5 JUNIO

Deuteronomio 9 | Salmos 92–93 | Isaías 37 | Apocalipsis 7
Si Deuteronomio 8 recuerda a los israelitas que Dios es quien les dio todas sus bendiciones materiales, entre las cuales su capacidad de trabajar y de producir riquezas no es la de menos importancia, Deuteronomio 9 también insiste que será Dios quien les permitirá ocupar la Tierra Prometida y vencer a los que se les opongan. Antes de entrar en combate, los israelitas siguen luchando contra sus temores. Dios les reconforta con palabras repletas de gracia: “Pero tú, entiende bien hoy que el Señor tu Dios avanzará al frente de ti, y que los destruirá como un fuego consumidor y los someterá a tu poder. Tú los expulsarás y los aniquilarás en seguida, tal como el Señor te lo ha prometido” (9:3). Sin embargo, después de los combates, la tentación con la que tendrán que enfrentarse será muy diferente. En aquel momento serán tentados a creer que, fuesen los que fuesen los miedos que experimentaban previamente, era su superioridad intrínseca lo que les permitió realizar tal hazaña. Por lo tanto, Moisés les advierte:
“Cuando el Señor tu Dios los haya arrojado lejos de ti, no vayas a pensar: “El Señor me ha traído hasta aquí, por mi propia justicia, para tomar posesión de esta tierra.” ¡No! El Señor expulsará a esas naciones por la maldad que las caracteriza. De modo que no es por tu justicia ni por tu rectitud por lo que vas a tomar posesión de su tierra. ¡No! La propia maldad de esas naciones hará que el Señor tu Dios las arroje lejos de ti. Así cumplirá lo que juró a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob. Entiende bien que eres un pueblo terco, y que tu justicia y tu rectitud no tienen nada que ver con que el Señor tu Dios te dé en posesión esta buena tierra”. (9:4–6)
Y ¿dónde está la evidencia de aquello? Moisés les recuerda sus tristes rebeldías durante sus años en el desierto, comenzando por el desgraciado incidente con el becerro de oro (9:4–29).
¿Qué podemos aprender nosotros? (1) Aunque la aniquilación de los cananitas nos llena de espanto y bochorno, en un sentido, me atrevo a decir, debemos acostumbrarnos a ello. Forma parte íntegra del mismo fenómeno que el diluvio, que la destrucción de los imperios, y que el mismo infierno. La respuesta más apropiada es la que se aconseja en Lucas 13:1–5: a menos que nos arrepintamos, todos igualmente pereceremos. (2) Es posible llegar a la conclusión que los israelitas vencieron porque los cananitas eran muy malos. Pero lo que no podemos decir es que los cananitas fuesen derrotados porque los israelitas fuesen muy buenos. Dios se comprometía con la obra de mejorar a los israelitas por fidelidad a la alianza que había hecho con ellos. Pero serían necios si, después de sus victorias, pensasen que las merecían. (3) Nuestras tentaciones, como las de los israelitas, varían según las circunstancias: miedo sin fe en unas circunstancias, orgullo altivo en otras. Sólo un caminar con Dios en lo más íntimo de nuestro ser, nos puede inducir la apropiada autocrítica, para que aborrezcamos tanto un peligro como el otro.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 156). Barcelona: Publicaciones Andamio.