barrera? Los mundanos bien pueden sentirse aterrorizados, porque ellos tienen sobre sí a un Dios airado; dentro de sí una conciencia culpable; y debajo de sí un Infierno abierto. Sin embargo, nosotros que descansamos en Jesús, estamos a salvo de todas estas cosas por una misericordia abundante. Si damos lugar a necios temores, deshonraremos nuestra profesión y llevaremos a otros a dudar de la realidad de la piedad. Debemos temer a tener miedo, no sea que contristemos al Espíritu Santo con una necia desconfianza. ¡Abajo, pues, tristes presentimientos e infundadas aprensiones! Dios no se ha olvidado de tener misericordia ni ha encerrado con ira sus piedades (cf. Sal. 77:9). Aunque sea de noche en el alma, no hay necesidad de temer, porque el Dios de amor no cambia. Los hijos de luz pueden andar en tinieblas, pero no por eso están abandonados; no, más bien se les permite en la prueba demostrar su adopción, confiando en su Padre celestial como no pueden hacerlo los hipócritas.

Señor Jesús, el día ya se fue,

la noche cierra, oh, conmigo sé;

sin otro amparo tú, por compasión,

al desvalido da consolación.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 121). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.


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