«La casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón»

28 de abril

«La casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón»

Ezequiel 3:7

¿No hay excepciones? No, ninguna: aun al pueblo favorecido se lo describe así. ¿Son los mejores tan malos? Entonces, ¿cómo serán los peores? Ven, corazón mío, piensa hasta dónde participas de esta acusación universal. Y mientras consideras esto, prepárate para avergonzarte de ti mismo acerca de aquello en lo que hayas podido hacerte culpable. El primer cargo es el de desvergüenza o dureza de frente: falta de santo recato, impía audacia para el mal… Antes de mi conversión, yo podía pecar sin sentir remordimiento, oír hablar de mi pecado sin humillarme y aun confesar mi iniquidad sin sentirme pesaroso. Un pecador impenitente que vaya a la casa de Dios y pretenda orar al Señor y alabarlo, revela un rostro endurecido de la peor especie. ¡Ay!, desde el día de mi nuevo nacimiento he dudado de mi Señor en su presencia, he murmurado delante de él sin avergonzarme, lo he adorado negligentemente y he pecado sin llorar por haberlo hecho. Si mi frente no fuera como un diamante, más dura que un pedernal, tendría más santo temor y una contrición de espíritu más profunda. ¡Ay de mí!, soy uno de los desvergonzados de la casa de Israel. El segundo cargo es el de obstinación de corazón. No debo atreverme a fingir inocencia sobre este particular. En otro tiempo tenía un corazón de piedra; y aunque ahora, por medio de la gracia, cuento con un corazón nuevo que es de carne, mucha de mi antigua obstinación permanece aún en mí. No me siento afectado por la muerte de Jesús como debiera; ni conmovido, como sería de esperar, por la perdición de mis semejantes, por la maldad de los tiempos, por el castigo de mi Padre celestial o por mis propios fracasos. ¡Ojalá que mi corazón se derritiera ante el relato de los sufrimientos y de la muerte de mi Salvador! Dios quiera que pueda librarme de esta piedra de molino que tengo dentro, de este odioso cuerpo de muerte. No obstante —bendito sea el nombre del Señor—, la enfermedad no resulta incurable: la preciosa sangre del Salvador es el disolvente universal y a mí, sí a mí, me ablandará de veras hasta que mi corazón se derrita como lo hace la cera delante del fuego.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 127). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.


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