7 de junio

«Sé, pues, celoso».
Apocalipsis 3:19
Si deseas ver almas convertidas, si quieres oír el pregón de que «los reinos de este mundo han venido a ser el reino de nuestro Señor»; si anhelas colocar coronas sobre la cabeza del Salvador y ver su Trono establecido, llénate de celo. Porque, bajo la dirección de Dios, el medio para la conversión del mundo es el celo de la Iglesia. Todas las virtudes harán proezas, pero esta será la primera. La prudencia, el conocimiento, la paciencia y el coraje le seguirán en sus lugares respectivos, pero el celo debe ir a la cabeza. No es la amplitud de tus conocimientos (aunque estos sean útiles), ni tampoco el número de tus talentos (aunque no haya que despreciar los mismo), sino tu celo el que hará grandes hazañas. Este celo es el fruto del Espíritu y obtiene su fuerza vital de las continuas operaciones del Espíritu Santo en el alma. Si nuestra vida interior decae, si nuestro corazón late con lentitud delante de Dios, es que no conoceremos el celo. No obstante, cuando en nuestro interior todo es fuerte y vigoroso, no podremos por menos de sentir una grata ansiedad de ver llegar el Reino de Cristo y de que su voluntad se haga en la tierra como en el Cielo. Un profundo sentimiento de gratitud alimentará el celo cristiano. Mirando al «hueco de la cantera de donde [fuimos] cortados» (Is. 51:1), encontramos muchas razones para gastar y gastarnos por Dios. El celo también se estimula pensando en el futuro eterno: el celo mira con ojos llorosos a las llamas del Infierno y no puede descansar; luego dirige la vista hacia arriba, con angustiosa mirada, a las glorias del Cielo y no puede sino mostrarse activo. Se da cuenta de que el tiempo es corto comparado con la obra que ha de hacerse y, por consiguiente, consagra todo lo que tiene a la causa del Señor. Y el celo se ve siempre alentado por el recuerdo del ejemplo de Cristo. Él se vistió de celo como de un manto. ¡Cuán rápidas las ruedas del carro del deber giraron con él! Él no malgastó el tiempo en el camino. Demostremos que somos sus discípulos manifestando ese mismo espíritu de celo.
Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 167). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.